HOMBRES
EN TIEMPOS
DE OSCURIDAD
Hannah Arendt
Título del original en inglés:
Men in Dark Times
© 1955, 1965, 1966, 1967, 1968 by Hanna Arendt
Copyright renewed 1983 by Mary Me Carthy West. Published
by arrangement with Harcourt Brace Jovanovich, Inc.
Traducción: Claudia Ferrari
Diseño de cubierta: Julio Vivas
Composición Tipográfica: Acuatro
Primera edición, Barcelona, 1990
Derechos para todas las ediciones en castellano
© by Editorial Gedisa S. A.
Muntaner, 460, en tío., 1*
Tel. 201-6000
08006 ■Barcelona, España
ISBN: 84-7432-356-8
Depósito legal: B. 569 - 1990
Impreso en Romanyá/Valls, S. A.
Verdaguer 1 - 08786 Capellades (Barcelona)
Impreso en España
Printed in Spain
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier
medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modifica
da, en castellano o cualquier otro idioma.
INDICE
I’kkkacio................................................................. 9
Sobre la humanidad en tiempos de oscuridad.
Reflexiones sobre Lessing...........................13
Rosa Luxemburgo. 1871-1919........................... 43
Karl Jaspers. ¿Ciudadano del mundo?..............67
Isak Dinesen. 1885-1963 .................................. 81
Hermann Broch. 1886-1951.............................. 97
I. El poeta renuente................................ 97
II. La teoría del valor...............................107
III. La teoría del conocimiento................. 114
IV. El absoluto concebible........ .............. 126
Walter Benjamín. 1892-1940............................139
I. El jorobado......................................... 139
II. Los tiempos de oscuridad.................. 158
III. El pescador de perlas......................... 178
Bertolt Brecht. 1898-1956 193
Prefacio
El interés principal de esta colección de
ensayos y artículos, ' escritos
en un período de doce años según la ocasión o la oportu nidad, son las personas: cómo vivían, cómo se
movían en el mun do, cómo las
afectaba el tiempo histórico. Las personas aquí reu: nid
as no podrían ser más
diferentes unas
de otras, y no es difícil imaginar cómo habrían protestado si se les
hubiese preguntado su opinión por el hecho de ser reunidas en un
lugar común. No
tienen en común ni aptitudes ni convicciones, ni profesión ni me dio;
salvo una excepción, casi no se conocían entre sí. Pero eran contemporáneos, a pesar de pertenecer a diferentes generacio nes; excepto claro por Lessing a
quien, a pesar de todo, en el en sayo introductorio se lo trata como un contemporáneo.
Por lo tanto, estas personas comparten
entre sí la época que les tocó vi vir, el mundo durante la primera mitad del
siglo XX con sus ca tástrofes políticas, sus desastres morales y su
sorprendente de sarrollo de las artes y las ciencias. Y a pesar de que esta
época mató a algunos y determinó la vida
y el trabajo de otros, hay unos cuantos
que apenas se vieron afectados y ninguno de quien podamos afirmar que estuvo condicionado por
la misma. Aque llos que buscan representantes de una era, portavoces del Zeit- geist, exponentes de la Historia (con
H mayúscula) buscaránaquí en vano.
Sin
embargo, el tiempo histórico, los “tiempos de oscuri
dad”
mencionados en el título es, según creo, visible en todo el libro. Saqué la frase del famoso poema de Brecht “A la posteri
dad”, que menciona el desorden y el hambre, las masacres y ase sinatos, el
ultraje de la injusticia y la desesperación “cuando sólo
9
existía
lo malo
y no el ultraje”, el odio legítimo que igual lo hace feo a uno,
la ira bien fundamentada que hace que la voz se
torne ronca. Todo esto era bastante real mientras
ocurriera en públi co; no había nada de secreto o misterioso en ello. Y sin
embargo, no era visible en absoluto, ni
tampoco era fácil de percibir; pues to que, hasta el mismo momento en que la catástrofe se apoderó de todo y de todos, estaba
encubierto no por
realidades sino por el dialecto y el
lenguaje ambiguo altamente
eficiente de los re presentantes oficiales quienes, sin interrupción y con
variacio nes bastante ingeniosas, disculpaban los hechos desagradables y justificaban las preocupaciones. Cuando
pensamos en los tiem pos de oscuridad y en las personas que vivían y se movían
en ellos, tenemos que tener también en
cuenta este camuflaje que emana y es
difundido por el círculo gobernante de una nación (o “el sistema” como se lo denominaba entonces).
Si la función del reino público es echar
luz sobre los sucesos del hombre al pro porcionar un espacio de apariencias
donde puedan mostrar de palabra y obra,
para bien o para mal, quiénes son y qué pueden
hacer, entonces la oscuridad ha llegado cuando esta luz se ha ex
tinguido por “lagunas de credibilidad” y un “gobierno invisible”, por un discurso que no revela lo que es sino
que lo esconde de bajo de un tapete, por medio de exhortaciones (morales y
otras)que, bajo el pretexto de sostener
viejas verdades, degradan toda verdad
a una trivialidad sin sentido.
Nada de todo esto es nuevo. Estas son las
condiciones que, hace treinta
años, Sartre describió en La náusea (que sigo consi derando
su mejor libro) en términos de mala
fe y de l’esprit de sérieux, un mundo donde todo aquel que
es reconocido pública mente pertenece al grupo de los salauds y todo
aquello que es existe en una forma opaca y sin sentido que despliega
ofusca ción y causa disgusto. Y estas son las mismas condiciones que,
hace cuarenta años (aunque por razones diferentes),
describió Heidegger con extraña
precisión en los párrafos de Ser y tiempo que trata sobre “el ellos”, su “mero
discurso” y, en general, con todo
aquello que, sin estar oculto ni protegido por la intimidad del ser, aparece en público. En su
descripción de la existencia humana,
todo aquello que es real o auténtico se ve asaltado por el poder abrumador del “mero discurso” que
surge irresistible mente del reino público, determinando cada uno de los
aspectos
de
la vida cotidiana, anticipando
y aniquilando el sentido o la fal ta de sentido de todo aquello que puede traer el
futuro. Según Heidegger, no hay escape posible de la “incomprensible triviali dad’’ de este
corriente mundo cotidiano, excepto al retirarse a esa soledad que los filósofos desde Parménides y Platón han opuesto al reino político. Aquí no nos interesa
la importancia filo sófica de los análisis de Heidegger (que, en mi opinión,
es inne gable), ni tampoco la tradición del pensamiento filosófico que hay detrás de ellos, sino algunas
experiencias fundamentales de la época y
su descripción conceptual. En nuestro contexto, el sentido es que la sarcástica y perversa
declaración: Das Licht der Offentlichkeit
verdunkelt alies (“La luz del público todo lo oscure ced iba al centro
mismo del asunto y en realidad no era más que
un resumen sucinto de las condiciones existentes.
Los “Tiempos de oscuridad”, en el sentido más
amplio que aquí propongo, no son iguales a las monstruosidades de este si glo que de hecho constituyen una horrible
novedad. lx>s tiem pos de oscuridad, por el contrario, no sólo no
son nuevos sino que no son una rareza de
la historia, a pes
ar de que eran tal vez desconocidos en la historia norteamericana, que además tiene su buena parte, en el pasado y el presente,
de crimen y desastre. Que aun en los
tiempos más oscuros tenemos el derecho
a espe rar cierta iluminación, y que dicha iluminación puede provenir menos de las teorías y conceptos que de la
luz incierta, titilante y a menudo
débil que algunos hombres y mujeres reflejarán en sus trabajos y sus vidas bajo casi cualquier circunstancia y
sobre la época que les tocó vivir
en la tierra: esta convicción constituye
el fundamento inarticulado contra el que se trazaron estos perfi les.
Ojos tan acostumbrados a la oscuridad como los nuestros apenas podrán distinguir si su luz fue la luz
de una vela o la de un sol brillante.
Pero para mí, una evaluación tan objetiva es más una cuestión de importancia secundaria que
puede ser dejada para la posteridad.
Sobre la humanidad en tiempos de
oscuridad
Reflexiones
sobre Lessing1
i
La distinción otorgada por una ciudad libre y un
premio que lleva el nombre de Lessing constituyen un gran honor.
Admito que no sé cómo
llegué a recibirlo y también que no ha sido
fácil para mí aceptarlo. Al decir esto puedo
ignorar por completo la delicada cuestión del mérito. En este sentido, un
honor nos da una poderosa lección de
modestia, pues implica que no nos co rresponde a nosotros juzgar nuestros
propios méritos como juz gamos los méritos y logros de los
demás. Con respecto a los pre mios, es el mundo el que tiene la palabra, y si
aceptamos el pre mio y expresamos nuestra gratitud por él sólo podemos
hacerlo al ignoramos a nosotros mismos y
dentro del marco de nuestra actitud
hacia el mundo, hacia un mundo y un público al que le debemos el espacio que utilizamos para hablar
y para que nos oigan.
Sin embargo, el honor no sólo nos recuerda en
forma enfáti ca la gratitud que le debemos al mundo; también nos
crea un al to grado de obligación
con el mismo. Dado que siempre pode
mos rechazar el honor, al aceptarlo no
sólo reforzamos nuestra posición en el
mundo sino que aceptamos una especie de com promiso con éste. El hecho de que
una persona aparezca en pú blico y que ese público la reciba y confirme no es
algo que deba darse por hecho. Sólo el
genio es guiado por sus dotes hacia la
vida pública y está exento de cualquier decisión de este tipo. Só-1
lo
en su caso, los honores no hacen más que continuar la concor dancia con el mundo, parecen
una armonía viviente a toda
publi cidad, lo que ha surgido independientemente de toda considera ción y decisión
así como también de toda obligación, como si
fuera un fenómeno natural que surge en la sociedad humana. Aeste fenómeno podemos aplicar lo que Lessing una
vez dijo so bre el hombre con genio, en dos de sus mejores versos:
(Vías
ihn bewegt, bewegt. ¡Vas ihm gefallt,
gefállt.
Sein glücklicher Geschmack ist der Geschmack der Welt.
(Aquello que lo conmueve, lo conmueve.
Aquello que le agrada, le agrada.
Su
gusto oportuno es el gusto del mundo.)
Me parece que nada en nuestra época es más
dudoso que nuestra actitud hacia el
mundo, nada menos dado por seguro que esa armonía
con la que aparece en público y que nos impone
un honor y cuya existencia
confirma. En nuestro siglo, hasta el
genio sólo ha podido desarrollarse en conflicto con el mundo y
el mundo público, aunque
halle en forma natural, como siempre lo
ha hecho, su propia y peculiar armonía con la audiencia. Sin em bargo, el
mundo y la gente que lo habita no son la misma cosa. El mundo yace entre las personas
y este estar en el medio es hoy objeto
(mucho más que los hombres o incluso
el hombre, tal co mo se piensa) de la mayor preocupación y del
trastorno más ob vio en casi todos los países del globo. Aun en aquellos
lugares donde el mundo sigue con un
orden a medias, o se mantiene un orden a
medias, el reino público ha perdido el poder de ilumina ción que originalmente
era parte de su propia naturaleza. Cada
vez son más las personas que en los países del mundo occiden tal, el
que desde la decadencia de la antigüedad ha considerado la libertad política como una de las
libertades básicas, hacen uso de esta
libertad y se han retirado del mundo y de sus obligacio nes dentro de él. Este
retiro del mundo no necesariamente daña
a un individuo; éste puede incluso llegar a cultivar grandes talen tos
hasta el punto de la genialidad y así volver a ser útil al mundootra vez. Pero con cada individuo que se retira el mundo sufre una
pérdida casi demostrable; lo que se
pierde es ese estar en el medio
específico y a menudo irremplazable que debería haberse formado entre este individuo y sus
semejantes.
Es por eso que cuando
consideramos el verdadero sentido de los honores y premios públicos bajo las condiciones
actuales, se nos puede
ocurrir que el Senado de Hamburgo halló una solu ción al problema parecida a la del huevo de Colón cuando
deci dió ligar el premio de la ciudad con el nombre de Lessing.
IHies Lessing jamás
se sintió
cómodo en el mundo tal como era enton ces y tal vez nunca lo deseó, y aun
después de su propia moda siempre siguió
comprometido con é l Esta relación estaba go bernada por circunstancias únicas
y especiales. El público ale mán no estaba preparado para él y, por lo que sé,
jamás le rindió honores mientras vivía.
Según el propio juicio de Lessing, care cía de esa armonía alegre y natural
con el mundo, una combina
ción de mérito y buena fortuna que tanto él como
Goethe consi deraban un signo de genialidad. Lessing creía estar en
deuda con la crítica por
algo que “se acerca mucho al genio", pero que nunca adquirió esa armonía
natural con el mundo donde Fortu na sonríe cuando aparece Virtud.
Todo esto pudo haber sido bastante
importante, aunque no decisivo. Casi parece como si en algún momento se hubiese decidido a rendir
homenaje al genio, al hombre de “gusto
oportuno” y él mismo seguir a aquellos que una vez llamó “los hombres sabios” que “hacen temblar los pila res de las verdades
más conocidas cada vez que bajan los ojos”. Su actitud hacia el mundo no era ni positiva
ni negativa sino más bien radicalmente
crítica, y con respecto al reino público de su
época, totalmente revolucionaria. Pero también fue una actitud que quedó en deuda con el mundo, que nunca
abandonó el sue lo sólido del mundo y nunca llegó al extremo de utopía senti
mental. En Lessing, el temperamento revolucionario estaba aso ciado a un
curioso tipo de parcialidad que se aferraba a detalles concretos con un cuidado exagerado, casi
pedante, y que dio lu gar a varios malentendidos. Uno de los componentes de la
gran deza de Lessing fue el hecho de que nunca permitió que la obje tividad
supuesta le hiciera perder la visión de la verdadera rela ción con el mundo de
las cosas o los hombres que él atacaba o
alababa. Eso no ayudó a su crédito en Alemania, donde la verda dera
naturaleza de la crítica es menos comprendida que en cual
quier otra parte. Para
los alemanes era difícil comprender que
la justicia poco tiene que ver con la objetividad en el sentido co
rriente del término.
Lessing nunca hizo las
paces con el mundo donde vivía. Le gustaba “desafiar prejuicios” y “decir la verdad a los
subordina dos a la corte”. Por caro
que haya pagado estos placeres, eran placeres literarios. Una vez, cuando
intentaba explicar el origen del “placer trágico”, dijo que “todas las
pasiones, aun las más de sagradables, son agradables en tanto
que pasiones” porque “nos hacen... más
conscientes de nuestra existencia,
nos hacen sentir más reales.” Es
sorprendente cómo estas frases nos recuerdan la doctrina griega de las pasiones, que
consideraba, por ejemplo, la ira como
una de las pasiones agradables pero incluía la espe ranza y el temor
entre las pasiones malas. Esta evaluación se
basa en diferencias en la realidad, igual que en Lessing; no, sin embargo, en el sentido de que la realidad se
mide por la fuerza con que la pasión
afecta al alma sino por la cantidad de realidad
que la pasión le transmite. En la esperanza, el alma ignora la rea
lidad, como en el temor, la rehuye. Pero la ira, y sobre todo la ira de Lessing, revela y expone al mundo del
mismo modo que el tipo de risa de
Lessing en M im a von Bamhelm trata de lograr lareconciliación con el mundo.
Esa risa nos ayuda a encontrar un lugar
en
el mundo, pero irónicamente, sin tener que vender el alma para ello. El placer, que fundamentalmente es la conciencia intensificada de la realidad, salta de
una franqueza apasionada al mundo y al
amor por él. Ni siquiera el hecho de saber que
el mundo puede destruir al hombre desmerece el “placer trá gico”.
Si la estética de
Lessing, en contraste con la de Aristóteles, ' considera hasta el temor como una variedad de
piedad, la piedad que sentimos
por nosotros mismos, la razón es tal vez que Les sing está tratando de librar al temor de su aspecto
escapista en lugar de rescatarlo como
una pasión, es decir, como un senti miento en el cual nos vemos afectados por nosotros mismos al igual que en el mundo nos vemos afectados
por otras personas. Intimamente ligado a
esto está el hecho de que para Lessing, la
esencia de la poesía era la acción y no, como para Herder, la fuer za:
“la fuerza mágica que afecta mi alma”, ni tampoco, como lo fue para Goethe, naturaleza a la cual se le
ha dado forma. A Les sing no le preocupaba en absoluto “la perfección de la
obra de ar te en sí misma”, que Goethe consideraba “el requisito eterno e indispensable”. Más bien, y aquí concuerda
con Aristóteles, le
preocupaba el efecto sobre el espectador, que es quien
viene a representar el mundo o ese espacio terrenal que está entre el ar
tista o escritor y sus semejantes como un mundo en común con ellos.
Lessing
experimentó
el mundo con ira y con risa, y la ira y la
risa están influenciadas
por su naturaleza. Por lo tanto, Lessing
no pudo o no quiso juzgar una obra de arte “en sí miaña”, inde
pendientemente de su efecto en el mundo, y por ello podía ata car o defender en
sus polémicas según la forma
en que el públi co juzgara el asunto en cuestión y en forma bastante indepen diente de su grado de verdad o
falsedad. No sólo fue una forma de galantería cuando declaró que “dejaría en paz a aquellos con tra quienes todos estaban acometiendo”; era también una preo cupación, que en él se había tornado
instintiva, por la corrección relativa
de las opiniones que por buenas
razones se llevan la pe or parte. Ni siquiera en la disputa sobre la Cristiandad adoptó una postura fija. Tal como una vez trató de
explicar con magnífi co conocimiento de sí mismo, instintivamente comenzó a
dudar de la Cristiandad “cuando más persuasivamente
trataban de probárselo”, e instintivamente trató de “conservarla en su
corazón” cuando “con malicia trataban de
pisotearla”. Sin embargo, esto significa
que mientras todos los demás discutían sobre la “ver dad” de la Cristiandad,
él defendía principalmente su posición en
el mundo, ansioso de que pudiera otra vez imponer su domina ción, o
desaparecer del todo. Lessing fue muy perspicaz cuando vio que la teología iluminada de su época
“bajo el pretexto de convertimos en
cristianos racionales nos convierte en filósofos extremadamente irracionales”. Ese
discernimiento no sólo sur gió de su partidarismo en favor de la razón. La
principal preocu pación de Lessing en todo este debate era la libertad, que
corría más peligro en manos de aquellos
que querían “imponer la fe por medio de
pruebas” que de aquellos que consideraban la fe
como un don de la gracia divina. Pero también estaba su preocu pación
por el mundo, donde sentía que tanto la religión como la filosofía debían tener su lugar, aunque
separados, de modo que detrás de la
“división... cada una puede seguir su camino sin mo lestar a la otra”.
Para Lessing, la crítica siempre adopta una
postura por el bien del mundo, comprendiendo y juzgando todo
en términos de
¿
su
postura en el mundo en cualquier momento dado. Dicha men talidad nunca puede dar
origen a una visión del mundo definida, la cual,
una vez adoptada, es inmune a otras experiencias en el mundo porque se ha aferrado con firmeza a una sola
perspectiva posible. Necesitamos
con urgencia que Lessing nos enseñe esta
actitud, y lo que nos
dificulta tanto aprenderlo no es nuestra des confianza en la Ilustración o en la creencia en la humanidad del
siglo XVIII.
No es el siglo XXVIII sino el XIX el que se interpone entre Ixjssing y nosotros. L i obsesión del siglo XIX con la histo ria y el
compromiso con la ideología sigue teniendo tanta impor tancia en el
pensamiento político de nuestra época que nos senti mos inclinados a
considerar que el libre pensamiento, que jamás
emplea la historia o la lógica coercitiva como muletas, no posee ninguna autoridad sobre nosotros. Para estar
seguros, aún so mos conscientes de que el pensamiento no sólo necesita inte
ligencia y profundidad sino coraje, por encima de todo. Sin embargo, nos sorprende que el partidarismo de
Lessing por elmundo haya llegado a punto tal de sacrificar por él el
axioma de la no-contradicción,
el reclamo de la coherencia, lo que supone mos es obligatorio para todos aquellos que escriben y
hablan. Lessing declaró con total seriedad: “No estoy obligado a
resol ver las dificultades que
creo. Que siempre mis ideas sean un po co dispersas o incluso parezcan contradecirse entre sí, si tan so lo
son ideas en las que los lectores hallarán material que los lleve a pensar por sí mismos”. No sólo quería que
nadie lo reprimiera sino que tampoco
quería reprimir a nadie, ni por la fuerza ni por medio de pruebas. Para él, la tiranía de
aquellos que intentaban dominar el
pensamiento por medio del razonamiento y las sofis terías, al imponer la
argumentación, eran más peligrosos para la
libertad que la ortodoxia. Ante todo, él jamás se reprimió, y en lu gar
de fijar su identidad en la historia con un sistema perfecta mente coherente,
esparció en el mundo, como él mismo sabía,“nada
más que fermenta cognitionis.”
Por
lo tanto, el famoso Selbstdenken (pensamiento indepen
diente por uno mismo) no es una
actividad perteneciente a unin dividuo cerrado, integrado, orgánicamente desarrollado y culti vado que mira a
su alrededor para ver cuál es el lugar más favo rable en el mundo para su
desarrollo, para poder lograr una ar monía con el mundo al desviar el
pensamiento.
Para Lessing, el pensamiento no surge a partir
riel individuo y no es
la manifestación de un ser. Más bien, el
individuo (<|iiien, según Lessing, fue creado para la acción y no para el raciocinio) elige dicho pensamiento porque descubre en el
pensamiento otra forma de moverse en el
mundo con total libertad. De todas las
libertades específicas que se nos pueden ocurrir al oír la pala
bra
“libertad”, la libertad de movimiento es desde el punto de vista histórico la más antigua y también la
más elemental. El he cho de poder ir hacia donde deseamos es el gesto prototípico de ser libre,
así como la limitación de la libertad de movimiento ha sido desde tiempos inmemoriales la condición previa a la escla vitud.
La libertad de movimiento es también
una condición indis pensable para la acción y es en la acción donde
los hombres ex perimentan por primera vez la libertad en el mundo. Cuando
a los hombres se los priva de su espacio
público (que queda cons
tituido al actuar
juntos y luego se va completando
por propia vo luntad con los sucesos y las historias que se desarrollan en
la historia) se refugian en su libertad
de pensamiento. Esta es una experiencia
muy antigua, claro. Y al parecer, Lessing fue obliga do a adoptar algunos de
esos refugios. Cuando oímos hablar de un
refugio de la esclavitud en el mundo de la libertad de pensa miento,
recordamos naturalmente el modelo estoico, porque desde el punto de vista histórico fue el más
efectivo. Pero para ser precisos, el
estoicismo no representa tanto un retiro de la ac ción al pensamiento como un
escape del mundo hacia el ser, el cual —
según se espera— podrá sostenerse con soberana inde pendencia del mundo
exterior. En el caso de Lessing no ocurrió
nada parecido. Lessing se refugió en el pensamiento, pero no en su propio ser; y si para él existía una
reladón secreta entre la ac ción y el pensamiento (creo que existía, aunque no
puedo pro barlo por medio de citas), la relación consistía en el hecho de que tanto la acción como el pensamiento se
dan en la forma de movimiento y que, por
lo tanto, la libertad sirve de fundamento a
ambos: libertad de movimiento.
Quizás Lessing jamás haya creído que la acción
puede ser reemplazada por el pensamiento
o que la libertad de pensamien to puede ser un substituto de la
libertad inherente en la acción. Sabía
muy bien que entonces vivía en el “país más esclavista de Europa”, a pesar de que se le permitía
“ofrecerle al público tan-
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tas necedades contra la
religión” como quisiera. Pues era impo sible alzar “la voz por los derechos de los súbditos... contra la ex torsión
y el despotismo”,
en otras palabras, actuar. La secreta re lación de su “pensamiento de
sí mismo” con la acción se basaba en que
nunca ligaba su pénsamiento a resultados. De hecho, re nunció en forma
explícita al deseo de obtener resultados, en tan to que estos significaran la
solución final a los problemas que su
pensamiento planteaba para sí mismo; su pensamiento no era una búsqueda de la verdad, dado que cada
verdad que es el re sultado de un proceso de pensamiento pone necesariamente
un punto final al movimiento del
pensamiento. Los fermenta cogni- tíonis
que Lessing esparció por el mundo no tenían por objetocomunicar conclusiones sino
estimular a otros al pensamiento independiente, y esto con el solo propósito de crear
un discurso entre pensadores.
El pensamiento de Lessing no es el silencioso
(platónico) diálogo entre yo y mí mismo, sino un diálogo antici pado
con otros, y esta es la razón por la que es esencialmente po lémico.
Aunque hubiese logrado conseguir su discurso con otros pensadores independientes y escapar así a una
soledad que, pa ra él en particular, paralizaba todas las facultades, no
habría sido fácil convencerlo de que
esto ponía todo en orden. Pues lo que estaba equivocado, y lo que ningún diálogo ni
pensamiento inde pendiente podía arreglar, era el mundo, es decir, la cosa que
sur
ge entre las personas y en la que todo
aquello que los individuos llevan con
ellos de manera innata puede
tornarse visible y audi
ble. En los doscientos años que nos separan de la época en
que vivió Lessing, muchas cosas han cambiado
con referencia a esto, aunque pocas han
cambiado para mejor. Los “pilares de las ver dades más conocidas” (para seguir
con su metáfora), que en esa época se
tambaleaban, hoy yacen destruidos; ya no necesitamos a la crítica ni a los hombres sabios para que
los sigan sacudien do. Sólo necesitamos mirar a nuestro alrededor para ver que
es tamos de pie en medio de una montaña de escombros de aque llos pilares.
En cierto sentido, esto podría ser una
ventaja, al promover un nuevo
tipo de pensamiento que no necesita ni pilares ni so portes, ni normas
ni tradiciones que se muevan con libertad en
un terreno nada familiar. Pero en el mundo tal como es, resulta difícil disfrutar de esta ventaja. Hace
tiempo ya que se tornó apa rente que los pilares
del
orden
político, y que el mundo (en contraste con las perso nas que viven
y se mueven libremente en él) necesita de dichos pilares para garantizar la continuidad y permanencia, sin las cua
les no puede ofrecer a los mortales el hogar relativamente segu ro y
relativamente imperecedero
que necesitan. La humanidad misma del
hombre pierde su vitalidad hasta el punto de que se abstiene de pensar y deposita su confianza en
viejas verdades o incluso en algunas
nuevas, arrojándolas como si fueran mone das con las cuales se equilibran
todas las experiencias. Sin em bargo, si esto es cierto para el hombre, no lo
es para el mundo. El mundo se torna
inhumano, inhóspito a las necesidades huma nas (que son las necesidades de los
mortales) cuando se lo em puja con violencia hacia un movimiento en el cual ya
no existe ninguna forma de permanencia.
Esa es la razón por la cual, des
de
el gran fracaso de la Revolución
Francesa, la gente ha ido eri giendo nuevamente los pilares que entonces destruyeron y sólo para verlos, una y otra vez, primero tambalear y luego derrum barse. Los errores
más terribles han reemplazado las ‘Verdades
más conocidas" y el error de estas doctrinas no constituye nin guna prueba, ningún nuevo pilar
para las viejas verdades. En el
reino de la política, la restauración nunca es un sustituto para un
nuevo fundamento pero, en el mejor de los casos, será una medi
da de emergencia que se tornará inevitable cuando el acto del fundamento, llamado revolución, haya
fracasado. Pero también es igual de
inevitable que en dicha constelación, en particular cuando se extiende sobre periodos de tiempo
tan prolongados, vaya creciendo la
desconfianza de la gente en el mundo y en to dos los aspectos del reino
público. Pues la fragilidad de estos pi lares del orden público tantas veces
restaurados se tornará cada vez más
aparente después de cada colapso, de modo que final mente el orden público se
basa en que la gente considera “esas
verdades más conocidas” como evidentes por sí mismas cuando secretamente ya casi nadie cree en ellas.
II
La historia conoce varios períodos de
oscuridad donde el reino
público
se vio oscurecido y el mundo se tornó tan dudoso
que la gente cesó de pedirle a la política
otra cosa que no fuera demostrar una verdadera consideración por
sus
intereses vitales y la libertad personal. Aquellos que vivieron en dichas épocas
y fueron formados por ellas se han sentido tal vez siempre
inclina dos a despreciar el mundo y el reino público, a ignorarlos en
la mayor medida posible, a pasarlos
por alto, como si el mundo no fuera más que
una fachada detrás de la cual la gente pudiera es conderse, para poder
llegar a la mutua comprensión con sus se mejantes sin tener en cuenta el mundo
que yace entre ellos. Si todo sale bien
en esas épocas, se desarrolla un tipo de humani dad especial. Para poder
apreciar sus posibilidades correcta
mente sólo necesitamos pensar en Nathan
el Sabio, cuyo verda dero tema, “basta con ser
un hombre”, penetra la obra. La acla mación “Sé mi amigo”, que recorre toda la
obra como un leitmo tiv, corresponde a dicho tema. También podríamos
pensar en Laflauta mágica que también tiene como tema esa humanidad, que
es más profunda de lo que en
general creemos al tomar en cuen ta las teorías usuales del siglo XVIII de una
naturaleza humana básica que yace
debajo de la multiplicidad de naciones, pueblos, razas y religiones en los que está dividida
la raza humana. Si existiera dicha
naturaleza humana, sería un fenómeno natural, y
denominar, de acuerdo con ésto, “humana” la conducta supon dría que la
conducta humana y la natural son una sola y misma conducta. En el siglo XVIII, el mayor y más
efectivo defensor(desde el punto de vista
histórico) de este tipo de humanidad era
Rousseau, para quien la naturaleza humana común a
todos los hombres
no se manifestaba en la razón sino en la compasión, en una
repugnancia innata, tal como declaró,
de ver a un ser huma no semejante sufrir. Lessing, de acuerdo con esta teoría,
tam bién declaró que la mejor
persona es la más compasiva. Sin em bargo, a Lessing lo turbaba el
carácter igualitario de la compa sión: el hecho, tal como él lo señaló, de que
sentimos “algo pare cido a la compasión” también por aquel que hace el mal.
Esto no molestó a Rousseau. En el
espíritu de la Revolución Francesa,que se
basaba en sus ideas, vio la jratem ité como la realización de la humanidad. Lessing, por otra
parte, consideraba la amistad (que es
tan selectiva como la compasión es igualitaria) como el fenómeno principal en el que sólo la
verdadera humanidad pue de probarse a sí misma.
Antes de ocuparnos del concepto de
Lessing sobre la amis tad y su importancia política,
debemos hablar un momento so bre la
fraternidad tal como la entendía el siglo XVIII. Lessing tam bién la conocía
bastante; hablaba de “sentimientos filantrópi cos”, de un vínculo de
hermandad hacia otros seres humanos que nace a partir del odio del mundo en el que los hombres son tratados “inhumanamente”. Sin embargo, para nuestros propósi tos, es importante
que
la humanidad se manifieste en dicha her mandad con más
frecuencia en los “tiempos de
oscuridad”. Este tipo de humanidad se
vuelve inevitable cuando las épocas se tor nan tan oscuras para ciertos grupos
de personas que ya no de pende de ellos, de su discernimiento o elección, el
hecho de apartarse del mundo. La
humanidad bajo la forma de fraternidad
aparece invariablemente en la historia entre los pueblos perse guidos y
los grupos esclavizados; y en la Europa del siglo XVIII debió de haber sido bastante natural
detectarla entre los judíos, que
entonces eran los nuevos integrantes de los círculos litera rios. Este tipo de
humanidad es el gran privilegio de los pueblos
parias; es la ventaja que los parias de este mundo pueden tener siempre y en cualquier circunstancia sobre
los demás. Sin em bargo, este privilegio tiene un precio alto; a menudo va
acompa ñado por una pérdida tan radical del mundo, una atrofia tan te merosa
de todos los órganos con los que respondemos a él (co menzando con el sentido
común con el que nos orientamos en un
mundo común a nosotros mismos y a otros y pasando luego al sentido de la belleza o del gusto, con los
que amamos el mun do), que en casos extremos, donde el paria ha sobrevivido
du rante siglos, podemos hablar de una verdadera carencia de mun do. Y esta
carencia de mundo es siempre una forma de inhuma nidad.
En esta humanidad desarrollada orgánicamente
es como si bajo la presión de la persecución los perseguidos se han
unido tanto que
el espacio intermedio que hemos denominado mundo (y que obviamente existía entre ellos antes de la persecución,
manteniéndolos a distancia unos de otros) ha desaparecido. Es to
produce una calidez en las relaciones humanas que para aque llos que tuvieron
alguna experiencia con estos grupos puede pa recer casi un fenómeno físico.
Por supuesto que no me refiero a que
esta calidez de los pueblos perseguidos no sea una gran co-
sa. En su total desarrollo, puede producir
una afabilidad y un bie nestar de los que los
seres humanos son casi incapaces bajo
otras circunstancias. Con frecuencia, suele ser también la frente de una vitalidad, una alegría por el simple
hecho de estar vivo,sugiriendo así que la
vida sólo es reconocida por aquellos que
conforman el grupo de los insultados y lastimados. Pero al afir mar
esto no debemos olvidar que el encanto y la
intensidad de la atmósfera que se
desarrolla también se debe al hecho de que los
parias de este mundo disfrutan del gran beneficio de no soportar la carga de preocupación por el mundo.
La fraternidad, que la Revolución Francesa
agregó a la liber tad e
igualdad que siempre fueron categorías de la esfera
políti ca del hombre, esa
fraternidad tiene su lugar
natural entre los re primidos y perseguidos, los explotados y humillados a quienes el siglo XVIII llamó los desdichados, les
malheureux, y el siglo XIX, los
miserables, les misérables. La compasión, que tanto para Lessing como para Rousseau desempeñaron un
papel tan impor tante (aunque en contextos muy diferentes) en el descubrimien
to y la confirmación de una naturaleza humana común a todos los hombres, por primera vez se convirtió en
el motivo central de lo revolucionario
en Robespierre. Desde entonces, la compasión
se ha vuelto una parte inseparable e inconfundible de la historia de las revoluciones europeas. Ahora bien, la
compasión es, sin lugar a dudas, un
sentimiento natural que involuntariamente
afecta a cada persona normal frente al sufrimiento, por ajena quesea la persona
que sufre, y parecería por lo tanto una base ideal para un sentimiento que al alcanzar a
toda la humanidad estable cería una sociedad donde los hombres podrían llegar a ser
ver daderamente hermanos. A través
de la compasión, el humani tario de
mente revolucionaria del siglo XVIII
trató de lograr una
solidaridad con el desdichado y el miserable: un esfuerzo equi valente
a penetrar el territorio mismo de la hermandad. Sin em bargo, pronto se
hizo evidente que este tipo de humanitarismo,
cuya forma más pura es privilegio de los parias, no es transmisi ble y
no puede ser adquirido por aquellos que no pertenecen a los parias. Ni la compasión ni el hecho de
compartir el sufrimien to son suficientes. Aquí no podemos discutir el daño
que la com pasión ha introducido en las revoluciones modernas al intentar mejorar al grupo de desafortunados en lugar de
establecer justi-
i'iu
iKini todos. Pero para poder ganar un poco de perspectiva so- bu- nosotros mismos y la forma moderna de sentir podríamos recordar brevemente cómo veía el mundo antiguo (mucho más fxiK-rímentado en cuestiones políticas que nosotros) la compa sión y el humanitarismo de
la hermandad.
l.os
tiempos modernos
y la antigüedad concuerdan en un punto: ambos consideran la compasión
como algo totalmente natural, tan
ineludible para el hombre como por ejemplo el mie do. Y es aun más sorprendente
en tanto que la antigüedad adop tó una posición en total desacuerdo con
la gran estima por la compasión en los
tiempos modernos. Al reconocer tan
clara mente la naturaleza afectiva de la compasión, que puede vencer nos
al igual que el temor sin que podamos
evitarlo, los antiguos consideraban que
la persona más compasiva no tenía más de recho a ser llamada mejor que la más temerosa. Ambas emocio nes, al ser puramente pasivas, hacen
imposible la acción. Esta es la razón por la que Aristóteles trató la
compasión y el temor juntos. Sin
embargo, sería erróneo reducir la compasión al te mor, como si los
sufrimientos de otros despertaran en nosotros
temor por nosotros mismos, o el temor a la compasión, como si al estar temerosos sólo sintiéramos compasión
por nosotros mismos. Estamos aún más
sorprendidos cuando oímos (de Ci cerón en las Tusculanae Disputationes
III21) que los estoicos consideraban la
compasión y la envidia bajo los mismos térmi
nos:
“Pues el hombre que se apena por la desgracia de otro tam bién
se apena por la prosperidad de otro”. El mismo
Cicerón se acerca bastante al nudo de la cuestión cuando
pregunta: (ibídetn IV 56) “¿Por qué sentir pena en lugar de ayudar si se puede?” En otras palabras, ¿los seres humanos deben ser
tan viles que son incapaces de actuar
humanamente a menos que sean acicatea dos y por lo tanto obligados por su
propio dolor cuando ven su frir a los demás?
Al juzgar estos sentimientos no podemos evitar plantear
la pregunta de la abnegación, o más bien la pregunta de la apertura hacia los demás, que de hecho es una de
las condiciones previas
de la “humanidad” en cada uno de los sentidos de la palabra. Pa rece evidente que compartir la alegría es
absolutamente supe rior en este aspecto que compartir el sufrimiento.
La alegría y no la tristeza es locuaz y
el verdadero diálogo humano difiere de la
mera conversación o incluso de la discusión
en que está impreg nado
por el placer en la otra persona y lo que
dice. Podríamos de cir que está afinado a la clave
de la alegría, Lo que se interpone en el camino de esta alegría es
la envidia, que en la esfera de la
humanidad es el peor de los vicios; pero la antítesis de la compa sión
no es la envidia sino la crueldad, que no
es un sentimiento menor que la
compasión, pues es una perversión, un sentimien to de placer allí donde
debería sentirse naturalmente dolor. El
factor decisivo es que el placer y el dolor, al igual que todo lo ins
tintivo, tienden al mutismo, y a pesar de que pueden llegar a pro ducir
sonidos, no producen un discurso y menos aún un diálogo.
Todo esto no es más que otra manera de decir
que el hu manitarismo
de la hermandad raramente conviene a aquellos que no pertenecen al grupo de los insultados o heridos y sólo pueden compartirlo a través de la compasión. La calidez de los pueblos parias no puede extenderse a
aquellos cuya posición di ferente en el mundo les impone una responsabilidad
para con és te y no les permite compartir la alegre despreocupación de
los parias. Sin embargo, es cierto que
en los “tiempos de oscuridad’la calidez que es el sustituto de la luz para los parias
ejerce una gran fascinación
sobre todos aquellos que se sienten tan aver gonzados del mundo tal como es que quisieran refugiarse en
la invisibilidad. Yen la
invisibilidad, en esa oscuridad donde un
hombre que se
esconde no necesita seguir viendo el mundo visi ble, sólo la
calidez
y la fraternidad de seres humanos estrecha mente unidos unos a otros pueden compensar la extraña
irreali dad que las relaciones humanas adoptan cada vez que se desa rrollan
en la falta absoluta de mundo, sin estar relacionados con el mundo común a todas las personas. En dicho
estado de falta de mundo y de irrealidad
es fácil llegar a la conclusión de que el
elemento común a todos los hombres no es el mundo, sino la “naturaleza humana” de tal o cual tipo. De
qué tipo es depende del intérprete; casi
no tiene importancia si se enfatiza la razón,como una
propiedad de todos los hombres, o un sentimiento co mún a todos, tal como la capacidad de sentir compasión.
El ra cionalismo y el sentimentalismo del siglo XVIII son sólo dos as
pectos de lo mismo; ambos podrían conducir de la misma mane ra a ese exceso
entusiasta donde los individuos sienten lazos de hermandad con todos los hombres. En cualquier
caso, esta ra-
cionalidad y este
sentimentalismo no fueron más que sustitutos
psicológicos, localizados en
el reino de la invisibilidad, para la
pérdida del mundo común y visible.
Esta “naturaleza humana” y los
sentimientos de fraternidad que la acompañan se manifiestan sólo en la
oscuridad y, por lo tanto, no pueden ser identificados
en el mundo. Además, en con diciones de visibilidad se esfuman como los
fantasmas. La hu manidad de los insultados y heridos aún no ha sobrevivido la
ho
ra de liberación por más de un minuto. Esto
no quiere decir que sea
insignificante, pues de hecho hace que el
insulto y la
herida sean soportables; pero sí significa que en términos políticos
es absolutamente irrelevante.
III
Estas
y otras preguntas similares sobre la actitud correcta en los “tiempos de oscuridad”
resultan especialmente
familiares a la generación y al grupo al cual pertenezco.
Si la armonía con el mundo, que es parte
integral del hecho de recibir honores,
nun ca ha sido una cuestión fácil en nuestros tiempos y bajo las cir cunstancias de
nuestro mundo, lo es menos aun para nosotros. I^os honores no formaron parte de nuestra
educación,
y no sería sorprendente si ya no
fuésemos capaces de la sinceridad y
la confianza que se necesitan para
aceptar con sencillez y
gratitud
lo que el mundo
ofrece de buena fe. Incluso aquellos de nosotros
que
por medio del habla o la escritura se han aventurado en la vi da pública
no lo han hecho por un placer original en la escena pública y no esperaban ni aspiraban a
recibir la estampa de la aprobación
pública. Hasta en público, tendían a dirigirse sólo a sus amigos o a hablar a aquellos lectores y
oyentes desconoci dos con los que cualquiera que habla o escribe no puede
dejar de sentirse unido en una oscura
hermandad. Me temo que en sus esfuerzos
sintieron muy poca responsabilidad con respecto
al mundo; más bien, estos esfuerzos estaban guiados por su es peranza
de preservar un mínimo de humanidad en un mundo
que se ha vuelto inhumano y, al mismo tiempo, resistir lo máxi mo
posible la extraña irrealidad de esta carencia de mundo, cada uno a su manera y algunos al intentar, hasta
los límites de su ca-
paridad,
comprender incluso la inhumanidad y las monstruosi dades intelectuales y políticas de una época
confusa.
