Arte y Filosofía
Esta n isla o Zuleta
A rte y filosofía
SEXTA EDICIÓN
Prólogo a la primera edición
Luis A nto nio R estrepo A.
Hombre Nuevo Editores
Fundación Hombre Nuevo
Medellin, 2010
Zuleta, Estanislao, 1935-1990.
Arte y filosofía / Estanislao Zuleta. - Medellín: Hombre
Nuevo Editores: Fundación Hombre Nuevo Editores, 2010.
200 p.; 22 cm.
ISBN 978-958-96979-2-4
1. Filosofía del arte 2. Estética 3. Arte y filosofía
I. Restrepo Arango, Luis Antonio. II. Tít.
701 cd21 ed.
A1248557
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
ISBN: 978-958-96979-2-4
© Hombre Nuevo Editores E.U.
<D Fundación Hombre Nuevo Editores
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Correo electrónico: hombrenuevo@une.net.co
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Primera edición: Editorial Percepción, agosto de 1986.
Segunda edición: Hombre Nuevo Editores E.U. / Fundación Estanislao Zuleta,
mayo de 2001.
Hombre Nuevo Editores E.U. / Fundación Estanislao Zuleta,
junio de 2001.
Hombre Nuevo Editores E.U. / Fundación Estanislao Zuleta,
junio de 2004.
Hombre Nuevo Editores E.U. / Fundación Estanislao Zuleta,
julio de 2007.
Hombre Nuevo Editores E.U. / Fundación Hombre Nuevo
Editores, marzo de 2010.
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de ejemplares de ella mediante alquiler público.
Tercera edición:
Cuarta edición:
Quinta edición:
Sexta edición:
CONTENIDO
Prólogo a la primera edición. Por Luis Antonio Restrepo A. 9
I. Grecia, la doctrina de la demostración y la tragedia 13
II. El proceso del conocimiento 36
III. El arte en las sociedades primitivas 51
IV. La polémica abstracto-figurativa 75
V. El juicio estético 85
VI. La arquitectura, la muerte y la utopía 99
VII. Lo apolíneo y lo dionisíaco 120
VIII. Romanticismo y psicoanálisis 134
IX. El arte como principio de la realidad humana 148
X. El arte en Freud y en Marx 165
XI. Ciudad e identidad 183
Prólogo a la primera edición
Por Luis Antonio Restrepo A.
lópez Arismendi.
Prólogo a la primera edición
Por Luis Antonio Restrepo A.
Este libro no
está dirigido a los que creen que ya saben, sino a
los que están en
continuo proceso de estudio; Arte y filosofía
es en sí mismo una búsqueda y por eso una invitación a la búsqueda. Se le
plantea al lector, desde el comienzo de la obra un método de
lectura que no es otro que el de los tres principios del racionalismo
según Kant: pensar por sí mismo,
pensar en el lugar del otro y ser consecuentes.
Se trata de ideales, lo recuerda Zuleta: algo que no es realizable
en absoluto pero que sirve de guía y en
esa medida dotado de eficacia.
Estanislao
Zuleta ha llegado a Kant después de un largo trabajo de reflexión; había partido de
Marx, Freud y Nietzsche hace más de dos
décadas y se le ha impuesto la necesidad de
afrontar el pensa miento del autor
de la Crítica de la razón pura y
la Crítica del juicio. No deja de ser significativo
el hecho de que Michel Foucault, con pers pectivas tan diferentes
a las de Zuleta haya llegado también a encon trarse con Kant. Uno de sus últimos cursos en el Colegio de
Francia versó sobre dos textos de Kant: ¿Qué es la ilustración? y ¿Hay unprogre- so constante en el género humano? En su disertación Foucault señala cómo Kant fundó las dos grandes tradiciones
críticas en las que se mueve la
filosofía moderna. De un lado la tradición que se propone la pregunta por las condiciones de posibilidad
de un conocimiento ver dadero, es decir, la analítica de la verdad. Pero, en
particular en los dos textos atrás
citados, Kant formuló otro modo de interrogación crítica, que Foucault denomina “una ontologíá
del presente o una ontología de nosotros
mismos”; desde esta perspectiva las preguntas
fundamentales son: ¿qué es nuestra actualidad? y ¿cuál es el campo actual de experiencias posibles?
Al lector de Arte y filosofía no le será difícil captar que Zuleta bien se mueve en una "ontología
del presente”. Ahora bien, de ninguna
manera se está tratando aquí de establecer un proceso de “influen cias”,
pues como el mismo Zuleta
lo demuestra en el libro, señalando
“influencias” no se llega a ninguna
parte ni en filosofía ni en arte;
tampoco se trata de lo inverso, es decir, de reivindicar
“originalida des” a ultranza, pues por allí tampoco se llega a ninguna parte.
Evi dentemente hay un piso común: Marx, Hegel, Nietzsche; una apre-
9
dación similar sobre la significación del arte como forma de conocí' miento; pero lo más importante sin
duda es la convergencia de los dos
pensadores hacia la
significación de la interrogación crítica de Kant. No se trata del azar, se trata de una exigencia de “nuestra actuali
dad”. El tiempo presente ha sido duro, detrás de él queda un cemen- terio de ilusiones perdidas y esto ha hecho
posible el crecimiento ya del
escepticismo, ya del fanatismo apocalíptico. Aquellos que se nie- gan a hundirse en una u otra posición se ven
obligados a detenerse en el camino y
repensar al Kant de la “ontología de nosotros mismos”, sin temor a la sindicación de “regresión
subjetivista”, puesto que en Kant mismo
se dieron las condiciones para la superación del subjetivismo.
Pero sobre todo Kant posibilita el replanteamiento de la
política en su
dimensión histórica.
Foucault lo dijo en forma insuperable en su
disertación sobre Kant: “La otra cara de la actualidad que Kant en
contró es la revolución:
la revolución a la vez como acontecimiento,
como ruptura y derribamiento
de la historia, como fracaso, pero al
mismo tiempo como valot; como
signo de una disposición que opera
en la historia y el progreso de
la especie humana. También acá la
cues- tión para la filosofía no es la de determinar cuál es la parte de la revolución que
convendría preservar y hacer valer como modelo. Es la
de saber qué es necesario
hacer con esta revolución, con este
‘entu siasmo* por la revolución que
no es otra cosa distinta de la
empresa revolucionaria misma". Esto implica no perder de vista la dimensión política, pero sin caer en
la inmediatez de la política. En 1982, Esta nislao Zuleta en un texto
titulado “Sobre la idealización en la vida
personal y colectiva”, ponía de presente las tendencias
destructivas de la actitud crítica
agazapadas tras las formaciones colectivas más
variadas: “En nuestra época, dice Zuleta, estamos viendo que es tan poderosa la tendencia a producir un grupo
madre y la oferta de la idealización a
quien pretenda o parezca encamarlo que no sólo las religiones y los movimientos políticos, sino
también las sociedades psicoanalíticas y
las tendencias teóricas más críticas, más lúcidas y más productivas tienden a convertirse en
partidos totalitarios y co mienzan a secretar, con la misma naturalidad con la
que el hígado secreta bilis, sus
ortodoxos y sus herejes”. En pocas palabras la bús queda desesperada de una
garantía de verdad en un “emisor supe rior”, sea un individuo, una
organización o un sistema de ideas. La
aspiración a la garantía de verdad va acompañada de lo que Zuleta llama el juicio totalitario, el juicio
incapaz de captar los matices, el
10
“todo o nada” que pasa frecuentemente por rigor o coherencia, cuan do no es otra cosa que dogmatismo. Ese dogmatismo que Zuleta ha enfrentado desde Platón, desde Marx, Nietzsche y Freud, pero que sobre todo ha enfrentado y enseñado a
enfrentar desde el arte y la
literatura. Sus trabajos, muchos aún inéditos, sobre Cervantes,
Goethe, Balzac, Dostoievski, Tolstoi,
Kafka, Thomas Mann, para citar
algu> nos, se orientan, no a la
crítica literaria tradicional sino a mostrar que
la literatura y en general el arte, nos ayudan a comprender nuestra
situación aquí y ahora, o para decirlo con las palabras de Kafka cita das por Zuleta, “Los poetas ofrecen a
los hombres nuevos ojos para ver el mundo y cuando se ve el mundo con ojos
nuevos, se puede enton ces cambiarlo”. No se trata de nada milagroso; lo
característico de toda obra literaria verdaderamente lograda es esa polifonía de que habla M. Bakhtine, refiriéndose a las novelas de Dostoievski, la capa cidad
de dejar hablar y actuar a los
personajes en el contexto de la obra sin
convertirlos en simples portavoces de las concepciones del autor. Bakhtine dice al respecto: “Se trata ante
todo, de una libertad y de una
independencia de los personajes en
la estructura misma de la novela, en
relación con el autor, o más exactamente en relación a las definicones habituales ‘exteriorizantes’
y ‘acabadas’ del autor. Eso no significa
de ninguna manera que el héroe quede por fuera de su designio artístico. Solamente este designio
predestina, si se lo puede decir, el
héroe a la libertad (relativa, evidentemente) y lo introduce bajo esta forma en el plan estricto y
calculado del conjunto”. Si una novela
es solamente el desdoblamiento ficticio de un sujeto o la gra tuita
arbitrariedad se está frente a un producto sin significación; sólo la capacidad polifónica asegura su riqueza
significativa y, por ende, su efecto
crítico sobre el lector. En el trabajo de Zuleta existe un ejemplo espléndido de su teoría de la lectura de una
novela: Thornos Mann, La montaña mágica
y la llanura prosaica (1977). Allí muestra que lectu ra no es recepción pasiva
sino diálogo entre la obra y el lector: En su
texto sobre La montaña mágica Zuleta no pretende leer a Thomas Mann para sus propios lectores sino presentar una
lectura posible que puede ser
confrontada con otras lecturas. Toda lectura verdaderamente se ria tiene que
ser actividad interpretativa; en una palabra tiene que ser un tallec Si la lectura no tuviera la
posibilidad de ser transformadora sería
una de las actividades más extrañas y estúpidas que se hubiera inventado la cultura humana.
En
Arte y filosofía Zuleta muestra cómo las exigencias de la lectura crítica son extendibles a las artes
plásticas, la arquitectura y la músi
11
ca. Esto es muy importante pues si bien se acepta sin demasiadas retí» cencías la necesidad
de un trabajo en lo referente a la literatura,
desgraciadamente se sigue insistiendo en una actitud acrítica,
cuan do se trata de un cuadro o una escultura, hasta el punto de que
quie nes ejercen la crítica artística
frecuentemente encaman y
promueven la más absoluta ignorancia so pretexto de no dañar la
presunta espon taneidad de la obra artística. Zuleta insiste, por el contrario, en la necesidad de acudir a los instrumentos
críticos de la filosofía, la his toria, la antropología y el psicoanálisis, en
fin, de todas aquellas disci plinas que se han forjado para conocer el hombre
en cuanto ser social, en el proceso de
la relación con la obra artística. El juicio estético, cuya complejidad señaló Kant y al cual está
dedicado el capítulo V de este libro,
tiene que armarse con las herramientas del conocimien to. Otra cosa muy
distinta es que se caiga en una utilización equivo cada de estos instrumentos
y se pretenda reducir la obra artística a
uno de estos enfoques, pero estos reduccionismos que efectivamente desvirtúan y empobrecen el trabajo artístico
no pueden ser confundi dos con la utilización correcta de estas disciplinas.
Para terminar estas notas de lectura es bueno señalar una idea que atraviesa todo el libro como
un hilo conductor: Zuleta sostiene, siguiendo a Lacan, que a la verdad no se adapta una
persona como se puede adaptar a
la realidad; la verdad transforma o es reprimida. “A una verda
d nueva, dice Lacan, no es posible contentarse con
hacerle lugar, pues d
e lo que se trata es de tomar nuestro lugar
en ella”. No hay pues coexistencia pacífica entre concepciones incompatibles; en una forma muy directa se trata aquí del tercer principio kantiano: ser consecuentes. No sobra señalar esto, pues algunos confunden las co sas y creen que la superación del dogmatismo es el más
cómodo eclec ticismo, o llamado de manera más precisa, la
inconsecuencia. Contra esta
inconsecuencia escribió Zuleta unas líneas muy significativas en “Tribulación y felicidad del pensamiento” que
son al mismo tiempo una excelente
aproximación al segundo principio o el ser capaz de colocarse en el lugar del otro: “...la única
manera que tiene el pensa miento de respetar otro pensamiento, de tomarlo en
serio, de dejarse afectar por él
consiste en pedirle cuentas, tratar de entenderlo y objetarlo”. En una palabra ni rechazo
dogmático, ni tolerancia indife rente, pero para lograr esto es preciso ser
capaz de luchar para apren der a pensar por sí mismo.
12
Grecia, la doctrina de la demostración y la tragedia
I
Voy a comenzar por exponer brevemente la manera como se desa- írolló e
n Grecia la teoría del conocimiento a partir de Sócrates y Pla tón, que para
lo que ahora nos interesa consideraremos en conjunto. Nos introduciremos al problema enfrentándonos
al hecho de que en Grecia se dan al
mismo tiempo la ciencia, la tragedia y la filosofía.
Propiamente hablando, la ciencia es griega. Esto no
quiere decir que no exi
stan, antes de Grecia, conocimientos diversos; desde luego
que sí, por ejemplo en Egipto conocimientos de geometría, y en Cal dea de
astronomía y muchos otros, pero lo que llamamos ciencia en la modernidad viene de Grecia, en el sentido de
que los conocimientos griegos tienen una
formalización científica; es decir, la geometría puede estar en Egipto como práctica para las
construcciones, para cobrar impuestos,
para medir tierra reduciendo terrenos de diferentes formas a una misma unidad de medida (que es de donde
proviene su nombre por lo demás), pero
la geometría en el sentido que le damos nosotros ahora, la geometría en un sentido científico,
expuesta como un siste ma de deducciones a partir de axiomas, deducciones con
demostra ciones, eso es lo que Grecia aporta: la doctrina de la demostración.
Por otra parte, en las condiciones históricas de Grecia no tenemos un arte secreto; en Grecia se levanta la filosofía desde muy al comien zo
como
un intento de explicación del mundo por sí mismo, es decir, no por el
mito,
no por la religión, sino por los elementos naturales, como en Tales, en Heráclito, etc. Esa
filosofía evoluciona hasta el siglo V
cuando llega a convertirse en una
teoría del conocimiento: en lógica y en
crítica. Ahora bien, lo que pasa en Grecia es un fenómeno realmente extraordinario, los griegos
disponen de una libertad de pen samiento de la que carecen la mayor parte de
los pueblos de la anti güedad. En Grecia no nos encontramos con un texto
sagrado, una Biblia, un Corán, un
Rig-Veda o algo así, con relación a lo cual uno
pueda ser hereje; desde luego que su religión está expuesta por escri
to, pero por los poetas: por Homero, por Hesíodo y por otros, cada cual tiene su versión y nadie puede ser hereje con
relación a un poeta. Ese
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es el primer punto que debemos considerar puesto que constituye lo más inquietante de la cultura
griega.
Debemos
considerar también otros hechos: el hecho de que la religión griega sea muy
poco represora, tanto en relación al conoci'
miento, como a la sexualidad; por ejemplo, los dioses griegos están muy lejos de dar buen ejemplo
en cuanto a ese respecto: el señor Zeus
anda disfrazado de cisne, de toro o hasta de lluvia de oro en
todas sus correrías al escondido de su
esposa Hera, siendo el más alto del Olim'
po, los otros siguen desde luego su ejemplo; y mientras unos pelean por eso y se enfurecen, suena la risa de los
dioses en la colina del Olimpo, porque
los otros se ríen entre tanto. Dioses que ríen, dioses que gozan, es un fenómeno que para la
mentalidad judaico-cristiana no deja de
ser extraño. Pero sobre todo, dioses que no reprimen, al contrario, en lugar de ser culpabilizadores,
los dioses griegos sirven para
disculparse.
En La Odisea, por ejemplo, Telémaco sale en busca de su padre y uno de los primeros sitios donde llega es a la isla en que se encuentra Helena (la que
formó aquel lío de la guerra de Troya cuando se fue con Paris), esta Helena le dice tranquilamente
a Telémaco: “Pero yo no tuve la culpa, un dios (Eros) me lo
inspiró”; es decir, la religión griega
lejos de ser culpabilizadora, sirve más bien de disculpa, ese es un rasgo supremamente interesante.
Encontramos igualmente el he cho de que puedan convivir al mismo tiempo las
doctrinas más opues- tas y que cada cual
busque sus adeptos libremente: Heráclito, Parmé- nides, por otra parte Empédocles y por otra
Anaxágoras, y nadie pue de declarar al otro hereje con relación a algo; esto
es un fenómeno muy inquietante porque es
lo que obliga progresivamente a probar; a
demostrar, a hallar el porqué. Cuando no se puede salir del paso
con una cita de un texto sagrado o de un
gran profeta, cuando no se cuenta con
los perniciosos auxilios del Espíritu Santo que declaró la verdad de una vez y para siempre, entonces
hay que demostrar. Ese es el ambiente
griego y por eso la filosofía surge en Grecia, porque allí está la exigencia de la demostración.
Pero también son condiciones que tienen su costo: la angustia griega. Esto es algo muy particular; porque Grecia también tiene una forma de existencia que permite
elaborar la tragedia, precisamente
porque es una existencia trágica.
No es una casualidad que ellos ha' yan
hecho la tragedia, hayan producido a Sófocles, a Esquilo y a Eurípides, es que su existencia misma es
trágica: la tragedia es el
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costo de la libertad. La tr
agedia es un resultado de condiciones don de no
existe una referencia absoluta. Vamos a hacer una comparación para que quede más claro.
Comparemos el fenómeno trágico griego con un fenómeno de
una existencia no trágica como por ejemplo, el del pueblo judío. Primero quiero definir trágico: lo estoy tomando en
el sentido que le da Hegel en el segundo
tomo de La historia de la filosofía, un capítulo que se llama “Las vicisitudes de Sócrates”, donde
Hegel explica qué entien' de por
trágico. Resumo brevemente lo que él dice:
Un hecho trágico, un acontecimiento trágico,
una forma trágica de existir,
sólo ocurre cuando se encuentran dos potencias igual' mente válidas y no logran una síntesis.
En este sentido
no debemos confundir trágico con triste, ni con
espantoso. La muerte de un niño que es muy amado por
todo el mun do es un fenómeno extraordinariamente triste y espantoso; la
injusti cia que se comete contra un santo o contra un justo cuando se
lo tortura y se lo masacra es
extraordinariamente triste, pero no hay nada
trágico allí, es decir, no existe el drama de dos potencias válidas encontradas; hay una potencia válida: el
justo, y otra que no es válida: la
arbitrariedad de los torturadores; existe un poder arbitrario absolu to y
entonces la consecuencia es algo muy triste. Lo que llamamos trágico es distinto: es cuando dos potencias
igualmente válidas se en frentan y no pueden encontrar una síntesis.
El caso de las
vicisitudes de Sócrates que da Hegel como ejemplo y de donde saca su teoría de la
tragedia, muestra que Sócrates defien de un
punto
de vista que es esencial al racionalismo: el punto dé vista de los derechos de la conciencia. A Sócrates
no se le puede acusar de un delito
particular, de haber violado una ley de Atenas, su crimen en cierto sentido es ninguno, y en otro sentido es mucho peor que la violación de
una ley cualquiera. Viola el fundamento de las leyes cuando predica que acatará todas las leyes de Atenas desde que él
las considere justas; pero esa
salvedad, “desde que las considere justas”,
es decir, sometida la ley, la objetividad de la ley, la validez de la
ley a la conciencia, al criterio de la
conciencia, al principio de pensar por sí
mismo, que es el principio primero del racionalismo, eso no lo
puede tolerar la ley. El problema de
Sócrates propiamente hablando no es con
la religión, es con la legislación, con las leyes, porque su posición es un principio subjetivo y la ley no puede
aceptar ser relativa a un principio
subjetivo.
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Supongamos que
Sócrates lo lleve a cabo de una manera muy no-
ble, pero no podemos aceptar el principio, era lo que decían
los atenienses, era lo que
decía su gran enemigo
Aristófanes. Nosotros tampoco podemos aceptar
el principio y de todas maneras nadie lo
puede aplicar en la vida. Nadie le puede decir a un hijo: “Haga lo que usted considere bien hecho” y dejarlo por
ahí. ¿Desde cuándo le va a empezar a
decir eso? De todas maneras tiene que enseñarle qué considera bien hecho. Lo mismo ocurre con la
legislación que no pue de darse ese lujo, porque qué tal que alguien diga:
“Bueno yo no pago impuestos porque yo no
considero que eso sea justo”. No todo el mun do es Sócrates, a lo mejor él los
pagaría. Si el principio de la razón
subjetiva, de la verdad de la conciencia rigiera, la ley se
derrumbaría entera y, sin embargo, ese
principio no puede ser tampoco abandona-
do: actuar contra su propia conciencia es ser un esclavo. La
tragedia se produjo porque en ese
momento se enfrentaban dos principios váli dos, la ley y la conciencia, y no
encontraron una síntesis.
Si consideramos
la tragedia de “Antígona”, encontramos que ella
defiende un principio
subjetivo. Hay una magnífica
exposición de Hegel al comenzar el 11 tomo de la Fenomenología del
espíritu. Donde nos muestra esa situación de la tragedia, en la
que se enfrentan dos
valores: los derechos de la ciudad que han sido
violados por el hermano que
se levanta contra su propia ciudad y los
derechos del amor; del amor
fraternal. Antígona se encuentra con que el amor que tiene por
su hermano la impulsa a darle sepultura,
a no dejar que su cadáver esté abandonado a las aves de rapiña y a
los perros como parte de su castigo, y
por eso se enfrenta a Creonte, el jefe de la ciudad, admitiendo que ha violado la ley pero que sigue otras leyes
que no son de hoy ni de ayer, sino que
han estado siempre ahí escritas desde siempre en el corazón humano, que no son como las que él proclama
que apenas aparecieron ayer, sino que
son las leyes del amor. Así, ambas posiciones
son válidas, porque la ciudad también necesita sus leyes... y entonces el resultado es trágico.
La tragedia
siempre va en esa dirección, cualquiera de las gran des tragedias
se puede describir en ese sentido; comparemos por ejemplo con Abraham, a él nada le parece trágico porque tiene un
punto de referencia absoluto: Dios lo mandó; así el problema en cierto
modo se reduce: todos los
problemas del bien y del mal, en cierto modo quedan reducidos al principio de obediencia o
desobediencia; bien es obedecer a Dios
aunque mande matar a Isaac; mande lo que mande Dios,
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Abraham no entra en una tragedia. Cuando Uega a Egipto, Abraham tranquilamente
vende a Sara para el hare
m del faraón con tal de que le
dejen pastar a su pueblo los ganados en las vegas de Egipto y no encuentra eso absolutamente trágico: su
misión es defender a su pueblo, que se
multiplicará y será bendito de generación en generación; esa es una orden de Dios, allí no hay ningún
problema entre el amor y la continuidad
de su pueblo, no se crea una situación trágica, porque donde hay un referente absoluto, un punto de
vista absoluto, no hay tragedia; hay
cosas tristes, dolorosas, pero no hay una potencia que se pueda levantar frente a un absoluto con igual
validez; sólo tiene validez lo que Dios
proclama, lo otro es desobediencia humana, desconfianza humana y falta de fe.
Todo eso nos
permite señalar aún más la cualidad de una existen' cia como la griega en el sentido de la libertad de pensamiento. La
coexistencia en una misma
ciudad, por ejemplo Atenas, o en el
ámbi-
to en general de la Hélade, Efeso, o tomando todas las ciudades
de las
colonias griegas en el Mediterráneo, de una cantidad de doctrinas contradictorias:
unas materialistas, otras idealistas, unas que procla man el movimiento
como un absoluto (Heráclito) otras que niegan el movimiento como una apariencia (Parménides,
Zenón), es decir; un juego de doctrinas
y de filosofías que se oponen entre sí y se disputan entre sí una clientela, digamos así. Ahora
bien, para disputarse en esa forma unos
seguidores y la fundación de una escuela hay que recurrir a la demostración; este criterio es el que
obliga a los griegos a formu lar la ciencia y les permite encontrar desde muy
temprano, ya en Platón, el principio y
la matriz de todas las ciencias: la lógica.
Vamos, pues, a
invertir la proposición de San Juan en su Evangelio y a poner exactamente la proposición contraria: No es verdad
aquello de que "la verdad os
hará libres”, porque faltaría todavía saber quién la tiene. Más bien es verdad lo contrario:
“La libertad os hará veraces”, os
obligará a tener que demostrar; no os permitirá refugiaros en una autoridad.
Queda muy claro en Platón, y muy desde el
comienzo, que el prin cipio de la ciencia es el principio de la demostración y que en
eso se diferencia de todo principio que
sea solamente de autoridad. En el
Gorgias por ejemplo, vemos a Sócrates cómo le discute al Gorgias
que cita para argumentar; le dice:
Gorgias, aquí puedes traer a los siete
Sabios de Grecia, puedes traer a Pendes, puedes traer además a todos los griegos juntos y
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hacer que
todos juren que tú tienes la razón y sin embargo, Gorgias, eso no demuestra nada; lo que tú
sostienes lo tienes que demos trar tú mismo.
Ese es el principio esencial de la ciencia.
Ninguna autoridad, ni la
tradición
(la tradición es una autoridad), ni la apariencia, ni el con senso, ni la mayoría, porque la
mayoría tampoco demuestra nada
en ciencia. La ciencia es muy poco democrática en ese sentido y ustedes saben que en ningún congreso científico se le ocurre a nadie votar:
aquí unos piensan que el
cáncer viene de un virus, otros que es here'
ditario, etc., ¡votemos! No, si no demostramos no sabemos nada.
Mu> cho menos porque lo dijo fulano,
que comparativamente no sería de-
mocracia sino tiranía. Ustedes ven eso operando en la historia, en
la situación histórica de Galileo, que
sostiene una tesis que tiene en su
contra a la mayoría. Si hubiera habido unas elecciones a ese
respecto habría sido lamentable para
Galileo: tiene en contra al Papa, la Biblia,
la tradición y casi la percepción. Y án embargo, tiene a su favor
una cosa: puede demostrarlo; eso es todo
y no se necesita más.
Pero para que
eso exista se necesita que primero se haya dado la libertad, la
necesidad de la demostración, por lo tanto no es una ca- sualidad que
nosotros nos encontramos el elemento primero y como por decirlo así, la piedra fundamental de
la lógica en la cultura grie ga, en un diálogo de Platón sobre la
sofística: El sofista o del ser. Así
como en la vida cotidiana la
falta de una referencia absoluta
puede conducir a una formulación trágica de la existencia, (trágica no
quiere decir triste. Dice
Nietzsche: “El héroe trágico es aprobador de la vida”). Así mismo en el orden del pensamiento la falta
de un dogma suele conducir al
conocimiento, a una posición trágica: la verdad es nece saria, pero
inaccesible.
Una de las
características del dogma y del pensamiento dog- mático más conocida es que en éste
la verdad de un discurso de pende de su emiso
r: porque
lo dijo fulano. Sea un dogmatismo po-
Utico, religioso o de cualquier tipo, la garantía de verdad depende de la fidelidad a un fundador. Los dogmáticos
ortodoxos en cues* tiones de sicoanálisis
citan a Freud o a Lacan, etc., y si lo dijo
Freud, es verdad; o en cuestiones de marxismo, entonces con una cita despachan cualquier discusión. El
dogmatismo siempre tiene esa
característica, cree que la fidelidad a un fundador es un crite rio de verdad,
y que por lo tanto es el emisor el que determina la
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garantía de verdad de un texto; el emisor hace divino el texto, la Biblia es la palabra de Dios.
En la ciencia ocurre lo contrario: mientras más establecida esté una ciencia más ingrata es con
respecto a sus fundadores. A nadie
se le ocurre decir que los tres ángulos de un triángulo suman dos rectos porque lo dijo Euclides (Euclides podía no
haber dicho nada), eso lo puede
demostrar cualquiera muy fácilmente, es decir, nadie cae en esa ridiculez
en geometría, o si cae es porque no sabe lo que está diciendo. No piensa por sí mismo. El otro
problema es que cuando se
carece de ese dogma, de ese criterio de autoridad, de ese text
o sagra- do manejado por una
casta sacerdotal que determina de una vez si uno es un hereje o está en la línea, cuando
no se tiene esa condición, también hay
otro peligro: el peligro de no saber nada sobre la verdad, la caída en el escepticismo, la creencia de
que no existe en realidad ninguna verdad
sino sólo verosimilitud, cosas que a uno le parecen verdaderas y que cada cual tendrá su verdad
según le provoque. Ese es el peligro de
esa libertad, ese es su costo, la angustia de que se desaparezca todo criterio efectivo de verdad
y todo se precipite en la subjetividad;
el hombre es la medida de todas las cosas, cada cual tiene su verdad y no puede nadie, porque no
hay criterio alguno de autoridad
exterior; decirle a otro que la suya es más verdad.
La figura de
la Sofística es una figura particular del escepticismo, es
una figura curiosa. La Sofística sostiene que cualquier cosa puede ser
refutada
o demostrada y que eso depende más que todo de
la habilidad del que habla,
de su manera de manipular la
argumenta ción. Los sofistas prometían
enseñar a sus pupilos a cambio de dinero,
la retórica y el arte de la argumentación, recorrían
a Grecia prome tiendo que iban a enseñar a demostrar todo, porque, según ellos, en el fondo cada uno no defiende sino su poder;
su placer, sus intereses, cuando pretende defender la verdad. No hay tal verdad,
es una sim ple pretensión -dice Calicles discutiendo contra Sócrates en
el Gorgias-. ¿Cuál verdad? Esa es una
manera que tenemos de ocultar nuestros
intereses, queremos dominar a los otros pero como no pode mos decirles que eso
es lo que queremos, entonces les decimos que
estamos buscando la verdad, que resulta curiosamente coincidente con nuestros intereses. Yo simplemente
confieso lo que tú callas. El hombre
siempre busca el poder; la dominación, el disfrute.
Sócrates,
no deja de estar inquieto por esa fuerza de la sofística que hace de su posición un ataque
de franqueza contra la filosofía,
19
que pretende ser neutral y buscar no se sabe qué verdad en el cielo o no se sabe
dónde, cuando en realidad -según los sofistas-
lo que es- tán es seduc
iendo a la gente para conseguir poder. Y a
Sócrates le queda difícil responder a
esa argumentación que es muy fuerte. La
sofística era muy fuerte y no es una casualidad que haya sido necesa
rio encontrar la lógica para parar el discurso del sofista. Sócrates le dice: “¿El poder? ¿El poder sobre quién,
sobre los demás o también sobre ti
mismo?" “¿Cómo sobre mí mismo?” -dice Calicles- “¡Sobre los demás!” A lo cual responde Sócrates: “Cuando
es sólo sobre los de más, el hombre puede ser esclavo de sus estados de ánimo;
cuando no tiene ningún control sobre sí
mismo, no tiene entonces tampoco el
poder de tener un proyecto con continuidad, porque la primera cosa que en el camino se le atraviesa y le
provoca, le arrastra porque es su
disfrute y entonces no tiene ningún poder tampoco sobre el mundo, porque no tiene dominio de sí mismo y su
continuidad”.
Una razón muy fuerte, más bien kantiana que
platónica, pero que desde ahora
es bueno aportar a la lucha contra la sofística, es que el hombre necesita ser reconocido, pero no por sus esclavos porque los esclavos no pueden reconocerse sino por
sus iguales, lo cual excluye la dominación.
El discurso de la lógica tiene esta ventaja extraordina ria, la igualdad,
aunque ya en el Gorgias se manifiestan algunas de esas formulaciones sólo vendrán a ser
desarrolladas con todo vigor por Kant.
Pero ya en Gorgias ustedes pueden ver algunas de las formu laciones
principales del discurso científico.
El discurso
científico se caracteriza entre otras cosas porque trata al otro, al destinatario, como a
un igual, es decir; cuando alguien se dispone
a demostrar algo, por ese solo hecho está tratando
a su desti natario co
mo a un igual. A un inferior no se le demuestra, se le orde na, a un superior se le suplica, se le seduce; se le demuestra a un
igual y no solamente se le permite que intervenga y que refute, sino que se lo solicita, se le pide permiso para
introducir una hipótesis diciéndole que
es una hipótesis y que permita por un momento examinar a dónde conduce su desarrollo. ¿Con quién se habla de
esta manera? El que está hablando como
el geómetra, el que está hablando en una ciencia cualquiera está hablando con iguales, no está
hablando con esclavos, está hablando con
seres libres y aspira a ser reconocido por ellos. Por eso el tirano (también lo explica Platón)
nunca logra ser reconocido, porque el
tirano es temido y eso hace el intercambio distinto. Hay una fórmula muy notable que se encuentra al
comienzo de El banquete,
20
donde Platón
dice que el hombre es libre para dos cosas: para amar y pa
ra pensar; es decir, que nadie puede obligar a un hombre a amar o
a pensar. Un tirano terrible, por medio
de las amenazas y de las torturas nos
puede obligar a trabajar en las minas, en los socavones, a extraer diamantes y oro para sus lujos; pero no nos
puede obligar a que le amemos, ni a que
pensemos como él.
Esa es, pues,
la posición que Sócrates despliega inicialmente para
enfrentar al sofista. Así vemos también cómo el
poder es una des gracia. La gente sobre la cual tenemos poder no nos sir
ve ni siquiera de testigo porque
nos tiene miedo; sólo nos puede servir de testigo y de referencia el que sabemos que está de
acuerdo con nosotros porque lo hemos
convencido, no porque nos tenga miedo, y porque si no está de acuerdo, no tiene ningún temor en decir:
creo que está equivo cado.
Con estas razones la fuerza de la argumentación de Calicles se va hundiendo y así surge
la exigencia del racionalismo. Así Platón en contró la lógica, tratando de refutar al sofista, y encontró
la fórmula principal de la
lógica: la teoría de la contradicción. (El sofista 262B- 264C). Dicha rápidamente, se puede reducir a
lo siguiente:
Dos
proposiciones contradictorias sobre el mismo objetivo, al mis mo tiempo,
desde el mismo punto de vista y en las mismas relacio nes (son cuatro
condiciones) no pueden ser verdaderas ambas.
Es la primera base sobre la cual se levanta
la lógica y Aristóteles la va a
desarrollar después en la teoría de la contradicción.
Es importante
tener en cuenta que esa es una teoría cierta con las cuat
ro condiciones que Platón enuncia, es decir,
desde luego se pue den hac
er dos proposiciones
contradictorias que sean ambas verdade ras si se trata de objetos diferentes, pero no sobre un mismo
objeto. Ahora, eso de “sobre un
mismo objeto” puede ser muy claro si se trata
de un objeto empírico cualquiera, como cuando se habla sobre una persona, sobre un país, etc.; pero cuando se
trata de un concepto no es tan fácil.
Ustedes ven, por ejemplo, que los marxistas y los liberales son partidarios de la libertad y se detestan
entre sí, cada cual denun cia al otro como enemigo de la libertad; lo que
ocurre es que no están hablando de la
misma cosa, tienen la misma palabra pero no están hablando de lo mismo: el marxista está
pensando en las posibilidades efectivas
de realizar en la vida práctica ciertas estructuras posibles que hay en los individuos; el otro está
hablando de condiciones lega
21
les para oponerse, para
expresarse, para expresar su contraposición a
quien ejerce el poder, para organizarse; está hablando
uno en térmi' nos de posibilidad y el otro está hablando en términos de
legalidad (económica, educativa, etc.);
por consiguiente, no están hablando exactamente de la misma cosa, aunque los dos la llamen “libertad”; primero
tendrían que ponerse de acuerdo
sobre lo que tratan, si no, hacen un
diálogo de sordos donde cada cual sigue con su argumento sin transformación posible. No es tan fácil
estar seguros de que se trata de un
mismo objeto cuando éste es un objeto empírico.
La otra condición impone que sea al mismo
tiempo. Dos proposi- ciones
contradictorias
pueden ser verdaderas en tiempos diferentes,
por ejemplo por la transformación del objeto, incluso
tratándose de un objeto empírico:
se puede decir que es pequeño y que es grande por que creció, que es joven y viejo, pero esto no se puede afirmar si
se condiciona al mismo tiempo. Platón lo que formula es que sea sobre
el mismo objeto, al mismo tiempo y desde
el mismo punto de vista, porque también
el punto de vista puede cambiar completamente las cosas. Desde qué punto de vista lo está diciendo, se
puede ejemplificar con una fábula sobre
la relatividad de las proposiciones al punto de vista, que dice así: animales inofensivos: el tigre,
el león y la pantera. Ani- males
altamente peligrosos: la gallina, el ganso y el pato... decía una lombriz a sus hijitos.
Desde el mismo
punto de vista y en las mismas relaciones, desde luego, uno puede predicar del hombre que es muy grande con rela ción a
la hormiga o muy pequeño con relación a la ballena; en las mismas relaciones no puede predicar nada
contradictorio. Hemos repasado hasta
aquí las cuatro condiciones de la teoría de la
contradicción.
No confundir,
cosa que pasa muy frecuentemente entre los mar-
xistas, que traen de Hegel y de
Engels una confusión inmensa sobre
la contradicción; especialmente por el vicio de Hegel de llamar
contra' dicción a cualquier cosa,
incluso a una diferencia. En realidad, no hay
que confundir la contradicción con las oposiciones reales, por ejemplo:
hay una oposición de intereses entre la burguesía y el prole tariado,
pero allí no hay ninguna contradicción lógica, eso no tiene nada que ver con la lógica; por lo demás, si
tiene algo qué ver es que hay una
implicación lógica, es decir; que no hay el uno sin el otro: no puede haber explotación sin explotadores y no
puede haber explota- dores sin
explotados; se implican, no se excluyen. La contradicción
22
lógica es aquella en que se excluyen. Engels se perdió siguiendo el camino de la filosofía de la naturaleza,
se perdió en el análisis de no sé qué contradicciones en la naturaleza (donde no hay ninguna,
desde luego) y confundiendo todo con todo. Nosotros llamamos a dos
fuer zas de manera arbitraria, positiva y negativa; pero positivas son ambas,
la designamos así por convención, pero allí no hay nada negativo,
hay una contraposición: dos fuerzas que
se contraponen porque van en dos
direcciones distintas o porque tienen una carga atómica distinta, No encontramos allí por ninguna parte la
negatividad, la negatividad está en el
juicio.
Debemos, pues, evitar confundir las contradicciones lógicas y las oposiciones
reales y, sobre todo, no pensar que las contradicciones que llamamos dialécticas se confunden con las contradicciones lógicas. Ese es otro error muy frecuente,
y se imagina que lo que pasa es que la
dialéctica es la lógica,
pero en un nivel superior y la otra es una lógica formal; que aquélla, la dialéctica, sí es una lógica, digámoslo así, de contenido. Realmente ese no es el
problema; lo que se estudia como las oposiciones
dialécticas son oposiciones de conceptos que, siendo contrarios, se requieren uno a otro, es decir; que se
implican a pesar de su contraposición,
en lugar de excluirse. Platón hizo varios análisis y Hegel celebra uno de los más conocidos, El Parménides, como la más bella
muestra de la dialéctica en la antigüedad. Lo que Platón quiere mostrar es esto: que no hay cambio sin permanencia; que el cambio y la permanencia no son dos cosas que se excluyen; que
no cabe predicar; como hizo Heráclito,
el cambio en términos absolutos: todo se trans- forma sin cesar, no nos bañamos dos veces en
el mismo río (y no sola- mente porque el
río es otro, porque ha pasado el agua, sino que el bañista también es otro, se han cambiado su
ser, su psiquis y su cuer po). Le damos nombres a las cosas para consolamos y
para imaginar nos que siguen siendo iguales, porque su nombre sigue siendo
igual, pero están cambiando
continuamente, decía Heráclito. A lo que Platón
contesta: todo cambia pero en la medida en que permanece, porque si no permanece no hay qué cambie; es decir, si
un individuo cambia deja de ser como
era, deja de ser lo que era, envejece o crece o madura; pero en la medida en que cambia sigue siendo
el mismo, porque si cambiara tantísimo
como para aparecer otro continuamente, no habría de quién hablar, ni siquiera habría un sujeto
que pudiera cambiar, ni habría un mundo
que pudiera cambiar y, para llevar más lejos las cosas, no habría nada de qué hablar: tan pronto
mencionáramos el nombre
23
de algo, ya habría dejado de ser aquello en
que estábamos pensando, no podríamos ni siquiera hablar (no digamos entendemos, sino ni si' quiera hablar).
Es decir; la permanencia y el cambio son dos conceptos opuestos, pero sólo existen cuando se relacionan.
También tenemos el ejemplo de Hegel: el ser y la nada son dos abstracciones, dos
oposiciones radicales, pero sólo existen en la síntesis, en el devenir; mientras se
mantengan por fuera del
devenir, que es llegar a ser y dejar de ser y estar
siendo, es decir, ser y no ser a la vez, entonces no son más que dos abstracciones vacías: “el ser” y “la nada”, de los cuales
poco pode mos saber
; poco podemos decii; parece que están unidos
desde la anti güedad pero nunca se les ha visto por ninguna parte. Eso es lo que llamamos contraposiciones dialécticas:
aquellas que se requieren, que sólo
existen positivamente cuando están juntas a pesar de ser opues tas. Pero no
cualquier contradicción es dialéctica: si yo digo un dispa rate con lo cual
contradigo lo que está diciendo otro, no puedo salir con que lo que pasa es que yo soy dialéctico.
Si alguno me dice: "Hom bre, usted está contradiciendo lo que dijo al
principio”. -Y digo: “No importa,
contradicciones hay en todo". No, esta es la respuesta de un sofista. No confundamos las dos cosas; a
veces se confunden de la manera más
extravagante la dialéctica y la sofística. Es bueno, pues, aclarar un poco este punto.
Ahora bien, Platón introdujo la lógica ante ese fenómeno de la angustia, del escepticismo
de la angustia, del “ataque de franqueza
de los sofistas”, de la verosimilitud que se roba para sí todo y no le
deja territorio alguno a la
verdad. Es necesario fundamentar la verdad como demostración, es necesario, por
lo tanto, fundamentar un principio, un
esquema, una matriz inicial: esa es la lógica, ella nos da una serie de fórmulas incontrovertibles que no
necesitamos demostrar; Por ejem plo: dos cosas iguales a una tercera, son
iguales entre sí, ese principio lo
utilizamos siempre que queremos demostrar una cosa. Siempre que abrimos la boca, dice Hegel, estamos haciendo
lógica aunque no lo sepamos; es una
regla, pero no es una regla impuesta, es una regla inmanente. Es una ley de inmanencia: para que
una cosa resulte ver dadera tenemos que estar seguros de que no es
contradictoria consigo misma.
Toda la primera doctrina de la enseñanza tal como Platón la for' muía en El sofista, implica una
teoría de la refutación. Platón opera de
la siguiente manera en El sofista (lo pueden leer en el 229B'230B, en
24
cualquier edición); Platón allí nos da su
teoría de la ignorancia: hay varias
especies de ignorancia, dice, pero rápidamente lo que le interesa llegar a demostrar es que hay una especie de
ignorancia más perversa que todas, más
dañina que todas, que consiste en creer que se sabe lo que no se sabe. El fondo de la ignorancia
para Platón está precisamen te en creer que se sabe lo que no se sabe.
La ignorancia no es, pues, un estado de carencia, sino, por el contrario, un estado de llenura, un exceso de
opiniones en las que tenemos una confianza
loca y, desde luego, mientras mayor sea la ig norancia, mayor es la creencia
en que se sabe lo que no se sabe. Si
ustedes consultan con un científico
por ejemplo, para una enfermedad, es posible que les diga: hombre no sé, habría que hacer exámenes de tales y
tales, vamos a averiguar de qué se
trata, no está claro. Pero vamos a la plaza donde una señora que vende hierbas y díganle los síntomas y verán que sí sabe: tiene el
cuajo volteado o tiene un viento
encajado o mal de ojo, y para eso es maravilloso el agua de boldo
en ayunas. Y si siguen más allá y van a
una sociedad mágica, allí sí saben todo,
allí no falla nada, no hay un solo huequito de no saber, si pasó un eclipse, queda muy claro que el señor sol
y su hija la luna entraron en un
incesto, cosa peligrosísima para el orden de la vida y del mundo, entonces van a esconder los instrumentos por
temor a que se levanten contra el que
los maneja porque todo el orden está en peligro.
Es precisamente con la ciencia con la que empieza el saber de que no se sabe, loda ciencia tiene circunscritos un conjunto de problemas que está investigando, porque sabe
que no los sabe. No sabe
cuál es el origen del cáncer, entonces está en un proceso de
investigación. Y hay un conjunto inmenso de preguntas sin
respuestas. Hay más: la ciencia acostumbra al individuo a vivir en un mundo de preguntas
abiertas que no se cierran nunca; cuando
se descubre algo, ese
descubrimiento
abre nuevas incógnitas; si se hace un
descubrimiento tecnológico vinculado a la ciencia, digamos, por una parte, se resuelven
problemas que antes no lo estaban pero,
por otra, se abren, se abren problemas que quedan por resolver, se abre un mundo nuevo de
misterios. La ciencia no puede operar
sino manteniéndose en un mundo de preguntas
abiertas que no están resueltas todas, y sus respuestas, cuando se resuelven, abren otras preguntas. Esa fórmula
de Sócrates de que "sólo sé que
nada sé”, con la que andaba por todas las plazas de Atenas, no era ningún principio de
autocrítica ni, menos aún,
25
ninguna falsa
modestia; tan sólo trataba de fundamentar que el primer saber efectivo es un saber
crítico: el reconocimiento de un “no
saber”.
Ahora bien, si nosotros aceptamos esa
doctrina platónica como se encuentra, por ejemplo, en El sofista, la doctrina de la ignorancia, entonces
ésta, en el fondo, es la incapacidad de saber que no se sabe. Es una
idea muy refinada. En realidad uno
se imagina que eso no es tan claro,
p
ero realmente lo
que pasa es que uno muchas veces no se
hace preguntas, porque oscuramente tiene respuestas aunque no las haya hecho explícitas; las tiene preconscientes, tiene muchas respues- tas para las cosas y por eso ni
siquiera se las pregunta, lomemos un ejemplo: cuando uno dice por qué Latinoamérica
es un conjunto de países atrasados y
Norteamérica es un país desarrollado,
cuando en realidad Latinoamérica fue conquistada y
poblada antes (Bogotá es muchísimo más vieja que Nueva York y Cartagena ni
se diga, cuando Cartagena ya funcionaba como una gran ciudad del nuevo
continente, Nueva York era una
colonia holandesa), ¿por qué eso se
desarrolló y esto no? Uno no se
hace casi nunca la pregunta porque está habitado por respuestas ideológicas aunque no las
explicite, está habitado por respuestas
del clima, la religión y el carácter de los conquistadores: los españoles son perezosos, los ingleses no;
después se acuerda: ¡ah, pero en la
India y en Africa lo que dejaron fue peor que los españoles! También empieza a pensar: ¡ tal vez es la
raza o el clima, el trópico!, en fin. Es
por eso que uno no se hace la pregunta: porque está invadido por respuestas implícitas; entonces no puede
hacerse historia explica- tiva, sino
simplemente narración histórica; este es un ejemplo, pero hay miles. Estamos habitados por respuestas
ideológicas implícitas. No siempre
ocurre que no nos preguntemos, sino que implícitamente tenemos la llenura platónica sin formularla.
Esas opiniones, a las cuales se refiere
Platón, quedan muchas veces en la forma de la opinión implícita preconsciente; ideas que circulan y
que funcionan como un sabei; como una
respuesta, hasta el punto de que nos impiden hacemos las preguntas.
Veamos ahora
la réplica de Platón inmediatamente después de
formular es
ta teoría: Platón saca la primera
consecuencia. ¿Cómo se
hace para luchar contra la ignorancia? ¿En qué consiste la
enseñanza, en qué consiste la educación?
Platón dice que en la refutación, en
primer lugar: no se puede alimentar bien al que tiene una
indigestión, primero necesita vomitar,
purgarse y que le empiece a dar hambre; al
26
que tiene una
indigestión no se le puede dar un banquete. Si la igno- rancia fuera tan sólo una carencia de saber, no habría nada más fácil que la educación, sería como darle de
comer a un hambriento; pero
desgraciadamente el asunto no es tan fácil porque se trata precisa- mente de darle de comer a un indigestado. Esa
es la consecuencia
. que saca Platón. Veamos un texto:
Extranjero. -Por eso, con el propósito de eliminar una ilusión de
esta clase, se arman contra ella de un método nuevo (una ilusión de esta clase, de que se sabe lo que no se sabe).
Teeteto. -¿Cuál?
Extranjero. -Plantean a su hombre una serie de cuestiones a las que, creyendo él que responde algo que valga la pena, no
respon de, sin embargo, nada que
tenga valor, luego, comprobando,
fácil mente lo vacío de opiniones
tan equivocadas, las reúnen en
su crítica, las confrontan unas
con otras y por medio de esta confron tación, las demuestran, acerca de los
mismos objetos, bajo los mis mos puntos de vista, bajo las mismas relaciones,
mutuamente con tradictorias.
Allí está planteado el método socrático de refutaciones. El primer
paso de la educación es la crítica lógica: tomar las opiniones, hacer que éstas se vuelvan explícitas
sin temor alguno y someterlas luego a
una confrontación lógica. La primera crítica es inmanente,
esa es la crítica no dogmática, eso es muy importante.
Inmanente quiere decir que no le opongo
a lo que él dice otra cosa que yo digo, sino que primero examino si lo que él dice no
es contradictorio consigo mismo. Es
decir, la primera parte es la crítica lógica, o sea, examinar si no hay contradicciones en el mismo sentido, sobre el
mismo objeto, en las mismas relaciones,
al mismo tiempo* desde el mismo punto de vista.
Esa crítica inmanente es esencial. No vayan a creer ustedes que es crítica la operación del dogmático, que tiene
la verdad en el bolsillo bajo la forma
de un catecismo, de un librito rojo, o cualquier otra autoridad absoluta y entonces nos viene a
demostrar continuamente nuestro error
haciéndonos ver su verdad.
Así alguien
se puede dar el lujo de refutar el
sicoanálisis, por ejem plo, porque Freud es ateo y por lo tanto,
toda su teoría está equivocada; claro
que eso ahorra tiempo. Otra cosa sería mostrarle a Freud que
lo que él dice sobre los sueños
se contradice en sí mismo, y también otra
cosa sería demostrarle que lo que él dice sobre los sueños no corresponde con lo que los sueños son, que
así no se explican sino de
27
otra manera y decir de cuál; eso sería menos cómodo y mucho más largo. Una cosa sería refutar a Marx diciendo: “Pues, comenzando porque es un materialista, además cree que
la lucha de clases, que es una malignidad,
es el motor de la historia”; otra cosa muy distinta y más complicada sería meterse en El
capital y demostrar que lo que afirma Marx
que son las leyes de la acumulación del
capital, no es cierto, que se contradice
consigo mismo y que se contradice con la
forma real de la acumulación
del capital, o que ésta no se da. El
dogmático opera por la comparación,
no por la crítica inmanente que es la
que propone Platón; la comparación cómoda: usted muestra un mapa y yo le
digo: ese mapa está equivocado, mire, el río suyo desem boca allí y en
mi mapa desemboca en otro lado; no, eso no demuestra nada. Lo que Platón propone es supremamente
diferente: la crítica inmanente; no la
crítica trascendente remitida a una autoridad, a un texto, a un mapa, etc., sino la crítica
interna primero. Esa es la que llamamos
también crítica lógica: lo primero que hay que examinar en un texto es que no se contradiga a sí mismo
porque si es así, entonces queda
refutado.
La teoría de la contradicción es una teoría
esencial a la cual Kant llega a darle incluso una categoría ontològica, es decir, que se
refiere a la posibilidad de la existencia
de algo. ¿Qué quiere decir que algo es
imposible? Dice Kant: quiere decir que tiene determinaciones contradictorias, eso es lo imposible, es
decir, eleva la contradicción platónica,
a una formulación ontològica: lo que tiene determinaciones contradictorias, no existe; por ejemplo,
un animal verde e invisible, no existe;
no me vengan después a decir que no lo he buscado suficientemente, no necesito buscarlo, no
necesito perderme en todos los bosques
en busca de ese animal; desde luego que sé de antemano que no existe, puesto que se han dado
determinaciones contradicto' rías. Esa
es la crítica inmanente, en una forma muy burda la ejemplifico, pero sería muy mal cazador si me fuera
primero empíricamente a exa minar todas las selvas para comprobar
empíricamente si existe o no existe un
animal verde invisible.
Ahora bien, la
crítica inmanente, desde luego, no es suficiente; algo puede no ser contradictorio y
también ser falso o, por lo menos, equivocado
e inexistente sin que tenga contradicciones internas. No no hay ninguna contradicción interna,
por ejemplo, en el unicornio, eso no
quiere decir que exista, sólo tiene valor en la negativa, pero en todo caso es la primera exploración que hay
que hacer. Lo segundo es
28
que el que
afirma algo debe demostrarlo; es decir, uno nunca puede salirle
al
otro con que: “Mi tesis es ésta ¡pruébeme que no!”
Porque algo así no es una tesis, ni
siquiera una hipótesis. Una hipótesis sólo
surge de una verdad establecida, es decir, demostrada, conocida, que se extiende a algo desconocido
con algunas variaciones. No es una
hipótesis cualquier afirmación, si digo que en el centro de la
tierra hay un bote de mermelada
de mora, no les puedo decir a ustedes:
“¡Pruébenme que no!”; no vamos a probar nada si no está basado en ningún conocimiento anterior; es un absurdo,
no es ninguna hipótesis. La hipótesis
requiere que algo conocido se haya extendido.
Así pues, la
primera fórmula es que si concebimos la ignorancia como
una
llenura, como un estado de confianza loca en un
exceso de opiniones, entonces
la primera forma de la enseñanza es la refutación,
de hecho es así. Cuando
alguien comienza a estudiar alguna
teoría que tenga algunos visos de
cientifícidad, lo primero que descubre es una ignorancia propia. Por ejemplo: todo
el mundo sabe qué es la mercancía y qué es el dinero, por lo menos
sabe que es mejor tenerlo que no tenerlo, además puede dar ejemplos de
mercancías: todas las vitrinas de los
almacenes están llenas de ejemplos; lo sabe en el sentí' do de que tampoco tiene que ir a buscar en el
diccionario la palabra mercancía a ver qué quiere decir. Cuando lee El
capital se da cuenta de que no sabía qué
era la mercancía, que la confundía
con valores de uso que están en venta u
objetos que están vendiendo; descubre que no sabía cuál es el problema esencial de
la mercancía: que es un producto
del trabajo humano destinado al cambio, cambio de propiedad, y que a partir del cambio se da la
permanencia del valor como un poder
sobre el trabajo humano, pasado o actual. Actual porque se pueden vender los millones de camisas de
la fábrica y cambiarlos por dinero con
el cual se pueden pagar salarios, es decir, conseguir trabajo, y si no se pueden vender, se
desaparece el valor y se quiebra la
empresa; que también el valor está en circulación o desaparece; es decir, todo lo que es la mercancía, no lo
sabíamos. Lo mismo ocurre cuando alguien
empieza a estudiar sicoanálisis, se da cuenta de que creía tener muy claro qué eran los celos,
pero al estudiar el texto de Freud sobre
el tema, descubre que no tenía nada en claro y que los celos son más bien una tipología del amor.
Del mismo modo puede ocurrir cuando,
entrando en la lógica de una ciencia, se ponga en cuestión la lógica de nuestros saberes
implícitos, de los saberes de los cuales
podemos dar ejemplos, de los que creemos que sabemos porque
29
conocemos las palabras y conocemos ejemplos.
Aun no siendo en las mismas
condiciones que dispone Platón del diálogo, sino, por ejemplo, en el caso de un estudio solitario:
De forma que, al ver esto (la práctica de la crítica inmanente -la crítica
lógica-) los interlocutores
llegan a concebir un descon tento de sí mismos y llegan a alimentar posiciones más conciliado ras respecto de los demás. Gracias a un tratamiento de esta clase,
todas las opiniones orgullosas y quebradizas que ellos tenían sobre sí mismos les son quitadas, privación esta en
que el oyente en cuentra el mayor de los encantos y en
que el paciente encuentra el más duradero provecho. Hay, en efecto,
mi joven amigo, un principio que inspira
a los que practican este método purgativo, el
mismo que hace decir a los médicos del cuerpo que el cuerpo no podría sacar provecho del alimento que se le
da hasta tanto que se hayan evacuado los
obstáculos internos. Así, pues, a propósito
del alma se han forjado ellos esa misma idea: de todas las ciencias que se le puedan ingerir, ella no va a sacar
ningún provecho hasta tanto que se la
haya sometido a la refutación y hasta tanto que, gracias a esa refutación, haciendo que llegue
a sentir vergüenza de sí misma, se la
haya desembarazado de las opiniones que cie rran el camino a la enseñanza, que
haya sido llevada a un estado de pureza
evidente y haya llegado a la creencia de que sabe exac tamente lo que sabe,
pero no más de lo que sabe.
La formulación
de Platón sobre la enseñanza deriva entonces de
su concepción de la ignorancia. Ahora bien, éste es un
primer ele mento: el racionalismo
platónico, el primer racionalismo Sócrates-PIa-
tón. Ese racionalismo se
encuentra con inmensas dificultades y esto
ocurre con todos los racionalismos; con el kantiano, con el
cartesiano, que tienen mucho en común:
su posición ante la autoridad, su posi ción ante la demostración, su posición ante la tradición, su posición ante la ignorancia; aunque desde luego
mucho más desarrollado Kant que Platón,
y mucho mejor planteado. Platón se precipita en un idea lismo objetivo, en la
creencia en unas ideas eternas y en un cielo
inteligible, que oscila continuamente entre posiciones fuertes, en
la medida en que las deriva de la
geometría, y posiciones extremada mente débiles, en la medida en que, por
ejemplo, cree que hay un modelo ideal de
todo ser real. Una esencia que antecede a la existen cia, es decir, en la
medida en que se precipita en el idealismo, lo cual
30
no es necesariamente condición para un
racionalismo. Lo que quiero decir es
que un racionalismo fuerte como el de Platón, de todas ma neras, encuentra una serie de problemas que son
supremamente cu riosos. Por ejemplo, cuando Platón trata del amor y del arte
encuentra una dificultad
muy grande, y al leer sobre ese tema en Platón se verán oscilaciones extraordinarias; el arte,
podríamos decirlo así, es la cruz de su
pensamiento, no hay cosa que más ame, no hay cosa en la que más confíe y, sin embargo, continuamente
también es algo contra lo que está hablando:
de la ciudad hay que echar a los poetas, porque la poesía no se puede introducir en una
organización perfecta del Esta do. Kafka comentaba esto diciendo:
Tiene razón, los poetas ofrecen a los hombres nuevos ojos para ver el mundo y cuando se ve el mundo
con ojos nuevos, se pue de entonces cambiarlo, se concibe la posibilidad de
que cam bie. La función del Estado es la conservación de lo existente, tiene razón.
A veces lanza una andanada contra la poesía
que cubre todo un diálogo, en Ion por
ejemplo. Resumo: se encuentra Sócrates con Ion que acaba
de ganar en las olimpíadas un premio de recitación de poemas y le empieza a preguntar: -¿Los
poetas son aquellos que ha blan muy frecuentemente
de guerras? (pensando en Homero, la gue rra de Troya y La Ilíada). -Claro, hablan muy frecuente de guerra. -¿Ah, y saben mucho de guerra? ¿A ti te gustaría que los
ejércitos de tu patria estuvieran
dirigidos por un poeta? -No, tal vez
no. -¿Los poetas también son aquellos
que hablan mucho de enfermedades, no? -Sí, mucho, -¿le gustaría que si estuvieras
enfermo en lugar de un médico te tratara
un poeta? -No, claro que no. -¿Hablan mucho de
viajes los poetas, no? ¿Y de la marinería? -Sí, mucho. -¿Te gustaría ir en un barco cuyo capitán fuera un poeta? -No,
claro que no. -Ah, entonces hablan mucho
de lo que no saben, de lo que no pueden
hacer, de lo que no tienen experiencia directa, eso son los poetas. -Parece -dice Ion.
Encontramos en
Platón esa posición, pero también encontramos lo contrario: cuando su posición
racionalista lo conduce a un impasse
apela a los poetas; se puede ver en todas partes de su obra. En
Menón va a demostrar esta tesis: que si
uno no sabe que no sabe, que si uno no
conoce que no conoce la verdad, no puede investigar nada porque cree que ya lo sabe; que para poder
investigar algo es necesario saber
31
que no lo sabe. A lo cual replica Menón: bueno, pero si no sabemos algo, ¿cómo podríamos buscarlo? Y
si por casualidad nos lo encontré'
ramos, ¿cómo podríamos reconocer qué es lo que buscábamos, si no lo sabíamos? -i Ah!, -dice Sócrates:
Esto es
grave. Entonces habrá que apelar a
los poetas porque los poetas son aquellos que saben la verdad, aunque no saben por qué
la saben.
Existe, pues,
en Platón una oscilación sobre el problema del
arte, lo
mismo que sobre el problema del amor, en Fedro es donde mejor se ve (recomiendo
la lectura 243E-245C de Fedro). Aquí se trata de lo siguiente (voy á resumir de manera rápida y
un poco burda):
Fedro comienza por un discurso de Licias, en el
que trata de de mostrar qu
e nada puede ser peor que un enamorado y que no hay un error más grave para cualquiera que hacerle
caso a una persona que esté enamorada de
uno, cualquiera que sea. ¿Por qué?
Porque no hay nadie que tenga menos
capacidad crítica que un enamorado: a un
enamorado le parece divino todo lo de la amada, incluso sus defectos tpueden gustarle más que sus virtudes.
¿Cómo le va a hacer uno caso a una
persona así, que está trastornada
verdaderamente hablando? Un enamorado
delira que su objeto de amor es
esencial y completa mente diferente a todas las demás personas, proclama que sin él no puede vivir (lo
cual es supremamente peligroso) y le exige al amado que proclame lo mismo
de él. Bueno, no hay nada más aparatoso,
más estorboso, más inconveniente que un
enamorado. Hazle caso a una persona, pero que no vaya a estar enamorada
de ti, no le vayas a dar favores
a un enamorado. El enamorado promete, para siempre, eter namente, jura; si se
le pasa su delirio y tú le dices: -Bueno, pero me prometiste que... -Ah, pero yo era otro, yo
estaba todo alterado, yo ahora volví a
ser el que soy, lo que yo dije entonces no vale, pues yo estaba completamente delirando (y el amor es un
delirio). Entonces Sócrates responde en
una forma doble (me interesa destacar un as pecto), responde con dos
discursos: el primer discurso es compitiendo
con Licias, diciendo las mismas cosas y llevándolas más lejos, que
no hay nada más peligroso y más
inconveniente que un enamorado, etc. El
segundo es una defensa del amor (el punto donde les recomendé la lectura corresponde a la defensa del amor).
En esa dirección que avan za el discurso resulta curioso encontrar, en el
primer racionalista de la historia
(Sócrates-Platón), un elogio de la locura. Porque Sócrates
32
dice: bueno, hasta ahora hemos demostrado
Licias y yo que el amor es un delirio, con lo cual creemos haber dicho por qué es una mala cosa, pero
todavía no hemos demostrado que todo delirio sea una mala cosa. Y entonces continúa con esta formulación: no, no es una mala cosa el delirio, por el contrario, sin el delirio no hay
nunca arte, sin locura no hay arte (lo
llama manía para buscar otros
términos griegos que com ponen con manía), sin locura no hay amor. Dice que
un poeta en cierto modo está inspirado
por las musas, quién sabe por qué, pero que
el hecho es que un poeta no es nunca el que carece de locura; en
efecto, aunque sepa de memoria
todas las reglas de la métrica, de
los acentos, póngalo a que las
practique, aunque conozca muy bien
la geografía de los países sobre los cuales va a escribir,
aunque conozca divinamente las reglas de
la navegación, no sale la odisea de allí. La
poesía no sale en absoluto de reglas de conocimientos positivos, de conocimientos gramaticales, de experiencias.
El poeta no es un indi viduo que ha
ahorrado conocimientos, que ha hecho su capital de experiencia y en la caja fuerte de su memoria
ha ido metiendo
reglas de métrica,
reglas de acento y que luego invierte su capital en
un poema... no le sale nada. Mejor sabe describir el mundo un ciego (Homero quiere
decir ciego) con sólo que esté inspirado, que ningún geógrafo por muy bien que conozca la situación. Lo que se le
olvidaba a Sócrates preguntarle a
Ion, lo que no supo Ion introducir, en el
Fedro sí está planteado, es que, desde luego los poetas saben más
de las enfermedades que los médicos y de
los viajes y de las guerras que los
marinos: de las enfermedades en su relación con el amor, en su relación con el sufrimiento, en su relación
con el drama, con la an gustia; no por ser militares saben más de la guerra,
pero de los efectos de ésta sobre la
vida sí saben más, y ese mayor saber no procede de un saber positivo, es decir, de un aprendizaje
directo.
Así es como
Platón trata de agarrar en alguna forma el arte y el amor e
introducirlos en su racionalismo
absoluto, pero no le caben. A veces los
concilia, por ejemplo en La República (401 A, 402D), dice:
Es necesario buscar
a aquellos que son capaces de rastrear la na turaleza de lo Bello y de la
conveniencia, con el fin de que los
jóvenes estén rodeados por todas partes de hermosas obras, sólo estén sometidos a influencias bienhechoras en
todo aquello que llega a su vista y a su
oído, como si habitaran una región sana,
donde sopla una brisa proveniente de comarcas felices que trae la
33
salud, y que se vean así conducidos desde la infancia, sin
notarlo, hacia la semejanza, el amor
y el acuerdo de la bella razón.
En otras
oportunidades se opone el arte -simulacro, mito- a
la verdad -ser, logos.
Es evidente que desde Platón se anuncia la dificultad de introdu' cir en una teoría racionalista el problema del amor y del arte, pero Platón tiene, sin embargo, la soltura -que tanto
admiraba en él Nietzsche- de hacer un
elogio de la locura. Su racionalismo no es tan
dogmático como para no introducir un elogio de la locura cuando le
toca, cuando se ve ante la coacción de explicar entonces qué es
el amor: ¿solamente un delirio? Pero ¿y
cómo sería la vida sin ese delirio? En
ese punto Freud, en Introducción al narcisismo, también dice que el amor es un delirio, sólo que él sigue por
otro lado, ya veremos, pero él también
piensa lo mismo.
Si nosotros ponemos una posición como la de Platón y nos vamos a dirigir desde
esa posición al problema del arte, el camino que vamos a seguir es el desarrollo del tema del racionalismo
y del arte, las dificul' tades del
racionalismo para dar cuenta del fenómeno artístico. Esas dificultades introdujeron la crisis del racionalismo no solamente
para dar cuenta del fenómeno artístico
sino del fenómeno humano en ge
neral. La gran reacción contra el racionalismo ocurre cuando éste
se encuentra en la cima (es decir Kant),
entonces viene la reacción en Alemania
contra el racionalismo kantiano, viene el romanticismo ale- mán. Romanticismo es sobre todo eso: una
reacción contra el racionalismo que
quiere dar cuenta de todo; en Inglaterra contra el materialismo y el sensualismo inglés, en
Francia contra el racionalismo francés
(el enciclopedismo), en Alemania, contra el racionalismo ale mán (y todos los
románticos conocen a Kant y viven en un debate con Kant, de amor y de protesta); el romántico
protesta porque se trata de reducir al
hombre a la razón y queda por fuera el amor, los sueños, la infancia. El racionalista clásico reducía
todo eso a la noción de cues tiones marginales; las creencias las consideraba
como superstición, la religión como
superstición, el arte no lograba hacerlo entrar en las fórmulas demostrativas.
Con Spinoza ocurre que él cree que las pasiones son solubles a la razón, que se pueden disolver las
pasiones tristes por medio de la ra zón y eso es muy dudoso; entre las razones
tristes él introduce, por ejemplo, la
esperanza, la ira, el remordimiento, y cree que son solubles
34
a la razón,
tiene una confianza extraordinaria en la razón. Es en
los lugares donde
hubo un gran movimiento racionalista donde surge un gran movimiento romántico. Es muy pobre el romanticismo
español, porque en España no hubo nunca
un gran racionalismo, lo que
hubo fue la Inquisición, es decir, curas
y militares, allá Galileo entró tardía-
mente y Darwin tuvo que hacer cola hasta la muerte de Franco. Cuando no
hay racionalismo, cuando no hay filosofía
de las luces, cuando no hay un desarrollo
científico, no hay una reacción romántica. Llama mos por ejemplo
romántico a cualquiera que es un sentimental, que hable de su amada, que cuando coja la pluma se le suelte un lagrimón (como dice un tango), entonces decimos que
es romántico, pero eso no es un
romántico; romántico es quien reclama
los derechos del sue ño, de la
infancia, de lo no reductible a la razón como constitutivo del ser
humano, contra un racionalismo que no lo tiene en cuenta, o los derechos de la intuición y de la inspiración
contra el entendimiento analítico. Vamos
a ver desde una formulación más fuerte en el
racionalismo, cómo podemos plantear el problema del arte, ya que nos vamos a ocupar de él principalmente de la
estética y, en particular, de la
arquitectura.
35
II
El proceso del conocimiento
La doctrina del conocimiento de Platón quedó expuesta de una manera muy
incompleta en el capítulo anterior, en el cual vimos prin- cipalmente l
a teoría de la ignorancia. Uno de los momentos en que se encuentra esta exposición de la teoría del conocimiento de una ma nera más desarrollada, aunque en una forma
simbólica, mitológica, es en el libro
VII de La República -es supremamente agradable y bien escrito según la costumbre de Platón que es
uno de los máximos escri tores de la antigüedad-; allí Platón produce un texto
alegórico, el denominado mito de la
caverna, muy conocido. Voy a comentarles un
poco la manera como ese mito lleva más lejos las ideas que les
había comentado de la doctrina de la
ignorancia. Resumo rápidamente la
situación que Platón construye:
Invita a Glaucón a que considere la situación de unos hombres que viven en el fondo de una caverna donde no llega la luz y que desde su infancia están allí atados y
situados de tal manera que sólo pueden
ver una pared que tienen ante sí, en la cual se proyectan las sombras por un fuego que hay detrás de ellos,
tanto sus sombras como las de aquellos
que pasan entre sus espaldas y el fuego llevando y trayendo cosas y animales de diversa índole.
Debemos
suponer entonces, aceptando rápidamente la circuns tancia un poco curiosa que nos describe de aquellos seres ligados,
que dada su costumbre por el
hecho de que nunca han visto más nada,
tendrán esas sombras por la única realidad existente. Platón
elabora más esto, diciendo que hay
además un eco que produce ese muro y que
les hace percibir que los sonidos vienen de donde están esas sombras. Lo que nos interesa ahora es lo que
Platón va a tratar de extraer de allí.
Ese mundo de sombras va a ser -por decirlo así- la metáfora que en este momento vamos a utilizar
para distinguir lo que antes estába mos llamando la opinión. Como toda
metáfora en cierto modo está desajustada
y como decían ya desde la antigüedad, no hay ninguna metáfora que no cojee, por una parte
enriquece e insinúa, sugiere
36
más que la
expresión directa y por otra, es desajustada. Pero lo que nos interesa de esta metáfora es
que nos da la opinión como condicio- nada,
en primer lugar, en una forma que podríamos llamar como cier to tipo de esclavitud: los seres ligados, prisioneros.
En general Platón es supremamente
libre cuando emplea el concepto de la esclavitud en un sentido muy particular y muy poco
descriptivo en forma directa de un
fenómeno, por ejemplo de relaciones sociales de trabajo; cualquier forma de compulsión, de precipitación, así
sea en relación con el tiempo, él suele
denominarlo esclavitud.
En el Teeteto
sostiene que los filósofos son libres porque tienen tiempo, los
científicos también son libres porque tienen tiempo, es decir, que son individuos que pueden declarar que están pensando o investigando
algo sin conocer todavía cuál es el resultado; sin haber allegado
la verdad y su demostración pueden sostenerse en la bús queda del conocimiento; en cambio, podemos decir que no
tienen tiempo los abogados, los
cuales tienen que juzgar en determinado
momento, fallar inocencia o culpa y si no existen pruebas
suficientes, declarar inocencia; tampoco
tienen tiempo del conocimiento los re yes, que continuamente deben decidir de
toda índole de asuntos. Platón llama
esclavos a abogados, reyes y gentes así que carecen de tiempo, es decir, de libertad para pensat
Desde ahora es bueno saber que hay una relación del tiempo con el conocimiento, aunque Platón
exagera un poco seguramente porque ve a aquellos
que tienen el tiempo sobre sí como esclavos; pero, desde luego, una ciencia declara su ignorancia
mientras llega a un saber efectivo.
Nadie va a decir: HBueno, usted dentro de seis meses me dice cuál es el origen del cáncer
”; esta determinación no se le puede imponer a alguien
en filosofía, ni tampoco en un proceso de investiga ción creadora de cualquier
tipo; HE1 examen me lo presenta a tal fecha
y con la investigación terminada sobre el tema”, es una
determinación en el orden del
conocimiento con un criterio esclavista, uSi no, su nota es cero”; no tiene derecho a decir:
“Empecé la investigación y no he llegado
a ninguna conclusión definitiva hasta ahora”. Desde luego en Grecia no existía eso; Grecia tenía bastantes
más filósofos y mejores que nosotros,
pero en Grecia nadie sacó nunca ni siquiera un 3 en filosofía, ellos lo que hacían era pensar, no
presentar exámenes, eso es otro
problema.
El
tiempo es, pues, algo muy importante en el orden del saber; hay circunstancias objetivas en las que
el hombre no puede tomarse el
37
tiempo, eso es
propio de la política: recordemos, por ejemplo, cuando Lenin
de una manera sagaz y muy inteligente intervino en una
discu sión que arriesgaba a
volverse interminable a propósito de la paz de Brest-Litovsk en el año 1918,
después de la revolución; los ejércitos
alemanes continuaban avanzando sobre Rusia, el ejército
zarista se había derrumbado, la economía
estaba
en crisis y se
había producido un vacío de poder que
permitió a los bolcheviques la
toma de éste casi sin derramamiento de
sangre (la sangre vino después en la guerr
a civil); en esa discusión de la
táctica internacional intervenían varios
dirigentes bolcheviques con posiciones muy diferentes: Trotsky, partidario de no firmar la paz; Bujarin,
partidario de declarar la guerra
revolucionaria hasta el final; Lenin, partidario de firmar la paz en
las condiciones que Alemania estaba
diciendo; de este modo parecía in terminable la discusión y en todas las
votaciones nadie había conse guido una mayoría real en el Comité Central,
entonces, en un momento dado Lenin dio
esta fórmula: “Ninguna de las posiciones que hemos sostenido, firmar la paz, declarar la guerra
revolucionaria, o la inter media de Trotsky, ha tenido victoria; ninguna de
ellas, estamos seguros, que sea un
acierto. Pero hay un error más grave que cualquiera de las tres y es seguir discutiendo: porque mientras
estamos discutiendo los ejércitos
alemanes siguen avanzando. Cualquiera de las cosas que decidamos, es menos grave que seguir discutiendo”.
Es decir, no hay más tiempo, y cuando no
se tiene tiempo el peor error, que Lenin
subraya, es seguir pensando; es el error de muchas prácticas que no son investigación, sino la aplicación de lo
que se sabe aquí y ahora, y donde es el
objeto quien decide el tiempo, no el sujeto de la investigación.
En la existencia social o individual puede haber muchas situacio nes que
exijan decisiones en un plazo... En todo caso, Platón llamaba libre al que no tiene plazo, porque decisiones en un plazo son general mente decisiones
sin demostración, como las jurídicas. Tenemos, pues, la primera
noción de un conocimiento que tiene
tiempo y un conoci miento que tiene
un obstáculo temporal externo, es
decir, un plazo marcado por el objeto de
estudio o marcado por una circunstancia o por una ley; pero también hay, no solamente
problemas de temporali dad externos, sino internos. Lo que Platón va a
plantear a continua ción es lo que ocurriría si uno de ellos -de los hombres
de la caverna- saliera de esa situación,
o sea, de la creencia en las sombras como la
única realidad, situación que está siendo empleada como una metá
38
fora de la opinión, en el sentido que le
daba anteriormente. El mito de la caverna
nos va a permitir enriquecer el concepto de opinión y darle nuevos elementos que eviten emplearlo como un
concepto simple- mente peyorativo. Se
lee en el Libro VII de La República (505C-505D):
Considera la situación de los prisioneros
una vez liberados de las
cadenas y curados de su insensatez. ¿Qué les ocurriría
si volviesen a su estado natural? Indudablemente, cuando alguno de
ellos quedase desligado y se le obligase a levantarse súbitamente,
a torcer el cuello y a caminar y a dirigir la mirada hacia la luz,
haría tod
o esto con dolor, y con el centelleo de la luz se vería imposibi litado de
distinguir los objetos cuyas sombras percibía con ante rioridad. ¿Qué crees
que podría contestar ese hombre si alguien
le dijese que entonces sólo veía bagatelas y que ahora, en cambio, estaba más cerca del ser y de objetos más
verdaderos? Supón ade más que al presentarle a cada uno de los transeúntes, le
obligasen a decir lo que es cada uno de
ellos. ¿No piensas que le alcanzaría
gran dificultad y que juzgaría las cosas vistas anteriormente como más verdaderas que las que ahora se le
muestran?
Este es el primer paso de la reflexión. Platón nos muestra que la primera reacción
de quien fuera desligado de esa situación, en la que siempre había vivido, sería una reacción de
rechazo, de dolor, y nos da la metáfora
del dolor de los ojos; pero decir eso no es más que una indicación metafórica, porque en el fondo el pensamiento de Platón va mucho más allá de toda metáfora
sensible; lo que nos quiere indi car es que el abandono de una concepción, de
una convicción de lo que él llama una
opinión (nosotros podríamos llamarla convicción ideo lógica, dándole un carácter
particular digamos una convicción reli giosa, política o de cualquier
índole), y el abandono de una opinión es
un duelo, por lo menos si era una convicción efectiva. El duelo,
la dificultad de abandonar algo, es un
indicativo de que era una convic ción efectiva, porque cuando es una moda no
hay duelo; también eso es muy frecuente:
que se pone de moda cierto auton se adopta su
jerga, se adoptan algunas de sus frases, se manosea su discurso y luego, cuando pasa de moda, se adopta otro sin duelo
alguno; en este caso no existe una
convicción efectiva, una convicción es otra cosa muy distinta de una moda, es algo a través de lo
cual uno piensa, es algo que se
convierte parcialmente en una forma de nuestra identidad, en la medida en que nosotros no nos
reconoceríamos pensando lo contra
39
rio de lo que pensamos. Hay un duelo profundo
cuando se pone en cuestión una identidad y hay angustia -en el sentido que Freud le da al término es justamente eso-; la angustia es
la alarma porque está en peligro la identidad del yo, a diferencia del
miedo que es cuando está en
peligro la integridad física de uno.
La angustia se presenta cuando uno va descubriendo -progresiva' mente, dolorosamente- que a pesar de
su capacidad sofística, que a pesar de
su capacidad de reinterpretar y enredar la pita, cuando se va imponiendo que lo que pensamos
y sostuvimos durante un tiempo
en el cual nuestra vida se hizo y nuestras luchas se lucieron en relación y
a partir de una determinada convicción, y vamos encontrando
que esa convicción no es sostenible y
vamos teniendo que confesamos
que es falsa, ese cambio no se puede
hacer sin un duelo. Así como hay
un duelo por el amor, hay un duelo por el saber y tienen ambos algo de común, se viven como el hundimiento de un mundo; en el
caso del amor el hundimiento del mundo procede de que el amor es una
clave para interpretarlo, de que
una relación amorosa es una relación privi'
legiada (el otro es un testigo primordial), es una promesa de
transfor' mación, es un tipo de identidad,
de tal manera que la pérdida de una
relación amorosa no es simplemente la pérdida de una persona con creta
sino de todo un mundo de proyectos, de programas que directa o indirectamente estaban relacionados con esa
persona, aunque no sea directamente sino
solamente como testigo, como se ve en las gentes que después de haber perdido a alguien muy
importante, obtienen un triunfo y se
ponen un poco tristes de pensar que ya no está aquél que se habría alegrado, aquél que le habría
interesado que participara de ese
triunfo. En un duelo es el mundo entero el que oscila, pero también eso ocurre en un duelo efectivo por el saber
que se abandona, oscila el mundo entero
porque el saber era una forma de interpretar, distribuir el mundo, producir, darle un sentido,
realizar proyectos, seleccionar
criterios, era una guía, era una brújula en el conjunto de las
circuns' tancias. Eso sí es una
convicción, perderla es una especie de hundi miento del mundo y se necesita el
tiempo para una reconstrucción.
Hay un problema del tiempo del saber, y tiene mucho que ver con el tiempo en general, por
ejemplo, con la edad, con la edad real,
objetiva y biológica tanto
como con la edad sicológica, o con la capa cidad de una persona para
proyectarse de nuevo hacia una vida dife rente. Desde luego, en uno y otro
sentido, es mucho más fácil tratar de
convencer a un joven de algo nuevo que a un individuo de edad y
40
a veces resulta hasta maligno, por ejemplo, tratar de convencer a un sacerdote de sesenta
años, de que Dios no existe, es una cosa que no
solamente es supremamente
difícil sino que tiene algo de perverso,
porque... y entonces: “¿Quién soy yo?, ¿qué he hecho yo?, ¿qué fue mi vida?”, es difícil aceptarlo, pero siempre
existe ese dolor, no siempre es tan
grave, pero siempre lo hay; una convicción es siempre algo más que una ideíta en la cabeza, es una guía de
la vida, es una clave de la organización
del mundo y del propio hacer; de
ella estamos hablando con la metáfora
muy rápida de Platón de un dolor en
los ojos (el que ve la luz estando
adaptado a las tinieblas), pero el dolor puede ser de una especie más grave, de un rechazo.
Mientras más profundamente se haya
mezclado y se haya entreverado en nuestra vida una convic ción de manera ya
indiscriminable de lo que somos, más fuerte será el duelo del saber o del amor, desde luego. Y el
duelo sin embargo es la forma misma de
nuestra evolución; duelos son todos desde el comien zo: el destete, el
nacimiento de un hermanito -el intruso, dicen los psicoanalistas, porque perdemos no el objeto
por muerte, pero sí la posesión de
monopolio frente a la mamá-, luego viene el Edipo, etc.; es por eso que es tan desafiante y tan duro
el ideal racionalista, y por eso no es
más que un ideal. Y aunque este ideal racionalista realmen te está expuesto
por Kant en su contexto, quiero exponérselos desde ahora porque nos ayuda mucho a precisar las
ideas que hemos visto de Platón.
Kant expone los
tres principios del racionalismo en varias partes: se pueden encontrar por ejemplo en La
Lógica al final del capítulo VIII; pero
donde más rápidamente se puede ver es en el parágrafo 40 de la Crítica del juicio; resumo rápidamente:
tres son los principios del
racionalismo, la conclusión a la que condujo en su última cima
Kant, o sea la filosofía de las luces;
esos tres principios son enunciados así:
1. Pensar por sí mismo.
2. Pensar en el lugar del otro. 3. Ser consecuente.
Pensar por sí
mismo no tiene nada que ver, ni quiere aludir, desde luego, a ningún prurito de
originalidad. Significa otra cosa: que el
pensamiento no es delegable, ni en un partido, ni en un Papa, ni
en un comité central, ni en un jefe, ni
en un concilio, ni en nadie, que lo que
alguien piensa es lo que puede demostrar, lo que piensa a partir de sí mismo, lo que tiene razón para pensar,
no lo que dijo alguien que uno ha
idealizado en cuyo caso uno se suma, se adhiere.
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Ese es un
ideal en el sentido kantiano del término; un ideal no tiene nada que ver con una quimera, es lo que dice el mismo Kant: una quimera es algo imposible, un ideal es algo que no es realizable en absoluto, pero que sirve de guía. Por ejemplo, un ideal político puede ser la
igualdad, la reciprocidad; desde luego ninguna
sociedad las lleva, las ha llevado, ni las llevará al absoluto, sin
embargo es un ideal válido en el sentido
de que no todas las sociedades son iguales entre sí con relación a ese punto; hay sociedades
en las cuales la desigual' dad es
monstruosa, hay sociedades esclavistas, hay otras sociedades democráticas donde es menor, puede haber
otras sociedades en las cuales exista
una democracia socialista donde sea todavíá mucho menor, es decir, que aunque la cosa no esté
dada en absoluto, nos sirve para
establecer una tipología y un criterio de valor.
Desde luego, la
reciprocidad es un ideal en las relaciones huma' ñas de amistad que los griegos apreciaban mucho; la ética griega tie ne mucho esa tendencia; a diferencia de la ética cristiana, la ética griega tiende mucho a ser formulada entre iguales;
sus grandes valo- res son la
hospitalidad, la amistad, la reciprocidad, y se puede encon trar formulada esta
ética en Aristóteles, en Epicuro,
etc. Es una ética que podríamos
representar
espacialmente
como horizontal, entre igua les, mientras que la ética cristiana tiende a ser
más bien al contrario, vertical: la
compasión (de arriba a abajo), la caridad (de arriba a abajo), la obediencia, la sumisión, la
paciencia (de abajo a arriba); un cambio
de la orientación de la ética, no ciertamente una superación.
El ideal de
pensar por sí mismo no requiere originalidad; yo pienso por mí mismo
un teorema de la geometría cuando lo
puedo demostrar; cuando sé que es cierto
porque lo dijo Euclides o porque creo que el maestro no está mintiendo, no lo pienso, lo creo, puedo creer en la verdad; en ese caso todo se puede enseñar dogmáticamente,
incluso las matemáticas, no únicamente
la religión. Se puede enseñar que
Mahoma subió al cielo montado en una burra con cabeza de ángel
o un ángel con cuerpo de burra, no lo
sé; pero no sólo eso se enseña
dogmáticamente, también se puede enseñar dogmáticamente cualquier cosa. Las matemáticas muy frecuentemente se
enseñan dogmática mente: se aprende que menos por menos da más, se sabe que es
así y le salen los problemas que hace,
pero no podría exponerlo, no podría
pensarlo... Cualquier materia se puede enseñar y se suele aprender dogmáticamente.
El
segundo ideal, pensar en el lugar del otro, también va a hacer objeto de nuestra reflexión porque
es uno de los grandes esfuerzos de
42
la antropología, en el
sentido que le damos ahora: el estudio de socie dades muy
diferentes a las nuestras, pero precisamente pensando en el lugar del otro, tratando de entender y no simplemente de verlos como extraños; eso es necesario incluso para el lenguaje, uno tiene
que ponerse a ver qué puede entender
del otro, o cómo puede enten der el
otro lo que yo estoy diciendo si quiero entrar realmente en comunicación. No pensar en el lugar del otro
generaría prácticamen te una paranoia que se caracteriza por un tipo de
discurso que habla desde la evidencia
(se parece mucho a ciertos discursos religiosos y políticos por lo demás); el paranoico habla
de tal manera que no ad mite ninguna objeción, el que no esté de acuerdo con
él, o es nulo - no entiende nada- o es
un enemigo y está entre los perseguidores de
él, no es que haya un desacuerdo porque sea dudoso lo que él está diciendo, él está hablando desde la
evidencia.
Uno ve el paranoico en vivo (los estudios sicoanalíticos en ese sentido son muy interesantes para acercarse al lenguaje de la para noia por ejemplo),
cuando alguien tiene unos celos delirantes, lo que es muy frecuente, todo lo que sucede le
demuestra su tesis: su tesis es que su
mujer está enamorada, generalmente de
un amigo, entonces tiene otro amigo -la
más de las veces un esquizoide que acepta todo y hacen buena combinación- y este amigo le
explica: “¿Viste cómo se cogieron la
mano y se la dejaron un ratico?”; o si no ocurrió eso, le dice al amigo: “¿Te fijaste?, no se miraron
en toda la noche, para despistarme a mí
como si yo fuera...”; va delirando su problema y pase lo que pase demuestra su tesis, sea porque lo
salude, sea porque no lo salude. Y si el
otro objeta: “Bueno pero, a mí no me parece...”; “Ah, es que tú no conoces a las mujeres”... Y si
sigue objetando el amigo, entonces se
calla y piensa que es cómplice de ellos y que lo mandaron a tratar de despistarlo, no hay nada que
hacei; esa es una de las figu ras en las que la fe se ve más al desnudo con
todas sus maniobras.
Ahora, pensar en
el lugar del otro es lo contrario de eso, es pensar en qué medida el otro podría tener
razón, hacer la discusión filosófi camente noble, esto lo proponen dos
de los grandes racionalistas y lo llevan
hasta sus últimas consecuencias Platón y Kant: quiere decir que cuando el otro sostenga una tesis, en
lugar de ponerle zancadillas
parlamentarias para tratar de refutarlo, en lugar de aprovecharse
de que dio un mal ejemplo para hacerlo
quedar en ridículo, hacer todo lo
contrario, tratar de buscar en qué medida esa tesis puede ser cierta y qué se puede ver desde ese punto de vista,
tratando de buscar todo
43
lo que de verdad pueda haber en ella, incluso de mejorar su exposi ción si se equivoca exponiéndola, de mejorar sus ejemplos si no están muy
adecuados; esto sobre la base de que la filosofía, como decía Platón, es lo contrario del comercio,
porque en el comercio cuando uno de los
dos gana mucho el otro pierde, y en la filosofía ocurre lo contrario, en ésta el que pierde gana:
estaba
en un error y encontró una verdad, es
una ganancia neta, puede ser dolorosa pero es una ganancia. Así la practica Kant con gran
soltura en su Crítica de la razón pura;
él no hace una discusión con Hume, que es a quien se refiere en gran parte de su discusión contra
el escepticismo, a base de zancadillas y
de ridiculizaciones y citando los peores ejemplos de Hume, sino todo lo contrario, tratando de decir lo
mejor desde ese punto de vista.
Ese es el criterio de pensar en el lugar del
otro, como ejemplo planteado en
filosofía. Ahora, planteado en antropología es
el criterio
que más nos salva del provincialismo, de la mentalidad parroquial. La mentalidad parroquial, la de
los hombres de parro- quia
es la que considera natural y válido únicamente lo que se hace donde él vive y de donde él es, la persona que le
produce carcajadas, que considera ridículo y grotesco todo lo que se
hace fuera de su municipio, la manera como se visten, la manera
como actúan, las cosas que creen
y en cambio, le parece perfectamente
natural lo que en su municipio se hace. La antropología es la lucha contra el espíritu provinciano, es el intento
de pensar en el lugar del otro cuando el
otro es la humanidad más lejana. De la misma
manera que el psicoanálisis es un intento de pensar en el lugar del otro, cuando el otro está en una situación
más lejana, por ejemplo: la locura; así
Freud, cuando escribe por primera vez sobre una pa ranoia, el caso Schreber,
termina con gran elegancia su escrito
diciendo: UE1 futuro dirá si el delirio del doctor Schreber es tan verdadero como yo creo, o si más bien mi
teoría es más delirante de lo que yo
quisiera”, pero el hecho es que su lectura del texto de Schreber es una búsqueda de lo que allí hay
de verdad, a pesar de la forma delirante
de la exposición y por lo tanto de romper la
soledad fatal, que consiste casi que en la definición misma de la locura: una palabra que aunque expresa la
verdad de un ser, es incapaz de
encontrar el reconocimiento de un destinatario.
El
tercer principio de racionalidad es ser consecuente, que quiere
decir
prácticamente lo contrario de ser terco, quiere decir que si
44
nosotros
sosteníamos una tesis y el examen de esa tesis, de sus conse cuencias necesarias, nos lleva a la conclusión de que es
falsa, debe mos revisar la tesis de la que partíamos aunque haya sido
muy impor tante para nosotros. Para ser consecuentes hay que estar dispuestos
al duelo. Si llego en un examen de otros
pensamientos, en un intento de revisión,
en la aceptación de una crítica que parece racional a encon trar que mi
posición estaba errada, debo ser consecuente con ello, no con mi posición como suele creerse.
Ser consecuente es ser consecuente con la lógica, lo otro es ser terco. Existen situaciones -como los ejemplos que daba- en que
es más difícil que en otras; hay
circunstancias en que nos sentimos prác ticamente traidores de los seres
amados, de nuestros padres, de lo que
nos dijeron por amor y por nuestro bien y que, sin embargo, desgracia
damente, era falso, bien intencionado, pero falso; es terrible, a veces no solamente por el dolor que nos causa sino
por el dolor que les causa a los seres
que amamos. Ser consecuente no es ningún paseo delicioso y es, sin embargo, un principio de la
racionalidad.
El otro
problema es la mutación que Platón supone que va a ocu rrir cuando
el personaje sale de la caverna. Supongamos que ya salió, que ya se acostumbró a la luz del sol, que ya se pasea por entre
los árboles y las gentes y
entonces medita en lo que era y en lo que pasaba antes:
¿Y te parece que llegaría a desear los honores, las alabanzas o las recompensas
que se concedían en la caverna a los que demostra ban más agudeza al contemplar las sombras que pasaban y acor darse con más
certidumbre del orden que ocupaban, circunstan cia más propicia que
ninguna otra para la profecía del futuro?
¿Podría sentir envidia de los que recibiesen esos honores o disfru
tasen de ese poder, o experimentaría más que nada "ser labriego al servicio de otro hombre sin bienes” o
sufrir cualquier otra vici situd que sobrellevar la vida de aquéllos en un
mundo de mera opinión?
Esa segunda
consecuencia es el derrumbe de los valores que esta ban necesariamente coordinados con la doctrina
abandonada o con la convicción
abandonada y que funcionaban como indicadores y como aspiraciones. Desde luego que si el
hombre ya dejó de creer en Dios y se
salió del seminario, la aspiración a
ser arzobispo ya no es muy gran de. Es decir, toda convicción produce
sus valores, sus jerarquías, sus
indicadores y ellos se hunden al perderla. La cita de Homero es un
45
poco curiosa
(está en La Odisea), allí alude a la valoración tan alta que tiene Platón del saber, y que en La Odisea funciona como
una valoración de la vida; esa cita
corresponde al momento en que Ulises va
al Hades (al reino de los muertos), se encuentra con Aquiles y entonces le pregunta si en el reino de los
muertos también tiene una situación tan
destacada como la que tuvo en vida, a lo cual Aquiles da una respuesta que es típica de la visión
griega del mundo (mucha gente la cita
por eso), dice:
En el reino de
los muertos no tiene ninguna importancia tener una posición
destacada: es mucho mejor ser esclavo de un cam- pesino pobre y
estar vivo que ser el rey del reino de los muertos. Representa la
valoración tan alta de la vida que tenían los griegos
que nunca
imaginaron que la vida fuera un valle de lágrimas y que la verdadera vida comenzara después de
la muerte. Esa formulación, de las más
duras de La Odisea, es aplicada por Platón al saber: ser rey de la opinión, de un mundo de opiniones, así sea
Papa por ejemplo, es muy inferior a ser
un principiante en cualquier conocimiento efecti vo. Veamos cómo Platón sigue
sacando consecuencias de su mito:
Supón también que tenga que disputar otra vez con los que con tinúan en
la
prisión, dando a conocer su
parecer sobre las sombras en el momento en que aún mantiene su cortedad
de vista y no ha llegado a alcanzar la
plenitud de la visión. Desde luego, será cor to el tiempo de habituación a su
nuevo estado, pero ¿no movería a risa y
no obligaría a decir que, precisamente por haber salido fue ra de la caverna
había perdido la vista, y que, por tanto, no con venía intentar esa subida? ¿No
procederían a darle muerte, si pu diesen cogerle en sus manos y matarle, al
que intentase desatarles y obligarles a
la ascensión?
Aquí no vemos ya solamente la ignorancia como carencia, ni si quiera como llenura, sino en una posición de combate, están dispues tos a matarle, están dispuestos a defender su posición,
esa posición está ligada a una forma de
vida, no es simplemente una cuestión
que esté allí dentro de la cabeza y que
se pueda cambiar y seguir lo mismo,
posición que es doloroso dejarla por el colectivo, no solamente por
el investigador. El combate en que entra
el hombre que salió de la caver na es el combate contra unas convicciones que
funcionan como for mas de comunicación, que están en el lenguaje mismo, en las
con
46
ductas que están encamadas en formas de vida;
no estamos pensando en errores
dentro de la cabeza, sino en errores encamados que tienen efectos específicos. Resulta muy
interesante y agradable, comparar el
mito de la caverna con el capítulo del Zaratkustra de Nietzsche:
“El camino del Creador”.
Si nosotros consideramos las convicciones como estructuras y for mas de vida, si no pensamos, por
ejemplo, que el machismo es una idea que
un señor tiene en
su cabeza, sino que es un efecto de la familia patriarcal, de un tipo de organización, de un tipo de relaciones humanas, de una
forma de propiedad, etc.; si pensamos que una
idea sobre
los niños no solamente es
equivocada, sino que es eficaz sobre los
niños, es decir, que no solamente yerra sobre el objeto sino que modifica el objeto, si en lugar de promover
su creatividad, nosotros los tratamos
como idiotas encantadores que deben llegar a ser obedien tes, eso va a ser
determinante de su carácter. Debemos comprender
que no se trata del error en una concepción idealista, sino que tene
mos que dar un paso más allá de Platón -que desde luego es un idea lista- y
formular el error encamado, a lo cual él a veces se acerca mucho, no en su doctrina fundamental pero sí
en sus exposiciones, lo mismo que Hegel.
Ahora bien,
aquí hay varios problemas, hay un problema del tiem po
del conocimiento en un nuevo sentido: no se puede aprender algu na cosa en cualquier tiempo. El conocimiento tiene un tiempo...
algunos piensan que el amor no lo tiene -no voy a entrar en esa discusión-, esos son los
partidarios de la teoría del flechazo. Dejemos eso a un lado, pero, en todo caso, en el
conocimiento no vale el flechazo, sus
partidarios más bien son religiosos, los partidarios del flechazo del conocimiento lo son de la revelación, de la
inspiración; en cambio, la idea del racionalismo es que en el conocimiento
no hay flechazo, hay proceso. También un
tipo de amor es un proceso: una idealización de
un objeto se puede dar más o menos de inmediato, pero un amor en un sentido de que haya una relación
particularmente íntima, un len guaje que haya encontrado valores comunes en un
largo diálogo des pejando los equívocos, un objeto que haya llegado a ser
efectivamente irreemplazable como
compañero, testigo, colaborador de una empresa
común, no se produce como flechazo, desde luego. Pues en el conoci
miento tampoco: es necesario un tiempo, porque para encontrar una doctrina que tenga algo nuevo para uno, se
necesita que en nosotros se produzca el
proceso de descomposición de lo que la excluía.
47
Platón al comienzo de El banquete, cuando uno de los asistentes a la reunión (Agatón) desea hacerse
cerca de Sócrates, creyendo que la
proximidad le puede ayudar a entender las cosas de que habla, hace decir a Sócrates lo siguiente:
¡Ojalá Agatón,
que la sabiduría fuese una cosa que pudiese pasar de un espíritu a otro, cuando dos
hombres están en contacto, como corre el
agua por medio de una mecha de lana, de una copa llena a una vacía!
Alude al conocimiento en el sentido de que no es suficiente oírlo decir, lo que puede ser importante porque inicie un proceso, produzca un efecto,
siendo lo verdaderamente importante el proceso. Lacan dice que la verdad no es lo mismo que la realidad, porque la realidad es algo a lo que uno puede adaptarse, mientras que uno no se puede adaptar a la verdad. La verdad transforma nuestro pensamiento o es reprimida, pero
a una verdad nueva no se le
puede abrir campito en medio del conjunto de convicciones y
dejarla allí, en un rinconcito, porque
la verdad es contaminadora, por todas partes empieza a echar retoños, a tocar otras cosas que se creían
verdad y que no resultan compatibles. A
la verdad no se adapta una persona: se deja transfor mar por ella o la
reprime. La manera más común de reprimirla es redu ciéndola a un conjunto de
afirmaciones que se declaran ciertas pero
sin extraerle las consecuencias.
Regresando al mito de
la caverna, el fenómeno que analiza Platón
es que el hombre que ha salido a la luz sería rechazado, e
incluso sus antiguos compañeros
lo podrían matar, esto puede ser o no una alu sión a Sócrates como dicen los
comentaristas, lo cual no tiene mayor
importancia, lo que interesa comprender realmente es que el rechazo se produce porque una doctrina está inscrita
en una concepción, lo cual se demuestra
de muchas maneras.
Por una parte,
la doctrina misma puede ser halagüeña -decía
Freud-
para el narcisismo humano. Hay un texto suyo, corto y muy
notable, “Una dificultad del psicoanálisis”, donde expone la idea de
cómo el narcisismo humano tan extraordinario ha recibido
últimamente algunos golpes difíciles de
encajar, como por ejemplo la teoría
heliocéntrica. Hasta el momento en que Copémico la postula, el
hombre estaba cómodamente instalado en
el centro del universo y a su alre dedor giraban el sol, la luna y las
estrellas (en gran parte para su
servicio y adorno), y en el centro del mundo estaba el Papa, desde luego; cuando vinieron a contarle la historia
de que la tierra no era
48
más que una bolita en medio de millones de bolitas y de las más pe- queñitas, que giraba a gran velocidad llevando al Papa
con todo su séquito por allí en una esquina de una galaxia,
esto no era propicio para el narcisismo humano. Y después llegó Darwin a contamos de unos parientes de los que no
queríamos saber nada. Y después Freud
con su inconsciente: que si nosotros creíamos que era por
decisiones razonables que se movía toda
nuestra conducta y que si nos enamorá bamos de alguien era por sus cualidades
objetivas, ahora no, pues el
inconsciente nos hace hacer una cantidad de cosas que no son nada razonables. Todos esos descubrimientos
molestan nuestro narcisismo, vienen a
perturbar. El conocimiento, el pensamiento es esencialmente perturbador y si no es perturbador entonces
está siendo amansado, banalizado o
reprimido.
Ese es, pues, otro problema que introduce con
mucha fuerza Pla tón: el tiempo del
conocimiento. Es necesario un tiempo para que en nosotros toda la estructura que se opone a que ingrese
una idea que no es compatible con
nuestros criterios anteriores se desajuste; por lo tanto, no se le puede
exigir a nadie que aprenda algo en cualquier
tiempo, cada cual tiene un
determinado grado de incompatibilidad
con algo nuevo, que puede ser
muy poco o mucho y no depende de lo que
llamamos talento. Sobre la
imposibilidad de pensar los
obstáculos y dificultades del conocimiento se han montado equivocaciones
muy graves. Como resulta difícil y
exigente examinar los problemas de la
represión, los problen\as de incompatibilidad de estructuras y
todos los verdaderos problemas, entonces
inventamos una facultad para no tener
que buscar una explicación; esa facultad la llamamos “inteli gencia”. Algo tan
desubicado como si en lugar de tratar de explicar por qué un individuo tiene tan buena
disposición para caminar, es decir, cómo
le gusta el aire libre, cómo está bien alimentado, cómo respira muy bien y demás, y otro no tiene
buena disposición para cami nar, por desnutrición, por histeria (porque tiene,
por ejemplo, agora fobia), entonces dijéramos: “No, lo que pasa es que el uno
tiene mu cha caminancia y el otro tiene poca caminancia”; más o menos eso hacemos afirmando que tiene mucha
inteligencia o tiene poca inteli gencia; en lugar de estudiar procesos,
dificultades, ponemos una fa cultad que cuantificamos y que es más o menos
mítica como la caminancia convertimos un
conjunto de haceres y de posibilidades y
dificultades en una esencia, que desde luego es inventada.
49
Ahora bien, lo que verdaderamente ocurre en el proceso del co nocimiento es que éste es una conquista personal y por esa razón tam bién su acceso y la enseñanza tienen que ser inevitablemente
personalizados en un proceso;
de otro modo, la comunicación de un
saber como resultado, la despersonalización del pensamiento
es tam bién su negación, su destrucción, su militarización por medio de prue bas, exámenes y la imposición de un
tiempo despersonalizado. El
saber
tiene que ser personalizado porque cada
cual tiene su grado de in compatibilidad, la diferencia de su proceso, la distancia caracte- rológica, sicológica, que procede del
fondo de su infancia, que prece de sus posiciones actuales, sus relaciones
actuales, etc., no se puede poner a
marchar a la gente sacando la patica al mismo tiempo todas las veces; eso está bien en el ejército, en
la educación no tiene nada que hacer,
mientras más personalizada sea mejor.
Esto es una
manera de completar un poco lo que Platón nos dice sobre
el conocimiento. Termino por un punto en el cual la comunica ción con el proceso
del acceso a un arte determinado y en general al arte, está muy próximo al proceso del saber; en el acceso al arte
sí que hay un tiempo propio, sí que hay un rasgo propio, allí sí que es
menos militarizable el proceso.
Esto era lo que quería decir de Platón y de
cómo su posición, que en cierto modo resume algunas posiciones
grie gas, nos prepara para tener una visión de la relación entre filosofía
y arte. En seguida vamos a tomar una vía
supremamente diferente, para replantear
el asunto del arte, parece ser un corte muy grande, espero que los vínculos aparezcan claros un poco más
adelante.
50
Ili
El arte en las sociedades primitivas
Vamos a abordar el arte primitivo para hacemos una idea del arte como tal
y nos desprendamos un poco de todo paralelo con la ciencia. El arte es mucho más
primordial. Tendremos en cuenta un capítulo de
Antropología estructural de Lévi-Strauss, “Arte”; también un
capítulo del mismo autor que se llama
“Caduveo”, capítulo XX de Tristes trópicos,
donde se refiere exactamente al mismo tema y a las mismas pinturas con más detenimiento que en Antropología
estructural y dando ciertas hipótesis un
poco más audaces que no vincula en éste.
lodo el mundo cuando ojea cualquier historia del
arte, en cual' quier forma que sea, se encuentra con la pintura de las cavernas: Altamira, cavernas francesas, hay muchas
obras, muchos comentarios, cavernas que
pueden tener en algunos sitios cuarenta mil años y en otros sesenta mil (en Europa); Tassili en
Africa, es muy antigua, es una caverna
en el Sahara cuando éste era un valle fértil, de manera que de eso hace rato.
Es
interesante tener primero esta consideración sobre el arte:
en él hay un
desarrollo muy desigual y
nosotros debemos tener allí -co mo en otras ciertas cosas, pero tal vez más que en otras cosas- una
gran desconfianza con la idea de progreso. En general,
la idea del progreso es problemática,
aunque Marx la denunció como una
idea típicamente burguesa, después
curiosamente en el marxismo se reincorporó, se olvidó a Marx y los marxistas
se volvieron más progre sistas que nadie, pero realmente lo que pasa
con el progreso es que es muy desigual,
es decir, hay algunos aspectos de la vida humana en que es
inequívoco: un progreso relativamente acumulativo y aunque es desigual en el ritmo, no es dudoso,
por ejemplo, en técnica; digo que es
desigual en el ritmo, en el sentido que puede haber civilizacio nes enteras en
las que haya muy poca modificación: la Edad Media en las técnicas de navegación, del siglo V al
XII en las técnicas de producción, de
siembra, y hay civilizaciones en las que puede haber una especie de revolución permanente en las
técnicas, como en el capitalismo, del
cual decía Marx que era un acelerador histórico. En
51
el capitalismo todo cambia en términos de una generación, de una guerra a otra,
aunque no pasen sino
veinte años ya existe otra cosa, en
cambio, las guerras del siglo X se
hacían con los mismos instrumentos con
los que se habían hecho las de hacía
diez siglos: con caballos, con arcos,
con flechas, no había llegado la pólvora y entonces eran más o menos parecidas a las de la época de Julio
César. Ahora, en veinte años cambió todo
y en una nueva guerra ya no se cambiaría todo, sino que se acabaría todo.
Hay, pues, un
desarrollo de la técnica, desigual pero inequívoco. El criterio técnico no se puede aplicar al arte, eso es algo que hay
que tener muy claro ante todo. Nuestra
civilización que es una civiliza- ción
de artefactos y de aspiración a artefactos
se deja hipnotizar muy frecuentemente
por la mirada técnica y la idea -propia de la publici dad- de lo nuevo como necesariamente
superior a lo anterior. En una marca de automóviles es muy
probablemente cierto, que un Ford del 84
sea mejor que uno del 14, que corra
más, etc.; también en un avioncito de
los de ahora, un Concorde con relación a uno de los de hace veinte o cuarenta años. Pero con el arte
no se puede comparar así. Si la marina
norteamericana se compara con la marina de la antigua Grecia -la de la batalla de Salamina-, pues
nos da risa la marina griega; cualquier lancha
norteamericana acabaría con todo eso inme diatamente; pero si comparamos la
poesía norteamericana con la poe sía griega, no es exactamente lo mismo.
Nosotros vamos a hablar del arte de civilizaciones
que tienen un desarrollo
técnico bajísimo; sin embargo, ustedes pueden ver la mara villa del realismo, la capacidad de representación
del movimiento y el volumen en las
cavernas, con una civilización de técnica neolítica;
piedra apenas desbrozada, hacha de piedra, los primeros
arcos y fuego con los dos palitos. Vamos
por partes: yo no estoy despreciando
tampo co esa técnica; digo que, naturalmente desde el punto de vista prác tico es bajísima con relación
a la nuestra; desde otro punto de vista, la idea de los dos palitos y el otro que se
frota es genial, porque no es copiada de
la naturaleza; el arco también es genial porque tiene que ser hecho todo al tiempo, no se puede hacer
por partes e irlo evolucio nando poco a poco, es un lampo di genio dicen los
italianos; si uno considera un hacha de
piedra, puede pensar que tenga bastones con
los cuales se dan y se descalabran entre sí y también piedras y
después se les ocurra unir la piedra y
el bastón y mejorar hasta el hacha, pero
el arco es genial.
52
No hay por qué despreciar la capacidad intelectual que está de trás de esos
progresos técnicos, pero, desde luego, la evolución técni ca es otro problema.
Ahora, con la evolución artística todo es muy
diferente, si ustedes ven Altamira con detenimiento, esas obras
difie ren muy poco en calidad de los mejores dibujantes nuestros:
Lautrec, Picasso..., no le apliquemos
una temporalidad al arte que pertenece a
la técnica, no creamos en ese evolucionismo lineal de todo y, por
lo tanto, tampoco la idea de arte
primitivo es muy adecuada, aunque así
hemos titulado el tema, porque así se habla en general, el arte
mismo no es tan primitivo, este arte más
bien sería bueno llamarlo originario o
de algún modo que no implicara ningún peyorativo ni ningún evolu cionismo
implícito.
Vamos a ver
que es de suyo bien complejo intelectualmente y por sus funciones, vamos a ver que el
arte no se puede tratar en el sentido que nosotros a veces solemos, por el narcisismo que suele
tener una civilización de mirar por encima a las anteriores como
balbuceos inci pientes de aquello que ella ya conoce divinamente; nosotros
nos va mos a encontr
ar que muchas civilizaciones de las que
denominamos primitivas tienen
aspectos en que son mucho más evolucionadas que
la nuestra, y especialmente uno del que la nuestra ha hecho una in
volución, incluso con relación a la Edad Media: la creatividad artística del pueblo, es decir, el arte, no
como el producto de una determinada
especialización de un grupo más o menos de élite, de un gremio más o menos especializado, sino el
arte como producto general de la
sociedad. El arte como, por ejemplo, el romancero español o los romanceros servios y rusos, el arte como la
música que hacía el pueblo y que ya no
hace sino que consume, pero que es distinto: ahora la música se la hace Lucho Bermúdez o empacan y
mandan la salsa de Nueva York para que
aquí la bailen.
El arte que
hacía el pueblo, el arte narrativo popular, el
pueblo que
hizo anónimamente los cuentos de hadas, al mismo tiempo tan nuevos, tan lejanos
de la ideología dominante, son de la Edad Media y no son cristianos: nadie está buscando
salvarse en la otra vida,
todo el mundo está buscando casarse con la
princesa en ésta, los animales hablan -son
animistas-, el bosque se llena de problemas, la naturale za se vuelve
encantada -eso no tiene nada que ver con el cristianis mo-; es popular y no
está dominado por la ideología dominante, es
una cosa bellísima, novedosísima y, sin embargo, es anónima, se
riega por todas partes; viejas muecas en
sus casitas, medio brujas, cuentan
53
esas historias a los niños y se van
propagando por todo el mundo, no son
relatos de Perrault ni de los Hermanos Grimm, ellos
son coleccio nistas... Es bellísimo ese arte popular, eso no se hace hoy: por mucho
bachillerato y carrera que haga el hombre resulta incapaz de
contar hasta un paseo y termina diciendo
que fue chévere.
No nos
olvidemos, pues, del problema: nos encontramos con civi lizaciones atrasadísimas en lo tecnológico que no lo son en lo artísti co. Las mujeres esquimales son escultoras y escultoras de gran talla
- las mujeres en general, no una serie de especialistas-, en huesos y en colmillos esculpen y si ustedes observan las reproducciones de la es cultura
encuentran un fenómeno colectivo de
gran arte. Caduveo, aquella tribu perdida por allá en el centro del Brasil, en el Matto Grosso,
en condiciones de vida bastante
lamentables desde el punto de vista
económico, conforma una de las humanidades
más desprovis tas de todo, tiene una división del trabajo en el arte
pero muy particular, los hombres son
escultores y las mujeres pintoras; más particular es su desacuerdo en otro punto y la configuración
de un tema que vamos a traer aquí, la
discusión entre el arte abstracto y el arte representativo; en la sociedad Caduveo las mujeres son
abstractas y los hombres son
representativos, combinan esos dos artes según la diferencia de los sexos. No nos sintamos tan superiores, como
se siente el bachiller cuando oye decir
que Tales de Mileto decía que todo viene del agua, tenga mos en cuenta que hay
civilizaciones -que hubo y hay- que son muy
atrasadas en cuanto al desarrollo técnico y son superiores a
nosotros en cuanto al desarrollo
artístico, me refiero a la creatividad artística de las masas, del pueblo, no a que les den de
consumir sino a que produzcan.