Señalo en forma explícita el hecho de pertenecer
al grupo de judíos
expulsados de Alemania a una edad
relativamente tem prana, porque
deseo anticipar ciertos malentendidos que pue den surgir con facilidad al
hablar de humanidad. Con respecto a
esto, no puedo disimular el hecho de que durante varios años consideré que la única respuesta correcta a
la pregunta: ¿quién eres tú? era: una
judía. Esa sola respuesta tomaba en cuenta larealidad de la persecución. En cuanto a la respuesa
(Soy un hombre) con la que Nathan el Sabio replica (en
efecto, aunque no con verdaderas
palabras) la orden “Acércate, judío”,
no la ha bría considerado más que una grotesca y peligrosa evasión de
la realidad.
Permítanme aclarar
rápidamente otro posible malentendi do. Cuando utilizo la palabra “judío” no quiero sugerir
un tipo de ser humano especial,
como si el destino judío fuera representati vo o un modelo del destino
de la humanidad. (Una tesis así sólo hubiera
sido apoyada con fuerza durante la última etapa de la do minación nazi, cuando
en realidad se estaba explotando a los ju díos y al antisemitismo sólo para
mantener en funcionamiento el programa
racista de exterminación. Pues esta era una parteesencial del gobierno totalitario. El movimiento nazi se inclinó hacia
el totalitarismo desde un principio; sin embargo, el Tercer Reich no fue de ninguna manera totalitario durante sus
[rimeros años. Con “primeros años” me
refiero al primer período
que du ró desde 1933 hasta 1938). Al decir,
“una judía” no hacía referen cia a una realidad cargada con la distinción por
parte de la histo ria. Sólo reconocía un suceso político a través el cual el
hecho de pertenecer a este grupo pesaba
más que todas las otras pregun tas sobre la identidad personal o más bien las
había inclinado enfavor del anonimato. En la actualidad, dicha actitud
parecería una pose. En
la actualidad, por lo tanto, es fácil señalar que aque llos que reaccionaron de esta manera nunca llegaron
muy lejos en la escuela de “humanidad”,
cayeron en la trampa tendida por Hitler
y, por ende, sucumbieron al espíritu del hitlerismo a su propia manera. Lamentablemente, el simple
principio que aquí se cuestiona es
difícil de comprender en especial en épocas dedifamación
y persecución: el principio de que uno sólo puede re-
wstir bajo los
términos.de la identidad que es objeto de ataque. Aquellos que rechazan estas identificaciones con un mundo
hos- lil pueden sentirse superiores al mundo, pero su superioridad ya
no i>ertenece a este mundo; es la superioridad de un mundo ima
ginario y chiflado más o menos bien equipado.
Cuando revelo entonces los
antecedentes personales de mis reflexiones, para aquellos que
conocen el destino de los judíos sólo a través
de rumores puede sonar como si hablara con las pa labras del colegio, un colegio al que no han asistido y cuyas lec ciones no les conciernen. Pero sucede
que, durante ese mismo ixTíodo, en
Alemania se daba el fenómeno conocido como “emi gración interior”, y
aquellos que saben algo sobre esa
experien cia pueden reconocer ciertas cuestiones y conflictos relaciona dos con los problemas que he
mencionado en u
n sentido más que meramente formal y estructural. Tal como lo sugiere su nombre, la “emigración interior”
fue un fenómeno curiosamente ambiguo.
Por un lado, significaba que en Alemania había perso nas que se comportaban
como si no pertenecieran al país, que se
sentían como emigrantes; y por otro, indicaba que en realidad no habían emigrado sino que se habían
retirado a un mundo interior, a la
invisibilidad del pensamiento y el sentimiento. Sería un error imaginar que esta forma de exilio,
el hecho de retirarse del mundo e
internarse en un reino interior, sólo se dio en
Alemania, tal como sería un error imaginar que dicha emigra ción
terminó cuando el Tercer Reich llegó a su fin. Sin embargo, en (isas épocas tan oscuras, tanto dentro
como fuera de Alema nia la tentación era muy fuerte, frente a una realidad al
parecer insoportable, cambiar el mundo y
su espacio público por una vi da interior, o simplemente ignorar dicho mundo
en favor de un mundo imaginario “tal
como debería ser” o tal como lo fue algu na vez.
Se ha discutido mucho la
tendencia tan difundida en Alema nia a actuar como si los años entre 1933 y 1945 nunca
existieron; como si esta parte de la historia alemana, europea y por
lo tanto mundial
pudiera ser borrada de los libros; como si todo depen diera
del hecho de olvidar el aspecto “negativo” del pasado y re ducir el horror al sentimentalismo. (El éxito
mundial de E l dia rio de Ana Frank fue una clara prueba
de que dichas tendencias no se limitaban
sólo a Alemania). Fue algo grotesco que no se
29
les
permitiera
aprender a los jóvenes alemanes los hechos que
cualquier estudiante a unos
pocos kilómetros de distancia no po día evitar saber. Detrás de todo esto había, claro está, una per plejidad genuina.
Y esta incapacidad misma de enfrentar la reali dad del pasado podría haber
sido una herencia directa de la emi gración interior, tal como fue sin duda
hasta cierto punto, y aun en forma más
directa, una consecuencia del
régimen de Hitler, es decir, una
consecuencia de la culpa organizada con la que los
nazis comprometieron a todos los habitantes del suelo alemán,
no menos los exiliados interiores que los resueltos miembros del partido y los vacilantes viajeros. Los
aliados simplemente in corporaron el hecho de esta culpa a la fatídica
hipótesis de la cul pa colectiva. Aquí se encuentra la razón de la profunda
ineptitud de los alemanes, que llama la
atención de cualquier extranjero, en
cualquier discusión de las cuestiones del pasado. Lo difícil que resulta encontrar una actitud razonable
está tal vez mejor expresado por el
cliché de que aún “no se ha dominado” el pasa do y por la convicción que
sostienen en particular hombres de buena
voluntad de que lo primero que hay que hacer es comen zar a “dominarlo”. Quizá
eso no pueda hacerse con ningún pasa do y menos aún con el pasado de la Alemania
de Hitler. Lo mejor que puede lograrse
es saber con precisión qué fue, soportar esteconocimiento
y luego aguardar y ver qué resulta de este conoci miento y esta
tolerancia.
Tal vez pueda explicar mejor esto con un
ejemplo menos do loroso. Después de la Primera Guara Mundial
experimentamos el “dominio del pasado” en un
torrente de descripciones sobre la guerra que
variaban enormemente en forma y calidad: natural mente, esto no sólo sucedió e
n Alemania sino en todos los países afectados. Sin embargo, pasarían treinta años
antes de que apa reciera una obra de arte que mostrara con tanta transparencia
la verdad interior del hecho que fue
posible decir: sí, esto fue lo que
sucedió. Y en esta novela de William Faulkner titulada Unafábula se describe muy poco, se explica aun menos y no
se “do mina” nada en absoluto; su
final son lágrimas que el lector tam bién derrama y lo que queda más
allá de esto es el “efecto trági co” o el “placer trágico”, la frustrante
emoción que nos permite poder aceptar el
hecho de que algo como esta guerra haya podi do suceder. Menciono la tragedia
deliberadamente porque ésta
representa,
más que las otras formas
literarias, un proceso de re conocimiento.
El
héroe trágico se vuelve bien informado al vol
ver a vivir lo que se ha hecho en la forma de sufrimiento, y en osle pathos, al volver a vivir el pasado la cadena de actos indivi duales se transforma
en un hecho, en un todo significativo. El
clímax culminante de la tragedia se da cuando el actor se con vierte en
víctima; allí yace su peripecia, la revelación del desenla ce. Pero hasta los
argumentos no-trágicos se convierten en he-
clios genuinos cuando se los experimenta una segunda vez bajo la forma de sufrimiento, cuando la memoria
opera en forma re- i rospectiva y
perceptiva. Dicha memoria sólo puede hablar cuan do se han silenciado la
indignación y la ira, que nos obligan a la
acción, y ello necesita tiempo. No podemos dominar el pasado más de lo que podemos deshacerlo. Sin
embargo, podemos re
conciliarnos con él. Y la forma de hacerlo
es el lamento, que sur ge a partir de cualquier
recuerdo. Es, tal como ha dicho Goethe
(en la Dedicación a Fausto):
DerSchmerz wird neu, es wiederholt die Klage Des Lebens labyrinthisch trren Lauf
(El dolor vuelve a surgir, el lamento repite el curso errante y laberíntico de la vida.)
El impacto trágico de esta
repetición en el lamento afecta uno de los
principales elementos de toda
acción; establece su significado y ese significado permanente que luego ingresa a la historia. En la distinción por contras
te con los otros
elementos propios de la acción (sobre todo
de las metas preconcebidas,
los motivos apremiantes y los principios
guías, los cuales se toman
visibles en el curso de la acción), el significado de un acto sólo
se i evela cuando la acción en sí ha
concluido y se ha convertido en una
historia susceptible a la narración. Hasta donde sea posible cierto “dominio” del pasado, éste consiste en
relacionar lo suce dido; pero dicha narración, que da forma a la historia, no
resuel ve ningún problema y no alivia ningún sufrimiento; no domina nada de una vez y para siempre. Por el
contrario, mientras siga vivo el
significado de los sucesos (y este significado puede per sistir durante
períodos prolongados), el “dominio del pasado”
puede adoptar la forma de una narración recurrente. El poeta, en un sentido muy general, y el historiador, en
sentido especial, tie-
nen
la tarea de establecer este proceso de narración en movi miento y de involúcranos en ella.
Y nosotros que no somos, en la mayor parte, ni poetas ni historiadores, estamos
familiarizados con la naturaleza
de este proceso por nuestra propia experiencia
con la vida, pues nosotros
también tenemos la necesidad de re
cordar los sucesos significativos
de nuestras vidas al relacionar los con nosotros y otras personas. De
este modo, estamos cons tantemente preparando el camino para la “poesía”, en
el sentido más amplio, como una
potencialidad humana; estamos esperan do constantemente que surja en algún ser
humano.
Cuando esto sucede, el relato de lo acaecido se
detiene y se agrega una narrativa formada, un punto más al repertorio
del mundo. En la materialización
del poeta o del historiador, la na rración de la historia ha adquirido permanencia y persistencia. Por lo tanto, se le ha dado a la narrativa su lugar en el mundo, donde nos sobrevivirá. Allí podrá seguir
viviendo: una historia entre muchas.
Estas historias no tienen ningún significado que sea separable de ellas por completo, y esto
lo sabemos por nues tra propia experiencia no-poética. Ninguna filosofía,
análisis o aforismo, por profundo que
sea, puede compararse en intensi dad y riqueza de significado con una historia
bien narrada.
Parece que me he alejado
de mi tema. La pregunta es cuán ta realidad debe retenerse incluso en un mundo inhumano
si no queremos reducir la humanidad
a una frase vacía o un fantasma.
0 para decirlo en otras palabras,
¿hasta qué punto seguimos obligados
con el mundo cuando nos han echado de él o nos he mos retirado
de éste? No deseo aseverar que la “emigración in terior”, la huida del mundo hacia el escondite, de
la vida pública al anonimato (cuan
do eso es lo que en
realidad fue y no sólo un pretexto para
hacer lo que todos hicieron
con suficientes reser vas interiores para salvar la propia conciencia), no era
una acti tud justificada, y en muchos casos, la única posible. Siempre y cuando no se ignore la realidad, puede
justificarse la huida del mundo en
épocas oscuras de impotencia, aunque se reconozca como algo que se debe evitar. Cuando una
persona elige esta al ternativa, también la vida privada puede retener una
realidad de de ninguna manera
insignificante, aunque permanezca impoten te. Sólo es importante que esa
persona se dé cuenta de que el ca rácter real de esta realidad no consiste en
su nota profundamen-
te
personal,
más de lo que surge de la intimidad como tal, sino que es inherente al mundo del cual ha escapado. Esta
persona deberá recordar que siempre está
huyendo y que la realidad del
mundo se expresa entonces a través de ese escape. Por lo tanto, la verdadera fuerza del escapismo surge de la
persecución, y la fuerza personal del
fugitivo aumenta a medida que aumentan la
persecución y el peligro.
Al mismo tiempo no podemos
dejar de ver la limitada impor tancia política de dicha existencia,
aun si se basa en la pureza. Sus límites
son inherentes al hecho de que la fuerza y el poder no son iguales; ese poder sólo surge
allí donde las personas actú an en conjunto
pero no donde las personas se hacen más fuertes como individuos. Ninguna fuerza es lo suficientemente grande como para reemplazar el poder; cada vez que
la fuerza se enfren ta al poder, es
la fuerza la que siempre sucumbe. Pero incluso en la mera fuerza para escapar y resistir
mientras se huye no puede materializarse
allí donde se pase por alto o no se tenga en cuen ta la realidad, como cuando
un individuo se cree demasiado bue no y noble como para oponerse a dicho
mundo, o cuando puede enfrentar la “negatividad”
absoluta de las condiciones predomi nantes en un momento dado. Qué tentador
era, por ejemplo, ig norar simplemente el parloteo intolerable y estúpido de
los nazis. Pero por seductor que parezca
el hecho de ceder a esas tentaciones y
encerrarse en el refugio de la propia psique, el re sultado será siempre una
pérdida de humanidad junto con el
abandono de la realidad.
Por lo tanto, en el caso de una amistad
entre un alemán y un judío bajo las
condiciones del Tercer Reich, no habría sido un signo de humanidad que los amigos hubieran dicho: ¿No
somos acaso los dos seres humanos? Habría sido una mera evasión de la realidad y del mundo
común a ambos en ese momento; no se
resistían al mundo tal como era. Las personas que negaban la re
alidad de la distinción podían evadir pero no desafiar una ley que prohibiera las relaciones sexuales entre
judíos y alemanes. De acuerdo con una
humanidad que no había perdido el sólido te rreno de la realidad, una
humanidad en medio de la realidad de la persecución,
estos amigos se habrían tenido que decir: un ale mán y un judío, y amigos. Sin
embargo, cada vez que se daba una
amistad así en esa época (por supuesto que en la actualidad la s¡-
tuación ha cambiado por
completo) y se mantenía con pureza, es decir sin
falsos complejos de culpa por un lado y falsos comple jos de
superioridad o de inferioridad por el otro, se había logrado una pizca de humanidad en un mundo inhumano
IV
El ejemplo de amistad que cité, porque una
variedad de ra zones me parece
especialmente pertinente a la cuestión de hu manidad, nos lleva otra vez a Lessing. Como es
bien sabido, los antiguos
consideraban que los amigos era
indispensables para la vida humana, que una vida sin amigos no valía la pena de ser vivida. Al sostener esto,
no daban gran importancia a la idea de
que necesitamos la ayuda de
los amigos cuando tenemos dificul
tades; por el contrario, pensaban que no puede haber felicidad ni buena
fortuna para nadie a menos que un amigo comparta su alegría. Por supuesto que la máxima de que
sólo en la desgracia descubrimos quiénes
son los verdaderos amigos tiene algo de
cierto; pero aquellos a quiénes consideramos nuestros verdade ros
amigos sin dicha prueba son por lo general aquellos a quie nes les revelamos
sin dudar nuestra felicidad y con quienes com partimos nuestras alegrías.
Estamos acostumbrados a ver la amistad como
un fenóme no de intimidad,
donde los amigos abren sus corazones sin tener
en cuenta el mundo y sus
demandas. Rousseau y no Lessing es quien
mejor defiende este punto de vista
que concuerda tan bien con la actitud
básica del individuo moderno, que en su aliena ción del mundo sólo puede revelarse verdaderamente en la inti midad
y en la intimidad de encuentros cara-a-cara.
Por lo tanto, nos resulta difícil
comprender la importancia política de
la amis tad. Cuando leemos, por
ejemplo, en Aristóteles que phtlia, amistad entre ciudadanos, es uno de los
requisitos fundamenta les del bienestar de la ciudad, tendemos a pensar
que hacía refe rencia a la mera ausencia de facciones y de guerra civil dentro
de ella. Pero para los griegos, la
esencia de la amistad consistía en el
discurso. Sostenían que sólo el intercambio constante de ide as unía a los
ciudadanos en una polis. En el discurso, la importan cia política de la
amistad y su peculiar humanidad quedaban de
manifiesto.
Esta plática (en constraste con la charla ínfima don de los
individuos hablan sobre sí mismos), por muy impregnada que esté del placer en la presencia del
amigo, se relaciona con el mundo común, que permanece “inhumano” en un
sentido muy literario a menos que los seres humanos
hablen constantemente
de él. Pues el mundo no es humano sólo porque está hecho por seres humanos, y no se vuelve humano sólo
porque la voz huma na resuene en él sino sólo cuando se ha
convertido en el objeto de discurso. Sin embargo, por mucho que nos afecten las cosas del
mundo, por profundo que nos estimulen, sólo se tornan hu manas para nosot
ros cuando podemos discutirlas con nuestros semejantes. Aquello que no pueda convertirse
en objeto de dis curso (lo verdaderamente sublime, lo verdaderamente
horrible o lo sobrenatural) puede hallar
una voz humana a través de la cual sonar
en el mundo, pero esto no es con exactitud humano. Humanizamos aquello que está sucediendo en el
mundo y en no sotros mismos con el mero hecho de hablar sobre ello y mien
tras lo hacemos aprendemos a ser humanos.
Los griegos denominaban esta humanidad que se
adquiere en el discurso de amistadd pkilanthropia, “amor por
el hombre”, dado que se manifiesta
en una prontitud a compartir el mundo
con otros hombres. Lo opuesto, misantropía, significa simple
mente que el misántropo no encuentra a nadie con quien com partir el mundo,
que a nadie considera apto para regocijarse con él del mundo, la naturaleza y el cosmos.
La filantropía griega su frió varios cambios antes de convertirse en la
humanitas roma na. El más importante de estos cambios correspondió al
hecho político de que en Roma las
personas de orígenes étnicos y des cendencias muy diferentes podían adquirir
la ciudadanía roma na y entrar así en el discurso entre los romanos cultivados
y po dían entonces discutir el mundo y la vida con ellos. Y este medio ambiente político es lo que distingue la humanitas
romana de aquello que los modernos
denominan humanidad, con lo cual se
refieren a un mero efecto de la educación.
Esa humanidad debe ser sobria y fría en lugar
de sentimen tal; esa humanidad no
está ejemplificada en la fraternidad sino
en la amistad; esa amistad no es íntimamente personal sino que hace demandas políticas y preserva la
referencia al mundo (todo esto nos
parece tan exclusivo y característico de la antigüedad
clásica
que nos sorprende cuando
descubrimos rasgos de este tipo en Nathan el
Sabio) que, por moderno
que sea, podría lla marse y con algo de justicia el drama clásico de la amistad. Lo que nos parece extraño en la obra es el
“Debemos, debemos ser
amigos” con el que Nathan se dirige al templario y de hecho, a cualquiera
con quien se cruza; pues esta amistad es obviamente tanto más importante para lessing que la
pasión de amor que bruscamente pone fín
a la historia de amor (los amantes, el tem plario y Recha, la hija adoptada de
Nathan, resultan ser herma nos) y la transforma en una relación donde se
requiere la amis tad y se elimina el amor. La tensión dramática de la obra se
basa únicamente en el conflicto que
surge entre la amistad y la huma nidad con la verdad. El hecho resulta tal vez
más extraño para el hombre moderno, pero
una vez más, está curiosamente relacio nado con los principios y conflictos
que preocupaban a la an tigüedad clásica. Por último, después de todo, la
sabiduría de Nathan consiste en su
disposición a sacrificar la verdad a la
amistad.
Lessing terna opiniones altamente ortodoxas
con respecto a la verdad.
Se negaba a aceptar cualquier
verdad, incluso aque llas presumiblemente transmitidas por la Providencia, y nunca se sintió obligado por la verdad,
ya fuera impuesta por otros o por sus
propios procesos de razonamiento. Si se hubiera enfren tado a la
alternativa platónica de doxa
o aletheia, opinión o ver dad, no cabe duda de cómo lo habría resuelto. Se alegraba de que (para usar su parábola) se hubiese perdido
el genuino ani llo, si es que
alguna vez existió; se alegraba por
el infinito núme ro de opiniones que surgen cuando los
hombres discuten los asuntos de este mundo. Si el genuino anillo
existió, ellos signifi caría el final del discurso y por lo tanto de la
amistad y de la hu manidad. También se alegraba de pertenecer a la raza de
“dioses limitados”, como solía denominar
a veces a los hombres; y creía que la
sociedad humana no salía lastimada por “aquellos que se preocupan más por crear nubes que por
disiparlas”, mientras que
infligían“mucho daño aquellos que desean someter todas las formas de pensamiento del hombre al yugo
de los propios”. Esto no tiene mucho que
ver con la tolerancia en el sentido co rriente (de hecho, el mismo Lessing no
era una persona espe
cialmente
tolerante), pero tiene mucho que ver con el don de la
amistad,
con la apertura hacia el mundo y por último con el ver dadero amor por la humanidad.
El tema de los “dioses limitados”, de las
limitaciones del en tendimiento humano,
limitaciones que la razón especulativa pue de señalar y, por lo tanto, trascender, se convirtieron en el gran
objeto de las críticas de Kant. Pero sea lo que fuere que las acti tudes
de Kant puedan tener en común con las de Lessing (de he cho tienen
mucho en común), los dos pensadores diferían en un punto decisivo. Kant se dio cuenta de que no
puede haber una verdad absoluta para el
hombre, por lo menos no en un sentido
teórico. Por cierto que habría estado preparado a sacrificar laverdad
ante la posibilidad de la libertad humana; pues si poseyé ramos la
verdad no podríamos ser libres. Pero no habría
estado de acuerdo con Lessing acerca de
que la verdad, si realmente existía, podía ser sacrificada sin
duda
alguna a la humanidad, a la posibilidad de la amistad y del discurso entre los hombres. Kant sostenía que existe un absoluto, el deber del
imperativo categó rico que está por encima de los hombres es decisivo en todos
los asuntos humanos y no puede
infringirse ni siquiera por el bien de
la humanidad en cada uno de los sentidos de la palabra. Los críticos de la ética kantiana han denunciado
con frecuencia que esta tesis es
inhumana y despiadada. Sean cuales fueren los mé ritos de sus argumentos, es
innegable la inhumanidad de la filo sofía moral de Kant. Y esto es así porque
el imperativo categóri co está postulado como absoluto y su carácter de
absoluto intro duce al mundo interhumano (que por su naturaleza consiste
en relaciones) algo que está en contra de
su relatividad fundamen tal. La inhumanidad que está unida al concepto de una
sola ver dad surge con una particular claridad en el trabajo de Kant por que
inténtó basar la verdad en la razón práctica; es como si él, que señaló de manera tan inexorable los
límites cognoscitivos no soportara
pensar que tampoco en la acción el hombre puedecomportarse como un dios.
Lessing,
sin embargo, se alegraba de lo único que siempremolestó a los filósofos (al
menos desde Parménides y Platón): que
la verdad, en cuanto se la dice, se transforma de inmediato en una opinión entre muchos, se la discute, se la reíormula
y se la reduce a un sujeto de discurso entre otros. La
grandeza de lessing no consiste
meramente en el discernimiento teórico de
que no puede haber una
sola verdad dentro del mundo humano sinoen su alegría de que no exista y que por lo tanto, el
intermi nable discurso entre los hombres jamás cesará mientras el hom
bre siga existiendo. Una sola verdad absoluta, de haber existido, habría sido la muerte de todas esas disputas
en las que este pre decesor y maestro de toda polémica en idioma alemán se
sentía tan cómodo y siempre tomaba
partido con la mayor claridad y
definición.
En la actualidad nos resulta difícil
identificarnos con el dra mático
aunque no trágico conflicto de Nothon el Sabio, como fue la intención de
Lessing. Esto se debe en parte a que en
relación con la verdad se ha
convertido en una cosa común ser
toleran tes, aunque por razones que
nada tienen que ver con las razones de
Lessing. Aun hoy, alguien podría establecer la cuestión al es tilo de la
parábola de Lessing de los tres anillos, como por ejem plo, en el
magnífico manifiesto de Kafka: “Es difícil hab
lar de la verdad, pues
aunque sólo haya una verdad, ésta está viva y por lo tanto posee un rostro vivo y cambiante*. Sin
embargo, aquí tam poco se dice nada del punto político de la antimonia de
Lessing, es decir, el posible
antagonismo entre la verdad y la humanidad.
Hoy en día, es raro encontrar personas que se crean dueñas de la verdad; sin embargo, nos enfrentamos
constantemente a per sonas que están seguras de tener razón. La distinción es
clara: la cuestión de la verdad en la
época de Lessing era una cuestión de filosofía
y religión, mientras que nuestro problema sobre tener la razón surge dentro del marco de la ciencia
y siempre se deci de por una forma de pensamiento orientada hacia la ciencia.
Al decir esto ignoraré la cuestión de si
este cambio en las formas de pensamiento
ha demostrado ser para nuestro bien o no. El am pie hecho es que aun los
hombres que son totalmente incapaces de
juzgar los aspectos específicamente científicos de un argu mento están tan
fascinados por la precisión científica como lo es taban los hombres del siglo
XVIII con la cuestión de la verdad. Y
por extraño que parezca, el hombre moderno no ha perdido suadmiración por la actitud de los científicos,
quienes, mientras es tán procediendo de manera científica, saben muy
bien que sus “verdades” nunca son
finales sino que sufren continuas revisio nes radicales a través de la
investigación viva.
A pesar de la diferencia
entre las nociones de poseer la ver dad y tener razón, estos dos puntos de vista tienen algo en co
mún: aquellos que adoptan uno u otro por lo
general no están preparados a sacrificar
su punto de vista a la humanidad o la
amistad en caso de conflicto. De hecho creen que hacerlo viola ría un deber importante, el deber de la
“objetividad”; de modo que si aun en
ocasiones realizan este sacrificio no sienten que.actúan por la conciencia sino
que incluso se sienten avergonza dos de su humanidad y se sienten
culpables por ello. En térmi nos de la époc
a en la que vivimos, y en
términos de las muchas opiniones dogmáticas que dominan nuestro
pensamiento, pode mos traducir
el conflicto
de Lessing en uno más cercano a nues tra propia experiencia, al demostrar su aplicación a los
doce años y a la ideología
predominante del Tercer Reich. Por
el mo mento, señalemos el hecho de
que la doctrina racial de los nazis no
es demostrable e
n principio porque contradice
la “naturale za” del hombre. (A propósito, vale la pena señalar que estas teo
rías “científicas” no fueron una invención de los nazis y ni siquie ra una invención
específicamente alemana). Pero por el momen to, supongamos que se hubiese
podido probar de manera con vincente las teorías raciales. Pues no puede negar
que las prácti cas conclusiones políticas que los nazis extrajeron de estas
teorí as fuesen perfectamente lógicas. Supongamos que pueda de mostrarse, a
través de una innegable evidencia científica, que una raza es inferior; ¿eso justifica su
exterminio? Sin embargo, la respuesta a
esta pregunta sigue siendo demasiado fácil porque podemos invocar el “No matarás”, que de hecho
se ha converti do en el mandamiento fundamental del pensamiento legal y mo
ral de Occidente desde la victoria del Cristianismo sobre la anti güedad. Pero
en los términos de una manera de pensar que no
está dirigida por ninguna censura legal, moral o religiosa (y el pensamiento de Lessing era tan libre como lo
era “libre y cam biante”), la pregunta debería plantearse de la siguiente
manera: Una doctrina así, por
convincente que fuera, ¿vale el sacrificio de algo tan importante como la simple amistad
entre dos hombres?
Así hemos regresado a mi
punto de partida, a la sorprenden te falta de “objetividad” en la polémica de Lessing, a su
parciali dad siempre vigilante, que no tiene nada que ver con la
subjetivi dad pues siempre está formulada no en términos del ser sino
en términos de la relación de los
hombres con su mundo, en térmi nos de sus posiciones y opiniones. Lessing no
habría tenido nin guna dificultad para responder a la pregunta que acabo de
plan
tear. Ningún discernimiento en la naturaleza del
Islam, del Juda ismo o del Cristianismo habrían evitado que entablara amistad y
el discurso de amistad
con
un mahometano convencido, un judío piadoso o un cristiano creyente. Cualquier
doctrina que negara en principio la
posibilidad de la amistad entre dos seres huma nos habría sido rechazada por
su conciencia libre e infalible. Se
habría puesto de inmediato del lado humano y despachado de in mediato
la discusión erudita o no en cualquiera de los campos. En eso consistía la humanidad de Lessing.
Esta humanidad surgió en un mundo esclavizado
desde el punto de vista político cuyas bases ya estaban tambaleantes. Les sing también vivía en un “tiempo de oscuridad” y
después de su
propia moda fue destruido por su oscuridad. Hemos visto la po derosa necesidad que tienen los hombres en esas épocas de acercarse unos a otros para buscar en la calidez de la intimidad el
sustituto de esa luz y esa iluminación que sólo puede brindar el reino público. Pero esto significa que evitan las disputas y tra tan de
relacionarse sólo con personas con las que no pueden te ner conflicto. Para
un hombre de la disposición de
Lessing, no había demasiado espacio en
una época así y en un mundo
tan confinado; allí donde la gente se
urna para brindarse calor unos a otros,
se alejaban de él. Y sin embargo Lessing, que era polémi co al punto de la
pugnacidad, no soportaba la soledad más que la
excesiva cercanía de una fraternidad que borraba toda distin ción.
Nunca se sintió inclinado a pelearse con alguien con quien había entrado en disputa; sólo le interesaba
humanizar el mundo a través del discurso
incesante y continuo sobre sus asuntos y
sus cosas. Quería ser amigo de muchos hombres pero no ser hermano de ninguno.
No logró esta amistad en el mundo con la gente
en la dispu ta y el discurso,
y de hecho, bajo las condiciones prevalecientes
entonces en las tierras de habla alemana, no lo habría podido lo grar
nunca. En Alemania no podía desarrollarse la compasión por un hombre “que valía más que todos
sus talentos” y cuya grandeza “yacía en
su individualidad” (Friedrich Schlegel) por que la compasión tendría que
surgir fuera de la política en el sen tido más profundo de la palabra. Como
Lessing era una persona totalmente
política, insistía en que la verdad sólo puede existir allí donde es humanizada por el discurso,
sólo donde cada hom-
bre no dice lo que se le ocurre en el
momento sino lo que “consi dera
verdadero”. Pero dicho discurso es
virtualmente imposible en la soledad; pertenece a un campo donde hay muchas voces y
donde el anuncio de aquello
que cada uno “considera verdade ro" une y separa a los hombres al
mismo tiempo, estableciendo
de hecho esas distancias entre hombres que juntas abarcan el mundo.
Cada verdad fuera de este campo, sin importar si aporta el bien o el mal a los hombres, es inhumana en el sentido
literal de la palabra; pero no
porque pueda alzar a los hombres unos en
contra de otros y separarlos. Todo lo contrario, es porque podría resultar que de repente todos los hombres se
unieran en una única opinión, como si de
varías opiniones surgiera una única, no
como hombres en su infinita pluralidad sino como hombre en singular, una especie y sus ejemplares, que
habitara la tierra. Si esto sucediera,
el mundo, que sólo puede formarse en los espa
cios intermedios entre los hombres en todas sus
variedades, de saparecería. Por esa razón, lo
más profundo que se ha dicho so bre la relación entre verdad y humanidad
es una oración de Les sing, la que parece extraer de todos sus trabajos
la última pala bra de la sabiduría. La oración es la siguiente:
Jedersage, was ikm wahrheit dünkt,und die wahrheit selbst sei gott
emp/ohlen!
(¡Que cada hombre diga lo que considera
verdad, y que la verdad misma esté encomendada a Dios!)
Rosa Luxemburgo
1871-1919
i
La
biografía definitiva, estilo
inglés, se encuentra dentro de los géneros más
admirables de la historiografía.
Larga, bien do cumentada, muy comentada y generosamente salpicada de ci tas, ésta
suele venir en dos grandes volúmenes y relata más y con un estilo
más vivido sobre el período
histórico en cuestión que el más destacado de los libros de historia. Pues a diferencia de
otras biografías, aquí no se considera la historia como el me dio inevitable
del período de vida de una persona famosa; es mas bien como si la luz incolora de un período
histórico estuviera re fractada por el prisma de un gran personaje de modo que
se lo gra una unidad completa de la vida y el mundo en el espectro re
sultante. Esta puede ser la razón por la que se ha convertido en el género clásico utilizado para las vidas de
los grandes hombres de estado aunque no
se adapta a aquellos cuyo mayor interés en
la vida se basa en la historia de la vida o para la vida de
artistas, escritores y, por lo general,
hombres o mujeres cuyo genio los obligó
a mantener al mundo a una cierta distancia y cuya impor tancia yace
principalmente en sus trabajos, los instrumentos que agregaron al mundo, no en el rol que desempeñaron
en él.11
1 Otra
limitación se hahecho más obvia en estos últimos años cuando Hit- ler y Stalin, debido a su
importancia para la historia contemporánea, recibieronel honor inmerecido de
biografías definitivas. Poco importa cuán escrupulosa mente Alan
Bullock en su libro sobre Hitler e Isaac Deutscher en su biografía deStalin hayan seguido los tecnicismos
metodológicos prescritos por el género; verla historia a la luz de estas
no-personas sólo daría por resultado la falsificación desu promoción a la
respetabilidad y en una distorsión más sutil de los hechos.
Fue
una
genialidad de parte de J.P. Nettl haber elegido la vi da de
Rosa Luxemburgo,*2 el candidato más improbable,
como tema para un género que sólo parece
apropiado para las vidas de los grandes hombres
de estado y otras personalidades del mun do. Ella, por cierto, no pertenecía a ninguna de estas
categorías. Aun en su propio
mundo del movimiento socialista europeo tie ne una figura un tanto marginal,
con momentos de esplendor y gran brillo
relativamente breves, cuya influencia en la obra y la palabra escrita apenas puede compararse con
la de sus contem poráneos: con Plekhanov, Trotsky y Lenin, con Bebel y
Kautsky, con Jaurésy Millerand. Si el
éxito en el mundo es requisito indis pensable para el éxito en el género,
¿cómo pudo Nettl tener éxi to con esta mujer quien cuando muy joven fue sacada
de su Polo nia natal y llevada al Partido Social Democrático Alemán;
quien siguió desempeñando un rol
importante en la poco conocida his toria del socialismo polaco y quien durante
casi dos décadas se convirtió en la
figura más polémica y menos comprendida (aun que nunca fue reconocido
oficialmente) del movimiento izquier
dista alemán? Pues fue precisamente el éxito, el éxito
aun en su propio mundo de revolucionarios, aquello que se le negó a
Rosa Luxemburgo en vida, en la
muerte y después de la muerte. ¿Pue de ser que el fracaso de todos sus
esfuerzos en relación con el
reconocimiento oficial esté de alguna manera relacionado con el funesto fracaso de la revolución en nuestro
siglo? ¿La historia se verá diferente si
la miramos a través del prisma de su vida y su
trabajo?
Por cierto que esto fuera, no conozco un
libro que arroje más luz
sobre el período crucial del socialismo europeo desde las últimas décadas del siglo XIX hasta el fatídico día de
enero de 1919 cuando Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, los dos líde res
del Spartakusbund, el precursor del partido comunista ale mán, fueron
asesinados en Berlín bajo los ojos del régimen so-
Cuando
queremos ver tanto los hechos como las personas en su justa proporción tenemos que seguir
remitiéndonos a las biografías mucho menos documentadas y virtualmente incompletas de Hitler y Stalin
de Konrad Heiden y Boris Souvari- ne,
respectivamente.
2 Rosa Luxemburg, 2 vols., Oxford
University Press, 1966.
44
eialista
que entonces
estaba en el poder, y tal vez con su conni vencia. Los asesinos eran miembros de los ultranacionalistas y oficialmente ilegales freikorps,
una organización paramilitar de donde los milicianos nazis reclutarían a sus
asesinos más prome tedores. El hecho de que el gobierno de la época
estuviera prác ticamente en manos de los freikorps, porque contaban con
el “to tal apoyo de Noske”, el experto de los socialistas en defensa nacional, entonces a cargo de los asuntos
militares, sólo fue con firmado hace poco tiempo por el capitán Pabst, el
último partici pante sobreviviente del asesinato. El gobierno de Bonn (tanto
en este como en otros aspectos,
demasiado ansioso por revivir los rasgos
más siniestros de la República de Weimar) dio a conocer que fue gradas a los freikorps que
Moscú no había logrado incor porar toda Alemania en el Imperio Rojo después de
la Primera Guerra Mundial y que el
asesinato de Liebknecht y Luxem burgo fue totalmente legal, “una ejecución de
acuerdo con la ley marcial”.3
Esto era mucho más de lo que alguna vez pretendió la
Repú blica
de Weimar, pues nunca se
admitió públicamente que los freikorps
eran en realidad un brazo del gobierno y que había “castigado” a los asesinos
suspendiendo una sentencia de dos años y
dos semanas al soldado Runge por “intento de asesinato” (había golpeado a Rosa Luxemburgo en
la cabeza en los corre dores del Hotel Edén), y de cuatro meses al teniente
Vogel (era el oficial a cargo cuando
Rosa fue arrojada al canal Landwehr) por
“no poder presentar un cadáver y disponer ilegalmente de éste”. Durante el juicio, se presentó como
evidencia una foto dePunge
con sus camaradas celebrando el asesinato en el mismo hotel al día siguiente, y esto causó
una gran alegría en el acusa do. “El acusado Runge debe comportarse como es debido. Este no es asunto de risa”, le dijo el juez que
presidía el juicio. Cua renta y cinco años después, durante el juicio de
Auschwitz en Francfort, tuvo lugar una
escena similar; se dijeron las mismas
palabras.
Con el asesinato de Rosa Luxemburgo y
Liebknecht, la divi sión de la izquierda
europea en los partidos Socialista y Comu nista se tornó irrevocable; “el
abismo que los comunistas se figu
3 Véase
el B ulletin des Presse-und Inform ationsam tes
der Bundes-regierung, del 8
de febrero de 1962, pág. 224.
raron en teoría se convirtió en... el abismo
de la tumba”. Y como este temprano
crimen recibió la ayuda del gobierno y fue induci do por el mismo, inició la danza de la
muerte en la Alemania de posguerra: los asesinos de la extrema derecha
comenzaron a li quidar a los líderes prominentes de la extrema
izquierda (Hugo Haase y
Gustav l^ndauer, Leo Jogiches y Eugene Leviné)
y pronto se movier
on
hacia el centro y centro-derecha (a Walter
Rathenau y Matthias Krzberger, ambos miembros del gobierno en el momento de sus muertes). Así, la muerte de Rosa Luxem- burgo se convirtió en la línea divisoria entre dos eras en Alema nia; y se
convirtió en el punto de no retomo para la izquierda ale mana. lodos
aquellos que se pasaron a los comunistas por una amarga desilusión con el Partido Socialista
se sintieron aun más desilusionados con
la declinación moral y la desintegración polí tica del Partido Comunista, y
sin embargo, sintieron que regre sar a las filas de los Socialistas sería
perdonar el asesinato de Ro sa. Estas reacciones personales, que rara vez son
admitidas en público, se encuentran
entre las pequeñas piezas tipo mosaico
que se acomodan en el gran acertijo de la historia. En el caso de Rosa Luxemburgo, forman parte de la leyenda
que pronto rodeó su nombre. Las leyendas
tienen una verdad propia, pero Nettl
tiene razón al no haber prestado casi atención al mito de Rosa.Su tarea, bastante difícil, fue regresarla a la
vida histórica.
Poco
después de su muerte, cuando todas las denominacio
nes
de la izquierda ya habían decidido que ella siempre estuvo “equivocada” (un “caso verdaderamente perdido”, tal como lo expresó George Lichtheim en Encounter), ocurrió un
cambio cu rioso en su reputación. Se publicaron dos pequeños
volúmenes de sus cartas y éstas,
totalmente personales y de
una belleza sen cilla, poética y humana,
fueron suficientes para destruir la ima gen de propaganda de la sedienta
de sangre “Rosa Roja”, por lo
menos en los círculos más obstinadamente anti-semitas y reac cionarios. Sin embargo,
después creció otra leyenda, la imagen
imbuida de sentimiento de la estudiosa de las aves y amante de las flores, una mujer cuyos guardias se
despidieron con lágrimas en los ojos
cuando abandonó la prisión, como si no pudieran se guir viviendo sin la
presencia de esta extraña prisionera que ha bía insistido en tratarlos como
seres humanos. Nettl no hace mención de
esta historia, que oí cuando era pequeña y luego confirmó Kurt Rosenfeld, su amigo y abogado,
quien sostenía
46
haber presenciado la escena. Tal vez sea
bastante verdadera y sus rasgos
levemente comprometedores se
compensan de algu na manera por la
supervivencia de otra anécdota, ésta sí mencio nada por Nettl. En 1907,
ella y su amiga Clara Zetkin (t|ue más tarde sería la “gran anciana” del comunismo
alemán) salieron a dar una vuelta, perdieron la noción del
tiempo y llegaron tarde a una cita con August Bebel, quien temió que se
hubiesen perdi do. Entonces Rosa propuso su epitafio: “Aquí yacen
las últimas dos mujeres de la democracia
social alemana”. Siete años des pués, en febrero de 1914, tuvo la ocasión de
probar la verdad de esta broma cruel en
una espléndida alocución a los jueces de la
Corte Criminal que la habían procesado por “incitar” a las masas a la desobediencia civil en caso de guerra.
(Nada mal, por cierto, para la mujer que
“siempre estaba equivocada”, estar sujeta a jui cio bajo este cargo cinco
meses antes del comienzo de la Prime ra Guerra Mundial, que pocas personas
“serias” habían creído posible). Nettl,
con buen sentido, ha reimpreso la alocución en
su totalidad; su “hombría” no tiene paralelo en la historia del so
cialismo alemán.
Llevó más años y más catástrofes que la leyenda
se convir tiera en un
símbolo de nostalgia por los buenos viejos
tiempos del movimiento, cuando las
esperanzas estaban
verdes, la revo lución a la vuelta de la esquina y, lo más importante,
la fe en las habilidades de las masas y
en la integrid
ad moral del liderazgo socialista o comunista seguía intacta. El hecho
de que la leyenda (vaga, confusa,
imprecisa en casi todos sus detalles) se expan diera por todo el mundo
y tomara vida cada vez que aparecía una
“Nueva Izquierda”, no sólo habla de la persona de Rosa Luxem- burgo sino también por las cualidades de esta
generación más antigua de la Izquierda.
Pero junto a esta glamorosa imagen,
también sobrevivieron los viejos clichés de la “mujer pendencie ra”,
una “romántica” que no era “realista” ni científica (es cierto que siempre estaba disconforme), y cuyos
trabajos, en particular su gran libro
sobre el imperialismo (The Accumulation o f Capi tal, 1913) no eran
tomados en cuenta. Cada movimiento de Nue va Izquierda, cuando le llegaba el
momento de cambiar y conver tirse a la Vieja Izquierda (por lo general cuando
sus miembros llegaban a los cuarenta
años), enterraba su temprano entusias mo por Rosa Luxemburgo junto con sus
sueños de juventud; y como usualmente no
se molestaban en leer, y mucho menos
comprender, lo que ella tenía
que decir, les resultaba fácil hacer laa un lado con todo el gusto
prosaico de su nuevo estatus adqui rido.
El
“luxemburguismo”, inventado después
de su muerte por escritores del partido por razones
políticas, nunca alcanzó el ho nor de ser denunciado como “traición”; y se lo trataba como una enfermedad inocua e infantil. Nada de lo que Rosa Luxemburgo
haya escrito o dicho sobrevivió, excepto su crítica sorprendente mente precisa de los políticos bolcheviques
durante la primera etapa de la
Revolución Rusa, y esto sólo porque aquellos para quienes un “dios había fracasado” podían
utilizarla como un ar ma por completo inadecuada contra Stalin. (“Hay algo
indecente en el uso del nombre de Rosa y
de sus escritos, como un misil de una
guerra fría”, tal como señaló el crítico del libro de Nettl en el Times Literary Supplement). Sus nuevos
admiradores no tenían más en común con
ella que sus detractores. Su altamente desa rrollado sentido para las diferencias
teóricas y su juicio infalible sobre las
personas, sus gustos y antipatías personales, habrían impedido que uniera a Lenin y a Stalin bajo
cualquier circunstan cia, independientemente del hecho de que ella nunca fue
una “creyente”, nunca utilizó la
política como un sustituto de la reli gión y se cuidó, tal como lo señala
Nettl, de no atacar la religión cuando
se oponía a la iglesia. En pocas palabras, mientras que la “revolución era para ella tan real y tan
cercana como para Lenin”, no era un
artículo de fe con ella más que con el marxismo. Lenin era principalmente un hombre de acción y
hubiera entrado en la.política de cualquier
forma; sin embargo ella, quien en su
no tan seria autoestima había nacido “para cuidar gansos”, podría ha berse dedicado a la botánica, la zoología,
la historia, la economía o la matemática
si las circunstancias del mundo no hubiesen
ofendido su sentido de justicia y de libertad.
Esto es para admitir que no era una marxista
ortodoxa, y de hecho, tan poco ortodoxa que
podría dudarse de si era marxista. Nettl declara justamente que para ella, Marx no era otra cosa que “el mejor intérprete de la realidad de todos ellos”, y el hecho de que escribiera “Ahora siento horror por el tan alabado primer volumen de El Capital de Marx debido a sus
ornamentos rococó al estilo
Hegel”.4 revela su falta de compromiso personal. Lo que
4 En una
carta de Hans Diefenbach, el 8 de marzo de 1917, en Briefe a n F
reunde, Zurich, 1950.
más importaba desde su punto de vista era la
realidad, en todos sus maravillosos y horrorosos aspectos, aun más
<|ue la revolu ción en sí. Su
heterodoxia era inocente y nada polémica; “reco mendaba a sus amigos que leyeran a Marx por ‘lo atrevido de sus pensamientos y su rechazo a dar
algo por sentado’, en lugar de por el
valor de sus conclusiones.
Sus errores... eran evidentes en sí
mismos...; esa es la razón por la cual [ella] nunca se moles tó en
comprometerse en una crítica prolongada”. Todo esto es bastante obvio en The Accumulation
o f Capital, del cual
sólo Franz Mehringfue lo suficientemente
desprejuiciado como para llamarlo
“un logro fascinante y verdaderamente magnífico sin igual desde la muerte de Marx”.5 La tesis
central de esta “curio sa obra de carácter” es bastante simple. Como el
capitalismo no demostró ningún signo de
colapso “bajo el peso de sus contra dicciones económicas”, comenzó a buscar
una causa externa que explicara su
existencia y crecimiento continuos. Lo halló en
la denominada teoría del tercer hombre, es decir, en el hecho de que el proceso de crecimiento no era
meramente la consecuen cia de leyes naturales que dirigían la producción
capitalista sino en la continua
existencia de sectores precapitalistas en el país que el “capitalismo” capturó y llevó a su
esfera de influencia. Una vez que este
proceso se expandió a todo el territorio nacional, los capitalistas se vieron obligados a buscar
otras partes de la tie
rra, otras tierras precapitalistas, para
llevarlos al proceso de acu mulación de capital que se alimentaba de lo que estuviera
fuera de sí mismo. En otras
palabras, la “original acumulación de capi tal” de Marx no era,
como el pecado original, un hecho único, una acción única de expropiación por la burguesía
naciente, es tableciendo un proceso de acumulación que luego
seguiría “con necesidad de
hierro” su propia ley inherente hasta el colapso fi nal. Por el contrario,
debía repetirse la expropiación una y otra
vez para mantener el sistema en movimiento. Por lo tanto, el ca
pitalismo no era un sistema cerrado que gene-aba sus propias contradicciones y estaba “cargado de
revolución”; se alimentaba de factores
externos y su colapso automático sólo podía ocurrir, si es que ocurría, cuando se hubiese
conquistado y devorado to da la superficie de la Tierra.
5 Ibídetn, pág. 84.
Lenin no tardó en darse cuenta de que esta
descripción, sin importar sus virtudes o sus
defectos, no era marxista. Contrade cía las bases mismas de las dialécticas de Marx y Hegel, que sos
tienen que cada tesis debe crear
su propia anti-tesis (la sociedad
burguesa crea el proletariado) de modo que el movimiento de todo el proceso permanezca
ligado al factor inicial que lo causó.
Lenin señaló que desde el punto de vista de la dialéctica materia lista, “la tesis
de Rosa Luxemburgo que agrandaba la reproduc ción
capitalista era imposible dentro de una economía cerrada y necesitaba despojar las economías para poder funcionar... [era] un ‘error fundamental”’. El problema era que
aquello que se con sideraba un error dentro de la teoría marxista abstracta
era una descripción eminentemente fiel
de las cosas tal como eran en re alidad. Su cuidadosa “descripción de la
tortura de los negros en Sudáfrica”
también era claramente “no-marxista”, ¿pero quién negaría en la actualidad que pertenecía a un
libro sobre el impe rialismo?
II
Desde el punto de vista histórico, el mayor
y más original de los logros
de Nettl es el descubrimiento del “grupo de camara das” polaco-judío y la
relación íntima, duradera y cuidadosamen
te oculta de Rosa Luxemburgo con el
partido polaco que surgió de ese grupo. Esta es una fuente muy
importante y totalmente
ol vidada, no de las revoluciones sino del espíritu revolucionario del siglo XX. Este medio, que incluso en la década de 1920
perdió toda importancia pública, ha desaparecido
por completo. Su nú cleo consistía
en judíos asimilados de familias de clase
media cu yo medio cultural era alemán (Rosa Luxemburgo conocía
de me moria a Goethe y a Morike y su gusto literario era impecable, su
perior al de sus amigos alemanes), cuya formación política era rusa y cuyas normas morales tanto en la vida
pública como priva da eran exclusivas de ellos. Estos judíos, una minoría en
extre mo pequeña en el Este, e incluso un porcentaje menor de judíos asimilados en el Oeste, se mantenían fuera de
todo rango social, judío o no-judío, y
por lo tanto no tenían prejuicios convenciona les y habían desarrollado en este
aislamiento verdaderamente
espléndido,
su propio código de honor, el cual atrajo entonces a un número de no-judíos entre
los que se encontraban Julián
Marchlewski y Feliks Dzerzhynski, quienes más tarde se unie ron a los
bolcheviques. Fue precisamente debido a este medio ambiente único que I^enin nombró a Dzerzhynski
como jefe del Cheka, alguien que, según
esperaba, ningún poder pudiera co rromper; ¿no había rogado que le encargaran
el departamento de Educación y Bienestar
de los Niños?
Nettl señala con corrección la excelente
relación de Rosa Luxemburgo con su familia,
sus padres, sus hermanos, su her mana, su sobrina, ninguno de los
cuales jamás mostró la menor inclinación
hacia las convicciones socialistas o hacia las activida des revolucionarias y que, sin embargo, hicieron todo
lo que pu dieron para ayudarla cuando tenía que esconderse de la policía o estaba
en prisión. Vale la pena mencionar esto pues nos da una visión de este único medio familiar
judío sin el cual la emergen cia del código ético del grupo de camaradas sería casi incom prensible. El
secreto compensador de aquellos que siempre tra taron al prójimo como un
semejante (y casi nadie más) era la
simple experiencia de un mundo infantil donde el respeto mutuo y la
conñanza incondicional, una humanidad universal y un des precio genuino, casi
ingenuo, por las distinciones sociales y étni cas, se daban por
sentado. Aquello
que los miembros del grupo de camaradas
tenía en común era lo que sólo puede
llamarse gusto moral, que es tan diferente
de los “principios morales”; la
autenticidad de su moralidad la deben al hecho de haber crecido en un mundo que no estaba en desorden. Esto
les daba esa “rara confianza en sí
mismos”, tan inquietante para el mundo en el
cual nacieron y amargamente resentida como arrogancia y pre sunción.
Este medio, y nunca el partido alemán, fue y siguió siendo el hogar de Rosa Luxemburgo. El hogar
era movible has ta cierto punto y como era predominantemente judío no coinci
dió con ninguna “patria”.
Es muy sugestivo que la SDKPIL (Socio-Democracia del
Rei no
de Polonia y Lituania, anteriormente llamada SDPK, Socio- Democracia del Reino de Polonia), el partido de este grupo de predominancia judía, se separó del partido
polaco socialista ofi cial, el PPS, debido a la postura de
este último a favor de la inde-
|)endencia polaca (Pilsukski, el dictador fascista de Polonia des
pués de la Primera Guerra Mundial, fue su
descendiente más fa moso),
y que, después de la separación,
los miembros del grupo se convirtieron
en fervientes defensores
de un internacionalis mo a menudo doctrinario. Es aun más sugestivo el hecho de que la cuestión nacional es la única cuestión
sobre la que podía acu sarse a Rosa
Luxemburgo de engaño de sí mismo y renuencia a
enfrentar la realidad. Es innegable que esto estaba
relacionado con el hecho de que era
judía, a pesar de que es “lamentable mente absurdo" descubrir en su
antinacionalismo una “cualidad
peculiarmente judía”. Nettl, que no oculta nada, trata de evitar la “cuestión judía”, y en vista de los debates
de bajo nivel que por lo general se dan
sobre esta cuestión, debo aplaudir su decisión.
Lamentablemente, esta comprensible aversión lo ha cegado con respecto a unos cuantos hechos importantes en
esta cuestión, y es aun más lamentable
en cuanto a que también escaparon, a pe sar de su naturaleza elemental y
simple, a la mente sensible y alerta de
Rosa Luxemburgo.
El primero de ellos es
aquel que sólo Nietzsche siempre se ñaló, y éste es que la posición y las funciones del pueblo
judío en Europa lo
predestinaron a convertirse en “buenos europeos” par excellence.
Las clases medias judías de París y Londres, Berlín y Viena, Varsovia y
Moscú no eran ni cosmopolitas ni internacio nales, a pesar de que los intelectuales
que se encontraban entre ellos se veían
bajo estos términos. Eran europeos,
algo que no podría decirse de ningún otro
grupo. Y esta no era una cuestión
de convicción; era un hecho objetivo. En otras palabras, mien tras que la decepción de los judíos
asimilados consistía por lo ge neral en la equívoca convicción de
que ellos eran tan alemanes como los alemanes, tan franceses como los
franceses, la decep ción de los judíos intelectuales consistía en
pensar que no tenían una “patria”, pues
en realidad su patria era Europa. En segundo
lugar, existe el hecho de que por lo menos la clase intelectual del este de Europa era multilíngüe; la misma Rosa
Luxemburgo ha blaba polaco, ruso, alemán y francés con fluidez y sabía
muy bien inglés e italiano. Ellos nunca
comprendieron la importanciade las barreras
lingüísticas y por qué el lema: “la patria de la cla se trabajadora es
el movimiento socialista” sería tan equivocado
precisamente para las clases trabajadoras. De hecho, es más que inquietante que la misma Rosa Luxemburgo, con
su agudo senti-
(lo
de la realidad y su estricto rechazo de los clichés, no se hubie ra dado cuenta de qué
tenía de equivocado el lema en
principio. Una patria es, después de
todo, una “tierra”; una organización no es un país, ni
siquiera en sentido metafórico. No se
hizo dema siad
a justicia en el
posterior arreglo del lema: “la patria de la cla se trabajadora es la Rusia soviética” (Rusia por lo
menos era una “tierra”), que puso fin al
internacionalismo utópico de esta gene ración.
Se podrían aducir muchos más de estos hechos y
aun segui ría siendo
difícil afirmar que Rosa Luxemburgo se equivocó por completo sobre la cuestión nacional. ¿Qué ha
contribuido más, después de todo, a la
catastrófica decadencia de Europa que el
nacionalismo insano que acompañó la decadencia del estado de la nación en la era del imperialismo? Aquellos que Nietzsche lla mó los
“buenos europeos” (una minoría
bastante pequeña inclu so entre los
judíos) bien podrían haber sido los únicos en haber
tenido el presentimiento de las consecuencias que vendrían,
a i>esar de que eran incapaces de
medir correctamente la enorme fuerza del
sentimiento nacionalista en una entidad política deca dente.
III
Intimamente relacionado con
el descubrimiento del “grupo de camaradas” polaco y su continua
importancia para la vida pú blica
y privada de Rosa Luxemburgo se encuentra la revelación de Nettl de las fuentes hasta el momento inaccesibles,
que le permitieron unir los sucesos de
la vida de Rosa; “la exquisita
ta rea de amar y vivir”. Ahora es evidente que no sabíamos
casi na da sobre su vida privada por la simple razón de que ella se
prote gió con cuidado de la notoriedad. Esta no es una mera cuestión de fuentes. Fue una suerte que el nuevo
material cayera en ma nos de Nettl y tiene todo el derecho de desechar a sus
pocos an tecesores que tenían menos obstáculos por la falta de acceso a los hechos que por su incapacidad para
moverse, pensar y sentir al mismo nivel
que su sujeto. Es sorprendente con qué facilidad Nettl maneja su material biográfico. Es más
que perceptivo en su manejo. Es el
primer retrato creíble de esta mujer extraordi-
natía, hecho con amore, con tacto y
gran delicadeza. Es como si ella hubiera encontrado a su último admirador,
y es por esto que uno siente ganas de
discutir algunos de sus juicios.
Se equivoca al enfatizar la ambición de Rosa y el
sentido de su carrera. ¿Piensa que su violento desprecio por los profesiona
les de carrera y los buscadores de status en el partido alemán (su placer al ser admitido
s al Reichstag) es mera
hipocresía? ¿Cree que una i>ersona verdaderamente “ambiciosa”
pudo ha berse dado
el lujo de ser
tan generosa como ella? (En una opor tunidad, en un congreso internacional, Jaures terminó un elo
cuente discurso donde “ridiculizó las equívocas pasiones de Ro sa
Luxemburgo, y de repente nadie pudo traducirlo. Rosa se pu so de pie de un
salto y reprodujo la oratoria: del francés a un ale mán igual de expresivo”) .
¿Y cómo puede reconciliar esto, salvo
suponiendo deshonestidad o decepción, con su expresiva frase en una de sus cartas a Jogiches: “Siento una
terrible nostalgia por la felicidad y
estoy dispuesta a luchar por mi porción diaria
de felicidad con toda la obstinación de una muía". Lo que
Nettl confunde por ambición es la fuerza
natural de un temperamento capaz, en sus
propias palabras, de “incendiar una pradera" lo que la impulsó de buena o mala gana a los
sucesos públicos e in cluso gobernó gran parte de sus empresas puramente
intelec tuales. Mientras que señala repetidas veces las altas normas mo rales
del “grupo de camaradas”, parece seguir sin comprender que cosas tales como la ambición, la carrera,
el status e incluso el simple éxito se
hallaban bajo el tabú más estricto.
Nettl
señala otro aspecto de la personalidad de Rosa pero pa rece no comprender sus
implicaciones: que era una mujer muy tímida. Esto pone bastantes
limitaciones a lo que pudieron haber sido sus
ambiciones, pues Nettl no le atribuye más de lo que ha bría sido natural para un hombre con sus dones y oportunida des. Era importante su antipatía por el movimiento de
liberación femenina, hacia el cual se
sentían atraídas las demás mujeres de su
generación y sus convicciones políticas;
frente a la igualdad
sufragista, ella habría querido gritar: Vive la petite différence. Ella no se afilió, no sólo
porque era y seguía siendo una
polaca judía en un país que no le
gustaba y un partido que pronto comenzó a despreciar sino también porque era una mujer.
Debemos perdo nar a Nettl por sus prejuicios masculinos; no serían demasiado
importantes si no le
hubiesen impedido comprender plenamen te elrol que Leo Jogiches, su esposo para todo propósito prácti co y su primer, y tal vez único, ainanle, jugó en su vida. la seria pelea que tuvieron entre ellos, causada por la breve relación amorosa de
Jogiche con otra mujer y complicada
por la furiosa reacción de Rosa, era
típica de la época y del medio, como tam bién lo fueron las consecuencias:
los celos del esposo y la negati va
de Rosa a perdonarlo durante varios años. Esta generación creía firmemente
que sólo se ama una vez y no debe confundirse
la poca importancia que daban a los certificados de matrimonio con
una creencia en el amor libre. La evidencia de Nettl demues tra que
Rosa tenía amigos y admiradores y que disfrutaba de es te hecho, pero no
indica que hubiera otro hombre en su vida.
Creer en las habladurías del partido sobre sus planes de matri monio
con “Hánschen” Diefenbach, a quien llamaba Siey nunca soñó en tratar como a un igual, me parece
bastante tonto. Nettl llama la historia
de Leo Jogiches y Rosa Luxemburgo “una de las
grandes y trágicas historias de amor del socialismo” y no hay ne
cesidad de discutir este veredicto si se entiende que no fueron los celos “ciegos y suicidas” los que causaron
la tragedia final de sus relaciones sino
la guerra y los años de prisión, la condenada
revolución alemana y el sangriento final.
Leo Jogiches, cuyo nombre
Nettl también ha rescatado del olvido, fue
una figura muy notable y, sin
embargo, típica entre los revolucionarios profesionales. Para Rosa Luxemburgo, era definitivamente masculini generis, que para ella tenía gran im portancia: ella prefería a Graf Westarp (el líder del partido con
servador) por encima de todas las
luminarias socialistas alema nas “porque”, según dijo: “él es un hombre”. Rosa respetaba a po cas
personas y Jogiches encabezaba la lista de la cual sólo pue den citarse
con certeza los nombres de Lenin y Franz Mehring. Jogiches era definitivamente un hombre de
acción y de grandes pasiones, sabía cómo
hacer y cómo sufrir. Es tentador compa rarlo con Lenin, con quien tiene un
leve parecido, salvo en su pa sión por el anonimato y por mover los hilos
detrás de la escena, y su amor por la
conspiración y el peligro, los que debieron darle un encanto erótico adicional. De hecho, era
un Lenin manqué, incluso en su
incapacidad para escribir, en su caso “total” (tal co mo lo observó Rosa en un
afectuoso retrato en una de sus car
55
tas),
y su mediocridad como orador público. Ambos hombres poseían un gran talento para la organización y el
liderazgo, pero para nada
más, de modo que se sentían impotentes y
superficia les cuando no tenían
nada que hacer y se quedaban solos.
Esto es menos notable en el caso de Lenin porque nunca
estuvo del todo aislado, pero Jogiches
se separó tempranamente
del Parti do Ruso debido a una jxdea con Plekhanov (el Papa de la emigra ción Rusa a
Suiza durante la década del noventa) quien conside raba al joven judío recién llegado de
Polonia y tan seguro
de sí mismo como una “versión en
miniatura de Nechaieff”. Según Rosa Luxemburgo, como consecuencia de esto,
“vegetó, total mente desarraigado” durante varios años, hasta que la
revolu ción de 1905 le dio su primera oportunidad: “De repente, no sólo adquirió la posición de líder del movimiento
polaco sino también en el ruso”. (El
SDKPIL se hizo famoso durante la Revolución y
adquirió aun más importancia en los años siguientes. Jogiches, a pesar de que él en sí “no escribió ni una
sola línea”, siguió siendo “el alma
misma” de sus publicaciones). Tuvo su último momen to breve cuando,
“totalmente desconocido en el SPD”, organizó
una posición clandestina en el ejército alemán durante la Prime ra
Guerra Mundial. “Sin él no habría habido Spartakusbund”, el cual, a diferencia de cualquier otro grupo
izquierdista organiza do de Alemania, se convirtió durante un breve período en
el “grupo de camaradas ideal”. (Esto,
claro está, no significa que Jogiches
haya hecho la revolución alemana; al igual que todas las revoluciones, no fue hecha por nadie en
particular. Sparta kusbund también “seguía los sucesos en lugar de
crearlos” y la noción oficial de que el
“levantamiento de Spartakus” en enerode
1918 fue causado o inspirado por sus líderes — Rosa Luxem burgo,
Liebknecht, Jogiches— es un mito).
Nunca sabremos cuántas de las ideas políticas
de Rosa deri varon de Jogiches; en el
matrimonio, no siempre es fácil separar
las ideas de los cónyuges. Pero el hecho de haber fracasado allídonde Lenin triunfó fue tanto una consecuencia de
las circuns tancias (era polaco y judío) como de una menor importancia
so cial. De cualquier manera, Rosa Luxemburgo habría sido la últi ma en
acusarlo de esto. Los miembros del grupo de camaradas no se juzgaban unos a otros en estas
categorías. El mismo Jogi ches pudo haber estado de acuerdo con Eugene Leviné,
también
un ruso judío aunque más
joven, en: “Somos hombres muertos con licencia”. Fue esta predispoción aquello que lo
separó de los demás; pues ni Lenin, niTrotsky ni la misma Rosa lAixemburgo pudieron haber estado de acuerdo con estas
líneas. Después de la muerte de Rosa,
Jogiches se negó a abandonar Berlín por cau sas de seguridad:
“Alguien tiene que quedarse a escribir los epi tafios”. Fue arrestado dos meses después de la muerte de Liebk-
necht y Luxemburgo y lo mataron
por la espalda en la parte tra sera del destacamento de policía. Se supo el nombre del asesino, pero “jamás se hizo ningún intento por
castigarlo”; mató a otro hombre del
mismo modo y luego continuó su “carrera en ascen so en la policía prusiana”.
Estas eran las “costumbres” de la Re pública de Weimar.
Al
leer y recordar estas viejas historias, nos damos cuenta de
la diferencia entre los camaradas alemanes y
los miembros del grupo de camaradas. Durante la revolución
rusa de 1905, Ro sa Luxemburgo fue
arrestada en Varsovia, y sus amigos recolec taron el dinero para pagar la
fianza (que tal vez proporcionó el Partido Alemán). El pago fue suplementado con “una
amenaza de venganza extraoficial; si
algo le sucedía a Rosa responderían
con acciones contra oficiales prominentes”. Ninguna noción de ese tipo de “acción” cruzó jamás por la mente
de sus amigos ale manes ya sea antes o después de la ola de asesinatos
políticos cuando la impunidad de dichos
hechos se hizo notoria.IV
IV
En retrospección, más inquietante y por
cierto más doloroso para ella misma que
sus supuestos “errores” son las pocas ins tancias cruciales en las que Rosa
Luxemburgo no estuvo a tono, aunque
pareció por el contrario estar de acuerdo con el poder oficial
en el Partido Social-democrático Alemán. Estos fueron sus verdaderos errores, y no hubo ni uno que finalmente no re conociera
y lamentara con amargura.
Los más leves de todos fueron los concernientes
a la cues tión nacional. Había
llegado a Alemania en 1898 proveniente de
Zürich, donde había pasado su doctorado con “una disertación de primera clase sobre el desarrollo
industrial de Polonia” (se-
gún el profesor Julius Wolf, quien en su autobiografía
aún recor daba con
orgullo “a la más capaz de mis alumnos”, logrando la inusual “distinción de inmediata
publicación comercial” que en la actualidad siguen utilizando los estudiantes de
historia polaca. Su tesis se basaba
en que el crecimiento económico de
Polonia dependía totalmente del mercado
ruso y que cualquier intento “de formar
un estado nacional o lingüístico era una negación de todo desarrollo y progreso
durante los últimos cincuenta años”. (El
hecho de que Posa tenía razón desde
el punto de vista econó mico quedó más que demostrado por el malestar
crónico de Po lonia entre las guerras). Se convirtió entonces en la
experta so bre Polonia para el Partido Alemán, su propagandista entre
la población polaca de las provincias
alemanas del Este, y entabló una
incómoda alianza con aquellos que querían “germanizar” a los polacos de su existencia y “le regalarían
con gusto a todos y cada uno de los
polacos incluyendo el socialismo polaco”, tal co mo le informó un secretario
del SPD. Seguramente, “el resplan dor de la aprobación oficial era para Rosa
un resplandor falso”.
Mucho más serio fue su
engañoso acuerdo con las autorida des del Partido en la controversia revisionista donde jugó un pa pel esencial. Este famoso debate había sido provocado por Eduard
Bernstein6 y pasó a la historia como la alternativa de la reforma contra la revolución. Pero este grito de
guerra es engañoso por dos razones: hace
parecer como si el SPD estuviese aún
comprometido con la revolución a fines de siglo, lo cual no fue el caso; y oculta la exactitud objetiva de mucho
de lo que Bernstein tenía que decir. Su
crítica de las teorías económicas de Marx es taba, tal como lo sostenía, “en
total acuerdo con la realidad”. Se ñaló también que el “enorme incremento del
bienestar social no iba acompañado por
un número decreciente de grandes capita listas sino un número creciente de
capitalistas de todo grado”, que no
había podido materializarse “una disminución progresivadel círculo de los ricos y de la miseria progresiva de los pobr
es”, que “el proletario moderno era pobre pero que no era indigente
6 Su
libro más importante cuenta ahora con una versión en inglés bajo el título de Evolutionary
Socialism (Schocken Paperback), aunque lamentablemen
te le faltan demasiadas anotaciones y una
introducción para el lector norteame ricano.
y que el lema de Marx: “El proletario no tiene
pat ria” no era cier to. El sufragio
universal le había dado derechos
políticos, los sin dicatos un lugar
en la sociedad y el nuevo desarrollo imperialista una clara postura en la política exterior
de la nación. No hay du da de que la reacción del Partido Alemán a estas
inoportunas verdades se inspiraba
principalmente en una profunda renuen cia a reexaminar en forma crítica su
base teórica, pero esta re nuencia se agudizó por el interés creado en el
Partido por el sta- tu quo amenazado por
el análisis de Bernstein. Lo que corría pe ligro era el status del SPD como un
“estado dentro de un estado”: de hecho,
el Partido se había convertido en una burocracia enor me y bien organizada que
estaba fuera de la sociedad y tenia in terés en que las cosas siguieran como
estaban. El revisionismo al estilo
Bernstein hubiera llevado al Partido de regreso a la so ciedad alemana y dicha
“integración” era considerada peligrosa
para los intereses del Partido como una revolución.
Nettl sostiene una
teoría interesante sobre la “posición pa ria” del SPD dentro de la
sociedad alemana y su fracaso a partici par en el gobierno.7 Sus miembros consideraban que el partido podía “proporcionar dentro desí mismo
una alternativa superior al capitalismo
corrupto”. De hecho, al mantener las “defensas contra la sociedad intactas en todos los
frentes”, generó ese fal so sentimiento de
“unidad” (tal como lo expresa Nettl) que los socialistas franceses trataban con gran
desprecio.8 De todos mo dos, era obvio que cuanto más aumentaba en número el
Partido, su brío radical se organizaba
con mayor seguridad. Se podía vi vir con toda comodidad en este “estado dentro
de un estado” al evitar la fricción con
la sociedad en general y al disfrutar de los
sentimientos de superioridad moral sin ninguna consecuencia. Ni siquiera era necesario pagar el precio de
una seria alienación
7 Véase: “The Germán Social Democratic Party, 1890-1914, as a Political
Model”, en Past a n d Preseni, abril
de 1965.
* La situación tenía rasgos muy similares a la posición del
ejército francés durante
la crisis Dreyfus en Francia que Rosa Luxemburgo analizó de manera bri llante para D ie N eue Z eit en “Die Soziale Krise in Frankreich”, vol. 1,1901. “1.a ra zón por la cual el ejército se
mostraba renuente a efectuar un movimiento era que quería demostrar su oposición al poder civil
de la república, sin perder al mismo
tiempo la fuerza de la oposición al comprometerse”, a través de un serio
coup d ’état, a otra
forma de gobierno.
ya que esta sociedad paria
no era en realidad más que una ima gen idéntica, una “reflexión
en miniatura” de la sociedad alema na en general. Este callejón sin
salida del movimiento socialista alemán
podría ser analizado correctamente desde puntos de vis ta opuestos, ya sea desde el revisionismo de
Bemstein, que re conocía la emancipación de las clases trabajadoras dentro de
la sociedad capitalista como un hecho
consumado y exigía que ce saran las conversaciones sobre una revolución que de
todas for mas nadie tenía en cuenta; o desde el punto de vista de
aquellos que no sólo eran “alienados” de
la sociedad burguesa sino que en
realidad querían cambiar el mundo.
Este
último era el punto de vista de los revolucionarios del Este que dirigieron el ataque
contra Bernstein — Plekhanov, Parvus y Rosa Luxemburgo— y a quienes apoyaba Karl Kautsky, el teórico más eminente del Partido Alemán, a
pesar de que se guramente se sentía más cómodo con Bernstein que en compa ñía de sus nuevos aliados de afuera. La victoria que consiguieron
fue pírrica; “se limitaba a reforzar
la alienación alejando la reali
dad”. La verdadera cuestión no era ni teórica ni económica. Esta ba en
juego la convicción de Bernstein, vergonzosamente escon dida en una nota a pie
de página, de que “la clase media (sin
exceptuar la alemana) seguía siendo, en su mayor parte, bastan te sana,
no sólo desde el punto de vista económico sino también morar (la bastardilla es mía). Esta es
la razón por la cual Plekha nov lo llamó “filisteo” y por la que Parvus y Rosa
Luxembuigo consideraban la lucha tan
decisiva para el futuro del Partido. Laverdad de la cuestión era que Bemstein y Kautsky
tenían en co mún su aversión por la revolución; “la dura ley de la
necesidad” era para
Kautsky la mejor excusa posible para no hacer nada. Los huéspedes de Europa Oriental eran los únicos que no sólo “creían” en la revolución como una
necesidad teórica sino tam bién consideraban la sociedad tal como era
insoportable sobre una base moral,
sobre la base de la justicia. Bemstein y Rosa Lu xemburgo, por otra parte,
tenían en común que ambos eran ho nestos (lo que puede explicar la “secreta
ternura” que Bemstein sentía por ella),
analizaban lo que veían, eran leales a la realidad y criticaban a Marx; Bemstein era consciente
de esto y, en res puesta a los ataques de Rosa Luxemburgo señaló que ella tam
bién había
de la próxima evolución social, siempre que
esto se basara en la teoría de las crisis”.
Los primeros triunfos de
Rosa Luxemburgo en el Partido Alemán se basaron en un doble malentendido. A fines de siglo,
el SPD era “la envidia y admiración
de los socialistas en todo el mundo”.
August Babel, “s
u gran anciano”, quien desde la funda ción
de Bismarck del Reich Alemán hasta el comienzo
de la Pri mera Guerra Mundial “dominó su política y su espíritu”, siempre había proclamado: “Soy y siempre seré el
enemigo mortal de la sociedad
existente”. ¿Esto no se parecía al espíritu del grupo de camaradas polaco? ¿No se podía suponer a
partir de este orgullo so desafio que el gran Partido Alemán era en cierta
forma el mandato del SDKPIL? Rosa
Luxemburgo tardó casi una década(hasta que
regresó de la primera revolución rusa) en descubrir que el
secreto de este desafio era el no-compromiso
voluntario con el mundo en general y la preocupación con el crecimiento de la organización del Partido. A partir de esta experiencia, desarro lló, después de 1910, su
programa de “fricción” constante con la
sociedad sin la cual, tal como comprendió entonces,
la fuente misma del espíritu
revolucionario estaba destinada a secarse.
No tenía intenciones de pasar su vida dentro de una secta,
sin importar lo grande que fuera; su
compromiso con la revolución era
principalmente una cuestión moral, y esto significó que si guiera comprometida en la vida pública y los
asuntos civiles, en los destinos
del mundo. Su compromiso con la política europea fuera de los intereses inmediatos de la clase
trabajadora, y por lo tanto más allá del
horizonte de los marxistas, aparece de manera
más convincente en su repetida insistencia en un “programa re
publicano”
para los partidos alemán y ruso.
Este era uno de los
puntos principales de su famoso Junius-broschiire, escrito en prisión durante la guerra y luego
utilizado como plataforma para el Spartakusbund.
Lenin, que no conocía su autoría, declaró de inmediato que proclamar “el
programa de una república... (significa) en la práctica proclamar la
revolu ción, con un programa revolucionario incorrecto”. Un año
más tarde surgió la Revolución Rusa sin
ningún tipo de “programa” y su primer
logro fue la abolición de la monarquía y el estableci miento de una república,
y lo mismo sucedería en Alemania y en
Austria. Esto, por supuesto, nunca impidió que los camaradas
rusos,
polacos o alemanes disintieran en forma violenta con ella sobre este punto. De hecho, es la cuestión
republicana y no la nacional
lo que más la apartó de todos los demás. Aquí se halla ba completamente
sola, al igual que lo estaba, aunque de mane ra menos obvia, en su énfasis
sobre la necesidad absoluta de li bertad no sólo individual sino también
pública, bajo cualquier circunstancia.
Un segundo malentendido está
directamente relacionado con el debate revisionista. Rosa
Ijjxemburgo confundió la re nuencia de Kautsky a aceptar el análisis de Bemstein con un compromiso auténtico con la revolución.
Después de la primera revolución rusa en
1905, para la cual había regresado a
Varsovia con documentos falsos, no podía
seguir engañándose a sí mis ma. Para ella, estos meses no sólo constituyeron una experien cia crucial sino
que también fueron “los más felices de su vida”. A su regreso, trató de discutir los hechos
con sus amigos en el Partido Alemán.
Pronto aprendió que la palabra “revolución”
“sólo tema que entrar en contacto con una verdadera situación revolucionaria para convertirse en” sílabas
sin sentido. Los so cialistas alemanes estaban convencidos de que esas cosas
sólo podían suceder en tierras lejanas y
bárbaras. Este fue el primer golpe, del
que nunca se recuperó. El segundo ocurrió en 1914 yla llevó casi al suicidio.
Naturalmente,
su primer contacto con una verdadera revo
lución
le enseñó más
y mejores cosas que la desilusión y las be llas artes del desprecio y la desconfianza. De allí nació su
percep ción de la naturaleza de la acción política, que Nettl llama y con justa razón su contribución más importante
a la teoría política. Lo esencial es que
ella había aprendido de las asambleas de tra bajadores revolucionarios (los
posteriores soviéticos) que “labuena
organización no precede la acción
sino que es el producto de ésta”, que “la organización de la acción
revolucionaria puede y debe aprenderse en la revolución misma, así como
sólo se pue de aprender a nadar en
el agua”, que las revoluciones no están
“hechas” por nadie en especial sino que surgen “en forma espon tánea” y
que “la presión por la acción” siempre proviene “de aba jo”. Una revolución
“es grande y fuerte siempre que los social-
demócratas (que en esa época seguía siendo el único partido re
volucionario) no la aniquilaran”.
Sin embargo, dos aspectos del preludio de 1905,
escaparon por completo
a Rosa Luxemburgo. Después de lodo, existía el hecho sorprendente de que la revolución había
estallado no sólo en un país
subdesarrollado, no-industrializado,
sino en un terri torio donde no existía ningún movimiento socialista apoyado
por la masa. Y, en segundo lugar, el
hecho igualmente innegable de que la revolución fue consecuencia de
la derrota rusa en la gue rra entre Rusia y Japón. Lenin nunca olvidó estos
dos hechos y de ellos sacó dos conclusiones.
La primera, que no se necesita una gran
organización; una organización pequeña y bien organi zada con un h'der que
sabía lo que quería fue suficiente para asu mir el poder una vez que la
autoridad del viejo régimen había si do depuesta. Las grandes organizaciones
revolucionarias no se “hacían” sino que
eran el resultado de circunstancias y hechos
más allá del poder de cualquiera, las guerras eran bienvenidas.9 El segundo punto era la fuente de sus
desacuerdos con Lenin durante la Primera
Guerra Mundial; primero las críticas de Rosa
sobre las tácticas de Lenin en la Revolución Rusa de 1918. Pues desde el principio hasta el fin, Rosa se negó
a ver en la guerra otra cosa que no
fuera el desastre más absoluto, sin importar su
eventual resultado; el precio en vidas humanas, en particular vi
das
proletarias era demasiado
alto. Más aun, hubiera ido en con tra de sus ideas mirar la revolución
como la acaparadora de la guerra y la
masacre, algo que a Lenin no le molestaba en absolu to. Y con respecto
a la cuestión de la organización, ella no creía
en una victoria donde la gente no tenía participación ni voto; de hecho, creía tan poco en sostener el poder a
cualquier precio que “temía más una
revolución deforme que una revolución fra casada”; ésta era “la mayor
diferencia entre ella” y los bolche viques.
¿Y acaso los hechos no le dieron la razón?
¿La historia de la Unión Soviética no es una larga demostración
de los terribles pe ligros de las “revoluciones deformes”? El “colapso moral”
que
9 Lenin leyó el libro Vom
Kriege (1832) de Clausewitz durante la
Primera Guerra
Mundial; sus
extractos y
anotaciones fueron publicados en Berlín Orien tal durante la década del cincuenta. Según Werner Hahlberg (“Lenin und
Clau sewitz" en A rc k iv
fiir Kulturgesckickte, vol. 36, Berlín, 1954) Lenin estaba bajo la influencia de Clausewitz cuando empezó a
considerar la posibilidad de esa gue rra; el colapso del sistema europeo de
naciones estados podría reemplazar el co lapso económico de la economía
capitalista tal como lo predijo Marx.3
previó
(sin prever, claro está, la abierta criminalidad del sucesor de Lenin) ¿no causó más daño a la causa de la
revolución tal co
mo ella la entendía que “cualquier derrota política... en la lucha honesta contra fuerzas superiores y
desafiando la situación his tórica”? ¿No fue verdad que Lenin se “equivocó
totalmente” en los medios que empleó,
que el único modo de salvación era “la
escuela de la vida pública en sí misma, la más ilimitada, la mayor democracia y la opinión pública”, y que ese
error “desmoralizó”•a todos y todo lo
destruyó?
Rosa
no vivió lo suficiente como para comprobar cuánta ra
zón tenía y para ver el terrible deterioro moral de
los partidos co munistas, el resultado directo de la Revolución Rusa en todo
el mundo;
claro que tampoco Lenin, quien a pesar de todos sus errores
seguía teniendo más en común con el
original grupo de camaradas que cualquiera de quienes lo sucedieron.
Esto se hi zo manifiesto cuando Paul Levi, el sucesor de Leo
Jogiches en el
liderazgo de Spartakusbund, tres años después de la muerte de Rosa
publicó los comentarios de Rosa sobre la Revolución Rusa que
acabamos de citar, que ella había escrito en 1918 “sólo para usted”, sin intención de que el texto fuera publicado.10
“Fue un gran momento bastante
embarazoso” tanto para el partido ale mán como para el ruso y podría
perdonarse a Lenin si éste hu biese respondido con agudeza y de manera
excesiva. En lugar de eso, escribió:
“Respondemos con... una buena fábula rusa an tigua: a veces un águila puede
volar más bajo que un pollo, pero un
pollo nunca puede elevarse a la misma altura que un águila. Rosa Luxemburgo... a pesar de [sus]
errores... fue y es un águi la”. Luego prosiguió pidiendo la publicación de
“su biografía y de la edición completa
de sus trabajos”, sin purgar los “errores” y
reprendió a sus camaradas alemanes por su “increíble” negli gencia en
esta tarea. Esto ocurrió en 1922. Tres años después, los sucesores de Lenin decidieron “bolchevizar”
el Partido Co-
10 No deja
de ser irónico que este panfleto sea el único de sus trabajos que todaví
a se sigue leyendo y
citando. Los siguientes puntos pueden conseguirse en inglés: The Accumulation of Capital, Londres y Yale, 1951; las respuestas a Berns- tein (1899) en una edición publicada
por Three Arrows Press, Nueva York, 1937;
éíjuniusbroschüre
Democracy, por
Lanka Sama Samja Publications of Colombo,
publicado originalmente en 1918porlaSocialistPubücationSociety, Nueva
York. En 1953, la misma editorial de Ccilán editó su The
Mass Strike, the Political Party, and
the Trade Unions, 1906
munista Alemán y, por lo tanto,
ordenaron un ataque furioso contra todo el legado
de Rosa Luxemburgo". L'i tarea fue acepta da con alegría por una
de las jóvenes miembros, llamada Ruth
Fischer, quien acababa de llegar de Viena. Ruth les dijo a sus ca
maradas alemanes que Rosa Luxemburgo y su influencia no “eran nada menos que un bacilo de sífilis”.