Nosotros tenemos criterios culturales no muy claros,
por ejemplo, los
sociólogos empiezan a ver la cultura de un país y hacen cuentas: consiguen estadísticas sobre el número de periódicos leídos por habi
tante y el número de radios y de televisores, el número de
bachilleres por habitante, de
graduados por habitante, todos los cuales pueden resultar en otro sentido semianalfabetas, sin
tratarlos mal; es decir, que nosotros
encontramos un pésimo empleo del lenguaje narrativo, que es un arte más o menos creador y que
podíamos encontrar en campesinos
nuestros de hace cincuenta años un desarrollo mayor de la capacidad de contar una cacería, de contar
una historia, de la capacidad de hacer
coplas improvisadas, de la capacidad de hacer
sainetes en los diciembres caricaturizando al cura y a los
terratenientes
54
del pueblo y que
en gran medida se ha perdido, incluso en Colombia en los últimos cincuenta años. No veamos el progreso de una forma muy
lineal, ni pensemos que es muy fácil
medir la cultura por criterios de
inversiones
en educación, y cosas parecidas. La cultura tiene mu- cho que ver es con la creatividad, con la posibilidad de crear, con el empleo del lenguaje, no con cuántas veces ha
estado en clase y cuán tos años le ha tocado presentar exámenes, esto no puede
ser del todo secundario ni
insignificante, pero no es lo mismo que la cultura y mucho menos que la cultura artística. Vamos,
entonces, a ver a estos hombres caduveos
sin complejos de superioridad.
El primer problema que plantea Lévi-Strauss es una discusión con el difusionismo -quiero resumir
rápidamente esa discusión y dar la idea
fundamental-; el difusionismo es una
posición o una perversión muy frecuente
entre los historiadores de la religión y del arte, que consiste en creer que allí donde se encuentran dos instituciones,
dos fenómenos o dos elementos
visiblemente similares o muy parecidos,
entonces debe haber existido un contacto cultural, un contacto
histórico, o deben tener un origen común o alguien se lo difundió
a alguien, alguien se lo contó a
alguien. De otra manera, entonces, no se
explicaría que tuvieran águilas y serpientes por México y por Siberia, y por otras partes, y mucho menos esa
combinatoria de águila y serpiente como
elemento artístico.
Lo primero que va a trabajar Lévi-Strauss es un fenómeno que se llama el desdoblamiento de la representación. El desdoblamiento
de la representación es un estilo de dibujo y de pintura
bastante curioso y muy extendido: se
encuentra en Nueva Zelandia, en China antigua
de hace más de tres mil años, en la costa norte norteamericana, en
los caduveos, es decir, se encuentra en
una distancia en el tiempo y en el
espacio que desafía al difusionista y le provoca bastantes dificultades para expresar cómo se produjo el contagio; en
general con el difusionismo se debe
tener mucho cuidado en todos los términos, no
solamente en éstos.
En la
historia de las religiones fue muy frecuente; como era común encontrar en varias partes una misma institución o una institución
parecida, en lugar de tratar de explicar el sentido de esa institución y
cómo una sociedad llega a producir
dioses parecidos o con los mismos
avatares, siempre se pensó que eran
producidos por contacto; desde luego ya
no se piensa eso en la historia de las religiones. Hubert y Mauss en su libro Magia y sacrificio en la
historia de las religiones,
55
encontraron,
por ejemplo, doscientas religiones en las que Dios mue re y resucita,
una de las cuales es el cristianismo, pero con unas nu merosas distancias en el tiempo y en el espacio entre casi todas ellas; claro
que con algunas de éstas es fácil observar que existe un contac to, por ejemplo con la
egipcia porque los judíos estuvieron
en Egipto y allá aprendieron la
circuncisión, los mandamientos están en el Libro de los Muertos, etc., pero encontramos otras entre las cuales no exis tió nada en común y
no hubo contacto. Lo más interesante
de este libro es que muestra que toda
sociedad agraria inicial trata de
interprertar la siembra como muerte, como sacrificio; muerte de
las semillas y sacrificio, porque de
hecho es un sacrificio: no se las comen; y el nacimiento de las cosechas en la
primavera como resurrecció
n y, por lo demás, todos esos
dioses resucitan en la primavera, incluido Cristo, porque la Semana Santa cae siempre en
primavera. Y como son religiones al
mismo tiempo solares, todos esos dioses nacen a finales de diciembre, en el día más corto del año, el
día en que el sol comienza a alargar la
jomada y, según las religiones solares, nace el sol en el hemisferio nórdico. Ante la existencia de
rasgos comunes uno se ima gina que tuvieron que contarse los unos a los otros,
lo cual no es necesario; la estructura
de su trabajo, de la forma de vida, de la con cepción del mundo que se deriva
de esa forma de vida, del descubri miento reciente de la agricultura, es la
que determina esos sentidos.
En términos de
arte, en términos de religión y en muchos otros
campos en realidad el “contacto” no explica; es un hecho
también que muchas sociedades toman
algunos rasgos de otras pero no cuales quiera, toman los rasgos
que se adecúan a la estructura de la socie dad que los recibe, los otros
no los adoptan, hay sociedades que no
podrían recibir determinados rasgos
de un mensaje porque su estruc tura excluye ese mensaje. Es muy difícil,
por ejemplo -como los cris tianos lo han comprobado en varias oportunidades-,
hacer pasar el cristianismo a un país
árabe, aun cuando hayan estado dominados los
pueblos por mucho tiempo como han estado -Egipto como colonia inglesa y Argelia como colonia francesa, a
veces por Siglos, Marruecos-. El
cristianismo necesita la familia monogàmica patriarcal, en una fa milia
poligàmica no tiene nada que hacer, no entra, no cualquier cosa es recibible, no estoy hablando de que sea
bueno o malo o que la Biblia sea mejor o
peor que el Corán (en general yo poco me meto en teología) sino que no es compatible con ciertas
estructuras de una sociedad, y en cambio
en otras sociedades entra por derechas. En
56
nuestro país
se ve que el grado de penetración depende mucho de las estructuras
sociales: en formas que fueron de esclavos y luego de peo nes es muy leve
el grado de penetración, por ejemplo, la preocupación religiosa de los costeños es bastante reducida, en cambio en Antioquia,
con sus parcelas aisladas y
su microdictadura doméstica, entró
de la manera más terrible. Estos
fenómenos dependen mucho de las estructu ras, y así, de una sociedad a otra
puede haber influencias, pero no de
cualquier clase, como de un individuo a otro se comunica, pero lo que encuentra manera de tener funciones es
esa estructura, lo que encuentra manera
de expresar problemas es ese tipo de vida, lo demás no.
No es bueno, como ocurre en ciertas formas de
nacionalismo dog mático
o partidismo dogmático, colocar una frontera que separa nues tro grupo o nuestro
país del extranjero, del malo en general y del
error; de tal manera que lo
malo que ocurre aquí de alguna
parte vino, se infiltró, es el enemigo
que atravesó nuestra frontera, en cambio lo bueno, eso sí es propio; eso es muy típico de los nacionalismos
y los más erizados buscan incluso el
chivo expiatorio más improbable, como
los judíos de Hitler, que explicaban exactamente todos los problemas de
Alemania; ésta es una manera mítica de poner al otro en una dife rencia que no sea de clase para negar las
de clase, es decir, marcando la
diferencia importante entre arios y judíos y haciendo la diferencia entre banqueros y trabajadores completamente
secundaria; así se crea una oposición
fantástica para producir una unidad fantástica: los arios; esto puede ser políticamente muy eficaz, pero
precisamente es bueno también que
aprendamos esto, aunque a veces es un poco doloroso decirlo: no hay relación muy cercana, ni
necesaria, ni en general muy estrecha,
entre eficacia y verdad, hay cuestiones que son muy efica ces siendo
perfectamente míticas, no hay que tener supersticiones al respecto.
Tenemos, pues, que el difusionismo es una explicación por conta gio, por contacto,
a veces nacionalista, a veces partidista. Si hay dife rencias en un grupo que considera la unidad como el valor
máximo, entonces cuando ocurren
errores adjudican a una infiltración de algún
otro, un espía, etc.; ese problema es dañino también en la historia
de la religión y desde luego en la
consideración comparativa del arte. Lo
que Lévi-Strauss nos trata de decir al comenzar a considerar el des
doblamiento de la representación es que no perdamos la orientación esencial de la búsqueda, el qué significa, y
que no la desplacemos
57
como tan frecuentemente se hace, hacia otra
preocupación comple tamente secundaria: de dónde vino; sin embargo, desgraciadamente, es una tendencia frecuentísima que ha
producido mitos.
Platón produjo, por ejemplo, el mito de la Atlántida; bueno, pero él tiene l
a ventaja de que cuando lo hace sabe que es un
mito, la utiliza como una alegoría
para producir un tipo de organización social
que sirva de contraste para criticar la de Atenas, pero otros no
son como Platón, les parece que sus funciones no son alegóricas sino ex
plicativas -¿de dónde procede tal o cual cosa? El lenguaje de la Atlántida. La Atlántida se hundió, entonces
andan buscándola por todos los mares-.
Desde luego tratando de creer que un origen expli ca todo lo que ocurrió, un
origen en un sitio, y eso no explica nada, no
hace más que despistar: la idea de que el lenguaje fue primero en
la Atlántida no explica el origen del
lenguaje, porque tenemos que expli car cómo surgió en la Atlántida; en general
el origen no explica nada, sino más bien
es una manera de desviar la reflexión desde donde debe apoyarse: ¿qué significa, qué funciones
desempeña?, hasta seguir fi nalmente a un problema perfectamente secundario:
¿dónde comenzó? Problema que en todas
las ciencias es perfectamente secundario.
Ustedes ven por
ejemplo que Marx no se pone a explicar el capita lismo arrancando
por dónde comenzó, lo que le
interesa es cómo fun ciona y cuáles
son sus leyes
; la pregunta por lo que pudo haber sido una acumulación
originaria, viene por allá, en el capítulo 24 que es el penúltimo
del primer tomo y no pretende ser explicativa de un sitio donde
comenzó, sino la consideración de cómo
pudieron darse inde pendientemente los
tres elementos necesarios: una población libre de toda dependencia y de toda propiedad (una
fuerza de trabajo que tenga que
venderse), un mercado, y una acumulación de los medios de producción en manos de un grupo, que
producen el capitalismo si se combinan;
es decir, para Marx el origen no es el problema sino que el problema es el funcionamiento y las leyes
que lo rigen; ningún lin güista se ha preocupado hasta ahora por el origen del
lenguaje, hasta ahora están tratando de
ver cómo funciona.
El problema que a nosotros nos va a interesar es qué significa y también cuál es su necesidad, cómo funciona, cómo se relaciona el fenómeno del arte en una sociedad primitiva
-eso nos puede enseñar mucho sobre la
nuestra-, con las otras instancias de la vida social: con la organización de la familia, con la forma
de la producción, con el pensamiento
sobre el universo.
58
Ahora, el arte es primordial, Hólderün dijo:
Lleno está de
méritos el hombre, mas no por ellos sino por la poe sía, hace
de esta tierra su morada.
Por la poesía y por todo lo demás, también por la pintura. Por la
forma como una sociedad Bororo por ejemplo, construye sus habita ciones y la
s organiza, que es algo esencial para su vida, lo
que podría mos llamar su arquitectura, su
planeación, es decir, el arte es primor dial porque el hombre se
posesiona del universo por medios artísticos.
Un mundo no significativo, un mundo desnudo sería inhabitable, un mundo solamente práctico, donde el hombre no
pudiera proyectar sus temores, sus
esperanzas, donde no pudiera calificar las cosas; en cam bio, un mundo
realmente desnudo, de hielo, como es el mundo en que viven los esquimales, sin árboles, sin
nada, está poblado de signi ficación: cuentan con dieciséis palabras para
decir nieve, ocho para decir hielo,
cualquier diferencia la crecen, tienen sus mitos, su ma nera de vivir esa
noche de seis meses en la que incluso cambian hasta los tipos de prohibición. Tienen una manera
de habitar ese mundo convirtiéndolo en
un poema, pintando, esculpiendo, sin lo cual el
mundo no es habitable, tampoco el de la selva del Congo, ninguno.
El esfuerzo
por combinar, oponer y marcar lo cultural y lo
natural se ve
todavía más agudamente emprendido por las sociedades que nosotros creeríamos que están más cerca de la naturaleza que por nosotros. Es más explícita la necesidad de marcar, como por ejemplo se expresa en el tatuaje, que pone
diferencias allí donde la naturaleza no
señala diferencias de sentido. El mundo por el que se pasean los Desarma, una pequeña población en Colombia de
sólo mil habitantes, que no tienen
escritura en el sentido nuestro de representación del lenguaje, que sin embargo tienen su forma de
escribir el mundo, pin tando, marcando en las piedras sus mitos. Esa necesidad
significativa vamos a explorarla y a ver
cómo se inicia en el hombre mismo con el
arte, no hay un momento en que el arte surgió, el hombre mismo se inicia con el arte.
Lévi-Strauss en
el capítulo “Arte” de Antropología estructural, men ciona
a los Caduveo sólo como un ejemplo entre muchos pueblos que
tienen una característica común que va a tratar de interpretar, que es
el desdoblamiento de la representación. Esa forma de
representación desdoblada es como si se
juntaran dos perfiles, o bien, como si se re presentara sobre un objeto de
tres dimensiones por ejemplo, un ani
59
mal: en una
parte, un lado del animal y en otra parte, el otro costado, sólo
el
frente, y luego se abriera; lo curioso es que ellos trabajan sobre
superficies planas o sobre
superficies redondas (cerámicas) y, sin em bargo, probablemente en todos
ellos haya una relación con una super ficie particular, con un objeto
particular como objeto sobre el cual
depositan esa pintura. Vamos a ver el Arte Caduveo que nos propone algunos enigmas. Dice así Lévi-Strauss en el
capítulo XX de Tristes tópicos,
Como observé
entonces, -se refiere al estudio sobre el arte en el otro libro, Antropología estructural-, el arte Caduveo está
marcado por un dualismo: el de los
hombres y las mujeres. Los primeros son
escultores, las segundas pintoras; los primeros se adhieren a un estilo representativo y naturalista a pesar
de las estilizaciones que introducen,
mientras que las segundas se consagran a un arte no representativo. Limitándome ahora a la
consideración de este arte femenino, quisiera
subrayar que el dualismo se prolonga en mu chos planos.
Tenemos pues,
que las mujeres son pintoras y abstractas, los hom bres so
n escultores y figurativos; la abstracción de las mujeres tiene sus excepciones, como se puede
ver estudiando un poco más en detalle los
textos sobre el Caduveo, porque no es una
particularidad que tenga nada que
ver con sus capacidades, sino que es una función, una función artística que desempeñan; ellas también son
escultoras y concretas cuando lo
necesitan, por ejemplo, las muñecas que hacen para los niños son esculturas representativas,
concretas y supremamente bien hechas;
esto por lo demás, es algo muy común, casi todas las tribus primitivas tienen muñecas, y en general
juguetes; el juguete no es nada moderno,
es una función muy originaria como el arte y el cuento.
El párrafo
señalado termina diciendo que el dualismo se prolonga en
muchas direcciones. Me interesa señalar rápidamente algunas de las direcciones en que el análisis de Lévi-Strauss introduce el dualis mo de los Caduveo y en general de las sociedades que
llamamos pri mitivas con algunos rasgos particulares en las sociedades
surame- ricanas. Lévi-Strauss ha hecho
voluminosos estudios sobre las socie dades suramericanas, colombianas,
brasileras, peruanas; los cuatro to mos de Mitológicas se refieren
principalmente a la mitología sura-
mericana. El arte, el mito y las funciones del arte es lo que vamos
a tratar de buscar. ¿Para qué les
sirve?, se pregunta Lévi-Strauss. El dua
60
lismo, las contradicciones, los sistemas de
oposiciones, los sistemas binarios de
los caduveos se pueden formular así:
El estilo
Caduveo nos confronta con toda una serie de compleji
dades. Hay ante todo un dualismo que se proyecta en planos su cesivos como en un salón de espejos enfrentados. Los hombres y las mujeres, pintura y escultura,
representación y abstracción y dentro de
la abstracción geométrica, angulosa y curva. Geome tría y arabesco, el cuello
y la panza.
Alude al hecho de que en la cerámica Caduveo el cuello de las jarras está diseñado y pintado con
estructuras geométricas y la panza en
arabesco, que se introduce porque es una manera
de indicar el pensamiento de que allí
hay una oposición:
Simetría y
asimetr
ía, dentro de lo abstracto mismo está el dibujo simétrico y el asimétrico, línea y
superficie, contorno y motivo, figura y
fondo.
Es, pues, un
arte que a partir de una gran oposición, introduce nuevas oposiciones internas. Así,
una primera oposición, figuración y abstracción, se convierte luego dentro de la abstracción
misma en otras oposiciones: simetría y asimetría, geometría y
arabesco, nuevas oposiciones
dentro de cada una; es un arte que, igual que los mitos y el pensamiento general de los Caduveo (y de
muchos otros pueblos americanos), se
basa en una tendencia hacia un sistema por oposicio nes que se hacen cada vez
más complejas.
Una de las oposiciones más generales que nosotros encontramos por todas partes es la oposición entre
naturaleza y cultura. Esta oposi ción parece remitirse a la
oposición dada en las pinturas, como cultu ra, pintura
abstracta y como naturaleza, pintura figurativa; a veces directamente Lévi-Strauss usa el término “naturalista”.
Tengamos en cuenta que nosotros
estamos un poco influenciados por la inmensa
polémica de este siglo
sobre el arte abstracto y el
arte figurativo; en realidad, el dualismo arte
abstracto-arte figurativo no es nada nuevo,
encontramos que conviven las dos formas en sociedades que eran muy ajenas a nosotros y que no habíamos estudiado
como estamos viendo en los caduveos, o
también existen sociedades que se especializan en una u otra, por lo menos en lo que respecta a
la pintura. Así por ejemplo, los griegos
son figurativos y los árabes son abstractos.
No es
ninguna casualidad que el arte árabe sea un arte abstracto: a los árabes les está prohibida la
representación como también les
61
estuvo a los
judíos -ellos son muy parecidos, aunque se masacren en tre sí, con su circuncisión, con sus artes, con sus prohibiciones ali
menticias-, les estaba prohibido
por la religión la pintura figurativa,
no sólo la pintura de Dios y el hombre, sino cualquier pintura,
porque era considerada una pretensión inaudita de la soberbia de la criatura el tratar de imitar la obra del Creador.
Dieron en esa flor, como dieron los
medievales en la flor de que la ciencia era la pretensión de la soberbia inspirada por el demonio, de
entender la obra del Creador. En general
todas esas ideas no son muy adecuadas para el desarrollo de un arte libre.
Pero los occidentales tenemos en nuestra tradición, que es tanto judaica como árabe y
griega -incluso los griegos vinieron a nosotros a través de
los árabes después de la edad media-, una tradición muy vieja,
simplemente que no la hemos estudiado en ese sentido de dos formas
de arte: uno figurativo y uno
abstracto. Esto aparte de que existen artes que han sido siempre en sí mismos abstractos, no han intentado imitar nada ni representar
nada, sino producir sus significa ciones y sus mensajes sin apelar a la
representación de otra cosa: la
arquitectura, la música y, casi siempre, la danza.
Vamos a seguir
un momento el tema de la oposición entre natura leza
y cultura, la importancia de esa meditación primitiva que desa rrolla Lévi-Strauss
en El pensamiento salvaje. La idea
es que todas las sociedades tienen un fondo de naturaleza y un conjunto de fenóme nos naturales y de problemas naturales que tienen que resolver, que tienen que organizar y no pueden evitar, los cuales
tienen que conver tir en problemas
simbólicos, problemas significativos por cualquier me dio. Recordemos que el hombre es simbólico e
ingresa de manera for zosa en un universo simbólico, universo que en primer
lugar está cons tituido por el lenguaje, que está desarrollado de tal manera
que todos los sujetos que ingresan en él
se tienen que someter a una interpreta ción del mundo que está implícita a una
clasificación del mundo, a una
valoración del mundo, porque el lenguaje no es inocente, cada término no es una simple señal para
distinguir algo, sino que también
incluye una valoración. El ingreso en el lenguaje es un aspecto de
la idea de que el hombre no puede en
realidad someterse a lo natural,
adaptarse a lo natural, realizarse en lo natural, sino pasando por
la mediación de lo simbólico, de una
estructura significativa; lo más natural
de todo para nosotros, está inscrito en normas, en formas nor mativas.
62
Nosotros
podemos considerar que es muy natural el deseo de co> mer por ejemplo, que hace parte del
orden de la necesidad; sin em bargo, no se encuentra ninguna cultura en
la cual el comer no esté complicadamente
normatizado, organizado en series de
oposiciones, en series de prohibiciones
implícitas, aunque no son leyes que prohíban el
deseo. Lo que nosotros llamaríamos
apetito o hambre está dado a través
de las normas, nunca es la cosa en sí. Nosotros vemos po
r ejem plo en ciertas psicosis que el
individuo escapa por completo a toda la
normatividad y en general a todo el universo simbólico y nos produce extrañeza su relación con la comida; para
nosotros es natural que un
individuo le eche azúcar al café con leche y le eche sal a la arepa
con mantequilla, pero si le echa azúcar
a los frijoles y sal al café con leche,
comenzamos a verlo raro; no está prohibido, médicamente no hay nin gún
problema -de todas maneras eso se va a revolver igual, pero hay un problema curiosísimo en que le eche
vinagre a la leche y azúcar a la
ensalada-, nosotros preferiríamos levantamos de la mesa y preguntar quién es el señor; antes que seguir en esa
compañía. Bueno, ¿por qué? Porque vemos
a alguien cuyo deseo no está inscrito en normas, vemos a alguien que no ha interiorizado unas
normas, cuyo deseo no se ejerce a través
de éstas, de un orden simbólico, de un sistema de reglas.
Ese hecho es
tan íntimo en nosotros que hasta llega a parecemos natural, pero no es natural, todo nuestro
ser está marcado por las normas, nuestro
cue
rpo mismo, nuestros deseos, los órganos de nues tros sentidos están todos
marcados por las normas y no más en nosotros
(sociedades tardías, decadentes o civilizadas, como ustedes
prefieran) que en los primitivos. En
éstos a veces de una manera marcadísima,
hay, por ejemplo, entre los sioux diferentes formas de los platos y de
las cucharas para cada tipo de
alimentación, según lo que esa alimentación
significa se come en forma distinta, normas más complicadas que las de la aristocracia francesa, aunque a veces
nosotros nos imaginamos a los primitivos
agarrando la presa cruda y echándole diente.
Ellos, como toda sociedad, tienen esa misma contraposición: lo natural y cómo inscribir lo natural,
porque en todas las sociedades hay un
elemento natural. Lo natural es
universal, es natural que haya una
diferencia entre niños y adolescentes, entre adolescentes y
adultos, entre adultos y viejos, eso no
es de una cultura en particular sino de
todas, pero toda cultura hace ingresar esas diferencias en un orden simbólico y produce rituales a veces
dolorosísimos: formas de circun cisión, formas de pasajes complejísimas, de
mutilación en las mujeres
63
en Africa (la escisión del clítoris y la
fibulación de la vagina la pade cen todavía más de treinta millones
de mujeres).
Todas las
sociedades marcan las diferencias naturales con una sig nificación cultural. Elaboran por ejemplo los ritos del pasaje por me dio de los cuales hacen la mímica de las diferencias de la infancia. En México existen las fiestas de los Katchina y entre los Hopi
hacen máscaras para engañar
a los niños y hacerles creer que han regresado
los antepasados y les han traído un regalo, que son unas tortas pinta das de
rojo que los hace muy felices en determinada época de festival; algo muy parecido a la costumbre
del Papá Noel para hacer creer a los
niños que alguien diferente a
los padres ha traído un regalo y marcar
así, hacer la mímica y la dramática
de una etapa anterior y otra
posterior al conocimiento, y los niños,
aunque
sepan la verdad, más bien tienden a
fingir que creen la historia para que no se les vaya a dañar el regalo; también en los Katchina hay historias muy bellas de algunos de los niños que de pronto descubrieron a la mamá
haciendo las tortas. La gran enseñanza
de la antropología consiste en que nosotros no sola mente hemos
aprendido a ponemos en el lugar del otro (como decía Kant) sino a ser comprensivos, pero no a ser
comprensivos desde arriba y por encima
del hombro sino a aprender de las sociedades diferentes de nosotros; es una particularidad de nuestra
sociedad que no debe mos olvidar; nuestra sociedad aprende, es la primera que
aprende; con todos sus horrores, con
todos sus campos de concentración, con
toda su cuota de explotación, con su terrorífica división del trabajo y mutilación del hombre, también es una
sociedad de una gran apertu ra, es una sociedad muy compleja y no es bueno
darle un calificativo simplista.
Nosotros vemos a nuestros más grandes pintores aprendiendo de los primitivos, por ejemplo, Picasso lo
hace de las máscaras africa nas; en el Museo del Louvre realizó un largo
estudio de las máscaras africanas que
tuvo en él un efecto extraordinario y lo condujo a una revolución, a una renovación en el desarrollo
de su obra: “el arte razonable"
llamaba a las máscaras africanas por la fuerza con que se expresa el movimiento de los grandes rasgos, y
fue el primer paso que lo indujo en la
dirección que va a llevar posteriormente al cubismo, ese gran descubrimiento en el año 1907.
Nuestra sociedad, por una parte, tiene una actitud lamentable de asesinato y
descomposición, de imperialismo y robo, nadie lo descono ce. No
me voy a poner ahora a repetir -porque creo que muchos lo saben- y son casi imposibles de enumerar los
crímenes que la socie
64
dad capitalista ha hecho con respecto a las sociedades primitivas; y que sigue haciendo aquí mismo en Colombia: la cacería de los aborí genes por parte de los colonos, el robo de los niños
Bari por parte de los Siervos de Dios
-tanto protestantes como
católicos-, en el Orino co, denunciado por el antropólogo francés
Clastres que los estudió; los aborígenes
creen que los blancos son caníbales porque ven que se les llevan los niños; cuando tienen una
ruina, una mala cosecha, una sequía,
entonces van con regalos, les llevan comidas, les llevan enla tados y les
quitan los niños, ellos vinculan las dos cosas y concluyen que deben ser caníbales. Pero nuestra
sociedad, por otra parte, es también
capaz de situarse en el lugar del otro, también es capaz de valorar y aprender de los primitivos, también
es la sociedad de la antropología, del
psicoanálisis, del marxismo.
Tenemos, pues, que lo natural -lo natural es universal-, aquello que pertenece a nuestra
naturaleza, no lleva la marca de los signos,
de los símbolos y de la forma de la organización de nuestra
sociedad significativa para nosotros, a eso se debe que se sobreponga
continua mente una marca y esa marca es artística desde un comienzo: en
un comienzo, por ejemplo, es el tatuaje.
Entre los Maori las mujeres son las que
llevan a cabo el tatuaje, tanto de las otras mujeres como de los hombres; sus dibujos se elaboran
inicialmente, originariamente, en el
tatuaje. Veamos un pequeño texto sobre el tatuaje:
Las pinturas del rostro confieren, ante todo al individuo su digni dad de ser
humano, operan el paso de la
naturaleza a la cultura, del animal
al hombre civilizado. Y además, como son diferentes en el estilo y en la composición según las
castas, expresan en una sociedad
compleja la jerarquía de los status, poseen así una fun ción sociológica.
Las parejas de que hemos hablado, lo natural y lo artificial en cierto modo
fundan otras que impregnan
sus mitos. Uno de los tomos de
Mitológicas se titula “De la miel a las cenizas”; ¿a
qué se debe ese título? De la miel a las
cenizas es una pareja que aparece en muchos
mitos de Suramérica y está
inscrita de manera curiosa en el
orden de la otra pareja
-lo natural y lo cultural-, porque la miel es antes de la cultura -en este caso de la cocina-, es natural y las cenizas estarán después de la cultura -en este caso de
la cocina-, de lo que se quemó, de esa
forma la miel hace pareja con la ceniza. Consultando la obra de Freud sabemos que la tensión permanente entre
lo natural y lo cultu
65
ral es una clave del deseo
: lo cultural
que erige normas y lo natural que tiende
a transgredir.
Vemos, entonces, esos mitos (la miel y la ceniza) como elabora- ción
de la pareja de
oposiciones inicial naturaleza-cultura. La simbo lización
está, pues, en todos los hábitos alimenticios, en la cocina, en el ritual de la alimentación, no importa que coman crudo. Ninguna sociedad se considera -lo digo de
paso- a sí misma, por ejemplo, caní bal o antropóíaga; consideran caníbales a las otras, pero a la suya mis ma no,
esta costumbre para ellos es un acto
religioso: es un intento ritualizado de
integrar las virtudes del otro o, si se trata del sacrifìcio de enemigos, como era común entre algunas
tribus de la costa del Brasil ya
prácticamente desaparecidas, lo que significaba era el recu perar el espíritu
de los antepasados que éstos habían devorado antes (tribus enemigas que iban recuperando el
espíritu de sus antepasados de guerra en
guerra); pero en esos banquetes todo está sistemática mente organizado, ordenado,
las presas le corresponden a cada cual,
no a cualquiera, sino según su jerarquía; ellos consideran que es
una comunión, han comido y han bebido su
carne y su sangre, han recu perado el espíritu de sus antepasados y eso los ha
hecho una comuni dad; es una comunión, como es una comunión el banquete
católico; ellos no se imaginan, ni mucho
menos que eso vaya a ser antropofagia,
antropofagia es la que hacen los otros, que son tan bárbaros que se comen a otros hombres por hambre; cada cual
para sí realiza un acto sagrado y
solemne y al otro lo tienen por un bárbaro-antropófago.
Esas son
parejas que han ofrecido a Lévi-Strauss una clave para la interpretación de
los mitos. “Lo crudo y lo cocido” se llama el primer tomo de
las Mitológicas. Uno ve rápidamente de qué se trata: lo crudo y lo cocido, lo fresco y lo podrido, lo seco y lo mojado, es realmente una clasificación general del mundo
por parejas de opuestos y esas parejas
van acercándose cada vez
más a lo que para ellos es vital: la
organización de su sociedad, sin la cual no se puede sostener la
vida de la comunidad.
Pero no siempre
triunfan en la organización de su sociedad, hay
muchas
sociedades que entran en un impase, en descomposición y no
necesariamente por agentes externos; hay
sociedades que fracasan y que son
llevadas por sus propias instituciones a situaciones críticas. Vemos cómo una de las sociedades menos
felices en el tratamiento de su
reproducción es la sociedad Caduveo. Esta sociedad es muy jerarquizada en castas y esas castas son muy
celosas de su status, de
66
sus
diferencias, se empeñan en marcarlas, por una parte, con
pinturas, con
tatuajes, con actitudes
incluso y, por otra parte, de conservarlas
haciendo matrimonios
endogámicos (dentro de la misma casta y no
con castas superiores porque
no lo aceptarían ellas, ni inferiores por que no lo acepta la propia). Entonces, como es una sociedad peque-
ña y dividida en castas muy
rígidamente establecidas, la reproduc
ción es muy difícil. Los caduveos han dado en la curiosa idea -dice Lévi-Strauss- de una especie de racismo al
revés: su forma de repro ducción es en gran parte por adopción de niños de
tribus ajenas y muy frecuentemente
enemigas, porque han llegado a un impase por sus formas matrimoniales para su propia
reproducción.
La mayor parte
de las sociedades vecinas a los caduveos, por ejem plo l
os Bororo, han resuelto muchísimo mejor el problema que ellos. Los Bororo también tienen sus castas y
sus diferencias internas, pero han
encontrado una solución que es muy frecuente entre los primiti vos,
que es hacer la sociedad por mitades, una sociedad dualista. La aldea Bororo consiste en una serie de
viviendas que conforman un gran círculo
sobre un centro; si aumenta la población, entonces hacen un segundo círculo generalmente en una
planicie; el centro es como una plaza
donde funciona una inmensa casa cuadrangular, orientada siempre en relación al sol, al poniente y al
levante; la aldea está dividida en dos
mitades imaginarias y los matrimonios son exogámicos en el sentido de que la población de cada
mitad sólo puede contraer matrimonio con
la de la otra mitad, lo cual colabora con mantener la unidad y agiliza la reproducción a pesar de
las castas. La aldea está subdividida en
varias figuras y todo pasa por la casa central que es la casa de los hombres donde van todos los que
resultan demasiados, los que se aburren
en un matrimonio (matrilocales, es decir; que el hombre cuando se casa pasa a hacer parte del clan de
la mujer, a la inversa de las
patrilocales donde la mujer hace parte del clan del hombre).
Los Bororo no
tienen un impase de reproducción y hay un fenóme no muy
curioso en el extraordinario parecido entre el dibujo que se logra hacer cuando se estudia el sistema de reproducción de los EÍororo y la mayor parte de los dibujos que
las mujeres Caduveo hacen en el rostro
de sus compañeras: las dos mitades simétricamente opuestas y con una asimetría en el sentido de dos
mitades, superior e inferió!;
establecidas sobre el punto, es decir, estas dos mitades son
asimétricas en el sentido de que la de
la izquierda de la parte superior, correspon de a la derecha de la parte
inferior; o sea que la frente de la derecha
67
corresponde a la mejilla de la izquierda y al contrario para las
otras dos divisiones.
Veamos un comentario de Lévi'Strauss a la pintura de las mujeres Caduveo:
Sería necesario en
definitiva interpretar el arte gráfico de las
mujeres Caduveo, explicar su misteriosa seducción y su
complica- ción a primera
vista gratuita, como el fantasma de una sociedad que busca con una pasión incolmable el medio
de expresar simbó licamente las instituciones que podría tener, si sus
intereses y su persticiones no se lo impidieran. Adorable civilización cuyas
rei nas ciñen el sueño con todo su fardo. Los enigmáticos jeroglíficos que describen una inaccesible edad de oro
que, a falta del códi go, celebran en su manera de adornarse en su pintura, en
sus cuerpos, develan el misterio de una
edad añorada al mismo tiem po que cubren su desnudez.
En realidad, lo que las mujeres Caduveo representan en sus pintu ras no es
el ser de esa sociedad sino sus
ideales, su deber ser, su edad de oro.
Es el Caduveo un arte que funciona, por una parte, con fun
ciones específicas para marcar; para separar, para introducir en el
orden simbólico, para señalar el status y
la diferencia y también, para afirmar
los valores y los ideales; también
nosotros hacemos bastante más que
sociología cuando hacemos arte. Don Quijote critica arduamente
la sociedad en que vive y cuando se ve
obligado a explicar, en el capítu lo del discurso a los cabreros por qué
eligió la carrera de caballero andante,
le salta el mismo mito Caduveo: la edad de oro.
Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pu sieron
nombre de dorados y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se
alcanzase en aquella venturosa sin
fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y
mío.
Él está soñando en una civilización sin propiedad, que es lo que explica su
situación no muy afortunada de caballero andante, porque en una
sociedad injusta se necesita quién venga a arreglar entuertos, a proteger viudas, etc.; la explicación de su existencia
la da por medio de un sueño. El arte Caduveo es el que sueña y el que
marca su rostro y su vida no sólo
con sus diferencias, no sólo con lo que expresa, sino con sus valores, con sus búsquedas, con sus
añoranzas. Este arte de una sociedad
primitiva es un arte como cualquier otro.
68
El arte es
esencial en la producción de un orden
simbólico, es la necesidad más esencial del encuentro de un mundo
habitable (cui démonos del concepto de necesidad que a veces, sobre todo en
el siglo XIX, se empleaba sin rigor en
una forma poco razonable). Porque
nosotros podemos encontrar muchas sociedades que no conocen
la agricultura, que son insectívoros
principalmente, las encontramos también que no construyen viviendas, sólo
colocan hojas de palmeras y ramas por el
lugar donde calculan que va a venir el viento y la lluvia,
un fuego al otro lado y allí duermen sobre el suelo; nosotros conocemos sociedades que están en el
neolítico, las hay todavía en Australia,
en la edad de piedra pura, con las hachas bastante burdas de piedra y fuego producido con los dos
palitos, pero no conocemos sociedades
sin arte. Conocemos sin ganadería, sin animales domésti cos, sin siquiera
perros -que probablemente tienen más de veinte mil años de haberse sumado a la especie humana-,
pero no conocemos sociedades sin arte.
El arte sí es una necesidad primordial. Nosotros podemos ir más allá, hacia las curvas de
Altamira, sesenta mil años para atrás:
allí está el arte bellísimo, representativo, parece pintado por Tolousse-Lautrec o por Picasso, con un
sentido del movimiento y del volumen
envidiable.
Si de necesidades primarias del hombre vamos a hablar, pongamos una: el arte. Más bien, sociedades sin arte son el producto de la des- trucción de la vida social; encontrar sociedades sin arte es más bien algo moderno, como consecuencia de la división
capitalista del traba jo, hostil al arte. Sí, se producen barrios, se producen ciudades que tienen diez veces más habitantes que
la Florencia del renacimiento, como
Palmira o Bello y que, en cambio, tienen muy poco arte, aparte de las canciones que en las cantinas ponen
mientras pelean. Desde luego que sí,
pero esta situación es un producto, no es un punto de partida de la vida humana, sino un efecto de
la descomposición de lo humano, por
ejemplo, por el capitalismo.
Ahora, dicho
esto, y antes de que tratemos de sacar de aquí algu na lección,
voy a hacer una consideración que me parece muy nece saria en la actualidad.
El estudio de estas sociedades a las que me
estoy refiriendo está lleno de lecciones sobre lo que ellas son, sobre
lo que es el hombre y sobre lo que
nosotros somos en particular; pero es
bueno, sin embargo, evitar una tendencia muy moderna, y es bueno, por lo tanto, que empatemos aquí lo que
estamos hablando de los primitivos con
lo que habíamos hablado del racionalismo, esa tenden-
69
cia es el irracionalismo.
El cansancio y el reproche justificado a la
civilización moderna de la técnica, de la medida, de la estadística,
ha llevado a mucha
gente,
principalmente en la juventud -no sólo a los
jóvenes, desde luego- a una posición francamente irracionalista;
es extraordinariamente frecuente y tiene muchísimas vías de formula- ción. Hoy tenemos una gran dificultad de mantenernos en una po sición racional
-no digamos racionalista, sino simplemente racional- en cualquier campo. Por ejemplo, la
antropología es uno de los avan ces más notables de nuestra civilización, un
avance que hará que nuestra civilización
no pase a ser solamente la de la bomba atómica, la de los grandes imperialismos, la de la
destrucción de los pueblos, la de la
descomposición de la autonomía humana por la división del traba jo, la de los
campos de concentración y demás, sino también la civili zación con promesas,
la del intento de universalización.
Foucault dice en
el último capítulo de Las palabras y las cosas que el avance más notable de la antropología es “Tótem y Tabú” de Freud, porque allí encontramos en nosotros mismos
lo que creíamos más leja no, es decir, que encontramos en nuestras
fobias, el totemismo; en nuestras inhibiciones,
el tabú; en lo vivido inmediato, lo que es más
lejano en el tiempo y en el
espacio, rompiéndose así definitivamente
el etnocentrismo. Sí, ésta es también la civilización de la física,
de la nueva lógica, de la antropología,
del marxismo, que no es solamente el
estudio de una civilización, sino que es también un estudio doblado de una esperanza. En fin, es una civilización
a la que no hay por qué decirle tampoco
simplemente un gran no y, cayendo en el
irracionalismo, empezar a idealizar otras, medievales, primitivas,
que en muchos sentidos, desde luego,
fueron mucho menos angustiantes que la
nuestra, mucho menos destructoras en ciertas cosas. También se puede estar de acuerdo en ello, pero mucho
menos comprensiva de otras sociedades,
porque esas sociedades que nosotros a veces ideali zamos y tratamos de
destacar en todos sus valores, son sociedades
incapaces de comprender a un vecino; tampoco las idealicemos, hay muchas que han llegado a impases terribles.
Hay unas
sociedades que son muy pobres y, sin embargo, tienen grandes valores humanos, se sostienen y nosotros tenemos algo qué admirar a pesar de su miseria;
Nambicwara es una de ellas. Leamos un
pequeño texto de Lévi-Strauss donde nos cuenta cómo los veía una noche en que acampó con ellos en la maleza.
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En la sabana oscura los fuegos del campamento
brillan. En tomó al fuego, única protección contra el frío que desciende detrás de la
frágil protección de las palmeras y de las ramas
rápidamente colocadas en el suelo del lado donde se teme que venga el viento
o la lluvia. Cerca de sus
canastos llenos de los pobres objetos que
constituyen toda su riqueza terrestre, acostados sobre la
tierra que se extiende alrededor,
obsesionados por el temor a bandas igual'
mente hostiles y temerosas. Allí los esposos estrechamente
enlaza- dos se perciben como siendo el
uno para otro, el sostén, el
único recurso contra las dificultades cotidianas y contra la melancolía
soñadora que de tiempo en tiempo invade el alma
nambicwara. El visitante, que por primera vez acampa en la maleza
con los indios, se siente lleno de angustia y de compasión ante
el espectáculo de esta humanidad tan
totalmente desprovista, aplastada contra el
suelo de una tierra hostil, como si hubiera sido atacada por un implacable cataclismo, desnuda, temblorosa
frente a los fuegos vacilantes. El
viajero circula a tientas entre las palmas y las ra mas, evitando chocarse con
una mano, con un brazo, con un torso del
que se adivinan los cálidos reflejos a la luz de los fuegos. Pero esta miseria está animada de susurros y de
risas: las parejas se estrechan como en
la nostalgia de una unidad perdida, las cari cias no se interrumpen al paso
del viajero extraño. Se adivina en todos
una inmensa gentileza, un profundo descuido, una ingenua y encantadora satisfacción animal y reuniendo
estos sentimientos diversos algo como la
expresión más conmovedora y más verídica
de la ternura humana.
Es éste un texto bellamente escrito sobre el
amor nambicwara. Ésta es una
sociedad de escasez -fue y sigue siendo muy frecuente creer que las sociedades primitivas han
sido sociedades de escasez, Engels llegó
a esa conclusión en el siglo pasado, pero no podía hacer otra cosa, pues no se conocía más
libro de antropología que el de Morgan-,
existen algunas sociedades
de escasez, Nambicwara es una; hay otras
que son de abundancia, aquí mismo en América: jíbaros y yanomamas son de abundancia, por
ejemplo; los yanomamas viven en la
frontera de Brasil y Venezuela en un sitio muy despoblado, donde han tenido la fortuna de no contar con la
presencia del inevitable hombre blanco
-como dice Joseph Conrad-, por lo que se han podido mantener allí; éstos son una sociedad de
abundancia: en dos horas de
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pesca y
recolección -porque no trabajan con la agricultura- tienen mucho más de lo que necesitan y de
lo que van a gastar en fiestas, y el
resto del tiempo lo dedican a fiestas, a guerras, al amor, al arte.
Tam bién están los jíbaros que habitan un inmenso territorio de 70.000
km2 en Ecuador y Perú, sobre todo en
Ecuador en la selva amazónica, y son
veinte mil personas aproximadamente o tal vez menos; tienen, pues, un territorio muy vasto que es una selva muy
rica en frutos, en peces y en caza, no
tienen ningún problema de escasez ni mucho menos. No sé por qué nos imaginamos que la sociedad ha
comenzado con una gran escasez y que la
abundancia es cosa modernísima y gringuísima,
cuando las sociedades de abundancia entre los primitivos son muchas.
Sin embargo, no
debemos idealizar eso; nosotros admiramos aquí a los nambicwara
y su manera de amar que nos produce más bien nos- talgia (se nos acaba la piedad y nos llega a producir hasta
envidia). Eso está bien, eso son
los nambicwara, pero los jíbaros están en guerra casi continuamente a pesar de que sus
poblados de poco más de cien habitantes
se encuentran bastante lejos unos de otros, preparan la guerra con todo encamecimiento para
conquistar cabezas, reducirlas y
colocarlas en postes como emblema de prestigio sin lo cual resulta dificilísimo casarse o hacer cualquier cosa.
Lo uno y lo otro, el amor nambicwara y
el prestigio jíbaro, no están muy lejos: el uno en Matto Grosso y el otro hacia el Amazonas.
No hay por qué idealizar tampoco las sociedades primitivas. Noso tros tenemos
esa tendencia, precisamente por la crítica a nuestra civi' lización,
por el cansancio de una técnica que mientras más incrementa la capacidad de manipular, transformar, cuantificar la naturaleza, más despojados nos hace a nosotros de
nuestra vida social, de nuestras
relaciones humanas y de nuestras posibilidades creadoras. Y tenemos razón en tampoco idealizar la nuestra y en
llevar una crítica muy dura sin olvidar
los aportes efectivos de nuestro tiempo.
Esto es muy
importante por la tendencia actual a caer en el
irracionalismo y hasta muchas veces en un
irracionalismo militante, esta posición hace difícil sostener incluso las causas
más nobles, más racionales y más obvias.
Fíjense ustedes, por ejemplo, cómo ocurre
con cierta frecuencia en ecología; los ecologistas comienzan con
una posición extraordinariamente sólida, razonable y
prácticamente inobjetable a combatir la
polución del aire, de las aguas, la destrucción
de las plantas y, por lo tanto, del oxígeno, la destrucción de las
especies animales, de la naturaleza.
¡Excelente, inobjetable! Se puede desa-
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trollar como ustedes quieran, se puede
mostrar que una sociedad donde la
utilidad económica de una empresa o unidad productiva
particular rige la producción es una sociedad que tiende a destruir la naturale za, porque a la fábrica no le
importan los efectos sociales de su pro- ducción, sino las utilidades que generen, y
si le sale más barato bota
al Cauca sus residuos en vez de procesarlos, esto sucede porque no se
está produciendo según el cálculo de los efectos sociales, sino
para la utilidad del capital concreto en
cada unidad productiva, lo cual es una
barbarie; en ese sentido la ecología se contrapone a una organiza ción bárbara
de la propiedad.
Pero generalmente, o con alguna frecuencia, no se
satisfacen con una
posición racional, con una posición que se puede desarrollar, or ganizar en un combate,
sino que el fantasma -como diría Freud- o la
irracionalidad, el delirio, comienza. La naturaleza comienza a ser idea lizada,
no defendida, que no es lo mismo: lo natural es bueno, lo arti ficial es malo;
se comienzan a escog
er comidas
naturales, a rechazar otras cosas y, en
general, a producir la idea de lo natural bueno y lo
artificial malo, lo cual no es cierto, y hay ejemplos para ello: es más natural la viruela que la vacuna contra la
viruela, y desde luego eso no quiere
decir que sea mejor la viruela que la vacuna; también exis te la polución
natural de los volcanes y de muchas otras formas. La naturaleza es todo, no solamente florecitas,
sino de todo. Pero así la naturaleza
comienza a ser pensada a través del fantasma; es la madre buena que un mal padre -la técnica- arrasó,
la civilización vino a polucionar, a
dañar, a ensucian., y estamos en el delirio, y el delirio sigue, entonces se inventa la sensibilidad de
las plantas, “hay que conversarles a los
helechos", sin acordarse de que existieron muchísi mos centenares de
millones antes que no tuvieron quién les conversa ra y florecieron divinamente;
y así, el »racionalismo levanta el vuelo
desprendido de donde comenzó, que era algo perfectamente válido.
Una cosa es la
antropología, la alta capacidad de aprender de
pueblos diferentes a nosotros y no despreciarlos como gente
primitiva, gente que ni siquiera ha hecho bachillerato. Claro, eso
lo hemos su perado pero tendemos a caer en la idealización, a creer que
tienen visiones extraordinarias,
enseñanzas en medio de sus drogas y costum bres particularísimas.
Uno puede comprender que la crítica y el
cansancio, la repugnan cia y la angustia de una civilización como la nuestra,
desperso- nalizadora, que hace del
hombre una muchedumbre solitaria que tien-
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de por sí misma
-como reconocen francamente los sicoanalistas- a la depresión, conduzca a cualquier forma de defensa contra
la depre sión: los dogmatismos, las
militancias más raras, las fugas hacia otras
sociedades, los disfraces de anaranjado y la idealización de no
sé qué hindúes, las drogas, cualquier
cosa que evite las impresiones de la
despersonalización. Uno puede entenderlo, pero no debe apoyarlo por que
es una forma estéril, ineficaz, improductiva, de oposición a esa sociedad.
Todo esto
dicho en el sentido de advertir sobre el irracionalismo y, como no estoy
haciendo ninguna historia del arte, sino un comentario sobre lo esencial del arte, había querido conducirlos a través de una pequeña reflexión sobre los caduveos,
a mostrarles el carácter esen cial del arte para cualquier sociedad por
primitiva que fuera y a la distinción
del error de que a nombre de no sé qué necesidad primaria consideremos el arte como algo secundario,
cuestión que más bien es la tendencia
del capitalismo muy claramente indicada por Marx.
Estos caduveos ponen en escena, sin conflicto
alguno, un fenóme no que
entre
nosotros sólo ha existido en forma de conflicto muy agu do: ustedes ven que para ellos el hecho de que exista una
pintura abstracta y una pintura
concreta no es ningún problema, ningún mis terio y no constituyen dos partidos
adversos, entre nosotros, en cam bio, sí tiende a ser así, se ha producido un
debate inmenso, larguísimo desde un
comienzo que no se puede fechar fácilmente.
74
IV
La polémica abstracto-figurativa
La pintura
abstracta procede de dos fuentes distintas en la histo- ría de la pintura moderna: una
fuente es el cubismo francés y en parte el
alemán -en Munich sobre todo- y otra fuente es el expresionismo alemán. Llevado
s más lejos, el uno con la idea de la construcción, de la lógica de la construcción
del orden y de la expresión del objeto
como producto construido y el otro con la lógica de la expresión de ofrecer una noción vivida, una vivencia.
Ambos se fueron separando
progresivamente de la representación de todo objeto y dieron así en una pintura que se ha denominado abstracta,
porque se prescinde de la representación
y busca más allá de lo que considera secundario -la figura, la semejanza-, lo que considera
esencial: la expresión de una vivencia o
la construcción de una lógica y de un desequilibrio de volúmenes, colores y líneas. Voy a exponer lo
que dicen los principales adversarios y
lo que dicen los principales partidarios.
Desde luego, ustedes ya podrán imaginarse que muchos de sus grandes partidarios desde un comienzo
fueron a la vez pintores, escul tores y arquitectos, que estaban preparados
para aceptar la pintura abstracta como ninguno porque estaban
vinculados a un arte abstrac to y
al mismo tiempo plástico desde mucho antes. La escultura abs tracta
vino inmediatamente con la pintura abstracta. Algunos arqui tectos como
Pevsner y Gabo, y otros escultores abstractos además de arquitectos.
Ahora bien, el
hecho mismo de la posibilidad de una pintura que no sea
representativa, teóricamente está
considerado desde hace mucho tiempo. Kant cuando escribe hace doscientos años su
Estética, postula la posibilidad de una pintura abstracta, es decir, no
figurativa, dice que si los colores y las líneas tienen un valor
por sí mismos y sus combinaciones pueden encontrar un sentido y
producir entonces un mensaje, no ve por
qué no se pueda elaborar con ellos una obra, sin necesidad de que esa obra se remita a otra
cosa que sus propios valo res internos.
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Veamos esto,
lodo el mundo sabe que los colores son valores, se han hecho incluso experimentos comparativos de los colores con
los sonidos. Hay varias versiones
de la percepción del color, existe una
versión kantiana (debe haber anteriores, pero yo no las conozco)
que valora todos los colores del arco iris, hay también una versión que
se puede leer en la Fenomenología
de la percepción de Merleau-Ponty. Es
indudable que los colores tienen un cierto sentido: un amarillo fuerte da una idea o una impresión de presencia, mientras que un azul
que tienda al violeta da una impresión de ausencia. No es una simple casualidad encontrar el azul en tal o cual caso patológico aunque se ve con mucha frecuencia, porque el
azul tiende a ser un color bastan- te expresivo
de la melancolía especialmente combinado con colores cálidos y cuando es un azul profundo. Ustedes
saben que la época azul y rosa de
Picasso es una época prácticamente melancólica, lo cual por supuesto, se ve no sólo en los colores sino
también en los temas: son viejos
guitarristas, ancianos medio mendigos, prostíbulos, gitanos, sal- timbanquis, gentes desadaptadas, con miradas
esquizoides de una so ledad terrorífica, aplanchadoras vencidas por el
cansancio y el sueño; tristeza y más
tristeza en azul, con alguna figuración de la presencia en colores cálidos, principalmente el rojo.
¿Qué
revolución tuvo Picasso? No lo sé, cuando cumplió sesenta y siet
e años suspendió estos temas y pasó a una fórmula muy afirmativa -el autorretrato, el retrato de Gertrude Stein, luego las
Damas de Avignon y el cubismo-,
abandonó toda depresión y se volvió uno de
los hombres algo más que
auto-afirmativos, casi maníaco, hasta los
noventa con una productividad cada vez mayor, aunque con mucho trabajo y mucho estudio. Allí hubo
un cambio que invita a reflexionar. Es
recomendable el libro extraordinario de Antonina Valentín Vida y obra de Pablo Picasso que se detiene bastante
en el año 1907 y exami na qué pasó, tanto en su vida como en su obra. Los
libros de Antonina Valentín son de una
gran fuerza expresiva y no son despliegues de
erudición crítico-pictóricos que a veces resultan tan fastidiosos
de leer, porque no entran en la
interpretación de las obras sino que se
entregan a un comparatismo inacabable, es decin que en lugar de tratar de averiguar qué significan la pasión
y la obra de Van-Gogh, se van a contarle
a uno que procede de Millet, de tal otro y de tal otro y que, a su tumo, influyó a los expresionistas
alemanes, a un período de Picasso; y en
últimas no se sabe qué quiere decir, sino quiénes influ yen a quiénes y
quiénes y quiénes se parecen a quiénes. Es muy fre cuente en la crítica
pictórica que predomine un comparativismo que
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la hace casi ilegible, pero hay machos
críticos que no son así, espe cialmente los que, a su tumo, son grandes
artistas.
También es
valioso el libro de Herbert Read, gran poeta inglés y gran ensayista pensador y crítico
de arte, Carta a un joven pintor, don de, en forma muy sencilla, explicativa y muy expresiva, le cuenta a un joven pintor todo lo que él sabe de
pintura: quién es Picasso, quién es
Magritte, qué es el abstraccionismo. En general es muy recomendable leer lo que escriben los filósofos sobre la
pintura, porque se ponen a pensar frente
a un cuadro en vez de comparar con todo lo que ha habido, antes y después, por ejemplo:
Merleau-Ponty, Sartre.
Retomemos el tema que traíamos. Los colores tienen un valor, así como los sonidos. La música siempre ha
sido abstracta, los ritmos en el fondo son
separaciones, márgenes en el tiempo, como
también puede haberlas en el espacio; con ritmos, con sonidos y con calidades
sonoras trabajando en el
movimiento del tiempo, se produce la música que
siempre ha sido abstracta: ha producido sus mensajes sin
representar nada. Sólo los malos
críticos de música son los que le cuentan a uno
que tal pasaje de Beethoven es una tormenta y que después viene la amada, etc., en realidad eso no tiene nada
que ver con la música de Beethoven y son
cuentos sobreagregados, la música es abstracta y no solamente la de Amold Schónberg sino la de
cualquiera.
Los defensores de la pintura abstracta a veces son muy fuertes, por ejemplo un gran pintor aust
ríaco-francés, Lapoujade, -que tiene la
ventaja para nuestro asunto, que al mismo tiempo es un filósofo y un gran escritor que ha publicado algunos
estudios sobre El ser y la nada de
Sartre, sobre pintura y en general sobre varios temas de filosofía y arte-, a veces ha entrado en la discusión
sobre la pintura abstracta porque le han
caído (él es un hombre de izquierda) sus amigos y ca maradas con su famoso
realismo socialista a regañarlo por su pintura
abstracta y a eso él ha dado unas respuestas, que en realidad son defensas muy interesantes de la pintura
abstracta. Luego veremos los ataques que
también vienen de gente muy calificada, por ejemplo Picasso.
Lapoujade en una de esas defensas se refería a un cuadro de una exposición que hizo en
París, que era una serie de telas que llevaba el título de “La manzana”. Decía que, desde
luego, él había podido irse a la plaza y
comprar un canasto de manzanas y pintarlo, pero que él quería otra cosa, quería dar una idea de la
manzana tal como existía para él, como
una vivencia, como un recuerdo infantil, como un an
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helo, como una fbnna de existencia que se da a la vez
a todos los sentidos: algo
quebradizo, fresco, dulce con un poco de ácido, como una invitación a existir así, como una forma de recuerdo de
ciertas épocas de su infancia, y no necesariamente porque entonces se hu
biera comido una manzana, sino ese sentido esencial de la manzana era lo que él quería expresar con colores y
lineas en lugar de pintar una bolita
rosadita sobre una mesita blanquita. El intentaba, por me dio de la
expresividad pictórica, mostrar lo que para él significaba en el recuerdo, en la añoranza, en la esperanza,
en el sentido del gusto, en el sentido
del tacto, la idea de manzana.
Otro día hubo
una manifestación muy grande y muy famosa en
Francia en el año 1952, que la convocaba el Partido Comunista a la
cual Lapoujade asistió -era
una manifestación de paz, sobre la
que Sartre escribió un ensayo
conocidísimo Los comunistas y ¡a paz—,luego
pintó una serie de obras abstractas sobre la manifestación en una for ma que no gustó a
los demás asistentes. Entonces él se explicaba di ciendo:
Bueno, yo sé muy bien que podría haber pintado una manifesta ción, es decir; una multitud, cabezas cada vez más pequeñas
a medida que se alejan, cada
vez más grandes a medida que se acercan,
banderas, tratar de sugerir el
movimiento por el viento y tratar de
sugerir, la marcha por algunos otros procedimientos. Me doy cuenta que había podido hacer eso. Pero
observen una cosa: esa es la
manifestación vista desde el balcón, en cambio yo estaba adentro. Yo quise pintar fue la impresión de
fuerza, de desapari ción del yo, de comunidad, de grito colectivo que sentí
desde adentro. Yo no estaba en el balcón
y entonces no la puedo hacer sino en
abstracto, yo no la puedo hacer en arte figurativo.
Considerábamos
algunas de las posiciones que se han presentado
en la polémica entre los partidarios y los adversarios de lo que suele denominarse la pintura abstracta. Había indicado el tipo de
argu mentación más frecuente de los
partidarios y entre ellos de muchos que
son grandes pintores abstractos y teóricos
de la pintura como Lapoujade (es
muy frecuente en los pintores modernos que sean al mismo tiempo grandes teóricos de la
percepción, por ejemplo, Paul Klee). En
esta polémica, como en cualquier otra que se lleve de una manera sana, es importante no tratar de
descartar al adversario por medio de
conceptos peyorativos expresados más o menos indirecta o vagamente, por ejemplo, los adversarios muy
frecuentemente tratan
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la pintura abstracta como ornamental, introduciendo con ello un con cepto que tiene un acento muy
claramente peyorativo, pero los
otros responden también con una gran
frecuencia, considerando la pintura
figurativa como anecdótica, empleando a su tumo un concepto que en su contexto tiene un acento nítidamente
peyorativo; este tipo de discusión, un
ping-pong de peyorativos, no nos lleva nunca muy lejos.
Vamos a ver la
discusión tal como se ha llevado a cabo desde los mejore
s puntos de vista. Un adversario notable de la
pintura abstracta es Picasso,
notable por sus realizaciones y por su extraordinario cono cimiento de la pintura (se recomienda, además del texto de
Antonina Valentín ya mencionado,
Conversaciones con Picasso de Brassaí, donde
se encuentran desarrollos del propio Picasso sobre el tema de la
pin tura) . Su objeción principal es que al pasar a la abstracción,
la pintura, y en general el arte,
pierden una dimensión que les es
esencial: la dimensión mítica. La presencia implícita, preconsciente,
inconsciente o consciente del mito como
relación con nuestros orígenes, con nues tro pensamiento más profundo -menos
articulado,
pre-reílexivo y pre- racional- es una
dimensión para él muy importante del
arte. Desde luego que probablemente no
necesitaba decirlo, puesto que su pintu ra se apoya -y cualquiera que
pase la mirada sobre una de sus repro ducciones se dará cuenta hasta qué
punto- en una dimensión y en una
búsqueda mítica. Es de notar cuánto atractivo e influencia real y directa tienen para él formas de arte que
estuvieron vinculadas de una manera muy
directa al mito, como es el caso en el año 1907 de la escultura y las máscaras africanas. Este es
un tipo de objeción que sin embargo
resultaría difícil de recoger en una forma completa, puesto que no es posible olvidar las posiciones de
los defensores iniciales de la pintura
abstracta que se apoyaron tan fuertemente en las conside raciones sobre la
música; especialmente, en la polémica es muy
interesante ver que es difícil encontrar una objeción a la pintura abstracta que, procediendo del análisis
realmente formal, no fuera aplicable a
la música y, sin embargo, a nadie se le ocurre hacerla a la música. La música, en efecto, no es
figurativa, la arquitectura tampoco, y a
nadie se le ocurre discutirlas como formas artísticas.
Hay más, si
pasamos a los defensores. Es frecuente en algunos pen sadores,
que por su formulación visiblemente están muy
abiertos a la pintura abstracta,
encontrar la idea de que la figuración es una espe cie de limitación en la
pintura. En una obra muy notable sobre arqui tectura, la cual volveremos a
tener en cuenta, EupaUnos o el arquitec
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to, Valéry hace una larga comparación de arquitectura y música, ex pone en textos donde uno podría reconocer una especie de añoranza de la pintura abstracta, cómo la
pintura figurativa tiene ciertas limi taciones, por ejemplo:
Los objetos
visibles que recaban prendas de las demás artes y de la poesía, flores, árboles, seres vivientes o
también los inmortales, una vez puestos
en obra por el artista, no dejan de ser lo que son y de mezclar su naturaleza y su propio sentido al propósito de quien los emplea para expresar su voluntad. Así, el
pintor que desea que cierto paraje de su
cuadro venga a ser de color verde, pone allí un
árbol y con eso dice algo más de lo que al principio quisiera
decir. A su obra añade todas las ideas
que se derivan de la idea de un árbol y
no puede limitarse a lo que ya bastara. No puede separar el color de algún ser.
Allí encuentran ustedes una forma de indicar la pintura figurativa como una
limitación. Estéticamente lo que se
requería era un verde, por ejemplo, para
equilibrar un opuesto en el tono fundamental, digamos un rojo, sin embargo, un pintor
figurativo no podría usar simplemente un
verde sino que necesita un árbol.
Generalmente se ha formulado la relación entre las artes abstractas y las artes
figurativas empleando un concepto de la abstracción que probablemente
empobrece mucho el tema y dificulta
mucho su acce so. Es frecuente definir el objeto con el cual trabaja la
arquitectura y también la escultura como
el espacio; el elemento de su trabajo es el
espacio -se dice- mientras que el elemento con el cual trabaja la música es el tiempo, lo cual es cierto. El
elemento más natural de la música, el
sonido, no puede ser dado sino en el tiempo: un sonido tiene una duración, un color no necesita
tener una duración, por lo demás no
solamente cada sonido tiene una duración, sino que tanto la melodía como el ritmo son configuraciones
del tiempo.
Pero el espacio está presente en la arquitectura de una manera muy poderosa y original con
relación a la pintura; quiero decir, que en
la arquitectura no se da como
espectáculo, como espacio imaginario,
como sí se da en el cuadro que es un espectáculo, incluso el
fresco, por grande que sea, es un
espectáculo para ser visto. La arquitectura
no sólo es un espectáculo sino una concreción del espacio que puede ser explorada, recorrida, contornada; esto es
válido incluso en la for ma más simple de la arquitectura que podríamos llamar
-cuando no es un edificio, cuando no se
puede diferenciar de la escultura- a un
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obelisco egipcio, por ejemplo. Uno dudaría en
declarar, como duda Hegel, si es una escultura -en ese caso abstracta, porque pretendía representar el sol sin parecérsele en absoluto-, o si es una obra
de arquitectura; si se decide porque es una obra de
arquitectura es sobre
todo teniendo en cuenta que un obelisco, para
que funcione significativamente,
implica un gran espacio dentro del cual se yergue; sería bastante ridículo, casi que burlesco,
un obelisco apretujado en- tre unos
edificios, porque de hecho el obelisco parece estar por defini- ción en contraste con un espacio vacío -una
amplia plaza vacía- que es donde
adquiere toda su significación. No necesitamos definir pues, arquitectura únicamente en función de la idea
de edificio.
Ahora bien, el espacio es tan constitutivo
de la arquitectura, como lo es el sonido de la música. Tal vez sea demasiado
abstracto hablar del espacio en general, es decir, en el sentido del
espacio puro, abs tracto, por ejemplo, del espacio de la geometría
euclidiana: homogé neo, infinito, indeterminado y determinable externamente
por las fi guras e indiferente a sus contenidos, etc.; un espacio así no es
propia mente ningún elemento de un arte, en este sentido más bien se
trata de un espacio vivenciado, vivido
por un pueblo, vivido por un indivi duo, tal como nos es reestablecido, como
espacio de la vivencia de una
problemática; por el psicoanálisis o por la antropología, como es pacios
significativos de una configuración vital.
Voy a tomar un
ejemplo de antropología que me parece bastante
nítido. Hay una obra supremamente notable de Erick Erickson -psi
coanalista y antropólogo- llamada
Infancia y sociedad; en esta obra hace
Erickson un estudio sobre dos sociedades vecinas, pero extraor dinariamente
diferentes en todos los sentidos, en su economía, en su psicología y en su vivencia del espacio, son
los Sioux y los Yurock que habitan en el
noroeste norteamericano. Los Sioux son muy empa rentados por sus costumbres
con lo que nosotros hemos conocido en
una forma bastante vulgarizada como los pieles rojas -denominación que no es de ellos mismos sino de quienes los
destruyeron-, son tribus de la pradera,
cazadores de búfalos, guerreros que tienen una viven cia del espacio muy
abierta, como si dijéramos que poseen una con cepción centrífuga del mundo:
todo va hacia afuera y todas sus nocio nes están en ese mismo sentido
configuradas, por ejemplo, su idea del
aseo es la de alejar los residuos; les parece que, cuando vienen a educarlos, los norteamericanos hacen las
cosas más sucias que ellos han conocido
porque, en lugar de alejar y esparcir como hacen ellos
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en la pradera, en vez de echar lejos, guardan en un hueco y además entierran a sus
muertos, cuestión para ellos fantásticamente absurda; ellos
hacen lo contrario: al que muere lo acuestan en una piel sobre cuatro estacas para que las aves se lo
coman y lo rieguen por el cielo. Además,
esa es una idea del espacio que impregna toda su educación y toda la formación de la infancia, es una disposición al cambio, pro- pia del nomadismo, es una disposición a
concebir el espacio como lo posible, más
bien que como el refugio; a investirlo,
como se dice en psicoanálisis, en el sentido de la posibilidad. También hay algo que psicológicamente se emparenta con esa idea y procede de su
econo- mía y de su educación combinadas
de una manera maravillosa: es la
necesidad de generosidad. Regalar es el mejor negocio en una tribu de cazadores de grandes presas porque si
guardan el alimento se les pudre el
búfalo que acaban de cazar, en cambio si lo regalan, entonces todos tienen la garantía de que cuando
cualquiera cace todos comen. Esta es una
vida en la que están articulados sus mitos, sus ritos, su vivencia del cuerpo y de la infancia, su
economía y lo que uno podría designar
como un tipo de vivencia del espacio, opuesta, por ejemplo, a la otra sociedad que estudia en el mismo
texto Erick Erickson, los Yurock.
Los Yurock viven en un pequeño valle, bastante
restringido, al lado del cual, hacia el occidente,
hay unas altas montañas que
ellos nunca sobrepasan, consideran que el mundo que sigue después de esas montañas, es el mundo de los muertos -del otro
lado hay algunas colinas
y el Océano Pacífico-, ese valle es un mundo cerrado, su eco nomía se
basa en gran parte en la pesca: es el
valle de un río en el cual hay una inmensa
subienda de salmón al año, ellos han aprendido a tejer unas redes que les permiten recoger
cantidades extraordinarias; también han
aprendido la técnica de secarlo, de ahumarlo y de guar darlo, porque necesitan
aprovisionarse durante un largo período mien tras viene otra subienda. Por supuesto
no tienen la idea de regalar y la idea
del espacio es otra, predomina la previsión, aquí se trata de refu giarse, de
guardar para un año entero y por consiguiente, de concebir el espacio más bien como refugio, como nicho,
como extensión perfec tamente limitada. Otro estilo de convivencia, otra
concepción del espacio.
Ninguna de
las dos tribus ha desarrollado una alta arquitectura, pero uno se imagina claramente cómo
harían si fueran arquitectos para
expresar sus dos vivencias -muy unilateralmente ambas-, cómo
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pondrían a volar
los techos los siux y cómo dirigirían especies de pun
tas y elementos hacia todos los puntos del
espacio, y los otros, cómo construirían especies de fortalezas y se volverían los edificios sobre sí
mismos. Es decir, es lo que hacen todas las culturas, lo digo en
dos casos en que se contraponen mucho para que
se note que no defini mos el
espacio en el sentido general o abstracto sino el espacio vivido, el espacio que está investido como un
problema social y personal, que sí es el
que constituye el elemento de la arquitectura (el “espacio imaginario” -lo advierto porque a veces
ocurre- no tiene aquí nada de
peyorativo: también es un espacio vivenciado el espacio de la pin tura).
Valéry, al subrayar el carácter abstracto
del arte, se refiere en su texto a la arquitectura. Pone en boca de
Eupalinos el arquitecto griego, fórmulas muy parecidas a las que
encontramos en Lapoujade -recordemos su famosa exposición de París, cuando
decía que no estaba interesado en la representación de la manzana como
objeto, sino en la impresión
y hasta en el concepto de manzana, tal como
se había abierto a él en la
infancia: como algo fresco, quebradizo,
agridulce, que era un emblema de una manera de existir y no
una bolita roja con una ramita sobre una
mesa-, también el arquitecto Valéry, se
refiere en el mismo sentido a uno de sus edificios, alu diendo a algo incluso
más particular, más experimentado, más vivi do, que no está en el objeto o en
la figura, que no está expresado por la
semejanza, en este caso se refiere a un amor de juventud:
Oye Fedro, ese templecillo que levanté para
Hermes a algunos pas
os de nosotros, ¡si
supieses lo que es para mí! Donde no distin gue el transeúnte más que una elegante capilla
-poquita cosa- cuatro columnas, estilo
sin aderezo- puse el recuerdo de un día
claro de mi vida. ¡Oh dulce metamorfosis! Ese templo delicado, sin que nadie lo sepa es imagen matemática de
una moza de Corinto a la que amé
venturosamente. Fielmente reproduce sus
particulares proporciones. Para mí el templo vive, me devuelve lo que le di.
Aquí tiene la misma consideración de Lapoujade: la gracia se puede expresar en
términos puramente formales; el carácter liviano, móvil, todo lo que pueda impresionar puede encontrar
el lenguaje de las formas. Se
encuentra una y otra vez entre los defensores del arte abs tracto la idea de
cómo es válido y posible elaborar los caracteres, los
83
valores, los sentidos a partir de las formas, proporciones y
combinacio nes, ritmos, contrastes, etc.
Se expresa entre los adversarios la sospecha de que el arte abs tracto tiene
una dificultad mayor, consistente en que, como carece de una referencia para el espectador, carece de
un código -como sí tiene por ejemplo el lenguaje, el idioma-, carece de reglas previas con res pecto a
las cuales juzgar, puede dar la impresión de ser extraordinaria mente significativo sin
que sepamos nunca en qué medida es
una cosa nuestra y en qué medida eso que
nosotros encontramos allí tan
significativo tiene siquiera algo que ver con lo que se propuso
el pin tor. A lo mejor, si damos en liberar el vuelo de nuestras
asociaciones sentimentales, afectivas,
significativas, simbólicas, veríamos en una
piedra con sus musgos algo tan rico, tan extraordinariamente diciente como en un cuadro abstracto, aunque lo uno
sea producto del azar y lo otro trate de
ser un mensaje. ¿Puede haber mensaje sin código? ¿Puede haber mensaje sin un referente común?
Esa es una cuestión que se le plantea al
arte abstracto.
Los defensores
responden diciendo que es la abstracción la que
configura el mensaje en cualquier pintura, que
más bien no hay pin tura que no sea abstracta, que
lo que nos interesa en la pintura que creemos
que es una pintura figurativa no es la Venus, ni tampoco la Monalisa,
que lo que nos interesa es un mensaje
que no está consti tuido por las
características del objeto pintado,
sino por la forma y sus combinaciones.
Probablemente esto es cierto, es decir, que no es la belleza del objeto lo que allí nos
conmociona, si así fuera, más fácil tal
vez sería conseguir cualquier revista en la que encontráramos retrata
das muchachas más bonitas.
El pintor abstracto reargumenta que lo que profundamente impor ta en la Monalisa es la
manera como en un fondo a gran
distancia, sin referentes cercanos que
permitan decir si es grande o pequeño el ob jeto que se da en un primer
plano, en esas lejanías ésta surge,
se yergue en la más absoluta soledad como una salida de luna. Ese tipo de
referencias, la forma de la iluminación, el contraste por los colores con las rocas y los ríos, son los que
hacen
hablar a la Monalisa, y no el hecho casual de ser la esposa bastante
bonita de un señor amigo de Leonardo.
Los abstractos responden que la pintura figurativa es siempre abs tracta, nos imaginamos que existen dos pinturas porque vemos la abs tracta
aparte de la figurativa, pero nunca ha habido más que pintura abstracta.
84
V
El juicio estético
Resulta un poco peligroso entrar en una dialéctica mala, como la que a veces ocurre en filosofía, una dialéctica de lo objetivo y lo sub
jetivo. Mala dialéctica en este sentido: un subjetivismo escéptico in daga el
valor artístico, e incluso qué es lo bello,
diciendo que depen de por completo
del sujeto, que es una impresión del sujeto. Un
objetivismo dogmático -como muestra muy bien Hegel en la
Historia de lo dogmático y lo escéptico-
declara que lo bello es el objeto por sus
características objetivas sin que en ello tenga la menor importancia
el sujeto (una aclaración al margen: se
llama dogmático cuando el pen samiento se imagina que la verdad está fuera del
hombre, que está en sí como texto
sagrado, en una autoridad o en alguna parte, que la verdad es en sí), lo mismo pasaría entonces
con la belleza, la belleza es en sí y el
que no la aprecie es por cegatón o porque es un poco raro, la belleza es una característica objetiva.
El peligro de
entrar en esa dialéctica es muy grande y precisamen
te por eso vamos a seguir (desgraciadamente no con la demora y la profundidad que quisiéramos) refiriéndonos a la estética kantiana. Cuando Kant llega
a la estética ya ha pasado por la Crítica de la razón pura y por la Crítica de la razón práctica y es el momento
de la última gran construcción de
su filosofía. Cuando
escribe la Crítica del juicio tiene a su haber la experiencia
muy notable de la Crítica de la
razón pura, que casi podría describirse
como una doble lucha: contra el escepticismo y contra el empirismo o dogmatismo del objeto; Kant está luchando en los dos terre nos durante todo el texto, de manera que su experiencia filosófica lo prepara
muy bien para elaborar las cuestiones del arte sin pasar a una posición puramente relativista y escéptica o
a un objetivismo de cual quier tildóle que declare bellas las características
de un tipo de objetos y al que no las
aprecie así, o le parezca que son otras, entonces lo declare en un error subjetivo. Algunos de los
conceptos principales de su estética son
traídos, desde luego, de su Crítica de la razón pura, los trataré de exponer y ejemplificar de la manera más
sencilla que pueda. De la Crítica del
juicio examinaré los grandes temas.
85
Kant plantea
primero el problema en términos lógicos, como un problema del
juicio. Consideremos
esta pareja: un juicio universal y un
juicio empírico. Un juicio universal es, por ejemplo, 2 x 2 son 4; o los tres ángulos de un triángu
lo suman dos rectos ¿ese juicio quién lo
pronunci
a? Según Kant, lo pronuncia un sujeto trascendental. Esto no quiere decir nada místico ni nada de la
otra vida, sino que alude a un sujeto
cualquiera que no es un sujeto empírico en el sentido de que no lo dice porque esté bravo o porque
esté contento, porque sea hombre o
porque sea mujer, o porque pertenezca a una determinada clase social o nacionalidad; no es un sujeto
empírico en ningún sentido, aunque desde
luego que siempre lo pronuncia algún sujeto real, pero no es su calidad de sujeto empírico. En
cambio sí es un juicio empírico: UA mí
no me gusta la cebolla”, bueno, quién sabe qué le pasó... en la infancia lo pelaban cuando no comía cebolla,
en fin, pero, en todo caso, no puede
pretender que sea más que un juicio empírico. El pro- blema consiste en mostrar claramente que hay
un juicio -ninguno de los dos desde
luego es refutable- que pretende partir y llegar a la universalidad y hay otro que ni siquiera lo
pretende, no que no lo logre, sino que
ni siquiera lo pretende.
Lo que podemos preguntamos con Kant es entonces ¿qué es un juicio estético? ¿En qué medida un
juicio estético resulta reductible a lo
uno o a lo otro? Kant, precisamente,
tiene que hacer todo su trabajo porque
no resulta reductible ni a lo uno ni a lo otro, es decir,
rápida- mente uno percibe (para dar ejemplos bien simples) que el que
afirma que le gusta mucho el dulce de
mora y discute con su amigo al cual
le parece detestable y le encanta
el manjar blanco, pues realmente no
tiene mayor cosa de qué discutir, pero si el uno dice que le parece extraordinario El Quijote y el otro dice que
no le gusta El Quijote sino que le
parece magnífico Corín Teüado, uno siente rápidamente que no es exactamente lo mismo que una discusión
entre el dulce de mora y el manjar
blanco, que allí hay otro problema y que tampoco se podría reducir, por ejemplo, a un juicio matemático
y demostrar en una figura matemática
semejante a como se demuestra que los tres ángulos de un triángulo suman dos rectos.
En el caso de considerar El Quijote no se puede hacer lo mismo, y sin
embargo
no es un juicio empírico, en el sentido de que no depen de de qué le
pasó a uno cuando estaba chiquito, no depende de cuál es su ideología más particular, no depende
tampoco de un momento particularizado de
la historia, al contrario, tiene una validez curiosa
86
mente
transhistórica, remite a un drama que no se agota en una de- terminada figura
histórica. Es decir, aquella manera como nosotros podemos
disfrutar de una obra griega es un interrogante, esa incógni ta hace
parte de la estética moderna desde hace mucho tiempo; en el siglo XIX se admiraban muchísimo -para citar
dos nombres importan tes- Marx y Nietzsche de ese hecho.
Marx, por ejemplo, dice que la verdadera incógnita no está en saber cuáles son las condiciones
históricas que explican la producción del
arte griego. Que desde luego no sería mucho problema mostrar
que una obra como La Odisea
es escrita en determinadas condiciones
históricas: la navegación del Mediterráneo, probablemente
el comer cio que impulsa esa navegación, la técnica del bronce, las historias de los marineros sobre un mundo que empieza a llenarse de la fantasía y la religión griega muy poco represora (los
dioses griegos, más que
represores son tentadores), etc. Marx plantea, pues, que no es difícil
de explicar que el arte griego depende de la forma de la existencia
griega, pero que no resulta
tan sencillo saber por qué nos
conmueve aún, por qué tiene efecto
sobre humanidades posteriores que no tienen
ya esa forma de existencia, ni desde el punto de vista económico
ni desde el punto de vista de la
organización del espacio ni desde el
punto de vista mitológico ni de sus creencias y, sin embargo, todos percibimos una cierta universalidad en la
historia de Ulises, en cierto modo,
todos tenemos la posibilidad del acceso al drama de Ulises.
También para Freud, la incógnita del Edipo es
por qué nos con mueve ahora de manera fundamental. Si, como para algunos
mitólogos modernos m
uy opuestos al psicoanálisis, el Edipo
realmente es un pro blema político, o sea la lucha por sostenerse en el poder
de un indivi duo que tiene un poder que no le pertenece porque no ha sido heredado, y además lo afirma con gran
orgullo, el Edipo no nos interesaría
mucho porque, al fin y al cabo, nosotros ya no estamos en el problema del poder heredado o no, ¿por qué
nos conmociona entonces?
Ulises nos
conmociona porque es un drama en el que se contrapo nen dos
tendencias que exceden muchísimo la
existencia griega y su concreción histórica: la tendencia al presente, al disfrute actual de Calipso, de Circe, de las sirenas, y
la tendencia a la continuidad, a la
permanencia, a seguir siendo el padre de lelémaco, el esposo de Penélope, a seguir siendo él mismo; el drama
de fundar una vida en la continuidad y
en el tiempo sobre la tentación del instante, pero en
87
tonces, ULises somos todos. Lo que se ha logrado en esa maravillosa obra es
expresar, desde un momento
histórico y en una forma históri'
camente condicionada, un drama universal. Esto es supremamente importante de resaltar: que el arte griego no
es subjetivo ni siquiera en el sentido
histórico (bello para los griegos), porque en ese caso un pueblo entero sería un sujeto empírico; pero,
entonces, fuera de los griegos no sería
nada.
Lo más
extraordinario que puede decirse del arte de nuestro tiem- po es l
a inmensidad de su apertura. Como vimos, la capacidad de dejarse influir por las máscaras
africanas, por el arte primitivo, por el
de las sociedades más diversas y de las épocas más diversas. Esto
lo saludaban Nietzsche y Goethe como una
gran conquista, o sea, el que hayamos
sido capaces de volver a gustar de los griegos (aunque se conservaran algunos prejuicios sobre el arte
egipcio, de parte de Marx por ejemplo);
hoy en día estamos más abiertos que en esa época, por que artes muy diferentes
influyen sobre nosotros.
Decíamos que el
juicio estético no es un juicio empírico, no es
empírico
en el sentido de un sujeto
particular, tampoco de un pueblo
particular con sus condiciones particulares de vida; el arte es un in tento
permanente y con un logro continuo, como la historia nos lo demuestra, de exceder esa particularidad; por
consiguiente, no se puede entonces
reducir el juicio estético, ni a un juicio empírico, ni a un juicio aritmético, geométrico o a una
verdad demostrable por conceptos. ¿Cómo
puede ser; sin embargo, un juicio de validez general?
Kant se mantiene
en la idea de que es un juicio de validez general pero no quiere soltar ninguno de los
dos lados de la cadena, también está vinculado al sujeto, a sus
impresiones y a su vigencia como un
juicio empírico, sin embargo, no es un juicio empírico en el sentido
de que sólo valga para ese sujeto, sino
que continúa aspirando a ser un juicio
universalmente válido con más o menos fortuna -esa es su aspiración-, si no no circularía como
mensaje. Nadie pinta algo sim plemente porque a él le gusta, sino que también
aspira a que le guste a otros.
Ahora bien, una cosa puede ser maravillosa sin ser mensaje; desde l
uego hay muchas cosas que son simbólicas,
lingüísticas e inteligibles y no son mensajes, por
ejemplo los sueños que nos conmueven y no
están hechos en la figura de un mensaje, pueden eventualmente ser contados pero no son en sí mismos un mensaje,
siendo ellos una expe riencia extraordinaria. Cuando se formula una experiencia
como men
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saje y, por lo tanto, destinada a chequear
la validez y el grado de objetivación en la respuesta de otro, es necesario
que haya allí una aspiración -por lo menos latente- a una validez
objetiva aunque esa validez no
sea accesible a la forma de una demostración, ese es el problema de partida.
Kant, en busca
de las condiciones de esa validez, en lugar de
facili
tarse el camino, se lo dificulta cada vez más, y esa, por lo menos, es la experiencia que creo que todo
lector de su estética tendrá. Cuando él va
a tratar de definir; para comenzar, qué es bello o cuáles son las condiciones del juicio estético, más bien empieza a separar lo que parecerían ser condiciones necesarias, que no tienen que ver con
la utilidad -eso es rápidamente aceptable-, con la utilidad práctica
en el sentido de la instrumentalidad. A veces se ha discutido esta
afirmación de Kant con mucha fuerza en polémicas muy duras, por
ejemplo Nietzsche, principalmente en la Genealogía de la moral, pero
creo que hay una cierta incomprensión. En realidad, Kant define lo bello
como finalidad sin fin, en el sentido de fin sin propósito, un objeto
que tiene la forma de una finalidad, no de una causalidad, de ser producto de tal cosa; no
de una eventualidad, “se reunieron aquí estas cosas”, sino de algún propósito
implícito en la forma misma y que, sin
embargo, no se propone nada en el sentido instrumental; en el sentido de que la forma de un martillo por
ejemplo, procede de una finalidad
práctica clara, el arte no tiene una finalidad práctica, no le es necesaria, aunque puede tenerla. Hay más,
es Kant quien lo propone: cuando habla
desde la arquitectura, exige su extensión
general a todo lo útil, es decin a que se incluyan allí las mesas y
los muebles y los objetos prácticos como
posibilidades de objetivar mensajes
artísticos.
Su visión del arte es supremamente moderna, en un sentido que es muy radical: su exigencia de que
el arte pase a la vida cotidiana y no se
mantenga solamente en figuras aisladas, en
un templo o en mo numentos particulares. La conclusión de su texto en ese sentido
es muy notable, hasta llegar a considerar que la más alta de todas
las artes es la conversación, aquella que está exigida por la vida
práctica, en cierto modo, a todo
el mundo, o por lo menos en la vida de su
tiempo (hay ciertos desarrollos de la vida práctica en nuestra
época que la excluyen, pero eso no habla
mal de la conversación sino de nuestra
época). También hay en Kant una permanente exigencia de que lo artístico pase a la vida cotidiana y
no se mantenga como un
momento excepcional del sujeto o de la
experiencia; en ese sentido es muy moderno
y su posición -podríamos decir- es muy democrática, por esa exigencia de que lo artístico no sea
propio de una élite con una
excepcionalidad particular
La argumentación de Kant, pues, deja de lado
primero, lo útil en el sentido
de
lo instrumental;
todas las dimensiones de un cuadro, por
ejemplo, no se reducen a dimensiones
instrumentales, un cuadro instaura
dentro de nuestro espacio otro espacio cuyas relaciones in ternas no
están definidas po
r el espacio que lo
circunda, esto está dicho en el sentido
de que las dos figuras de un cuadro no están a la misma distancia que el cuadro está del
tomacorriente, porque están a una
distancia imaginaria y la otra es una distancia real y no necesita para eso ser figurativo, ni trabajar con los
elementos de la perspectiva, puede
trabajar con otras relaciones y distancias simbólicas, como por ejemplo el bizatino, donde lo grande y lo
pequeño corresponden a valoraciones
sociales, religiosas que no son relativas a la distancia como en el renacimiento (o por lo menos en un
momento del renaci miento).
Ese tipo de
espacialidad que nosotros observamos en el arte o
el tipo de
temporalidad que observamos en la música, tampoco es el tiempo
público, es un tiempo interno. Internamente una temática (sobre todo en
la más alta música) determina un ritmo, más bien que adoptar un ritmo tipo, al cual se le pueden dar varios temas, lo que es muy propio más bien de la música popular. En la
más alta música el ritmo se somete al
tema, se vuelve una expresión.
Kant deja de lado también el saber. El arte es independiente del conocimiento, no
tiene un valor -digámoslo así- teórico en el sentido preciso que Kant le da, o sea que un objeto no es artístico porque contenga de alguna manera un acceso al
conocimiento de lo repre sentado, al conocimiento en el sentido de un
conocimiento científico... Y entonces
parece que se hiciera cada vez más inaprehensible el tema.
También va a independizar el arte del agrado, en el sentido más inmediato del concepto. Muchas cuestiones para nosotros son agra dables
como sujetos empíricos inmediatos, sin que por ello podamos predicar que tengan un valor artístico, ni
mucho menos aun un valor universal, y
otras son desagradables y no estamos predicando de ellas nada estético, aparte de que son
desagradables. Creo que nadie sería tan
pretencioso como para sugerir que todo lo que a él le agrade es artístico.
90
Kant va separando el arte de la utilidad práctica, de la forma teórica
, del saber y también
del agrado. ¿Entonces, dónde se coloca el
arte, si no tiene nada que ver necesariamente con el gusto, con
el conocimiento, ni con la utilidad? Puede combinarse con esos elemen tos, pero no resultan ser lo esencial del arte. Si estamos buscando la esencia
de algo no vamos a discutir sobre la base de que puede com binarse con
otros elementos, es suficiente que pueda estar separada de ellos para que no pertenezcan a su
esencia, es decir, desde luego que la
música también en toda su abstracción puede combinarse con una historia concreta; en una ópera se
combina, pero no es lo necesa rio, tampoco es necesario que sea un rezo, ni
que sea un canto religio so; hubo épocas en que no se daba sin esas formas,
pero eso es algo eventual; no es
necesario que sea una fiesta, aunque la música más primitiva probablemente era la de la fiesta,
y por lo tanto ni el rezo ni la fiesta
hacen parte de la esencia de la música.
Del mismo modo estamos aludiendo en general sobre el
arte. Es muy
probable que resulte útil, pero en otro sentido, no en el sentido de la práctica, de la técnica, de la transformación de los objetos; no
es útil en el sentido que sea
y valga como un medio para llegar a un fin
y que necesite justificarse
como medio. A veces hablamos, por ejem plo, muy bien de una obra literaria y lo que estamos diciendo en
rea lidad no se refiere
a su aspecto literario propiamente dicho, que es muy importante porque expresa muy bien las condiciones de vida de algún pueblo en cierta época, eso puede ser importante pero no es propio de su valor literario. Desde luego uno puede leer El Quijote como
historiador; tomándolo como un
documento sobre la España de Felipe III,
tan importante -o a veces ni siquiera tan importante- como un archivo de la Santa Inquisición donde nos
cuentan a qué seres asaron, pellizcaron
y rasgaron con todo el instrumental de la Santa
Inquisición y por qué; el archivo es un documento histórico, El
Quijo- te también lo es, pero eso no lo
constituye en una gran obra artística.
No entendemos tampoco demasiada sociología sobre las condiciones de las ciudades y de las aldeas de su tiempo
porque leamos El castillo de Kafka.
El arte no debe juzgarse por aquello con lo que puede combinarse. Lo
que Kant
trata de despejar es precisamente una serie de circuns tancias con las
que puede y suele combinarse el arte; con el aprendi zaje por ejemplo, algunos
lo combinan más fuerte incluso con un men saje particular, convirtiéndolo en
propaganda política, religiosa o vol-
91
viéndolo
edificante: haciendo nov
elas para que la gente aprenda cómo
no debe ser según una religión, un partido etc.; esto no tiene
nada que ver, pues, con el arte, aunque
puede ser tan de malas el artista que le
impongan esa coyunda.
Kant separa lo que no es esencial y busca en
cuál dirección se puede encontrar
lo esencial al arte. Kant piensa que el efecto artísti- co, el efecto estético, es un efecto sobre el sujeto (que no es el efecto de agrado, ni de interés práctico, ni de
aprendizaje teórico ni que tendría que
ser demostrable), que es un efecto liberador ¿liberador de qué? ¿En qué sentido un objeto puede ser liberador por
el hecho de verlo u oírlo? Este
punto parece más lejano todavía que todo lo que
anteriormente separaba como no esencial, porque no se trata de una liberación política; es liberadora en
un sentido muy preciso, dice Kant: “El
objeto estético, cualquiera que sea, provoca el libre juego de nuestras facultades”. Voy a tratar de decirles en qué
sentido podemos pensar esa definición y
en qué sentido podemos exigirle a Kant, ya que nos prometía un criterio universal, que nos
pague, que cumpla.
Esto del
libre juego de las facultades se refiere, desde luego, a la Crítica
de la razón pura donde hizo el estudio de aquéllas. Vamos a considerar ahora
tres: el entendimiento, la razón y la imaginación.
Estas tres facultades pueden tener un
juego libre, fecundo o pueden tener
también relaciones malísimas entre sí. La razón se puede burlar del entendimiento, esa es la característica
de la metafísica, según Kant
precisamente, pues en ésta la razón se basó en la separación del entendimiento que empieza a engendrar toda
clase de mitos a los cuales llama ideas
de la razón. La imaginación puede trabar al enten dimiento y a la razón, como
también puede apoyarlas; veamos ejem plos: es un fenómeno muy frecuente,
cuando uno trata de compren- der algo
-un problema, un planteamiento puramente conceptual- caer en la manía de tratar de representarse lo que
se está estudiando, de procurarse una
imagen, de concretarlo -como decimos vulgarmente- en un objeto determinado.
No hay camino
generalmente más impropio. Si nosotros, por ejem plo,
estamos estudiando marxismo, El
capital, que comienza por un largo
estudio sobre qué es la
mercancía, y queremos representamos qué
es la mercancía, no tenemos la menor dificultad “porque todas las vitrinas de los almacenes están llenas de
ejemplos”, de manera que nos podríamos
representar miles, pero en cambio no avanzamos
un paso hacia la comprensión de lo que se está tratando; en ese traba
92
jo nos están dando la mercancía en otro sentido: para comenzar no necesita ser
un objeto, también puede ser el transporte, la educación
y otras cosas que no son objetos; algo es mercancía en la medida en que es producto de un cierto tipo de
trabajo, que es soporte de un valor, es decir, de un poder sobre el trabajo
ajeno -por medio del cam bio del trabajo que costó hacer otro o por medio de la acumulación o por otro medio acumula el poder-, pero ese poder
de la mercancía es algo no
representable, que se puede perder sin que
cambie el objeto. Buscábamos un concepto de la mercancía, pero
no la podemos repre sentar; ¡píntemela!, no hay manera, le puedo pintar miles,
pero no
tienen nada en sí mismas que las haga mercancía; la mercancía es
un tipo de relaciones humanas: un tipo
de formas de propiedad, un
tipo de formas de cambio, es lo que hace
a los objetos mercancía. Esa costumbre
equívoca es muy propia de la educación moderna que se pretende ser tanto más moderna cuanto más
audiovisual, es decir, menos conceptual,
y que por ello mismo se imagina que es más con creta, empleando de manera
bastante vulgar el concepto de concreto
(les recuerdo la fórmula de Marx de que lo concreto no es lo inmedia
to, no es lo dado, sino la unidad de lo diverso, el todo en la multipli cidad
de sus representaciones, más bien el punto de llegada del desa rrollo del
saber y no el punto de partida). Toda esa explosión de lo visual, de lo audiovisual y de lo
representado no hace más que trabar el
pensamiento, a veces crea la ilusión de haberse capturado una idea y un concepto complejo en una figura o en una
imagen que se puede recordar.
Tenemos, pues, que la imaginación y el entendimiento pueden colaborar o pueden estorbarse inmensamente, sin embargo, el
enten dimiento necesita de la imaginación. En la filosofía kantiana, a
dife rencia de casi todas las anteriores y posteriores, la
imaginación es una función necesaria a
la comprensión y es una función necesaria a la
ciencia. Lo que él llama “el esquematismo de la imaginación” es la manera de intuir el concepto; esquematismo de
la imaginación es el hecho de que
podemos representamos las variaciones de una figura geométrica -para poner un ejemplo- que a
pesar de todas las varia ciones no deja de ser un triángulo y por lo tanto en
su variabilidad nos acercamos a la
intuición del concepto.
También cuando
Kant habla de las hipótesis muestra la importan cia de la imaginación en la
ciencia, cuando la imaginación está so metida al entendimiento y colabora.
Porque también en la pseudo-
93
ciencia la imaginación se va sola y entonces, cuando no explica algu na cosa, comienza a inventar causas por fuera de
todo saber: fuerzas especiales desconocidas, parasicológicas, omnipotencias religiosas y toda clase de razones imaginarias no
conectadas con un saber ante rior. Claro que esas no son
hipótesis, las hipótesis tienen que estar
conectadas con un saber establecido -uno puede soltar cualquier ba
rrabasada con el pretexto de que nadie le puede decir que no, sin
que esto signifique que sea una hipótesis-;
Kant en eso es finísimo, sobre todo en
la metodología de la ciencia (la última parte de la Crítica de la razón pura) para mostrar las condiciones de su cientificidad. No pue do llamar
hipótesis a mi idea de que en el centro de la tierra hay una bola de mermelada de mora, no es ninguna
hipótesis, no proviene de ningún saber,
es una hipótesis puramente imaginaria, es decir, no co nectada en términos de
necesidad con un saber anterior, aún si resul ta probada empíricamente, no por
ello adquiere el valor de hipótesis. Por
ejemplo yo digo: “En el planeta equis hay hombres” -¿Por qué dice usted que hay hombres allá? -Pues porque hay
piedras y hay mares y es necesario que
donde las haya, haya hombres. Si mañana van a ese planeta y encuentran hombres, además de
piedras y mares, eso no demuestra que
sea cierto lo que yo dije porque no era una hipótesis; por casualidad en ese caso resultó, pero
mañana pueden encontrarse cuarenta
planetas con piedras y mares y sin hombres; lo que le falta a esa afirmación es la necesidad y sin ella no
hay hipótesis en el sentido científico
(no se puede refutar, ni confirmar).
La imaginación puede colaborar en la ciencia, la imaginación ex tiende el saber establecido en forma de hipótesis, a campos no conoci dos aún. La imaginación en Kant es definida en forma amplia y preci sa, es necesaria para la conceptualización, es necesaria
para pasar de la conceptualización puramente formal a la intuición del concepto
y su vinculación a determinados objetos que pertenecen a ese concep to. Su
definición es importantísima porque en Kant, por primera vez, la imaginación no es “la loca del paseo”, la
imaginación no viene solamente a
producir extravagancias y a desviamos del rigor del pen samiento, sino a
colaborar con el pensamiento.
Puede estorbar o colaborar, lo mismo la razón
que el entendimien to. Vamos a llamar ahora razón a una facultad especial muy
particular, que consiste en tratar de
extender al máximo los resultados del en tendimiento -facultad peligrosa por
eso mismo-. El entendimiento nos conduce
a explicar los fenómenos por sus causas: en la medida en
94
que queramos entender algo, uno de los propósitos que nos plantea-
mos es buscar lo que ha
llegado a ser (para decirlo en términos
kantianos), por las condiciones de existencia, por las condiciones an
teriores que funcionan como determinantes de lo que llegó a ser; el entendimiento nos da continuamente la
conexión causal, causas de muy diverso
tipo, causas materiales (la madera, si tomamos la mesa como ejemplo), causas eficientes (el
trabajo), etc., pero siempre con duce de lo existente hacia sus condiciones de
existencia.
La razón generaliza, en ella la causalidad queda predicada como universal. Donde la razón puede dejar de colaborar con el
entendi miento y empezar a oponérsele es cuando lo que éste le plantea y
ella puede aceptarlo como una
tarea infinita (la explicación es una tarea
infinita en la medida en que
tiene una causa en un estado
anterior, y éste en otro anterior, en
general la explicación es siempre una
expli cación relativa) es sustituido y despidiéndonos del entendimiento
cam biamos esa tarea infinita de explicar por otra fórmula: algo que lo explique todo. En lugar de pensar que todo
tiene una causa, pensar que hay una
causa de todo y pasamos a la teología despidiéndonos del entendimiento: no hay por qué ir de aquí para
allá, paso a paso, criti cando las condiciones sino que hay una causa que lo
explica todo. La razón tiene sus
peligros, la exigencia de extensión puede hacer que la tarea infinita de la explicación se convierta
en una explicación gene ral más o menos mítica según los casos.
Hablamos del entendimiento, que es una facultad
del juicio, de la razón,
qu
e es la extensión del juicio hacia la universalidad y
de la imaginación que es
una colaboradora del entendimiento y
de la ra zón, en general de la investigación. Lo que Kant llama liberar alude
a que algo que se presente a la
intuición -por ejemplo a la representa ción- se nos entregue como una unidad
particular intuible y, no obs tante, despierte y sugiera las condiciones de la
razón; él no nos da un concepto
determinante.
En su proceso de aislar lo que el arte no es, Kant da un paso que parece extraño, ese paso consiste en
decir que el arte, así como no tiene
nada que ver necesariamente con el
agrado ni con un saber teórico ni
con la práctica y no vale porque sirva para algo -fuera de lo que es en sí-, tampoco remite el concepto de
bello al de perfección. Kant se ocupa
mucho por hacer esa distinción.
Algo
puede ser perfecto sin necesidad de ser bello. Hay más, en la representación de un concepto la
perfección no tiene nada que ver
95
con la
estética, por ejemplo, uno puede tratar de
representar los con ceptos de la geometría, aunque uno sabe que en el fondo ninguno es
propiamente representado: el punto no ocupa un lugar en el espacio,
no es más que un lugar que señala y no puede ser
representable, tam poco la líne
a es
representable porque es un límite o una dirección; en realidad todo lo que es representable ya es
algo más que un punto y mucho más que
una línea, pero la representación puede ser relativa mente perfecta en
relación con el concepto. Hay una figura que no sotros podemos considerar como
perfecta, pero no es necesario que por
eso sea muy bella, es decir, no tenemos ninguna razón para soste ner que es
más bello un círculo que un cuadrado o que otra figura, por el hecho de que tenga una fórmula más
simple (como puede ser más simple la
fórmula de un círculo que la de una elipse).
La idea de
perfección es más bien una tendencia. Los griegos te nían
un prejuicio con la perfección: se imaginaban que lo perfecto estaba más cerca
de lo bello, y no sólo de lo bello, sino de lo verdade ro. Uno de sus problemas en la astronomía derivaba de que como
lo verdadero se parece a
lo perfecto y lo más perfecto es el círculo, que rían pensar que las
órbitas eran circulares, llegaron muy lejos pero encontraron una cierta dificultad a partir de
un prejuicio estético (no existen
solamente prejuicios religiosos sino también estéticos). No es necesario que lo real corresponda a lo
perfecto, ni que lo que resulta verdad
sea lo que más corresponda a la noción de perfección.
Para Kant, ni lo agradable ni lo perfecto ni lo útil, son necesarios al arte, sino lo que libera el juego
de las facultades. ¿Y cómo puede ser
objetivo el juicio estético si nos estamos refiriendo solamente a
un sujeto y sus facultades? Tiene que
haber alguna condición del objeto que
sea adecuada para que se dé el libre juego de las facultades. Es muy interesante ver que Kant se va a
aproximar a la noción de belleza y va a
mostrar que la simetría sola, no la produce, ni tampoco la asi metría
absoluta. Debemos tener claro que es muy difícil de captar el concepto de belleza en una formulación puramente
estética, porque Kant se está
interrogando en una forma muy despojada de la moral, del agrado, de lo antropológico inmediato de
una sociedad particular.
Se podría hacer un estudio de una estética, en el cual todo ello se vuelva discutible. Sartre es un
pensador muy notable de lo bello y de lo
feo también, en un texto excelente en El idiota de la familia, pero hay un problema en Sartre consistente en que
ese contexto adquiere muy rápidamente
valores morales. En un trabajo extraordinario sobre
96
el Tintoretto, El secuestrado de Venecia,
Sartre muestra la estética en una determinada
posición que lo lleva a decir que la belleza es la más grande traición. Uno se pregunta qué puede querer
decir. Lo que ocurre es que él plantea el problema en térmi
nos morales: cuando establece su amor por
el Tintoretto no lo hace simplemente por él,
sino que lo hace contra el Tiziano; el Tintoretto descubre una formu
lación nueva del espacio que no está centrado en la perspectiva sola de un punto sino con varios puntos de fuga,
descubre una nueva con cepción del color, no está muy interesado en la armonía
sino en la expresividad, y como dice
Sartre:
Pinta un cielo
gris con una desgarradura verde en el centro, como una
angustia hecha cosa que se yergue por encima de su Cristo
crucificado,
porque precisamente él quiere expresar y no poner cosas bonitas, a diferencia del Tiziano que
es un esteticista: en sus cuadros la
guerra es un ballet danzado por falsos duros con barbas de lana y nuestra realidad es siempre
armónica y maravi llosa; allí los mendigos y los perros están en la parte de
abajo como notas pintorescas que
colaboran a la armonía del conjunto, todo
es maravilloso y la belleza es la más grande traición.
En otra parte
dice que la belleza es tranquilizadora. Cuenta que él le tiene pavor a los aviones
porque es un viejo reptil que no ha podido
acostumbrarse a esa movilización tan antinatural y que,
sin embargo, cuando hay una
mujer muy bella en el asiento de enseguida, pierde el miedo, porque la belleza es tranquilizadora,
al contrario de la feúra, que es amenazadora;
todo ese juego de la estética sartriana es supre mamente interesante,
no estoy diciendo nada en contra (sería del
caso incluso hacer muchos estudios sobre la estética de Sartre, que tiene dos libros: uno sobre la imaginación y
otro sobre lo imaginario, donde muchos
de sus ejemplos son de sinfonías y de pintura), lo que quiero mostrar es que Kant está tratando
primero de establecer, antes de
relacionar; probablemente Sartre ya pasó por allí, ya conoce a Kant y está relacionando con otras experiencias la
experiencia estética; pero Kant quiere
formularla primero en sí misma: el libre juego de las facultades, es su formulación.
Kant quiere
salir de la noción de armonía que reduce muchísimo lo bello, mostrando que no
existe solamente lo bello, sino que hay
también lo sublime y que la estética no se reduce a lo bello. A
noso tros puede parecemos evidente, nos encanta la expresividad sin reía-
97
ción ninguna con una preconceptualización de armonía o de modelos de ninguna clase, nos parece muy bien
que Picasso pinte a “Guemica” con su
mitología del caballo
del Apocalipsis, con su toro español vuel to sobre sí mismo y enroscado, porque se está tratando precisamente de un bombardeo y no aspiramos a que nos pinten un bombardeo como la guerra que describe Sartre, como un ballet.
Pero en la época en que Kant está
escribiendo -hace dos siglos- no era tan evidente que la experiencia estética pasara mucho más
allá de la noción de belleza, el
esfuerzo suyo por ir más lejos lo vamos a seguir antes de volver al problema de la pintura, la arquitectura y la
música. La estética de Kant y la estética
de Hegel son los fundamentos de los cuales parte cualquier tratado de estética contemporáneo,
por ejemplo las Veinte lecciones sobre
¡as bellas artes de Alain.
VI
La arquitectura, la muerte y la utopía
Veíamos que Kant comienza con un análisi
s del concepto de lo bello donde va despojándolo de lo que no le es esencial aunque pue de
irle unido: lo útil, por ejemplo, no le es incompatible pero no le es esencial, la perfección igualmente.
Algunos conceptos, a juicio de Kant, más bien son opuestos al de lo bello,
por ejemplo el de ornamentación. Eso es algo que
puede ser muy discutido, en ese
punto Kant resulta un clásico en un
sentido muy duro del término, un
clasicista. Él piensa que ornamentación (es
decir, algo ajeno a lo que en una obra hay de esencial y que viene
no más a reforzarla) más bien se opone a
la belleza de la obra que a
incrementarla o apoyarla. Algunos ejemplos de Kant, son evidentes: dice que una gran obra pictórica con un marco
de oro lleno de pedre rías, sería dañada por el marco más bien que destacada.
Todo esto hace parte del procedimiento
metodológico que Kant va a desarrollar
para ir despojando el concepto de lo bello de todo lo que no es
esencial.
Luego Kant va a cambiar la dirección de su análisis, a volver su atención, m
ás que en la consideración del objeto
estético, a la inda gación sobre el sujeto, a estudiar lo que
ocurre en el sujeto de la emoción
estética, de la experiencia estética, que es una experiencia límite entre nuestras facultades, de desear,
imaginar, pensar, donde participan la
imaginación, el entendimiento, la razón y la voluntad. El objeto estético se configura como el objeto
de una experiencia límite, en el sentido
de que no es exclusiva de ninguna de esas facultades, sino del juego libre entre ellas. Ese es el
punto máximo al que llega Kant por
dirigir la mirada, no sobre el objeto sino sobre el sujeto.
Recordemos, pues, la idea de liberación; en este
punto Kant ha sido muy preciso:
las facultades pueden estorbarse; hay una manera de desear que impide pensar y hay una
manera de pensar que impide desear, un
racionalismo muy tieso terminaría tal vez por liquidar el deseo; a veces Freud cae en él, dice por ejemplo,
que la música no le produce ningún
placer porque no le gusta emocionarse sin saber por qué, que es un principio insostenible, pues
acabaría probablemente
99
no sólo con la música sino hasta con la
humanidad misma, porque si tuviéramos
que tener claro por qué estamos emocionados antes que hacer nada,
probablemente lo que se acabaría sería el deseo mismo. Las facultades se
pueden estorbar y a veces ocurre, como cuando a alguien se le va la mane? en racionalismo,
así a Freud en ese pasaje de UE1 Moisés
de Miguel Ángel” (donde se calumnia a sí mismo porque hemos sabido posteriormente que la música le
encantaba contra lo que allí dice).
La facultad de imaginar puede estorbar también a nuestra facul tad de
pensar. Hay filósofos que no han
visto sino el estorbo de la imaginación; Pascal
y Spinoza por ejemplo, no veían sino un estorbo y el motivo de todos nuestros disparates.
Kant muestra el efecto del arte como el efecto de la colaboración,
por ejemplo, entre el entendimiento y la imaginación, en el sentido de que la imaginación esquematiza, representa, combina, sin
reglas conceptuales, no tiene más reglas que un concepto que la guía vagamente, puede ima ginar cualquier clase de triángulos, de círculos, de
personas, pero si la imaginación va más
allá de cierto punto, ya no se está
tratando de lo que el concepto
decía. La libertad no tiene más límite que el saber, es decir, que si nos ponemos a pensar cualquier
concepto empírico, por ejemplo, un perro
y nos ponemos a quitarle al perro una serie de características, en el momento en que empezamos a quitarle
características que son esenciales a su
definición, se nos fue la mano en libertad, porque no estamos pensan do en un
perro si no ladra, si ya no camina en cuatro patas, si no es carnívoro, ya no es un perro.
La imaginación, pues, se guía vagamente por la unidad de un con cepto dentro
del cual puede jugar como quiera, en cambio el concep to está sometido a leyes y esas leyes son las leyes de la
lógica, para decirlo rápidamente.
El entendimiento está sometido a las
reglas de la lógica, por ejemplo, a todos los principios a priori
-que decía Kant- de la experiencia, lo uno y lo múltiple, la
ley de la contradicción,
la ley de la causalidad, etc.; el
entendimiento es nuestra facultad más
típicamente sometida a leyes, leyes en un sentido muy general, o sea, las normas de la intelección de cualquier
cosa, de la coherencia.
El objeto
artístico produce el efecto de la colaboración de las
fa cultades, es hacia donde Kant se dirige en segunda instancia.
Las facultades se vuelven compatibles, la imaginación se amplía, la con- ceptualización también, es -por
decirlo así- una provocación a la ra zón, en el sentido en que la razón
intenta generalizar, universalizar,
100
llevar a sus últimas consecuencias aquello que el entendimiento
de- termina como
verdadero.
En la estética de Kant interesa ver el
procedimiento que sigue,
porque las exigencias kantianas van a servir
de modelo a muchos pensadores posteriores sobre el tema de la
estética en forma directa, a discípulos y adversarios. Los románticos
-como adversarios- son
todos kantianos en estética, comenzando por el más grande de los estetas
románticos, Shiller, que además no lo oculta,
sino que lo declara. Ese modelo
ha sido esencial para el pensamiento moderno
sobre el arte. El procedimiento de Kant va a ser seguido posteriormente, aunque las conclusiones no
van a ser exactamente las mismas
siempre.
El análisis del sujeto es un punto esencial
al que volveremos una y
otra
vez cuando examinemos, por ejemplo en Heidegger, en
Freud y en
otros pensadores del mundo moderno en los cuales la reflexión sobre el arte
vuelve sobre el sujeto. Todos tienen de kantiano un punto central y es que vuelven sobre el sujeto (no
sobre el sujeto empírico o
sobre el sujeto particular para analizar los avatares, por
ejemplo, na cionales y demás) para buscar lo esencial de éste, es decii, una
subje tividad no empírica sino trascendental. A veces trascendental no
suena muy bien, trascendental en
términos de Kant no tiene nada de místico,
por ejemplo, el sujeto trascendental es el sujeto de la matemática,
el que dice “2 + 2 son 4”, cualquiera
que sea, en el sentido en que no lo dice
porque esté contento ni porque esté triste ni porque sea hombre ni porque sea mujer etc., como queda
explicado atrás, es decii; tiene el
máximo de la comunicabilidad y el mínimo de la expresividad.
La expresividad es aquello que en un texto expresa lo que es quien lo emite, o indica quién lo emitió en particular, por ejemplo: un poe ma lírico es muy expresivo y una fórmula matemática perfectamente inexpresiva
(no nos da ningún indicio de quién la dijo). Un problema planteado con el arte es cómo llegar de la
expresividad a la universalidad, es
decir, cómo considerar el análisis de la expresividad sin que sea la expresividad de un sujeto
empírico.
Kant, después de que vuelve sobre lo que él llama las faculta des del sujeto y su combinatoria, retorna sobre el objeto.
Hay un momento en que dice que de
todas maneras es necesario -si pos tulamos la universalidad como exigencia al
juicio estético- volver sobre el objeto;
ese retomo además tiene la característica de que produce el tema de lo bello y lo sublime.
101
En lo sublime
incluye lo terrible (uno de sus ejemplos más famosos de lo sublime en la naturaleza es el
de una tempestad en el mar). Debemos tener
en cuenta que lo bello en el sentido tradicional, por ejemplo en el sentido en que podemos seguir la idea de equilibrio y armonía, ha dejado desde hace tiempo
de ser una definición necesa ria del arte. Kant se da cuenta de ese fenómeno,
aunque en realidad, nunca lo ha sido;
nosotros muy frecuentemente le achacamos eso a los griegos, pero tampoco en el arte griego es
así, si hallamos algunas obras griegas
en las cuales la noción de equilibrio, de armonía y de proporción, se ve inmediatamente que son
guías, pero la expresividad en Grecia
existe desde el comienzo muy independizada de la noción de belleza en el sentido de equilibrio y
armonía.
Así como nos
encontramos con el Apolo de Belvedere o la Venus de Milo,
también
encontramos la Gorgona o el retrato de Sócrates, en el cual, precisamente
lo que se trata de mostrar es la famosa feúra de Sócrates alarmante e interiorizada por
completo, porque él la consi deraba parte de su posición ante el mundo, cosa
que sus adversarios y sus partidarios
corroboran; de sus adversarios, Nietzsche dice:
Sócrates era feo. En general eso no es una buena cosa, pero en
Grecia era algo terrorífico
ser feo. De lo más inadecuado que po dría ocurrirle a alguien era ser feo
precisamente, en Grecia.