Se
había abierto la zanja y de allí comenzó a surgir lo que Ro sa Luxemburgo habría denominado “otra especie
zoológica”. No se necesitaba ningún “agente
de la burguesía” ni “ningún traidor
socialista” para destruir
a los pocos sobrevivientes del grupo de
camaradas y para enterrar en
el olvido los últimos remanentes de su
espíritu. Es inútil aclarar que
jamás se publicó una edición completa de sus trabajos. Después de la Segunda Guerra Mun dial, apareció en Berlín
oriental una edición de dos volúmenes de
selecciones “con cuidadosas anotaciones subrayando sus errores” y luego “urí análisis completo del
sistema de errores Lu- xemburguista”
escrito por Fred Oelssner, que prontó “cayó en la oscuridad” porque se tornó “demasiado
estalinista”. Esto por cierto no fue lo
que había pedido Lenin y tampoco podía servir,
tal como deseaba, “en la educación de varias generaciones de comunistas”.
Después de la muerte de Stalin, las cosas
comenzaron a cambiar, aunque no en
Alemania Oriental donde, en forma ca
racterística, la revisión de la historia estalinista adquirió la forma de un “culto de Bebel”. (El único que protestó en contra de esta nueva estupidez fue el pobre de
Hermann Duncker, el último so
breviviente distinguido que aún podía
“recordar el período más
maravilloso de mi vida, cuando de joven conocí y trabajé con Ro sa Luxemburgo, Karl Liebknecht y
Franz Mehring”) . Sin embar go los polacos, a pesar de que su propia
edición de dos volúme nes de trabajos seleccionados, aparecida en 1959, “se
superpone en parte con la edición
alemana”, “sacaron su reputación casi in tacta del cofre donde había sido
guardada” desde la muerte de Lenin, y
después de 1956 apareció “un aluvión de publicaciones polacas” en el mercado. Nos gustaría creer
que todavía quedan esperanzas para un
reconocimiento tardío de quién fue Rosa Lu xemburgo y qué hizo, así como
también, de que por fin tendrá su lugar
en la educación de los científicos políticos en los países de Occidente. Pues Nettl tiene razón: “Sus ideas
pertenecen allí donde la historia de las
ideas políticas se enseña con seriedad”.
Karl Jaspers
¿Ciudadano del mundo?
Nadie puede ser tan ciudadano del mundo como
es ciudada no
de su país. Jaspers, en su Origin
and Goal ofHistory, 1954. dis cute en forma extensiva las implicancias de un estado mundial
y de un imperio mundial.1 Poco importa qué forma asuma un go
bierno mundial con un poder
centralizado en todo el globo, la noción
misma de una ley soberana que gobierne toda la Tierra, y posea el monopolio de todos los
medios de violencia, sin
ser ve rificada y controlada por otras potencias soberanas, no sólo es una repugnante pesadilla de tiranía
sino que sería el fín de toda vida política, tal como la conoc
emos.
Un ciudadano es por defini
ción un ciudadano entre ciudadanos de un país entre países. Sus derechos y deberes deben estar definidos y
delimitados, no sólo por los de sus
conciudadanos sino también por los límites de un territorio. La filosofía puede concebir la
tierra como el suelo pa trio de la humanidad y como una ley no-escrita, eterna
y válida para todos. La política trata
sobre los hombres, nativos de mu chos países y herederos de muchos pasados;
sus leyes son las cercas positivamente
establecidas que encierran, protegen y li mitan el espacio donde la libertad
no es un concepto sino una re alidad política y viviente. El establecimiento
de un estado mun dial soberano, lejos de ser el requisito previo para la
ciudadanía mundial, sería el fin de la
ciudadanía. No sería el punto culmi nante de la política mundial, sino
literalmente su fin.1
1 O rigin, pág.193 en adelante.
Decir, sin embargo, que un
estado mundial concebido a la imagen de estados
nacionales soberanos o de un imperio mun dial a la imagen del Imperio Romano es peligroso (y el
dominio del Imperio Romano
sobre las partes civilizadas y bárbaras del
mundo fue soportable porque
se oponía a las partes oscuras,
desconocidas y aterradoras de
la tierra) no es una solución para
nuestro actual problema político. La humanidad, que para todas las generaciones anteriores no fue más que un concepto o un ideal, se ha convertido en parte de una realidad urgente. Europa, tal como lo previo Kant, prescribió sus leyes a todos los demás continentes; pero el resultado,
el surgimiento de la humanidad a partir
de y junto a la continua existencia
de muchas naciones, ha asumido un
aspecto muy diferente del que previó Kant cuando vislumbró la unificación de la humanidad
“en un futuro muy leja no”.2 La humanidad no debe su existencia a los
sueños de los hu manistas ni al razonamiento de los filósofos, ni siquiera, al
me nos no originalmente, a los hechos políticos sino casi exclusiva mente al
desarrollo técnico del mundo occidental. Cuando Euro pa comenzó a prescribir
sus “leyes”a todos los demás continen tes, ella misma ya había perdido su
credibilidad en ellos. No me nos manifiesto que el hecho de que la tecnología
unió el mundo es el otro hecho de que
Europa exportó a los cuatro rincones de
la tierra sus procesos de desintegración, que habían comenzado en el mundo occidental con la caída de las
creencias metafísicas y religiosas
aceptadas tradicionalmente y habían acompañado el grandioso desarrollo de las ciencias
naturales y la victoria del es tado nación sobre todas las demás formas de
gobierno. Las mis mas fuerzas que tardaron siglos en destruir las antiguas
creen cias y las formas políticas de vida, y que tienen su lugar en el de
sarrollo continuo sólo de Occidente, apenas tardaron unas pocas décadas en desbaratarse, al influir externamente,
creencias y formas de vida en todas las
demás partes del mundo.
Es verdad que, por primera vez en la historia,
todos los pue blos del mundo tienen un presente en común: ningún hecho
de importancia en la historia de
un país puede permanecer como un
accidente marginal en la historia de cualquier otro. Cada país se ha convertido en el vecino casi inmediato de
todos los demás
* ‘Idea for a Universal History with Cosmopolitan Intcnt*, 1784.
países, y cada hombre siente el golpe
de los hechos que suceden en el otro extremo del globo. Pero
este presente real en común no se basa en un pasado común
y no garantiza en absoluto un fu turo común. La tecnología, al
haber provisto la unidad del mun do, puede
destruirla con la misma facilidad, y los
medios de la comunicación global fueron
diseñados al mismo tiempo que los medios
de la posible destrucción global. Resulta difícil negar que en este momento, el símbolo más potente
de la unidad de los hombres es la remota
posibilidad de que las armas atómicas
utilizadas por un país según la sabiduría política de unos pocos podría llegar a significar el fin de toda
vida humana en la tierra. La solidaridad
de la humanidad con respecto a esto es totalmen te negativa; no sólo se basa
en un interés común en un acuerdo que
prohíbe el uso de armas atómicas sino, tal vez, también (da do que estos
acuerdos comparten con todos los demás acuerdos
el incierto destino de basarse en la buena fe) en un deseo común para un mundo que está un poco menos
unificado.
Esta
solidaridad negativa, basada en el temor de la destruc ción
global, tiene su correspondencia en un temor menos articu
lado,
aunque no menos potente, de que la solidaridad de la hu manidad puede ser
significativa en un sentido positivo sólo si va
acompañada de responsabilidad política. Nuestros conceptos políticos, según los cuales debemos
asumir la responsabilidad por todos los
asuntos políticos a nuestro alcance
sin tener en cuenta la “culpabilidad”
personal, porque como ciudadanos so mos responsables de todo lo que
hace nuestro gobierno en nom bre del país, puede llevarnos a una situación
intolerable de res ponsabilidad
global. La solidaridad de la humanidad puede
ter minar siendo un peso insoportable, y no es
sorprendente que
las reacciones comunes a ella sean la apatía política, un nacionalis mo
partidario del aislamiento político
o una rebelión desespera da contra todos los poderes en lugar de un entusiasmo
o un deseo de renacimiento del
humanismo. El idealismo de la tradi ción humanista de la ilustración y su
concepto de la humanidad parecen un
optimismo imprudente a la luz de las realidades ac tuales. Estas, por otra
parte, hasta donde nos hayan traído un
presente global sin un pasado común, amenazan con tornar irre levantes
todas las tradiciones y todas las historias particulares del pasado.
69
Contra este ambiente de
realidades políticas y espirituales, del cual
Jaspers es más consciente quizá que
cualquier otro filó sofo de nuestra
época, es que debemos entender ese nuevo con cepto de humanidad y las
proposiciones de su filosofía. Kant
pi dió una vez a los historiadores de su época que escribieran una
historia “con intención cosmopolita”. Se podía “probar” con faci
lidad que todo el trabajo filosófico de Jaspers, desde su
comien zo en Psychology
o f World Views (1919) hasta la historia mundial de la filosofía,3 fue concebida “con
orientación hacia la ciudada nía
mundial”. Si la solidaridad de la humanidad debe basarse en algo más
sólido que el temor justificado de las habilidades demo níaca
s del hombre, si la nueva vecindad universal de
todos los países tend
rá como resultado algo más prometedor que un
tre mendo incremento en el odio mutuo y una especie de irritabili dad
universal de todos contra todos los demás, deberá darse en tonces un proceso
de mutua comprensión y de autoclarificación
progresiva en escala gigante. Y como requisito previo para un gobierno mundial según la opinión de Jaspers
está la renuncia de la soberanía por el
bien de una estructura política federada a
nivel mundial, de modo que el requisito previo para este entendi miento
mutuo sería la renuncia, no sólo a la propia tradición y al pasado nacional, sino a la autoridad
obligatoria y la validez uni versal que siempre reclamaron la tradición y el
pasado. Es a tra vés de dicha ruptura, no con la tradición sino con la
autoridad de la tradición, que Jaspers
abordó la filosofía. Su Psychology o f
World Views niega el carácter absoluto de cualquier doctrina
y pone en su lugar una relatividad
universal, donde cada conteni do filosófico específico se torna en un medio
para la meditación individual. Se fuerza
el caparazón que recubre la autoridad tradi cional y los grandes contenidos
del pasado se ponen libre y “a le
gremente” en comunicación unos con otros en la prueba de c emunicarse con una filosofía actual y viviente.
En
esta comunicación universal, mantenida unida por la ex
periencia
existencial del filósofo actual, todo contenido metafí- sico dogmático se disuelve en procesos, en cadenas de pen
samiento, los cuales, debido a su importancia en mi actual exis-*
* Véase ahora: The Creat
Philosophers, vol. 1,1962, vol. II, 1966.
tencia
y filosofía, dejan su lugar histórico fijo en la cadena de la cronología y entran en un reino del espíritu
donde todos son contemporáneos. Sea lo que
fuere que pienso, esto debe perma necer en comunicación constante con todo lo que
ha sido pen sado. No sólo porque
“en filosofía, la novedad es un argumento
en contra de la verdad”, sino
porque la filosofía actual no puede ser
más que “la conclusión natural y
necesaria del pensamiento occidental
hasta la actualidad, la cándida síntesis originada por un principio lo suficientemente grande como
para abarcar todo aquello que en un
sentido es verdad”. El principio en sí es comu nicación; la verdad, que nunca
puede aprehenderse como conte nido dogmático, emerge como una sustancia
“existencial” clari ficada y articulada por la razón, comunicándose y apelando
a la existencia razonable de la otra, comprensible
y capaz de com prender todo lo demás. “La Existenz sólo se clarifica a
través de la razón; la razón sólo tiene
contenido a través de la Existenz" .4
La pertinencia de estas
consideraciones para una base filo sófica de la unidad de la humanidad es manifestar “comunica
ción sin limíte”,5 que al mismo
tiempo significa la fe en la com prensibilidad de todas las verdades y la buena voluntad para re
velar y escuchar como condición primaria todo el intercambio humano es una, si no la principal,
idea de la filosofía de Jaspers. El punto
es que aquí, por primera vez, no se
concibe la comuni cación como “expresión” de pensamientos y por lo
tanto, secun daria al pensamiento en sí. La verdad es comunicativa en sí mis
ma, desaparece y no puede ser concebida fuera de la comunica ción; dentro del
reino “existencia!”, la verdad y la comunicación son la misma cosa. “La verdad es aquello que
nos une.”5 Sólo en la comunicación
(tanto entre seres contemporáneos como entre
los vivos y los muertos) la verdad se revela a sí misma.
Una filosofía que concibe la verdad y la
comunicación como un
a única cosa ha dejado de lado la proverbial
torre de marfil de la mera
contemplación. El pensamiento se toma práctico aun-*
* Rtason and Existence, Nueva York, 1955, pág. 67
*
“Grenzenlose Kommunikation" es un término que aparece en casi todoslos
trabajos de Jaspers.
' Compárese: “Vom lebendigen Geist der Universitat”,
1946, en: Reckens-chaft und
Ausbliek, (Munich, 1951), pág. 185.
que no pragmático; es una especie de práctica
entre hombres, no el desenvolvimiento
de un individuo en su soledad auto-elegi da. Por lo que sé, Jaspers es el primero y único filósofo
en haber protestado contra la soledad, a quien la soledad pareció
“perni ciosa” y quien se ha
atrevido a cuestionar “todo pensamiento, to da experiencia, todo contenido” bajo este único aspecto: “¿Qué significan para la comunicación? ¿Estos
ayudarán o impedirán la comunicación?
¿Seducen hacia la soledad u originan la comuni cación?”7 Las Filosofía ha perdido
tanto su humildad ante la teo logía como su arrogancia con respecto a la vida
común del hom bre. Se ha convertido en ancilla vitae*
Esta actitud es de especial importancia
dentro de la tradi ción filosófica
alemana. Kant parece haber sido el
último gran fi lósofo que tenía la
tranquilidad de ser comprendido
y de ser ca paz de disipar malentendidos. El comentario de Hegel junto a su
lecho de muerte (se non é vero, é ben trovato) se ha hecho famo so. “Nadie me ha comprendido excepto uno; y
él me malenten- dió.” Desde entonces, la creciente soledad de los
filósofos en un mundo
indiferente a la filosofía y fascinado por la
ciencia ha da do por resultado la bien conocida y a menudo denunciada ambi
güedad y oscuridad que para muchos parece ser típica de la filo sofía alemana
y que por cierto son el sello distintivo de todo pen samiento estrictamente
solitario y no comunicativo. A nivel de la
opinión común, esto significa que la claridad y la grandeza son vistas como cosas opuestas. Las numerosas
declaraciones de Jaspers después de la
guerra, sus artículos, conferencias, pro gramas radiales,, estuvieron guiados
por un intento de populari zación, de hablar de filosofía sin utilizar
terminología técnica, es decir, por la
convicción de que se puede apelar a la razón y a la preocupación “existencial” en todos los
hombres. Desde el pun to de vista filosófico, esto ha sido posible sólo porque
se concibe la verdad y la comunicación
como la misma cosa.
’ Compárese: “Uber meine
Philosophie", 1941, en op.eiL, págs. 350352.
*
Jaspers no utiliza este término. A menudo, menciona que filosofar es unapráctica,
una ‘acción interna*, etcétera. Aquí no podemos discutir la relación en tre pensamiento y vida. Pero la siguiente
oración puede mostrar en qué sentido
podría justificarse mi uso interpretativo de anciüa vitas: "Was ¡m denkenden Le- ben
getan aseden muss, dem solí ein Pkilosopkiertn ditnen, das erinnernd und vo- rausgrsi/snd die
Desde una perspectiva filosófica
, el peligro inherente a la nueva realidad de la humanidad parece ser que esta
unidad, ba sada en los medios
técnicos de comunicación y
violencia, destru ye todas las tradiciones nacionales y entierra los
orígenes autén ticos de toda existencia humana. Este proceso destructivo pue de ser incluso considerado como
un requisito previo necesario para la
comprensión final entre hombres de todas las culturas, civilizaciones, razas y naciones. Su
resultado sería una superfi cialidad que transformaría al hombre, tal como lo
hemos conoci do en los cinco mil años de historia, más allá de todo reconoci
miento. Sería algo más que mera superficialidad; sería como si toda la dimensión de profundidad, sin la cual
el pensamiento hu mano, incluso en el mero nivel de la invención técnica, no
exis tiera y simplemente desapareciera. Esta nivelación sería mucho más radical que la nivelación al denominador
común más bajo; llegaría por último al
denominador del cual casi no tenemos no ción alguna en la actualidad.
Siempre y cuando se conciba
la verdad como separada e in dependiente
de su expresión, como algo que no es comunicativo de por sí ni tampoco se comunica
con la razón ni apela a la expe riencia “existendar, es
casi imposible no creer que este proceso destructivo será puesto en marcha
inevitablemente por el mero
automatismo de la tecnología que hizo del mundo una humani dad
única y unida. Parece como si los pasados históricos de las naciones, en su total diversidad y
disparidad, en su confusa va riedad y extrañeza para cada uno, no son más que
obstáculos en el camino hacia una unidad
horriblemente vacía. Esto, por su puesto, es una decepción; si se destruyera
alguna vez la dimen sión de profundidad a partir de la cual se desarrollaron
la ciencia y la tecnología modernas, es
probable que la nueva unidad de
humanidad no pueda ni siquiera sobrevivir técnicamente. Todo parece depender entonces de la posibilidad de
hacer que los pasados nacionales, en su
desigualdad, entren en comunicación
entre sí como la única manera de alcanzar el sistema global de comunicación que cubre la superficie de la
Tierra.
Bajo la luz de estas reflexiones, Jaspers
hizo el gran descu brimiento
histórico que se convirtió en la piedra angular de su filosofía de historia, su origen y
su objetivo. La noción bíblica de
que todos los hombres descienden de Adán y comparten el
mismo
origen y de que todos viajan hacia el mismo objetivo de la salvación y el juicio final está más allá de todo
conocimiento y de toda
prueba. La filosofía cristiana de la historia, desde Agustín hasta
Hegel, vio en la aparición de Cristo el momento crucial y el centro de
la historia mundial. Como tal, sólo es válido para los creyentes cristianos; y si sostiene su
autoridad sobre todos, lo hace en la
forma de una unidad de humanidad como cualquier
otro mito que puede enseñar una pluralidad de comienzos y fines.
Contra esta y otras filosofías de la historia
similares que ela boran
un concepto de una historia mundial sobre la base de la experiencia histórica de un pueblo o de una parte
en particular del mundo, Jaspers ha descubierto un eje histórico empírico que otorga a todas las naciones “un marco común de autocompren- sión
histórica”. El eje de la historia mundial
parece pasar a través del siglo V a.C.,
en medio del proceso espiritual
entre 800 y 200 a.C„ Confucio y
Lao-tse en China, los Upanishads y Buda en In dia, Zaratustra en Persia, los
profetas de Palestina, Homero, los
filósofos., las tragedias griegas.9 Una característica de los he
chos que tuvieron lugar en esta era es
que estaban totalmente desconectados, que se convirtieron en los
orígenes de las gran des civilizaciones históricas del mundo y que estos
orígenes, en su misma diferenciación,
tenían algo único en común. Esta pecu liar igualdad puede estudiarse y
definirse de varias maneras: es la época
cuando se utilizaban o descartaban mitologías para la base de las grandes religiones del mundo con
su concepto de Un Dios trascendente;
cuando la filosofía hace su aparición en todas
partes; el hombre descubrre al Ser como un todo y a sí mismo como básicamente diferente de todos los demás
seres; cuando, por primera vez, el
hombre se toma en un enigma para sí mismo
(según las palabras de Agustín), se vuelve consciente de la con
ciencia, empieza a pensar sobre el pensamiento; cuando en to das partes
aparecen grandes personalidades que no aceptarán más o serán aceptadas como meros miembros de
sus respecti vas comunidades sino que se consideran individuos y diseñan nuevos modos individuales de vida: la vida
del hombre inteligen te, la vida del profeta, la vida del ermitaño que se
aparta de la so ciedad y se interna en una nueva espiritualidad e intimidad.
To-
* Origin, pág. 1 en adelante.
das las categorías
básicas de nuestro pensamiento y todos los
principios básicos de nuestras creencias fueron creados durante este período. Fue la época en que la humanidad descubrió por primera
vez la condición humana en la Tierra, de modo que a partir de entonces, la mera secuencia cronológica
de sucesos po día convertirse en un relato y los relatos ser transformados en
historia, un importante objeto de reflexión y de entendimiento. El eje histórico de la humanidad es entonces
“una era aproxima damente a
mediados del último milenio a.C., para lo cual, todo aquello
que lo precedió parecehaber sido una preparación y con lo cual se relaciona todo lo
subsecuente. La historia mundial de la
humanidad deriva su estructura de este período. No es un eje del cual podamos afirmar un carácter
permanente, absoluto y único. Pero es el
eje de la breve historia mundial que ha tenido
lugar hasta la actualidad, aquella que, en la conciencia de todos los hombres, podría representar la base de la
unidad histórica que reconocen en la
solidaridad. El eje real sería entonces la en camación de un eje ideal,
alrededor del cual se ve atraído el mo vimiento de la humanidad”.10
En
esta perspectiva, la nueva unidad de la humanidad podría adquirir un pasado propio a través de un
sistema de comunica ción, donde los diferentes orígenes de la humanidad se
revelarí an en su misma igualdad.
Pero esta igualdad está lejos de ser
uniformidad: así como el hombre y la mujer pueden ser iguales, es decir humanos, s
ólo al ser absolutamente distintos
el uno del otro, lo nacional de cada país puede entrar a esta
historia mun dial de la humanidad sólo al permanecer y aferrarse con
obstina ción a lo que es. Un ciudadano mundial, viviendo bajo la
tiranía de un imperio mundial y hablando
y pensando en una especie de esperanto glorificado,
no sería más hermafrodita que monstruo so. El lazo entre los hombres es,
subjetivamente, la “voluntad de una
comunicación sin b'mite” y, objetivamente, el hecho de la comprensión universal. La unidad de la
humanidad y su solidari dad no pueden consistir en un acuerdo universal sobre
una reli gión, o una filosofía o una forma de gobierno sino en la
creencia de que los varios aspectos que
forman una Unidad se manifiestan y
ocultan al mismo tiempo en la diversidad.
La era fundamental comenzó el
desarrollo de las grandes ci vilizaciones
del mundo que juntas constituyen aquello que usual mente denominamos
historia mundial y finalizó un período que,
debido a su desarrollo subsecuente, denominamos prehistórico. Si pensamos en nuestra propia era en términos
de su designio histórico, podemos llegar
a la conclusión de que el surgimientode la
humanidad como una realidad política
tangible marca el fi nal dedicho
período de historia mundial que comenzó
en la era fundamental. Jaspers, en cierta forma, está de
acuerdo con el sentimiento bastante
común de que nuestra época ha llegado a
su fin, pero disiente con el énfasis en la fatalidad
que suele acom pañar dicho diagnóstico. “Vivimos como si siguiéramos golpean do puertas que permanecen
cerradas para nosotros”.11 Aquello
que tan claramente aparece como un final se entiende
mejor co mo un comienzo cuyo significado más íntimo aún no logramos captar. Nuestro presente es enfáticamente, y
no sólo lógicamen te, el suspenso entre un no-más y un no-todavía. Lo que
comien
za ahora, después del final de la historia mundial, es la historia de la humanidad. Qué terminará siendo esto,
es algo que no sa bemos. Podemos prepararnos para ello a través de
una filosofía de la humanidad
cuyo concepto principal sería el concepto de
comunicación de Jaspers. Esta filosofía no abolirá, ni
siquiera criticará, los grandes sistemas
filosóficos del pasado en India, China y
Occidente, pero les sacará sus reclamos metaíísificos dogmáticos, los disolverá en series de
pensamientos que se en cuentran y se cruzan entre sí y por último retienen
sólo aquello que es universalmente
comunicativo. Una filosofía de la humani dad se distingue de una filosofía del
hombre por su insistencia en el hecho de
que no es un Hombre, hablándose a sí mismo en
el diálogo de la soledad, sino hombres hablando y comunicándo se entre
sí, los que habitan la tierra. Claro que la filosofía de la humanidad no puede prescribir ninguna acción
política en parti cular sino que puede comprender la política como uno de
los grandes ranos humanos de la vida
contra todas las filosofías an teriores que, desde Platón, consideraron el bios
politikos como una forma inferior de
vida, y la política como un mal necesario o. 11
en
las palabras de Madison, "la mayor de todas las reflexiones sobre la naturaleza humana”.12
Para poder comprender la importancia filosófica del
concep to
de Jaspers sobre la humanidad y la ciudadanía mundial, sería acertado recordar el concepto de humanidad de Kanl y la noción de Hegel sobre la historia mundial, dado que ellos dos consti tuyen su
medio ambiente tradicional. Kant
veía la humanidad como un último resultado posible
de la historia Afirma que la historia no
ofrecería otra cosa que la visión de “melancólica ca sualidad”
(trostloses ungefáhr) si no existiera una esperanza jus tificada de que las
acciones desconectadas
e impredecibles de los hombres podrían
originar una humanidad como
una comu nidad unida desde el punto de vista político junto con
la huma nidad del hombre totalmente
desarrollada. I jo que se ve “de las
acciones de los hombres en el gran escenario del mundo... pare ce estar
entremezclado con locura, vanidad infantil, malicia in fantil y ansias de
destrucción”, y sólo puede adquirir significado
si suponemos que existe una secreta “intención de la naturaleza en este curso sin sentido de los asuntos
humanos”13 que trabaja a espaldas de los
hombres. Es interesante notar, y característico
de nuestra tradición de pensamiento político, que fue Kant y no Hegel el primero en concebir una sagaz fuerza
secreta para ha llar algún significado en la historia política. La experiencia
que yace detrás de esto es la de Hamlet:
“Nuestros pensamientos son nuestros, sus
fines no nos pertenecen”, excepto que esta ex periencia fue en particular
humillante para una filosofoía cuyo
centro era la dignidad y la autonomía del hombre. Para Kant, la humanidad era el estado ideal en el “futuro
muy lejano”donde la dignidad del hombre
coincidiría con la condición humana de la
tierra. Pero este estado ideal pondría necesariamente un punto final a la política y a la acción política
tal como la conocemos en la actualidad y
cuyas locuras y vanidades quedan registradas en la historia. Kant prevé un futuro muy lejano
cuando la historia del pasado de haya
convertido en “la educación de la humanidad, se
gún
palabras de Lessing. La historia de la humanidad no tendría11
entonces “mayor interés que la historia natural, donde se
consi dera el estado actual de
cada especie como el lelos inherente a to do desarrollo previo, su fin
en el doble sentido de propósito y
conclusión.
Para Hegel la humanidad se manifiesta a sí
misma en el “es píritu del mundo”; en su quintaesencia está siempre allí en
una de sus etapas históricas de desarrollo, pero nunca puede llegar
a convertirse en una realidad política. También tiene su origen
en una sagaz fuerza secreta; pero “el artificio de la razón” es distin
to de “la astucia de la naturaleza”,
en tanto que sólo puede ser percibida
por la mirada contemplativa del filósofo, para quien só lo tiene
sentido la cadena de sucesos sin sentido y aparentemen te arbitrarios. El
punto culminante de la historia mundial no es el surgimiento real de la humanidad, sino el
momento en que el es píritu mundial adquiere timidez en una filosofía, cuando
lo Abso luto se revela por fin al pensamiento. La historia mundial, el espí
ritu mundial y la humanidad casi no poseen connotaciones políti cas en la obra
de Hegel, a pesar de los fuertes impulsos políticosdel joven Hegel. Se convirtieron de inmediato, y con bastante acierto, en las ideas principales de las ciencias históricas, pero siguieron
sin'una influencia notable en la ciencia pob'tica. Fue en Marx, quien decidió “volver a poner a Hegel sobre sus pies”, es decir, cambiar la interpretación
de la historia por el hecho de ha cer historia, que estos conceptos
mostraron su importancia polí tica. Y esta es una historia totalmente diferente. Es obvio que no importa qué distante o cercana esté la
realización de la humani dad, sólo se puede ser ciudadano mundial dentro del marco de las categorías de Kant. Lo mejor que puede sucederle a cual quier
individuo en el sistema hegeliano de revelación histórica del espíritu mundial es tener la buena
fortuna de nacer entre las personas
correctas y en el momento histórico correcto, de modo que el nacimiento de una persona coincida con
la revelación del espíritu mundial en
este período en particular. Para Hegel, ser
miembro de la humanidad histórica significaba ser griego y no un bárbaro del siglo V a.C., un ciudadano
romano y no uno grie go en los primeros siglos de nuestra era, ser cristiano y
no judío en la Edad Media, etcétera.
Comparado con Kant, el concepto de humanidad
y de ciuda danía mundial de Jaspers
es histórico; comparado con Hegel, es
político. De alguna manera combina la
profundidad de la expe riencia
histórica de Hegel con
la gran sabiduría política de Kant. Sin embargo, lo que distingue a Jaspers de ambos es
decisivo. Jaspers no cree en
la “casualidad melancólica” de la acción
polí tica y las locuras de
la historia registrada ni tampoco en la exis tencia de una sagaz fuerza secreta que manipula al hombre hacia
la sabiduría. Ha abandonado el concepto de Kant de una
“buena voluntad'que, al basarse en la
razón, es incapaz de la acción.14 Ha
roto tanto con la desesperación como con la consolación del idealismo alemán en filosofía. Si la
filosofía debe convertirse en análla
vitae, no hay duda de la función que debe cumplir: según las palabras de Kant, tendrá que “llevar la
antorcha delante de su graciosa dama en
lugar de la cola de su vestido, por detrás.”lsLa
historia de la humanidad que prevé
Jaspers no es la histo ria mundial de Hegel, donde el espíritu mundial utiliza y
consu me país tras país, pueblo
tras pueblo, en las etapas de su realiza ción gradual. Y la unidad de la humanidad en su
actual realidad está lejos de ser el consuelo o la recompensa
de toda la historia del pasado tal como
deseaba que fuera Kant. Desde el punto de vista político, la nueva y frágil unidad
originada por el dominio técnico sobre
la tierra puede ser garantizada dentro de un marco de acuerdos mutuos universales, que podrían
conducir a una es tructura federada mundialmente. Para esto, la filosofía
política no puede hacer más que describir
y prescribir el nuevo principio de
acción política. Al igual que, según Kant, nada debería suce der jamás en una
guerra que imposibilitara una paz y reconcilia ción futuras, según las
implicaciones de la filosofía de Jaspers,
nada debería suceder en la actualidad que fuera contrario a la so
lidaridad existente de la humanidad. Esto, a largo
plazo, puede significar que debe descartarse la guerra del
arsenal de medios políticos, no sólo porque la
posibilidad de una guerra atómica
pondría en peligro la existencia
de toda la humanidad sino por que
cada guerra, sin importar lo limitada
en el uso de medios y en
territorio, afecta de manera inmediata y directa a toda la hu
14 “...la venerada, pero prácticamente inútl
buena voluntad que se basa en la razón*,
*To Eterna! Peace*, 1795, traducción citada de Cari Joachim
Friedrich, Modem Library edition.
,s Ibídtm.
manidad.
La abolición de la guerra, al igual que la abolición de una pluralidad de estados
soberanos también albergarían
sus propios peligros particulares; los distintos
ejércitos con sus vie jas tradiciones y códigos de honor más o menos respetados serí an reemplazados
por fuerzas policiales federadas, y nuestras ex periencias con los modernos
estados policiales y gobiernos tota litarios, donde el viejo poder del
ejército es eclipsado por la cre ciente omnipotencia de la policía, no
alcanzan a convertirnos en
superopdmistas sobre esta perspectiva. Sin embargo, todo esto está en un futuro muy lejano.
Isak Dinesen
1885-1963
Las
grandes pasiones son tan raras como las obras maestras. BALZAC
La baronesa Karen Blixen,
cuyo nombre de soltera era Ha rén
Christentze
Dinesen Clamada Tanne por su familia y Tania
primero por su amante y luego
por sus amigos), fue la autora da nesa de rara distinción que escribió en inglés por lealtad a la
len gua de su amante muerto y,
siguiendo el espíritu de la antigua
coquetería, ocultó apenas su
autoría agregando a su apellido de
soltera el seudónimo
masculino “Isak”, el que ríe. Se suponía que la risa debía encargarse
de varios problemas inquietantes, el
menos importante de los
cuales fue, tal vez, su fírme convicción
de que no era muy apropiado para una mujer ser escritora y por lo tanto, una figura pública; la luz que
ilumina el área pública es demasiado fuerte como para ser halagadora. Había
tenido expe riencia en esta cuestión dado que su madre fue una de las sufra gistas, activa en la lucha por el
derecho de voto de las mujeres en
Dinamarca, y probablemente, una de esas excelentes mujeres que nunca provocarían a un hombre para
seducirlo. Cuando te nía veinte años, había escrito y publicado algunos
cuentos e in cluso la habían alentado para que continuara, pero ella se negó a hacerlo. “Nunca quiso ser escritora",
“tenia un miedo intuitivo a sentirse
atrapada” y cada profesión, que invariablemente asigna un rol definitivo en la vida, habría sido una
trampa, resguardán dola de las infinitas posibilidades de la vida misma. Tenía
más de cuarenta y. cinco años cuando
comenzó a escribir profesional-
81
f»
mente y casi cincuenta
cuando apareció su primer libro: Seven
Gothic Tales. En esa época, había descubierto (tal como nos lo hace saber a través de “Los Soñadores”) que la mayor trampa en la vida es la propia identidad. “No seré nunca más una sola per sona...
.Nunca más tendré mi corazón y toda mi vida unida a una sola mujer”, y que lo mejor que se les podía dar a los amigos
(por ejemplo, Marcus Cocoza en el
cuento) era no preocuparse “de masiado sobre Marcus Cocoza”, pues
esto significa “en realidad ser
su esclavo y prisionero”. Por lo tanto, la trampa no era tanto el hecho de escribir o de hacerlo en forma
profesional sino to marse a uno mismo en serio e identificar a la mujer con el
autor cuya identidad queda confirmada,
en forma inevitable, en públi co. El hecho de que el dolor de haber perdido su
vida y su aman te en Africa tendrían que haberla convertido en escritora y ha
berle dado una especie de segunda vida se entendía mejor como una broma, y “A Dios le encantan las bromas”
se convirtió en su máxima durante los
últimos años de su vida. (Le gustaba vivir
con esos lemas y había comenzado con navigare necesse est, vive- re non necesse est, para luego adoptar
el lema de Denys Finch- Hatton: Je
responderay, responderé y daré cuenta).
Pero había algo más que el temor de ser
atrapada que la ha cía defenderse
enfáticamente (en entrevista tras entrevista) con tra la noción
común de que ella fuera una escritora nata y una “artista creativa”.
La verdad es que ella jamás sintió ninguna am
bición o necesidad en particular de escribir, y mucho menos de
ser escritora; lo poco que
había escrito en Africa podía ser omiti
do, pues sólo le había servido en “épocas de sequía” para disper sar sus preocupaciones sobre la granja y
aliviar su aburrimiento cuando no tenia
otra cosa que hacer. Sólo en una ocasión “había
creado algo de ficción para hacer dinero”, y a pesar de que con The Angelic Avengers hizo algo de
dinero, fue “terrible”. No, ha bía comenzado a escribir por el simple hecho de
“que tenía que sobrevivir” y “sólo sabía
hacer dos cosas: cocinar y... tal vez, es cribir”. Había aprendido a cocinar
primero en París y luego en Africa para
agasajar a sus amigos, y para entretener tanto a sus amigos como a los nativos, había aprendido a
contar historias. “Si hubiera podido
permanecer en Africa, jamás se habría con vertido en escritora”. Pues, moi,
je suis m e conteuse, et ríen qu’une
conteuse. Cest l’histoire elle-méme qui m ’intéresse, et la fa-
9,2
fon de la raconter*. (“Yo, yo soy una
relatora de cuentos y nada más.
Lo que me interesa es la historia y la forma de
relatarla”). Lo único que necesitaba para empezar era la vida y el mundo,
ca si cualquier tipo de mundo o de medio; pues el mundo está lleno de historias, de hechos y ocurrencias,
de sucesos extraños que sólo aguardan a
ser contados, y la razón por la cual, por lo gene ral, estos hechos no son
relatados es, seg
ún Isak Dinesen, la fal ta
de imaginación; pues sólo si puedes ser imaginativo con lo
que de todas maneras ha sucedido, repetirlo en la imaginación,
verás las historias, y sólo si tienes la paciencia de contarlas una y
otra vez {“Je me les raconte et reraconte”) podrás llegar
a contar las bien. Esto, claro está, es lo que hizo durante toda su vida, pe
ro no para convertirse en una artista, ni siquiera para convertirse en una de esas viejas y sabias relatoras
profesionales de cuentos que hallamos en
sus libros. Sin repetir la vida en la imaginación no se puede estar del todo vivo, la “falta de
imaginación” impide que las personas
“existan”. “Sé leal a la historia”, tal como una de sus relatoras le advierte a la joven, “sé
eterna y constantemente leal a la
historia”; esto no significa otra cosa que: sea leal a laxa da, no crees la
ficción sino acepta lo que la vida te da, demuestra que mereces lo que sea recordándolo y
analizándolo, repitiéndo lo en tu imaginación; ésta es la forma de mantenerse
con vida. Y vivir en el sentido de estar
plenamente viva fue desde un princi pio y siguió siéndolo hasta el final su
único objetivo y deseo. “Vi da, no te dejaré ir a menos que me bendigas, sólo
entonces te de jaré ir”. La recompensa de relatar historias es poder dejar
ir. “Cuando el relator es leal... a la
historia, allí, en el final, hablará el
silencio. Allí donde se ha traicionado la historia, el silencio no
es otra cosa que vado. Pero nosotros,
los fieles, cuando hemos di cho nuestra última palabra, oiremos la voz del
silencio”.
Para ello, sin lugar a dudas, se requiere
habilidad, y en este sentido el hecho de relatar
historias no sólo es parte de la vida si no que puede convertirse en un arte por derecho propio.
Para convertirse en artista también se necesita
tiempo y una cierta se paración de la tarea impetuosa e intoxicante del mero hecho de
vivir que, quizá, sólo el artista nato pueda lograr en medio de
la vida. De todas formas, en el caso de
esta escritora, una gruesa lí nea divide su vida de su vida posterior como
autora. Sólo cuando perdió lo que había
constituido su xrida, su hogar en Africa y su
83
amante, cuando regresó a
Rungstedlund con un completo "fra caso”
y nada en sus manos excepto el dolor, la tristeza y los re
cuerdos,
pudo
convertirse
en artista y en el “éxito" que de otra forma jamás hubiese logrado ser: “A Dios le
encantan las bro mas", y las bromas divinas, tal como los griegos bien lo
sabían, suelen ser crueles. Lo que hizo
ella entonces fue único en la lite ratura contemporánea a pesar de que podría
comparárselo con algunos escritores del
siglo XIX (se me ocurren en particular las
anécdotas y los cuentos de Heinrich Kleist y algunos cuentos que Johann Peter Hebel, en especial Unverhofftes
Wiedersehen. Eudora Welty lo definió
en forma deñnitiva en una frase corta de
extrema precisión: “Ella hacía una esencia de una historia; un elixir de una esencia; y a partir del elixir
comenzaba una vez más a componer la
historia".
La relación de la vida de un artista con su
trabajo siempre ha
planteado problemas embarazosos, y nuestra
ansiedad por ver registrado, mostrado y discutido
en público lo que una vez eran asuntos estrictamente privados es tal vez menos legítimo de lo que nuestra curiosidad está dispuesta
a admitir. Lamentablemen te, las preguntas que pueden plantearse sobre la
biografía de Parmenia Miguel (Titania, The Biography
o/Isak Díñesen, Ran- dom
House, 1967) no son de este orden. Decir que el trabajo es indescriptible es ser demasiado benevolentes,
y a pesar de que cinco años dedicados a
la investigación aportaron aparentemente
“el material suficiente... para un trabajo monumental”, no obte nemos
más que citas de material publicado con anterioridad ya sea en libros y entrevistas sobre el tema o
del libro: Isak Dinesen: A
Memorial, que Random House publicó en 1965. Los pocos hechos aquí revelados por primera vez
muestran una falta total de artificio,
que podría haber sido detectada por cualquier com pilador. (Un hombre a punto
de suicidarse [su padre] no pudohaber
declarado tener “una premonición...
sobre su muerte próxi ma”; en la
pág. 36 se nos informa que su primer
amor debe “per manecer en el anonimato”, pero sin embargo en la pág.
210 nos revela su nombre; nos dice como
al pasar que su padre “había simpatizado
con los comuneros y que tenía tendencia de izquier da” y, a través de la voz
de una tía, nos enteramos de que “sentía
una tristeza profunda por los horrores que había presenciado durante la Comuna de París”. Podríamos llegar
a la conclusión
de que era un hombre
desilusionado si no supiéramos por el me morial previamente mencionado que luego escribió un
libro de memorias “donde... rinde justicia al patriotismo e idealismo
de los ‘comuneros’ Su hijo confirma la simpatía de su padre por
la Comuna y agrega que “en el parlamento
su partido era la Iz quierda”). Peor que estos descuidos es la equivocada délicotesse aplicada al más importante de los nuevos
hechos que contiene el libro: la infección venérea; el marido del que se había divorciado pero cuyo nombre y título mantenía (¿tal vez
por
la “satisfacción de ser llamada baronesa, tal como sugiere su biógrafo?) le dejó “una herencia de enfermedad”, cuyas consecuencias sufrió toda la vida. Su historia clínica habría sido de
sumo interés; su secre taria relata hasta qué punto los últimos años de su
vida estuvie ron consumidos por “una lucha heroica contra las desventajas de la enfermedad... como si un ser humano
tratara de detener una avalancha”. Y lo
peor de todo es la impertinencia ocasional,
casi inocente, tan típica de los adoradores profesionales que ro dean a
la mayoría de las celebridades; Hemingway, quien en su discurso de agradecimiento al aceptar el
Premio Nobel dijo que deberían habérselo
dado a “esa hermosa escritora Isak Diñe-
sen”, “no podía evitar envidiar el aplomo y la sofisticación [deTa
ñía]” y “necesitaba matar para demostrar su hombría, extirpar la inseguridad que en realidad nunca conquistó”.
Todo esto era in necesario y hubiera sido mejor no decir nada al respecto, si
no fuera por el lamentable hecho de que
fue la misma Isak Dinesen(¿o fue la
baronesa Karen Blixen?) quien había encargado
esta biografía y pasó horas y días con Migel para darle instrucciones y, poco antes de morir, le recordó una vez
más acerca de “mi li bro”,
arrancándole la promesa de que lo terminarí
a “en cuanto
muera”. Y bien, ni la vanidad ni la necesidad de adoración (el triste sustituto de la confirmación suprema
de la propia existen cia que sólo el amor, el amor mutuo, puede dar) pertenece
a los pecados mortales; pero son
apuntadores no superados cuando
necesitamos sugerencias sobre cómo ponemos en ridículo.
Es obvio que nadie podría haber relatado la
historia de su vi da como ella misma y la pregunta de por qué no escribió su
auto biografía es tan fascinante como incontestable. (Qué pena que su biógrafa nunca le hizo esta pregunta tan
obvia). El libro Africa m ío,
que a menudo se considera autobiográfico, es bastante reti
cente
y casi no habla de todas las cuestiones que su biógrafo de bería plantear. No
nos cuenta nada sobre su infeliz matrimonio y
su divorcio y sólo el lector cuidadoso se dará cuenta de que Denys Finch-Hatton fue algo más que un
amigo y visitante regu lar. El libro es, tal como lo señala su mejor crítico,
Robert Lang- baum, “una auténtica novela
pastoral, tal vez la mejor prosapastoral de nuestro tiempo”, y debido a que es pastoral
y no dra mática, ni siquiera en la
narración de la muerte de Denys Finch- Hatton en un accidente aéreo y de las últimas
semanas desola das en los cuartos
vacíos y las cajas con sus cosas, puede incor porar mucha
s historias pero sólo insinuar, por medio de raras y tenues aluciones, la historia subyacente en
una grande passton que fue
entonces y siguió siéndolo hasta el final, la fuente inspi radora de sus
relatos. Ni en Africa ni en ningún otro momento de su vida escondió nada; debió de haber estado
orgullosa de haber sido la amante de
este hombre que en sus descripciones aparececuriosamente sin vida. En Africa mía admite su
relación sólo por implicación
(en Africa, él no tenia otro hogar que la
granja, vivía en mi casa entre sus Safaris”, y cuando regresaba la casa
“mos traba lo que había en ella; hablaba, tal como hablan las plantacio nes
de café, cuando florecen con los primeros chaparrones de la estación de lluvia”; luego “las cosas de la
granja dedan lo que en realidad eran”. Y
ella, al haber “inventado muchas [historias]
cuando él no estaba”, se sentaría en el suelo con las piernas cru zadas
como Sherezada”.
Cuando ella se llamó a si
misma Sherezada, se refería a algo más qu
e a los críticos
literarios que luego siguieron su ejemplo,
más que sus
relatos, el uM oi, je suis une conteuse et ríen qu’une conteuse”. Las Mil y Una Noches (para “ella estos
cuentos esta ban por
encima de todo”) no sólo eran entretenimientos; produ jeron tres hijos
varones. Y su amante, que “cuando venía a la
granja le preguntaba; '¿Tienes una historia?' se parecía al rey ára be
quien “al ser inquieto le encantaba la idea de escuchar un cuento”. Denys Fmch-Hatton y su amigo,
Berkeley Colé, perte- necían a la
generación de jóvenes que desde la Primera Guerra Mundial estuvieron en desacuerdo con seguir
las convenciones y cumplir con los
deberes de la vida cotidiana, con hacer carrera
y desempeñar sus roles en una sociedad que los aburría al máxi mo.
Algunos se hicieron revolucionarios y vivían en la tierrra de
ensueños del futuro; otros, por el
contrario, elegían la tierra de ensueños del pasado y vivían como “en un mundo que ya no
existía”. Todos compartían la
fundamental convicción de que
“no pertenecían a su siglo”. (En lenguaje político, podría decirse
que eran antiliberales
siempre y cuando el liberalismo
significa ra aceptar el mundo tal como
era junto con la esperanza de su “progreso”; los historiadores saben hasta qué punto coinciden la crítica conservativa y la crítica
revolucionaria del mundo bur gués). De todas formas, deseaban ser “parias” y
“desertores”, listos “a pagar por su
obstinación” en lugar de asentarse y fundar
una familia. Denys Finch-Hatton iba y venía a su antojo y nada estaba más lejos de su mente que el lazo del
matrimonio. Nada podía atarlo y hacerlo
regresar excepto la llama de la pasión, y la
mejor forma de impedir que esa llama se extinguiera por el tiem po y la
inevitable repetición, por el hecho de conocerse demasia do bien y de haber
oído todas las historias, era crear nuevas in cansablemente. Ella estaba tan
ansiosa por entretener como Sherezada y
no menos consciente de que su fracaso significaría su muerte.
De allí la grande passton con Africa,
aún salvaje, sin domesti car, el
escenario perfecto. Allí se podía trazar una
línea “entre la respetabilidad y la decencia
y [dividir] a las amistades, humanas y animales,
según la doctrina. Los animales domésticos entran dentro de
la clasificación de respetables y los
salvajes, de decen tes;
se sostenía que mientras la existencia y el
prestigio de los primeros se decidía por su relación
con la comunidad, los otros estaban en contacto directo con Dios. Los cerdos y aves eran merecedores de nuestro respeto siempre y
cuando devolvieran lealmente lo que se
invertía en ellos, y... se comportaran tal
como se esperaba de ellos. Nosotros nos inscribíamos con los animales salvajes, admitiendo con tristeza la
insuficiencia de nuestra devolución a la
comunidad (y a nuestras hipotecas) pero
dándonos cuenta de que no podíamos renunciar, ni siquiera para obtener la más alta aprobación de aquello que
nos rodeaba, a ese contacto directo con
Dios que compartíamos con el hipopótamo
y el flamenco”. Entre las emociones, la grande passion es
tan destructiva de aquello que es
socialmente aceptable, tan despre ciativa de aquello que es “merecedor de
nuestro respeto”, como lo eran los
parias y los desertores de la sociedad civilizada de la
87
que provenían. Pero la vida se vive
en sociedad y, por lo tanto, el amor (no
el amor romántico que prepara el escenario para la fe licidad marital)
también es destructivo de la vida, como bien sa bemos a través de las famosas
parejas de amantes en la historia y la
literatura que terminaron en el dolor. Escapar de la sociedad: ¿eso no podría significar poseer no una gran
pasión sino una vida apasionada? ¿No fue
esa la razón por la que ella abandonó Dina marca, para exponerse a una vida sin
la protección de la socie dad? “¿Qué tenía que hacer yo para poner mi corazón
en Afri ca?”, se preguntó, y la respuesta le llegó en la canción de “Jesu
cristo” cuyas “palabras han sido como una lámpara para mis pies y una luz en mi camino”...
Quien
huye de la ambicióny
gusta vivir al sol,buscar
su propia comida,y
se contenta con lo que tiene,ven acá, ven acá, ven acá:aquí no hallarás ningún
enemigo, salvo el invierno y un clima difícil.
Y
si llegara a sucederque
algún hombre se tome estúpido dejando su fortuna y su comodidad, haciendo caso a su obstinación, duedame, duedame, duedame:aquí encontrarágrandes tontos como él,si es que viene a mí.
Sherezada, con todo lo que su nombre implica,
que vivía en tre los “grandes
tontos” de Shakespeare, quien dejó la ambición
y el amor para vivir al sol, y al haber encontrado un lugar a
“tres mil metros de altura” desde donde burlarse de la ‘ ambición de
los recién llegados de las misiones,
de la gente de negocios y del mismo
gobierno, para hacer respetable el
continente africano”, que sólo quería
conservar a los nativos, los animales salvajes y a los parias y desertores más salvajes de
Europa, los aventureros que se
convertían en guías y en cazadores de safaris, en “su ino cencia del período
antes de la Caída”: eso es lo que ella quería
ser, cómo quería vivir, y cómo se veía a sí misma. No era necesa-
88
ñámente como aparecía ante
los demás, en particular ante su amante. El la llamó
primero Tania y luego lo cambió por
Titania. (“Hay tanta magia en
esta gente y esta tierra*, le dijo ella a él; y
Denys “le sonrió con afectuosa condescendencia. ‘La magia no está en la gente o en la tierra, sino en el
ojo del espectador... TÜ le das tu
propia magia, Tania... Titania’ ”). Parmenia Migel eligió su nombre como título para su biografía, y no
habría sido malo si hubiese recordado
que el nombre implica algo más que la reina
de las hadas y su “magia”. Los dos amantes entre los que el nom bre
cayó por primera vez, siempre citando a Shakespeare, sabí an algo más; sabían
que la reina de las hadas era capaz de ena morarse de Bottom y que tenia una
idea irreal de sus propios po deres mágicos:
“Y
purgaré tu pesadez mortal para que puedas partir como un espíritu etéreo*.
Pues bien, B
ottom no se transformó en
ningún espíritu eté reo y Puck nos cuenta la
verdad sobre el asunto con propósitos
prácticos:
“Mi
amante está enamorada de un monstruo...
Titania
despertó y de inmediato se enamoró de un tonto*.
El problema es que la magia probó ser, una vez
más, total mente ineficaz.
La catástrofe que por fin la alcanzó se la había buscado ella misma, cuando decidió quedarse en la
granja aun cuando debió saber
que cultivar café “a tanta altitud no era pro vechoso”, y para empeorar las cosas, ella “no sabía ni
aprendió demasiado sobre el café y persistió
en la convicción de que su poder
intuitivo le diría qué hacer”, tal como lo señaló su herma no con
tiernas reminiscencias después de su muerte. Sólo cuan do fue arrojada de la
tierra que durante diecisiete años, manteni da con el dinero de su familia, le
había permitido ser Reina, Rei na de los cuentos, entendió la verdad. Al
recordar desde lejos a su cocinero
africano, Kamante, escribió: “Allí donde el gran chef caminaba sumido en sus pensamientos, lleno de
sabiduría, na die ve otra cosa que a un Kikuyu pequeño y patizambo, un
enano de cara chata e inexpresiva”. Sí,
nadie excepto ella, que siempre repetía
todo en la magia de su imaginación de donde surgían las historias. Sin embargo, el punto de la
cuestión es que incluso es
ta desproporción, una vez descubierta, puede
convertirse en ma terial para una
historia. Volvemos entonces a encontrar a Titania en “Los
soñadores”, sólo que ahora se
llama “Donna Quixota de la Mancha” y
le recuerda al viejo sabio judio, que en la
historia juega el papel de Puck, de las “serpientes danzarinas” que una vez vio en la India, serpientes
que “no son venenosas" y que ma tan, si es que matan, sólo por la fuerza de su abrazo. “De hecho, el verla desplegando sus grandes
espirales para revolverse y por fin
aplastar un ratón de campo es suficiente para hacernos des- temillar de risa”. En cierta forma, es así
como uno se siente al leer página tras
página sobre sus “éxitos” posteriores en la vida y cómo los disfrutaba, magnificándolos hiera de
proporción; que tanta intensidad, tanta
pasión se gastara en las selecciones delClub-deUibro-del-mes y en membredas honorarias en
socieda des prestigiosas,
que el primer discernimiento de que la pena es
mejor que nada, de que “entre
el dolor y la nada prefiero el do lor” (Faulkner), sea finalmente
premiado con pequeños inter cambios de premios y honores debe ser triste desde
un punto de vista retrospectivo; el
espectáculo en sí debió haber estado muy
cerca de la comedia.
Los cuentos salvaron su amor y los cuentos
también salva ron su vida
después del desastre. “Se puede soportar todo el do lor si
se lo pone en una historia o se cuenta una historia de él”. La historia revela el significado de
aquello que de otra manera se guiría siendo una secuencia insoportable de
meros aconteci mientos. “El genio silencioso y abarcador del
consentimiento” que es también el genio
de la verdadera fe (cuando su sirviente
árabe se entera de la muerte de Denys Finch-Hatton, responde ‘ Dios es grande”, igual que el Kaddish
hebreo, la plegaria de muerte dicha por
su familiar más cercano no dice más que “Sa grado sea Su nombre”) surge a
partir de la historia porque en la
repetición de la imaginación los hechos se han convertido en lo que ella denominaría “destino”. Para ello,
para ser uno con el propio destino de
modo que nadie pueda distinguir a la bailarinadel baile, la respuesta a la pregunta: ¿Quién
eres? será la res puesta del cardenal: “Permítame... responderle en la forma
clási ca y contarle una historia”, es la única aspiración que
vale el he cho de que se nos haya otorgado la vida. Esto también se
deno mina orgullo y la verdadera línea divisoria entre las personas es
si
son capaces
de “enamorarse de [su] destino” o si “aceptan co mo éxito lo
que otros garantizan como tal... en la cita del día. Ellos tiemblan, con razón, ante su
destino.” Todas sus historias son en
realidad “Anécdotas del destino”, y nos dicen una y otra vez cómo al final tendremos el privilegio de
juzgar o, para decir lo de otro modo, cómo perseguir uno de los “dos caminos
de pensamiento para una persona
inteligente...: ¿Qué quiso signifi car Dios al crear el mundo, el mar y el
desierto, el caballo, los vientos, la
mujer, el ámbar, los peces y el vino?”
Es cierto que el hecho de relatar una
historia revela signifi cado sin cometo- el error de definirlo, que crea
consentimiento y reconciliación
con las cosas tal como son, y que incluso pode mos confiar en que contienen la última palabra que
esperamos del “día del juicio”. Y sin embargo, si escuchamos la “filosofía” de los relatos de Isak Dinesen y pensamos en su vida según esta misma filosofía, no podemos evitar ser
conscientes de cómo el menor
malentendido, el menor cambio de énfasis en la dirección equivocada terminará por arruinarlo todo. Si es verdad,
tal como lo sugiere
su “filosofía”, que nadie posee una vida que
valga la pena meditar y cuya
historia no pueda ser narrada, de ello no
surge que la vida podría, e incluso debería, ser vivida como
un cuento, que aquello que uno debe
hacer en la vida es lograr que la
historia se haga realidad. Una vez, ella escribió en su libro de notas: “El orgullo es fe en la ¡dea que Dios
tenía cuando nos hizo. Un hombre
orgulloso es consciente de la idea, y aspira a realizar la.” Por lo que ahora
sabemos de sus primeros años de vida, pa rece bastante claro que esto es lo
que ella trató de hacer cuando era
joven, “realizar” una “idea” y anticipar el destino de su vida volviendo realidad una vieja historia. La
idea le llegó como una herencia de su
padre, a quien había amado mucho (su muerte,
cuando ella terna diez años, fue su primer gran dolor, y el hecho de enterarse de que se había suicidado — lo
supo mucho des pués— , el primer gran golpe del cual se negaba a apartarse), y
la historia que había planeado actuar en
su vida estaba destinada en realidad a
ser la secuencia de la historia de su padre. Este úl
timo
había estado relacionado con “une princesse de conte de fies a quien todos adoraban”, a quien había conocido y adorado
antes de su matrimonio y que había
muerto, de repente, a los veinti cuatro años. Su padre se lo mencionó una vez
a ella y a una tía
que más tarde sugirió que él nunca había podido
reponerse de esa pérdida,
y que el suicidio era d resultado de ese dolor incu rable. La muchacha en cuestión resultó ser una prima del
padre y la mayor ambi
dón de la hija se
convirtió entonces en el hecho de
pertenecer a esa parte
de la familia de su padre, de la alta no bleza danesa, “una raza totalmente diferente” de su propio me dio,
tal como lo relata su hermano. Fue natural que uno de sus miembros, que había sido la sobrina de la
muchacha muerta, se convirtiera en su
mejor amiga, y cuando “se enamoró ‘por prime ra vez y para siempre’, tal como
solía decir”, fue con otro de sus primos
segundos, Hans Blixen, quien habría sido sobrino de la joven muerta. Y como éste no le prestaba mayor
atendón, deci dió, incluso a los veintisiete años, edad suficiente como para
te ner la madurez necesaria (para aflicción y sorpresa de todos los que la rodeaban), casarse con su hermano
gemelo y partir con él para Africa,
justo antes de que estallara la Primera Guerra Mun dial. Lo que surgió de allí
fue sórdido y despreciable, nada que
pueda aparecer en una historia o pueda ser relatado. (Se separó inmediatamente después de la guerra y se
divordó en 1923).
Por lo que sé, jamás
escribió una historia sobre este absur do matrimonio, pero sí escribió algunos cuentos sobre lo que debió de haber sid o para ella la lección obvia de sus locuras juve niles, es decir, sobre el “pecado” de hacer que una historia se
vuelva realidad, de interferir con la vida según una norma prees tablecida en lugar de aguardar con paciencia que la historia sur ja, de repetir en la imaginación
en vez de crear una ficción y lue go tratar de vivir según sus reglas. El primero de estos cuentos es “El poeta” (en Seven Gothic
Tales)’, otro dos fueron escritos
casi veinticinco años después (lamentablemente, la biografía de Parmenia Migel no contiene ningún cuadro
cronológico), “La historia inmortal” (enAnecdotes
ofDestiny) y “Ecos” (en Last Ta les). El primero relata el
encuentro entre un joven poeta campe sino y su notable benefactor, un anciano
caballero que en su ju ventud había caído bajo el hechizo de Weimar y “el gran
Gehei- merat Goethe”, con el resultado
de que “para él fuera de la poe sía la vida no tenia ningún ideal real”. Por
desgracia, ningunaambición tan alta ha hecho jamás del hombre un
poeta y cuando se dio cuenta de que “la poesía de su vida tenía que
provenir de otro lugar” decidió ser un
mecenas y empezó a buscar “un gran
poeta” que vallera su consideración y lo
halló convenientemente
cerca, en la dudad donde
vivía. Pero un verdadero mecenas, uno que
sabía tanto sobre poesía no podía contentarse demasiado con repartir dinero; también tenía
que proporcionar las trage dias y las penas a partir de las cuales
sabía que la gran poesía ob tiene sus mejores inspiraciones. Por lo tanto,
adquirió una jovenesposa y arregló las
cosas de modo tal que los dos jóvenes bajo
su protecdón se enamoraran sin ninguna posibilidad de matri monio. Bien, el final es bastante sangriento; el joven poeta
mata a su benefactor disparándole y
mientras que el anciano en su agonía de
muerte sueña con Goethe y Weimar, la joven, al ver a su amante en una visión “con la soga al
cuello”, le da muerte. “Sólo porque le
convenía que el mundo fuera hermoso, quiso in ventarlo para que así fuera”, se
dijo a sí misma. “¡Tú!”, le gritó, “¡Tú,
poeta!”.
La perfecta ironía de “El poeta” tal vez la
entienden mejor aquel
los que conocen el Bildung
alemán y su lamentable rela ción con Goethe, al igual que
su autora. (La historia contiene va rias alusiones a poemas alemanes
de Goethe y Heine y también a la
traducción de Voss de Homero. También podría interpretar se como una
historia sobre los vicios del Bildung). “La historia Inmortal”, por el contrario, está concebida y
escrita como una historia popular. Su
héroe es un “comerciante de té inmensa mente rico” de Cantón con fuertes
razones para “tener fe en su propia
omnipotencia”, y quien sólo al final de su vida entró en contacto con los libros. Entonces, se sintió
molesto porque rela taban cosas que nunca habían sucedido y se enfureció
cuando se enteró de que quizás la única
historia que conocía (sobre un ma rinero que llegaba a la costa, conocía a un
viejo caballero, “el hombre más rico”
del pueblo, y éste le pedía que “hiciera lo me
jor”
en la cama de su
joven esposa que todavía podía tener un hi jo y le daba una moneda de
cinco guineas por su servicio) “nun ca haya sucedido y... nunca suceda y es por eso que se cuenta la historia”. Entonces, el anciano se pone a buscar un marinero pa ra hacer
realidad la historia que se contaba en todos los puertos del mundo. Todo parece ir bien, salvo que el
joven marinero se niega a reconocer a la
mañana siguente cualquier similitud entre
la historia y lo que le había sucedido durante la noche, rechaza las cinco guineas y le deja a la dama en
cuestión el único tesoro
que
posee: “un enorme caracol rosa brillante” del cual “cree no haya otro igual en el mundo”.
“Ecos”, el último en esta
categoría es una tardía continua ción de “Los soñadores” en Gothic Tales, la historia sobre Pele grina
Leoni. “La diva que había perdido la
voz” en sus viajes vuel ve a escucharla en el muchacho Emanuele, a quien comienza a
hacer a su propia imagen de modo
que su sueño, su mejor sueño y el menos
egoísta, se haga realidad: que
renaciera la voz que proporcionaba tanto
placer. Robert Langbaum, a quien he men cionado anteriormente,
señala aquí que “Isak Dinesen se acusa ba a sí misma” y que la historia, tal como lo sugieren de
todos
modos las primeras páginas, trata “sobreel canibalismo” y nada en ella confirma que la cantante “haya
estado formando al mu chacho para restaurar su propia juventud y para hacer
resurgir la Pellegrina Leoni que había
enterrado en Milán doce años atrás”. (La
elección misma de un sucesor masculino imposibilita esta interpretación). La conclusión de la
propia cantante es: “Y la voz de
Pellegrina Leoni no volverá a escucharse nunca más”. El muchacho, antes de empezar a arrojarle
piedras, la había acusa do: “Usted es una bruja, un vampiro... M ora sé que
moriría si volviera a usted”, para la
próxima lección de canto. Estas mis mas acusaciones las podía haber proferido
el joven poeta a su mecenas, el joven marinero
a su benefactor y, por lo general, to das aquellas personas que, bajo el
pretexto de ser ayudadas, son utilizadas
para hacer que los sueños de otros se hagan realidad. (Ella misma creyó que podía casarse sin estar
enamorada por que su primo “la necesitaba y era tal vez el único ser
humano que la necesitaba”, cuando en realidad
ella lo usó para empezar una nueva vida
en el este de Africa y para vivir entre los nativos tal como lo había hecho su padre cuando vivió
como ermitaño entre los indios
Chippeway. “Los indios son mejores que nuestra
gente civilizada de Europa”, le había dicho a su hija de pequeña, cuando su mejor don era que nunca olvidaba.
“Sus ojos ven más que los nuestros, y
son más sabios”).
Así, los primeros años de su vida le habían
enseñado que, mientras que se puede relatar
historias o escribir poemas sobre la vida, no se
puede hacer la vida poética y vivirla como si fuera una obra de arte (tal como lo había
hecho Goethe) o usarla para la
realización de una “¡dea”. La vida puede contener la “esencia”
94
(¿qué otra cosa podría?); el recuerdo, la
repetición en la imagina ción,
puede descifrar la esencia y
darle a uno el “elixir”; y final mente se puede tener hasta
el privilegio de “hacer” algo con él,
como por ejemplo, “componer una historia”. Pero la vida en sí no es esencia ni elixir, y si uno la
trata como tal, ésta sólo le tenderá
trampas. Fue quizá la amarga experiencia de las trampas de la vi da lo
que la preparó (aunque un poco tarde, tenía alrededor de treinta y cinco años cuando conoció a
Finch-Hatton) para sentir la grande
Passion, que de hecho no es más rara que una obra de arte. El relato de historias es lo que
terminó por hacerla sabia y no una
“bruja”, una “sirena” o una “profetisa” tal como pensaban aquellos que la rodeaban. La sabiduría es una
virtud de la ancia
nidad y parece que sólo le llega a aquellos
que, durante la juven tud, no fueron ni sabios
ni prudentes.
Hermann Broch
1886-1951
I.
El poeta renuente1
Hermann Broch fue poeta a pesar de si mismo. El
hecho de haber nacido poeta y de no querer serlo fue un rasgo fundamen
tal de su naturaleza, inspiró la acción dramática del más impor
tante de sus libros y se convirtió en uno de los conflictos
básicos de su vida. De
su vida, no de su psique; pues éste no era un con flicto
psicológico
que pudo haber sido expresado
en luchas
psí quicas, sin otra consecuencia que aquello que el mismo Broch, con un poco de ironía y otro de disgusto,
denonimó “clamor del alma”. Tampoco había conflicto entre dones, como por
ejemplo, el don de la ciencia y
la matemática y el don imaginativo, poético.
Dicho conflicto podía haber sido solucionado o, de lo contrario podía haber producido beües-lettres
pero nunca un verdadero tra bajo creativo. Además, un conflicto psicológico o
una lucha en tre varios talentos nunca puede ser el rasgo fundamental de
la naturaleza de un hombre, dado que
ésta siempre yace a un nivel más
profundo que todos los dones y talentos, que todas las pecu liaridades y
cualidades psicológicas descriptibles. Estas últimas se originan en su naturaleza, se desarrollan
según sus leyes o son destruidas por la
misma El circuito de la vida y la creativi dad de Broch, el horizonte en el
que se movía su trabajo, en rea lidad no era un círculo; más bien se parecía a
un triángulo cuyos lados pueden ser
etiquetados con total precisión: Literatura-Co-
nocimiento-Acción.
Sólo el hombre en su carácter único podía
llenar la superficie del
triángulo.
Asignamos talentos totalmente
diferentes a estas tres activi dades
fundamentalmente distintas del hombre: la obra artística, la científica y la política. Sin embargo,
Broch se acercó al mundo con el
requerimiento, nunca expresado abiertamente
aunque siempre latente e insistente, de que en su vida en la tierra el hombre
debe hacer que las tres coincidan y se vuelvan una. De la literatura
exigía que tuviera la misma validez que la ciencia, que la ciencia requiera ser “la totalidad del
mundo”2 como lo hace la obra de arte
cuya “tarea es la constante recreación del
mundo”,3 y que ambas cosas juntas, el arte impregnado de cono cimiento
y el conocimiento que ha adquirido visión, deberían comprender e incluir todas las actividades
prácticas y cotidianas del hombre.
Este era el rasgo fundamental de su naturaleza
y como tal no presentaba conflicto
alguno. Pero dentro de una vida, y en parti cular dentro del período
limitado distribuido para la vida huma na, dicho requerimiento debe
necesariamente llevar a conflic tos. Pues dentro de la estructura de las
ocupaciones y actitudes contemporáneas
coloca un peso excesivo sobre el arte,
sobre la ciencia y sobre la política.
Y estos conflictos se hicieron mani fiestos en la actitud de Broch hacia el
hecho de que era un poeta; se convirtió
en poeta a pesar de sí mismo y a través de su renuen cia dio una expresión
personalmente válida y adecuada tanto al
rasgo fundamental de su naturaleza como al conflicto fundamen tal de su
vida.
En términos de la biografía de Broch, la frase
“poeta renuen te”, en tanto que expresa un conflicto se aplica en
primer lugar al período posterior a La muerte de Virgilio. En este
libro, la incer tidumbre del arte en general se convierte en el
contenido temáti co de una obra de arte misma; y como la terminación del
trabajo coincidió con el mayor golpe de
la época, la revelación de las ma sacres en los campos de concentración, Broch
se prohibió de allí
en
más continuar con su trabajo creativo y por lo tanto se apartó de su modo acostumbrado
de resolver toldos los conflictos. Con
respecto a la vida, concedió una primada absoluta a la acdón,
y en lo que respecta a la creatividad,
al conocimiento. Por lo tanto, la
tensión entre literatura, conocimiento y acción lo asaltaba dia riamente y en
forma constante, afectando su vida diaria y su tra bajo.
(Volveremos
a la base objetiva de esta tendón que surge del
hecho de que Broch
consideraba la acción en términos de un
trabajo orientado hacia un objetivo y de que pensaba en térmi nos de un
conodmiento que produce resultados).
Esto tuvo consecuencias prácticas notables.
Cada vez que un conocido (no sólo un amigo, que habría dejado las
cosas den tro de los limites
razonables, sino cualquier conoddo)
estaba acongojado, enfermo, necesitaba dinero o se estaba muriendo. Broch se encargaba de todo. (Y la congoja era ubicua en
un
círculo de amigos y conocidos donde la mayoría eran refugia dos).
Parecía suponerse que la ayuda provendría de Broch, quien no tenía tiempo ni dinero. Sólo quedaba exento
de dichas responsabilidades (que
inevitablemente aumentaba el circulo de
conocidos y le imponían nuevas demandas a su tiempo) sólo cuando él mismo se hallaba en el hospital (no
sin una medida de júbilo malicioso) y
conseguía un poco de descanso, el que no
puede negársele a un brazo o una pierna rotos.
Pero es evidente que ésta era la fase más
inocente del con flicto que determinó su vida en Norteamérica. Era mucho
más pesado para
él que su pasado como poeta y novelista, y como
en realidad lo era no podía rechazar
su obligación. Esta comenzó con D ie
Schuldlosen (“El inocente”), que tuvo que ser escrito cuando, después de la guerra, un editor
alemán quiso volver a publicar algunas
historias viejas y semíolvidadas de Broch en su
antigua forma Para impedirlo escribió el libro, es decir, revisó las historias hasta que encajaron dentro del
“marco” de la narra tiva y agregó también algunas nuevas, incluyendo la
historia de una sirvienta jovencita
llamada Zerline, quizá la mejor historia
de amor de la literatura alemana. Sin duda, el libro fue muy bue no
aunque no fue escrito por su propia voluntad.
La
novela sobre la que trabajaba cuando murió pertenece a esta misma categoría. En la actualidad aparece en sus obras
completas bajo el título de Der Versucher
(“El tentador”) / En es te caso,
Alfred A. Knopf quería publicar un libro de Broch y Broch no podía negarse, aunque sólo fuera porque necesitaba
dinero. Era bien sabido que había comprado una novela casi ter minada en Austria y
que la guardaba en un cajón de su escrito rio. Lo único que necesitaba
era entregar el manuscrito al editor
norteamericano para que lo tradujera. Pero sin embargo, se pu so a
trabajar y a revisarla por tercera vez, y esta vez hizo algo que tal sea único en la historia de la
literatura. La novela pertenecía a un
período de su vida totalmente diferente (provem'a tal vez de su período más confuso, durante los primeros
años del Hitleris mo. Su contenido era en muchos aspectos ajeno a él. Pero
volvió a escribirla en el “estilo
antiguo” que él mismo había descrito y
aclamado en su ensayo sobre “El estilo de la Edad Mítica".45
Si comparamos las doscientas páginas
tipiadas de la última versión con los
capítulos de la segunda versión a partir de la cual surgie ron, vemos que su
trabajo consistía en supresiones, en otras pa labras, en el proceso de
“abstracción” característico del estilo
antiguo. Esta abstracción dio por resultado una prosa purificada de belleza y vitalidad inalterables y en una
conjunción perfecta de hombre y paisaje,
como la que sólo obtenemos de las manos
de los viejos maestros, los maestros que han envejecido.
No necesitamos los últimos trabajos literarios
que quedaron inconclusos para darnos cuenta de que Broch nunca dejó
de ser poeta y novelista, por más que no quería serlo. Cada uno de sus ensayos publicados es en esencia la declaración de un escritor. Esto es particularmente cierto del estudio
sobre Hofmannsthal, ese espléndido
ensayo saturado de discernimientos históricos,
en el que Broch utilizó todas las premisas de su propia existencía literaria: el origen judio y la asimilación,
los esplendores y la miseria
de la decadente Austria, el respetable ambiente de la cla se media que tanto odiaba y la exclusividad literaria aun más de testable de Viena, esa “metrópoli del vacío ético”.6 Todas sus
grandes percepciones históricas: la coordinación del
barroco y del drama y su análisis
del teatro como el último refugio del gran
estilo en una época sin estilo;7 el descubrimiento de que “es
una novedad en la historia del arte que
la fama póstuma se haya tor nado más importante que la fama” y la relación de
este fenóme no con la época burguesa;8 y por último el inolvidable ensayo
del último Emperador y su soledad,9 todo
esto sacó chispas porque era escritor y
a pesar de que todo era visto a través de los ojos de Hofmannsthal (en particular el retrato del
Emperador), seguía siendo visto a través
de los ojos del poeta, los ojos de Broch.
Su última novela, de haberla terminado, habría
sido proba blemente otro
trabajo a la altura de La muerte de Virgilio, a pesar de ser escrita en un estilo diferente, más bien épico en lugar de lírico. Sin embargo, esta obra también fue escrita
consciente mente, a pesar de sí mismo. Pues mientras que pudo haberse
so metido aunque contra su voluntad a
la primacía de la acción en la vida, durant
e sus últimos años, estaba
convencido, en lo referen te al trabajo y a la creatividad, de la primada del conotímiento sobre la literatura, y de la ciencia sobre el
arte. Y al final de su vi da estaba convencido de que induso existía un tipo
de prioridad, si no de primacía, de una
teoría general del conocimiento sobre la
ciencia y la política. (Tenía nociones sobre dicha teoría que ubicaría tanto a la ciencia como a la
política sobre una nueva ba se; existía en su mente bajo el título de Psicología
de las masas). De este modo, una
mezcla de circunstancias externas e internas
produjo esa locura peculiar donde el rasgo fundamental de su naturaleza, que en realidad no tenía
conflicto alguno, sólo dio por resultado
conflictos. Detrás de la novela en la cual trabajaba, la cual consideraba totalmente superficial
(obviamente, estaba equivocado, ¿pero
qué importaba?) se hallaba el torso de Psicolo-
gia
de las masas, el peso del trabajo ya
invertido en él y el mayor peso del trabajo que aún no había sido comenzado.
Pero detrás de ambos, más insistente,
más deprimente, estaba la ansiedad sobre
la teoría del conocimiento. Al principio había intentado ex poner sus ideas
sobre epistemología en una serie de apéndices a
la teoría de la psicología de las masas. Pero en el curso de su tra
bajo se dio cuenta de que éste era el tema correcto, de hecho el único tema importante.
Detrás de la novela, en la cual completó
contra su voluntad su evolución
como escritor logrando el estilo de la antigüedad, y detrás
de los resultados de sus investigaciones eruditas en psi cología e historia, quedaba su búsqueda penosa y no
penosa a la vez, de lo absoluto. Esa búsqueda había comenzado primero por
encaminarlo y luego le dio la
noción de un “absoluto inconce
bible” como solución para satisfacer su mente y consolar su corazón.
Aquello que Broch tema que decir desde un
punto de vista objet
ivo sobre el destino de
ser un poeta a pesar de sí mismo puede encontrarse en casi todos
sus ensayos. Sin embargo, para una profunda comprensión de Broch,
es decisivo entender có mo resolvió los conflictos y problemas en su ficción, qué roles le asignó en ella a la literatura, al conocimiento
y a la acción. Para ello, debemos
estudiar Im m uerte de Virgilio, donde la Eneida se rá
quemada por el bien del conocimiento y este
conocimiento se rá sacrificado a la amistad entre Virgilio y el Emperador y a los
requerimientos muy prácticos de la pob'tica de la época que con tiene
esta particular amistad. Esa “literatura no es más que im paciencia por parte
del conocimiento",1011que la máxima “la con fesión no es nada, el
conocimiento lo es todo”,11 es válida en
especial para la poesía; que el tiempo, sin embargo, no necesita conocimiento sino acción, una “obra de arte
ética” y no una “científica",12**a
pesar de que el arte, debido a su función cognos-
citiva,
no puede separarse
del “espíritu de la época”,13 y mucho menos de su ciencia; ésta, finalmente, es
la “misión extraordina ria” de la literatura contemporánea, la
cual “tuvo primero que pasar por todos
los infiernos de l ’art pour l’a r
f para “pasar todo lo estético al
poder de lo ético”;14 nunca
dudó de todos estos prin cipios desde el comienzo hasta el final de su trabajo creativo. Nunca cuestionó lo absoluto, inviolable
primada de la ética, la primada
de la acción. Tampoco dudó de la modernidad específi ca (podemos llamarla la
limitación de la contemporaneidad) que
lo llevó a expresar la actitud fundamental y los requisitos funda
mentales de su naturaleza en una vida determinada sólo por con flictos y
problemas.
De esto último, jamás habló en forma directa,
tal vez debido a su peculiar reserva sobre todas las cosas que
pertenecían de manera demasiado obvia al reino de
lo personal. “El hombre co mo tal es el problema de nuestra época; los problemas de los in dividuos van
desapareciendo e incluso se
prohíben, desde el punto de vista moral.
El problema personal del individuo se ha
convertido en tema de risa para los dioses y ellos tienen razón en su falta de piedad”.15
Al parecer, Broch nunca escribió
un diario, ni siquiera se hallaron
cuadernos de notas entre sus papeles; y es
casi conmovedor comprobar que la única vez que habló en
forma directa sobre sus problemas personales, y
no en forma in
directa en su transformación poética, no lo hizo
sobre sí mismo sino sobre Kafka, diciendo
así, una vez más y disfrazado, lo que
quería decir en La muerte de Virgilio pero no pudo por la simple razón de que la fuerza literaria del libro era demasiado grande para que su “mensaje”, el ataque a la
literatura como tal, tuviera un impacto
total. Por ello, al escribir en inglés sobre Kafka aun que en realidad
comprometido en una autointerpretación oculta,
declaró lo que podría haberse dicho con gran justicia sobre él, pero que no fue dicho; “Ha llegado al punto
del esto o aquello: o la poesía es capaz
de avanzar hacia el mito o fracasa. Kafka, en su presentimiento sobre la nueva cosmogonía, la
nueva teogonia que debía lograr
.luchando con su amor por la literatura, su dis-
gusto
por la literatura, sintiendo la total insuficiencia de cualquier enfoque artístico, decidió (tal como lo hizo Tolstoy al enfrentarse a una decisión similar) abandonar el reino de
la literatura y pidió que su obra fuese
destruida; lo pidió por el bien del universo cu yo nuevo concepto mítico le
había sido conferido.”16 (I^s
bastardillas son de la autora.)
Lo que Broch expresa en este ensayo va mucho
más allá del odio por la postura
literaria y su estética barata, incluso más allá de su amarg
a crítica de l'art pour
l’art, que ocupa un lugar cen tral en su trabajo crítico así como en su filosofia sobre el
arte y sus primeras
reflexiones sobre la ética y la teoría del valor. Las obras de arte son consideradas
cuestionables como tales. La lite ratura como tal es “fundamentalmente insuficiente”. Una sor prendente
especie de reticencia, que no debería ser comparada con la modestia, le impidió plantear su
propio trabajo como mo delo de aquello a lo que se refería: pero-es obvio que
aquí hacía tanta referencia a La
muerte de Virgilio, como diez años antes en
el ensayo sobre Joyce, ocultó su crítica de The Sleepwalkers de
trás de un comentario sobre Gide respecto de que no se alcanza la modernidad cuando “se utiliza una novela
como marco para digresiones
psicoanalíticas o científicas.”17 Sin embargo, tanto en los primeros ensayos como en su temprana
autocrítica, lo úni co que lo preocupaba era liberar la novela de su
“literalidad”, su sumisión a la sociedad
burguesa cuyo ocio y hambre de cultura
debían de ser alimentados con “entretenimiento e instrucción”.16 Sin lugar a dudas, en La muerte de
Virgilio logró transformar la forma
de la novela, a pesar de sus tendencias naturalistas u os- tentosas, en auténtica poesía y, por lo
tanto, a través de este ejemplo había
demostrado la insuficiencia de la poesía como tal.
La mención de Tolstoy
sugiere por qué Broch consideraba insuficiente la
literatura. La literatura no impone ningún decreto de prohibición. Sus percepciones no poseen el carácter
obligato rio del mytkos, al cual sirve en una visión religiosa
intacta del mundo: este servicio es la
verdadera justificación del arte. (Para
Broch, el gran prototipo y ejemplo de dicho servicio era siempre
el
sistema de orden
jerárquico de la vida y pensaba que éste ha bía prevalecido durante la Edad Media
Católica). Tampoco el ar te, y en especial la literatura, posee la fuerza
coercitiva, el carác ter incontrovertible de las declaraciones
lógicas; a pesar de que se manifiesta a
través del lenguaje, carece de la fuerza del logos. Es probable que Broch se haya enfrentado a la pregunta: “¿Qué haremos después?" por primera vez
en relación con la Primera Guerra Mundial. Y volvió a planteársele una
y otra vez, cada vez con mayor
insistencia, con todos los desastres de nuestra era. Una y otra vez esta pregunta lo abrumó “como
un tronido". Y lle gó a la conclusión de que para que una respuesta fuera
válida, esr ta debería tener la misma
fuerza coercitiva que' poseía mytkos
por un lado, y logos por otro.19
Pues si bien la pregunta se le planteó dentro
del contexto del sigl
o XX, el siglo “de la
anarquía más oscuro, el atavismo más
oscuro y
la crueldad más oscura,”20 era también la pregunta
bási ca del ser viviente y mortal. Su respuesta no sólo debe ser com
patible con las épocas sino también con el fenómeno mismo de la muerte. La pregunta sobre qué hacer pudo
haber sido inspira da por las tareas de la época; pero para Broch era también
una búsqueda hacia la posibilidad de una
conquista mundana de la muerte. Su
respuesta, por lo tanto, debe poseer la misma necesi dad inescapable como la
misma muerte.