Sin embargo, él domó su feúra, puesto que la pensaba como nega ción a seducir,
formuló la argumentación como lo contrario de la seduc ción. La gran
escultura griega no está hecha sólo de bellezas, ni mu cho menos en ese
sentido clasicista (tampoco la medieval, que tiene una idea completamente diferente). Sobre todo
es un momento de la crítica, el que
produce el esteticismo. No es cierto que ninguna socie dad que haya hecho un
gran arte, lo haya hecho con el criterio que
nosotros llamaríamos esteticista y es injusto achacárselo a los griegos.
Kant encuentra
la dualidad y la produce como lo bello y lo subli me que remite, volviendo sobre el sujeto trascendental, al
juego de nuestras facultades. Lo
sublime tiende a la razón, a combinar la ima ginación con la razón y a
presentamos lo »representado, a sugerimos
con lo desmesurado del mar o de la tormenta lo infinito, lo que es pensable; por ejemplo, es perfectamente
pensable que el espacio sea infinito, ya
que lo contrario es contradictorio, quiero decir, un espacio limitado es una contradicción en los
términos, ya que todo límite im
102
plica un más allá y un más acá de ese límite
y por lo tanto es un límite en el
espacio
y no del espacio, esta idea es pensable, pero no representable, es decir, que la razón desborda lo representable conti nuamente. Este
es un ejemplo muy simple que analiza Kant, pero en general la razón desborda lo representable
por una u otra vía, y la imaginación se
atraviesa como no opuesta a la razón en algunas for mas artísticas que más
bien son una alusión a lo no representable por
la representación.
Kant se mantiene en esos términos en la Crítica del juicio, pero antes había escrito un ensayo muy conocido que se llama Lo bello y lo sublime
(muy
conocido y no muy bueno) escrito mucho antes, en el período que suele denominarse
“precrítico”. Precisamente la diferen cia en la manera que tiene Kant de
abordar el mismo tema en dos períodos
nos da la medida de esa inmensa revolución que significó el período crítico, él mismo lo llamaba una
revolución copemicana (como se sabe, los
filósofos no se destacan mucho por su humildad; la modes tia y la humildad no
son virtudes filosóficas, basta para verlo conside rar los solos títulos de
las obras, El ser y la nada, El ser y el tiempo, La crítica de la razón pura, Para una reforma del
entendimiento).
Veamos cómo es de diferente en La crítica del juicio su concepción de lo bello y lo sublime y la concepción “pre-crítica”, de la cual preci samente un kantiano haría una crítica demoledora.
Porque de lo que trata en La crítica del juicio es de volver hacia el sujeto,
pero pensándolo como sujeto universal,
no como sujeto empírico. En cambio,
lo que le ocurre continuamente en el ensayo sobre Lo bello y lo sublime es que se queda en el sujeto empírico y a través de él se le
introducen todos los prejuicios
de su época: prejuicios racistas, prejuicios antifeministas (llamaríamos hoy). Ninguno de nuestros
grandes maestros de los siglos XVII,
XVIII y XIX como Hegel y Marx, y del siglo XX como Freud y como Heidegger; ninguno de ellos está
realmente libre de prejuicios y debemos
evitar ser totalitarios en la consideración de las personas que han hecho una honda reflexión sobre un tema.
Ser totalitarios en la estimación de un
pensamiento quiere decir, que si en un punto se
equivocan de manera muy desagradable para nosotros, entonces va mos a
tener que abandonar todo lo que han dicho; eso es muy fre cuente hoy,
desgraciadamente, hace parte del consabido dogmatismo que plantea las cuestiones en una disyuntiva
absoluta: o uno se traga el tamal
entero, sin crítica alguna, con hojas y todo, o uno no lo toca
103
porque está contaminado por la reacción o
está contaminado por la ideología, o por cualquier fórmula parecida;
la posición dogmática es desde luego de
una esterilidad extraordinaria, una búsqueda de al' gún catecismo, búsqueda completamente inútil
de algo o de alguien que sea al mismo
tiempo un señor y una garantía de cientificidad, eso no existe.
Kant y Hegel
tienen muchos prejuicios, no siempre los mismos, pero, por ejemplo, el etnocentrismo
les es común. Sólo nuestra época ha hecho un esfuerzo consciente, directo y muy fuerte
para llevar a cabo una erradicación del etnocentrismo en todos los terrenos. El
etnocentrismo de Hegel es muy visible:
para él la historia es la historia de
Europa, propiamente hablando. En el
marxismo posterior quedó algo de eso
-aunque no en Marx- en la idea de
una cadena de socie dades que tienen
un desarrollo necesario: comunismo
primitivo, esclavismo, feudalismo,
capitalismo, socialismo, comunismo; esa idea
muy manualística, es muy parecida a la idea de Hegel de postular la historia de Europa como la historia de la
humanidad y el resto como excepciones:
Latinoamérica, Africa, Asia (qué regla tan rara: la inmensa mayoría son las excepciones).
En realidad Marx protestó explícitamente
contra esa versión que ya se daba en su tiempo. En una carta muy notable a una
revista rusa en 1877, alude a un
crítico ruso, que elogiando El capital, le atribuye que ha demostrado el camino que deben seguir
necesariamente los pueblos y pasar del
feudalismo al capitalismo y del capitalismo al so> cialismo. Marx le dice:
Excúseme, su crítica me honra y me avergüenza
demasiado. Yo nunca pretendí dar una
ley filosófica del desarrollo de todos los
pueblos. Una ley histórica cuya
única ventaja consistiría precisa' mente
en estar por encima de la historia,
nunca se me ocurrió. Yo dije eso
con respecto a lo que ha ocurrido en Europa occidental. Si Rusia entra en una formación capitalista, deberá seguir
las le yes del desarrollo capitalista como todos los pueblos profanos -porque la llamaban La Santa Rusia-, pero no
quiero decir más que eso. Si entra en el
capitalismo, sigue las leyes del capitalismo
pero puede no entrar.
En general, esas ideas etnocentristas más
bien sí son de Hegel, él decía, por
lo que a nosotros respecta, que Latinoamérica no estaba en la historia. El etnocentrismo se formula
también con implicaciones de
104
racismo; es
interesante hacer un contraste de Hegel con Marx (quien aveces lo sigue en su etnocentrismo y en sus prejuicios) en la
noción de fetichismo que tenía Hegel y
en la noción de fetichismo que intro duce Marx.
En Hegel es evidentemente una noción etnocéntrica y está toma da de los colonizadores. El fetichismo para Hegel es un
impase en el que cayó el pensamiento
de los negros africanos, que entraron en la
concepción de que los objetos
tenían poderes sobrenaturales y eso lo
lleva a decir no pocos disparates a ese propósito, por ejemplo: que
la esclavitud en sí está mal, porque lo
que pertenece al hombre en sí es la
libertad, pero que desde luego la esclavitud de los africanos no está mal porque es una manera de introducirlos en
la historia universal, único punto a
partir del cual podrán encontrar luego una liberación. Esa idea produce unos frutos políticos y
culturales de inmensas conse cuencias.
El fetichismo
fue tomado de la mentalidad colonizadora. Fue un concepto que tuvieron los portugueses (viene del
portugués feiticio, que quiere decir hechizo,
ficticio, hecho, construido, fabricado). Ellos
se asombraron mucho cuando llegaron a Angola y vieron que los angoleses le cantaban, le bailaban, le rezaban a
unas piedras y a unos muñequitos que
ellos habían fabricado y a los cuales les dieron el nombre de fetiches y a la concepción que ellos pensaban que tenían esos negros de Angola, fetichismo; lo
que no descubrieron en ese momento fue
que los angoleses pensaban de los portugueses lo mismo: los veían que ponían dos palitos en cierta
forma, los clavaban, se arro dillaban y comenzaban a hablar, creen que dos
palitos con sólo ponerlos así hacen
prodigios, fetichismo. Fetichismo el tuyo, fetichismo el mío, es decir, ambos cometían exactamente el mismo
error, ver el rito del otro sin tener el
cuenta su mito, es decir, la concepción que allí estaba representada, ver solamente lo que hacían
visto desde afuera; es igualmente
grotesco lo que veían los unos y lo que veían los otros, es el fetichismo en el cual creyeron los
colonizadores -desde luego el fetichismo
es siempre el del otro, el fetichismo no es nunca el mío-, ese es un ejemplo muy visible, muy tangible
del etnocentrismo, esa concepción del
fetichismo.
Ustedes pueden ver la diferencia inmensa de la de Marx. El feti chismo para
Marx no es el del otro, es la mercancía. Marx concibe el fetichismo -recuerdo rápidamente el
tema- como una tendencia que adjudica a
un elemento de un conjunto, lo que ese elemento obtiene
105
de sus
relaciones con los otros, como si fuera una
característica pro> pia. Por ejemplo, el valor
de la mercancía, parece ser algo que le está
adherido a la mercancía misma
y no se ve que procede de un tipo de
relaciones sociales que conservan
el poder sobre el trabajo, pasado y
actual, en forma de cambio y salario; sobre el trabajo social a través de
la propiedad de las cosas, lo cual hace que
las cosas tengan un valor. Con más sencillez lo describe posteriormente, lo que él llama el “fetichismo generalizado”, al final de la historia
crítica de la teoría de la plusvalía y da uno de los ejemplos mejores para ver
qué es el feti chismo. Lo que él
llama la santísima trinidad de la economía política son las tres personas: la tierra, el
capital y el trabajo, que producen sus
propios efectos; la tierra produce renta; el capital produce utilidad
y el trabajo salario. El pago de los
factores -dicen los economistas- que
Marx llama la santísima trinidad y muestra que son tres fetiches
con una visión rapidísima y
extraordinariamente lúcida. La tierra no pro duce rentas, ¡qué va!, la tierra
produce matas, lo que produce renta son
las relaciones de propiedad de la tierra cuando una gran parte de la sociedad no la tiene y sólo unos
terratenientes la tienen, es enton ces cuando la tierra produce rentas; el
capital no produce utilidades, si por
capital entendemos un conjunto de máquinas, eso no hace más que mejorar la productividad del trabajo
directo, es la propiedad de esas
máquinas, cuando los otros necesitan vender su fuerza de trabajo por un salario, lo que sí produce utilidades,
etc. Es decir, Marx des barata la idea fetichista. ¿En qué consiste el
fetiche? En creer que el elemento
maquinaria o el elemento natural: tierra, producen los efec tos que producen
las relaciones sociales.
En Marx el fetichismo ya no es el fetichismo del otro, es nuestra visión de nuestro propio mundo. Allí está ciertamente invertida la mirada de Hegel y roto su etnocentrismo como en muchos otros as pectos. Pero
el hecho de que lo veamos en Hegel (se podrían citar muchas otras cosas) y que lo lleve a
disparates en su estética, por ejemplo;
ese hecho no nos debe conducir a protestar contra nuestros maestros, más allá de la crítica, y a llegar
al punto de tratarlos con una mentalidad
totalitaria: “Puesto que dice eso, no quiero saber nada de lo que dice en general”.
En realidad el esfuerzo de Kant y Hegel y el de muchos otros pen sadores y artistas, es por concebir el arte al mismo tiempo como una emoción y
como un valor que no se reduce al capricho subjetivo, es decir, al gusto personal, sino que tiende
hacia la universalidad.
106
Todo artista, casi todo artista, tiene un
cierto anhelo de validez en
sí, de validez universal. Uno puede
hacerle un regalo a alguien, sin otro anhelo que le guste al
regalado, pero una obra artística dirigida
exclusivamente a un destinatario
empírico y concreto no se hace,
a casi nadie se le ocurre. A don Gregorio Gutiérrez González se le
ocurría por mentalidad excesivamente
parroquial: “Como sólo para Antio- quia escribo, yo no escribo
español, sino antioqueño”, decía, pero eso es raro; es raro que alguien no quiera ser
entendido fuera de una persona o de una
región; generalmente hay una voluntad de afirmar algo universal, es decir, que no dependa de
las características de un destinatario
empírico, que sea válido para muchos otros diferentes y en su diferencia.
Esa búsqueda
es una búsqueda en la que tanto Kant como Hegel
tuvieron una gran importancia, a pesar de sus limitaciones. Por
ejem plo Kant en su primera obra, Lo belfo y lo sublime, hace
distribuciones alarmantes, a veces
incluso sexuales, distribuye lo sublime
para los hombres y lo bello para
las mujeres, y en general, toma la
época, toma las naciones, unas más
sublimes, otras más bellas, etc., es decir, hace lo contrario de lo que va a hacer en el
esfuerzo de La crítica del juicio. El
esfuerzo de exponer el arte al mismo tiempo como expresividad y emoción y como universalidad conduce a ambos,
a Kant y a Hegel, a formular el sistema
de las artes en búsqueda al mismo tiempo del sujeto en términos universales y del objeto que
corresponde a la experiencia de ese
sujeto.
A veces uno tiene la impresión de que para Hegel resulta esencial encontrar un orden
productivo, porque Hegel entre sus muchos pre juicios tiene otro que heredan
no pocos hegelianos, es el prejuicio
evolucionista, que en la época de Hegel es muy fuerte, es decir,
que todo tiene que ser inscrito en un
orden como si fuera un orden natural o
un orden que le es propio y necesario. Por ejemplo, para él el sistema de las artes no es que haya ocurrido
objetivamente así, que se haya dado un
clasicismo, que se haya dado una decadencia, que se haya dado un romanticismo, etc., sino que eso es
una ley; él convierte en ley lo que ha
ocurrido en Europa en el sistema de las artes; a veces también se trata de hacer eso a nombre del
marxismo, con la famosa formulación de
los modos de producción y buscarles sus correspon dientes europeos y entonces
hacer desprender, por ejemplo, el arte
gótico del modo de producción feudal que, desde luego, es una idea bastante peregrina, y que incluso puede
objetarse empíricamente (el
107
modo de producción feudal en pocos sitios ha
sido más claro, más precisamente
desarrollado, que en el Japón, donde nunca hubo arte gótico en el sentido que nosotros le damos).
En general
muchos evolucionismos se han introducido en el mar xismo, que
son empíricamente errados y que proceden
evidentemen te de la influencia masiva de Hegel, incluso -para no
detenerme sólo en este ejemplo- Engels
introdujo uno con su Origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado, un evolucionismo que es una vez más
empíricamente falso.
Sobre la base muy estrecha con que contaba
(hay que reconocer que no era por
pereza que había leído tan poca
antropología, sino porque no
se había escrito: había leído a Morgan
porque era el único; había
leído a Bachofen, que no era propiamente
un antropólogo y sí muy especulador, el que inventó el matriarcado, que no descubrió y había leído otros cuantos)
formuló una historia evolutiva de la
familia, según la cual la familia monogámica es una cuestión tardía que procede de la propiedad
privada y está encamina da a la continuación y afirmación de la propiedad
privada por medio de la herencia, eso es
puro evolucionismo aplicado. Hoy nos encon tramos con las sociedades más
primitivas, que están en el neolítico,
por ejemplo los nambikwara, que no tienen ni siquiera chozas, sino ramadas para protegerse del viento, son
monógamos y no se les ha ocurrido la
idea de propiedad privada ni de lejos, porque no hay casi qué ni de qué, son insectívoros y son
monógamos; en estos términos, el
planteado evolucionismo es empíricamente falso. La influencia hegeliana se da en la producción de una
especie de automatismo que conduce desde
un principio incipiente hasta una formulación, por ejemplo, el saber absoluto o la solución
final (en el marxismo, el comunismo),
esta forma de pensamiento es muy de esa época, hoy en día no tendemos a construir esas evoluciones
necesarias, ni siquiera en lo biológico.
Ahora bien,
Hegel dio mucha importancia en su descripción del arte a la
evolución tal como él la pensaba;
por ejemplo, concibe que la arquitectura es primero, apoyándose en la idea de
necesidad: el arte que esté más próximo a la necesidad, en este caso la necesidad
orgá nica de protegerse, debe ser la arquitectura, porque no se ve que
la pintura sea tan necesaria, en el
sentido de la necesidad biológica y por
lo tanto, dentro de la arquitectura, lo más próximo a la necesidad visible sería la vivienda. Pero nada de lo
que sabemos hoy positiva mente, y que desde luego Hegel no tenía por qué saber
ya que la
108
arqueología es muy reciente, nos indica eso;
encontramos la pintura en cavernas sesenta mil años antes y no tenemos
ningún elemento de juicio para saber
que ya antes había habido ninguna arquitectura,
pero si alguna ve
z quisiéramos pensar sobre arquitectura primitiva
o primordial, probablemente estaríamos mejor encaminados si pensára
mos en la muerte, más bien que en la necesidad. Porque lo que sí encontramos inicialmente, ya en el
paleolítico, son tumbas y los famosos
dolmen, que son una distribución del espacio de tipo arquitectónico
y con funciones de conmemoración,
producir un espacio cerrado dónde
conmemorar a los antepasados, es decir, que más bien es la conciencia de la muerte lo que probablemente conduzca a
la arquitectura primordial, que no una
determinada necesidad para vivir. No hay que
inflar mucho el concepto de necesidad, hay que tomarlo con más cuidado, las necesidades básicas no son
sencillamente las biológicas; no
olvidemos, por ejemplo, que quizá para el hombre también es necesario encontrar una identidad que no le
está dada. Ahora bien, el problema de la
muerte y la arquitectura sí se relacionan mucho; encontramos la arquitectura vinculada al
sacrificio, por ejemplo, en las tumbas
egipcias.
Existe un fenómeno muy
interesante que ha sido estudiado por un
marxista muy notable, Emest Bloch, y es un tema muy moderno, que estaba muy próximo a Hegel, pero que se le escapó de las manos por su manía evolucionista, de una utopía
arquitectónica. Es un tema que nos encontramos muchísimas veces en la historia, pero
que ha sido muy poco tratado. De la utopía arquitectónica, la más próxima a no sotros
es la noción de torre, Hegel hizo un maravilloso estudio sobre la torre, como oposición al diluvio, la Torre de Babel, la Torre de
Nemrod, una típica utopía arquitectónica:
una torre que llegue hasta el cielo.
Ahora, muchísimos pueblos a su modo
han erigido la torre; según los
habitantes de Cholula no la hicieron ellos, sino una raza de
gigantes venida de donde sale el sol,
enamorados ellos mismos del sol, que por
nostalgia de su objeto de amor querían acercarse a él y produjeron aquella monstruosidad de torre, la Torre de
Cholula; las torres de los sacrificios
de los mayas y de los aztecas; la idea de la torre que combi na tantos temas y
que está en tantos pueblos, la torre sepulcral, la pirámide de Keops, que combina el tema del
poder.
Según Hegel, me refiero a una de sus más bellas obras de juven tud, El
espíritu del cristianismo y su destino, el diluvio procede de que el hombre en determinado momento perdió su
confianza en la tierra y lo
que era el elemento y símbolo de la vida, el agua, se convirtió en un agente de muerte, en el peligro mismo, entonces vino el diluvio. La madre peligrosa -así no lo dice Hegel,
así lo habría dicho Freud, pero el
análisis de Hegel es radical en ese sentido, casi lo encuentra—, la idea de la madre peligrosa, de la pérdida de
una reconciliación origi' naria con una
figura completamente protectora y la peligrosidad de la pérdida de una protección original.
Hegel dice que todos los pueblos producen su diluvio, pero que cada pueblo resuelve su diluvio,
según el carácter del pueblo, así es
desde luego. Los chibchas tuvieron el suyo, y vino Bochica y abrió
el Salto del Tequendama y resolvió el problema; también eran las
muje- res chibchas las que habían comenzado por introducir el daño, como Eva según los judíos. Todos tuvieron
su diluvio y produjeron su solu ción, según el carácter del pueblo ya que,
como decía Dostoievski, “los pueblos y
los hombres inventan a sus dioses a su imagen y
semejanza”, cada cual inventa el dios que le corresponde. Dice
Hegel que la reacción contra el diluvio,
contra la peligrosidad del elemento
natural, maternal, vital, en los judíos, es la apelación a un dios
omni' potente y único que los proteja
con su promesa, contra un nuevo dilu vio y subrayando mucho la unidad de su
dios porque es el dios de los nómadas -según
Hegel, el desierto es monoteísta-. Es un ambiente muy agradable el politeísta, como Grecia,
donde hay tantos sitios agra dables que a cada cual se le concede su propio
dios. Los persas se opusieron al diluvio
por medio de la torre Nemrod, el poder, la torre viene a representar el poder político
centralizado; y los griegos por medio de
la reconciliación, la reconciliación de lo natural y de lo legal, de lo político, de lo espiritual y lo
natural, del cuerpo y la razón que es el
arte griego y la vida griega.
Es decir, Hegel concebía ya la torre como arquitectura utópica. Por
lo demás la arquitectura utópica no solamente es la noción de torre en el sentido de la utopía
del poder, la utopía del poder absoluto,
de la centralización absoluta, de la unidad absoluta, es la utopía de
la gran torre; pero también toda la
arquitectura fundamental tiende a la
utopía, por ejemplo, la muralla china ya es arquitectura utópica,
aun- que casi que la construyen, de
cerrar un país entero, por medio de la
muralla.
Ahora bien, uno puede ver la arquitectura utópica en varias di recciones,
escapar a la muerte, escapar al diluvio, a la peligrosidad de la tierra, de la vida; en tercer lugar,
producir la unidad en el trabajo,
110
por el trabajo, de los trabajadores, la
unidad que consiste en la em presa común, hacer algo en
lo que se comprometa todo un pueblo y por lo tanto lo unifique; son muy interesantes en ese sentido, las ver siones de la torre que trae Thomas Mann en
José y sus hermanos al comienzo. La
muralla china según Kafka se construyó por trechos que luego se unían, lo cual tiene la desventaja
práctica de que no sirve para detener a
los bárbaros del norte, pero en cambio tiene ventajas funcionales tan grandes que finalmente se
optó por el método de la construcción
parcial; cuando se pone a explicar cuáles son las venta jas funcionales, Kafka
muestra que consisten esencialmente en la
unidad. Dice:
Cada ciudadano era un hermano para el que construíamos una muralla.
Todos lo veían, todos podían apreciar cuando viajaban de
un sitio a
otro, Ucuán grande, cuán vasta y digna de amor era su patria". Un hermano para el que
construíamos una muralla y que lo
agradecería con todo lo que tenía y lo que era: unidad, unidad; una cadena de hermanos y la sangre ya
no encerrada en la mezquina circulación
del cuerpo, sino rodando sin medida y sin
embargo, retomando sin término, por la China infinita.
Esa noción es una típica descripción de la arquitectura utópica, es decir, la utopía de una fraternidad sin falla; un pueblo sin escisión,
sin combate, sin clases, sin
oposiciones, unido por una empresa común, la
noción de la empresa común como unidad absoluta.
La arquitectura está obsesionada por los temas de la gran arqui tectura utópica,
y son una serie entera, como arquitectura de la muerte, arquitectura
del poder, arquitectura de la unidad, y como manía racional también se introduce en la arquitectura utópica. Ya en Des cartes aparece el tema de la ciudad
racional; la idea de una ciudad racional
consiste en que un solo individuo, un ingeniero, un arqui tecto (dictador
desde luego) diseñara la ciudad
racionalmente de tal manera que unas
cosas no estorbaran a otras, ni la
vista de las otras, ni el camino. Una
ciudad racional, esa es una utopía cartesiana que puede, como todas las utopías, tener
su encanto; la idea en este caso: una
lógica absoluta que podría ser terriblemente impersonal y hasta deprimente, eso no se le ocurrió a ningún
discípulo loco de Le Corbusier, ni mucho
menos, sino a Descartes, la idea de una ciudad
absolutamente racional y planificada desde el comienzo. Es decir,
que la arquitectura -y ya nos iremos
aproximando un poco más a ello-
111
siempre tiene
ciertas obsesiones que le vienen de muy lejos que son sus utopías interiores. Claro que
todo arte tiene las suyas -la arqui'
tectura tiene sus propias
utopías-, utopías del poder, de la razón abso-
luta, de la oposición a la muerte y de la unidad sin conflicto,
utopías que les sirven de guías o de estorbo, con las que se
piensa o se delira según las proporciones en que las asumamos, pero que están siempre
allí. Y si nosotros vemos, pues, el problema tal como se presenta
en el pensamiento de nuestro tiempo
sobre la arquitectura, vamos a ver esos
orígenes que nosotros suponemos, los orígenes que están en el temor a la dispersión, en la necesidad de la
protección del pueblo entero como
unidad, no tanto del clima como de la unidad, de la no dispersión de un grupo.
Hegel también
había pensado en la muerte, había dicho que el
hombre
era el ser para la muerte, mucho antes que Heidegger o que
los sicoanalistas, había dicho que los animales no tienen conciencia de su muerte, porque no saben tampoco
que están vivos (tener con- ciencia de
la muerte y saber que se está vivo es la misma cosa) el hombre es el animal que sabe que se va a morir, esa es precisamente su definición, es el
único; la historia es la respuesta del hombre a la
muerte, es porque sabemos que vamos a morir porque queremos
dejar algo, un escrito, un monumento;
por lo que no nos resignamos a que
haya muerto para siempre y a que perezca incluso su memoria un ser querido, es por lo que le erigimos algún
monumento, una piedra pesadísima; cuando
no sabemos hacer nada, colocamos encima de
donde quedó su tumba un dolmen y eso nos conserva su memoria como si necesitáramos marcar para siempre el
mundo en contra de nuestra propia
disolución. La muerte está muy vecina a la arquitectu ra en general, y Hegel
lo sabía porque consideraba la historia en
conjunto como respuesta del hombre a la muerte.
La mirada de los artistas actuales, de los
críticos psicoanalistas, vuelve sobre el sujeto, ciertamente en una posición
bastante kantiana, buscando
lo universal; sólo que lo universal ya no se reduce como en Kant a facultades, sino a problemas universales como la muerte (de que estoy hablando), el problema de la
identidad, el problema de la pérdida de
la identidad; en eso se va uniendo un poco la mentalidad moderna frente al arte, en seguir el camino
kantiano de buscar la universalidad del
arte en el sujeto para poder resolver el gran enigma de que es al mismo tiempo una emoción
personal y un valor universal que no se
reduce al gusto de un sujeto empírico.
112
La mejor música,
decía Marx, no tiene sentido alguno para un
oído no musical. Y sin embargo, a pesar de ser un
sentimiento y una experiencia vivida y no poder dejar de serlo, no ser reductible a un concepto; no ser reductible, por
ejemplo, ningún cuadro o ninguna obra
artística de ningún tipo, a una definición; no ser demostrable pasando a un terreno no artístico, por
ejemplo, a un terreno puramente
matemático científico; ¿cómo es posible sostener la exigencia de uni
versalidad manteniéndose en el terreno de la experiencia vivida?
Ese es el gran enigma del arte que no puede resolverse con ningu na trampa,
que hay que seguir el camino de una reflexión que viene desde los griegos y Kant, y sigue avanzando muy poco a poco. Una trampa sería imponer un gusto
particular por medios tiránicos o un
supuesto modelo objetivo
txanshistórico; uno puede tratar de genera lizar una particularidad,
pero no ha dado un paso siquiera en la
dirección que conduce al problema del arte: cómo una experiencia vivida que no puede dejar de serlo aspira a
una validez universal, es decit; en qué
sentido y por qué puedo yo afirmar la superioridad de una cosa sobre otra, de El Quijote sobre
Corín Telfodo, o de una obra de alguien
sobre otra de alguien en cualquier terreno.
Por qué puedo
yo decir que es objetivamente mejor y no que a mí me gusta más. lodos están de
acuerdo según parece en dar el paso kantiano,
en dar un rodeo por el sujeto, ya
que se trata de una expe riencia vivida, y por el análisis del tipo de
experiencia particular, que es la
experiencia estética. El análisis kantiano mostró su riqueza, y
sus límites se encuentran en el nivel de
abstracción muy lejano de la
experiencia vivida en que nos deja su sujeto; porque su sujeto
queda descrito solamente en cuanto a
facultades y no, por ejemplo, en cuanto
temas o dramas universales -a los cuales nos acercamos más, cuando pensamos, para dar un simple ejemplo, en la
muerte-, a los cuales busca por ejemplo
un acercamiento Hegel o Heidegger, cuando pien san en un mundo y cuando
introducen el tema de la muerte, y el tema
del habitat; del morar, del producir habitaciones como elementos sig
nificativos de un mundo, de un tipo de vida. Ahora bien, ya que men ciono este
tema voy a decir algunas cosas:
Se ha reprochado a
Heidegger, en general a su filosofía y en parti cular a su estética, una
tendencia romántica muy marcada; en cierto
sentido, hay algunos Tasgos en el pensamiento de Heidegger que uno podría considerar románticos, principalmente
la forma de su crítica a la modernidad
en todos sus aspectos, también arquitectónicos. Su gusto
113
por la
provincia que es confeso y abierto, no solamente porque haya vivido sesenta
años en la selva negra -que no es ninguna selva pero sí es una provincia-,
él mismo dice de su horror a la gran ciudad, horror que comparte con tantos otros (ya
veremos por ejemplo, cuando en tremos en el tema, la protesta de Engels cuando
fue a Londres por ese horror que le
pareció la gran ciudad, y la de Hegel cuando fue a París).
Heidegger, pues, tiene algo de romántico en esas tendencias de crítica, su posición es muy hostil a
ciertos aspectos, por ejemplo, no en
general a la técnica, sino a cierta forma de la técnica. Su
estudio sobre la técnica en eso es más claro; él concibe una gran
hostilidad con la técnica, como un conjunto que
se autonomiza y asigna al hom bre funciones que lo vuelven una parte adicional de la máquina (como decía
Marx en su descripción de la
división capitalista del trabajo, que
el obrero se convertíá en parte de la
máquina es un tipo de crítica por
lo demás muy frecuente), todo su pensamiento se desarrolló ya desde el año 1927 en El ser y el tiempo en el
sentido de un análisis de lo que él
denominaba lo “existenciario” en ese momento, ese lenguaje lo abandonó un poco después y le molestaba
mucho que lo llamaran existencialista
-pero no dejemos de llamarlo así-; el hecho es que él desarrolló un tipo de análisis que él mismo
denominó “analítica existencial” en El
ser y el tiempo. Ese tipo de análisis consistía aproxi madamente en esto: en
tomar una serie de temas que no fueran
circunstanciales sino temas esenciales, es decir, que hicieran parte
de la definición del hombre, por
ejemplo, el saber de la muerte es un
tema existencial, es un existenciario la muerte, porque uno puede ignorar muchas cosas pero no esa.
Hay muchos saberes que son circunstanciales, pero
ese saber de la muerte no
lo
es, el ser que sabe que se va a morir es lo que es deriván dose de ese saber,
y no es en cualquier forma que lo
sabe. Uno puede incluso describir ese
elemento de la muerte en los términos de Heidegger, que están muy bien dichos por otra
parte, o en otros térmi nos, por ejemplo, de Freud, que son muy buenos
también: cómo el niño entra en el
conocimiento del lenguaje primero y cómo entra en él ese conocimiento por las oposiciones
primordiales; dos fonemas, o- a, en un
caso que él analizó, significan ausencia el uno, “o”, y presen cia el otro,
“a”; entonces Freud muestra cómo juega el niño, primero lo muestra jugando con un carrete en la cuna
y saca el carrete y dice “a”, y él lo
esconde -pegado de una cuerdita- y dice “o”, luego ve
114
cómo juega e
l niño echando algo por debajo de la cama y diciendo “o”, o cuando la mamá aparece por
la puerta y dice “a”, y cuando se va
dice “o”, y luego en el espejo, cuando se mira dice “a” y se esconde
y dice “o”.
Entonces empieza Freud
a analizar esos juegos y a mostrar que dos
sentidos opuestos -ausencia y presencia- ya están
representados por dos sonidos opuestos,
y la multiplicación de esas oposiciones fonéticas remitidas a oposiciones definidas va a
generar el lenguaje, aunque primero no
tenga ninguna prioridad el sonido sobre el juguete.
Cual' quier cosa representa otra, así va entrando en el lenguaje y después en el idioma, porque el lenguaje es anterior, más primordial, es
decir, la posibilidad de que un sistema de oposiciones represente otro; el intento de controlar, es mucho mejor poder uno producir algo que vivirlo pasivamente, que le ocurra; le
ocurre que la mamá se fue o volvió, pero
si él intenta controlarlo en el juego con el espejo ya no le ocurre solamente, hay más poder sobre el
mundo; pero también hay una cosa, que es
así como se comprende que uno existe, que uno es el que está en el espejo y que puede desaparecer;
así como desaparece la mamá y como
desaparece todo, puede desaparecer también uno. Dato terrible pero primordial, elemento con el
cual uno entra en el lengua- je, en la
relación interhumana, en el drama de la pérdida del objeto, también en la muerte, sin lo cual no sabría
que está vivo, como ya había dicho
Hegel. Es decir, es un existenciario, es un tema esencial.
Por lo demás, el análisis de la muerte, que Heidegger sí vincula con la arquitectura directamente, lo conduce a mostrar la muerte como un fenómeno esencial en cuanto paro; él no se refiere a la
muer te en el sentido que frecuentemente se le da, como un acontecimiento exterior y posterior a la vida, sino
como algo que está siempre allí, es
decir no solamente la muerte final sino el hecho de que la vida sea
un curso hacia ella, que sea un
recorrido; y que la muerte es también lo
que le confiere a la vida, al mismo tiempo, todo lo deseable y todo lo perdible, lo urgente, lo irreversible.
En un tiempo indefinido, no cerrado por épocas, por edades, en el cual no se diera ninguna irreversibilidad, nada sería urgente,
nada sería un fracaso desde
luego, “mañana se puede volver a intentar y no
hay ningún afán, porque también se puede volver a intentar dentro de un año”. Allí no hay fracaso, tampoco hay
urgencia; nada es impor tante si no hay muerte, nada vale la pena de ser
recordado ni segura mente puede ser olvidado, eso no tiene ninguna importancia
-la
115
muerte es la que
confiere el sentido en cualquier forma que entien dan sentido, como se dice, el sentido de una corriente, hacia dónde va; el sentido de una frase, qué
significa-, sin la muerte la vida no
tendría sentido. Ese es el problema hasta donde lo quiere llevar Heidegger, la irreversibilidad hace parte de todo lo que puede ser
importante en la vida, es lo pasajero lo importante, es allí donde se da lo irreversible,
es decir, que en muchos sentidos ya estamos muertos; hay cosas que pertenecen todavía a la
estructura de nuestros posibles,
más o menos urgentes unas, más o menos aplazables otras; hay cosas
que ya no pertenecen a la
estructura de nuestros posibles, ya
pasó la época en que podíamos ser pianistas, por ejemplo, ya nos pasó a
muchos, si no a casi todos, la época en
que podíamos ser bailarines de ballet -para
decir cosas que no molesten a
nadie, porque hay muchas otras que
también se podrían decir y más molestas, es decir; que hay muchas cosas para las cuales ya estamos muertos, sin
esperar que venga nin guna funeraria a negociar con nosotros. Hay relaciones
en las cuales ya estamos tan implicados,
ya son una empresa común tan importante,
que su pérdida sería una forma de muerte; hay otras que no, que son relaciones pasajeras que si se desaparecen a
veces ni siquiera nos da mos cuenta, pero hay otras que están articuladas con
nuestra vida, hasta el punto en que ya
no podríamos perder sin un duelo por lo que
desapareció y por lo que de nosotros, como posibilidad humana, como tipo de lenguaje, como tipo de afectividad,
murió.
La muerte está permanentemente aquí, no un saber que tenemos sobre algo que
va a
pasar en el futuro y que es posterior y exterior a la vida; ese es el sentido que le da
Heidegger a aquello de la muerte como un
existenciario, que hace parte de la existencia, como hace parte el proyecto, la búsqueda de algo,
la carencia, porque no se busca sino aquello
que todavía no se tiene, de que se carece, etc., etc. Entonces él analiza los existenciarios, ese es el análisis, que introduce con El ser y el tiempo. Su idea siempre que aborda un tema (es un tipo de filósofo que se mantiene en una línea durante años y años), muy separado -a veces para su desgracia, no lo dig
o que
siempre- muy separado de la
investigación colateral, es decir, la que va a su lado en psicoanálisis, en lingüística, en tantos
campos; él se mantiene muy aislado en su
selva negra. El mismo produce textos excelentes, sobre el lenguaje, hay uno que se llama Logos,
excelente; pero no conoce visiblemente la
lingüística, se mantiene en su propia dirección, eso a veces le cuesta. En la arquitectura -para
tomar este ejemplo- (él ha
116
reflexionado largamente sobre la pintura: hay
un pequeño texto sobre la música,
donde estudia una carta de Mozart, como ejemplo), sobre la arquitectura hay una conferencia y algunos
pocos textos en Sendas perdidas
-el origen de la obra de arte y la verdad, más que todo ejem plos-, en los
que más
se detiene allí, en ese texto,
es en pintura, especialmente pone unos zapatos de Van Gogh y hace un análisis so bre el tema. Pero siempre que él se
refiere al arte en general y a la
arquitectura en particular, ustedes encuentran el mismo tono -a
mu cha gente le molesta ese tono-, va muy despacio, generalmente explora
problemas lingüísticos, o mejor etimológicos, a ver si el lenguaje
lo puede orientar en la dirección
esencial, pero siempre está implícita
una pregunta que nos ayuda mucho a leer a Heidegger si la tenemos en cuenta: aquello de que estamos hablando
¿es algo esencial al hombre? Algo que
podamos describir como un existenciario, en el
sentido que les he dicho, algo que es inevitable, como el saber de
la muerte, aunque trata de ser evitado
exteriorizándolo, cambiándole el nombre
por unos más elegantes que muerte: el nirvana o el más allá, o el paraíso; bueno, aunque se le cambie el
nombre, de todas maneras se sabe.
Lo que él hace siempre, con el lenguaje, con la poesía, es pregun tarse si eso, lo que está indagando, es algo esencial. Si
por ejemplo, en el caso de
la arquitectura, construir es algo esencial o no, es decir, si es
esencial al hombre el construir o no, o es una cosa que puede hacer entre otras; sigue un modelo muy parecido, al que había
seguido cuando estudió más detenidamente la poesía (y por eso me
voy a apoyar un poco en eso). Es un ensayo muy sencillo, relativamente a lo que
acostumbra nuestro hombre, que
se llama Hólderlin y la esencia de la
poesía donde busca exactamente lo mismo: en qué medida el poetizar es esencial para construir un mundo, para
poder vivir, entonces se aparta del
poetizar como especialización en la división del trabajo y de las actividades humanas y va hacia un
poetizar fundamental. Lo mis mo hace con la arquitectura: busca el construir a
partir del habitar o del morar (según
los traductores). Nosotros necesitamos hacer un mun do significativo para que
nos resulte habitable. Ahora, el construir en
el sentido arquitectónico hace parte del reconocimiento de la pro
ducción de un mundo significativo, no solamente útil sino significati vo, no
solamente un techo para la nieve, la lluvia y demás, sino un mundo que tenga para nosotros un sentido,
desde lo más primitivo. Más bien aquí
ocurre, como les decía del arte en general, que puede
117
degradarse y
que nos encontramos en una sociedad no artística o una arquitectura que
se reduce, por ejemplo, a minimizar los costos y a maximizar la productividad de determinado elemento y determinados recursos laborales, que no sería ya propiamente una arquitectura sino una construcción. Eso puede ocurrir, pero como un resultado de un
tipo de civilización y de un tipo de problemática actual y no como un
punto de partida. Por el contrario, cuando hablábamos de los caduveos,
pensamos que uno de sus problemas no resueltos estaba resuelto por los
Bororos, y una de las maneras como los Bororos lo formulaban era el plan
de
su aldea, la aldea circular
sobre un centro que es la casa
cuadrangular de los hombres, partida en mitades y esas mitades
distri' buidas en clases, clases de
relación, es decir, una aldea completamen-
te orientada por la distribución de la vida y concreción de las relacio' nes humanas allí posibles y de las relaciones
amorosas imposibles y posibles, según su
propia distribución de las formas del parentesco; vemos que los Bororos, los más primitivos, ya
hacen arquitectura en el sentido más
alto: la concreción de todo el sentido de su vida en una forma de construcción. Heidegger termina así
una conferencia sobre arquitectura:
Esta conferencia es
un intento de pensar en la esencia del morar;
el siguiente paso en este camino sería preguntar ¿qué sucede con el morar en nuestro tiempo crítico?
(en el sentido de tiempo de
crisis). Se habla en dondequiera y con fundamento de la escasez de morada; no sólo se habla, sino que se pone
mano a la obra. Se trata de aliviar la
escasez haciendo habitaciones, promoviendo su
construcción, planeando para elevar la naturaleza de la construc' ción.
Y ahora viene la manera como Heidegger aborda el tema:
Por dura y amarga que sea, por estancada y amenazadora que
quede la
escasez de vivienda, la auténtica escasez consiste prime' ro en la falta de morada. La auténtica escasez de habitaciones es tan
vieja como la guerra mundial y
la destrucción, el aumento de la población
en la tierra, la situación de los trabajadores indus- tríales, la auténtica escasez de moradas
radica en que los morta- les siempre
vuelven a buscar la esencia del morar, de que deben primero aprender a morar, ¿cómo si la falta
de patria de los hom bres, consiste en que el hombre todavía no piensa en la
escasez de
118
moradas como
miseria? Sin embargo, tan pronto como el hombre
se da cuenta de la falta de patria, ya no es un indigente.
Está bien pensada
y conservada la sugestión única que llama a los mortales al morar.
Esta reflexión, muy típicamente heideggeriana, remite pues, del tema de la necesidad de más y más viviendas porque hay familias sin techo, a otro tema: el tema de otro
tipo de carencia que él llama “la
dificultad de morar” y que más adelante llama la “ausencia de pa tria”.
Esta es una
de las reflexiones más notables sobre arquitectura. La ausencia de patria es una vieja reflexión de
Heidegger, y no solamen te de Heidegger, sino también de algunos otros, para
referirse a la modernidad; probablemente la iniciaron los marxistas, esa
concep- tualización, se encuentra antes de El ser y el tiempo, en una obra
que Heidegger seguramente conoció
de Lukacs, que se llama El alma y las
formas y en otra obra que se llama La historia y conciencia de clases;
es decir, es un tema que antes de
Heidegger estaba más o menos implíci to o explícito en la investigación
marxista de la modernidad.
Desde el siglo XIX se observa la tendenc
ia a una apatridad cre ciente. En Marx como
proletarización, en Nietzsche como falta de
“cultura”, es decir de unidad de estilo, que se refleja en la
mezcolanza arquitectónica de nuestras
ciudades.
119
VII
Lo apolíneo y lo dionisíáco
De examinar la
influencia de la estética de Kant en los filósofos poster
iores resulta una
historia muy indicativa de la dificultad del
texto kantiano y del problema que Kant planteó. Voy a seguir en algunos puntos un estudio muy notable de Henri Birault que se llama
Heidegger y la experiencia del
pensamiento (un libro reciente que obtuvo el Premio Nietzsche de filosofía), donde sigue las
grandes teorías estéticas que dependen
directamente de Kant hasta Heidegger. Son muchas otras, aparte de las que vamos a ver en este
momento. Otras las veremos cuando
tratemos el tema del arte en el pensamiento de Marx. De momento, comento que Marx se formó en
filosofía en Berlín cuando Kant y Hegel
tenían una dominación global sobre el pensamiento filosófico y por lo tanto hay, como se ha
observado en innumerables oportunidades,
una influencia muy directa de ambos sobre Marx.
Existen muchas otras grandes polémicas alrededor de la estética kantiana, que
vamos a
seguir aquí, pero primero volvamos sobre dos
puntos esenciales de su formulación
alrededor de los cuales giran to> das
las interpretaciones y también todos los malentendidos que ha producido la estética de Kant; una es la que
suele denominarse la teoría del
desinterés; la otra, la teoría del carácter esencialmente reflexivo del juicio estético, en el sentido
de que el juicio estético es un juicio
del sujeto sobre el efecto que le produce un objeto determi nado, más bien que
sobre el objeto mismo.
Sin salimos del texto de Kant podemos decir que el desinterés está determinado principalmente, y en primer lugar, en una forma negativa: no tiene el juicio estético
un interés para el conocimiento, “No
tiene un interés teórico” -decía Kant-, es decir, que el juicio estético, no nos aporta saberes de ningún
tipo: por mucho que se es- crute un
objeto, no encontraremos en él ninguna cualidad que se pueda designar como una cualidad objetiva al
lado de otra y que podríamos llamar la
belleza o la sublimidad del objeto.
El
juicio estético no se interesa ni de las particularidades reales del objeto, ni de su existencia
propiamente dicha, es decir, en pintu-
120
ra, en escultura o en una obra literaria, no puede ser una objeción a una obra
artística, por ejemplo, que se refiera al
unicornio y que el unicornio no
exista. En principio el juicio estético no está interesado en el problema de la existencia.
Consideremos por ejemplo un paisaje. Cualquiera sabe que un paisaje descrito por un poeta o
vertido por un pintor es algo muy dife rente a lo que puede
ser un paisaje estudiado por un topógrafo, por un geógrafo, po
r un agrónomo, que están interesados en juicios de reali dad, en juicios sobre
el objeto. Las cualidades que destaca el poeta o el pintor no son cualidades del mismo orden,
ni pueden ser sumadas a las que destaca
el topógrafo o el agrónomo; el esfuerzo del poeta va en una dirección completamente distinta, es un
intento de convertir el mundo en algo
que nos hable, es una primera emergencia del sentido. El árbol del poeta no es solamente el árbol
del botánico, sino aquel que sirve a su
tumo de emblema para hablar, que se nos presenta como una posibilidad y un sentido de la
existencia o como un emble ma y que no se puede determinar conceptualmente en
el sentido en que ninguna obra artística
es reductible a un discurso descriptivo de tipo teórico (aunque muchos discursos pueden
acercamos a ella).
Tenemos el
principio del desinterés también en el sentido del des interés con relación a las necesidades de la vida
práctica. No es, pues, con
relación a las necesidades de la vida como se hace un juicio esté tico. Un
paisaje no puede ser descrito estéticamente con relación a las necesidades, como sí puede ser descrito
con relación a las necesi dades por
el agrónomo, como desolado, como desértico, como estéril o como apropiado, pero no es ese precisamente
un juicio estético. El principio del
desinterés fiie muy mal comprendido, el primer gran mal entendido es de
Shopenhauer (hay un estudio de Heidegger muy no table, que se llama Acerca de
la estética de Kant y su incomprensión por
parte de Shopenhauer y Nietzsche).
Shopenhauer creyó que se podía emplear la teoría kantiana del desinterés en provecho de su propia teoría de la
oposición a la voluntad y al deseo como
el mundo del sufrimiento, al que él le
oponía la representación. El mundo concebido como vo luntad y deseo en el cual
uno entra en la rueda del placer y la
insatisfacción, o el mundo como representación. Incluso llegó hasta pensar que la estética kantiana era muy
adecuada para su propia oposición a la
sexualidad. Nietzsche en la Genealogía
de la moral comenta:
121
Shopenhauer era
un individuo que era enemigo de la sexualidad
en general, de las mujeres en particular y de Hegel. Esto para
él era perfectamente esencial sin la
sexualidad, sin la mujer, sin Hegel, él
habría podido vivir, le habría seguido circulando la sangre, se habría vuelto pesimista, pues no lo era,
aunque tenía muchas ga nas de llegar a serlo.
Esto lo comentaba repudiando la inmensa hostilidad de Shopenhauer hacia la sexualidad, que traía a cuento la
extraña idea de que la belleza protege
contra el deseo sexual (una de las formas más curiosas de la consideración de la
belleza).
Pues bien,
Nietzsche opone a eso una concepción que él cree que es completamente distinta a la de Kant, y desde luego que
opuesta a la de Shopenhauer (se encuentra en la tercera disertación de La ge nealogía de la moral,
cuando estudia qué significan los ideales ascéti cos en el arte). Él opone
radicalmente a la concepción ascética su propia concepción afirmativa y antipesimista
de la vida; en esta con cepción se apoya en Stendhal, que definía la belleza de una manera muy diferente a Kant, como promesa de
felicidad; sin embargo allí, como en
muchas partes, Nietzsche es bastante injusto con Kant. Fe nómeno curioso pero
frecuente en la filosofía, el de la injusticia de unos filósofos especialmente con sus
antecesores más próximos, por ejemplo de
Nietzsche contra Hegel y Kant, y en cambio su tendencia a reconciliarse con antecesores mucho más
lejanos. Nietzsche no tie ne mayor problema con Empédocles o con Spinoza, y a
Kant no le pasa una sola dificultad de
lectura, lo mismo que a Hegel. En la historia de la filosofía son frecuentes los celos y la
oposición injusta con el inme diatamente anterior; Heidegger no le perdona
nada a Sartre y en cambio se abraza con
todos los presocráticos y con Sócrates y demás
como si no hubieran hecho más que prever lo que él iba a decit
Uno que encontró una manera más clara de ver el desinterés kantiano fue Feuerbach, dándose cuenta que la doctrina
kantiana del desinterés no consideraba el juicio estético como algo mucho menos
sensual que el juicio
interesado, sino mucho más sensual. Lo que
dice Feuerbach (que está supremamente bien visto y
es una gran aproxi mación a Kant) es que sólo un animal muy
particularmente sensual como el hombre
puede producir un juicio estético, porque en el juicio estético el valor del efecto que produce el
objeto está precisamente desligado de
todo interés del objeto para las necesidades de la vida: ningún animal puede encantarse con una noche
estrellada, puede
122
guiarse por
ellas como por ejemplo las aves migratorias, pero no encantarse en su
sola contemplación; o en la contemplación del es- plendor de los colores de las mariposas
y de las flores, del arco iris, sin ningún propósito, sin ningún
interés, sin que satisfaga ninguna
necesidad en sí mismo, por sí mismo; eso es algo mucho más
sensual. Es precisamente gozar con la
sensación en sí misma, no como
medio para conquistar otra cosa. Cada
sentido humano es un placer en sí,
es un placer en sí el oír, el oír el canto de los pájaros que no indican nada
en particular, o el susurro
de las hojas,
o el murmullo de las fuentes o el zumbido del viento. Feuerbach se aproxima
mucho a la idea kantiana de desinterés,
que no hay que interpretarla (porque es un error) en términos de ascetismo, sino más bien en
términos de una forma de la sensualidad
particularmente acusada, puesto que se puede dar sin que la acompañen pretextos colaterales al
goce en sí; de este modo Feuerbach nos
da una pauta que nos evita las malas interpretaciones de la teoría del desinterés de Kant.
Por el
concepto de desinterés se ha llegado a una malinterpretación
de la
estética kantiana. Pero también Heidegger y otros como Alain y Valéry, que no tienen nada que ver con Heidegger, han recuperado
las nociones de la estética kantiana por encima de las malas interpre taciones. Es inapropiado (como hace
Nietzsche) hacer una crítica del
desinterés kantiano como una noción aberrante contaminada de
un moralismo cristiano; no sé por qué
Nietzsche se imagina que en esa
formulación se opone tanto a Kant, en realidad, Kant en la estética
formula el desinterés del juicio estético, pero en la
moral no sigue ninguna prédica
cristiana del desinterés, al contrario, dice que el desinterés en la estructura de la moral
cristiana es una fórmula con tradictoria, porque es un desinterés por el cual
se consigue un premio en la otra vida, y
un desinterés premiado es una contradicción en los términos; el desinterés premiado es el hielo
frito, no existe, si se busca un premio
por el desinterés no hay tal, así se convierte la otra vida en paraíso y la vida es una inmensa alcancía
donde vamos guardando todos nuestros
sufrimientos, hasta el último dolor de muelas lo ten drán en cuenta y después
nos lo pagarán con intereses muy multipli cados.
Kant precede en muchísimos años a Nietzsche en la crítica de
la ética cristiana
del desinterés, y precisamente mostrando la contradic ción lógica de premiar
el desinterés o de ordenar el amor. El amor por
orden no tiene tampoco el menor sentido y es tan absurdo “ama por
123
que tú debes amar" como cualquier otra fórmula que se refiera a aquello que a uno le ocurre; es decir, si le
pueden decir a uno “camina”, “acércate”,
“aléjate” o “fuera de aquí”, esas órdenes son comprensibles y pueden ser pertinentes, pero si le dicen a uno
“crece que estás muy
pequeño, crece rápido”, esas no son muy pertinentes, y si le
dicen “ama”, tampoco es muy pertinente,
no son objeto de un juicio moral, porque
no pueden ser tampoco objeto de un imperativo. De manera que achacar a Kant (a quien debemos toda esa
reflexión sobre la moral que aquí pongo
entre paréntesis) una formulación del desinte rés dilectamente cristiana es un
despropósito completo. Es muy fácil hacer
una mala interpretación del tema, por eso insisto, porque se ha hecho muchas veces y por parte de pensadores
muy notables.
Por otra parte ocurre con Nietzsche que está
mucho menos lejos de lo
que él generalmente quiere estar de la estética kantiana. Lo que ha ocurrido, sin que él lo sepa, sin que se lo proponga tampoco, es que ha llevado y desarrollado
la ética kantiana por su propia cuenta.
No quiero decir, ni creo, que
a partir del texto de Kant y aunque
en realidad él en sus cartas generalmente se refiere tan sólo a la Crítica de la
razón pura y a la Crítica de la razón
prácticar es muy probable que también conozca la estética
puesto que también se refiere a ella al
final de su vida. Sin embargo, mucho antes (antes de la Genealogía
de la moral) él aborda la estética con
una formulación que en otro senti do se aproxima bastante a Kant, me refiero a
su obra El nacimiento de la tragedia;
allí, sin referirse para nada a Kant, él produce una pareja, que nos recuerda muy de cerca y desarrolla muy
profundamente la pareja de lo bello y lo
sublime, la pareja de Nietzsche es lo apolíneo y lo dionisíaco.
Kant tiene que introducir desde el comienzo la noción de lo subli me como
característica del objeto que nos conmueve con estética, precisamente por su insatisfacción con la noción de
belleza; él sabe que la noción de belleza no da cuenta de todos los
objetos que nos emocionan
estéticamente en la medida en que hay otros objetos que no podríamos llamar bellos. Kant
alude, por ejemplo, a lo desmesura do del
océano, a la gran tormenta en el
mar, al paisaje de las alturas, de montañas y cadenas de montañas, en una
palabra, a lo monstruoso, desordenado,
desatado, inconmensurable, que en cierto modo es lo contrario de lo bello, en el sentido de lo
clásico, de lo que está armónicamente
ordenado. Kant distingue muy bien que ese sentido de la belleza como armonía, no es un sentido
que agote la belleza.
124
Lo que ha hecho Nietzsche es llevar esto mucho más lejos. En la obra que menciono (El nacimiento de la tragedia) nos trae a cuento
la pareja de lo apolíneo
y lo dionisíaco para hacer una formulación sobre el arte que es efectivamente
esencial. Allí sitúa al arte como una
especie -por decirlo así-
de infraestructura fundamental de la vida: es
apolíneo todo lo que da forma, tiene forma, produce límites, produ- ce control (me voy a referir a lo apolíneo en
el sentido de la obra de
Nietzsche en su conjunto, también en sus desarrollos posteriores). Cuando Nietzsche dice “voluntad de dominio”,
no alude al dominio político o al
dominio de unos hombres sobre otros, Nietzsche llama “voluntad de dominio” a la forma misma de la
existencia que consiste en una fuerza
que da forma aunque no sea una fuerza personal,
voluntaria; lo que llama Nietzsche “voluntad” no es la voluntad de
un sujeto sicológico que se propone
algo, al contrario, la voluntad política
de dominio la considera Nietzsche como una terrible aceptación de las condiciones dadas -Nietzsche fue un
crítico riguroso del Estado, “el nuevo
ídolo”, lo llama en Así hablaba Zaratustra; su texto es in equívoco sobre el
nuevo ídolo que reina hoy por todas partes. Dice: “El Estado miente en todas las lenguas de la
tierra y esa mentira dice: Yo, el
Estado, soy el pueblo”-, la dominación política está por comple to fuera de
sus perspectivas.
Cuando habla
de la voluntad de dominio como esencia de la vida, se refiere a una fuerza que
configura el sentido y no solamente la
forma. -Dice Nietzsche: el sentido, la esencia, es tan móvil como
la forma, y no hay que creer que
el origen nos da la clave de algo; para
interpretar algo tenemos que saber
cuál es su función actual, cómo
está hoy interpretado objetivamente; por ejemplo, para saber qué es una mano de poco nos sirve saber que antes
fue una aleta, que evolu cionó y se convirtió en una pata y luego se convirtió
en una mano para trepar y brincar de
rama en rama y finalmente aparecieron las funcio nes actuales de la mano,
lingüísticas, significativas, instrumentales,
productivas, ¿qué tiene que ver con que haya sido aleta? No tiene nada que vei; ni la aleta estaba destinada a
volverse mano, sólo donde ya no servía
fue puesta en cuestión e interpretada como otra cosa. Nietzsche nos invita a interpretar la vida en
el sentido fuerte, en el sentido activo
de la vida.
Todo lo que
interpreta, configura, da forma, produce separación y límite, hace parte del orden de lo
apolíneo. Ahora bien, para Nietzs che es la vida misma la que da forma, la que
configura un límite, la
125
que construye un mundo y da los límites a ese mundo como perspecti va propia. En un comentario muy notable de Heidegger sobre Nietzs- che, “La voluntad de dominio como arte”, aquél trae un ejemplo su
premamente curioso, donde dice que
así vista una lagartija es una
concepción del mundo: está muy atenta al grillo que canta en
su proximidad, y escucha los más leves
movimientos del campo, pero en cambio no
oye, el tronar de la batalla que está cerca de allí, porque no hace parte de su mundo, su mundo está
circunscrito; todo su organis mo, todo el orden de su necesidad, es una
producción de los límites de un mundo;
también el hombre desde luego, y cada hombre genera y delimita su mundo.
Lo apolíneo es
también el límite del yo, la producción y el intento de mantener en continuidad la unidad de una identidad, de
un yo. Lo dionisíaco es lo contrario, la búsqueda de ir más allá del yo, de
embriagarse, extenderse,
comunicarse, ir hacia lo prepersonal colec tivo. La fiesta de Dionisio en
la que todos olvidan el yo, y en general
la noción misma de fiesta que rompe los límites, las costumbres,
se sale del tiempo sucesivo y entra en
la suspensión festiva; un balcón fuera
del tiempo para disfrutar con normas diferentes, lejos del orden de los deberes. El movimiento dionisíaco
tiende a ir más allá del yo, hacia la
embriaguez, hacia la fórmula de la comunicación prepersonal, hacia el encanto de lo informe. En lo
dionisíaco está también el movimiento de
la sexualidad cuyo deseo más secreto es la desaparición de los límites del yo. Todas las formas de la
embriaguez, de la búsqueda de romper
límites están también según Nietzsche en el orden estético.
Esto puede ser más o menos lo que Nietzsche llamaba apolíneo y dionisíaco: la forma y la danza de Dionisio con su embriaguez. Él esta ba pensando en ese momento en el arte y el mundo griego, en el secreto de la poesía y de la filosofía
griegas, en la pareja de exceso y
control, mesura griega e impulso
hacia la embriaguez, igualmente grie
ga. Esa pareja configuradora de la vida, las dos formulaciones
visibles, una de las cuales aparece en
la danza, en el canto y en el coro que
disuelve la particularidad del yo, y la otra, que aparece en la escultu
ra, en la línea del dibujo y también en la plástica homérica cuyo len guaje
dibuja nítidamente una y otra vez el mundo. La interpretación de Nietzsche en esa dirección es una manera
-digámoslo así- invo luntaria de llevar muchísimo más lejos que Kant la
formulación de lo bello y lo sublime y
de conseguir una pareja nueva que resulte proba blemente menos contaminada por
la historia de la filosofía o por las
126
aproximaciones de ética y estética, que fueron tan frecuentes en
la historia de la filosofía, incluso
desde Platón.
Si nosotros pensamos
un poco en la paciente meditación de Heidegger sobre la ética kantiana, podemos ver esto (él regresa al tema del desinterés con la minucia
que le es característica, y no vamos a seguir rigurosamente esa historia,
sino que vamos a entrar muy rápidamente
en la problemática que él introduce). Heidegger hace una investigación lingüistica como es
común en él y da muchos rodeos, pero
trata de situar el centro del problema estético en el desinterés kantiano mostrándonos una cosa supremamente
notable: que el desinterés kantiano es
esencial para cualquier percepción estética,
que el desinterés, desde el punto de vista del juicio estético, es
la liberación del objeto con relación al
orden y al mundo de los fines y los
medios. Heidegger ha subrayado que el mundo de los fines y los medios es el mundo que ponemos entre
paréntesis cuando estamos frente al
objeto como objeto estético, ahora bien, el mundo de los fines y los medios es cada vez más agobiador
y es así como la estética kantiana
comienza a convertirse en una lucha histórica, social e in cluso política.
Esta idea no
se la debemos a Marx, ni mucho menos a Heidegger, aunque desde luego
está en ambos, pero sería muy injusto no recono cer que esto fue visto desde el comienzo por aquellos que se reclama ban de Kant, por ejemplo, Schiller. Fue visto desde
el comienzo el valor político de la estética kantiana. Schiller pudo ver perfectamen te ese valor, el carácter combativo de la estética kantiana,
que parece tan técnica, tan abstracta,
tan separada y desinteresada; pero
precisamente su interés era una ruptura, o sea, la necesidad de que
el sentido advenga al objeto, de que el
mundo se vuelva significativo de una
manera primordial, era una ruptura con el orden de los fines y los medios, justo en la medida en que el orden de
los fines y los medios es una
devaluación de la vida.
Nada se justifica por sí mismo en el orden
de los fines y los medios en un mundo dominado por la manía de la técnica, del
interés, sino solamente como medio
de otra cosa. Lo que Nietzsche también va a
acusar bajo la forma, por ejemplo, del nihilismo, es una gran devalua
ción de la vida; no solamente alude a una determinada figura teológica como parece, por ejemplo, cuando habla de la
muerte de Dios o una oposición como hará
a cierta forma de trabajo, sino una inmensa de valuación de la vida, la vida
escindida en medios sin fin: todo lo que
127
estamos haciendo no
vale por sí mismo, no es una fiesta por sí misma, es solamente un medio que es necesario porque por su
intermedio llegamos a otro fin; desgraciadamente lo primero que aprendemos cuando nos meten a la escuela es a distinguir
entre el recreo y la clase: lo
aburridor, necesario y útil y lo
rico, innecesario o inútil, y al aprenderlo se realiza lo más desastroso
porque
quedamos vacunados
contra el arte, contra el trabajo y contra el pensamiento, es decir; contra una actividad en la cual el pensar, la producción,
la creación sean una fiesta; contra eso nos vacunan desde el
comienzo porque todo saber
es molesto pero
necesario, porque si se pierde el año viene
un castigo o algo por el estilo y es necesario entonces ganarlo y obte
ner el título para conseguir un trabajo, que es necesario no por sí mismo sino porque con él nos ganamos un
salario, que es necesario porque...
etc., y nunca hay nada que valga nada. La vida entera puede adquirir una figura teológica o ser ella toda
un medio para conseguir otra vida (o la
vida verdadera como se suele denominar la muerte). La vida, entonces, vista desde esa posición
también se podría definir como etapas
diferentes: una etapa de los ahorros en donde nos vamos a sacrificar, después ya conseguiremos el
apartamentico y el carro, pero cuando
los consigamos vamos a estar pensando en cambiar de modelo, en llegar donde el vecino, todo es un
medio y nada en sí se justifica.
La mirada del arte, la potencia educadora del arte, es la reva- luación de
la vida, esa es la fuerza que lleva el principio del desinterés en el sentido kantiano, que la vida no está disuelta, ni religiosa ni
económicamente, en la pareja de los medios y los fines en la que
todo se devalúa finalmente, porque el
último fin es precisamente la muerte y el
resultado final de todos nuestros esfuerzos nadie ignora cuál
será: un cadáver acostado
en un cajón. La devaluación de la vida es tam bién una
devaluación del
tiempo. Precisamente lo que nos encanta, lo que nos fascina de
la música no es que conduzca a un determinado
fin que sería el silencio; la música no tiene fin, no es más que
ese momento, ese presente. Si Nietzsche
está tan próximo al arte se debe también
a su lucha por revalorizar el tiempo, lo actual, por darle de nuevo un valor al presente y no permitir que
la vida se disuelva en la añoranza de lo
que fue o en la aspiración a lo que aún no es, que son una inmensa incapacidad de vivir precisamente
en lo que ahora es. Con gran fuerza lo
dice en su escrito “Ventajas y desventajas de la historia para la vida”:
128
Aquél que no es
capaz de adormecerse en
el umbral del ahora, aquél que
no es capaz de columpiarse en el columpio del presen- te, de satisfacerse y de gozarse en lo
actual, ese no será nunca feliz ni será
capaz de hacer feliz a nadie.
Desde el
comienzo de su carrera filosófica Nietzsche propone una valorización de
la vida, tema que va surgiendo ya en la estética de Kant como la figura misma de lo estético. Hay más, se va
destacando -lo comprendió
así Schiller- como la misión esencial del arte y que hace que el arte sea combativo, combativo políticamente, combativo contra un mundo que somete la vida al orden
de la necesidad, que somete el esfuerzo
humano al orden de la productividad, al dictado
del valoi; al dictado de la acumulación de capital. Marx va a encon
trar el tema por una vía extraordinaria (lo veremos luego) muy similar a la de Schiller y a la de Goethe.
Es bueno
subrayar en este punto que Goethe ha influido en Marx probablemente todavía más que Hegel, es
curioso, que aunque se sabe que Marx conocía a Goethe casi entero de memoria, se haya
subraya do tan poco (aunque lo sepa
todo el mundo) la poderosa influencia
del pensamiento de Goethe sobre Marx, es singular que se haya creí do que
la influencia viene casi exclusivamente de Hegel, de los ante cesores
filosóficos de Hegel o de los socialistas franceses y los econo mistas
ingleses, sin ver tampoco la importancia que los artistas grie gos, los
artistas alemanes han tenido sobre Marx, y Shakespeare, mu chas de cuyas obras
conocía de memoria igualmente y cita en El capi tal. Cuando vamos a estudiar
el problema de la riqueza en Marx vamos
a ver qué tan poderosa es la influencia artística en su pensamiento; esa incomprensión ya la tenían sus compañeros
de combate; Kugelman criticaba muchísimo
a Marx por estar leyendo obras artísticas en lugar de afanarle a El capital porque creía que
eran labores completamente distintas y
que estaba perdiendo el tiempo en lugar de atenerse a las necesidades del proletariado, pero
precisamente él lo que estaba era
pensando a fondo el mundo que iba a combatir y sabía que contaba con grandes antecesores en ese combate.
Así, pues, el destino de la ética kantiana
resultó desde muy tem prano -ya en sus
discípulos indirectos inmediatos- como un destino político, como un combate contra una forma de vida, se va a acentuar una y otra vez en la historia de la filosofía, y se va a acentuar también en la otra dirección. He comentado la
dirección del desinterés y su
129
enfoque fundamental contra la escisión de la vida en
fines y medios y su devaluación general. La otra dirección va en la manera como
Kant destaca en forma bastante curiosa el juicio estético, como un
juicio que es necesaria e inevitablemente
reflexivo; reflexivo quiere decir allí
que el sujeto hace un juicio sobre sí mismo, que cuando dice que tal o cual objeto lo conmueve de tal o cual
manera ya está hablando de cómo lo
conmueve, que no está haciendo un juicio de realidad sobre la particularidad tal o cual del objeto
sino sobre el efecto que el objeto
produce en él; no obstante, no se pierde la atención hacia la universalidad. Ese juicio reflexivo como
juicio estético aspira a ser válido, a
tener una validez universal, es necesariamente subjetivo pero no quiere ser exclusivo de la particularidad
empírica de un sujeto, ese es el gran
enigma. Ahora bien, ese retomo reflexivo es una apertura hacia sí mismo precisamente en aquello que el
sujeto tiene de universal, por eso nos
servirán de guía las fórmulas muy generales de Kant, la relación de la imaginación con el
entendimiento, de que hablé al comienzo,
o el pensar en cualquier orden de lo simbólico que sea al mismo tiempo universal.
La muerte como fenómeno vivido y al mismo tiempo universal ha sido introducida por Heidegger y con ella todos los demás que
llama existenciarios. Lo que Heidegger va a subrayar es la liberación del objeto en
el sentido de nuestra demora en él, su valoración en sí, no como
medio de otra cosa; una demora -para decirlo en términos heideggeriano
s- que se opone a
muchas de las características más
lamentables de nuestro mundo, en la descripción que de ellas
hizo en El ser y el tiempo como la avidez
de novedades. Esa conducta típica de la
época, que no es sólo periodística y noticiosa, sino que va en
cierto modo a contaminar la vida entera,
el estar ávido de novedades, de la
última moda, la última noticia, la última información, como si estu
viéramos cansados de lo anterior, de lo que nunca hemos sido capaces de estar a la altura, como si sólo nos falta
que nos dieran otra cosa para el consumo
de nuestra avidez, pero solamente como la otra cara de nuestra incapacidad de disfrutar nada. Esa
lucha por apoderarse de lo último y no
considerar lo que realmente interesa. Lo que nues tro mundo -así comienza el
texto denominado Qué significa pensar-
determina una y otra vez como interesante, es lo novedoso, lo que acaba de aparecer aunque no tenga desde luego
el menor interés, aunque sea la noticia
más tonta: que alguna vedette se casó con otra
o se dejó fotografiar por algún fotógrafo o cualquier cosa por el estilo
130
que no quiere decir nada ni influye en nada,
eso es esencial y hay que comprarlo y
saberlo. Esa manera de saltar de algo a lo que sigue sin poderse demorar en nada es la otra figura
modernísima de la devalúa- ción de la
vida.
El arte lleva su propia potencia educadora como aquello que nos enseña a demoramos tranquilamente dejándonos
transformar en algo que vale por sí mismo, dejándonos que nos ponga en
cuestión, que hable de nosotros mismos y que nos permita volver a
una apertura sobre nosotros mismos. Es muy interesante observar el sentido de
esa elaboración, en la medida en que el arte es lo
contrario de la fuga (porque la avidez
de novedades es una fuga: fuga de todo lo que es importante en la vida, de todo lo que Heidegger llamaría los exis- tenciarios). Lo importante según la filosofía
heideggeriana es lo que es interesante
en el sentido literal: ínter se: estar dentro, tener su ser en ello, buscar su propio ser en la cosa, es
eso lo que se conquista cuando se logra
acceder al arte; es interesante en el sentido de mter- se, allí está dentro lo esencial y no como se
dice interesante de lo que acaba de
ocurrir, de la última noticia que grita desaforado el locutor.
En esa idea
encontramos otro de los modelos formadores de la potencia
del arte como fuerza educadora. La otra figura fundamental de Heidegger es que cada arte, sea la arquitectura, la pintura, la música, la poesía por supuesto, cualquiera,
en cierto modo es una apertura a todo el
arte, puesto que es una educación en lo interesante, es una educación en otra vivencia del tiempo y es una educación en la apertura hacia sí mismo. Cada arte
es una apertura hacia todos los artes, y
por eso no tiene nada de casual que sean tan extraordinaria mente buenos
críticos los artistas en su mismo genero artístico y en otros géneros, es difícil encontrar quién
haya hablado mejor de pintu ra que los grandes novelistas, Proust también de
arquitectura, ¿quién conocía más
profundamente la pintura que Baudelaire?, probablemente nadie; ¿quién puede conocerla tan bien como
el poeta Herbert Read? Probablemente
nadie conoce mejor la pintura que los poetas.
Los pintores han sido extraordinarios
críticos. El arte precisamen te por su dirección reflexiva, porque nos remite a
una unidad funda mental de los grandes problemas de nuestra vida, de lo que nos trans forma, de lo que nos pone en cuestión,
nos comunica con las otras disciplinas y
con las otras artes. Nosotros podríamos ver que este retor no sobre sí
mismo, esa disciplina artística no se deja someter a una división del trabajo propiamente gremial (no
estoy pensando solamen
131
te en el fenómeno renacentista, tan admirable por lo demás, o en la persona particular de Goethe o de alguien en especial; estoy pensan do en términos
mucho más generales en la apertura que implica todo arte que se lleva suficientemente lejos hacia las demás
artes). Otro ejemplo notable es el de
Thomas Mann, cuya dirección de trabajo
hacia la música es inequívoca, como lo muestra su Doctor
Fausto es tando presente desde un principio, desde Los Buddenbrook.
Ustedes pueden encontrar un poeta como
Baudelaire en quien la dirección de su
pensamiento es al mismo tiempo hacia la música, el único que fue
capaz de apreciar a Wagner cuando se estrenó en París y escribió
un ensayo extraordinario sobre su música
cuando todos la rechazaron. Ustedes ven
en Valéry un gran poeta, escribiendo obras extraordina rias sobre
arquitectura, sobre danza, sobre música y sobre pintura (cuando tenía veinticuatro años escribió la
Introducción al método de Leonardo da
Vinci una mirada extraordinariamente inteligente sobre la pintura y luego hizo un libro sobre
Degas).
Con estos ejemplos de gentes de nuestra época estoy tratando de subrayar el
rasgo de una vida creadora que no se queda cerrada y enceguecida hacia el resto, o sea hacia el conjunto de las otras actividades, estoy haciendo notar la cualidad de una vida artística que sólo
se puede definir como una apertura
hacia los otros, porque es una apertura hacia los propios problemas en lo que
tienen de más universal. Es claro que
con ella, por lo tanto, se inicia otro combate: el combate contra una división del trabajo que
resulta ser -como decía ya en su tiempo
Schiller y después con mucho más fuerza y precisión Marx- una mutilación severísima del hombre,
reducido a ser el experto de una sola
cosa y un verdadero tonto en el resto.
El arte
confronta esa capacidad terrible de nuestra propia época y de las tendencias de nuestra propia educación
a la superespeciali- zación, que ha producido aquella figura lamentable de nuestro tiem po: el científico capaz de hacer aportes
en su rama y que para lo de más es el más tonto del país, la oveja
más mansa del rebaño, especie de esclavo
calificado vestido de bata blanca; esa especie de científi co, de
hombre sabio que es propio de nuestra época, instrumento del primero que llegue, trátese de Stalin o de
los norteamericanos, a él parece no
importarle, él es esclavo calificado, muy bien pagado, pero al fin y al cabo lo mismo, no decide para
qué, él no sabe qué está haciendo, no le
interesan los efectos sobre su mundo, cualquier mili tar le ordena la
dirección y el sentido de su práctica ¡qué barbaridad!
132
Sin esa circunstancia los superestados no tendrían el poder que tie nen, si no estuviéramos
desde la escuela creando esclavos que son al
mismo tiempo sabios, esclavos
eficaces. Pero también contra esa domi nación se ejerce la potencia
educadora del arte, y es en ese sentido
que tenemos que subrayar el valor del arte como fenómeno político, no en el sentido de que lo vamos a convertir
en propaganda para las consignas de un
grupo.
Vili
Romanticismo y psicoanálisis
Existe una proximidad muy grande entre el
romanticismo y el psico análisis. Veámoslo deteniéndonos un poco a pensar sobre el
primero.
Lo que el movimiento romántico puso en primer plano como tema, como método, como crítica
artística sigue haciendo parte de los deba tes contemporáneos, por ejemplo en arquitectura, tendencias román
ticas contra tendencias racionalistas.
El romanticismo procede de un desengaño, es un desengaño con la revolución burguesa,
con la gran revolución francesa, con sus
resultados, un desengaño que fue muy profundo y vivido de
diversas maneras según los países, pero
del que se puede encontrar testimonio de
mucha índole y precisamente testimonios no románticos que son muy frecuentes. Por ejemplo, Marx en El 18
Brumario de Luis Bmaparte hace una
caracterización muy viva de la revolución francesa en los siguientes términos:
Las revoluciones burguesas como las del siglo XIX avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atro pellan, los hombres
y las cosas parecen iluminados por
fuegos de artifìcio, el éxtasis
es el espíritu de cada día. Pero estas revolucio nes son de corta vida,
enseguida llegan a su apogeo y una larga
depresión se apodera de la sociedad.
Marx ha sido
uno de los que más brillantemente ha visto este
fenómeno del éxtasis y el paso a la depresión como algo esencial a la
revolución burguesa. También
fue él quien advirtió (probablemente mejor) el fondo mismo de esa depresión; con
mucha inventiva mostró las características de la prosa burguesa que sucedía a la poesía revolu cionaria; cómo sus generalísimos ahora estaban en
las oficinas comer ciales y “la cabeza atocinada de Luis XVIII era su cabeza política”; cómo después de todo el humo, la pólvora y de
todos los penachos y las glorias, viene
el reino del comerciante y del filisteo. Y la otra forma de la depresión: el cambio en la organización de
la sociedad, de las for mas tradicionales de organización artesanal y
campesina a la masa anónima de
asalariados.
134
El romanticismo
es una toma de conciencia muy amargada del
desengaño de la revolución, ese desengaño es con relación a las ilu siones que la revolución
desató en los espíritus más creadores de la
época, contemporáneos de la revolución francesa, entre los que hubo un extraordinario entusiasmo, esto se puede
leer en Kant en su estu dio sobre la filosofía de las luces; por su parte
Hegel, Hölderlin y Schelling, que
estudiaban en la universidad y eran compañeros de pieza, cuando recibieron la noticia de la
Revolución Francesa sem braron el árbol de la libertad y bailaron a su
alrededor.
Hölderlin toda
su vida se mantuvo fiel al ideal jacobino de la
revolución, a la revolución popular igualitaria, que
era vista por él como la promesa de una inmensa renovación artística y la
esperada entra
da a la historia de una Grecia sin esclavos. Es un tema que se encuentra en todas partes, en la literatura
de la primera mitad del siglo XIX, en la
poesía, en los ensayistas como Marx. Ese gran desen gaño de la revolución
burguesa se puede resumir en una fiase: cuan do se creía que la razón iba a
tomar el poder, solamente tomó el poder
la burguesía, que, desde luego, no es lo mismo que la razón.
Ese gran desengaño se expresa de muy diversas maneras, la for mulación
romántica es una manera de hacer un duelo. Ante una cla ra conciencia sobre el carácter del mundo real, el
procedimiento de los románticos consistió básicamente en una idealización
del mundo anterior y también de mundos
posteriores opuestos al mundo actual; se
mueven continuamente entre la nostalgia por un mundo perdido
y la esperanza de un mundo futuro, por eso ha sido siempre tan
difícil calificar a los románticos
desde el punto de vista político; lo más fre cuente ha sido -especialmente cuando se trata del romanticismo alemán- emplear el calificativo de reaccionario, por la añoranza
del pasado, por una idealización de la
Edad Media; no es müy justa, sin
embargo, esa apreciación, ya que también es verdad que desde
el comienzo en el enfoque de los
románticos se puede encontrar la bús queda de un mundo completamente opuesto,
mundo generalmente planteado como una
utopía. Las utopías románticas son supremamente
radicales, una de ellas es la de un mundo futuro visto como un
mundo de genios, un pueblo no sólo
liberado de la explotación, sino un pue blo de genios, decían los románticos
de Jena, un pueblo de artistas, de científicos,
de pensadores, no se transaban por menos. Esta concep ción romántica del
genio, como veremos, es muy próxima a una posi ción psicoanalítica. Calificar
al romanticismo en general de reaccio-
135
nano no es ecuánime ni adecuado, aunque sí fue frecuente que rei nara la
posición de la nostalgia sobre la de la esperanza.
Hegel es uno de los pensadores que más rápidamente compren dió, conoció
a fondo y combatió el romanticismo, pero con ecuanimi- dad, es decir, sin caricaturizarlo. Su crítica se encuentra en la Fenomenología del espíritu, publicada en el año 1806, cuando
el movi miento romántico alemán está en su mayor desarrollo.
Cuando se tra ta de la polémica
romanticismo-racionalismo, generalmente se en cuentran posiciones muy drásticas en contra del racionalismo por par- te de los románticos, o del
romanticismo por parte de los racionalistas.
En este sentido la crítica de Hegel es equilibrada: ve bastante a
fondo el valor y la limitación del movimiento
romántico.
Hegel se refiere al sentimiento romántico de la pérdida de un mundo en el cual el espíritu se reconozca; el sentimiento de la
apatridad, de la soledad, que
está en la base de la tendencia a la
identificación con figuras de la apatridad como son las gentes margi
nadas, las gentes que no están inscritas en una normatividad. Es un
elemento característico del romanticismo
-también podemos encon trarlo en nuestros días- el
gusto por los gitanos, por los circos, por todo
a
quello que está de paso, que expresa la melancolía por el mundo perdido y por la falta de patria (en ese sentido, se puede considerar como
romántica la primera época de Picasso: saltimbanquis, payasos tristes, gitanos en camino, ancianos, viejas
planchadoras, escenas de prostíbulo,
marginación y melancolía; melancolía hasta en los colores, rosado marchito, azul diluido; melancolía en
los rostros casi esquizoides. Y en 1907, con las “Demoiselles d’Avignon”, a lo
que llega Picasso es precisamente a su
ruptura con el romanticismo). A ese mundo pasa do, una patria en la que el
espíritu se reconoce, en los valores existen tes, en los principios, es a lo
que Hegel denomina vida sustancial, y
refiriéndose a lo que significa el romanticismo dice:
No solamente su vid
a sustancial ha sido perdida para él (para el espíritu) sino que él es ahora
perfectamente consciente de esta pérdida
y de la finitud que constituye ahora su contenido, reac cionando contra su
abyección, confesando su miseria, profiriendo
contra ella imprecaciones; el espíritu reclama de la filosofía no tanto el saber, como que sea el medio para
restaurar -gracias a ella- aquella
sustancialidad perdida, aquella solidez compacta del ser.
136
Este reclamo a
la filosofía se debe al fenómeno muy propio de los alemanes de que
gran parte de los románticos alemanes fueron filóso- fos:
Jacobi, Schlegel, Schleiermacher, Schelling. Aquí comienza el combate de Hegel; para él está muy bien el
reclamo, el dolor por un mundo
perdido, pero no está de acuerdo con que se
pida a la filosofía su restauración;
la filosofía no tiene sino un asunto propio para Hegel: buscar la verdad: “La filosofía no puede y no
debe ser edificante”.
Los filósofos románticos eran visiblemente antikantianos, por su puesto,
especialmente contrapuestos a todos los procedimientos ana- Uticos.
El análisis es el procedimiento fundamental del entendimien to, a lo cual los románticos
oponían la intuición, la intuición que trae
consigo el amor, la comprensión,
la identificación, aquello que se en trega como totalidad y que no se
descompone maliciosamente en sus partes,
sino que se acepta y se asume como un valor en su conjunto: se trata de amarlo y de intuirlo. La intuición
viene una y otra vez en los románticos
como su fórmula fundamental del conocimiento y precisa mente, por oposición al
análisis del entendimiento. Este es el aspecto
que se suele llamar irracionalista de la filosofía romántica, el
punto que Hegel discute más
directamente.
A esta exigencia
corresponde un trabajo penoso, un celo casi que* mante para
arrancar al género humano de su cautividad en lo sensi ble, lo vulgar, lo singular
y para dirigir su mirada hacia las estrellas, como si los hombres se hubieran olvidado
de lo divino y estuvieran a punto de satisfacerse como las lombrices con
el polvo y el agua. Volver a los grandes
ideales es una posición típica del romanticismo. Los ro- mándeos recuperan una serie de tradiciones:
los cuentos de hadas, la mitología
popular, el folclor, el valor de los sueños, las nociones de la caballería andante, el amor cortés que a
finales del siglo XII fue tan importante
en Europa, amor cuyo fundamento y existencia se reduce casi exclusivamente a la idealización del
objeto amado; tradiciones que el
romanticismo trató de replantear y revalorizar.
Es interesante observar que la lucha contra la intuición es la clave de la
oposición de Hegel al romanticismo. Es decir que nos encontra m
os ante una oposición bastante diferente de la de Marx, desde lue go, porque
para Hegel el problema es fundamentalmente filosófico y para Marx es un problema mucho más complejo,
de tipos de sociedad; en Marx se
encuentra ya desde el comienzo una lucha contra toda versión romántica del socialismo que se puede
leer en El Manifiesto Comunista, obra
incipiente, todavía no marxista.
137
Hegel dice:
Los discursos
proféticos creen permanecer en el centro mismo y en la profundidad de la cosa en
sí misma; arrojar lejos de sí con desprecio
la determinabilidad y se separan a propósito del con- cepto y de la necesidad como de la reflexión que se detiene en lo finito; pero así como ha
y una extensión vacía, como hay una ex tensión de la sustancia que se expande en
multiplicidad finita, sin fuerza para
reunir y retener esa multiplicidad, hay también
una intensidad sin contenido que al comportarse como fuerza pura sin expansión, coincide con la
superficialidad; la fuerza del espíri tu es tan grande como pueda ser su
capacidad de exteriorizadón y su
profundidad es tan profunda sólo como pueda ser su capaci dad de expandirse,
de perderse desplegándose.
Aquí tenemos una posición típicamente hegeliana. Para decirlo
en términos más
se
ncillos, Hegel no le cree a aquel que es tan profun do y que
tiene una idea tan profunda que comienza por declararla inefable e inexplicable, porque sólo es
accesible por la intuición y por el
amor; de esta manera manejaban muy frecuentemente los románti cos nociones
tomadas de la religión o del arte, como la de la belleza y la de Dios. En este sentido Hegel es
supremamente duro, por ejemplo dice:
Bueno, Dios,
tal como ustedes lo intuyen es un ser del que no se puede hablar nada, pero por ahora
para mí esa palabra es un soni do; lo que ese sonido quiere decir queda por
explicar.
Fórmula muy dura en la que se siente el
racionalismo hegehano en contra
del intuicionismo romántico.
A propósito del
despliegue y el temor a la finitud es muy importan te rec
ordar un punto del romanticismo tratado por Marta Robert en
su obra Novela de los orígenes y origen
de la novela, la novela vista desde el
punto de vista psicoanalíti
co en forma
muy notable, donde se en cuentra un estudio sobre los héroes románticos y los
personajes de la novela romántica. Entre
las características que analiza Marta Robert,
una de las que más se destaca es ese anhelo romántico de la totali dad,
de la perfección, de la belleza absoluta; un anhelo de algo tan completo, tan puro, tan bello, tan perfecto,
que en realidad hace que el romántico no
pueda luchar efectivamente por su ideal, porque lo pone tan lejos de la vida cotidiana que
mientras se mantenga en la
138
realidad nada lo acerca a su ideal. Esto, que se
puede decir en contra de los románticos, también se puede decir a su favor: esa
característi ca que en efecto es muy
típica, permite afirmar que el romántico es
un individuo que no es arribista,
para decirlo completo, es tan preten cioso que no es arribista.
Porque el arribista es un realista, valora en la realidad actual muchas cosas por encima de aquellas en
las que él está, por ejemplo la posición de su jefe le parece mucho
mejor que la que él tiene,
entonces quiere tumbarlo y ponerse allí, o espera que se muera, en todo caso quiere ascender. En
cambio, al romántico le pa rece que la posición del jefe es tan infame como la
suya propia y hasta peor, porque se hace
ilusiones sobre su posición; si a un romántico le ofrecen un cargo político probablemente le dé
un ataque de risa de pensar hasta qué
punto lo desconocen; el romántico tampoco cree
que el dinero pueda solucionar su anhelo, que es tal que no se trata de algo que se pueda comprar o que esté en
venta, esto se puede decir a su favor,
no está interesado en volverse rico.
Hegel critica ese distanciamiento de la vida real diciendo que aquellas
gentes que tienen un ideal tan puro, que encuentran todo lo que ellas
mismas son y lo que les está
presente como posible real, como algo extraordinariamente
imperfecto e indigno de su actividad,
gentes que realmente no se resignan a
hacer nada, ni a ser nada de terminado y concreto, con el pretexto de que todo
lo determinado y concreto es limitado
y tiene sus fallas; viven vueltas sobre sí mismas, en búsqueda de sus imperfecciones,
sin darse cuenta de que esas im perfecciones proceden de la actitud y de la importancia que le dan a todo lo
que llaman sus faltas y sus pecados;
se vuelven contemplativos e inactivos como los monjes y las monjas,
los cuáqueros y otras gentes por el
estilo, gentes que nunca formarán la masa de ningún pueblo, que, al contrario, viven de cualquier pueblo
como parásitos, al modo de las pulgas,
los piojos y los chinches. No muestra simpatía alguna por el contemplador inactivo que con el
pretexto de la pureza de sus
intenciones, de la excelsitud de sus fines, resulta incapaz de
hacer nada determinado y concreto, demasiado
bueno para este mundo. A éste, Hegel lo
llama “la bella alma”, figura supremamente irónica que analiza en la Fenomenología del espíritu. La
bella alma rodeada de un mundo hostil,
en su texto resulta ser alguien demasiado bello para vivir la realidad, una especie de ángel caído
en una marranera, como si este mundo no
lo hubiera hecho, como si no llevara en él todos sus problemas y sus conflictos, como si él mismo
no fuera de este mismo
139
mundo que cree ver por encima del hombro. De
esta manera critica el realismo
hegeliano a la “bella alma”, que igualmente coloca así al objeto de su amor: la amada del romántico es
tan extraordinariamen' te amada que
muchas veces es ella la que paga que la amen tanto, porque resulta intocable, inabordable e
inaccesible.
En los
términos de los poetas románticos viene continuamente una metáfora: la amada
es una flor azul que existe en medio de las zarzas, que
expande su perfume dulce como un secreto en la profunda solé- dad; el
mundo que la rodea es un mundo que no es digno de ser habitado por un ser así, nadie está a
su altura y ni siquiera nota su
excelsitud fuera del poeta que la canta sin osar acercarse a ella.
Así la vida también se vuelve intocable, y si bien es cierto que el romántico no
es arribista, está muy por encima de posiciones simila res, la imposibilidad de afirmar nada de lo presente la lleva
demasiado lejos, hasta el punto de que
la vida misma se vuelve inabordable.
El romanticismo es un duelo que hace el hombre
frente al mundo mo derno que le tocó vivir, duelo que se lleva a cabo
idealizando un pasa do colectivo, al igual que le sucede al hombre en su vida
personal, que frente a la dificultad de
su propio nacimiento suele idealizar su
pasado, su infancia, tema éste muy propio de los románticos (es muy frecuente que el poeta romántico se remita a
la infancia como al tiempo de la
felicidad, todo lo que prometa una nueva infancia es lo único que se puede valorar).
De la temática romántica, el sueño, la infancia, la
espontaneidad, la ocurrencia, fue de donde
tomó Freud la idea de la libre asociación.
Freud mismo cuenta cómo cuando era joven (catorce años) le regala ron las
obras completas de un romántico, Borne, y se sumergió literal mente en el
estudio de sus textos, uno de los
cuales tiene el curioso y romántico título
de Cómo ¡legar a ser un escritor original en tres días, donde se puede ver cómo funciona la estética
romántica. La idea de Borne es que para
llegar a ser un escritor original en tres días hay que sentarse y escribir lo que a uno se le
ocurra, lo primero que se le venga, sin
ninguna crítica. Eso mismo ya lo había dicho Schiller en una carta a un amigo (también la cita Freud
en la Interpretación de los sueños), que
le contaba que hacía tiempos no podía escribir porque las inhibiciones se lo impedían. Schiller
responde:
Exceso de
razón, exceso de autocrítica, escriba lo que se le ocurra y luego de que ya esté escrito
todo, lo estudia y verá que hay muchos
temas importantes que ha encontrado.
140
Lo mismo dice Borne, lo que venga, lo espontáneo, la ocurrencia no corregida, la asociación
más libre; eso es lo más fecundo, eso es lo
que permite llegar a decir
algo
importante, porque lo que
dificulta escribir es, no la falta de
espíritu, no la falta de talento, sino la falta de coraje, falta de coraje para ser sincero, en
primer lugar consigo mismo y luego para
ser capaz de afirmar lo que en el fondo uno siente. Esta manera de ver el problema de la creación es
típica de la estética ro mántica.
Uno piensa y uno
es. lodo el problema es de coraje; es la cobardía, que prefiere oír los gritos del
mercado más bien que escuchar la voz de
su corazón, la que crea malos escritores;
el camino que conduce a ser un escritor personal
y original es el camino de la sinceridad radi cal, que no es un problema de talento sino de coraje, esto está
implí cito en la teoría romántica del genio. Sin embargo, esta posición
tam bién se puede encontrar en otros autores, como Freud, que no sería apropiado considerar románticos. Proust en En
busca del tiempo perdi do trata el recuerdo como un problema de coraje, todos
aquellos re cuerdos del pasado que a uno lo bordean, uno no tiene suficiente coraje para despertarlos, siente miedo, miedo
de volver a ciertas épo cas, reconocer lo que fue, sea porque le duele mucho
el contraste con lo que ahora es, sea
porque estaba lleno de promesas de las cuales su vida fue un sistemático incumplimiento, de
todas maneras le da mie do recordar, este es otro gran tema romántico.
La estética
del romanticismo, por ejemplo en literatura, se
carac teriza por su proclamación de la espontaneidad, el retomo del
pasado y su oposición al mercado, a la moda, a la búsqueda del éxito. En
este sentido su oposición es tan radical que se convierten en poetas
maldi tos, es decir, que el poeta se confunde, es uno más de los
personajes marginados.
Entre los temas
románticos que hemos visto, los cuentos de hadas, la mitología, el folclor, la infancia, los sueños, la ocurrencia, encon tramos también la ocurrencia como chiste, es
decir, el humor, al que los románticos dieron la mayor categoría artística, por
ejemplo Jean- Paul, novelista con
gran sentido del humor como ironía sobre el mun do presente.
Se puede ver que
todos esos temas constituyen casi que la lista de los temas del psicoanálisis, sus
preocupaciones: la interpretación de los
sueños, los actos fallidos, la interpretación de los chistes, el estu dio del
humor. Y hay más: el método psicoanalítico para investigar un
141
problema requiere la asociación libre, método propuesto por los
ro> mánticos para la literatura.
Havelock Ellis
creía destruir el pensamiento de Freud cuando para pon
er en duda su carácter científico decía que inclus
o su método de exploración -la Ubre asociación-
venía de los escritores románticos. A lo
que Freud responde reconociendo que efectivamente lo tomó de Borme, uno entre tantos románticos que lo
propusieron, pero añade que el saber de
dónde procede el método no decide todavía de su
valor. El hecho de proceder del romanticismo no puede ser una desca
lificación en ningún caso; Freud, como Nietzsche, no cree que el ori' gen sea lo que asigna el sentido de algo.
A propósito del
tema tan curioso del genio, podemos comenzar a
formular un contraste mayor entre el pensamiento romántico y el pen samiento
psicoanalítico. Los románticos, como los psicoanalistas, se interesaron muchísimo por la locura, también
la idealizaron; el genio, para ellos,
oscilaba entre el niño y el loco.
En general la
crítica romántica tiene conceptos como el de sano, normal, por peyorativos a veces con
una inmensa injusticia, por ejem
plo aplicados a Goethe, quien en realidad
estaba mucho más próximo a ellos de lo
que pensaban. También Goethe decía que no había nada grande sin algo de locura, pensaba que
el talento artístico era en cierto
modo una manera de permanecer toda la vida en la crisis de la pubertad, él
mismo no dejó de permanecer en esa crisis, y aunque se le suele ver como un gran señor victorioso
sentado en el Olimpo de Weimai; mirando
desde sus alturas la sociedad alemana, en realidad era mucho menos olímpico en su vida real de
lo que se puede imagi nar. Se lo veía a los setenta y cuatro años corriendo
detrás de Ulrika, que tenía diecinueve,
sin temor, no solamente a perder su seriedad,
sino incluso al ridículo; arrastrado por cualquier vaga sonrisa de
Ulrika, arriesgaba todo, actitud no tan
sana como pretendían los románticos.
Volviendo al tema del
genio en los románticos, Schlegel era muy
claro en formular que la crítica no puede considerar el valor de
una obra relativo a 1a edad del
autor, al sitio de donde es, etc.; es decir;
que la crítica no puede ser comprensiva, la crítica se hace es con relación a la genialidad exigible a todo
autor.
Ahora bien, en
psicoanálisis esta noción de genio romántica es
lejana al pensamiento de
Freud, quien está muy lejos de considerarse
él mismo un genio, sin embargo hay conceptos próximos, que no
resul tan evitables, como el de talento creador. Lo más importante de
advertir;
142
y próximo a una concepción romántica, es que el enfoque psicoanalí' tico, su crítica manera de abordar y
de entender a la gente, se preocu pa no por estudiar qué es la memoria o qué es la inteligencia, como se puede encontrar en casi todas las
psicologías, sino por el estudio de lo
contrario, del olvido. Es decir, que el psicoanálisis
no considera que lo que debe ser explicado sea la existencia de la memoria o
de la inteli gencia, sino el hecho de que fallen, las formas en que
esto ocurre; se busca saber no por qué
un individuo se acordó de tal o cual cosa, sino
por qué se le olvidó, la represión que explica el olvido, tampoco
se estudia por qué un individuo entendió
tal o cual cosa, sino por qué no la
entendió, se busca cuál es la inhibición que se lo impide.
Entonces, aunque el lenguaje psicoanalítico no tiene nada qué ver con el romántico, ni en su
estilo o maneras, sí hay una concepción
de fondo del hombre muy próxima a la doctrina romántica del genio.
Cuando Freud
estudia el fenómeno de la represión considera que la represión
es universal, necesaria, un elemento que constituye la unidad del yo. Una de las características
más conocidas de la psicosis es que en
ella falla la represión y entonces los fantasmas más primiti vos surgen a la
conciencia como delirios, como alucinaciones; no so lamente no se olvida tal o
cual cosa que ocurrió ayer, sino que no se
olvidan los terrores de la infancia, que aparecen en la máxima actua
lidad de la alucinación.
La represión, y en general la terminología psicoanalítica, no tiene nada de peyorativo, y no hay que confundir con el término cuando se usa en un sentido político (la policía
que reprime las huelgas no tiene nada
que ver con lo que Freud llama la represión). Represión es, por ejemplo, nuestra capacidad de olvido, sin la
cual estaríamos apabu llados por nuestro pasado.
Freud concibe las cuestiones de la relación
interhumana de una manera muy
particularmente próxima al romanticismo. Por ejemplo, en el caso Dora dice lo siguiente:
Aquel que tiene oídos
para escuchar y ojos para ver,
sabe que los mortales
son incapaces de guardar un secreto. El secreto que los labios callan, baila en la punta de los dedos
y por todos los poros la traición se
afana.
Si lo queremos
traducir a términos románticos, eso quiere decir que todo el mundo es un genio, si tiene oídos para escuchar y ojos para ver, pero lo que sucede es que
tenemos que reprimir porque nos
enloqueceríamos si pudiéramos captar cada uno de los más matizados
143
movimientos de descontento y de hostilidad o
de aprobación o afecto que hacen
los seres que nos rodean, que nos interesan, que quere mos; estaríamos
destrozados por esos mensajes si no fuera porque re primimos la mayor parte y
reducimos casi todo a lo que nos dicen, con
alguna poca crítica. La represión es necesaria, pero lo que se
reprime está presente, se capta
inconscientemente.
Cuando Freud
dice que todos los hombres tienen en su incons ciente un aparato
que les permite conocer el inconsciente de los otros, no está hablando de nada extraño, de ninguna telepatía, de ningún mensaje secreto ni fuerza oculta, está hablando de que el hombre se expresa y todo lo que hace expresa una gran
complejidad, frente a lo cual nosotros
nos defendemos por medio de la represión, de la inhibi ción, aunque a veces se
nos va la mano en la defensa y entonces ya no
entendemos ni siquiera lo que se debe entender.
En la doctrina psicoanalítica, el inconsciente es una capacidad de captación y
de formulación que
excede en mucho del nivel de la conciencia, no es, como en algunas filosofías o psicologías, una zona
marginal y, digámoslo así, oscura, entre lo físico y lo orgánico y lo
psíquico; sino al contrario, es una zona psíquica que excede el
nivel de lo consciente. La conciencia se
tiene que proteger de un exceso de
saber, de un exceso de captación, de un exceso de recuerdo, de un exceso de comprensión, porque si no la
angustia haría sentir la multi plicidad de las tendencias y pondría en
cuestión (eso es lo que hace la
angustia) la unidad del ser, que es una ilusión necesaria para vivir.
El tiempo tal
como lo solemos vivir, dice Freud, es una defensa: ponemos el pasado bien a distancia como lo que ya no es,
y el futuro a distancia como lo que aún no es, para no ser
apabullados por la trama de nuestros acontecimientos pasados y de nuestros
posibles, y poder nos sostener por medio de una selección.
La vena romántica de Freud podemos percibirla
en la noción de inconsciente, con todo el talento inconsciente que implica. Talento en muchos sentidos, no solamente el talento plástico que tiene todo el mundo
que es capaz de soñar y de ver en vivo, con un parecido increíble, a alguien que no ha visto
desde hace años y décadas, de tal manera
que en cierto modo todo el mundo es un gran pintor, pero sólo cuando está dormido. Lo que es infrecuente es
que lo sea despierto.
Cuando Freud estudia la compulsión de repetición, se refiere a aquellas gentes que tienen lo que
él a veces llamaba un destino, es decir,
un esquema de vida, de comportamiento y de relaciones huma-
144
ñas, de los
cuales no logra salir. Por ejemplo, alguien se consigue una mujer que le sirva de superyó, de ley, que le
eche cantaleta y le ponga horario; finalmente ese matrimonio se rompe y
se enamora de otra y dice, bueno,
ahora por lo menos una cosa está garantizada, me conse guí una completamente diferente. Sí, diferente sí, pero de
novia cuan do da el paso, generalmente fatal, de lo noviazguil a lo
marital, descu bre que se casó con la misma, que lo está regañando igual;
¿cómo la descubrió a pesar de las
apariencias noviazguiles? Por el inconsciente.
De tal manera que todo el mundo es un genio sólo que contra sí mismo o cuando está dormido. La universalidad
del genio también la piensa Freud pero
con su propio pesimismo, sin el optimismo romántico.
Ahora bien, el vínculo del psicoanálisis con el romanticismo es muy complejo. Sobre esto es muy notable el estudio de Thomas Mann, El puesto de Freud en la historia. Uno de los problemas en que más se detiene allí Thomas Mann es en el análisis de
las relaciones de Freud con el mito.
El romanticismo se caracterizó, como decía, por la
renovación del interés por
lo mitológico como aspecto decisivo y esencial de la vida humana, y no solamente en
los pueblos de tal o cual clase, más o menos primitivos, no solamente en tal o cual
época, sino en general y siempre. En la
concepción romántica hay una dimensión mitológica de la vida, igualmente ocurre en el
psicoanálisis en el que los fantas mas colectivos se llaman mitos y los mitos
privados, fantasmas, pero en ambos casos
se trata de lo mismo, el hombre habita en el mito como habita en el lenguaje. Los kantianos modernos
también lo consideran así, por ejemplo
Cassirer, quien en sus estudios sobre el mito parte del reconocimiento de que el hombre habita en el
mito y que gran parte de su existencia
es mítica.
El racionalismo
combatió lo mítico, lo folclórico, lo religioso; todo lo que generalmente llamó
superstición, espejismos que el hombre
superaría por medio del saber, de la razón, de la ciencia; algo que simplemente debía ser despejado, negado, rechazado,
refutado; por ejemplo, los racionalistas
franceses trataban la religión en términos de
refutación: es falso porque...
El paso a la modernidad es un cambio de actitud ante todo eso, ante la religión, la mitología, el
folclor, los cuentos populares, los cuen tos de hadas y demás, que ya en el siglo XIX y XX no se tratan como los trató el racionalismo clásico. En
la modernidad de lo que se trata ya no
es de refutar sino de interpretar, esto se ve en grandes intérpre
145
tes como Marx y
Nietzsche, ambos muy combativos con la religión, pero su posición ya no es
ni mucho menos la de los racionalistas, ni la
de los filósofos materialistas franceses e ingleses; ya no tratan
la reli' gión como Voltaire o como una
superstición propia de ignorantes o como
una maniobra patronal de los curas y los terratenientes para engañar a la gente y ponerla a funcionar, que
era el tratamiento que le daban primero
los racionalistas al tema.
Para Marx se trata de interpretar como lo podemos ver ya en sus Tesis so
bre Feuerbach donde
dice: Feuerbach sostiene que la Sagrada
Familia no es más que un reflejo
celestial de la familia humana, lo que
está bien, pero lo que hay que saber es por qué la familia
humana necesita y produce un reflejo
celestial. De la misma manera, cuando Marx comenta -también en la juventud- las
pruebas de la existencia de Dios, la
crítica que hizo Kant, que es un desmantelamiento en términos lógicos, se siente inmediatamente la
insatisfacción de Marx, no porque esté
en desacuerdo con Kant, sino porque para él ya no se trata de hacer una refutación en términos
lógicos y da un ejemplo bien lejano:
De lo que se trata
para nosotros, no es por ejemplo de refutar el
oráculo de Delfos; de lo que se trata para nosotros es
de entender qué significaba para
los griegos, qué funciones desempeñaba en la
sociedad griega y no de ponemos doctoralmente a refutar.
Esa es la posición moderna, la misma de Freud: interpretar. Freud en su obra sobre la religión, El
porvenir de una ilusión, trata de ver de
dónde surge la necesidad de la religión, qué tipo
de verdad contiene, porque él sabe muy bien que es simplista creer que
no es más que un invento de
alguien que por casualidad se difundió.
La posición del racionalismo clásico es en el fondo una posición impotente, porque la
refutación de la religión, del mito, de la supers tición y demás no logra en absoluto destruirlos. Los mitos vuelven acrecentados,
aunque ya no se llamen Wotán sino Adolfo Hitler, son tanto más peligrosos cuanto que sí
existen, y la creencia en un dios que no
existe
es algo más o menos pasable, pero en un dios que sí existe, es terrible. Toda esa
mitología excluida con el cientificismo,
con el ultrarracionalismo, vuelve en otras formas, en figuras
políticas, por ejemplo.
Cuando creíamos que ya habíamos superado todo, que ya no te níamos más
que la ciencia, de pronto nos vemos en las formaciones colectivas más típicamente religiosas, de
pronto nos vemos en las ce
146
remonias más raras, como si hubiéramos
resucitado en el antiguo Egipto y
estuviéramos rindiendo culto a un texto sagrado y embalsamando a un faraón a nombre de la ciencia.
Thomas Mann decía con mucha agudeza que
precisamente en la modernidad (él se refiere al nazismo
concretamente) nada es más necesario
que el psicoanálisis como manera de tratar los mitos que vuelven a dominamos y contra los cuales el
cientificismo refutador es impotente;
los mitos si no los entendemos no podemos tratarlos. En el último ensayo sobre Freud, escrito diez años
después, Freud y el futuro, dice:
Nuestro inconsciente no puede ser excluido, ni reducido a ningu na fórmula
científica; se trata de tener una relación con nuestro inconsciente que esté hecha de arte y de
distancia irónica.
Que sea artístico-irónica y que no esté
hecha de odio y de miedo como la que
actualmente tenemos.
La verdadera posición de Freud es la de volver
a la temática ro mántica, de darle de nuevo la importancia que no se le puede negar ni a la infancia, ni a la sexualidad, ni al amor, ni a lo mitológico, ni a lo popular, y de venir a ella con una posición
racionalista, es decir, no a rendirle un
culto ciego y a intuirla por la simple simpatía, sino con el propósito de entenderla. Eso significa
también una nueva actitud ante el arte,
que será la posición psicoanalítica.
147
IX
El arte como principio de realidad humana
Como vimos, el
pensamiento romántico tiene mucho que ver con
los antecedentes
del psicoanálisis. Encontramos en las obras de Freud y sus continuadores una temática que ya conocíamos como preocupa- ción fundamental del romanticismo: la infancia, la sexualidad, el
amor; el chiste, el humor, la
angustia, el terror, el horror que Freud denomi na “lo siniestro”, el sueño,
los cuentos populares y de hadas, el arte;
temática que en los románticos procedía de la protesta contra el racionalismo por dejar de lado como secundario
todo aquel aspecto de la vida humana del
que no podía dar cuenta racionalmente, in cluida por tanto la locura.
A la temática se
añade la metodología, la libre asociación,
la regla fundamental del análisis que es la
obligación más difícil de seguir: hablar
libremente sin ejercer ninguna crítica ni lógica, ni estética, ni moral sobre las ocurrencias que a uno se le
vengan, y que, como vi mos, fue tomada por Freud de sus lecturas de Borne.
Pero si bien es cierto que existe entre romanticismo y psicoanálisis
la afinidad anteriormente expuesta, lo paradójico es que
el psicoanálisis también viene a ser en cierto modo lo contrario del romanticismo,
porque si el romanticismo se
oponía al racionalismo, el psicoanálisis no.
El psicoanálisis es un deterninismo que sostiene como su ideal la
cientifícidad, el análisis, el entendimiento, con todo lo que tiene de
aguafiestas desde el punto de vista romántico, porque el romántico siempre teme que el análisis le dañe la
vivencia incomunicable, ine fable del arte, de la belleza, del amor, de la fe
y demás. A esto se dirigía precisamente
la crítica de Hegel en la Fenomenología del espíri tu, refiriéndose al odio de
los románticos contra la potencia analítica
que mata lo vivo, lo orgánico, la impresión del conjunto, en búsqueda de la explicación, del análisis de los
elementos que lo componen. Dice Hegel:
La belleza
sin fuerza odia el entendimiento, porque el entendi miento pide
de ella lo que no está en capacidad de dar. Pero la
148
vida del
espíritu no es esta vida que se protege aterrada ante la muerte y retrocede ante la devastación. La
vida del espíritu es la vida que lleva en sí misma la muerte, que la mantiene en sí mis- ma, y el espíritu nunca tiene tanta fuerza
como cuando sabe vol ver a encontrarse en el seno del más profundo
desgarramiento.
Hegel muestra
que ciertamente el entendimiento es muerte por
todo lo
que tiene de implacable, de
profanador de lo intocable, lo sagrado.
La fuerza del espíritu es sostener el sentido no protegiéndose contra el análisis, sino en el análisis, en
la comprensión.
En este sentido el psicoanálisis se vincula mucho con un pensa miento
como el de Heidegger al mantener la misma temática román- tica con un enfoque analítico, y una visión del hombre que procede en gran parte del arte mismo. En Los
sueños de la Gradiva de Jensen, Freud
finalmente confiesa que debe mucho más a los poetas que a todos los neurólogos, psiquiatras y médicos,
a los que en realidad no les debe nada;
en cambio sin Sófocles, sin Edipo, sin Shakespeare, sin Dostoievski no se configura la concepción del
hombre que termina mos por considerar como típicamente psicoanalítica, pero
que es deri vada del arte mismo donde la encontramos anticipada casi literal
mente.
La filosofía desde sus orígenes apeló al
arte como a una especie de síntesis superior. Cuando Platón llega a un
impasse y no encuentra un camino para descifrar algo, por ejemplo ¿qué
es la investigación? en el Fedón o ¿qué es el lenguaje? en el Cratilo, acude
entonces a los poetas porque según él los poetas son los que conocen la verdad,
aunque no saben por qué la saben. Las relaciones del arte con la filosofía
son relaciones muy estrechas y
muy tensas. Nunca encontramos que se
ignoren entre sí o que convivan en simple yuxtaposición. En la obra de Platón vemos cómo el arte es un verdadero
problema: a veces lo exalta como
solución secreta y oculta de todas las dificultades, a veces lo trata como una especie de seducción o de
embriaguez del espíritu.
A Kant, el ar
te lo conduce a ir mucho más lejos de donde quería mantener delimitada la
racionalidad, comienza a superarse a sí mismo
precisamente cuando, ya en plena vejez, se enfrenta con el fenómeno estético.
En el
pensamiento psicoanalítico el arte va a adquirir una posi ción particular
porque es la fuente misma; el texto de Freud procede del conocimiento de determinados fenómenos
humanos como la his-
149
tena y la obsesión, y de una gran intimidad
con un conocimiento artístico
del hombre.
La concepción del hombre que resulta del
psicoanálisis podemos designarla
como una concepción trágica.
Freud no
considera el desarrollo humano como una evolución, como lo hacen muchas psicologías, psicología de la forma o
psicología del aprendizaje como la de Piaget, psicologías que podríamos consi'
derar evolutivas o genéticas,
para las cuales el desarrollo humano con-
siste en una progresiva maduración que es posible medir con test y
demás y así adjudicar la inteligencia de los seis años, la inteligencia de los nueve años, etc. En el psicoanálisis
no nos encontramos con la idea de un
desarrollo natural, con la evolución intrínseca que puede eventualmente ser estorbada o facilitada por
el mundo circundante, pero que en
potencia es dada. Lo que nos encontramos en psicoanálisis es con una serie de dramas que son
constitutivos del ser humano.
Cuando hay una situación de duelo, es decir una pérdida que deja grandes huellas
en el sujeto y que significa una transformación
de su posición en las relaciones
iniciales con la madre, un cambio
en la situación que le confiere al hombre una identidad momentánea; por ejemplo, el nacimiento de un hermanito
modifica la situación del niño en la constelación familiar, por lo
tanto su identidad; se desata entonces
la investigación originaria, que Freud explica en el caso Juanito
con una serie de preguntas: ¿quién
soy yo ahora que ésta está aquí
(la hermanita) ?, luego ¿qué significa ser hombre y mujer?, ¿cómo vienen los niños al mundo?, etc. El niño se vuelve entonces un inves
tigador en toda regla, pero
porque le toca, es decir; porque se ve en
cuestión su identidad; comienza a preguntarse por la causa porque necesita conocerla, si no lo necesitara no se
preguntaba, porque el hombre necesita
preguntarse por la causa porque su sufrimiento de pende mucho de ella.
Supongamos que la persona que amamos se fue;
en qué medida esto significa una gran pérdida o no, o vale o no la pena sufrir por ello, depende de saber por
qué se fue: si se fue porque está enamorada
de otro la cosa es muy grave; pero si se fue porque necesitaba de todas maneras irse a atender un
asunto o bien, si se fue porque
consideraba que estábamos demasiado fríos y quería que nos hiciécemos falta, entonces la cosa no es nada
grave. Así, si es o no grave, si hay o
no sufrimiento depende de la causa porque se haya ido. La investigación por la causa es una
investigación esencial, es aquélla con
la que el sufrimiento permanentemente nos interroga. Es, pues, la
150
identidad en cuestión el impulso mismo del pensamiento y, como ve- remos, de la producción artística.