Para Broch, esta formulación inicial del
problema, que man tuvo durante
toda su vida, estaba gobernada por las alternativas de mythos y logos. Sin embargo, en sus últimos
años, es probable que ya no
tuviera fe alguna en los “nuevos mitos”21 que habían conformado toda su esperanza desde The
Sleepwalkers hasta La muerte
de Virgilio. A lo largo
de su trabajo en Psicología de las
masas el peso de sus resultados se alejaba cada vez más
de mythos hacia logos, de
la literatura hacia la ciencia. Cada vez más
buscaba una forma de conocimiento estrictamente lógica y veri- ficable.
Aun si no hubiese perdido esta fe, su actitud
hacia la literatu ra después de Im muerte de Virgilio, que significa obviamente su
actitud hacia sí mismo
como poeta, no podía haber adoptado otra forma. Por importante que fuera el cambio en el
pensamien to de Broch de mythos a logos, por
productivos que hayan proba do ser sus efectos sobre la epistemología
(de hecho, fue el ver dadero origen de la epistemología), no tenía relación con la cuestión básica del hecho de ser poeta y de no querer serlo. Es ta era más bien una cuestión de crítica social y de la posición del
artista en su época, una cuestión que Broch planteó sobre mu chos
planos y que casi siempre respondió en forma negativa. Co mo la
filosofía del arte de Broch sostenía que
la verdadera fun ción cognoscitiva de una
obra de arte debe ser la de representar la de otra forma inalcanzable totalidad de
una era, podemos pre guntar si un mundo “en desintegración de
valoración” puede se guir siendo representado como una totalidad. De modo
que planteamos la pregunta, por ejemplo,
en el ensayo sobre Joyce. Sin embargo, en
ese ensayo se sigue considerando la literatura
como una “tarea mítica y una acción mítica”,22 mientras que en el estudio de Hofmannsthal, escrito doce años
después, hasta la poesía de Dante “casi
no puede ser caracterizada como correcta mente mítica”.23 El ensayo sobre
Joyce fue escrito con la misma
disposición que surge con tanta fuerza de los ritmos Uricos de La muerte de Virgilio y termina con la
esperanza de un “nuevo mythos”,
un “mundo que vuelve a ordenarse” como culminación de todo el esfuerzo literario de las épocas.
Sin embargo, en el es tudio de Hofmannsthal sólo oímos hablar de la “urgencia
de to do arte, de todo gran arte... de poder convertirse en mythos unavez más, de representar una vez más la totalidad
del universo.”24 Y ya esta
urgencia se acerca en forma demasiado peligrosa a una ilusión.
Esta
desilusión fue decisiva en el desarrollo de Broch como escritor, dado que para él el mero hecho de
escribir debió de ha ber sido una
especie de éxtasis. Pero aparte de la desilusión, siempre
supo una cosa: ningún poema puede convertirse en la piedra angular de una religión y en especial,
ningún poeta tiene el derecho de
intentarlo. Esta es la razón por la que tenía una opi-
nión
tan
alta de Hofmannsthal (y por la que las “declaraciones poético-religiosas"25 de Rilke le parecían en extremo
sospecho sas, a pesar de que obviamente
sabía que Rilke era el poeta más
grande), quien nunca confundió religión con literatura,
nunca rodeó la belleza con “la aureola
de la religiosidad".26 Y cuando di jo, al continuar e incluso ir más allá
de Hofmannsthal, que el arte “nunca puede
ser elevado hasta un absoluto y por lo tanto debe permanecer cognoscitivamente mudo",27
estaba haciendo una declaración que no
habría formulado con tanta agudeza y en for ma tan categórica durante sus
primeros años, aunque siempre fue parte
de su pensamiento.
II. La teoría del valor
En su primera etapa, la más plausible, la
crítica de Broch so bre sí mismo
como escritor y de la literatura como tal comienza con la crítica de l’art fiour l’art. Este también fue el punto de par tida
para su teoría del valor. (Broch, en contraste con los “filóso fos
del valor” académicos mucho más inocuos e insignificantes, era consciente de que debía su concepto
del valor a Nietzsche, como es evidente
en su comentario sobre éste.)26 La desintegra ción del mundo o la
disolución de valores fue, para Broch, el re sultado de la secularización del
Oeste. A lo largo de ese proceso, se
perdió la creencia en Dios. Además, la secularización frustró el punto de vista de Platón que postulaba un
“valor” absoluto, su premo y por lo tanto no-concebible que confiere a todas
las ac ciones del hombre un “valor relativo" dentro de una jerarquía
de valores. Cada fragmento remanente de
la visión del mundo reli giosa y platónica originaba nuevos reclamos a lo
absoluto. Así surgió entonces la
“anarquía de valores” donde cada uno podía
moverse como quisiera de un sistema de valor cerrado y conso nante, a
otro. Más aun, cada uno de estos sistemas se tornó ne
cesariamente
en el inflexible antagonista de todos los demás, da-
do que cada uno reclamaba el
carácter absoluto y ya no había ningún
absoluto verdadero contra el cual pudiesen
medirse es tos reclamos. En otras palabras, la anarquía del mundo, y los desesperados tropiezos
del hombre dentro de él, se debe en pri mer lugar a la pedida
de la norma de medida y al exceso resul tante, un crecimiento canceroso de
cada una de las áreas que así se
hicieron independientes. Por ejemplo, la filosofía del arte por el arte en sí termina, si tiene el coraje de
seguir sus principios hasta sus
conclusiones lógicas, en la idolatría de la belleza. Si lle gáramos a concebir
lo bello en términos de antorchas encendi das estaríamos preparados, al igual
que Nerón, a encender cuer pos humanos vivos.
Aquello que Broch entendía por literatura (¿Y
quién otro se había planteado antes la pregunta con la agudeza y
profundidad que requiere?)
no era una simple cuestión de degeneración.
Tampoco pensaba que la relación entre literatura y verdadero
ar te fuese comparable con la de superstición y religión en una
épo ca, religiosa o de seudociencia
y ciencia en la moderna época de las
masas. Para Broch, la literatura es
arte, o bien el arte se con vierte de inmediato en literatura en cuanto
se aparta del sistema de valor de
control. L ’art p ou rl’arten particular, que aparece ba jo una
apariencia aristocrática y arrogante, proporcionándonos (como Broch bien sabía) obras literarias tan
convincentes, en re alidad ya es literatura, como en el mundo de lo comercial
el lema “negocios son negocios” contiene
dentro de sí la deshonestidad del
acaparador inescrupuloso, y como en la Primera Guerra Mundial la atrevida máxima “La guerra es la
guerra” ya había transformado la guerra
en un asesinato en masa.
Existen muchos elementos característicos en esta
filosofía de valores de Broch. No sólo se trata de que definía la
literatura como “el mal en el sistema
de valores del arte”. Se trata de que
veía el elemento criminal y el elemento del mal radical
personifi cado en la figura del hombre literario estético (en cuya
categoría incluía por ejemplo a Nerón e
incluso a Hitler) y similar a la lite ratura Esto tampoco se debía al hecho de
que el mal se reveló ante el escritor en
primer lugar en su propio “sistema de valo res”. Se debió más bien a su
perspicacia sobre el carácter pecu liar del arte y de su enorme atracción para
el hombre. Según Broch, la verdadera
seducción del mal, la cualidad de seducción
en la figura del mal, es en primer lugar un fenómeno estético. Es tético en el más amplio
sentido de la palabra;
los hombres
de ne gocio cuyo credo es “Negocios son negocios” y los hombres de estado que sostienen que “La guerra es la
guerra” son literatos
estéticos en el “vado de valores” . Son estetas en cuanto se en cantan con la consonancia de su
propio sistema y se convierten en asesinos porque están preparados a
sacrificicarlo todo por es ta
consonancia, esta “hermosa” coherencia. De dichas cadenas de pensamiento, que se hallan en distintas
variaciones en sus primeros ensayos,
Broch desarrolló de manera bastante natural
la posterior distinción entre “sistemas abiertos y cerrados” y la identificación del dogmatismo con el mismo
mal.
Anteriormente, hablamos del platonismo de
Broch. En el primer período de su trabajo creativo, que se extendió desde
The Sleepwatkers a La muerte de Virgilio, es decir desde
fines de la década de 1920
hasta comienzos o mediados de la década de
1940, Broch se llamó con frecuencia un platónico. Pero si desea mos
comprender el sentido y la
motivación de su posterior vuel co
hacia un absoluto concebible y hada
una epistemología lógi ca-positivista, debemos darnos cuenta
de que Broch nunca fue un
platónico incondicional. No es de crudal importancia el
he cho de que haya interpretado la teoría de
Platón sobre las ideas exclusivamente en el sentido de una teoría de
normas, es decir, que transformó
la trascendencia de ideas, que en un principio no era absoluta sino más bien prosaica (en la parábola
de la cueva en La República el
paraíso de ideas se arquea sobre la tierra y de
ninguna manera es trascendente a ella), en la trascendencia ab soluta y
lógicamente necesaria de una norma; las normas no pueden medir nada a menos que sean de un orden
totalmente di ferente y se apliquen desde afuera a los objetos a medir. Esto
no sería crucial si no fuera porque esta
transformación de ideas en normas y
patrones para “medir” la conducta humana ya pueden encontrarse en Platón, de modo que el malentendido,
si es que lo hay, debe atribuirse al
hecho de que Platón se malentendió a sí
mismo. Lo importante es que para Broch la norma absoluta que se aplica a “todas las áreas de valor” de
cualquier tipo, sea siempre una norma
estándar. Eso solo explica el porqué de la de
saparición
de la norma en la que todas las áreas de valor se trans forman de inmediato en áreas carentes de
valor, todo lo bueno
109
en malo: lo absoluto y la
norma absolutamente trascendente es un absoluto
ético que sólo confiere ‘Valor” a la vida del hombre en sus
múltiples aspectos. Y esto, simplemente, no seria aplica ble a Platón,
aunque sólo sea porque el concepto de la ética tal como lo encontramos en Broch está ligado de
manera insepara ble a la Cristiandad.
Sigamos con los ejemplos del propio Broch,
Según él, el “va lor” inherente
a la vocación del hombre de negocios, el valor por el que
se medirá todo y que debe ser también el único objetivo de la actividad comercial es la honestidad. La riqueza que puede surgir a partir de una actividad
comercial debe ser un subpro ducto, un efecto nunca pensado como tal, así como
la belleza es un subproducto para el
artista, el que sólo debe apuntar al traba
jo
“bueno”
y no al “hermoso”. Desear la riqueza, desear la belle za es, desde
el punto de vista moral, complacer al vulgo; desde el punto de vista estético es literatura, y
en el sentido de la teoría de valores
es un absoluto dogmático de un área especial.29 Si Platón hubiese elegido este ejemplo (lo que
no podría haber hecho da do que, de acuerdo con el punto de vista griego, sólo
veía el co mercio en términos de codicia y por lo tanto lo consideraba
una ocupación carente de sentido),
habría visto el objetivo inherente de la
vocación como un intercambio de bienes entre hombres y naciones. Tal vez, dentro de este contexto,
no se le habría ocurri do jamás la noción de honestidad. Ahora bien,
revirtamos el casoy elijamos un ejemplo platónico que el trabajo de Broch sólo
su giere. Platón
define el objetivo del arte de la medicina como la preservación o el restablecimiento de la
salud. En cambio Broch sustituiría salud
por ayuda.
El médico visto en relación con la sa lud y el médico como
ayudante son dos puntos de vista incompa
tibles. Platón no permite ninguna duda sobre
la cuestión y expli ca, como si fuera una verdad aparente, que uno de los
deberes del médico es permitir que
mueran aquellos a quienes no puede curar
y no prolongar la vida de los enfermos con artes médicas no garantizadas. Los asuntos del hombre están
subordinados a una norma extrahumana. El
hombre “no es la medida de todo”; e
incluso, la vida misma puede no ser la medida de todos los asun tos
humanos. Estos principios conforman el núcleo de la filoso-**
fia
política de Platón. Sin embargo,
toda la filosofía cristiana y post-cristiana supone,
al principio en forma tácita y luego njás
explícita a partir del siglo XVII, que la vida es el mayor
de los bie nes, o el valor en sí mismo, y que la falta de valor absoluta es
la muerte. Esto mismo supone Broch.
Esta valoración fundamental de la vida y la
muerte es la constante inalterable en la obra de Broch, desde el
principio has ta el fin. También
forma el eje alrededor del cual gira toda su crí tica social, su filosofía del arte, su epistemología, su
ética y su po lítica. Durante un
largo período de su vida, esta posición lo acer có mucho al
Cristianismo de una manera totalmente carente de dogma, independiente de cualquier
afiliación a una iglesia. Pues después
de todo fue el cristianismo el que aportó al agonizante mundo de la antigüedad clásica las “buenas nuevas” de la con quista de la muerte. Sea cual fuere el significado original de
las prédicas de Jesús de
Nazaret, y por primitiva que haya sido la
forma en que el Cristianismo comprendió originalmente sus pa
labras, en el mundo pagano esas nuevas sólo podían significar una cosa: justifican los temores por el
mundo, que uno había cre ído eterno y por el cual uno había podido reconciliarse
con la muerte; el mundo está
predestinado al fracaso y su fin se halla
mucho más cerca de lo que se cree; pero como recompensa, aquello que siempre se consideró como la cosa
más transitoria, la vida humana en su
particularidad,individual, personal, no ten
drá fin. El mundo morirá, pero el hombre vivirá. Así debieron
so nar
las “buenas
nuevas” al amenazado mundo de la
antigüedad, y así es como Broch, con el oído agudizado por su
percepción poética, volvió a oírlas en
el agonizante mundo del siglo XX.
Aquello que una vez llamó el “crimen” del Renacimiento, y lo que repetidamente diagnosticó como la
peculiar aniquilación del proceso de
secularización, la “destrucción de la estable visión católica del mundo”,30 significa que durante
la modernidad la vi da humana se sacrifica por el bien del mundo, en otras
palabras, por algo mundano que de todas
maneras está destinado a morir. Por
sacrificio de la vida humana se refería a la pérdida de la cer teza absoluta
de la eternidad de la vida como tal.
Este punto de vista del Cristianismo y de la
secularización deja de ser importante para la comprensión
de los escritos poste riores de Broch.
Sin embargo, lo que es importante, es que lo
único que abre el camino
a la comprensión del más abstracto y al
parecer (sólo al parecer) más especializado
de los argumentos de Broch, es su
original visión de la vida y de la muerte. Durante
toda su vida se aferró a la idea
de que la “muerte carece d
e valor en sí misma", que “debemos experimentar
el significado de va lor
sólo desde el polo negativo, desde el punto de vista de la muerte. Valor significa la superación de la
muerte o. más preci samente, la salvadora ilusión que disipa la conciencia
sobre la muerte."31 Aquí no es
necesario presentar la objeción que prime ro aparece: que esto no es más que
una nueva variación de esa confusión,
tan crucial para la historia de la moralidad occidental, entre perversidad y el mal, entre lo radicalmente
malo y el sum mum malum-, para Broch, su profunda identidad es más bien
la garantía de que existe una norma
ética absoluta. Como sabemos que la
muerte es el mal absoluto, el summum malum, podemos decir que el asesinato es absolutamente maligno.
Si la perversi dad no estuviera anclada en el mal, no existiría ninguna
norma para medirlo.
Es
evidente que esta tesis se basa en la convicción de que la peor cosa que puede hacer el
hombre es matar y que por lo tan to no puede haber peor pena que la
pena de muerte.32 (Aquí te nemos la base concreta para el límite de lo
absoluto presentada en los dos capítulos
póstumos de su Politics). Esta visión de la muerte y del asesinato no sólo sugiere una limitación
empírica peculiar para Broch sino
para toda su generación. Era caracterís tico de la generación de la guerra y
de la filosofía de la década de 1920 en
Alemania que la experiencia de la muerte alcanzara una dignidad filosófica hasta entonces
desconocida, una dignidad que sólo había
tenido una vez, en la filosofía política de Hobbes, y entonces sólo en forma aparente. A pesar de
que el temor de la muerte juega un papel
preponderante en Hobbes, no es el temora la
mortalidad inevitable sino a la “muerte violenta”. Es induda ble que la
experiencia de la guerra estaba ligada al temor de la11
11 Ibídtm, pág. 232 en adelante. “ Ibídtm, pbg. 248.
muerte violenta; pero era característico de
la generación de la guerra que este
temor se transfiriera a la ansiedad general sobre la muerte, o que este temor se convirtiera en
pretexto para la de mostración del
más general y más importante
fenómeno de la ansiedad. Pero pensemos lo que pensemos de la dignidad
filosó fica de la experiecia de muerte, es obvio que Broch se limitó a es te horizonte de experiencia de su generación; y es decisivo que
este horizonte fuera interrumpido por la generación, para la cual la experiencia básica, crucial, no era la guerra sino las formas to
talitarias de gobierno. En la actualidad
sabemos que el asesinato no es lo peor que el hombre pueda
hacerle al hombre y que por
otra parte, la muerte no es aquello a lo que el hombre más
teme. La muerte no es “la quintaesencia
de todo lo aterrador” y lamen tablemente puede haber castigos mucho más duros
que la pena de muerte. La frase: “si la
muerte no existiera, no habría temor en
la tierra”31 debe ser corregida para dejar espacio al dolor inso portable
junto a la muerte. Más aún, si no fuera por la muerte, di cho dolor sería
todavía más insoportable para el hombre. Preci samente, eso es lo espantoso
del castigo eterno del infierno, el cual
no habría sido inventado si no hubiera existido una amena za mayor que la
muerte eterna. A la luz de nuestras experien cias, quizá haya llegado el
momento de investigar la dignidad fi losófica de la experiencia del dolor, que
la filosofía actual siente al menos con
el mismo desprecio secreto que la filosofía acadé
mica de hace treinta o cuarenta años sentía
con respecto a la ex periencia de la muerte.
Sin
embargo,
dentro de este horizonte, Broch extrajo la con clusión
más radical de la experiencia de la muerte.
No, obvia mente, en la primera teoría de
los valores, donde la muerte sólo
aparece como summum malum o, en anticipación del absoluto concebible, como la realidad metafísica como
tal: “no existe fe nómeno alguno que, medido por su contenido vital, pueda
ser más alejado de este mundo y más
metafísico que la muerte”.34 Esta
conclusión radical aparece en la epistemología, según la cual “todo conocimiento verdadero se vuelve
hacia la muerte"35
y no hacia el mundo, de modo que el valor del
conocimiento, al igual que el valor de toda acción humana, debe medirse según sirva, y si sirve, hasta qué punto, para
superar la muerte. Por úl timo (y esto marca el último período de su
vida creativa) llegó a la primacía absoluta del conocimiento. Ya
había formulado este principio en notas
para su Psicología de las masas: “Aquel que lo gra saberlo todo ha
abolido el tiempo y, por lo tanto, también la
muerte.”
III. La teoría del conocimiento
¿Cómo puede el conocimiento lograr abolir la
muerte? ¿Có mo puede un hombre lograr “conocer todo"? Al plantear
estas preguntas nos introducimos
directamente en el corazón de la te oría del conocimiento de Broch. La
respuesta de Broch nos dará una noción
de su alcance. Por lo tanto, responde a la primera
pregunta de esta manera: Del conocimiento que todo lo abarca surge necesariamente la simultaneidad,
que suprimer el carác ter sucesivo del tiempo y por lo tanto, de la muerte; se establece una especie de eternidad, una imagen
de eternidad en la vida hu mana. En cuanto a la segunda pregunta,
la clave está en la res puesta: “Lo que se necesita es una teoría
general de empiris mo”,36 es decir, un sistema que tome en cuenta todas las
posibles experiencias futuras. (“Si
pudiera comprenderse la suma total de
todas las potencialidades humanas, dicho modelo nos propor cionaría una reseña
de todas las posibles experiencias futuras”,
escribe Broch en el “Indice preliminar” de su Psicología de las masas). A través de dicha teoría, el
hombre, “en virtud de lo ab soluto que funciona en él, en virtud de la lógica
de su pensamien to, que le es impuesto”,37 asegura una imagen que es “imagen
en sí misma”36 y existiría aunque para
él no hubiese un Dios del cual ser imagen.
Según las propias palabras de Broch, esto cons tituiría un intento para ver si
la epistemología no podría lograr*•
“llegar más allá de Dios, para poder verlo desde
allí."39 Y la aboli ción del tiempo en la simultaneidad del conocimiento y el esta blecimiento de una teoría de experiencia abarcadora donde la
excesiva casualidad de las experiencias individuales y los datos
empíricos se transforme en la certeza evidente, axiomática (y por lo
tanto siempre redundante) y en la necesidad de las propo siciones lógicas,
pueden lograrse al descubrir un “sujeto episte mológico” que, al igual que el
sujeto científico en el campo de la
observación, representa “la personalidad humana en su abstrac ción más
extrema."40 Pero mientras que el tema científico en el campo de la observación sólo representa el
“acto de verse a sí mismo, de
observarse”, el “sujeto epistemológico” seria capaz de representar a todo el hombre, la
personalidad humana en ge neral, porque el conocimiento es la más alta de las
funciones hu manas.41
Anticipemos el malentendido más probable. Esta
teoría del conocimiento, la que
discutiremos en mayor detalle a continua ción, no es una filosofía en el sentido propio, y las palabras
“co nocimiento”
y “pensamiento” no pueden ser consideradas como
equivalentes dentro de este contexto. Estrictamente
hablando, sólo el conocimiento puede tener un objetivo, y a Broch siempre
lo preocupó un objetivo altamente práctico, ya hiera ético, reli gioso o político. El pensamiento no posee un verdadero
objetivo, y a menos que el pensamiento
encuentre su significado en sí mismo, no posee ningún significado en
absoluto. (Esto sólo se aplica a la actividad de pensar en sí, no al
hecho de escribir los pensamientos, un acto que está más relacionado
con
los proce sos artístico y creativo
que con el pensamiento en sí. El hecho de escribir los pensamientos tiene tanto
objetivo como propósito; al igual que
todas las actividades productivas, tiene un principio y un fin.) El pensamiento no tiene ni principio
ni fin; pensamos mientras vivimos,
porque no podemos hacer lo contrario. Esta
es la razón por la cual el “Yo pienso” de Kant debe acompañar no sólo todas las “nociones” sino todas las
actividades y pasividades humanas.
Aquello
que Broch denominaría “valor cognoscitivo” del ” Ibídtm, pág. 255.
40 Ibídem, pág. 248.
41 “James Joyce...", op. cil, 1,197.
pensamiento posee una naturaleza un tanto
dudosa, y aquello que la filosofía
denomina verdad es totalmente diferente de la
determinación correcta de los hechos objetivos del mundo o
de los datos de la conciencia; sin
embargo, las proposiciones proba blemente correctas y demostrables no
constituyen todavía la verdad, ya sea que
esten gobernadas por el axioma aristotélico de la no contradicción, por la dialéctica hegeliana
o, como en el caso de la lógica de
Broch, exclusivamente según si su
conteni do aparece como obligatoriamente necesario, es decir manifies to, y por lo tanto, absolutamente válido.
El hecho de que esa evi dencia por sí misma sólo pueda ser expresada en
proposiciones tautológicas, tal como
Broch lo señala en repetidas ocasiones,
no la desacredita en absoluto: el “valor cognoscitivo” de la tauto
logía reside en el hecho de que presenta en forma directa la cali dad
obligatoria, que es el atributo de todas las proposiciones vá lidas. El
problema está en cómo puede rescatarse la tautología de su formalidad y del círculo en el que se
mueve; y Broch pensó que había resuelto
este problema al descubrir el absoluto conce bible, que posee una fuerza
manifiesta y tautológica y un conte nido demostrable. Sin embargo, la
cognición, ya sea en la forma de
descubrimiento o de lógica, se distingue del pensamiento (tal como se manifiesta en la literatura y en la
filosofía) en que éstasólo posee un carácter obligatorio, en que ésta sólo
puede llevar a una necesidad
y a un absoluto obligatorio, y que por lo tanto, ella sola puede dar origen a una
teoría de acción (política o ética) que
puede esperar elevarse por encima del carácter impredeci ble e imprevisible de
la acción humana.
Broch siempre fue consciente de esta diferencia
entre filo sofía y cognición. En sus primeros trabajos reveló este
cono cimiento adscribiendo al arte un potencial mayor para el cono
cimiento que la filosofía. Esta última, según deda, “desde su expulsión de la asociación teológica* ya no
era capaz de “un co nocimiento que abarcara la totalidad*, que ahora debía ser
deja do al arte.42 Y en el estudio de Hofmannsthal declaró que Hof- mannsthal había aprendido de Goethe que “la
poesía, si su obje tivo es llevar a la purificación y a la autoidentiíicación
del hom bre, debe sumergirse en las profundidades de las antinomias del**
** Ibídem, págs. 203-204.
hombre, contrario a la
filosofía, la cual permanece al borde del
abismo y, sin aventurarse al salto, permanece contenta con el mero análisis de lo que ha
visto.”43 En sus primeros trabajos, Broch no
sólo relegaba la filosofía a un lugar subordinado com parado con
la literatura con respecto al valor y contenido del co nocimiento sino también la ciencia. En esos días, Broch aún po día afirmar que "el sistema cognoscitivo de la
ciencia nunca alcanza ese carácter absoluto
(que
el arte sí logra) de totalidad mundial
que depués de todo e
s
lo que
interesa”, mientras que “cada obra de
arte individual
es el
espejo de la totalidad”.44 Sin embargo,
este es el punto de vista que cambió en sus trabajos posteriores, en particular en la oposición que planteaba entre va lor y verdad. Una vez que el pensamiento fue alejado de la aso ciación
teológica, la verdad fue “robada de su verdadera base de prueba'.45*La verdad debía ser transformada
de ahora en más en conocimiento. Sólo entonces podía surgir el
valor. De hecho, el valor es “la verdad
que ha sido transformada en conocimiento.”45
La objeción original a la filosofía sigue siendo la siguiente: que el “pensamiento (al rechazar enfoques místicos,
extralógicos del tipo hindú) puramente
fuera de sí mismo y su lógica de cogni ción no puede producir un resultado
final”. En cuanto intenta ha cerlo se convierte en “una fantasía verbal no
satisfecha".47 En la actualidad,
Broch ya no sigue considerando a la literatura capaz de asumir la tarea de las manos impotentes de
la filosofía. Más bien es la ciencia la
que se ha convertido en la salvadora. Por lo
tanto, “el problema de la tautología intolerable es un problema fi
losófico, pero la decisión sobre su solubilidad yace en manos de la práctica matemática”, y la teoría de la
relatividad ha demostra do que aquello que la filosofía consideraba como
antinomias in solubles puede convertirse en “ecuaciones solubles".4*
Todas estas objeciones por parte de Broch son
bastante co rrectas. Dadas las
exigencias de Broch (la victoria sobre la mor
talidad del yo, sobre la
contingencia, sobre la “anarquía” del mundo, que el punto de vista católico había realizado por
su mytkos de los muertos
y el hijo del hombre y el hijo de Dios resu citado), dados estos requerimientos, la filosofía sólo podía de
mostrar su insuficiencia. La filosofía sólo plantea las
preguntas que mytkos una vez
respondió en la religión y la poesía
y que hoy la cien
cia debe responder en la investigación y la
epistemología. Mytkos y logos,
o para decirlo en los términos generales, la reli gión y la lógica, están
relacionadas en tanto que ambas “surgie ron a partir de la estructura
fundamental del hombre”. Ellas “do minan” el carácter externo del universo y
por lo tanto “represen tan la ausencia del tiempo en sí” para el hombre.49
Pero esta tarea de vencer a la muerte no
es impuesta a la cognición huma na por el simple deseo apasionado de
permanecer vivos, desde el impulso vital
y desnudo que el hombre comparte con los ani males. Más bien, surge del
terreno del yo cognoscitivo y carente de
cuerpo. Pues mientras el yo sea el sujeto de cognición es “to talmente incapaz
de imaginar su propia muerte”.50
Como el yo es incapaz de concebir su propio
comienzo o su propio fin,
la primera experiencia fundamental del hombre,
que deriva totalmente del mundo empírico,
es la experiencia del tiempo, de la
transitoriedad y de la muerte. Por lo tanto, el mun do externo se presenta ante
el “yo núcleo” no sólo como comple tamente extraño sino también como completamente amenaza dor. En realidad no está reconocido por el yo como
“mundo” si no como “no-yo”. El “yo núcleo epistemológico”, dado que
nada sabe de transitoriedad, tampoco
sabe nada sobre el mundo ex terno, y en ese mundo extraño nada es “tan
completamente ex traño como el
tiempo”.61 Así Broch llega a su visión del tiempo, que también es característica de él, y
por lo que sé, totalmente original.
Mientras que todas las especulaciones occidentales so bre el tiempo, — desde las
Confesiones de San Agustín hasta la
Critica de la razón pura de Kant— ven el tiempo como el “senti
do interior”, para Broch, por el contrario, el tiempo asume la fun-*
*Die mythische ErbschaíL..’, op. eit, I, 239.
“ “Werttheoretísdie
Bemerkungen...', op. eit., II, 74.“
Ibidem, pág. 73
ción que por lo general se le atribuye al
espacio. El tiempo es el “mundo
externo más recóndito”,52 es decir, el sentido por el
cual se nos da internamente el mundo externo. Pero esta exteriori dad
que se manifiesta tan internamente no pertenece más a la es tructura real del
yo núcleo que l
a muerte, por más situada que la muerte esté dentro de la vida, ahuecando la vida desde adentro y perteneciéndole como tal. Por otra parte,
para él, la categoría de espacio no es
la categoría del mundo exterior, pues está inme diatamente presente dentro del
hombre en su “yo núcleo". Si el
hombre desea dominar el “no yo” hostil por el mytkos o el logos, puede hacerlo sólo al “aniquilar” y abrogar
el tiempo, “y esta abrogación se
denomina espacio.”53 Por lo tanto para Broch, la música, que por lo general es considerada
como el arte más liga do al tiempo, es por el contrario “la transformación del
tiempo en espacio”; es “abrogación del
tiempo” y esto siempre significa “abrogación
del tiempo que se apresura hacia la muerte”, meta morfosis de secuencia en
coexistencia, la que denomina “arqui-
tecturización del paso del tiempo”'y en la que se realiza “la abro
gación directa de la muerte en la conciencia de la humanidad.”54Es evidente
que de lo que aquí se trata es de lograr una si multaneidad que transforme toda secuencia en coexistencia
y donde el curso temporalmente estructurado del mundo con su riqueza empírica sea presentado
tal como sería visto por los ojos de un
dios, que todo lo abarcaría en forma
simultánea. El hom bre está obligado a sentir igual que este dios
debido a la aliena ción del yo humano del mundo y del tiempo (para Broch, los
dos son iguales). La estructura del yo
núcleo, que es eterna, indica que el
hombre está realmente destinado a vivir en dicho carácter absoluto. Y esto es evidente en todas las
formas de comporta miento humano. En particular, en la estructura del
lenguaje, que para Broch nunca es un
medio de comunicación o tiene algo que
ver con el hecho de que una pluralidad de hombres, y no el Hom bre,
habite la Tierra y deban comunicarse entre sí. No lo ha di cho, pero es como
si sostuviera que con fines de comunicación
entre seres humanos habrían bastado meros sonidos animales.
” Ibldem, pág. 74.
41 “DerZerfall derWerte.
Diskurse, Exkurse und ein Epilog", op. eii., II, 10. 44 “Gedanken zum Problem...’ , op.
cit., II, 99.
Para él, lo esencial sobre el lenguaje es que
indica en forma sin táctica una abrogación del tiempo “dentro de la oración”,
porque necesariamente “sitúa el sujeto y el objeto en
una relación de si multaneidad”.®
La “tarea” impuesta al orador es “hacer audibles y visibles unidades cognoscitivas” y “ésta es
la única fundón del lenguaje”.® Sea lo
que fuere lo que queda congelado en la simul taneidad de la oración (para el
entendimiento, pensamiento, que “en un
solo momento puede comprender unidades de extensión extraordinaria”) es alterado fuera de los
pasos del tiempo. Creo innecesario
mencionar que estas consideraciones proporcionan,ínter alia, un comentario sobre el estilo lírico de Broch, que
sólo es lírico en apariencia, en
sus oraciones extraordinariamente lar gas y en las repeticiones
extraordinariamente precisas dentro de
ellas.
Estas
especulaciones
lingüísticas datan de los últimos años de vida de Broch,
cuando trataba de resolver el
problema de la simultaneidad en
el reino de logos. Sin embargo, la convicción de que la simultaneidad de la expresión lingüística proporciona
una visión breve de la eternidad, de que
en ella el “logos y la
vida” pueden volver a “ser uno una vez más",67
y de hecho que “el re querimiento de simultaneidad es el verdadero objetivo
de toda épica y de toda poesía”,® todo
esto ya se encontraba en el ante rior ensayo sobre Joyce. Tanto
entonces como más adelante, su preocupación era “unir las impresiones
secuenciales y la expe riencia, forzar el carácter sucesivo a la
unidad de lo simultáneo, relegar aquello
que está restringido por el tiempo a la eternidad de la mónada”, que más tarde llamaría el “yo
núcleo”.® (La cursiva es mía.) Sin
embargo, en el período posterior, ya no lo
satisfaría “establecer la supratemporalidad de la simultaneidad en la vida en sí. En la época del ensayo
sobre Joyce admitió que “esta lucha por
la simultaneidad... no puede abrirse paso por la necesidad de que la coexistencia y el
encadenamiento deben ser expresados por
una secuencia, la única por repetición”, mientras
41
“líber syntaktische...', op. til., II, 158, 44
Ibidem, pág. 153.
” “James Joyce...*, op. cit., 1,209.
44 Ibidem, pág. 192.
44 ibidem, 193.
que más adelante sólo lo admitió hasta el
punto en que la litera tura y la expresión
literaria no pueden hacer nada mejor, mien tras que la matemática, al hacer
ecuaciones, y por cierto la lógica
absoluta que yace debajo de la matemática (no en algo concreto, claro, sino como modelo de toda cognición
posible) son capaces de asumir esta
función de transformar toda secuencia temporal
en coexistencia espacial.
Es sorprendente la frecuencia con
la que Broch utiliza pala bras tales
como “obligación”, “necesidad”, “necesidad apremian te” en
estos contextos y cuánto
dependía del carácter coercitivo de la
argumentación lógica. En el cambio radical de mythos a lo gos,
donde se origina su teoría del conocimiento,
quería cons cientemente reemplazar el carácter coercitivo del punto
de vista mítico con la apremiante
necesidad del argumento lógico. La
apremiante necesidad parece el común denominador de la vi sión del
mundo mítica y la lógica. Sólo aquello que es necesario y por lo tanto aparece para el hombre como
obligatorio puede re clamar validez absoluta. De esta identificación de la
necesidad y el absoluto surge la
peculiar actitud ambivalente que Broch te nía con respecto a la libertad
humana. En realidad, no tenía una mejor
opinión de la libertad que de la filosofía; de cualquier ma nera, sólo la
buscaba dentro del reino de la psicología y nunca le reconoció la dignidad metafísica y científica
que siempre acorda ba a la necesidad.
Para Broch la libertad es la lucha anárquica
que dormita en cada yo y que
busca el “alejamiento" de sus
semejantes. Esa lu cha ya está representada
en el reino animal por el “solitario”.
Si el hombre sólo sigue la lucha de su yo por la libertad, es el
“ani mal anárquico”.60 Pero como el hombre es “incapaz de sobrevi vir sin sus
semejantes, es por lo tanto incapaz de vivir plenamen te fuera de sus
tendencia anárquicas”, trata de subyugar y escla vizar a otros seres humanos.
El aspecto rebeldemente anárquico del
yo, que a pesar de depender de otros hombres prefiere per sistir en su total
separación interna de ellos por el bien de la in- dependiencia, ya aparece en los primeros
trabajos como una de las fuentes del mal
radical. Pero en aquellos trabajos permanece
oculto tras el análisis de Broch del aspecto puramente estético
*°
“Politik...”, op. cil. II. 209.
del verdadero mal. En las obras posteriores, que
están orienta das en términos de la teoría del conocimiento, la situación
cam bia. De la teoría del conocimiento surge la consecuencia
política directa de que el hombre
debería estar sujeto, en sus relaciones
con sus semejantes, a la misma compulsión a la que necesaria mente se
somete en su cognición, en otras palabras en su rela ción consigo mismo. Broch
nunca creyó que esta esfera política, en
la cual el hombre actúa en forma externa y está comprometi do por la
maquinaria del mundo exterior, podría ordenarse porcategorías que en su origen
eran pob'ticas. “Pues la conmoción del
mundo
no puede terminar en otra cosa que no sea la anar quía..." y “la política es la mecánica del
alboroto externo".611.a conmoción
del mundo debe estar sometida a la misma necesi dad apremiante que el mismo yo; y para poder validar esta com
pulsión, se debe demostrar que la
coerción del mundo es en rea lidad humana, es decir, que en realidad
emerge de la humanidad del hombre. la
tarea político-ética de la teoría del conocimiento es realizar esta demostración. La teoría debe
mostrar que la hu manidad del hombre es una necesidad apremiante y ofrece
así una salvación de la anarquía.
En este punto debería ser aparente que lo que
aquí tenemos en realidad
es un sistema cuyas líneas generales pueden
trazar se fácilmente a partir de los
fragmentos que nos han sido entre
gados. La tarea es mucho más fascinante debido a que las carac terísticas fundamentales del sistema de
Broch, a pesar de todos sus cambios de énfasis a través de los años,
permanecieron fijas desde el
principio. Dentro de este sistema, la función de cogni ción que anula el
tiempo y su simultaneidad tuvo que ser demos trada por su aplicación a dos
series de problemas concretos: de bía ser capaz de suprimir la anarquía del
mundo, es decir, de co ordinar todo el yo sin mundo y todo el mundo sin mí; y
debía reemplazar la “profecía
mítica" por la “profecía lógica”, de modo
de forzar el futuro a una simultaneidad con el presente con lamisma
certeza que la memoria re
scata el pasado de su
carácter efímero al llevarlo al presente. Debía “demostrar la unidad de
la memoria y la profecía”62 que La
muerte de Virgilio sólo había
conjurado en forma poética.
•> Ibídtm, 210.
** *Die mythische Erbschaít..*, op. eil., 1,245.
En cuanto al primer problema, la coordinación de
yo y mun do,
es decir, la redención del
yo de ese subjetivismo radical donde
“todo lo que 'es’ el hombre da pruebas de “pertenecer al yo”, todo lo que ‘posee’, a estar cerca del yo, y todo el resto, todo el resto del mundo... ajeno, hostil al yo, cargado con la muerte”,® en cuanto a este problema,
Broch parece haber elegido el cami no que eligió todo subjetivismo
serio antes que él y cuyo prede cesor más importante es Leibniz. Es el camino
de la “armonía preestablecida”, la forma
de construir “dos casas idénticas en el
plano y también en la base, no por su infinito alcance a priori no susceptible a la terminación, casas cuya
estructura visible ha si do comenzada por ángulos diferentes, de modo que
durante su tiempo de construcción
infinito se vuelven cada vez más ¡guales,
pero que en la práctica nunca logran adquirir la completa igual dad, y
si lo quieren, el carácter de intercambiables.”®
A la pregunta de cómo puede el hombre “comprehender en forma intuitiva el más íntimo parentesco de
su propia
naturaleza con la del mundo
exterior"65 Broch respondió
que “la armonía preestablecida es una
necesidad lógica",66 y con esta respuesta dio
un paso decisivo que iba más allá de las teorías usuales de to das las monadologías, no sólo la de Leibniz. La necesidad lógica de la
armonía preestablecida surge del hecho de que Broch (jun to a las
líneas de Husserl, a quien le debe otras sugerencias cru ciales) encuentra el objeto (es decir, el modelo del mundo)
ya presente en el acto de pensar, siempre y cuando ningún “Yo-
pienso” sea posible a menos que sea “Yo-pienso-algo". Así,
el yo encuentra en sí mismo un bosquejo
de un no-yo, y “a pesar de que el
pensamiento es parte indisoluble del yo, se distingue del yo sujeto y por lo tanto pertenece al no-yo”.67
De aquí que el yo
pertenezca al mundo en forma diferente de la “expansión del yo”, que alcanza su pico de éxtasis, o
“pérdi da del yo”, que logra su nadir
en el pánico. El yo pertenece al mundo
en forma independiente del éxtasis o el pánico. De aquí
también que el mundo no sólo se experimente
desde afuera; an tes que nada dicha
experiencia ya está presente en el “incons ciente”. Este inconsciente
no es alógico id irracional. Por el
con trario, toda lógica verdadera
debe incluir necesariamente una “lógica del inconsciente”, debe probar
en sí misma contra el co nocimiento de la “esfera epistemológica del
inconsciente”,68 don de no sólo se halla la experiencia concreta sino dicha
cognición de experiencia en general, que
precede toda experiencia; en otras
palabras, la “experiencia en sí misma”.
En esa misma esfera de inconsciencia que es
totalmente ac cesible a la cognición
yace la solución al segundo problema:
el dominio de la simultaneidad, el rescate del futuro y del pasado de su esclavitud de la secuencia. Pero aquí,
el establecimiento de la coexistencia tanto para el futuro como
para el pasado se lo gra por medio
del peculiar aspecto de sueño del
inconsciente. La “arremetida hacia el futuro particular
del hombre y sólo del hombre [lo hace]
parte del presente”; una lógica que va más allá
de la lógica aristotélica debería algún día poder anticipar esas “inspiraciones” a partir de las cuales se forma la novedad del fu turo. Una
“determinación formal de
estas áreas, suponiendo que esto se logra algún día”,69 proporcionaría nada menos y nada más que una “teoría de profecía” confiable,
porque nos ofrecería los
“lincamientos de toda experiencia futura”. Esta “profecía lógica”, cuyo objeto es ese inconsciente del
que surgen los im pulsos e “inspiraciones” para cualquier novedad, es en sí
una dis ciplina totalmente racional y lógica que fluirá “con toda naturali
dad... a partir del crecimiento y la profundización de la investiga ción de
los fundamentos.”70 El requisito previo a esta “teoría dela novedad” (que sólo es otro nombre para la
“profecía lógica”) es que a pesar
de que el tiempo es considerado como el “mundo
exterior”, todo “lo verdaderamente nuevo en el mundo, aun si aparece bajo un aspecto empírico, nunca surge
de la experiencia real riño siempre a
partir del reino del yo, del corazón, de la
mente.”71 En otras palabras, el sujeto de cognición, “el hombre
M ‘ líber syntaktische...*, op. di., H 166.
" ‘ Die mythische Erbschaft-..”, op. cit., 1,244. ”
Ibídem, págs. 245-246.
’ * *Uber syntaktische...*, op. cit., 0 ,187.
en su abstracción más absoluta”,72 es de tal
naturaleza que lleva un mundo dentro de sí mismo, y el milagro de
cognición surge a partir de la armonía
preestablecida, de la armonía de este mundo
interior con el mundo empírico.
Esta armonización se logra específicamente por el
“sistema” que como “sistema de dominio” no sólo acepta el mundo y el
ina gotable “contenido experimental del mundo”, sino que vuelve
a crearlo de nuevo al dominarlo”;73 esta creativa “función sistema
tizadora del bgosn es
“su única y esencial manifestación”74 por medio de la cual “vuelve a
crear una y otra vez el mundo por pri mera vez”. La cognición y la
creación no sólo son idénticas en el
acto divino de intuitus originarias (Kant); esta identidad es
un hecho demostrable, independiente de
toda revelación y presen te en el “deber de creación” del hombre, donde debe
“repetir in finitamente la creación del universo”,75 un deber que puede
ser comprobado por argumentos positivistas
lógicos. Este es el b - gos
que ocupará el lugar del mythos en una “futura ciencia unita ria*76 y
que restaurará a un mundo desordenado al orden de un “sistema” y llevará al hombre perdido en la
anarquía a las com pulsiones de la necesidad.
Así,
a mediados
de la década de 1930, Broch «p re só , en for ma de premonición y de esperanza, la idea de que el bgos
sería capaz de redimir al hombre por el camino de la ciencia. Al final de su vida, esta noción se había tornado
en una certeza: “Si pu diera equilibrarse el contenido del mundo, si el
mundo pudiera ser realmente formado y
reformado en un sistema total, un siste ma donde todas las partes se
condicionen y sostengan entre sí, si
este estado (que la ciencia busca en el reino estrictamente racio nal)
llegara a darse, entonces se habrá logrado la pacificación fi nal del Ser, la
redención del mundo en el cual fluirán todas las as piraciones religiosas
metafísicas de la humanidad.”77
¿Quién puede leer estas
oraciones sin recordar el primer ca pítulo del Evangelio de San Juan: 'Ev ópxfj íjv ó Xóyoq...Kai
ó X&fix, oop^ éyÉvexo (1:1 y
14) (“Al principio era el Verbo... y elVerbo
se hizo carne...”) ? Sin embargo, la carne en que se convir tió el lagos
ya no es el mítico hijo de Dios; es “el hombre en su abstracción más absoluta”. Broch pensaba que
si se puede de mostrar en términos metah'sicos positivistas y no
especulativos,que la palabra hecha carne es el hombre en sí
mismo, entonces dentro del mundo terrenal y sin ningún vuelo
trascendental se le ha conferido
a la demostración una “imagen en sí misma”, y c e mo “imagen en sí misma” el hombre también se
ha independiza
do de El cuya imagen es, se ha abrogado el
tiempo y la muerte. Esto sería la redención del hombre en la
Tierra.
IV.
El absoluto concebible
Todo
lo que Broch pensó a lo largo de estas líneas y que de jóen forma
fragmentaria está incluido en su quintaesencia en el concepto
, o más bien en el descubrimiento, del
“absoluto conce bible”. Para
comprender lo que realmente significa absoluto
concebible, debemos tener cuidado de no igualar los primeros comentarios de Broch sobre la muerte como el
absoluto de la existencia humana en la
tierra (comentarios que pueden incluso
hallarse en trabajos posteriores) con el verdadero descubrimien to de
este período posterior. Lo que tiende un puente entre am bos puntos de vista
es sólo (a pesar de que es algo importante) el
hecho de que ambos están relacionados con la muerte, ambosestán
determinados fundamentalmente por la
experiencia de la muerte.
Sin embargo, la diferencia es
bastante clara. Cuando se entiende la
muerte como
límite absoluto, inamovible de la vida, es posible declarar que no existe “ningún
fenómeno que pueda ser más remoto en
este mundo y más metafísico en su importan cia de la vida que la
muerte”;78 que desde el punto de vista huma no sub espeáe aetemitatis
siempre significa también sub especie
’• “Das Weltbild...’ , op. til.. 1231.
m o r tis que la búsqueda de un valor absoluto es
estimulada por la
muerte, ese “no valor en sí mismo”; y que “su
carácter absolu to, que
es el único carácter absoluto de la realidad y de la natura leza debe
contradecir un carácter absoluto que, sostenido por la voluntad humana, es capaz de crear el carácter absoluto del
al ma, y de la cultura”.*0 Y sin lugar a dudas, Broch nunca abando nó
su convicción básica de que “allí donde no existe una relación genuina con la muerte y allí donde su calidad
de absoluta en el aquí y ahora no es
perpetuamente reconocida, no puede haber
una verdadera ética”.01 Esta convicción básica era de hecho tan fuerte que en su Politics (es decir,
en la aplicación de su teoría del
conocimiento al reino de las cosas por naturaleza anárquica) volvió a recurrir a la muerte como el único
absoluto que aparece en el reino terrenal.
Esto significa que basó todo su sistema polí tico y legal en el hecho de que
la pena de muerte representa un máximo
natural que establece un límite absoluto al castigo. Sin embargo, el concepto de Broch del absoluto
concebible no sólo hacía referencia a la
muerte. El absoluto inherente a la muerte
es, después de todo, no-terrenal por naturaleza; obviamente, só
lo comienza después de la muerte; perdura más
allá de la muer te, a pesar de
que sólo se manifiesta en el reino terrenal a través de la muerte. Para hacerlo espiritual
el absoluto trascendente, finito
y mundano fue en realidad el pecado
mortal del secula- rismo, que llevó al
colapso de valores y a la desintegración del
mundo.
La relación que el
absoluto concebible tiene con la muerte es de otra naturaleza. Aquí se trata de abolir en vida la
concien cia de la muerte, liberando la vida, mientras viva, a partir
de la muerte, de
modo que la vida continúa como si fuera
eterna. Así como la función de la cognición es conquistar “el tiempo
como el mundo más externo”, y por lo
tanto, conquistar el mundo allí donde
más se acerca al yo y también más extraño y amenazador, la función del absoluto concebible es
conquistar la muerte en vi da. oponiendo el “mundo cargado de muerte” al
confrontarlo con el yo, en cuyo núcleo,
su núcleo cognoscitivo, se reconoce
inmortal. Aun cuando se vuelca hacia el
positivismo lógico (aunque un positivismo lógic
o original y de una alta
idiosincra sia) , Broch se aterra a su temprana
y básica convicción cristiana de que la
muerte y la mortalidad están arraigadas al mundo, pero la inmortalidad y la eternidad están ancladas
en el yo, de modo que la vida que nos
parece mortal en verdad es inmortal y el
mundo que nos parece eterno es, en realidad, víctima de la muerte.
El cambio hacia el positivismo lógico, que se
manifiesta más marcadamente en el concepto del
absoluto concebible, implica ba una tácita revisión del
Zeitkritik de Broch, que en un principio
estaba planteado en términos de una queja contra el proceso de secularización. Esta revisión
se expresa con mayor claridad en el
cambio de la esperanza de un “nuevo
mito” a la convicción de que era
necesario una “desdeificación positivista” Pero la pre gunta que al
parecer produjo este cambio y que Broch respondió con una terminología lógica-positivista en
las dos secciones pós- tumas de su
teoría del conocimiento (el “concepto de sistema” y las “unidades sintácticas y cognoscitivas”),
esa pregunta puede ser formulada de la
siguiente manera: ¿De dónde saca el yo la
convicción de su propia mortalidad? ¿La base para esta convic ción no
puede ser en sí misma prueba de esta inmortalidad?
Si relacionamos la misma pregunta con la anterior
teoría del valor, que estaba orientada exclusivamente
en términos de muer te, podríamos formular la pregunta d
e esta forma: La experien cia
puramente negativa de la muerte (puramente negativa por que nunca es previsible por
el yo-núcleo) que causa un terror
repentino en el hombre (quien en su total falta de mundo se re conoce inmortal) ¿no podría
complementarse con una experien cia positiva donde la inmortalidad y el
absoluto se manifiesten de manera tan
tangible y real como la muerte? La respuesta, reduci da, puede hallarse en la
siguiente oración que nos lleva nueva mente al primer período de Broch pero
cuyas implicaciones no vio hasta este
período posterior. “La estructura de la lógica for mal se basa en fundamentos
materiales”.*
La cognición, para resumir la cadena de
pensamiento de Broch en una forma deliberadamente
simplificada, se manifiesta
*2 "Der ZerfaJI der
Werte...', op. cii., n, 14.
en dos tipos de conocimiento
que corresponden a los dos tipos fundamentalmente diferentes
entre las ciencias. En primer lu gar, están las ciencias empíricas
inductivas que se van abriendo camino de
hecho en hecho, de investigación en investigación y que en principio son infinitas, incompletables, requieren una su
cesión interminable de nuevos hechos y nuevos hallazgos para progresar.
En segundo, están las ciencias
formales deductivas que llegan a sus
resultados axiomáticos a partir de ellas mismas
y al parecer son independientes de todo hecho empírico. Para Broch, la
ciencia más importante del tipo inductivo es la física (a pesar de que por propósitos de ilustración
siempre utilizaba el ejemplo de la
arqueología porque en esta ciencia los “hallazgos'’ de las excavaciones coinciden con los “nuevos
hallazgos” tan in dispensables para el avance de cualquier ciencia empírica),
mien tras que la clásica ciencia deductiva es, sin lugar a dudas, la ma
temática. La verdadera cognición que va más allá del mero cono cimiento de los
hechos sólo puede lograrse en las ciencias
deductivas que conforman un sistema. Sólo después de que la matemática ha deducido las fórmulas para los
hechos empíricos observados por los
físicos, se puede hablar de un entendimiento
científico de los hechos físicos.
Esta relación entre las ciencias inductivas
y las deductivas corresponde a la
distinción de Broch entre “protosistema” y “sis tema absoluto".*3 El
protosistema sirve al dominio directo del
mundo, a su asimilación,
que es el requisito previo para la super vivencia de toda clase de vida, incluyendo la animal; mientras
que el sistema absoluto, que
es inalcanzable para el hombre
en su perfección contendría dentro de sí
mismo “la solución a todos
los problemas que han tenido o tendrán lugar en el mundo... en pocas palabras, sería el sistema cognoscitivo
de un dios.”*4 A pri mera vista parece como si el sistema cognoscitivo del
hombre pudiera ser situado en medio de
estos dos sistemas, el sistema de toda
clase de vida y el sistema de un dios, pero sin embargo, ambos siguen siendo tan opuestos entre sí
como los métodos in ductivo y deductivo.
" “Das system...*, op.
eit., n, 122 en adelante “ Ibidem.
«I
El siguiente paso en el razonamiento trata
de la eliminación de esta oposición o, en su defecto, la prueba de que esta oposi ción sólo es aparente. Esto se logra primero por la demostración
de que existe un puente que va desde el protosistema al sistema
absoluto, un puente basado en
la peculiar iteración de todo pro ceso
cognoscitivo; y segundo, que no existe cosa tal como un sis tema absolutamente
deductivo. La base de cada sistema formal
siempre es empírica. Esto significa que cada sistema se basa en un fundamento trascendente para sí mismo, el
que debe afirmar como absoluto porque de
lo contrarío ni siquiera puede comen zar con sus distintas cadenas de
deducciones.
El puente que une el protosistema con el
sistema absoluto, que por un lado
representa el puente que va desde la
ciencia pura mente inductiva a la cognición deductiva y, por otro, el
puente que va desde el animal
hasta
un dios, pasando por el hombre, se da de la siguiente manera: El protosistema es un sistema de “ex periencias"
que son “conocidas" pero no “comprendidas”; este conocimiento, que es inherente a cada
experiencia y no sería po sible sin ella es en realidad un “conocimiento sobre
el conoci miento”, una primera iteración sin la cual la memoria no sería posible, y la memoria pertenece a toda
experiencia; Broch, al identificarla con
la conciencia, también se la atribuye a los ani males.85
Este conocimiento sobre el conocimiento está
directamente relacionado con el mundo.
Este proporciona el dominio directo de las cosas del mundo en su
objetividad concreta; lo que no puede dominar es el carácter mundano del mundo, que Broch ve en la “irracionalidad” aborigen del mundo (o, dicho en len guaje
político, en su “anarquía”). El sistema cognoscitivo empie za a lograr el
dominio de este carácter mundano y puede lo grarlo debido a que ya se ha
liberado de las cosas concretas del
mundo y por lo tanto, puede captar ese carácter mundano, su “irracionalidad", y convertirse entonces
en una forma preliminar del sistema
absoluto. Ya no interesa la experiencia directa y el “conocimiento sobre el conocimiento"
necesario para ello, sino un
“conocimiento sobre el conocimiento sobre el conocimien to”, en otras palabras
otra iteración, que aunque sea natural, flu-
“ Ibídem, 134.
ye
de la primera iteración del “conocimiento sobre el conoci miento".
Entre el protosistema del conocimiento sobre
el conoci miento,
donde todavía no se ha
adquirido el conocimiento real, y en el
cual el ser viviente apenas es consciente de sus experien cias, y el sistema absoluto de un dios, existe una serie de conti nuas
etapas iterativas que pueden ser demostradas desde un punto de vista positivista. Y a pesa
r de que Broch nos advierte
en contra del hecho de “concebir una especie de acuerdo estratifi
cado de sistemas donde (comenzando con el protosistema y pa sando luego
al sistema absoluto) están colocados uno sobre el otro según la proporción
en la cual su ‘contenido empírico’ dis minuye y su ‘contenido
cognoscitivo’ aumenta", considera “defi nitivo... que la forma... por lo
general aunque no siempre está en la
dirección de aumentar el contenido cognoscitivo y disminuir su carácter expresivo.”*6 La importancia de
estas demostracio nes para producir evidencia de la existencia real de un
absoluto concebible se basa en la intima
relación entre las operaciones
cognoscitivas que presuponen su existencia y la mera experien cia; se
basa en la secuencia continua que une la experiencia con el conocimiento cognoscitivo, de modo que es
como si surgiera un absoluto de las
condiciones de toda clase de vida en la tierra.
El objetivo de estas consideraciones es
doble: es demostrar el origen
terrenal de lo absoluto, demostrar que surge objetiva mente de
la evolución de la vida orgánica y al mismo tiempo de mostrar que todo sistema deductivo se basa en un fundamento
empírico absoluto que no puede
ser derivado del sistema en sí,
es decir, por el contrario, demostrar que toda forma invade el
contenido.87 En otras palabras, la demostración de que la mun- danalidad por su misma esencia llega a lo
absoluto y crece en ella puede
compararse con la contraprueba de que todo absoluto está relacionado con la mundanalidad. Esto es
más evidente en el caso de la
matemática. Lo matemático sobre la matemática no es obviamente demostrable o comprobable
matemáticamente; para la matemática
sigue siendo un “plus desconocido”, es decir,
que reside en una esfera fuera de la matemática. Esto es cierto
tanto
para
la base real de la cual surge toda la matemática, que Broch identifica como “número como tal”, y para los “impulsos problema” que conducen a avances en el entendimiento de la matemática. De hecho, la matemática
sigue dependiendo de la física para sus avances.88 Sin embargo, esto también
es cierto pa ra la teoría del conocimiento, o para la lógica en sí, la
cual pudo haber proporcionado
inicialmente a la matemática con el “núme ro como tal” y por lo tanto, haber
establecido la base para las operaciones
matemáticas en primer lugar. “El lógico tiene preci samente una relación
ingenuamente realista con su propia inves tigación así como la tiene el
matemático con respecto a la suya; es
decir, por un lado (por lo menos, mientras que no cambie sus consideraciones al plano más alto que siga,
el de la metalógica) desechará el
conocimiento sobre el sistema lógico como un todo y sobre la operatividad como un concomitante
manifiesto de la investigación y, por
otro, se sentirá menos inclinado que el mate mático a prestar atención al tema
o al poseedor de dicho conoci miento.”88
Hay
entonces
dos cosas que las ciencias deductivas, la lógi ca y la matemática, necesariamente siempre pasan por alto: la
primera, no pueden ver qué es
lo que hace la lógica o la matemá tica, precisamente lo que es, es decir, su carácter lógico o
mate mático, más de lo que un persona puede
ver el suelo mismo don
de está de pie; y la
segunda, no pueden
observar el sujeto de las operaciones lógicas y matemáticas. Siempre ven sólo
sus pro pias sombras, pero no a sí mismos. Es natural que el
carácter matemático de la matemática, en
otras palabras el “número co mo tal”, sea
el “absoluto” de la matemática; y este absoluto pro viene de afuera y
existe fuera de su propio sistema. Este absolu to no es sólo trascendente sino
también empírico, a pesar de que debe
ser buscado fuera del sistema matemático. Podemos afir mar que una ciencia
siempre recibe aquello que es absoluto para
sí misma de la ciencia “inmediatamente superior”, de modo que surge una jerarquía de ciencias cuyo
principio se podría captar de una forma
abarcadora, unificadora y sistemática. La física re cibe su absoluto de la
matemática, la matemática de su episte-
mología,
la epistemología de su lógica y la lógica depende de una metalógica.
Sin embargo, esta cadena donde el absoluto se
pasa cada vez en for
ma diferente de una ciencia a otra, de un
sistema cog noscitivo a otro, haciendo en cada caso posible la ciencia y la cognición, no puede continuarse
y repetirse en forma infinita. En cada
caso lo que funciona como absoluto, como norma abso luta, y no puede ser observado por la persona
que lo utiliza justa mente porque lo está utilizando, es el sujeto que utiliza la norma;
es el “acto de verse a sí mismo”, la “persona física” en física que corresponde
a la “persona matemática”, al portador del “número como tal”, la persona lógica, el sujeto de la “operatividad lógica” como tal. Por lo tanto, el absoluto en
estas ciencias no se da “en forma de
contenido” (ninguna ciencia podría funcionar si su con tenido no proviniera de
afuera) sino que su fuente es concebible
y positiva a la vez, que es lo mismo que decir en términos episte
mológicos: demostrable sobre una base positivista-lógica; es la “personalidad humana en su abstracción más
absoluta”. El con tenido de esta abstracción puede cambiar: del “acto de ver
como tal” al acto de contar como tal y a
la operación lógica como tal. Esto no
significa que el hombre con todas las propiedades de su cuerpo, alma y mente se ha convertido en la
medida de todas las cosas sino que el
hombre, en tanto que no es nada más que el su jeto cognoscitivo, el poseedor
de los actos de cognición, es la fuente
de lo absoluto. El origen de lo absoluto, en su validez ab soluta, necesaria y
obligatoria pertenece a este mundo.
Broch creía que su teoría del absoluto
concebible podía ser aplicada directamente a la
política, y en los dos capítulos de la Psicología de las masas “condensada” tradujo,
aunque en forma fragmentaria, su
epistemología a ideas de política práctica. Broch pensó que esto era posible porque interpretó toda acción
política en términos
de aquellos actos que juegan un papel preponderan te en su teoría del
conocimiento y que son concebidos como ca rentes de mundo en sí mismos o, tal
como él mismo lo expresa, “en una cámara
oscura”.90 En otras palabras, no lo preocupaba
en realidad la acción política o la acción en sí; lo que quería era
*® "Werttheoretische
Bemerkungen...*, op. cit., II, 71.
133
responder
la pregunta que se había planteado en su juventud: “¿Qué haremos después?”
Actuar y hacer no son más idénticos que pensar
y saber. Así como el conocimiento, en oposición
al pensamiento, tiene el objetivo de la cognición y
una tarea cognoscitiva, el hacerlo tiene
objetivos específicos
y debe estar gobernado por normas espe cíficas para poder lograrlos, mientras que la acción tiene lugar cada
vez que los seres humanos están juntos,
aunque no haya ningún objetivo que alcanzar. La categoría fines-medios, con la que está necesariamente relacionado todo
hecho de hacer o de producir,
no funciona cuando se la aplica a la acción. Tanto el hecho de hacer como el de producir comienza
con la suposición de que el sujeto de
los “actos” conoce perfectamente el objetivo
a alcanzar y el objeto a producir, de modo que el único problema es encontrar el medio adecuado de lograr esos
fines. Dicha su posición presupone a su vez un mundo donde sólo existe
una voluntad, o que está tan ordenado
que todos los yo-sujetos acti vos en él están lo suficientemente aislados como
para que no haya una mutua interferencia
de sus fines y objetivos. Con la acción
sucede lo contrario; existe un número infinito de inten ciones y propósitos
que se cruzan e interfieren, los que, conside rados todos juntos dentro de su
compleja inmensidad, represen tan el mundo donde cada hombre debe realizar su
acto, aunque en ese mundo no se ha
logrado nunca un fin ni una intencióncomo
se quería en un principio. Aun esta descripción, y la con secuente naturaleza
frustrante de todas las acciones, la ostensi ble futilidad de la acción, es inadecuada y engañosa porque en
realidad fue concebida en
términos de hacer, y eso significa en
términos de la categoría de fines-medios. Dentro de estas cate
gorías sólo podemos estar de acuerdo con la frase de Gospel:
“Pues ellos no saben lo que hacen”; en este sentido,-ninguna persona que actúa sabe lo que está haciendo;
no puede saberlo y no se permite que lo
sepa por el bien de la libertad del hombre.
La libertad depende del carácter impredecible absoluto de las acciones humanas. Si lo expresáramos
paradójicamente (e inva riablemente nos vemos mezclados en paradojas en cuanto
inten tamos juzgar una acción por las normas del hacer) podemos decir: Cada buena acción por el bien de un
mal fin agrega una porción de bondad al
mundo: cada mala acción por un buen fin
agrega una porción de maldad. En otras
palabras, mientras que los fines de
hacer y producir dominan totalmente los medios, lo opuesto es verdad para la acción: los medios
siempre son el ¿ac tor decisivo.
Como Broch había situado epistemológicamente
el yo en la “cámara oscura”, interpretó con
naturalidad el actuar en sentido de
hacer, y el actor en el sentido de un yo productor, aislado,
el sujeto de actos específicos. Pero mucho más importante es el he cho de que, al ser un artista, interpretaba el hacer como un
tipo de creación del mundo y le exigía
el tipo de “recreación del mundo” que originalmente había requerido
de la obra de arte. Si la política
se hubiera convertido en lo que él pretendía, sería de hecho una “obra de arte ética”. En el hacer,
coinciden las dos ca pacidades fundamentales del hombre: la facultad creativa
de la literatura y la facultad cognoscitiva,
que domina el mundo, de la ciencia. Por
lo tanto, para Broch la política era en realidad un arte, la creación del mundo una ciencia y, al
mismo tiempo, la ciencia, un arte. Es
verdad que nunca lo dijo, pero el material
fragmentario que poseemos nos permite al menos adivinar los aspectos generales de su concepción
fundamental.
De todos modos, es a esto
que apunta la cognición en el aná lisis final: desea la acción. Como la literatura no hizo
nada, Broch se apartó de ella, rechazó la filosofía porque se limitaba a
la mera contemplación y la meditación
y terminó por poner todas sus es
peranzas en la política. La principal preocupación de Broch siempre
es la redención, la redención de la muerte, y está tan preocupado por la redención en su política como en
su epistemo logía o su ficción. No
puede pasarse por alto los elementos utópi cos de una política
orientada hacia la redención. Sin embargo,
debemos cuidar de no subestimar el realismo que guió a Broch en sus reflexiones concretas y que le impidió
aplicar en forma dogmática el absoluto
concebible que había descubierto en la
teoría del conocimiento de la pob'tica.
Broch tuvo su última fe en el absoluto
concebible. Se conso laba con el discernimiento de que puede hallarse y
demostrarse algo absoluto
en la tierra y que hasta el reino pob'tico (es decir, la conglomeración
ingerentemente anárquica de los seres huma nos en las condiciones de
vida en la Tierra) contiene un absoluto
limitador. Esto significaba que debe existir una cosa como la
“justicia absoluta” de la cual derivar una
nueva declaración de “los derechos del
hombre” que luego tendrían la misma relación
con las actualidades políticas
que la matemática con la física. Ba jo su soberanía un “sujeto
creador-de-derecho” y productor-de-
derecho correspondería precisamente a la “persona física’ o
al “acto de ver en sí mismo”.91 Gracias
a estas percepciones, que tendían cada
vez más a centrarse alrededor del “hombre en su
abstracción más absoluta”, Broch pudo resignarse a los hechosdel reino político así como el matemático está
preparado a resig narse a los hechos
del espacio físico. Por lo tanto, la hermosa y poética forma de expresión en la que una vez formuló los
hechos y las posibilidades
de la vida política también debieron parecerle
algo asi como su fórmula matemática. Es la figura de
la rosa náu tica: “La rosa
náutica cuya fundón es mostrar de cuál de los cua tro rincones del mundo
está soplando el viento de la historia; con
su inscripción ‘ El bien hace la fuerza” apunta hacia el Paraíso; con “La fuerza hace lo malo”, hacia el
Purgatorio, con “El mal ha ce la fuerza”, hacia el Infierno, pero con “la
fuerza hace el bien”, hacia la vida
ordinaria en la tierra; y como lo que amenaza una y otra vez con rugir sobre la humanidad es la
tormenta del diablo, el hombre por lo
general se contenta con el mundano “La fuerza
hace el bien”, aunque espera las brisas paradisíacas (cuando ya no haya pena de muerte en el vasto orbe de la
Tierra) y sabe, al mismo tiempo, que no
se producirá el milagro a menos que se lo
fuerce a ello. El milagro de “El bien hace la fuerza” requiere prin
cipalmente que el Bien esté provisto de Fuerza.”92
Detrás de estas oraciones distinguimos
claramente aquello que Broch no dice y tal vez no quiso decir dentro de este
contex to. Sabemos por La nuerte
de Virgilio y también por el personaje
del doctor en The Tempter
que para Broch todas las relaciones con
otros hombres están
regidas por la idea de “utilidad”, por el
carácter imperativo del
reclamo de ayuda. El carácter absoluto
del “reclamo ético” (“la unidad del concepto permanece
intacta, intacto el requisito ético”)99
fue algo que dio tan por sentado que
pensó que no necesitaba ni siquiera ser demostrado. “El objetivo
del reclamo ético se basa en lo
absoluto y lo infinito”,94 que signi fica
que cada acto ético se
lleva a cabo en la esfera de lo absoluto
y que e
l
pedido de ayuda de los hombres es infinito e inagotable. Así como Broch daba por sentado que debía dejar de lado cual quier
trabajo o actividad para ayudar a quien lo necesitaba, en los últimos tiempos daba por sentado que
debía dejar de lado la literatura porque
había comenzado a dudar de que la literatura
pudiera algún día satisfacer su “obligación con el carácter abso luto
de la cognición”.95 Más que nada, había comenzado a dudar de si la literatura y la cognición lograrían
algún día saltar del co nocimiento sobre aquello que se necesita a ía ayuda de
los nece sitados. La “misión” a la que Broch hada referencia tan a menu do,
la “inescapable tarea impuesta” que veía en todas partes, no era de naturaleza lógica ni epistemológica, a
pesar de que la des cubrió y demostró su presenda dentro de la lógica y la
epistemo logía. La misión era el imperativo ético, y la tarea que no
podía evadirse era el pedido de ayuda
del hombre.
M“Das Weltbild des Romans", op.
cit., ], 212. *s
“James Joyce...’, op. cit.,
1,204.
137
Walter Benjamín
1892-1940
I.
El jorobado
Fama, esa diosa tan codiciada, posee varios
rostros, y la fa ma viene
en muchas formas y tamaños: desde la notoriedad de una semana
de la historia principal de alguna revista hasta el es plendor de un nombre que perdura para siempre. La
fama postu ma es uno de los
artículos más raros y menos deseados
de Fa ma, a pesar de que es menos
arbitraria y a menudo más sólida
que los otros tipos, dado que sólo rara vez se concede
sobre me ra mercadería. El que más pudo ganar está muerto y por lo tanto,
no a la venta. Esa fama postuma, que no es comercial ni rinde be neficios, ha caído hoy en Alemania sobre
el nombre y la obra* de Walter Benjamín,
un escritor judío-alemán que fue conocido, aunque no famoso, como contribuyente de
revistas y las seccio nes literarias de los
diarios durante menos de diez años anterio
res a la subida de Hitler al poder y a su propia emigración.
Pocos eran los que aún recordaban su
nombre cuando eligió la muerte en
aquellos primeros días de otoño de 1940, los que para mu chos de su
origen y su generación marcaron el momento más os curo de la guerra: la caída
de Francia, la amenaza de Inglaterra, el
pacto todavía intacto de Hitler y Stalin cuya consecuencia más temida en ese momento era la estrecha
cooperación de las dos fuerzas de
policía secreta más poderosas de Europa. Quince
años después, fue publicada en Alemania una edición de dos vo lúmenes
de sus obras, hecho que le ganó un inmediato succés d'estime que fue más allá del
reconocimiento de aquellos pocos
que conoció durante su vida. Y como la mera
reputación, por al ta que
sea, descansa en el juicio de los mejores,
nunca es sufi ciente para que escritores y
artistas se ganen la vida que sólo la
fama, el testimonio de una multitud que no necesita tener un ta maño
astronómico, puede garantizar, me veo doblemente obli gado a decir (con
Cicerón): S i viví vicissent qui morte vicerunt (qué distinto habría sido todo “si aquellos
que ganaron la victo ria en la muerte la hubiesen ganado en la vida”).
La fama póstuma es algo demasiado extraño
como para cul par a la ceguera
del mundo o a la corrupción del medio
literario. Tampoco puede decirse que es la amarga
recompensa de aque llos que se adelantaron a su tiempo, como si la historia fuese una carrera donde algunos contendientes corren
tan rápido que sim plemente desaparecen de la vista de los
espectadores. Por el contrario, la fama
póstuma suele estar precedida por el reconoci miento más alto entre los
colegas. Cuando Kafka murió en 1924, de
los pocos libros que había publicado apenas se habían vendi do unas doscientas
copias, pero sus amigos literarios y los pocoslectores
que por accidente habían llegado a
conocer esos breves trozos de prosa (todavía no se había
publicado ninguna de sus novelas) sabían
más allá de toda duda que era uno de los maes tros de la prosa
moderna. Walter Benjamín había ganado ese re conocimiento temprano y no sólo entre aquellos cuyos nombres eran desconocidos en esa época, tal como Gerhard Scholem, el amigo de su juventud, y Theodor
Wiesengrund Adorno, su pri mero y único discípulo, ambos responsables de la
edición póstu ma de sus trabajos y sus cartas.1
De inmediato, y por instinto, siento la tentación
de decir que el reconocimiento provino de Hugo von Hofmannsthal,
quien publicó el ensayo de Benjamín sobre \as Afinidades electivas
de Goethe en 1924, y de Bertolt
Brecht, quien al recibir la noticia de
la muerte de Benjamín dijo que ésa era la primera pérdida verda dera
que Hitler causaba a la literatura alemana. No podemos sa ber si existe algo
así como el genio inapreciado, o si se trata de la ilusión de aquellos que no son genios; sin
embargo, podemos es-
1 Walter
Benjamín, Sc
hr»)íe«,
Frankfurt a.M., Suhrkampo Verlag, 1955, 2 vols. y B n efe , Frankfurt a. M., 1966,2 vols. Las siguientes referencias pertenecen a estas
ediciones.
tar razonablemente seguros de que la fama póstuma no
recaerá en ellos.
La fama es un fenómeno
social; ad gloriam non est satis unios opinio (tal como señaló Séneca con sabiduría y pedante ría), “para la fama no basta la opinión de uno", a pesar de que
es suficiente para la amistad y el amor.
Ninguna sociedad puede funcionar
correctamente sin una clasificación,
sin una disposi ción de las cosas y los hombres en clases y tipos ordenados. Es ta clasificación necesaria es la base para toda discriminación so cial, y la
discriminación, no obstante la actual opinión sobre lo contrario, es tanto un elemento constitutivo
del reino social co mo la igualdad es un elemento constitutivo de lo político.
El pun to es que en la sociedad, todos deben responder la pregunta: qué soy (diferente de quién soy) y la
respuesta, obviamente, nunca puede ser:
Soy único, no por la arrogancia implícita sino porque la respuesta carecería de sentido. En el caso
de Benjamín, sepuede diagnosticar el
problema (si fue tal) en retrospectiva con
gran precisión; cuando Hofmannsthal leyó el largo ensayo
sobre Goethe por ese autor totalmente
desconocido, lo calificó de “schlechtin
unvergleichlich” (“absolutamente incomparable”) y el problema era que tenía razón, no se podía
comparar con nada de lo existente en
literatura. El problema con todo lo que Benja mín escribió fue que siempre
resultó ser suigeneris
La fama póstuma parece ser entonces la suerte de los
incla sificables, es decir, aquellos cuyos trabajos no encajan
dentro del orden existente niintroducen un nuevo género que
lleve a una futura clasificación. Los
innumerables intentos de escribir “al
estilo Kafka”, todos ellos rotundos fracasos, sólo sirvieron para enfatizar el carácter único de Kafka, la
absoluta originalidad que no puede
hallarse en ningún precedesor y no tiene se guidor.
Esto
es lo que la sociedad no logra aceptar y a lo que siem pre se
verá reticente de otorgar su sello de
aprobación. Para de cirlo de
otro modo, en la actualidad sería tan engañoso
recomen dar a Walter Benjamin como
crítico literario y ensayista como
habría sido recomendar a Kafka en 1924 como novelista y escri tor de
cuentos. Para describir su trabajo en forma adecuada y a él como autor dentro de nuestro usual marco
de referencia, ten dría que hacer varias declaraciones negativas, tales como:
su
erudición fue grande, pero
no era un erudito; sus temas com prendían textos y su interpretación, pero no era un
filólogo; no lo atraía mucho la religión pero sí
la teología y el tipo de interpreta ción teológica por la que el texto en sí
es sagrado, pero no era te ólogo y no sentía un interés particular por la Biblia; era un escri tor nato, pero su mayor ambición fue producir
una obra que con sistiera sólo en citas; fue
el primer alemán que tradujo a Proust (junto con Franz Hessel) y St.-John Perse.,
y antes de eso había traducido los Tableaux
Parisiens de Baudelaire, pero no era tra ductor; revisó varios
libros y escribió un número de ensayos so bre
escritores vivos y muertos, pero no era crítico literario; escri bió un libro
sobre el barroco alemán y dejó un estudio sin termi nar sobre el siglo XIX
francés, pero no era historiador, literario ni
otro: trataré de demostrar que pensaba en forma poética, pero no era ni poeta ni filósofo.
Sin embargo, en los pocos momentos en que se
molestó en definir lo que hada,
Benjamín se describió como un crítico lite rario, y si puede decirse
que aspiró a una posición en la vida ha bría sido la del “único crítico
verdadero de la literatura alemana” (tal
como lo expresa Scholem en una de las pocas y hermosas cartas enviadas a su amigo que fueron
publicadas), excepto que la misma noción
de convertirse en un miembro útil de la socie dad lo habría repugnado. No cabe
duda de que estaba de acuer do con Baudelaire en que : “Etre un homme utile
m ’a paru tou-jours quelque chose de
hideux. ” En los párrafos
introductorios del ensayo Afinidades Electivas, Benjamin
explica lo que él entendía como
la tarea del crítico literario. Comienza
por distinguir entre un comentario y una crítica. (Sin mencionarlo, tal vez ni siquiera consciente de ello, utiliza el término kritik,
que en el uso normal significa crítica,
tal como lo utilizaba Kant cuando hablaba de
una Crítica de la razón pura )
Escribió:
La crítica se ocupa del contenido de verdad de una obra de
arte, el comentario de su tema. la relación entre ambos está determinada por la ley básica de la literatura según la cual el contenido de ver
dad de la obra es tanto más importante cuanto
más íntima y discre tamente esté
ligada a su tema. Si por lo tanto esos trabajos precisa mente terminan
por continuar aquellos cuya verdad está más fijada en su tema, el espectador que los contempla
mucho después de su
142
propia época encuentra las realia mucho más sorprendente en la obra pues han ido desapareciendo en el mundo. Esto significa que el tema y el contenido de verdad, unido en el primer período de la obra, se separan en su vida posterior; el
tema se torna más sorpren dente mientras que el contenido de verdad retiene su
encubrimien to original. Cada vez más, la intepretación de lo sorprendente y lo extraño, es decir del tema, se
convierte en un requisito esencial pa ra cualquier crítica posterior. Uno
puede compararlo con el paleó grafo frente a un pergamino cuyo texto borroso
está cubierto por las líneas más fuertes
de una escritura que hace referencia al texto.
Así como el paleógrafo tendría que empezar por leer la escritura,
el crítico debe comenzar comentando su
texto. Y a partir de esta acti
vidad surge de inmediato un criterio inestimable
de juicio crítico: sólo ahora el
crítico puede hacerse la pregunta
básica de toda críti ca: si el brillante contenido de verdad de la obra se debe al tema o si la supervivencia del tema se debe al
contenido de verdad. Pues co mo ambos están separados en la obra, deciden su
inmortalidad. En este sentido la
historia de las obras de arte prepara su crítica, y es ta es la razón por la
cual la distancia histórica aumenta su poder. Si, para usar un símil, se considera la obra
creciente como una pira fu neraria, su comentador puede compararse con el
químico, su críti
co con un alquimista.
Mientras que al primero sólo le quedan ma deras y cenizas como único objeto de análisis, al segundo
sólo le in teresa el enigma
de la llama en sí: el enigma de estar vivo. Así, el crítico indaga la verdad cuya llama viva
sigue ardiendo sobre tos pesados troncos
del pasado y las chispas de la vida pasada.
El crítico como alquimista que practica el
oscuro arte de transmutar los elementos fútiles de lo real en el oro
brillante y duradero de la verdad, o bien observando e
interpretando el pro ceso histórico
que logra esa mágica transfiguración,
sea cual fuere nuestra opinión
sobre esta figura, no puede corresponder
a algo que tengamos en mente cuando clasificamos a un escritor como crítico literario.
Existe, sin embargo, otro elemento menos objetivo
que el mero hecho de no estar
clasificado que abarca la vida de aque llos que “han logrado la victoria en la muerte”. Es el elemento
de la mala suerte y
aquí no puedo ignorar este factor, muy promi nente en la vida de
Benjamín, porque él mismo, que tal vez nun ca pensó ni soñó con la fama postuma, era muy consciente de ello. Tanto en sus trabajos como en
sus conversaciones solía ha blar del “jorobadito”, el “bucklicht
cuento
de hadas alemán de la famosa colección de poesía popu lar alemana: Des Knaben Wunderhohn.
W ill ich in mein'Keller gehn,
WiU m ein W einlein zapfen;
S teh t ein bucklicht M ánniein da, T a t m ir ’in K rug wegschnappen.
W ill ich in m ein Kiichel gehn,w ü l m ein Süpplein
kochen;
Steh t ein bucklicht M anulein
da, H a t m ein Topflein brochen.
(Cuando bajo al sótano, para sacar vino,un jorobadito
que vive allí me saca la jarra.
Cuando entro a la cocina para hacerme la sopaun
jorobadito que vive allí me rompe
mi tazón.)
El jorobado era un conocido de Benjamin que
vio por prime ra vez cuando, todavía un niño, halló el poema en un
libro para niños y
nunca lo olvidó. Sólo una vez (al final de A
Berlín Child- hood around 1900),
al anticipar la muerte, intentó capturar “toda
su vida...cuando desfila, tal como se dice, ante los ojos del mori
bundo”, y declaró quién y qué era aquello que lo había aterrado cuando era tan pequeño y lo acompañaría hasta
la muerte. Sumadre, al igual que otros
miles de madres en Alemania, solía de cir: “El
señor Bungle te envía sus saludos” (Ungeschickt
lasst grüssen) cuando ocurría una de las innumerables pequeñas
ca tástrofes de la infancia. Y el niño sabía a qué se refería. La madre hablaba del “jorobadito”, quien hacía que los
objetos jugaran fe as bromas a los niños; era él quien había puesto el pie
cuando ca ías y el que te había quitado el objeto de las manos cuando se rompía en mil pedazos. Y después del niño
vino el adulto que co nocía aquello que el niño todavía ignoraba, es decir,
que no ha-
bía
sido él quien había
provocado al “pequeñito” al mirarlo (co mo si hubiese querido ser el niño que deseaba aprender qué
era el temor) sino que el
jorobado lo había mirado y le había traído
mala suerte. Pues “cualquiera a quien el hombrecito mira no presta atención; ni a sí mismo ni al
hombrecito. Consternado, es
tá
ante una pila de escombros” (Schñften, 1,650-52).