Freud advierte
en varios textos, particularmente en Psicología de ¡as masas y Anáfisis del yo sobre el cuidado de no introducir como recurso explicativo la noción de
instinto, que no resulta ser más que
un aparato pseudoexplicativo: ¿por qué piensa el hombre?, porque
hay un instinto de pensar; ¿por qué está
en sociedad?, porque hay un ins- tinto
gregario, y así sucesivamente, con lo que todo queda explicado de antemano y se acalla toda pregunta más
bien que responderla. Si se trata de
pensar, por ejemplo, en la posibilidad de hablar se debe mostrar dónde, a partir de qué se genera.
Como vimos, una característica muy propia del
psicoanálisis es haber apreciado en toda su significación la extraordinaria carencia instintiva del hombre, que
cualquiera puede observar en el niño. El
hombre es el animal que más aprende y menos instintos tiene; instinto en
el sentido de un saber heredado de
conductas
adaptadas que no es necesario aprender,
sentido que se le da en biología a la conducta por la cual un pájaro sabe hacer el nido sin
haberlo visto hacer y sin nin gún aprendizaje. El hombre es el ser más
desprovisto en ese sentido y más abierto
en el otro, porque el pájaro cuando rompe el cascarón ya sabe casi todo lo que va a saber, rico en
instintividad es muy pobre en
aprendizaje. En el hombre, en cambio, pobre en instinto y rico en aprendizaje, se hace necesario que sus
características esenciales sean buscadas
en una historia, con lo que se llega a un sentido nuevo de la historicidad humana. Lo que Freud hizo con el
individuo personal es algo parecido a lo
que hizo Marx con la sociedad en conjunto: cam biar la naturaleza por la
historia en el orden explicativo.
A ningún marxista se le ocurre en su estudio de una sociedad dar prioridad en su explicación a
fenómenos naturales como raza, clima;
tampoco se le ocurre a un pensamiento freudiano dar prioridad a fe
nómenos naturales en el orden personal, por ejemplo, no explicaría una conducta como hereditaria o biológica, se
acentúa el carácter definitorio de la
historia vivida.
La sexualidad
animal funciona por un mecanismo biológico ins tintivo, estímulo-respuesta,
estímulo-olfativo, visual o de otra índole,
y una respuesta adecuada a la
reproducción. Mientras que en el caso
humano no vemos ningún vínculo preexistente entre las
pulsiones sexuales y los objetos que las
satisfacen; éste debe ser encontrado en
151
una historia, que es la que permite explicar
la extraordinaria diversi dad que es posible encontrar entre el deseo de
uno y otro individuo.
La identidad
sexual tampoco está dada por la corporalidad, se encuentra en la
historia. Un individuo por determinada salida de su infancia puede dar en una
identificación inconsciente con la madre,
que rija toda su conducta sin él saberlo, incluidos sus deseos
sexuales; igualmente puede ocurrirle a una dama una identificación incons
ciente con su padre. Es decir, que
no hay ninguna garantía biológica de la
dirección de la sexualidad, ningún equilibrio entre sexualidad y fecundidad o sexualidad y reproducción, ni
siquiera una coexistencia del deseo y la
fecundidad como sí se da en las hembras de los mamíferos. Allí donde, según las ideas cristianas y
judaicas, parecía que el hombre se
acercaba más al animal, en la sexualidad, según Freud es donde más claramente difiere, donde nada se explica
como natural.
Igualmente
ocurre con el lenguaje: aprendemos a hablar si encon tramos la manera de entrar en un triángulo de relaciones en
el que circule la palabra y en el que el niño accede a la
utilización del yo, entre los pronombres
el que más tardíamente aprende a emplear y que
es con el que se constituye propiamente como sujeto del lenguaje. Lo último que el niño aprende del lenguaje
más esencial son los pronom bres, yo, tú, él, porque no son palabras
con un referente fijo como mamá, que siempre es la misma o guau-guau, que siempre es el mismo;
sino que yo es todo el mundo en la medida en que sea el que
está hablando, tú es todo el mundo en la
medida en que sea al que se está
hablando y él es todo el mundo en la medida en que sea del que se está hablando; es decir, que los pronombres
son la forma del lenguaje que designa
funciones lingüísticas y no objetos o personas concretas. El empleo de la primera persona es el que más
tardíamente se logra; es frecuente que
los niños relativamente pequeños, digamos de tres años, se refieran a sí mismos diciendo él no quiere
en vez de no quiero, porque el encuentro
del juego de los tres es un poco más tardío y para que se produzca es necesario que realmente se
relacionen tres de tal manera que
circule entre ellos el afecto, la identificación posible con el uno y con el otro y con aquél que ellos
ven en mí, que es la primera identidad.
Es, pues, claro que al lenguaje no se entra en forma natu ral; y si no se da
el trío no se aprende a hablar. Porque el hombre, dijo Marx, no viene al mundo provisto de un espejo
proclamando filosófi camente como Fiechte: “yo soy yo”; al contrario, no puede
conocerse a sí mismo si no comienza por
identificarse con el otro hombre. Así se
152
anticipa Marx a una nueva concepción de la conciencia de sí, él, que veía lo social antes de la conciencia
de sí y como condición de la conciencia
de sí. Allí donde Descartes ve la
conciencia de sí como lo elemental
y la evidencia primera, Marx hace la observación de que no hay conciencia de sí, si no se comienza
por la relación con el otro; también
observa que el pensamiento es contemporáneo del lenguaje y que un lenguaje privado es una contradicción
en los términos.
Se aprende, pues, a hablar si se dan las condiciones, pero esas condiciones son dramáticas.
Es en ese sentido que la concepción del
hombre psicoanalítica es
trágica: todo avance del hombre requiere un duelo, y todo
duelo plantea un problema del que puede resultar una regresión o un gran progreso cualitativo. En
el caso del nacimiento de
un hermanito es clásico observar que el niño trate de rechazarlo,
de devaluarlo: “¡Ah, pero no tiene
dientes, no habla!”, esa es una de
las reacciones más sanas, pero como en
ese punto no encuentra apoyo en los padres que están en el gran alborozo y afecto
por el recién nacido, tiende a
pasar por un momento de duelo. La primera figura de ese duelo es una regresión: vuelve a orinarse en
la cama o pierde ciertas organizaciones
del lenguaje que ya había adquirido; el desarrollo que de ahí se siga depende de la manera como el
niño logre organizar entre el más y el
menos un nuevo equilibrio y un nuevo autoaprecio, o, como diría Freud, un nuevo narcisismo. Lo
más sano es que pueda valorar la
diferencia, ver sus ventajas en lugar de ver sólo las desven tajas, él puede
dar el paseo con el papá mientras el otro está en la cuna o cargado, él puede hacer lo que el otro
no puede; en cambio, es muy malsano
tratar de compensarle las atenciones que recibe el bebé con un tratamiento del mismo tipo: bombones,
demandas orales, rega los, porque es estimularle el camino de la regresión.
No hay, por
tanto, que hacerse ninguna ima
gen idílica del desa rrollo humano según la cual sólo se
necesitarían buenas condiciones, buenas
atenciones, más y más mamá y cantidades de mamás: mamá- Estado, mamá-patria, mamá-universidad,
salacuna cultural. No, lo que se
necesita es elaboración de duelos.
La visión de
que sin pérdida no se avanza, de que la organización del desarrollo es por medio de
duelos y tragedias, es esencial al pensa miento psicoanalítico. El duelo está
siempre presente, presente siem pre
el temor a nacer. Rank se equivocó porque
consideró el trauma del nacimiento en el pasado, cuando en realidad
está continuamente presente. En el
origen no es importante porque, dice Freud, entonces
153
el nacimiento no es ninguna pérdida de la
madre porque la madre no es aún un objeto
para el niño. Pero
luego, el nacimiento traumático es
un mito recurrente en la vida como uno de los grandes temores:
el miedo a nacer, el deseo de volver, de
regresar, el miedo a nacer que produce
cualquier cambio.
La adolescencia o el matrimonio como cambios generan por la transición
a una vida diferente una crisis. Los temores que esto pro duce se expresan
de muchas maneras, pero una típica es la
formula ción de demandas contradictorias. Así el marido que en una
situa ción crítica le pide a la mujer cosas opuestas: que sea la más apasiona
da de las amantes y al mismo tiempo que sea igualita a su mamá, que le haga las mismas atenciones y
contemplaciones que ella le hacía, y la
mujer no logra adecuarse a ese tipo de demanda doble. O también el adolescente que pide liberación, pero si
se le suelta la rienda por completo se
considera abandonado, y entre el deseo de liberación y el miedo al abandono produce demandas
contradictorias. Todos formu lamos continuamente demandas contradictorias, lo
que, desde luego, no facilita mucho las
relaciones interhumanas.
Abordemos ahora el problema del arte en el pensamiento psicoa- nalítico.
Para comenzar, encontramos antes de toda realización artística con creta la
noción de representación. Esta concepción no naturalista in cluye al arte como
una potencia de representación en el comienzo
mismo de la vida humana. Sobre la representación tal como se entien de
en psicoanálisis, dice Michel de M’uzan en su libro Del arte a la muerte:
Lo que aquí está representado no es propiamente ni lo agradable ni lo real, sino una situación, la
situación en el mundo de un ser de
deseo, que en sí misma constituye una nueva realidad.
Michel de
M’uzan, especialista en enfermedades psicógenas, mu chas de ellas mortales
como la colitis ulcerosa, algunas cardíacas y
formas de la úlcera péptica,
observa en su trabajo la extraordinaria
diferencia que existe entre el
momento en que el paciente no
puede por ejemplo pintar o escribir nada sobre su experiencia, y el
momento en que comienza espontáneamente
a representar; trae el caso de una
niñita que comenzó a representar en forma de pintura muchos de sus temores: pintaba un árbol y al lado una
niñita; sin saberlo se represen taba a sí misma con una distancia frente a sus
temores y deseos, y en la
154
construcción de
esas nuevas realidades de las que habla hay ya una superación.
La potencia constructiva es nuestro ingreso en el
lenguaje. En el ejemplo que
veíamos del/ort-da, del juego del sobrinito de Freud, se pasa de padecer
el mundo, que la mamá se vaya o venga, a tratar de construir un mundo. La pareja de
palabras no designan simplemente lo que
está sucediendo, es el juego de producir lo que hasta entonces sólo se padecía, es una nueva potencia lo que
con ello se introduce; luego vendrán
otras que no subrayo porque son conocidas desde Kant y otros anteriores, la de clasificar el
mundo, la de introducir una permanencia,
entre otras. El objeto denominado es el que permanece. Al principio el mundo es un simple correlato
de mi deseo, el mundo entonces no
permite búsqueda porque las cosas que deseo aparecen y desaparecen, y si no están no hay manera de
buscarlas porque no diferencio lo que
existe de mi impresión, no hay todavía la permanen' cia que se encuentra con la denominación.
Todo lo que es lenguaje se inicia por la potencia de representa- ción. Representar es para el
hombre, esencial, es una respuesta a toda
la serie de duelos que debe enfrentar, El psicoanálisis introduce
una nueva concepción del arte, el
trabajo artístico no como una especiali dad propia de ciertas
individualidades, sino como una dimensión esen cial del hombre.
Veamos ahora la concepción de la experiencia
que introduce el pensamiento
de Freud, que nos acerca mucho al tema del arte.
En Freud hay una concepción del tiempo nueva, porque no está visto solamente en el sentido
lineal que va del pasado al presente y
del presente al futuro, sino en un sentido más
complejo. Así, el pre sente no solamente depende del pasado como los efectos de las cau sas, sino que también el pasado es permanentemente
reinterpretado por el presente que le
asigna un nuevo valoi; o que lo
reprime en el olvido, o que lo renueva
dándole una fuerza inaudita a aquello que en el momento de vivirlo no la tuvo; sin lo
cual no sería posible el análisis y que es lo que hace que cada crisis
sea una manera de remi timos a las
crisis anteriores, que el movimiento regresivo sea una de las características del progreso. En pocas
palabras, se introduce una concepción
dialéctica del tiempo, en la cual las posiciones no están fijas, hay una movilidad hacia el pasado y no
sólo hacia el futuro, lo que Freud
denomina regresión ya no en un sentido peyorativo o patologizante, sino como una apertura
permanente con posibilidad de
155
revisar, de volver a estar en un drama que
tuvo una salida y habría podido
tener otra.
Esta formulación del tiempo hace que nada sea
realmente nuevo y actual en la experiencia humana, y esto en varios sentidos. No hay ninguna
experiencia que no sea leída a través de un conjunto de lo que en ella proyectamos como ya vivido, como temores, como apeten cias y esperanzas;
de lo que transferimos de una relación anterior a una nueva. Cada actualidad está sobrecargada y sobredeterminada
por la lectura que de ella
hacemos con los dramas de nuestra vida, a
partir de los cuales pensamos, y por esto mismo ning
una experiencia
es exhaustiva o definitiva. Freud consi
dera que toda experiencia es reserva: está aquí y
ahora, aquí y ahora la vivimos, pero también es una reserva de sentido porque el futuro
dirá qué es lo que de sus posibilidades
será desplegado, qué reprimido, inhibido, incompatible con el camino de nuestra vida o necesario o
reforzado por lo que vendrá. Toda
experiencia es al mismo tiempo recuerdo y reserva, no hay nin guna actualidad
de una presencia pura que no contenga recuerdo ni sea reserva. Esta es una nueva noción de
experiencia, que ya en su manera de ser
expuesta es fácil ver que se trata de una noción artística de experiencia, porque es la experiencia de
un mundo fundamentalmente construido con
nuestros dramas, y el arte es igualmente
construir un mundo con nuestros dramas.
La psicología del siglo XV1I1 y la del siglo
XIX, aunque con otro lenguaje, solía
creer que el hombre cuando es objetivo, neutral, en tonces piensa, constata la realidad; pero
cuando se le atraviesan los deseos, los afectos, los temores, entonces se
separa de la realidad. Para el psicoanálisis, en cambio, el hombre piensa
no a pesar de sus problemas,
a pesar de sus dramas, sino a través
de ellos, con ellos, en ellos; ningún pensamiento es una maduración o desarrollo natural, es siempre la elaboración de un duelo, la
necesidad de integrar por medio de un
trabajo el pasado, los dramas vividos. A este propósito veamos un texto de Michel de M’uzan en el que la
noción misma de experien cia introduce el arte como un principio de realidad
humana:
He
distinguido dos principales orientaciones de la personalidad, fundándome en la existencia o no de una sólida
elaboración de la categoría de
pasado. Por el término de pasado no entiendo yo la suma de acontecimientos vividos, sino su
reescritura interior, como en la novela
familiar (se refiere aquí a La novela familiar de Freud),
156
a partir de
un primer relato. Utilizo aquí el término relato en ra zón de la
homología de forma, de estructura, entre esta historia interior y una elaboración novelística. El
primer relato que ha elaborado el
individuo se ha visto obligado a elaborarlo en el mo mento del complejo de
Edipo.
Se trata de dar cuenta de la concepción psicoanalítica del pasado
como actividad en reelaboración permanente. El pasado no está de
positado, marcado en algún lugar, guarda
do en ningún inconsciente que
podamos concebir como un archivo donde las cosas molestas las escondamos en algún cuarto de San Alejo, el
pasado es una potencia en acción.
El pensamiento de Freud descubrió esa actividad
continua que hace que el hombre se considere el
mismo de antes, mantenga una unidad de
identidad, una continuidad; es decir, seleccione de la multiplicidad efectiva de su sen
de sus
deseos y de sus temores, múlti ples y no necesariamente compatibles, alguna
figura en la que pueda reconocerse, esta
selección supone represión, olvido como potencia, no simple desdibujamiento, sino como una
actividad derivada de la necesidad de
olvidar aquello no compatible con la única figura en la que podríamos reconocemos, de la necesidad de
borrar que ya Nietzs- che había
denominado “potencia liberadora”. Esta concepción positiva del olvido como actividad es la que explica
que el pasado sea una novela en
permanente proceso de reescritura, como lo describe Michel de M’uzan, y no simplemente una colección de
datos, que cuando se da, como es el caso
en el obsesivo, no es más que la expresión de la angustia que genera el texto del pasado.
Para captar la
esencia del tiempo, mejor que análisis directos filo sóficos, es la observación de formas patológicas de vivirlo. Por ejemplo, en la neurosis obsesiva es característico que el tiempo
angustie mu cho: para evitar la
incertidumbre que produce el futuro
como conjun to de posibles abiertos,
el neurótico obsesivo procede a trazar un itine rario, si le es posible a
marcarlo en un mapa, a
fijarse un estricto hora rio;
todo tan claro, tan preciso, tan determinado de antemano que el futuro como sorpresa, como posible
redefinición queda suprimido por que ya se ha convertido en una especie de
pasado; y la inquietud que también produce
el pasado como reserva de sentidos, la controla
oficializándolo: toma la foto de cada acontecimiento importante, el cumpleaños, el día del grado, el día del
matrimonio, los cinco años de
157
trabajo en la oficina, los diez, los quince,
y en la billetera el álbum como si
llevara el pasado en el bolsillo.
Las defensas contra el tiempo revelan la angustia que conlleva la operación necesaria de la temporalidad: el fenómeno
de la espera; lanzarse hacia algo y encontrar que no sabemos lo que seremos al terminarlo; iniciar una relación
sin garantía alguna en la que se está
arriesgando todo, inclusive el pasado, porque ella puede
descubrimos lo que ignorábamos de
nosotros mismos y darle una fuerza inusitada a
lo que había pasado como desapercibido en nuestra vida.
En esa manera de concebir el tiempo como
forma de elaboración, ya está
presente el arte como elemento
constitutivo del sujeto huma' no,
anterior a toda realización artística propiamente dicha.
Kant difería enormemente de Freud en su enfoque del arte. Él parte de un análisis lógico del juicio
estético, se pregunta si el juicio
estético es un juicio empírico de gusto o el juicio de un sujeto
tras' cendental, juicio
por lo tanto
necesario en el mismo sentido en que lo es, por ejemplo, la afirmación de dos más dos son cuatro. En
el desarrollo de su pensamiento sobre el arte, éste va dejando cada
vez más de reducirse a un campo concreto, por ejemplo, cuando estudia la arquitectura la piensa no sólo
referida a la construcción, sino que la
extiende al trabajo en general con el espacio, a la construcción de objetos que sean a la vez útiles y
significativos. Su pensamiento llega
hasta la consideración de la conversación como la más importante entre todas las artes, porque reúne en sí a
todas (poesía, teatro, mímica,
narrativa...), la conversación como el arte de la vida cotidiana,
el arte de ser, el más alejado de
cualquier especialización. Al considerar
este ser artístico sin especialización ninguna, se va acercando, desde un punto de partida lejanísimo al pensamiento
psicoanalítico, a la posición esencial
del psicoanálisis, para el cual el arte no es una posi' bilidad entre otras, sino un principio
constitutivo del sujeto mismo.
Algo similar plantea Heidegger en una dirección diferente. Para él el
arte es la primera manifestación de la verdad prepredicativa. Verdad predicativa
es hacer un juicio sobre algo, encontramos, en-
tonces, una noción de verdad que se reduce al estudio de los
predica dos o los juicios, y que define la verdad como la adecuación
del juicio con la cosa juzgada y el
error es la inadecuación; pero la verdad se
mantiene sólo con relación al juicio, es un problema de pura lógica.
Heidegger ha buscado desde los griegos y en el transcurso de su pensamiento cada vez con más
precisión, una consideración de la ver
158
dad anterior al juicio, es decir, del
develamiento -como él lo llama- de la cosa,
primero como cosa significativa, antes de todo predicado sobre ella. Ese develamiento es artístico,
porque el arte es esencial en la
constitución del mundo: usin poesía no hay mundo alguno”, decía Heidegger en “Hölderlin y la esencia de la
poesía”.
En el psicoanálisis el arte es constitutivo del sujeto mismo, de su unidad, de su apertura hacia un futuro; todo lo cual
significa un tra bajo permanente. Ya es un trabajo mantener una cierta, vaga,
preca ria y siempre amenazada unidad
a la cual damos el nombre de yo,
alejando para ello muchas cosas de nosotros. Veamos por ejemplo lo que Freud llama la motilidad, la necesidad de
responder en la prácti ca a los desafíos del mundo circundante, del contorno.
La motilidad exige síntesis. El
psicoanálisis descubre que el hombre es múltiple, que la unidad del sujeto no está dada, nunca
es lograda ni definitiva; sin embargo
debe actuar de una manera única, aunque tenga al mis mo tiempo miedo y rabia,
no puede a la vez huir y atacar; el paso a la
motilidad lo obliga a dar prioridad a uno de los dos impulsos y a mini
mizar el otro.
Cuando no hay
exigencia de motilidad, se da más juego a la mul tiplicidad.
Por eso
decía Freud que el sueño es el camino real hacia el inconsciente, porque durante el sueño está excluida la motilidad, entonces la contradicción de huir y atacar no
se da, porque no se va a hacer ninguna
de las dos cosas; tampoco se dan las contradicciones con la ubicuidad que corresponden a la vida
práctica. En el sueño se puede estar en una
mezcla de dos sitios, ver a alguien que combina
rasgos de dos personas, etc.; al no haber una necesidad de
motilidad, la exigencia de represión es
menoi; con lo que se produce esa flexibi lidad plástica propia del sueño, y
propicia por tanto para llegar al in consciente.
Ese esfuerzo de
síntesis, aunque no lo sintamos, es algo que se está haciendo permanentemente. Lo que sí percibimos es ese
tipo curioso de descanso cuando algo que necesitábamos reprimir
viene a nosotros por la vía del chiste o del humoi; de manera que ya no
requiere repre sión, y surge entonces la alegría del esfuerzo sobrante: la
energía de dicada a la represión queda excedente y se manifiesta como risa,
como momento de liberación.
A este
propósito, Freud, en su estudio sobre la interpretación Cons trucciones en el análisis, uno de sus trabajos filosóficos más notables
al final de su vida, menciona como uno
de los pocos indicios claros de
159
que una
interpretación es verdadera, el hecho de que le produzca risa a aquél de quien se trata en ella. El indicio
fundamental de la verdad de una interpretación es la capacidad que tenga de
producir muta- ciones. Pero desde el punto de vista filosófico la discusión es muy
importante, porque aquí no se trata más que de indicios, no hay
prue- bas directas, se deja rápidamente
de lado el criterio de evidencia. Freud
dice que una interpretación no es cierta porque le parezca evi dente al
analista, tampoco porque le parezca evidente al paciente; ni tampoco porque al paciente le parezca
horrible e inaceptable, queda demostrado
que sea falsa.
Freud deja de lado los criterios de la conciencia, como evidencia, repugnancia, y opta
por otros. Y precisamente por considerar el psi coanálisis con los criterios de la conciencia se han producido frecuen tes confusiones. Por ejemplo, Lévi-Strauss en Antropología
estructural y en La estructura de los
mitos, objeta el facilismo del
método psicoanalítico porque todo lo que
postula lo encuentra, por ejemplo,
si ve un mito en el cual una mujer
horrible devora a alguien, entonces el psicoanalista dice que hay un temor a las abuelas hostiles,
pero si resulta que las abuelas en esa
sociedad no son hostiles sino muy consentidoras de sus nietos, entonces el psicoanalista concluye
que se trata de la hostili dad reprimida.
Igualmente se encuentra en el citado texto de
Freud esa posible crítica a
la forma como el analista se puede
facilitar las cosas: si el paciente
acepta la interpretación, eso demuestra que es correcta; si no la acepta, quiere decir que le dolió
porque se trataba de algo repri mido, entonces también es cierta; de tal
manera, dice Freud, que con cara gano yo
y con sello pierde usted. Pero, precisamente, ninguna de estas respuestas demuestra nada sobre la verdad
de una interpreta ción; sólo sus efectos pueden constituirse como indicios de
verdad; uno de ellos puede ser la
mencionada risa, otro más fuerte es la am pliación de la estructura de la
conciencia que comienza a recordar cosas
que había olvidado desde siempre.
Nos
encontramos pues, lejos de una doctrina de la evidencia cartesiana o de cualquier otro tipo, más bien dirigidos hacia una doc trina de
los efectos. Sólo los efectos de la interpretación son los que pueden indicar su grado de verdad, efectos
sobre la conciencia mis ma, es decir; sobre la inhibición y sobre la
represión.
Esta
es una primera consideración del arte desde el punto de vista psicoanalítico, como algo que hace
parte del proceso de elaboración
160
del propio pasado,
del proceso de espera, del proceso de la proyección, de la construcción del futuro como una
estructura de posibles y de temores, como
esa
actividad que se deriva del hecho de que el sujeto no esté nunca dado sino en permanente elaboración. Esa actividad
es lo que podríamos llamar el
arte arcaico, el arte en sí, el arte inevita ble. El trabajo de construcción
de un mundo vivible es el trabajo de
todos, construir un pasado vivible, recordable, unificado, de tal ma
nera que el extraño ser que se debatía en conflictos inexpresables y se dispersaba en temores y deseos inconfesables
resulte alguien de quien pueda decir fui
yo, soy yo, es decir permanezca en una continuidad que pueda en principio acceder a un discurso
comunicable, lo cual implica la
continuidad de la identidad del que habla.
Porque lo que
nosotros solemos denominar las implicaciones lógi cas del discurso, es algo que sólo opera cuando se
sostiene la conti nuidad del emisor;
en el delirio no funcionan las premisas lógicas del discurso, el mínimo de condiciones lógicas. Cuando yo
digo “vendí el carro”, está implícito lógicamente que tenía un carro; en el delirio todos
esos implícitos existenciales lógicos faltan, por eso resulta
más difícil comprenderlo, aunque no deja de ser verdadero a su modo. Quien oye
decir “vendí el carro” a un individuo
que sabe que nunca ha tenido carro,
inmediatamente pensará “está loco” y
probablemente de manera bastante torpe le dirá: “no digás tonterías hombre, que vos nunca has tenido carro”, pero lo que está
diciendo no son
tonterías, es tal vez una gran verdad. En la psicosis,
al fallar el principio de
identidad, falla la represión y la unidad del yo...; en realidad el tipo
tenía un tío que mató con su carro a un muchacho y le dio una
crisis de culpa tan grande que vendió el
cano enseguida, y como a él mismo hace
ocho días le pasó algo que le dio mucha culpa, entonces dice “vendí el carro”; por la culpa se convierte
en el tío, no puede hablar desde sí
mismo, entonces habla como la mamá, como el papá, como el tío, por tanto los elementos lógicos del discurso
dejan ya de operan Este ejemplo nos
revela una cosa muy notable: la lógica como funcio namiento es secundaria y
derivada de una continuidad existencial, es
decir de una continuidad de identidad; si se habla desde diversas posiciones y cambiando continuamente de una a
otra, ya no se sostie ne ninguno de los principios lógicos, de identidad, no
contradicción, no ubicuidad, etc. Ese
elemento previo al funcionamiento del proceso
secundario (así denomina Freud a todo lo que contiene la lógica, lo
161
que es susceptible de conciencia), no es ningún elemento natural,
es la identidad.
El hombre tiene la potencia identificadora, potencia que lo cons tituye, la que hace el arte posible, la que hace el arte
inevitable, la que hace que el arte esté
abierto a todos en principio, y que es la que permite al niño identificarse en el espejo,
identificar la figura que ve allí como
“ese soy yo”, una operación tan elaborada y que se da en un momento tan primitivo (de los seis a los
nueve meses), que el gorila, el “primo”
más cercano que tenemos no hará nunca y cuya inteligen cia práctica sólo
alcanzamos a los cuatro o cinco años.
Esa potencia
identificadora que determina tanto, moldea la con ducta y hasta diseña el cuerpo, es la que hace que la experiencia resulte tan terrible, por su forma de marcar, pero también que la vida humana resulte tan angustiosa o tan esperanzadora
porque permane ce relativamente abierta. Como decía Dostoievski,
maestro de Freud:
El hombre no se reduce nunca al conjunto de
los acontecimientos que le han
ocurrido; es también lo posible, es también aquél que lleva en sí esa palabra futura que lo
cambiará todo.
Ese futuro
posible que angustia hasta el punto de tratar de conver tir el futuro en un pasado, como en el obsesivo. Porque la angustia es eso
mismo: la apertura hacia la posibilidad de la mutación, la no ga rantía de
identidad, la amenaza a
la identidad por un deseo, por algo
reprimido que irrumpe, por un desafío como cuando algo muy deseado
finalmente se hace posible, entonces: ¿quién
seré yo ahora que esto es posible? Heide
gger define la angustia diferenciándola del miedo: si vamos a la guerra y tenemos el temor de ser
heridos o muertos en la batalla, eso se
llama miedo; pero si tenemos el temor de ser cobardes, la pregunta sobre qué seré yo en esa
situación, qué me revelará de mí mismo
lo que ahora va a ocurrir, eso ya no es miedo, es angustia.
La apertura del tiempo que nos coloca en un
trabajo permanente de reelaboración
y la potencia identificadora hacen que nuestra exis tencia sea siempre
interrogada por las cosas, por los colores, por las formas espaciales. En este sentido
nuestra existencia está siempre sal vajemente interrogada. Y el arte es una manera elaborada de
dejar nos interrogar por una pintura, por un edificio, por una melodía
o por un escrito; sin dejarnos afectar,
interrogar en lo que somos, no hay
contacto con el arte, puede haber erudición artística pero no relación con el arte.
162
Esa interrogación, el psicoanálisis la ha visto dramáticamente viva en la experiencia de la fobia.
Podríamos decir que el individuo que
tiene una fobia a la
serpiente o al ratón, está en una situación artísti ca salvaje; un
fenómeno, por ejemplo el ratón, lo está interrogando sobre su ser, en un orden simbólico y en el
orden de su identidad.
La situación de
fobia es vivida con una fuerza que escapa al razo namiento abstracto y al razonamiento analítico. Esto quiere decir que una explicación del tipo “señora, no se suba sobre la mesa que el ratón no le va
a hacer nada, él mismo tiene miedo de
usted y tiene más razón él que usted”, es completamente inútil
porque el terror no se refiere a un
peligro objetivo que ella misma sabe que no existe; se trata de un ataque de angustia porque se siente
interrogada por el ratón como figura
simbólica, que funciona a la vez como
símbolo de la masculinidad que
entra por el huequito, del niño que sale del
huequito, de la ferocidad que
muerde, de lo que es femenino y mas culino al mismo tiempo, y por tanto la
interroga sobre quién es ella. Por eso
en las fobias infantiles, perfectamente normales en todo el mundo, se eligen figuras donde siempre hay un
juego de opuestos encontrados: el
cucarrón, muy francamente anal, representa un im pulso de agresión reprimido que
allí se hace presente y produce terror;
el abismo que representa el impulso a tirarse, produce el miedo a caer
se cuando en realidad el terror se refiere al propio impulso; la serpien te,
figura bisexual, que no se sabe si es una vagina dentada fatal o un pene terrible que anda por sí solo sin ley
alguna; figuras todas que nos interrogan
sobre lo que somos.
La realidad nos interroga siempre, por ejemplo el espacio. Una introducción a la
arquitectura podría ser el espacio imaginario, el estudio de las claustrofobias, claustromanías,
agorafobias. La plaza como sitio de peligro, donde si se carece de referentes claros se produce la pérdida de identidad; los ascensores
como encierros, ataúdes mater nos, encierros fetales de los que no sabemos cuándo
se va a abrir la puerta y nos va a
desembuchar.
Este estudio
del espacio vivido como espacio imaginario es una introducción a la
arquitectura salvaje, porque el mundo está siempre interpretado;
el hombre no viene nunca a una relación de constatación del mundo, de observación neutral, que luego se convierta
en inter pretaciones; desde el comienzo el mundo es interpretado como
ame naza y promesa, cada cosa se presenta como emblema de nuestra vida; cavernas en las que podemos recogemos, ser
albergados como en un
163
nicho materno o que pueden devorarnos, estar
llenas de sorpresas peligrosas;
abismos que pueden desprenderse y convertimos a noso tros mismos en lo
perdible; redondeces acogedoras, puntas que agre- den. Así el mundo vivido es siempre
interpretado.
La construcción ideal del mundo neutral es una construcción a posteriori
de la
ciencia. La interpretación artística del mundo en ese primer arte salvaje, en el que nuestro propio cuerpo y nuestra propia existencia
están aludidos por todo, interrogados
por todo, es la visión primordial del
mundo. El trabajo artístico no es
más que el trabajo con eso que somos más
esencialmente, con nuestros dramas, nuestros te mores y esperanzas;
trabajar con eso es hacer arte. De todas maneras, hay un arte que está en nosotros: una
interpretación del mundo; la
elaboración posterior de esto es lo que llamamos propiamente arte y
estudiamos como historia del arte. Sería absurdo pensar que la pintu ra
nos dijera tanto y fuera para nosotros un mensaje tan conmovedor y tan diferente, por ejemplo a la fotografía,
si no fuera porque nosotros podemos ser
interpelados por lo existente; un color, el amarillo, se nos pone como una presencia obsesionante y aguda,
nos interroga sobre la presencia; otro,
suave y que parece dejar ir la mirada más allá, el azul, nos interroga sobre la ausencia. Y si los
colores no nos dijeran nada, si no nos
interrogaran, con ellos no se podría construir un mensaje, ha cer un cuadro.
Es esa vuelta
sobre nuestra capacidad de dejamos interrogar por el mundo, capacidad originaria,
lo que constituye una introducción
al arte y a la meditación psicoanalítica sobre el arte.
164
X
El arte en Freud y en Marx
El tema más conocido cuando se estudia el arte desde
la perspec tiva psicoanalítica,
suele designarse con el concepto de “sublimación”, un concepto
más bien desafortunado, sobre el cual Freud se detiene una y otra vez, como si tuviese una especie de inhibición para abor darlo a
fondo. Es un fenómeno curioso. Sobre la sublimación se en cuentra en la obra de Freud menciones frecuentes desde
1900 y publi cadas desde 1905 (“El caso Dora”), hasta la muerte de
Freud en el año 1939; vuelve una y otra
vez el tema, pero siempre es aplazado.
Hay más, existen diversas posiciones de Freud que son más o menos contradictorias, hay momentos en que dice que
el psicoanálisis nada tiene que ver con
ese problema del talento creador, por ejemplo: al comienzo del estudio sobre Dostoievski y el
parricidio, hay otros mo mentos en los cuales su gran programa parece ser, por
el contrario, tener algo que decir del
tema de la creación artística. En 1930, poco
después del estudio sobre Dostoievski, dice:
No
desesperamos de poder caracterizar algún día el fenómeno de la sublimación desde el punto de
vista metapsicológico y de saber por qué
unos hombres insisten en el trabajo intelectual como una de las fuentes principales de su placer.
En conjunto no encontramos en toda la obra de Freud más de seis o siete páginas sobre la sublimación y
no es que no le dé importancia, por el
contrario, allí como ya lo dije, como se
puede leer en La Gradiva y en muchas
otras partes, es del arte según Freud, donde procede el saber fundamental del psicoanálisis;
estamos muy lejos de que a él le parezca
secundario, ni mucho menos, parece que tiene una dificultad grande de abordar el tema y una relación íntima
y necesaria con él.
En la época de Freud reinaba una concepción
sobre la ciencia particularmente opuesta al arte, derivada sobre todo de la termodiná mica y la generalización de sus criterios como ideal
científico. Freud tenía cierto
temor de que lo consideraran un artista, que a su pesar era, y de creer él mismo ser un artista,
porque los prejuicios ideológi-
165
eos de su época, que él compartía, consideraban que allí donde había algo artístico, estábamos en un territorio ajeno a la ciencia e incom
patible con ella. Luego su aspiración era
situarse en la ciencia, tenía más
bien
temor, sin embargo, su condición era
como diría de él, ambivalente;
temor y
amor por el
arte, de tal manera que a pesar de
haberle huido de toda
s formas y por
todas partes, por todas partes se lo encontraba, como su aliado
principal, y aunque nunca quiso ser reco nocido en una imagen artística, lo
fue siempre. El primer comentario que se
escribe en un periódico sobre Freud, cuando publicó los escri tos sobre la
histeria, a fines del siglo XIX, con bastante seguridad decía el comentarista que: “Estos escritos
sobre el caso de la histeria parecen más
bien obras de Shakespeare que cosa de medicina”; así es, desde luego, y finalmente ya en el año 1930,
también en su vejez, el mayor
reconocimiento que tuvo fue el premio Goethe en literatura, por su estilo. Aunque no lo quiso ser, aunque
predicaba a veces que el arte le era
ajeno, como en una carta a Bretón, el maestro de los surrealistas que quería vincularlo a su
movimiento, y le contesta: “En
cuestiones de arte nada tengo que ver”. A pesar de todas sus fugas frente al asunto, de todas maneras el arte lo
asedió toda la vida.
El tema de la sublimación también es mal visto por un aspecto, en este punto sí se ha divulgado mucho un error que quiero comenzar por comentar: y es la posición de Freud y posteriormente de los conti nuadores, es una posición que tiende a patologizar el arte,
patologizar el estudio de los artistas,
a considerarlos prácticamente como unos
enfermos, a tratar una disposición artística como un fenómeno patoló gico. Esa apariencia la dan de
hecho muchos textos de Freud,
espe cialmente porque uno no capta que se trata exactamente de lo
inver so, es decir, de considerar en aquellas tendencias nuestras que
suelen manifestarse com
o francas
patologías, las grandes potencias de la crea ción artística y de la
investigación científica. Freud lo que ha captado es más bien el carácter artístico de la
histeria, no debemos decirlo a la inversa,
la reducción de los artistas a histéricos; lo que ha captado es el proceso, como captó el proceso filosófico
sistematizador que hay en la paranoia,
pero no olvidemos que el punto de vista de Freud es com pletamente inverso al
de patologizar. No se trata, cuando se refiere
por ejemplo a la filosofía, de convertir la filosofía en una
enfermedad, sino que se trata de ver en
la enfermedad una filosofía como ya lo
mencioné en una oportunidad. El caso Schreber termina con una fór mula
característica de la producción de Freud: “El futuro dirá si el
166
delirio del
doctor Schreber es tan verdadero como yo creo o si más bien mi teoría es más delirante de lo que yo quisiera”, como he citado antes. Es el delirio el que se eleva a la categoría
de una teoría, no es que toda teoría sea
un delirio, sino que en todo delirio hay una verdad; la búsqueda de una construcción de una
teorización, es propiamente el
movimiento inverso, el que se ha confundido, porque se parecen mucho a la patologización.
Mirémoslo más
de cerca: el problema es que toda producción
artística es un intento de reconstrucción del mundo y es un indicio de desadaptación, lo que no tiene nada de peyorativo en psicoanálisis. Más bien podría ser al contrario, es decir, cuando un individuo nece sita construir un
mundo, un nuevo texto, un nuevo contexto para
buscar y encontrar una vez más los objetos que están a punto
de per derse (en psicoanálisis cuando decimos objetos queremos decir obje tos de amor, objetos de deseos u objetos de
temor, amenazadores o prometedores).
No se trata de la constatación, sino de una realidad vivenciada
frente a
objetos que son de amor, de deseo, de persecu ción, emblemas de
la propia identidad, amenazas
de la propia identi dad, un mundo con el cual las relaciones son
inevitablemente dramá ticas. Estos objetos pueden ser introducidos en una
clasificación abso luta por una adaptación a un código, a una forma de
conducta, a una forma de estimación, a
una profesión, a un punto de vista de la utilidad; así por ejemplo, uno puede considerar un
árbol desde muchos puntos de vista,
considerarlo desde el punto de vista de un carpintero, ver en él las posibilidades, metros cúbicos de
madera, de determinada calidad y
posibilidades más o menos buenas para su trabajo, valores económicos, costos; un botánico lo ve desde su propio
punto de vista. Precisamente el hecho de
carecer de un punto de vista que lo cierre como un código y le ubique su mundo, es lo más
característico de un artista, por eso el
objeto del artista está permanentemente a punto de perderse, a
punto de ser el objeto perdido, y a
veces el artista mismo lo dice. Por ejemplo,
a propósito del árbol, Kafka dice en La descripción de una lucha:
El álamo del campo a quien usted llamó torre de Babel, porque no quería, o no podía saber que era un álamo, se estremece de pronto innominado otra vez ante los otros y entonces
usted dice ¡Noé cuando estaba ebrio!
Voy a considerar esta formulación de Kafka sobre un árbol. Pri mero está
como una fórmula de reproche que llamó al álamo del cam po “torre de Babel” es
decir, expresándose sobre el álamo del campo
167
por medio de la
metáfora, en lugar de llamarlo directamente álamo; se ve impulsado, pues, el otro y
llama ebrio, pero evidentemente es una
imagen del artista. Por ejemplo, uno
de los capítulos se llama “Cómo los meditativos
pueden aprender de los ebrios”; el ebrio es una
metáfora del artista. La
torre de Babel es, pues, un esfuerzo por
en- contraríe al objeto apercibido, al objeto que se le está saliendo
de las manos, un contexto, en este caso
un contexto mítico asombroso, aque llo que se erige contra el
hundimiento, la torre de Babel contra el
diluvio. La decisión de erigir una torre en Babel era para prevenir un
nuevo diluvio, contra el hundimiento del mundo, contra la desapari ción de las formas. Se inscribe, pues, en
una serie y cuando “se estre mece de
pronto innominado”, hay que volverlo a mencionar y se le llama Noé, el que escapó al diluvio, “Noé
cuando estaba ebrio”, y sigue con ese
impulso permanente característico del artista de nom brar una y otra vez el
mundo, que no es para él obvio, que está a punto de perderse, de tener que reconstruir su
propia identidad una y otra vez. Ese es
el mundo artístico fundamental, el mundo primordial, po nerle un nuevo
contexto al mundo, porque no es suficiente un con texto codificado con una
determinada actividad, por un determinado
interés, en un determinado tipo de práctica, la botánica, la carpinte
ría, la jardinería, sino que es el mundo mismo el que se convierte en un lenguaje en el cual se expresa su propio
ser; es decir, el árbol es lenguaje, no
solamente hay un lenguaje para llamar al árbol, sino que el árbol se vuelve un lenguaje para hablar de
sí mismo.
Esa conversión
del mundo entero en lenguaje es un procedimien to esencial del arte, un
movimiento fundamental, efecto artístico nú mero uno; por lo tanto no sería aquí del caso
patologizar a Kafka, es decir, el
estar al borde de la pérdida de la
realidad, el tener que reconquistarla
una y otra vez por medio de una contextualización li teraria ¿no será esquizoide?, ah, esa sería una sospecha que se vendría enseguida, una designación patológica
¿no será esquizoide? Desde luego es esquizoide,
lo que pasa es que es la potencia de nuestros propios problemas, lo que nos impulsa hacia
el arte, no es a pesar de la
histeria que alguien es artista, es a causa; no es que a pesar de
la neurosis obsesiva, esa promoción de
la duda y la sistematización, de la
coordinación del orden, esa manía de la ordenación que es una neu rosis
obsesiva, tan triste cuando se manifiesta por sí misma, tan pode rosa cuando
se modula como obra, pero no es a pesar de eso que hay
168
obra de arte, es con eso, es a través de eso; no es a pesar de
nuestros dramas como se elabora la
obra artística, es a través de ellos.
Sublimación quiere decir eso, y precisamente eso es lo esencial, quiere decir la conversión de todos
aquellos rasgos que son inevita bles en nuestra configuración, la potencia
configuradora, la proyección, todo
lo que se llama en la jerga sicoanalítica, mecanismos de
defensa, que son mecanismos
inconscientes; la proyección que hace ver en el
otro aquello que sentimos por él: ¡me odia!, cuando la hostilidad
que siento por él la reprimo
y la proyecto; la introyección, cuando una
característica del otro la
convierto misteriosamente en una
mía, la potencia identificatoria. Todas estas posibilidades pueden
ser patológicas, uno ve la proyección en
el cuadro de una paranoia, cómo todo el mundo va entrando en la categoría de
los perseguidores y en su terrible
combinatoria, cómo se proyectan aquí y allí los problemas de la esposa,
es decir, allí lo vemos en lo que solemos
denominar patología, pero la
proyección es una potencia de conocimiento. Hay
una estructura propiamente paranoica del pensamiento humano, dice Lacan; en realidad él quiere decir que la
potencia proyectiva es esen cial al pensamiento yen eso tiene toda la razón.
Es con el conjunto de lo que en otras
condiciones se manifiesta como patológico con lo que nosotros mismos producimos; aquello que
constituye “las servidum bres del yo”, constituye también la potencia creadora
del hombre, los mecanismos de defensa,
la culpa; tampoco hay creación propia sin un
granito de culpa, esto lo decía ya Freud. Sobre esto trata en una
parte muy notable el estudio de Michel
de M’uzan, Del arte a ¡a muerte,
capítulo 1.
El desarrollo
es el problema de la compulsión a reparar una culpa por medio de
la obra, pero hay un fenómeno ahí que quiero explicar rápidamente.
La culpa desde luego está inscrita en todas partes en rasgos negativos, es decir, Freud en
El yo y el ello, en el estudio del
“superyo” y en otros estudios, señala la culpa como una de las
servi dumbres del yo -así precisamente
se titula uno de los capítulos sobre El
yo y el ello, “Las servidumbres del yo”-, sin embargo, el problema
es que la culpa genera siempre tres
movimientos como reacción ante el objeto
frente al que uno se siente culpable; la una es la reparación, la otra es la expiación y la otra es la
reconciliación. Son tres versiones, eso
ha sido muy estudiado por Melanie Klein con bastante agudeza y presentidas por todas las religiones que en
el mundo han sido con no menos agudeza;
todas tratan, cada cual a su modo la culpa, y todas
169
saben diferenciar la
expiación, la reparación y la reconciliación, que realmente llaman perdón, es decir,
probablemente no existe ninguna que no cale a fondo en ese problema tan arcaico del ser humano.
Ahora, la culpa no procede solamente
como suele creerse de la trans gresión de las normas, eso es posterior
(de las normas en que uno cree desde
luego, de las normas que están realmente interiorizadas; las que pueden ser normas de otros pueden dar
cárcel, pero no dan cul pa), pero tampoco procede principalmente de las normas
en que uno cree; hay una culpa que es
anterior a esa, Freud la describe al final de
El malestar en la cultura.
Allí nos decía Freud que hay una culpa primordial, que ya no se deriva de la transgresión de una
norma, sino que es anterior, tanto a la
transgresión de las normas
como las normas mismas y que procede de
la hostilidad hacia los objetos que
amamos, porque los primeros objetos que amamos son objetos primordial
es, son los
objetos con los cuales al mismo tiempo nos identificamos. De esa
identificación pri mera procederá luego nuestra
identidad y el esquema de nuestra
iden tidad si conquistamos alguna,
pero al mismo tiempo por eso la hostili dad hacia un objeto que es
al mismo tiempo de amor, de deseo, de
demanda, de necesidad, que nos es necesario dada nuestra impoten
cia original, y de identificación, es una hostilidad que se vuelve sobre
sí misma, con rabia contra sí mismo que es el núcleo primordial
e inicial de la culpa; la rabia contra
sí mismo como derivación de la
hostilidad hacia los objetos amados. Hay muchas formas de la culpa y no
hay que creer que la cosa es sencilla,
que es sólo la transgresión
de normas, también está la culpa derivada de
los ideales del yo. Piera Aulagnier en
su libro Destinos del placer, estudió bastante ese tema y también en otro libro que se llama La
violencia de la interpretación, la manera
como el hombre se siente culpable, no solamente por no se guir determinadas
normas, sino por no estar a la altura de determina dos ideales que ha adoptado
como ideales propios, es decir, con res pecto a sus propios ideales. Se trata
de un sentimiento supremamente complejo;
ahora estamos hablando de un sentimiento y no estamos hablando de una teoría. Freud estaría
completamente de acuerdo con Nietzsche y
con Spinoza, que refutan la idea de la culpa como idea derivada de una teoría, de la teoría del
“libre albedrío” para decirlo
claramente; Nietzsche es furibundo contra la teoría del “libre albe
drío”, contra la idea de la libertad.
170
Nietzsche dice que la culpa es el movimiento de un perro que muerde a una piedra, porque le cayó encima.
Spinoza dice también que la libertad no es más que el nombre que le damos a la
ignorancia que tenemos de la causa de nuestras pasiones, porque
los hombres saben lo que desean
pero no piensan ni en sueños en las causas que
los llevan a desear y entonces se imaginan que lo desean
libremente, etc. lodo eso lo dijo
también Freud y lo dijo mejor, más en detalle en el capítulo final de Psicopatología de la
vida cotidiana.
Freud no se
hace la ilusión del filósofo de que porque se pueda refutar la teoría de la libertad, se pueda suprimir la culpa, porque la culpa es un sentimiento. Se puede
refutar sí la teoría que trata de
justificar la culpa,
la
racionalización de la culpa, la metafísica de la libertad, pero la culpa es
un sentimiento como el miedo. Uno puede
refutar la idea que él tiene racionalizada de que es muy peligroso
aquello a lo que le tiene miedo,
pero el miedo mismo es otra
cosa; como no se puede refutar el amot; eso no se refuta. Así mismo, la
culpa no se reduce a una idea, como la angustia no
es una idea; a veces los filósofos son un poco idealistas, incluso los
que se proclaman
materialistas, y tienden a concebir una idea como la causa de la
cosa y
la refutación de la idea como la
desaparición de la cosa. Eso sería con respecto a la culpa y a la libertad algo tan tonto como pensar que el amor procede de una
idea: “Yo tengo la idea de que determinada
mujer es perfecta y po
r lo tanto
estoy enamorado de ella y entonces el
que me demuestre que no es perfecta acabó con mi problema”; en absoluto, eso no es así, eso es muchísimo más
complejo. De la misma manera pasa con la
culpa, es toda una tipología; “la culpa procede de nuestra larga dependencia”, decía Freud de
aquella época en que se formó la
estructura misma de nuestro psiquismo, la época en que apren- dimos a hablar, en la que aprendimos a
caminar, en que aprendimos a amar, a
odiar, a temer y a todo lo que aprendimos cuando no éramos capaces de vivir por nosotros mismos, cuando
tuvimos que depender hasta para que nos
contaran quiénes éramos. De esa época se deriva
un tipo de reacción ante objetos, de idealización de objetos y también de escisión interior entre unas normas y unos
ideales y unos deseos; escisión con la
que viviremos, que tiene su riqueza y que, por lo de- más, no es algo patológico, es lo que hace al
hombre interesante. Si no tuviera más
ideales que aquello que ya es, sería un ser sin muchas tensiones, sin estrés y sin angustia, desde
luego tampoco tendría motivo alguno para
superarse y ningún reproche qué hacerse a sí mismo; pro
171
bablemente
sería más sano, como suelen serlo l
os vertebrados superio- res,
probablemente viviría más años y hasta finalmente terminaría ya a los ciento o más muriendo de un derrame de
babas en una silla mece* dora. Sí, pero
ese no es el hombre, por fortuna; el hombre es más neurótico y más tenso y también por eso se ve
impulsado a reparar, a crear, a producir
y ¿por qué medios? Con sus propias tragedias como medio e instrumento de autoproducción.
Todo aquello
que nosotros estudiamos a veces como patología,
porque l
o es, quiero decirlo más claro: patología significa aquí
unila- teralidad. No es que la
histeria sea
patológica, sino que la histeria sola es
potencia de condensación, de
aproximación, de reconcilia- ción, de seducción, de identificación; "labilidad del yo” dicen los psi coanalistas, es decir, un yo maleable como plastilina,
que ante cual quier nueva propuesta de identidad cambia de identidad;
mientras que la obsesión es lo
contrario: fijación de los investimentos de los
objetos del deseo, dificultad de cambiar; sistematización; por eso lo obsesivo tiende a buscar las diferencias y a
crecerlas. Ejemplo: “lo que yo estoy
hablando es supremamente diferente de lo que usted está diciendo, yo diría más, opuesto”; el histérico
hace el movimiento contrario, es un
conciliador extraordinario, ve semejanzas en
donde
los demás suelen ver las diferencias más radicales; mientras qu
e el
obsesivo en cualquier detallito, en cualquier “quítame de allá esas pajas” ve una diferencia abismal e
insuperable. Esas dos figuras de la
patología empiezan a crecer y a crecer y son patologías por su
unilate- ralidad; en cambio, combinadas
son la forma misma del pensamiento. No
es que se piense a pesar de eso, se piensa con eso y las cosas que aparecen más alejadas, para un pensador se
aproximan. Así por ejemplo, Freud ve
como algo muy próximo un problema que le está
ocurriendo a un muchachito en Viena y el totemismo primitivo. J
uanito y el hombre del tabú están en la
misma situación y aquello que se creía
más alejado en el fondo se empieza a ver que es similar; pero también sabe diferenciar lo que parece más
semejante como otra cosa. Así opera
cualquiera, Marx trabajando en El capital, es curiosamente histérico y curiosamente obsesivo; tan
histérico que llega en su análi sis a considerar que el mundo de la mercancía
es un mundo que se podría considerar más
o menos igual al mundo de la religión; es por que los productos de la mente
humana, las relaciones entre los hom bres que aparecen como seres autónomos
que el hombre no domina y que lo dominan
a él, tanto los de la fantasía religiosa como los de la
172
producción material, las mercancías y las grandes
imágenes de la re- ligión, los asemeja porque se parecen y de la misma manera se
distin guen las mercancías para Marx; allí donde se parecen como un
huevo a otro huevo, cuando
insiste con aquella formulita, 20 varas de lienzo = una levita y por
lo tanto una levita = 20 varas
de lienzo. Y en seguida nos cuenta que son algo
completamente diferente, porque la una
expresa su valor en la otra, la una constituye la forma dinero y la otra no es más que una mercancía, y cómo son
de diferentes, eso nos lo va a contar,
incluso la historia misma; parecían una simple identi dad y resultan opuestas.
Ese trabajo de volverse obsesivo e histérico es
un trabajo del pensamiento. Ustedes lo pueden ver funcionando donde quieran, en los textos de cualquier pensador,
de cualquier escritor que está
distinguiendo el matiz y al mismo tiempo produciendo las metáforas, que asombra por la semejanza de
sentido de lo que parecía más lejano.
Cualquier poeta está haciendo lo mismo, es decir, es lo contrario de la patologización, es la
elevación a potencias creadoras de los
mismos rasgos que se pueden manifestar patológicos en su uni- lateralidad.
Freud dice: “el yo normal es una ficción teórica”, pero desde luego, el yo anormal no es ninguna ficción teórica. Eso de la ficción teórica es verda
d, ningún yo es
normal: no hay ninguna ficción teórica por
privación, porque carece de obsesión, porque carece de
proyección, porque carece de identificación,
de introyección, de represión; es normal
porque combina, no porque carece de neurosis, sino porque las combina. Mejor dicho, normalidad es
dialéctica, combinación que enriquece
las tendencias diferentes de nuestro ser, en lugar de que una de las cosas que somos sólo pueda
estorbar a otras de las cosas que somos,
que es lo que llamamos patológico, y sólo eso, combinatoria o estorbo, guerra civil que nos agota y nos
deja sin potencia alguna para referimos
al mundo y a los otros; guerra civil o colaboración, alianzas de aspectos distintos y opuestos que más bien
se promueven, que boi cotearse entre sí. Ese es todo el problema, para decirlo
alejándome un poco de la jerga. Ahora,
todo lo que les digo, tomando un ejemplo
muy simplista de la obsesión y uno de sus rasgos, de la histeria y
uno de sus rasgos de la maleabilidad del
yo y su relación con las oposicio nes, eso se puede estudiar sobre otras
tendencias; pensadores psicoa nalistas lo han desarrollado con relación al
pensamiento. Por ejemplo, los rasgos
esquizoides y los rasgos paranoides del pensamiento de Freud y Jung, según Roustang, el mejor estudio
sobre las dificultades psico
173
lógicas de Freud y el que muestra a Freud más patológico, es el libro de Roustang, que se denomina Un
destino tan funesto, allí se hace un
estudio supremamente alto de la relación del pensamiento de
Freud y Jung con la esquizofrenia y la paranoia, planteando las tendencias esquizofrénicas y paranoicas de ellos dos y la lucha de cada uno de
los dos por enloquecer al otro, que no por curarlo, por ponerlo a
delirar según él. Esta lucha que
comenzó en una amistad que luego se con
virtió en un distanciamiento y en una pelea,
está descrita
de
una manera admirable en ese libro.
Simplemente quiero indicar hasta qué
punto deberíamos protestar cuando oímos decir que el psicoanálisis
es una manera de patologizar el arte y
el pensamiento, deberíamos con- siderar
más bien lo contrario, es una manera de concebir lo que solemos llamar patológico como arte y pensamiento.
Después de todo nos dice Freud, ya en
1913, en Tótem y tabú: “Después de todo la histeria es una obra de arte que no resultó; lo obsesivo
es un sistema teórico que no resultó; la
paranoia es una filosofía que no resultó; pero eso es lo que somos”, no es una simple metáfora de
Freud, allá conduce lo esencial de su
análisis, por lo tanto nada tiene de raro el estudio de las obras de arte; ahora, lo que resulta es
siempre el encuentro de una verdad
fundamental.
Para facilitar la cosa voy a referirme a una distinción que hizo Lacan muy notable
y muy clara. Dice Lacan en un estudio titulado La instancia de la letra en lo inconsciente, o la razón después de Freud, que la realidad y la verdad son dos cuestiones supremamente diferentes: la realidad es aquello a lo que uno se puede adaptar, uno se puede adap tar a una realidad nueva, a la que no se estaba acostumbrado y tam bién se puede acostumbrar a ella,
abrirle un campo en su vida y seguir siendo el mismo pero con una nueva adaptación. En cambio, uno no se
puede adaptar a la verdad; a una verdad nueva no se le puede abrir campito en la vida de uno, un huequito
e instalarla allí, la verdad es algo que se reprime o lo cambia a uno. Si es una verdad nueva, pero uno no
se adapta a ella, la reprime, la tergiversa traduciéndola a lo ya sabido, y la puede reprimir así: “Ah, si es
lo mismo que yo pensaba”; la puedo
reprimir de mil maneras, por ejemplo, olvidando la cosa (es la forma dura de la represión histérica): “¡No
me acuerdo de nada!”. La puedo olvidar
por reorganización, por anulación (como se hace en la neurosis obsesiva). Pero si la asumo es ella
la que transforma, enton ces la verdad no es la realidad. Lo que está
irrumpiendo en el arte es una verdad que
tiene una curiosa historia, que es la historia del arte,
174
digo curiosa por su
extraña validez, es decir, es una validez que va más allá, irrumpe y surge a pesar de
las ideologías con las que va mezclada,
de tal manera que puede que nosotros ya no tengamos nada
que ver con lo que pensaban desde el punto de vista político o religioso; los artistas que hiciero
n grandes obras,
con los arquitectos de Santa So fía, con los grandes pinto
res del Renacimiento. Y sin embargo, allí nos reconocemos, allí reconocemos una
obra que es válida para nosotros, una validez que
se mantiene y se establece más allá de las ideologías, más allá de las convicciones políticas,
religiosas y que mantiene su capacidad
de comunicar y transmitir la historia de todas las grandes y sucesivas formulaciones de una verdad que
sigue válida, después de que ya no lo
son para nosotros las ideas de quienes la encontraron. Esa es la historia del arte, enigma de su
validez. Es interesante ahora que vamos
a ver un poco de Marx, en ese punto la posición de Marx fue la misma; es curioso ver, por ejemplo, la manera
de abordar el problema que tiene Freud.
Cualquiera puede leer Interpretación de los sueños, capítulo “Sueños típicos, el sueño con la
muerte de personas queri das”; es la primera vez en que Freud habla del Edtpo
de Sófocles, ¿cómo lo aborda? Lo aborda
diciendo que el enigma es que nos emo cione tanto. Ese es un punto muy interesante
de abordar el Edipo, porque es una
manera de interrogarse sobre su sentido, aquello que sobre su sentido captamos aún hoy; si el
sentido fuera exclusivamen te político, como pretenden no pocos mitólogos
contemporáneos, en tonces ya no nos entusiasmaría mucho una pelea por la
vigencia de un rey en la Grecia de hace
dos mil seiscientos años, ya no sería para
nosotros muy conmovedora la lucha por las formas de la transmisión del mando, si nos emociona es porque ahí hay
otra cosa, otra verdad que existe para
nosotros. Ahora bien, es interesante observar que Marx decía que era muy distinto pensar en el arte
refiriéndose a los griegos, desde el
punto de vista de sus condiciones de producción, saber por ejemplo que la gran literatura épica corresponde
a un período históri co, y que hoy no se podría escribir como escribía Homero,
con sus dioses; Vulcano no sonaría bien
en la época de los altos hornos de
producción de acero, decía Marx, ni Hermes transmitiendo noticias en la época de las comunicaciones modernas
(se refería al telégrafo) con sus alitas
en los pies; pero lo importante no es saber que eso perte nece a una época,
sino, como se pregunta Marx, ¿por qué nos emocio na hoy, por qué es válido para
nosotros hoy?
175
Marx sabe muy
bien que en el arte irrumpe una verdad y que esa verdad irrumpe no a causa de la
ideología del artista, sino general-
mente a pesar de ella. Él lo
que tiene a mano es Balzac, Balzac fue
para él un maestro y con respecto a Balzac dice aproximadamente
lo mismo que Freud decía con respecto a
Dostoievski y Shakespeare; dice Marx que
debe a Balzac más que a todos los
economistas e histo riadores franceses
juntos, en lo que se trata de su conocimiento de la sociedad moderna; él dice, y era un artista, allí es donde se trae la
verdad de nuestro mundo. Mucho debió haberle gustado la
literatura de los campesinos en donde
Balzac describe la descomposición del
campesinado, su conversión en proletariado y anuncia una sociedad en donde el proletariado se liberará y ya no
habrá más propiedad pri vada. Marx sabe muy bien que Balzac era católico y
monarquista y lo sabe porque Balzac no
hace de ello ningún misterio, lo proclama en el
prólogo a La comedia humana:
Toda mi obra
se basa en dos verdades que se encuentran en el
pasado por la simple razón de que son eternas: la monarquía y
el catolicismo.
Pero al leer
aquella frase, Marx no cerró el libro, simplemente no la tuvo en cuenta, sabe que el
arte es otra cosa; el arte permite la irrupción
de una verdad que no se agota en las
ideologías, aunque sean marxistas; se
permite diferenciarlo de toda propaganda volunta ria y de una determinada
idea, partido o grupo, porque allí irrumpe
una verdad mayor; aún más, una de la que a veces no podemos dar cuenta conscientemente. Curiosamente lo que a
Marx le gustaba más de La comedia humana
no eran los campesinos, como se quiere supo ner, y como suponen muchos
marxistas que les falta la lectura de la
correspondencia, porque él cuenta en una carta que lo que más le gusta es “la obra maestra desconocida”, donde
el capitalismo ya no está visto como
descomposición del campesinado, como conformación del proletariado, sino como crisis del arte.
Vamos a ver
este otro problema. También en Marx se puede ver una verdad
artística,
una historia del árte que hay que buscarla
sobre la misma incógnita que Marx pronuncia: cómo es posible que entre
tantas ideologías que han caducado, entre tantas consideraciones
de interés económico, de intereses
políticos, que van caducando, cuan do pasan las formas de producción y las
relaciones sociales y los modos de
producción a las que están inscritas, sigan vigentes aquellos men
176
sajes, en los cuales él seguía estudiando.
Porque hay que saberlo, sus alumnos no
veían con buenos ojos que en la época, nada corta por lo demás, en
la cual escribía El capital se pasara tanto tiempo leyendo a Eurípides,
leyendo a Shakespeare, leyendo poetas, a Dante, que cita varias veces en
sus obras, a Goethe una y otra vez; Kugelman se eno jaba. Marx sabía que había una
confrontación profunda entre el capi talismo y el arte, aunque no
pudiera dar cuenta en detalle de
ella todavía; sin embargo, es
interesante por lo menos, ver este aspecto del enfoque de Marx. Como es muy conocido, el
análisis más desarrollado que hizo Marx
del mundo capitalista es un análisis de la forma de acumulación, es decir, un análisis de la
manera como opera lo que él llamaba la
ley del valor; es un tema que él desarrolla en El capital, pero que es indispensable si queremos hablar con
alguna seriedad de su enfoque.
Digamos, pues, que
lo que Marx allí describe como forma de valor
en el análisis del valor de las mercancías es la manera
como una so ciedad en la que la
producción es social y la apropiación es privada. Lo que quiere decir es que la
división del trabajo ha llegado tan lejos
en una sociedad capitalista que ya todo es producto del trabajo
social ¿quién hace una
camisa? Los que siembran algodón, los que trabajan en la fábrica de
camisas, las
costureras, los que pegan botones, los que
producen la comida, los que trabajan en los medios de
transporte, los que producen los medios de transporte, los que sacan los
metales para producir los medios
de transporte, es decir, que el autor de la camisa es toda la sociedad, todo el trabajo social,
pero la propiedad no es de todo el
mundo, ni mucho menos. La producción es social, y la apropia ción es privada;
la forma de apropiación es el cambio y el cambio que conserva el poder. El poder sobre el trabajo
social, ese es el valor; el valor que
contiene una mercancía, es el poder que tiene sobre el trabajo social; porque toda mercancía en un mundo
de cambio se puede cambiar por dinero y
el dinero es el poder sobre el trabajo so cial, sobre el trabajo pasado si el
dinero se gasta en forma de compra de
productos. Si se gasta en forma de pagar un salario y pone a la gente a la que se le paga el salario a
trabajar para uno, de manera que al fin
y al cabo el dinero es un poder sobre el trabajo.
El análisis es muy sencillo si uno estudia la cosa en cualquier ejem plo: cualquier fenómeno monetario
es la apariencia de un fenómeno más
complejo que es el valor; la transferencia de valor, es decir, de poder sobre el trabajo. Ejemplo: ¿qué quiere
decir inflación? que los
177
precios suben, desde luego, pero no quiere decir que todos subirían
al mismo ritmo, porque entonces no pasaría
nada, no subiría nada, sino que cambiarían los números de los billetes; lo interesante de la cosa es que no suben todos al mismo tiempo y
entonces lo que hay es transfe rencia de valor, es decir, de poder. Más claro:
si cuando yo tengo tierra en la ciudad,
en engorde, esperando que se valorice en un período de por ejemplo, diez años, esa tierra vale diez
veces más de lo que valía y en el mismo
período el salario se ha multiplicado por cinco, yo tengo el doble de poder sobre la clase obrera que
tenía antes, porque puedo vender ahora
mi tierra y comprar el doble de jornales que con la mis ma tierra compraba
antes, eso es inflación.
El análisis del valor es un análisis de las
transferencias de poder y de
la conservación del poder; lo que constituye, pues, el valor de las mercancías es
que se convierte en un poder sobre el
trabajo. Ahora bien, es esencial que
el poder, es decir; la propiedad se
conserve en los procesos capitalistas.
Hay un capítulo entero de El capital, el V,
que se llama "Proceso del trabajo y proceso
de valorización”, donde se descri be que allí donde no se incremente
el poden entonces no se hace nada. En
otra forma más sencilla, nadie se
pone a hacer camisas por el hecho de que
haya mucha gente descamisada, sino
poique quiere aumentar un
capital; si la gente descamisada no tiene con qué com prar camisa, que se
quede descamisada y que le convenga el aire; se
hace aquello que sostenga el poder. Ese es el análisis del capital; ese análisis muestra una cosa: lo que no circula,
el valor que no circula, desaparece.
Todo el segundo tomo del libro en una forma extraordi nariamente bella, está
dedicado a la circulación, es decir, la veloci dad del proceso es esencial al
proceso. Ejemplo: ustedes le preguntan a
un vendedor de discos, por qué en lugar de vender salsa no vende música clásica, y él les responderá, porque
si invierto diez mil pesos en música
clásica, me demoro en recobrarla seis meses, en cambio vendiendo salsa la recobro en un mes; es
decir, la circulación decide, la
velocidad del proceso es esencial.
El capitalismo
es un mundo de afán, todo tiene que hacerse rápi do, esa es la forma esencial de la sociedad, la estructura misma de la producción capitalista, el afán. El afán
ha existido en todas las socie dades, desde luego, pero un afán natural, es decir, la señora está de afán porque está pariendo, hay que
llamar a que venga la parturienta y no
podemos ir despacio, estamos de afán; estamos de afán porque está lloviendo y se nos va a podrir la
cosecha, si no la guardamos
178
ligero, etc. Pero en el capitalismo el afán,
es constitutivo de la socie dad: se
está de afán, se produce de afán, se
vive de afán. El capitalis' mo es
un acelerador histórico; todo se vuelve
veloz, porque el que se demore está perdiendo
plata. Ese segundo tomo es una
muestra terri' ble de la agitación
capitalista. Los economistas, enemigos del marxis mo, estiman mucho ese
segundo tomo porque es la primera vez que se
ha hecho un análisis de conjunto de la economía capitalista, se
llama “Los cuadros de la reproducción”.
Toda la técnica está movida por la necesidad de aceleración, de generalización, de
homogeneización del producto. La racionalización es la cuantificación; todo debe ser producido cada vez más rápidamente y se deben conocer de antemano los costos y las combinaciones. El análisis que Marx hizo
de esto es muy interesante y múltiple; por una
parte hizo el análisis de la
irracionalidad del sistema mostrando las
crisis, el hecho de que los productores al encontrarse en el
mercado no saben sino a última hora si
produjeron demasiado o demasiado poco y
ese saber lo dan los precios; si produjeron demasiado no vale nada, por lo menos una parte del producto, si
produjeron demasiado poco se vuelve
carísimo.
Eso lo saben
todos y la parte crítica del asunto, pero no es la parte principal como algunos creen; la parte principal y la que nos encami na a considerar el arte es la crítica, no de la
irracionalidad del siste ma, sin
o la de su
racionalidad como una racionalidad perversa. Ese es el punto que me
interesa introducir.
Racionalizar la producción: traigan los
ingenieros, traigan los contabilistas, que
proyecten aquí los unos, que analicen
los costos, todo
debe estar contabilizado, todo
previsible, todo cuantificado, rápido, nada de
costos inútiles, análisis de todo lo
suprimible, así, algebraico, lo desgajable de la producción, cada
vez más racional. Todo el mundo va a
participar en esta producción al máximo,
sin que importe lo que le pase al productor ni al consumidor, lo que importa es que se acumule rápidamente
el capitaL Esa es la parte perversa de
la cosa, es una racionalidad de los medios, es decir, los medios de cómo llevar a cabo esa operación,
deben ser los más racionales posibles,
pero el fin perseguido está fuera de análisis, no hay una racionalidad de los fines; no nos
importa si al hacer eso se perjudican
los productores y también los consumidores y también la naturaleza, por ejemplo, que se produzca
mucha polución, no, lo que interesa es
que se incremente el capital. Eso es lo que llamaba Kant “una racionalidad de los medios", uno
puede ser racional con los me
179
dios, aunque se
proponga el fin más irracional. Preguntar por ejemplo, ¿cuál es el medio más racional para asesinar a su hermano?,
desde luego no debe comprar el veneno en la droguería de
enfrente de la casa; es mejor que días
antes se haga aparecer como muy amigo del hermano y en muy buenas relaciones, es más
racional, etc. Se puede ser muy racional
sin que se ponga en cuestión el fin que se propone. La sociedad capitalista es una racionalidad
de los medios, el trabajo debe ser
racionalizado en esa forma, mínimo de costos, mínimo de tiempo, máximo de tontería; ninguna
iniciativa del trabajador que se
convierte en un autómata; que se pierdan ocho horas de la vida y el resto en buses, eso no importa, lo que importa
es que eso va a producir, a producir
más. Esa lógica hace que la técnica no sea apropiada por el hombre, sino por el capital (esa distinción
es de Marx). Marx decía que en una
sociedad en la que no reine el capital podría la técnica ser apropiada por el hombre, es decir,
convertirse en tiempo.
Pero la técnica no se ha convertido en el sistema capitalista en tiempo, sino en más
afán. En tiempo, porque esa es una de las fórmu- las de El capital,
“el tiempo es el espacio de la libertad”, es allí
donde el hombre puede desarrollar sus
posibilidades; porque para Marx la
libertad no era ninguna entelequia curiosa, ni una metafísica del li' bre albedrío culpable, ni nad
a por el
estilo, sino una situación concreta, una
posibilidad real de desarrollar
aquello que está implícito, es una
estructura de posibles efectivos y la falta de libertad es una
inhibición por las circunstancias de
posibles reales. Eso es muy importante en el
pensamiento marxista, la concepción de la libertad solamente como liberación, de liberación concreta, de
posibles, eso se da en el tiempo. Lo que
es interesante es que cuando Marx analiza la técnica como tendencia en Los fundamentos de la economía
política, dice que la téc nica capitalista tiene una tendencia a la
automatización, tendencia que es
absolutamente inevitable y necesaria y que no depende de nadie, también es una tendencia del capital,
no del capitalista, sino del capital.
Por lo demás, Marx considera al capitalista como un em pleado del capital: si
sigue las leyes de la acumulación, adquiere más
capital, si no se quiebra, el capital lo destituye, es decir, no es
de buena o de mala persona el que decide
mejorar la maquinaria para tal parte del
producto, lo que sucede es que si no la mejora otros la me joran y él sobra.
Marx decía hace más de un siglo, que llegaría un momento en que el trabajo consistiría casi
exclusivamente en la vigilancia de má
180
quinas; cuando él lo dijo era difícil prever todo eso, pues en su época existí
a sólo la máquina de
vapor; sin embargo, eso es lo que va a ocu rrir
dentro de poco, lo que ya casi vemos es una tendencia
que Marx mostraba como inevitable en el proceso capitalista de producción
y que saludaba por lo demás, por las
posibilidades que crea. Porque su
análisis del capital no es solamente un ataque, sino también una con
sideración de las posibilidades que le crea a la humanidad, lo mismo que los análisis de la propiedad privada (no
es solamente un ataque, a pesar de ser un
ataque a la barbarie y al egoísmo de la propiedad privada, pero también hay un elogio, porque
creó el individuo personal, el individuo
diferenciado, lo sacó de la comunidad anónima y ese individuo, cuando se superen las limitaciones
de la propiedad priva da, no se volverá a una sociedad primitiva, sino que se
conservará el individualismo que generó
la propiedad privada como un éxito, pen saba Marx, que era muy
individualista).
Hay que ver
pues, la complejidad del hombre, él llamaba a eso dialéctica, al que no
le guste la palabra llámelo complejidad que con eso tiene.
Un pensamiento multilateral en el que Marx va a mostrar que la técnica puede liderar en una sociedad que no esté regida por la ley de la acumulación del capital, y ahí es donde muestra que “el tiempo es el espacio de la libertad”; se generará el tiempo en el cual el hombre pueda sufrir una gran mutación, en el que pueda superar aque lla época algo
triste en que había un período de la vida en que se estudiaba y otro en que se trabajaba; se
estudiaba sin trabajar y se trabajaba
sin estudiar.
Vendrá una época en la que el consumo no sea la repetición del individuo
biológico, de su signo de clase porque compra tal marca de automóvil, de ropa, por sus necesidades, sino que el consumo se vuelva productivo,
renovador del individuo. ¿El “consumo” de qué? Del arte, d
e la ciencia; sólo el consumo del arte hace que se transforme el consumidor, no
sólo que se repita y se sostenga, no
que solamente se señale: “Yo pertenezco
a los que compraron el Renault 18 y no como usted a los del 12”; no que solamente se
distinga y se diferencie, sino que se
transforme, que se abra a sí mismo, a la vez que a los otros, que se abra al régimen del pensamiento. Esa era
la guía y la meta de la nueva
racionalidad que Marx tenía en mente, no fue ninguna casua lidad que estuviera
estudiando continuamente a Shakespeare (sabía
de memoria gran parte de su obra) y a Eurípides y a Goethe, cuando escribía El capital, pues él estaba
aproximándose una y otra vez a la
181
guía fundamental
de su pensamiento, el arte como clave radical de una sociedad efectivamente nueva;
el arte como tendencia de una nueva
forma de consumo, que no sea la reproducción de las clases como él describió el consumo en la sociedad
capitalista.
El capitalismo
es una fábrica de capitalistas, no solamente produ-
ce máquinas para hacer máquinas y para hacer
productos, no sola- mente reproduce todo lo que se gasta en un ciclo; la materia prima, los combustibles, la máquina desgastada,
sino que reproduce las for mas de propiedad por medio de los salarios,
reproduce la clase obrera por medio de
las utilidades, reproduce la burguesía
porque las utilida des se pueden acumular y los salarios no. No solamente
es una repro ducción de la distribución de las formas de propiedad sino que
tam bién es una reproducción de sus clases, de sus criterios ideológicos,
de los motivos por los cuales trabajan;
no son su superación, no son su pasión,
no son su amot; no son su gusto, es el status, es el señalar a qué clase se pertenece. Es el salario, hay que
trabajar porque si no no le pagan a uno,
hay que reinvertir porque si no uno se quiebra, hay que estudiar aunque para nosotros no signifique
nada lo que estamos ha ciendo.
Eso es lo que
Marx llamaba el capitalismo, y lo que tenía en mente era una sociedad en la cual las
necesidades se satisficieran con un mínimo
de tiempo de trabajo y el resto fuera, no para repetir al hom bre, ni menos
aún las clases, sino para transformar al
hombre, para que el hombre fuera
un producto de su trabajo y de su consumo y un
creador, el ejemplo que se le
ocurre cuando se pregunta ¿qué podría
suceder en una sociedad como la que aquí imaginamos? El dice
que sería una sociedad en la que el
hombre podría adquirir “una nueva
seriedad”, un nuevo sentido de la dificultad. Él no se imagina al indi
viduo satisfecho, mirándose la barriga, llorando de aburrimiento o babiándose de contento; él lo que se imagina
es exactamente lo con trario, una sociedad en la que haya cada vez más
necesidades insatis fechas, más sutiles, más sensibilidad, más necesidad de
crear, más necesidad de pensar y un
mundo artístico en el cual vivir y que haya
que estar haciendo continuamente. Es una desgracia creer que Marx es un economista y que su análisis del mundo
moderno es un análisis económico; él es
un crítico de la economía y su perspectiva es esen cialmente artística. En el
próximo capítulo veremos cómo pensó Marx
el problema de la ciudad y luego cómo se ha presentado el problema de la ciudad.
182
XI
Ciudad e identidad
Así como se
encuentra en la obra de Marx una reflexión continua desarrollada sobre el valor que estaba resumiendo
rápidamente en el capítulo anterior existe también una preocupación que ha sido menos
desarrollada y sobre todo que
se encuentra más dispersa en el conjunto de
las obras, desde las obras de juventud hasta las últimas escritas
en el año 1882 y es la consideración
sobre el valor de uso y el problema del objeto útil y la necesidad. Esto en Ma
rx está mucho menos desa rrollado y mucho más disperso, pero es igualmente muy
importante. En las obras de juventud,
principalmente en este caso en Los manuscritos
económico'filosóficos del año 1844, nos encontramos con una reflexión muy notable que va a tener muchas
consecuencias en la concepción que Marx
se hace del proceso social y en el estilo de la crítica marxis- ta, se trata de su consideración acerca de la
riqueza y su distinción de una riqueza
concreta y una riqueza abstracta.
Marx definía la
riqueza abstracta como una relación de poder y de propiedad, esa
relación ha sido estudiada muy largamente luego en las obras de Marx, por ahora basta saber que Marx la considera en primer lugar,
negativamente; la propiedad como
derecho es.conside- rada negativamente, es
decir como el derecho de excluir a otros. En
otros textos en los cuales se refiere más claramente a los medios
de producción, Marx define directamente
la propiedad como expropia ción. Por ejemplo, haciendo una discusión con el
derecho, con la concepción jurídica, que
generalmente desde el derecho romano hasta
nuestro tiempo sigue definiendo la propiedad como una relación con las cosas, derecho al uso y al abuso de las
cosas.
Discutiendo ese
principio, Marx sostiene que la propiedad no es
una relación con las cosas, sino con los otros hombres,
y es una rela ción de expropiación; es por tanto una relación social (la
relación de un hombre con una
cosa no es precisamente una relación social); esto se ve muy claro en los medios de producción,
estudiándolos se puede llegar a ver la
propiedad como expropiación. Es decir, para simplificar un poco, si uno se pregunta ¿qué tiene un
individuo, propietario de
183
una hacienda
por ejemplo, de tres mil hectáreas? Entonces uno dice: tiene
un papel en una notaría en el que dice que eso es de él. Por una parte tiene
eso, pero eso no sería mayor cosa; otra cosa que ya es más
interesante y más concreta que un papel en la notaría, es que se po dría decir que
tiene a la policía de su parte, es
decir, que si lo invaden allí campesinos
sin tierra, la policía los saca. Eso
es ya algo más con creto que un papel en una notaría, se parece un poco más a la propie dad; pero tampoco
serviría de mucho por sí solo el hecho
de tener la policía de su parte, pues al
fin y al cabo la policía no produce nada, la
policía no da utilidades. Lo que tiene es otra cosa, todavía más
inte resante que la policía: el hecho de que haya mucha gente sin tierra que no tenga en dónde trabajar, y que
necesita hacerlo para vivin Eso ya
resulta más interesante, porque permite arrendarla, ponerla en apar cería o
conseguir peones que se la cultiven, de otra manera no ten dría nada, aunque
tuviera la policía de su parte y el papel en la nota ría. En otras palabras,
el centro y el secreto de la cosa es la expropia ción de otros, esa es una
fórmula muy clara cuando se trata de los
medios de producción; una fábrica, la tierra que excede a lo laborable por su propietario y su familia, la pequeña
producción campesina. Ese tema en
cambio, no es aplicable de manera directa y clara a los valo res de uso, en
términos generales e indiscriminados; no se podría de cir, ni mucho menos, que
yo tengo una camisa en la medida que mu chos otros vayan sin camisa, ni que yo
tengo casa sólo en la medida en que los
otros estén en la calle o estén durmiendo debajo de los puen tes; pueden
tenerla todos y eso no me quita la mía, es decir, en el sentido del consumo, en primer lugar. Es muy
fácil también en la di rección del pensamiento marxista, para mantenemos
primero en ese nivel muy sencillo,
mostrar otra forma de la propiedad como relación de apropiación y no de expropiación, que no
es exclusiva y que no se puede definir
en términos de polarización (propiedad es expropiación de otros), o por lo menos no es necesario.
Ahora, lo que
Marx quiere plantear con el tema de la riqueza
abstracta y de la riqueza concreta es otro problema
en cuanto a los denominados valores de uso; veremos que esa terminología del valor de uso y en general de los bienes de consumo y del consumismo, es un poco vaga y había de superar esa
concepción. En la descripción de los
valores de uso Marx de todas maneras muestra que el acceso al
valor de uso, aunque no dependa de la
exclusión de otros, sí depende de la
posición de aquél que accede, digámoslo así, para plantear la termi
184
nología tradicional: es necesario que el
sujeto esté a la altura del objeto.
Quiere decirse con esto, por ejemplo, que el sujeto lo necesite realmente,
que no se le convierta en una propiedad abstracta, quiere decir, que
el sujeto pueda disfrutarlo realmente; allí Marx da como ejemplo el arte, pero se pueden tomar muchos
otros ejemplos de viajes o de muchas
otras cosas en referencia al tema de la propiedad para orientamos en esta dirección.
Es fácil comprender la
diferencia entre riqueza concreta y riqueza
abstracta con respecto al arte; dice Marx que la mejor música no tiene sentido alguno para un
oído no musical, cosa muy interesante
porque con eso se inicia un tipo de crítica a la relación de simple
propiedad que tendrá mucho futuro. Quiere decir: todo el mundo sabe
que un individuo puede tener, en nuestro tiempo o en cualquier tiempo, el acceso a un determinado número de
cosas a cuya altura no está, es decir,
un sordo puede comprarse toda la obra de Mozart, desde luego, si tiene con qué comprarla, nadie
tiene qué decir nada al respecto y
tampoco necesitaría ser sordo, simplemente sería suficiente que no tuviera nada que ver con la música
para que su inmensa discoteca fuera lo
que Marx llama una riqueza abstracta; también
podría tener otra riqueza abstracta como biblioteca, también podría tener viajes como riqueza abstracta, ser
llevado por ahí, por alguna agencia de
turismo de cabestro por cien países y vuelto a traer y desempacado de nuevo en su casa, después de
grandes costos, había conocido algunos
países como riqueza abstracta, como el sordo las obras de Mozart.
Se puede desarrollar muchísimo la riqueza abstracta, la riqueza que no depende de la relación entre
el sujeto y el objeto, aquella en que el
sujeto no está a la altura del
objeto, sino que tiene acceso a
él a través del intermediario en el que todos estamos
pensando, el dinero, que es a lo que se
refiere Marx, como el medio de la riqueza abstracta. Y se puede llamar también la democracia abstracta,
dicho a lo guasón, el derecho de
cualquiera a cualquier cosa
independiente de la posibi' lidad y de
la necesidad. Ahora, hay otra manera de riqueza que no está en una relación directa con la anterior,
es la riqueza concreta. Desde luego que
si uno considera una finca como un bien de produc ción (estábamos hablando de
una hacienda hace poco) su propiedad
puede ser definida como una exclusión» es decir, una expropiación
de otro; si uno considera esa finca como
un conjunto de muchos otros elementos,
la propiedad ya no puede ser simplemente concebida, por
185
que no hay más que una apropiación. Por ejemplo, esa finca puede tener un río y unas arboledas hermosísimas; pero eso no es para cual'
quiera, es mucho más propietario de eso un pintor que se pasee por allí, que el propietario que no puede ni
siquiera conocerla sino sim' plemente
recibir su renta; es decir, hay otra dimensión de los objetos, de los objetos no solamente como
cosas, sino como posibles. Ejemplo: un
libro o un piano, o cualquier otro objeto, pero un conjunto de posibles que no se pueden pensar, sin pensar en aquellos que se reía' cionan con los objetos, incluidos los
paisajes, las relaciones interhumanas.
Hay pues una noción de la multiplicación de la rique' za que desde el comienzo Marx verá como una
noción de la multipli cación de la necesidad, empleando allí un término muy
general, el término necesidad, sobre el
cual sólo quisiera especificar por ahora un
punto. Marx habla de necesidad advirtiendo que trata la necesidad como un fenómeno histórico, es decir, no como
un fenómeno natural o biológico, porque
no hay ninguna necesidad en el caso humano que
no esté histór
icamente
ya determinado. Marx lo expone en los siguien tes términos:
El hambre es
hambre, pero el hambre que se satisface con carne cruda y
dientes y uñas, no es la misma que sienten aquellos que han pasado la vida
comiendo carne asada con cuchillo y tenedor, ni tampoco la satisfacción de la
necesidad es la misma.
No debemos considerar la necesidad como en una forma propia mente ahistórica, sino como un fenómeno histórico'simbólico. Es en ese sentido, la necesidad como correlato con una parte personal que depende del desarrollo propio
de una persona, como organización his tórica y organización simbólica,
es en ese sentido que la necesidad hace
que la riqueza deje de ser abstracta
y se vuelva una riqueza concreta, si
alguien la necesita. Pero
necesita allí que se desarrolle
en una forma más amplia, por ejemplo, en
ese mismo texto Marx dice que piensa en
el comunismo (es un texto muy utópico) no como una so ciedad de la
satisfacción de las necesidades, sino una sociedad capaz continuamente de multiplicar las necesidades
humanas y por lo tan to, de crear una insatisfacción creciente, de hacer que
aquello que es hoy suntuario se
convierta en necesario. Por ejemplo, un gran desa rrollo artístico, un
conocimiento y una riqueza profunda, ya no una
riqueza en ese contexto a la apropiación por el individuo concreto
de lo que la humanidad ha producido como
arte, cultura y saber, apro
186
piación que será
una necesidad creciente del individuo concreto. Es en ese sentido en que él precisa el des
arrollo de la sociedad. Quería,
pues, traer a cuento su teoría de la riqueza concreta y la riqueza abs
tracta para desarrollar un poco una frase que había dejado al aire la vez anterior de que en el pensamiento de Marx
el desarrollo de la sociedad como efecto
de una racionalización de la producción y de
un ahorro de tiempo -que era para él efectivamente lo más racional
y esencial- era una multiplicación de la
riqueza en el sentido de un incremento
de la necesidad, de un incremento de la necesidad de arte y de conciencia y de cultura y de una multiplicidad
de las relaciones humanas.
Hay en esto
una perspectiva que se ignora por completo cuando se imagina -como es muy frecuente hoy, y por
razones históricas proba blemente muy explicables- la voluntad de transformación
propia del marxismo como la
voluntad de la satisfacción de
necesidades, olvidando que desde
el comienzo y en todo su desarrollo Marx siempre pensó en términos de la multiplicación de las
necesidades y de la generalización
creciente de la insatisfacción humana.
Ahora, el fenómeno
de las formaciones colectivas, del crecimien to
de las unidades
colectivas, el fenómeno del desarrollo de las grandes ciudades en el siglo XVII, XVIII y XIX hace que el hombre se vea enfrentado no propiamente co
n un problema exclusivo al consumo de bienes o de cosas, sino a un
fenómeno mucho más vasto, que ya la
palabra consumo no nos daría propiamente una noción adecuada que nos
sirva para pensar, por ejemplo, en términos de arquitectura o en términos
de urbanismo. Nosotros generalmente no hablamos de qué calles sería bueno consumir, sino en qué calle
sería bueno vivir o qué plazas o qué tipo de relaciones sociales son
posibles con una determinada
organización del espacio, qué tipo de relaciones huma nas resultan habitables y qué quiere decir allí
habitable. Para que no resulte un
corte muy abrupto quiero recordar que entre las múltiples gentes que se asombraron ante la experiencia
de la gran ciudad estu vieron muy desde el comienzo también los marxistas.
Ustedes ven por eso en la cultura y la
literatura de la primera mitad del siglo XIX, no sólo de la primera mitad, pero es allí donde
resulta el primer asombro de la gran
ciudad, el fenómeno de la gran ciudad; en ese momento fue visto por muchas gentes que llegaron a
ella desde las aldeas. Hoy las cosas se
ven muy distintas, a nosotros nos queda muy difícil imagi nar aquellas aldeas
con unas que llamaríamos hoy pequeñas aldeas
187
(el Kónisberg con su famosa universidad y sus grandes pensadores y sus músicos y sus pintores, pues
era diez o quince veces más pequeño que
Palmira y así estaba llena Europa de
esas aldeas), a nosotros ya nos
queda un poco difícil concebir aquello que, sin embargo, hace muy poco, hace dos siglos
fue así, y siglo y medio también era así, (de
Tubinga, salía Hegel para Jena
pero Jena era mucho más pequeña que
Santander de Quilichao, lo que pasa es que allá estaba la
gran universidad). Cuando estas gentes
producían con una forma de exis tencia que nosotros vemos tan extraña para
nosotros, veían la gran ciudad con un
asombro muy grande que ya nosotros hemos perdido. En una obra muy notable de Engels que se
llama La situación de la clase
trabajadora en Inglaterra, una de sus primeras obras y la que tuvo
una más grande influencia sobre Marx, a
quien la cita con gran respeto y
reconoce continuamente lo que le debe, dice Engels lo siguiente:
Cosa extraña
ver una ciudad como Londres, allí uno puede cami nar durante horas
sin descubrir ni siquiera el comienzo de un
final, sin encontrar el menor signo que indique al menos que
ya está vecino el campo, ¡qué prodigiosa centralización! Esta
reunión en un solo punto de tres millones
y medio de hombres ha centuplicado la fuerza de estos tres millones y medio, pero no
se descubre si no más adelante el
sacrificio que puede costar esta multiplicación de la fuerza. Después de haber
caminado durante varios días
por el pavimento de las grandes ciudades, uno se da cuenta por primera vez que los londinenses han debido sacrificar la mejor parte de su humanidad para
realizar estos milagros de civilización,
de los que su ciudad se mantiene tan orgullosa, que todas las fuerzas que en ellos dormitan
necesitan permanecer im productivas, necesitan ser inhibidas en su desarrollo
para que esta ciudad exista, por ello
mismo la multitud de las calles tiene algo
de antipático, algo de repugnante para la naturaleza humana; estos centenares de miles de individuos que
pertenecen a todas las clases sociales y
a todas las condiciones humanas que aquí se aprietan y se codean, cuesta recordar sin embargo, que
son hombres con las mismas cualidades,
aptitudes y que todos tendrían el principio
del interés de llegar a ser felices y sin embargo, aquí corre el
uno al lado del otro como si no tuviesen
nada en común, nada que hacer juntos,
ninguna empresa que los ligue. El único punto sobre el cual están de acuerdo tácitamente es el de
que cada uno vaya por la parte derecha
de la acera para que no se choque con la
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corriente que viene
en el sentido inverso y para que el río no se
detenga; nadie tiene ni siquiera la idea de que
el otro merezca una simple mirada o pueda tener algún interés
propio, esta mane ra de acumularse los individuos en una masa cerrada,
en tan pe queño espacio, hace surgir de manera terrible y escandalosa, la indiferencia más brutal de que cada uno es
capaz. La imposibili dad de aislarse en su propio interés privado los lleva a
todos a refugiarse en él.
Esta es una visión que se repite
frecuentemente en los comienzos del
siglo XIX, desde luego uno de los momentos en que esto puede verse de manera más clara, es en la
manera como lo tratan los artistas.
Puedo recomendarles
algunas cosas a los que les interese la historia de este problema, cómo se inició y cómo fue vivida desde el comienzo la gran ciudad; por ejemplo, Poe escribió un cuento que se llama El hombre de la multitud; pero en la experiencia de la gran ciudad
hay una obra que se destaca mucho
y es la obra de Baudelaire Las flores
del mal y en general todo el resto
de su obra, Los pequeños poemas
en prosa principalmente tratan este tema. Toda la obra de Baudelaire puede ser leída sin riesgo alguno como una
respuesta a la experiencia de
París, de la gran ciudad; por todas partes ustedes encuentran allí, al abrir
un poema, “La calle ensordecedora en tomo a mí rugía”; la multitud va y viene en toda la obra de
Baudelaire, y no sólo de Bau delaire; les doy un ejemplo, el pensamiento de
Balzac se ejerce en contra del
anonimato, casi como una manía personal, y Baudelaire lo sigue en un texto extraordinario que se llama
Ventanas, de los pequeños poemas en
prosa. También a Balzac le pasaba una cosa muy similar, su manera de contraataca^ de volverse contra la
agresión que para él era la gran ciudad.
Ustedes se fijan que no se trata solamente de dos individuos que se sienten agredidos por ser
artistas, por eso comencé por citar a
Engels; en los artistas puede haber una sensibilidad, o si ustedes prefieren, una vulnerabilidad mayor,
desde luego, pero no se necesitaba eso,
Engels, no era un artista y se sentía agredido por las calles de Londres. El arte y el pensamiento
con frecuencia, si no siem pre, son un contraataque.
El arte de Baudelaire vive la ciudad como un ataque y ese ataque se caracteriza entre otras cosas
por algo que ya está implícito en la descripción
de Engels, la despersonalización, la muchedumbre como ataque a la identidad, la pérdida de
referencias propias, el hundi
189
miento en el
anonimato. Algo que ha sido denominado de muchas maneras; los marxistas suelen llamar atomización o masificación. De pende mucho de los estilos de reflexión, cambia la forma
de describir lo pero es el mismo fenómeno, el fenómeno de
anonimato, de despersonalización,
muchedumbre solitaria, etc.; descríbasela como
se la describa, siempre fue vivida como una agresión. Un
contraata que muy interesante es la obra de los artistas del siglo XIX que
produ jeron en las grandes ciudades.
Balzac se paseaba por París y tanto en las gentes que veía en los apartamentos
cuyas ventanas estaban semicerradas o cuyas persianas estaban corridas, y la angustia de la
dispersión que sentía por todo aquello
era tal que empezaba a imaginar una vida en todas partes, una vida personal, una vida contable,
algo más que una suma, algo más que una
serie, y así hizo La comedia humana,
sirviéndole como él mismo dijo
“de secretario a París”, es decir; tratando de establecer el acta y rescatando la vida de tanta gente
masifícada, volviendo a ver detrás de
cada ventana una historia, una angustia, una esperanza, algo que existe y no la serie de las
semejanzas simples, la serialidad mortal
que le angustiaba mucho.
Continuamente se encuentran ustedes en la lectura de esas obras que son
válidas,
independientemente del siglo XIX, se encuentran
ustedes con esa reacción ante una amenaza, que es la gran
ciudad. En ese momento la gran ciudad
comienza a crecer con un carácter vertiginoso;
pero el mismo Balzac lo sabe. También hay varios textos de Marx muy notables en los cuales describe
claramente por qué, La lucha de clases
en Francia; y también muy interesante El 18 Brumario; en El capital, hay referencias notabilísimas,
por ejemplo, el capítulo 24 del primer
tomo y los estudios sobre la renta al final en el tercer tomo. Marx ha descrito, pues, ese crecimiento
monstruoso de la gran ciudad, tratando
de mostrar que el fondo y la forma de ese crecimiento está en dos grandes razones: en una parte la
descomposición del campesi nado, en el lenguaje marxista se llamaba
campesinado a la unidad del trabajador y
la propiedad de la tierra, descomposición se llama la pér dida de esa unidad,
es decir; el trabajador queda sin tierra y la tierra pasa a ser del terrateniente. Existen
estudios muy notables sobre ese tema,
ejemplo: en el caso ruso está el estudio de Lenin Desarrollo del capitalismo en Rusia. El fenómeno ha sido
visto durante mucho tiempo.
Lo que
me interesa en este momento es mostrarles que uno de los elementos que vale la pena pensar
de toda esta reflexión sobre la
190
ciudad y que comienza
allí en el siglo XIX (como reflexión moderna,
quiero decir) es este aspecto: que una gran parte de su crecimiento no procede de que nadie
venga a ella porque le atraiga tal o cual
cosa; ahora todavía los
sociólogos del llamado efecto de demostración se imaginan que son las vitrinas de las ciudades las que atraen a los
campesinos, o los cines, etc. En realidad lo que desde el siglo
XIX se sabe es que son las gentes
expulsadas las que acuden, mejor dicho,
que su crecimiento tiene lugar por dos factores: la expulsión del cam
pesinado del sector rural; una tendencia permanente de la forma mo derna de la
acumulación; prácticamente todos los países con diferen tes cifras han tenido
en una forma más o menos rápida un cambio de
una inmensa mayoría de la población en el campo que va siendo ex
propiada y va acumulándose en la ciudad.
La expulsión progresiva del campesinado no solamente por la téc nica, primero
que la técnica está la concentración, eso ocurre en todas partes de manera más o menos violenta. En Inglaterra fue muy
violento, en otros países ha sido menos violento. En Colombia nosotros
tenemos un ejemplo extraordinario,
lo que llamamos “La Violencia” es eso, la
contrarreforma agraria, eso
es la violencia, la generalización del
latifundio. Allí donde
había pequeña propiedad, es facilísimo seguir incluso nuestras estadísticas,
por ejemplo, en el Tolima, sólo en 1952 se destruyen treinta y seis mil fincas
campesinas; el latifundio crece por
todas partes, en el Quindío, en el norte del Valle, en el Huila, todo un municipio queda de un solo
propietario: Algeciras. Por todas partes
ustedes ven la descomposición del campesinado, disfrazada desde luego de lucha de liberales contra
conservadores, pero con un solo
triunfador: el terrateniente y un solo perdedor: el campesino,
ambos de los dos partidos; a ese
fenómeno le llamamos violencia. Allí donde
no había pequeña propiedad y por lo tanto nada qué robar para
ampliar el latifundio, en la Costa
Atlántica que ya era todo latifundio, aunque
hubiera habido muchos godos y muchos liberales no hubo violencia, allí no valía la pena la cosa; fue
principalmente en los sitios en que
había mucho qué robar y las vecindades que produjeron los polos de crecimiento acelerado. Por ejemplo Cali en
una década fue la segun da ciudad latinoamericana en crecimiento después de
Sao Pablo, por la violencia del norte
del Valle, Medellín, Bogotá; es decir, ese desa rrollo se puede seguir en
algunos países y también en Colombia. Aquí
también se produjo la expulsión masiva y creciente, mientras aprue ban decretos
de reforma agraria que no se llevan a cabo porque la
191
aprueban los terratenientes y por lo tanto
en condiciones irrealizables. En cambio
llevan a cabo prácticamente sin decreto alguno la contrarreforma agraria, motivo por el cual
la gente se acumula en las ciudades con
gran velocidad; es decir, en las ciudades el fenómeno
no es solamente crecimiento
numérico, sino el hecho de que crece por
gentes desarraigadas, expulsadas, desambientadas y el efecto según- do, que los propios pobladores urbanos van a
ser desarraigados por un efecto
diferente: la descomposición del artesanado, el artesanado es suprimido por la gran industria, un fenómeno
muy conocido que hace que los
carpinteros por un tiempo se sostengan mientras se producen las industrias de muebles, todavía se
mantienen dependientes de los grandes
almacenes algunos artesanos por un tiempo y luego la industria va convirtiéndolos a todos en asalariados.
Ese es el otro proceso interno, es
decir, hay un crecimiento doble: uno externo y otro interno.
Lo que es
interesante observar en ese crecimiento es, pues, no solamente el
factor que nos dan
las estadísticas, sino que el crecimiento
va acompañado de un fenómeno humano muy
notable y muy caracte rístico de nuestra época y es el fe
nómeno de la pérdida creciente de
toda autonomía relativa. La ciudad griega
que a
veces creció hasta cien mil o más
habitantes, Atenas, pero que no tenía esos ritmos ni esos motivos de crecimiento; pero no debemos
confundir estas ciuda des con el fenómeno del crecimiento de la ciudad
moderna, porque no se trata solamente
del aumento del número de habitantes, sino
que ese aumento está determinado por una característica muy particular, la pérdida de toda autonomía; quiero
decir, de toda posibilidad de trabajar
por sí mismo, como tiene el campesino con su
parcela, de saber qué es lo que está haciendo, de resolver qué siembra. Por ejemplo, un zapatero sabe lo que está
haciendo, sabe cómo se hace un par de
zapatos, se reconoce en la calidad o en la mala calidad de su producto, sea con el orgullo o con la
vergüenza que son dos formas de
reconocimiento; en cambio el obrero en una fábrica, no tiene nada que ver con el producto ni tiene
la menor idea de cómo ni cuándo se hace,
ni dónde interviene o no. La pérdida de la inteligen cia del proceso
productivo, lo llama Marx, la pérdida de la autonomía relativa, en términos generales. El
crecimiento de una barrera radical y
terrible entre la producción material artesanal y la producción artística. En las ciudades italianas en la
época inicial del Renaci miento, de los siglos XIII y XIV, no había una
barrera entre artesanía y arte, y la
multiplicación del arte y su contacto con la artesanía son
192
una misma cosa. Entre nosotros hay una
ruptura absoluta entre lo uno y lo otro,
la producción directa y la producción artística.
Ahora, eso hay que concebirlo así para poder pensar el efecto del desarrollo de las
grandes ciudades; un efecto de depresión generaliza- da que ha producido muchas filosofías pesimistas,
muchas ideas imposibles, sea como refugios personales o como simples utopías,
por ejemplo, retomo al campo, retomo
a la Edad Media, etc. Lo que te nemos por delante para que los hombres
vuelvan a tener una autono mía
relativa no es la Edad Media ni el
campo ni la parcela ni el
tallercito, de los cuales es mejor despedirse; lo que tenemos por de
lante es algo a lo que es mucho más difícil acceder: es el respeto, el respeto por las diferencias, la autonomía de
la persona como persona, el tiempo para
su formación, el espacio para decidir su vida. Eso es mucho más difícil que volver a la Edad Media,
porque la Edad Media es imposible, no es
más que un sueño romántico pero no difícil -lo
imposible no es difícil, es una manera de declarar que uno no
quiere meterse con el futuro, optar por
lo imposible-. Ahora, en nuestra época
hay una gran dificultad derivada de la crisis que vivimos para
investir el futuro; ese es uno de los
problemas más graves de nuestra época.
Yo quisiera
referirme con cierto detalle a esta cuestión,
investir, lo digo en el sentido psicoanalítico, poner allí
su deseo; poner allí su proyecto, poner allí el foco de sus intereses y de sus trabajos, su aten ción; hoy es muy difícil eso: investir
el futuro. Descriptivamente, sin que por
ahora podamos desarrollar los motivos, es fácil darse cuenta de que nosotros tenemos hoy una crisis de una hondura muy grande,
tal vez de una hondura más grande
de lo que pensó Marx; porque Marx
describió la crisis como la crisis de un modo de producción que por su crecimiento ya era irreversible y que
iba a conducir a una so ciedad radicalmente nueva y sin clases, pero él la
describió esencial mente como la crisis acumulativa, creciente de un modo de
produc ción, del modo de producción capitalista y que llegaría a ser mundial.
Cuando les digo que la crisis que nosotros
vivimos es probable mente bastante más grave y más aguda de lo que Marx pensaba,
es porque no es la crisis solamente de un modo de producción,
sino que es una crisis mucho más
vasta; recomiendo un libro muy interesante
de un antropólogo que ya mencioné, George Balandier que se llama Antropológicas, y es un texto de antropología
pero de nosotros, de la modernidad, es
decir, no solamente vale la pena estudiar a los
nambicuaras, a los congos y a los yanomamas, sino también a los
193
parisienses y eso es lo que hace allí un
antropólogo muy notable. In tenta con ellos también la mirada lejana con que los antropólogos suelen pasearse en las sociedades llamadas
primitivas con bastante éxito; el asunto que allí encuentra es un
problema que toda la socie dad trata a su manera; cómo organizar de un
modo simbólico las iden tidades sobre la base de las diferencias naturales. En
todas las socie dades hay un dato natural; las diferencias entre los
hombres que no se derivan de la organización
social ni de las representaciones ni de los
valores ni de las ideas, sino
las diferencias naturales, por ejemplo la
diferencia entre hombres y mujeres, entre niños y adolescentes,
entre adolescentes y adultos
y ancianos, esas son diferencias naturales. Toda sociedad, sin embargo, tiene una determinada interpretación de esas diferencias, que le permite constituir a las gentes de esa
sociedad una identidad dentro de la
diferencia y por lo tanto, en el caso de las
edades, hacer el paso de una
edad a otra, como el paso de una iden tidad a otra. Toda sociedad se
caracteriza por ejemplo, por la manera
como busca el paso, como produce, con qué señales, con qué signos, con qué símbolos, con qué funciones,
prohibiciones y posibilidades, produce
el paso de la niña a la mujer, cuando viene la primera mens truación qué organizan;
algunas hacen túneles por los cuales atravie sa la muchacha mientras las niñas
las despiden en una punta y las mujeres
las saludan de la otra; en otras la cosa es mucho menos idíli ca, la suben al
tejado durante ocho días, otras las encarcelan. Lo mismo les pasa a los hombres en sus ritos de
iniciación, a veces proce den a verdaderas carnicerías iniciales y
propiciatorias, a las formas más
terribles de loque nosotros llamaríamos circuncisión, que se aproxi ma
peligrosamente a la castración; pero todas las sociedades lo hacen de una u otra manera, todas tienen que
adjudicar una identidad. Esa identidad
es para que la sociedad no se hunda en una depresión co lectiva, cosa que
también ocurre en las primitivas, en una verdadera depresión colectiva. Entonces las secuencias
de edad vienen a funcionar para las
edades anteriores, a la vez como duelo y conquista, como una propuesta, como una esperanza, como
una posibilidad, y esa es una de las
formas de lo que yo Uamo investir el futuro.
Investir aquí
en el sentido de poner allí su esperanza, su interés. Cuando les digo que en la sociedad nuestra queda extraordinaria y particularmente difícil investir el futuro,
me refiero más específicamente, desde
luego, a la juventud. Nosotros vivimos en una
época en donde en muy diversas áreas mundiales, no me estoy refi
194
riendo solamente a nuestra parroquia, la juventud tiene una inmensa dificultad para investir
el futuro. Hoy más bien lo que tiene es una
tendencia a temer el futuro, lo que significa un gran repliegue
sobre el presente como disfrute,
no como producción -porque la produc
ción, la creación, la búsqueda, la
investigación, el proyecto, la ac ción, postulan siempre un futuro y un
desear ser después en el futuro- ,
sino como consumo puro, además, preferiblemente como consumo destructor;
como consumo no productivo y no
transformador, una tendencia muy fuerte. Esta tendencia se puede
considerar, algunos así lo han descrito
porque es un fenómeno muy conocido,
como un repliegue narcisista, una
supervaloración de lo estético, de lo corporal gimnástico, danzarín y demás de la moda, el
narcisismo dirigido por las casas de
publicidad que allí lo que parece más íntimo, más propio, resulta ser también la vía y el camino de los
vendedores. Un repliegue sobre el
presente como narcisismo, como esteticismo, como droga tam bién; droga vivida
como rebelión, es decir, aquel que pueda cambiar la realidad tal como es construida por el
discurso del deber, por el discurso del
otro, por el discurso de los mayores, por el horario de los mayores y tener una “nueva impresión”
-digámoslo más pasivamente porque el
asunto es pasivo-, una “nueva sensación” del mundo, siente que ha roto con la realidad que le están
imponiendo, que tiene acce so a una realidad, incluso muy frecuentemente
siente esto como una prueba de
omnipotencia interior. No es solamente una tontería pro ducto del efecto de
una determinada droga, a veces drogas que tie nen efectos desinhibidores,
tienen la característica de que, como toda
gran borrachera, sea por ejemplo, una borrachera colectiva sin
trago, o una borrachera privada con
trago o cualquier otra cosa similar con
un desinhibidor profundo -la marihuana es uno, por ejemplo, muy eficaz-, producen muy poca autocrítica;
también las borracheras co lectivas en seco, detrás de un jefecito, producen
una falta de autocrítica terrible y un
sentimiento de grandeza, para eso no se
necesita droga.
El contraste creciente entre lo que promete
una vida monótona de deberes
y la proclamación de la felicidad en el instante, en el presente, el deseo de no ver un futuro amenazador,
lleno de oficinas grises, de horarios y buses y de tareas que uno no
quiere llenar pero tiene que llenar para pagar cuotas y arriendos. En contra de
todo eso la juventud quiere ser
alegre aquí y ahora, y no dejan de tener razón
los jóvenes al no investir semejante futuro, sin embargo, si no logran
195
inventar un
futuro, un futuro real, tampoco podrán hacer nada por transformar la sociedad, ni por
buscar su propia felicidad. El problema
es que el futuro es cada vez más difícil de investir para la juventud,
no por culpa de la juventud, sino del
futuro que se les propone como real.
Que no venga ningún moralista a condenar tal o cual droga y sus perniciosos efectos porque el que la consume ve como más pernicioso el futuro
que se le ha prefabricado y,
en todo caso, como indeseable. Sus ocho
horitas, más su busecito, sólo para repetirse
en un apartamen- tico, mientras que la vida se va acabando añito por añito no es algo de
investir, desde luego. Si no se logra investir un futuro distinto,
con nuevas relaciones humanas, con otro
valor, mientras no se logra in
ventar un consumo distinto que no sea
el consumo creciente de co sas, con
una disminución creciente de
relaciones humanas, como está ocurriendo. Hay investigadores norteamericanos muy notables de este problema, que nos enseñan mucho, han descrito, incluso han hecho cuentas,
porque a los norteamericanos les gusta hacer cuentas sobre todo, han hecho cuentas de cómo disminuye la
conversación, es de cir, el número de minutos por día que la gente se dedica a
conversar para decirlo en sus términos,
cómo va disminuyendo hasta aproximar se a cero, a medida que aumenta sin
embargo la compra de objetos. Las
relaciones humanas que sean efectivas, quiere decir, que prome tan algo,
colaboración, transformación, enamoramiento, cuestiona- miento, adversidad, que prometan algo no
solamente positivo, puede ser algo
negativo, también lucha y puesta en cuestión de nuestras convicciones y nuestros valores, es decir,
que prometan algo en gene ral, que prometan entrar en contacto efectivo,
disminuye a un ritmo terrible y eso es
parte de lo que llamamos ciudad. Lo grave no es sólo diseño, desde luego desde el punto de vista
estético, ustedes tienen razón si les
aterra como arquitectos, ver la serie de cajones de cemen to grises, enfilados
al lado de una gran avenida, diseñado todo eso
para los automóviles y para albergar una colmena que luego va a
salir volada para su fábrica.
La ciudad se
hace cada vez más grande y anónima. No se es de
Chicago o Hamburgo como se era
en otras épocas de Atenas o Florencia;
es decir como formas de identidad, como inscripción en
tradiciones determinadas y participación
en realizaciones culturales colectivas.
En lo que suele llamarse ahora la crisis de
la juventud se oculta, generalmente
en formas negativas, regresivas (infantilistas), des tructivas y
autodestructivas, la exigencia de un cambio cualitativo:
196
no más de lo
mismo, sino otra cosa, otra vida. Ya no esperamos nada del desarrollo económico y no
moveríamos un dedo porque Cali se
convirtiera en Chicago. Es verdad que la lucha contra la inicua y vergonzosa desigualdad y explotación
económica es necesaria e ina plazable, pero no es suficiente.
La exigencia
de una vida diferenciada, artísticamente producti va, abierta
al
debate y al conflicto teórico, político y
científico, indivi dual y colectivo, no es una exigencia secundaria o
diferible; no se puede postergar para
después del quinto o el décimo “plan quin quenal”; si no se pone desde el comienzo
como estilo, motor y guía, no vendrá
después, y esa exigencia es la única que puede sacudir en los más diversos estratos de nuestra sociedad la
modorra, la depresión y el escepticismo.
Valorar el arte como algo esencial a la vida, como hemos tratado de hacerlo en estas
conferencias, es sólo un aspecto de esa lucha por una nueva sociedad, pero es un aspecto
fundamental.
197
Este libro se terminó de imprimir el díá 12 de
marzo de
2010, en los
talleres de Editorial Lealon (Cra. 54
N°
56-46. Tel.: 57194 43) de Medellín, Colombia. Se usaron tipos de 11 puntos Goudy Oíd Style
BT para los textos y 14 puntos negro
para los títulos, papel Propalibros
beige de 70 gramos y cartulina
Propalcote 1 lado de 250 gramos. La impresión es- tuvo dirigida por Ernesto López Arismendi.