Gracias
a la reciente publicación de sus cartas, ahora puedetrazarse a grandes rasgos la
historia de la vida de Benjamín; y se ría muy tentador hacerlo como una secuencia de esas pilas
de escombros dado que
casi no hay ninguna pregunta que él
mis mo no la viera en esa forma.
Pero el punto de la cuestión es
que él conocía muy bien la misteriosa
interacción, el
lugar “donde coinciden la debilidad y el genio”, que tan
brillantemente diag nosticó en
Proust. También hablaba sobre sí mismo cuando, de total acuerdo, citó aquello que Jacques
Riviere había dicho sobre Proust: “murió
de la misma inexperiencia que le permitió escri bir sus obras. Murió de
ignorancia... porque no sabía cómo en cender un fuego o abrir una ventana”
(“La imagen de Proust”). Al igual que
Proust, él también era incapaz de cambiar “las con diciones de su vida aun
cuando estaban a punto de aplastarlo”.
(Con una precisión que sugiere a un sonámbulo, su torpeza lo llevó al centro mismo de una desgracia, o
allí donde se ocultaba algo parecido.
Así, en el invierno de 193940 el peligro de un
bombardeo lo hizo tomar la decisión de abandonar París y huir a un lugar más seguro. Bien, ninguna bomba cayó
en París pero sí en Meaus, el lugar
donde fue Benjamin, que era una central de
tropas y tal vez uno de los pocos lugares de Francia que fue se
riamente dañado durante aquellos meses de la
guerra). Pero, al igual que Proust, terna todas las razones para
bendecir la maldi ción y repetir la extraña plegaria al final del poema
popular con el que cierra sus recuerdos
de infancia:
Liebes Kindlei», ach, ich bitt, Bett
fiin bucklicht Mátutlein mit.
(Oh, querido niño, te pido un
favorcito, que reces también por el jorobadito.)
En retrospección, la inextricable red de
mérito, grandes re galos, torpeza y desdicha
en la que quedó atrapada su vida pue-
de
detectarse incluso en el primer golpe de suerte que abrió la carrera de Benjamín como escritor. A través
de los buenos ofi cios de un amigo, pudo ubicar su Afinidades electivas de
Goethe en el Neue Deutsche
Beitrage de Hofmannsthal
(1924-25). Este estudio, una
obra maestra de la prosa alemana y aún de impor
tancia única en el campo general de la
crítica literaria alemana y el campo
especializado de la erudición de Goethe, ya había sido rechazado en varias oportunidades y la
entusiasta aprobación de Hofmannsthal
llegó en un momento en que Benjamín estaba d e
sesperado por “hallar a alguien que lo aceptara” (Briefe, 1, 300). Pero ocurrió algo lamentable, que al parecer
nunca pudo ser comprendido del todo, que
bajo las circunstancias dadas estaba
necesariamente relacionado con esta oportunidad. La única s eguridad
material que podía haberle aportado esta primera publi cación fue la Habilitation, el primer paso de la
carrera universita ria pa
ra la que Benjamín se preparaba. Esto no le habría
permiti do mantenerse
(los llamados Privatdozent
no recibían salario al guno) pero tal vez,' habría inducido a su
padre a mantenerlo has ta conseguir
un puesto de profesor titular, ya que
ésta era una práctica común en aquellos días. Ahora nos
resulta difícil com prender cómo él y sus amigos pudieron haber dudado
de que una Habilitation bajo un
profesor universitario no inusual podía
terminar en una catástrofe. Si los caballeros declararon más tar de que
no comprendieron una sola palabra del estudio. E l origen de la tragedia alemana, que Benjamín
había presentado, se les puede creer con
certeza. ¿Cómo iban a comprender a un escritor
cuyo mayor orgullo era el hecho de que “la escritura consiste en su mayor parte en citas: la técnica mosaico
más loca que pueda imaginarse” y que
ponía el mayor énfasis en los seis lemas queprecedían el estudio: “Nadie.... podía reunir alguno más
raro o más precioso”
(Briefe, 1,366). Era como si un verdadero maestro hubiera dado forma a un objeto único, sólo para ponerlo a la ven ta en el
centro comercial más cercando. En realidad, no hubo ni antisemitismo ni mala voluntad con respecto a
un extraño (Ben- jamin se había graduado
en Suiza durante la guerra y no era dis cípulo de nadie) ni tampoco la
sospecha académica de cualquier cosa que
no esté garantizada a ser mediocre.
Sin embargo ( y aquí es donde entra la mala
suerte) en la Alemania de la época existía otra forma, y fue
precisamente su
ensayo sobre Goethe lo que
arruinó la única oportunidad de Benjamin para una carrera
universitaria. Como sucede a menu do con las obras de Benjamin, este
estudio estaba inspirado por las
polémicas y el ataque incluía el libro de Kriedrich Gundolf so
bre Goethe. La crítica
de Benjamin era definitiva y sin embargo
Benjamin podía haber esperado
una mayor comprensión por parte de Gundolf y de otros miembros del círculo alrededor de Stefan
George, un grupo cuyo mundo intelectual le había sido bastante familiar durante su juventud, que del “círculo gober nante”; y tal
vez no hubiera necesitado ser miembro del círculo para ganar su acreditación académica bajo uno
de estos hom bres que en esa época comenzaban a ganar un lugar cómodo en el mundo académico. Pero lo único que no
debió haber hecho fue montar un ataque
contra el miembro más prominente y capaz
del círculo en forma tan vehemente que todos sabrían, tal como lo explicó retrospectivamente más
adelante, que “tenía tan poco que ver
con el ámbito universitario...como los monumen tos erigidos por hombres como
Gundolf o Ernst Bertram” {Brie fe, 11, 523). Sí, así fue. Y fue la mala
suerte de Benjamin haber anunciado esto
al mundo antes de ser admitido en la univer sidad.
Sin embargo, no puedo afirmar con certeza que
hizo caso omiso de la precaución debida en forma consciente. Por el con
trario, sabía que “El señor Bundle
le envía sus saludos” y tomaba más precauciones
que ningún otro que haya conocido. Pero su
sistema de disposiciones contra posibles peligros, incluyendo la “cortesía china” mencionada por Scholem,2 invariablemente, y en una forma extraña y misteriosa, no
prestó atención al verda dero peligro. Pues en cuanto abandonó la segura París
para huir a la peligrosa Meaux al
principio de la guerra (al frente), su ensa yo sobre Goethe inspiró en él la
preocupación innecesaria de que
Hofmannsthal podría tomar a mal un comentario crítico pre
cavido
sobre Rudolph
Borchardt, uno de los principales contri buyentes de su periódico. Sin embargo,
sólo esperaba buenas cosas por haber
encontrado por este “ataque a la
ideología del colegio de George...ese mismo
lugar donde les resultaría difícil
ignorar la inventiva” {Briefe, 1,341). Pero no les resultó nada
difí
cil.
Pues nadie estaba más aislado que Benjamín ni más comple tamente solo. Ni la
autoridad de Hofmannsthal (“el nuevo
pa trón” tal como lo llamó Benjamín en su primera explosión de ale
gría, Briefe 1,327) pudo alterar esta situación. Su voz casi no
te nía importancia comparada con el verdadero poder de la
escuela de George, un grupo influyente donde, al igual que en todas las
entidades de este tipo, sólo contaba la alianza ideológica, dado que sólo la ideología, no el rango ni la calidad, puede mantener unido a un grupo. A pesar de su postura de estar por encima de la política, los discípulos de George
estaban tan familiarizados con los
principios básicos de las maniobras literarias como los profesores lo estaban con los fundamentos de
la política acadé mica o los escritores y periodistas con el ABC de “una
buena vuelta merece otra”.
Sin embargo, Benjamín no conocía el juego. Nunca
supo có mo
manejar
estas cosas y nunca pudo moverse entre esta gente, ni siquiera cuando las “adversidades de la vida exterior que a ve ces provienen de
todas partes, como los lobos” (Briefe, 1,298) ya le habían dado alguna idea de las costumbres
del mundo. Cada vez que trataba de
ajustarse y de ser cooperativo como para ga nar un terreno firme bajo sus
pies, las cosas salían mal.
Nunca apareció impreso un estudio importante
sobre Goe the
desde el
punto de vista del marxismo (a mediados de la
déca da de 1920 estuvo a punto de unirse al
partido comunista), ni en la Gran
Enciclopedia Rusa, para la cual había sido escrito, ni en la Alemania actual. Klaus Mann, quien había
encargado una revi sión de la obra Threepenny Novel de Brecht para su
periódico Die Sammlung, le
devolvió el manuscrito porque Benjamín ha bía pedido 250 francos (que entonces
eran unos diez dólares)por el mismo y él sólo quería pagar 150. Su comentario
sobre la poesía de Brecht nunca
apareció durante su vida. Y por último
surgieron serias dificultades con el Instituto de
Investigaciones Sociales el que,
originalmente (y ahora otra vez) era parte de la Universidad de Frankfurt, había emigrado a
Norteamérica y del cual Benjamín
dependía financieramente. Sus guías espirituales, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, eran
“materialistas dia lécticos” y en su opinión el pensamiento de Benjamín era
“no- dialéctico”, se movía dentro de
“categorías materialistas que no
coincidían en absoluto con las marxistas”, “carecía de media-
ción”,
en tanto que, en un ensayo sobre Baudelaire, había rela cionado “ciertos
elementos llamativos dentro de la superestruc tura-directamente, tal vez incluso en forma casual, con los
ele mentos correspondientes a la su bes! ruciara." K1
resultado fue que el ensayo original de Benjamín: “Kl París del
Segundo Impe rio en las Obras de Baudelaire" no fue publicado, ni
entonces en la revista del Instituto ni
en la edición postuma de dos volúme nes de sus obras. (Ahora se han publicado
dos partes: “Der Fla- neur* en D ie
Neue Rundschau, diciembre de 1967, y “Die Moder- ne” en DasArgument, marzo de 1968).
Benjamín fue quizás el marxista más peculiar
que produjo el movimiento, el que Dios bien
sabe tuvo su buena parte de di
ficultades. El aspecto teórico que sin duda
lo fascinaba era la doctrina de la superestructura, que Marx había
bosquejado bre vemente pero que luego asumió un rol desproporcionado en
el movimiento cuando se unieron a él un
número desproporciona damente grande de intelectuales, y por lo tanto personas
intere sadas sólo en la superestructura.
Benjamín utilizó esta doctrina sólo como un
estímulo heu- rístico-metodológico y casi no le interesaban sus
antecedentes históricos o filosóficos. Lo que lo fascinaba sobre la cuestión
era que el espíritu y
su manifestación material estaban tan íntima mente relacionados que parecía posible descubrir en todas
par tes las correspondencias de Baudelaire, que se clarificaban e ilu
minaban entre sí si se las
correlacionaba en la forma debida, de
modo que por último ya no requerirían ningún comentario inter
pretativo o explicativo. Le interesaba la correlación entre
una es cena callejera,
una especulación sobre el mercado de cambios,
un poema, un pensamiento, con
la línea oculta que los mantiene unidos
y le permite al historiador o al filólogo reconocer que to dos deben
situarse en el mismo período. Cuando Adorno criticó la “amplia presentación de las actualidades”
de Benjamín (Briefe II, 793), dio
en el blanco pues esto era lo que Benjamín estaba ha ciendo y quería hacer.
Muy influenciado por el surrealismo, era
el “intento de capturar el retrato de la historia en las representa
ciones más insignificantes de la realidad, sus fragmentos por así decirlo” (Briefe II, 685). Benjamín
sentía pasión por las cosas pe queñas, incluso diminutas; Scholem habla sobre
su ambición de lograr incluir den líneas
en la página común de un cuaderno y
sobre
su admiración
por dos granos de trigo en la sección Judía
del Musé
e
de Cluny
“donde un alma semejante
había inscrito el Shema Israel completo”.3 Para él el
tamaño
de un
objeto tenía una relación inversamente
proporcional a su importancia.
Y esta pasión derivaba directamente de
la única visión del mundo que
siempre tuvo una influencia decisiva sobre él, de la
convicción de Goethe sobre la real
existencia de un Urphánomen, un fenó meno arquetípico, una cosa
concreta a ser descubierta en el mundo
de las apariencias donde la “importancia” (Bedeutung, la palabra más al estilo Goethe que ninguna, es
recurrente en las obras de Benjamín) y
la apariencia, palabra y cosa, idea y expe riencia, coincidirían. Cuanto más
pequeño el objeto, más parecía poder
contener la forma más concentrada de todo; de ahí su de leite en esos dos
granos de trigo que contenían todo el Shema Is rael, la esencia misma
del judaismo. La mínima esencia que apa recía en una entidad diminuta, a
partir de la cual, en ambos ca sos, se origina todo y que, sin embargo, en importancia
no pue de compararse con su origen. En otras palabras, aquello que fas cinó
profundamente a Benjamín desde un principio nunca fue una idea, sino siempre un fenómeno. “Lo que
parece paradójico sobre todas las cosas
que con justicia son llamadas hermosas es
el hecho de que lo parezcan” (Schriften 1,349), y esta paradoja
o, más sencillamente, la maravilla de la
apariencia, siempre estuvoen el centro de
sus preocupaciones.
Lo
lejos que estaban estos estudios del marxismo y del ma
terialismo dialéctico queda confirmado por
su figura central, el fláneur. 4
Siempre caminando sin rumbo
fijo por entre la muchedum bre de las grandes ciudades con estudiado contraste a
sus apre suradas y determinadas actividades, es
ante él que las cosas se revelan en su significado secreto: “El verdadero cuadro del
pasa do Pasa rápidamente ante él” (“Filosofía de la Historia”), y sólo
elJl&neur que pasea sin rumbo recibe el mensaje. Con gran
perspi cacia, Adorno señaló el elemento estático en Benjamin : “Para1
1 Op. cit.
4 La descripción clásica
del fláneur se da en el famoso ensayo de Baudelai-re
sobre Constantin Guys “El pintor de la vida moderna'', véase Edition
Pléiade, págs. 877-83. Benjamin suele hacer referencias indirectas de éste
y lo cita en el ensayo sobre Baudeiaire.
entender correctamente a
Benjamin se debe sentir detrás de ca da una de sus oraciones la
conversión de la extrema agitación en
algo estático, de hedió, la
noción (‘siálica del movimiento mis mo" (Schriflen, I, xix).
Por supuesto <|uo nada podía ser “menos
dialéctico” que esla adilud donde el “ángel de la historia” (en la novela de las “Tesis sobre la Filosofía de la
Historia") no avanza
dialécticamente hacia el futuro sino que está vuelta “hacia el pa
sado”. “Cuando ante nosotros aparece una cadena de sucesos, él sólo ve una catástrofe que sigue apilando
despojo tras despojo y lo arroja frente
a sus pies. Fl ángel querría quedarse, despertar a los muertos y volver a unir lo que se ha
destruido.” (Lo que pre
sumiblemente
significaría el final de la historia).
“Pero una tormenta está soplando desde el
Paraíso” y “loempuja irresistiblemente hacia el futuro hacia el cual tiene
vuel ta la espalda, mientras que la pila de ruinas ante él
crece en di rección al cielo. Lo que
él denomina progreso es esta
tormenta." En este ángel, que Benjamin vio en el “Angelus Novus" de Klee, el fláneur siente su transfiguración
final. Pues así como el fláneur,
a través del gestus del caminar sin rumbo fijo, vuelve la espalda
a la muchedumbre a pesar de que ésta lo
empuja y arrastra, el “án gel de la historia”, que sólo mira hacia las ruinas
del pasado, es empujado hacia el futuro
por la tormenta del progreso. Parece
absurdo que dicha idea se haya ocupado de un proceso consis tente, dialécticamente
sensato y racionalmente explicable.
También debería ser evidente que dicho
pensamiento no apuntaba y tampoco
podía llegar a unir declaraciones por lo ge neral válidas, sino que
estas fueron reemplazadas, tal como lo se ñala en forma crítica
Adorno, “por otras metafóricas” (Briefe, II, 785). En su interés por los hechos concretos y directamente demostrables, con hechos simples y ocurrencias cuya “impor tancia” es
manifiesta, Benjamin no se interesaba mucho en las teorías o “ideas” que no asumían de inmediato
la forma más pre cisa imaginable. Para este complejo aunque muy realista tipo
de pensamiento la relación marxista
entre superestructura y subes tructura se convirtió, en sentido preciso, en
una metafórica. Si, por ejemplo (y esto
estaría dentro del espíritu del pensamiento
de Benjamin), se rastrea el origen del concepto abstracto Ver- nunft (razón) hasta el verbo vernehmen
(percibir, oír), podría pensarse que una
palabra de la esfera de la superestructura ha
vuelto
a tener su subestructura sensual
o, por el contrario, que un concepto ha sido transformado en metáfora, siempre
que la “metáfora” sea entendida en su sentido
original, no-alegórico de metapherein
(transferir). Una metáfora
establece una relación que se percibe
sensualmente en su proximidad y no requiere ninguna interpretación, mientras que una
alegoría siempre pro cede de una noción abstracta y luego inventa algo palpa
ble para representarla casi a
voluntad. La alegoría debe ser explicada an tes de que adquiera sentido, debe hallarse una solución
al acerti jo que presenta, de modo
que la a menudo laboriosa interpreta ción de las figuras alegóricas
siempre nos hace pensar en la so lución de una adivinanza, aunque no se
requiera más ingenuidad que en la representación
alegórica de la muerte por un esquele to. Desde Homero, la metáfora ha llevado
el elemento de lo poé tico que transmite la cognición; su uso establece las correspon- dances entre las cosas físicamente más
remotas (como cuando en la litada
la lucha del temor y el dolor en los corazones de los Acayas corresponde a la lucha combinada de
los vientos del nor te y del oeste en las aguas oscuras <Jltada, IX, 1-8); o cuando el acercamiento
del ejército que avanza hacia la batalla, una b'nea detrás de otra, corresponde a las olas del
mar qué, empujadas por el viento, nacen
mar adentro, se acercan a la costa una tras
otra e irrumpen en la arena con gran estruendo (Jliada, IV, 422- 28). Las metáforas son los medios por los cuales se
logra en for ma poética el carácter único del mundo. Lo que resulta tan
difícilde comprender sobre Benjamín
es que sin ser poeta pensaba poéticamente y por lo tanto consideraba la metáfora como el
don más importante del lenguaje. La “transferencia” lingüística nos permite dar forma material a lo invisible (“Una maravillosa forta
leza en nuestro Dios”) y lo hace capaz de ser experimentado. No tenía problemas en comprender la teoría de la superestructura como la doctrina final del pensamiento
metafórico (precisamen te porque relacionaba la superestructura con la
denominada su bestructura “material”, que para él significaba la totalidad de
los datos experimentados sensualmente.
Es evidente que lo fascina ba todo aquello que los otros calificaban como
pensamiento “vul- gar-marxista” o
“no-dialéctico”.
Parece probable que a Benjamín, cuya
existencia espiritual había sido formada e informada por Goethe, un
poeta y no un fi
lósofo, y cuyo interés sólo lo inspiraban poetas y
novelistas, a pe sar de haber estudiado filosofía, le haya resultado más fácil
co municarse con poetas que con
teóricos, ya fueran dialécticos o
metafisicos. Y no cabe duda de que su amistad con Brecht (úni ca
en que aquf el poeta alemán con vida más importante conoció al crítico más importante de la época, un
hecho del que ambos eran conscientes)
fue el segundo golpe de buena suerte en la vi da de Benjamín. Pero no tardó en
tener las consecuencias más adversas;
antagonizó a los pocos amigos que tenía, puso en peli gro su relación con el
Instituto de Estudios Sociales, con cuyas
“sugestiones” debía ser “dócil” (Briefe 11, 683) y la única
razón por la que no le costó su amistad
con Scholem fue la lealtad y ad mirable generosidad de Scholem con respecto a
todo lo concer niente a su amigo. Tanto Adorno como Scholem culparon la “de
sastrosa
influencia”5 de Brecht (Scholem) por el obvio uso no- dialéctico de las categorías marxistas de
Benjamín y su ruptura con la
metafísica; y el problema era que Benjamín, por lo general inclinado a compromisos en su mayoría innecesarios,
sabía y sostenía que su amistad con Brecht no sólo constituía un
Umite absoluto con la docilidad
sino también con la diplomacia, pues “el
hecho de estar de acuerdo con la producción de Brecht es uno de los puntos más importantes y
estratégicos de toda mi postura” (Briefe,
II, 594). En Brecht, halló un poeta de raros po deres intelectuales y, casi
tan importante para él en ese enton-
4 Ambos lo han reiterado recientemente:
Scholem, en su Discurso en Me moria de Le
o Baeck en 1965, donde decía: “Me siento
inclinado a considerar la influencia de
Brecht en los trabajos de Benjamín en la década de 1930 pernicio sa y, en
algunos aspectos, desastrosa”, y Adorno
en una declaración a su discí pulo Rolf Tiedemann según la cual Benjamín
admitió a Adorno que había escri to ‘su ensayo sobre la Obra de Arte para
sobrepasar a Brecht, a quien temía en el
radicalismo” (citado en Rolf Tiedemann: S tu d ie m u r PhUosophie W
alter B en ja m ín , Frankfurt, 1965, pág. 89). Es poco probable que Benjamín haya
expresa do temor de Brecht, y al parecer Adorno no sostiene que lo hubiese
hecho. En cuanto al resto de la
declaración, lamentablemente, es muy probable que Benja mín la hiciera porque
le temía a Adorno. Es cierto que Benjamín era muy tímido en su trato con la gente que no conocía desde
su juventud, pero sólo le temía a las
personas de las cuales dependía. Una dependencia así de Brecht sólo habría sido posible si hubiera seguido la sugerencia
de Brecht de abandonar París e ir a
vivir cerca de Brecht en la menos costosa Dinamarca. Sin embargo, Benjamin tenía serias dudas sobre la ‘dependencia
exclusiva de una persona” en un país
extraño y con una ‘lengua desconocida” (Briefe, II,
596, 599)
ces,
alguien de izquierda que, a pesar de todas las habladurías sobre la dialéctica, no era más pensador
dialéctico que él, y cuya
inteligencia estaba muy cerca de la realidad. Con Breeht podía practicar lo que él mismo denominaba “pensamiento crudo”
(idas plutnpe Denken): “Lo más importante es aprender
a pensar crudamente. El pensamiento
crudo es el pensamiento de
los
grandes”, dijo Breeht y Benjamín agregó: “Hay mucha gente pa ra quien la idea de un
dialéctico es la de un amante de Tas sutili
dades... Por el contrario, los pensamientos crudos deberían ser parte del pensamiento dialéctico porque no
son otra cosa que la referencia de la
teoría a la práctica... un pensamiento debe ser
crudo para entrar en su propia acción’ .6 Y bien, aquello que atra ía a
Benjamín hacia el pensamiento crudo no era tal vez tanto la referencia a la práctica sino a la realidad,
y para él esta realidad se manifestaba
en forma más directa en los proverbios y modis
mos del lenguaje cotidiano. “Los proverbios
son una escuela del pensamiento crudo”,
escribe en el mismo contexto; y el arte de
tomar
el lenguaje proverbial e idiomático en forma literal le per mitió
(al igual que lo hizo con Kafka cuyas formas de expresión son a menudo claramente discemibles
como una fuente de ins piración y proporcionan la clave a más de un
“acertijo”) escribir una prosa de un
encanto singular y de una encantadora cercanía
con la realidad.
Adondequiera que uno mire en
la vida de Benjamín, encuen tra al
pequeño jorobado. Mucho antes del comienzo del Tercer Reich ya le estaba gastando sus malvadas bromas, haciendo que los editores que habían
prometido a Benjamín una renta anual por
leer manuscritos o editar un periódico fueran a la bancarrota antes de que apareciera el primo- número. Más
adelante, el joro bado permitió que una magnífica colección de cartas
alemanas, hechas con infinito cuidado y
con los comentarios más maravi llosos, fuese publicada (bajo el título Deutsche
Menschen y con el lema: “Von Ehre
ohne Ruhm/Von Grósse ohne Glanz/ Von Würde
ohne Sold” (De Honor sin Fama/ De Grandeza sin Esplendor/De Dignidad sin Paga); pero luego se ocupó de que
terminara en*
* En la revisión de Dreigroschenroman. Compárese: Venuche über Breeht, Frankfurt,
1966, pág. 90.
154
el sótano del editor suizo
en bancarrota en lugar de ser distribui do, tal como era la intendón de Benjamín, que firmó la
selección con un seudónimo, en la
Alemania nazi.
Y la edición fue descubierta en este
sótano en 1962, en el mismo momento en que una nueva edición acababa de
ser publi cada en Alemania. (También deberíamos
culpar al jorobado de que a menudo las
cosas que iban a terminar
bien se presentaban con un feo aspecto.
Este es el caso de la traducción de Anabase de Alexis Saint-Léger Léger[St. John Prese]que Benjamin em prendió,
considerando el trabajo de poca importancia [Briefe
I, 381)
porque, al igual que la traducción de Proust, había sido un trabajo encargado por Hofmannsthal. La
traducción no apareció en Alemania hasta
después de la guerra, sin embargo Benjamin
le debió a ella su contacto con Léger, quien al ser diplomático, pudo intervenir y persuadir al gobierno
francés para que evitara a Benjamin una
segunda internación en Francia durante la gue rra, un privilegio del que
gozaban muy pocos refugiados). Y lue
go, después del engaño venía el “montón de
escombros", el últi mo de los
cuales, antes de la catástrofe en la frontera española, fue la
amenaza que sentía, desde 1938, de
que el Instituto de Es tudios Sociales en Nueva York, el “único apoyo material
y moral” de su existencia en París (Briefe
II, 839), lo abandonara. “Las mismas
circunstancias que ponen en peligro mi situación euro pea harán que me resulte
imposible emigrar a los Estados Uni dos", escribió en abril de 1939 (Briefe
II, 810), aún bajo el impac to del “golpe” de la carta de Adorno donde
rechazaba la primera versión del estudio
sobre Baudelaire en noviembre de 1938 (Briefe,
II, 790).
Es probable que Scholem esté en lo cierto
cuando afirma que junto a
Proust, Benjamin era quien sentía la más íntima
afini dad personal con Kafka entre los autores contemporáneos, y
sin dudas Benjamin
tenía “el campo de las ruinas y de la zona de de sastre” de su propio trabajo en mente cuando escribió que
“el en tendimiento de lia producción [de Kafka] requiere, entre
otras cosas, el simple reconocimiento de
que era un fracaso” (Briefe, I I
614). Lo que Benjamin dijo sobre Kafka con tanta propiedad también se aplica a él mismo: “Son varias las
circunstancias de este fracaso. Uno
siente la tentación de decir: una vez que estaba seguro del eventual fracaso, todo le salía
bien, como en un sueño
(Briefe,
II, 764). No necesitaba leer a Kafka para pensar como Kafka. Cuando "The Stoker” era todo lo
que habla lado de Kaf ka, ya había citado la declaración de Goethe sobre la esperanza
en su ensayo sobre las
Afinidades electivas: "La esperanza pasó sobre sus cabezas como una estrella que cae
del cielo”; y la ora ción con la que termina este estudio parece haber sido
escrita por el mismo Kafka: "Sólo
se nos ha dado la esperanza por el bien
de aquellos que no la tienen”. (Sckrifien, 1,140).
El 26 de setiembre de 1940,
Walter Benjamin, que estaba a punto de
emigrar a los Estados Unidos, se
quitó la vida en la frontera franco-española. Hubo vanas
razones para esto. La Ges tapo había confiscado su apartamento
de París que contenía su biblioteca
(había logrado sacar la "mitad
más importante” fuera de Alemania) y varios de sus manuscritos y también tema ra zones para
estar preocupado sobre los otros que, gracias a los buenos oficios de
George Bataille, habían sido ubicados en la B¡- bliothéque National antes de
su huida de París a Lourdens en la
Francia desocupada.7 ¿Cómo iba a vivir sin una biblioteca, cómo iba a ganarse la vida sin la extensa
colección de citas y fragmen tos que se encontraban entre sus
manuscritos? Además, nada lo atraía en
Norteamérica donde la gente, tal como soba decir, no hallaría para él otro uso que el de ser
mostrado de un extremo alotro del país como el “último exponente europeo”. Pero la oca sión inmediata para el suicidio de Benjamin
fue un inusual golpe de mala suerte. A
través del armisticio acordado entre Vichy
France y el Tercer Reich, los refugiados de la Alemania Nazi (fes refugiés provenant d’AUemagne, tal como se los llamaba en Fran cia) corrían el
peligro de ser devueltos a Alemania, sólo si eran opositores políticos. Para salvar a esta
categoría de refugiados (y debe
señalarse que esta nunca incluyó la masa apoh'tica de ju díos que luego resultó
ser la que más peligro corría), Estados
7En la actualidad parece
que se salvó casi todo. Los manuscritos escondi dos en
París fueron enviados, según las
instrucciones del propio Benjamin, a
TheodorW. Adorno; según Tiedemann (op.cit. pág. 212), ahora se encuentran en la “colección privada'de Adomo en Frankfurt. Algunas reediciones y copias
de la mayoría de los textos también se
encuentren en la colección personal de Gers-
hom Scholem en Jerusalem. El material confiscado por la Gestapo apareció
en la República Democrática Alemana.
Véase: "Der Benjamin -Nachlas in PotsdanTde Rosemarie Heise en altemative, octubre-diciembre, 1967.
Unidos había distribuido
un número de visas de emergencia a través
de sus consulados en la Francia desocupada.
Gracias a los esfuerzos del Instituto de Nueva
York, Benjamin estuvo entre los primeros en
recibir dicha visa en Marsella. Además, pronto
obtuvo una visa de tránsito
por España que le permitía llegar
a Lisboa y abordar allí un barco. Sin
embargo, no tenía una visa de salida francesa que entonces se requería y el gobierno francés, ansioso por complacer a la Gestapo, les
negaba invariablemente a los refugiados
alemanes. Por lo general esto no presentaba ma yor dificultad ya que se debía
cubrir un camino relativamente corto y
fácil a pie por las montañas hasta Port Bou, lugar muy co
nocido
y que
no era vigilado por la policía de frontera francesa. Sin embargo, para Benjamin,
que sufría del corazón (Briefe, II,
841), hasta la menor caminata
representaba un gran esfuerzo y hubiese
llegado en estado de cansancio extremo. El pequeño grupo de refugiados al cual se había unido llegó a la ciudad fron teriza con
España para enterarse de que España había cerrado la frontera ese mismo día y que los oficiales de
frontera no recono cían las visas otorgadas en Marsella. Los refugiados debían
re gresar a Francia por el mismo camino al día siguiente. Durante la noche, Benjamin se quitó la vida, y como
este suicidio causó gran impresión en
los guardias fronterizos, permitieron a los de más refugiados cruzar a
Portugal. Pocas semanas después vol vió a levantarse el embargo de las visas.
Un día antes y Benjamin hubiese pasado
sin ningún problema; un día después la gente de
Marsella habría sabido que en ese momento era imposible pasar a través de España. Sólo en ese día en
particular era posible la ca tástrofe.
II.
Los tiempos de oscuridad
“Cualquiera que no pueda arreglárselas con la vida
mien tras está vivo necesita una mano para
apartar la deses peración sobre su destino... pero con la otra mano
pue de apuntar aquello que ve entre las ruinas, pues ve más y diferentes cosas que los demás; después de
todo, está muerto durante su propia vida
y es el real sobrevivien te."
FRANZ
KAFKA, Diaries 19 de octubre de 1921.
“Al igual que alguien que se mantiene encima
de una nave trepándose a lo alto de un mástil que se
está de rrumbando.
Pero desde allí, tiene la oportunidad de
dar una señal para su rescate.
WALTER BENJAMIN en una carta a Gerhard Scholem del 17 de abril, 1931.
A menudo, una era marca con
su sello a aquellos que menos se vieron influenciados
por ella, aquellos que más remotos estu vieron y que por lo tanto, más sufrieron. Ese fue el caso
de Proust, de Kafka, de Karl Kraus y de Benjamín. Sus gestos y la forma de colocar la cabeza cuando
escuchaba y hablaba; la for ma en que se movía; sus modales, pero en
particular su forma de hablar, desde la
elección de las palabras hasta la forma de su sin taxis; por último, sus
gustos ¡diosincráticos: todo esto parecía
tan anticuado, como si se hubiese escapado del siglo XIX y entra do en
el XX como quien es arrastrado hasta la costa de una isladesconocida.
¿Alguna vez se sintió cómodo en la Alemania del si glo XX? Hay razones
para dudarlo. En 1913, cuando visitó Fran cia por primera vez siendo muy
joven, las calles de París le eran “casi
más familiares” (Briefe 1,56), después de unos días, que las familiares calles de Berlín. Pudo haber
sentido incluso entonces,y por cierto que
lo sintió veinte años después, que el viaje desde Berlín a París era más un viaje en el
tiempo: no de un país a otro sino del
siglo XX al siglo XIX. Allí estaba la nation par excellence
cuya
cultura había
determinado la Europa del siglo XIX, y por la
cual
Haussmann había vuelto a construir París, “la capital del si glo
XIX”, tal como la
llamaba Benjamín, liste París todavía no era cosmopolita pero sí profundamente europeo
y por lo tanto se ha bía ofrecido a todas las personas sin hogar como
un segundo ho gar desde mediados del siglo pasado. Ni la marcada
xenofobia de sus habitantes ni el
sofisticado hostigamiento de la policía lo cal pudieron cambiar esto. Mucho
antes de emigrar, Benjamin supo lo
“excepcional que éra establecer el tipo de contacto con un francés que le permitiera prolongar una
conversación más allá del primer cuarto
de hora” (Briefe I, 445). Más adelante,
cuando vivía en París como refugiado, su nobleza innata le impi dió
desarrollar sus leves amistades (entre las que estaba Gide) en conexiones y hacer nuevos contactos. (Hace
poco nos entera mos de que Werner Kraft lo llevó a ver a Charles du Bos, que
era una especie de figura central para
los emigrantes alemanes por su
“entusiasmo por la literatura alemana”. Werner Kraft tenía las mejores conexiones. ¡Qué ironía! 8) En su
sorprendentemente sensata revisión de
los trabajos y las cartas de Benjamin así co mo también de la literatura
secundaria, Pierre Missac ha señala
do lo mucho que debió de haber sufrido
Benjamin porque no tu vo en Francia la
“recepción” que debía.9
No importa lo irritante u ofensivo que haya sido
todo esto, la ciudad lo
compensaba todo. Sus bulevares, tal como lo
descu brió Benjamin en 1913, están formados
por casas que “no pa recen hechas para ser habitadas sino que parecen paneles
de piedra para que la gente camine entre
ellos” (Briefe, 1, 56). Esta
ciudad, alrededor de la cual todavía se puede viajar en círculo a través de las viejas entradas, ha permanecido
tal como eran las ciudades del Medioevo,
rodeadas por murallas y protegidas del
exterior: París era una ciudad interior pero sin la estrechez de las calles medievales, con un espacio abierto
intérieur con el ar co del cielo como un techo majestuoso. “Lo más fino
que hay aquí sobre el arte y toda
actividad es que le dejan los pocos rema-
' Compárese con: “Walter
Benjamin hinter seinen Breiefen”, M erku
r, mar zo de 1967.
5 Compárese: Pierre Missac: “L’Eclat et le sccrct Walter Benjamin”, C ri tique, Nos. 231-32,1966.
nenies
del original y lo natural, su esplendor” (Briefe 1,421). De
hecho, los ayudan a adquirir nuevo brillo.
Las fachadas unifor
mes alineadas por las aceras como paredes interiores
es lo que nos hace sentir físicamente protegidos más en esta ciudad que en ninguna otra. Las arcadas que conectan
los grandes buleva res y ofrecen protección de las inclemencias
del tiempo ejercie ron una fascinación muy profunda sobre Benjamín”, tal como se refirió a su mayor trabajo sobre el siglo XIX
y
su capital simple mente como “las
Arcadas" (Passagenarbeit); y estos pasajes son como un
símbolo de París, porque están dentro y fuera al mismo tiempo y así representan su verdadera
naturaleza en su quintae sencia. En París un extranjero se siente como en casa
porque puede vivir en la ciudad de la
misma manera que lo hace dentro de sus
cuatro paredes. Y así como se vive en un apartamento y se lo vuelve cómodo al vivir en él en lugar de
usarlo sólo para dor mir, comer y trabajar, se puede vivir en la ciudad
paseando por sus calles sin rumbo
alguno, con la estadía asegurada por los in numerables cafés de que se cubren
las calles y frente a los cua les desfila la vida de ciudad y se mueve el
flujo de peatones. Has ta hoy, París es. la única de las ciudades importantes
que puede cubrirse cómodamente a pie, y
más que ninguna otra ciudad de pende de la gente que inunda sus calles para su
vivacidad; el moderno tránsito
automovilístico pone en peligro su propia exis tencia y no sólo por razones
técnicas. El erial de un suburbionorteamericano,
o los distritos residenciales de varias ciudades, don
de toda la vida de la
calle se desarrolla en la calzada y donde
se puede caminar por las aceras,
ahora reducidas a meros sen deros, durante
kilómetros sin encontrar a otro ser humano, es lo opuesto de París. Lo que todas las demás ciudades parecen per mitir de mala gana a la escoria de la sociedad (pasear sin rumbo, la flánerie),
las calles de París invitan a hacerlo. Así, desde el Se gundo Imperio
la ciudad ha sido el Paraíso de todos aquellos que necesitan vivir sin prisa, no perseguir
ninguna carrera ni alcan zar ningún objetivo: el paraíso de los bohemios y no
sólo de artis tas y escritores sino también de todos aquellos que se han reuni
do alrededor de ellos porque no podían integrarse ya sea políti camente (al no
poseer hogar o estado) o socialmente.
Sin considerar este aspecto de la ciudad que
se convirtió en una experiencia decisiva para el joven
Benjamín es difícil com-
prender por qué el fláneur se convirtió en
la figura principal de sus trabajos. Hasta qué punto este vagabundeo determinó
el rit mo de su pensamiento se vio revelado más claramente en las pe
culiaridades de su modo
de:
andar, que Max
Rychner describió como “que avanza y se
detiene
al mismo tiempo,
en una extraña combinación.”10 Era el
andar de un fláneur, y era tan llamativo porque, al igual que el dandy o el snob, el fláneur
tuvo su hogar en el siglo XIX, una época
de seguridad donde los hijos de las fa milias de clase media alta tenían asegurado
un ingreso sin tener que trabajar, de
modo que no tenían razón alguna para apresu rarse. Y así como la ciudad le
enseñó a Benjamín la flánerie, el
secreto estilo del andar y el |x*nsar del siglo XIX, también desper tó
en él un sentimiento natural por la literatura francesa, y esto lo alejó irrevocablemente de la vida intekvtual
alemana. “En Ale mania me siento bastante aislado en mis esfuerzos e
intereses entre los de mi generación,
mientras que en Francia hay ciertasfuerzas
(los escritores Giraudoux y en particular Aragón; el mo vimiento
surrealista) donde veo funcionar aquello que también me ocurre
a mí”, esto le escribió a Hofmannsthal en 1927 (Briefe, 1,446), cuando, de regreso de un viaje a Moscú y
convencido de que los proyectos literarios bajo la bandera comunista eran
irrealizables, comenzaba a
consolidar su “posición en París” (Briefe, 1,444-5). (Ocho años antes,
había mencionado la “increí ble sensación de parentesco” que Péguy había
inspirado en él: “Ningún trabajo escrito
me ha llegado tanto y me ha dado
este sentido"de comunión” [Briefe,
1,217] Y bien, no logró consolidar nada, y el éxito habría sido difícil de
obtener. Sólo en el París de
posguerra pudieron los extranjeros (y tal vez, así es como se de nomina
en París, incluso en la actualidad, a todo aquel que no na ció en Francia)
ocupar “posiciones”. Por otra parte, Benjamín se vio forzado a una posición que en realidad no
existía en ninguna otra parte, la cual,
de hecho, no pudo ser identificada y diagnos ticada como tal sino hasta mucho
después. Era la posición en “lo alto del
mástil” desde donde podía observarse mejor los tiempos tormentosos que desde un puerto seguro, a
pesar de que las se-
10 Max Rychner, el recientemente fallecido
compilador de la Neue Sehwei- zer
Rundschau fue una de las figuras
más cultivadas y refinadas de la vida intelec
tual
de la época. Al igual que Adorno, Emst Bloch y Scholem, publicó su “Erin- nerungen an Walter Benjamín" en DerMonat, setiembre de 1960.
161
ñales de “naufragio”, de este hombre que no
había aprendido a nadar a favor o contra
la corriente, no se distinguían muy bien: ya sea por aquellos que nunca se habían expuesto a
estos mares o por aquellos que
eran capaces de moverse incluso en este ele mento.
Visto desde afuera, era la posición del escritor
independien te que vive de
su pluma: sin embargo, tal como al parecer sólo
Max Rychner fue capaz de observar, lo hacía en “forma peculiar” pues “sus publicaciones no eran muy
frecuentes” y “nunca fue demasiado
claro...hasta qué punto podía recurrir a otros recur sos.”" Las
sospechas de Rychner estaban totalmente justifica das. No sólo había “otros recursos” a su disposición antes de la
emigración, sino que detrás de la
fachada de escritor indepen diente llevaba una vida bastante libre, aunque siempre en peli gro, del homme de
lettres cuyo hogar era una biblioteca que ha bía sido reunida con
extremo cuidado, pero que de ninguna ma nera funcionaba como herramienta de
trabajo; consistía en teso ros cuyo valor, como a menudo solía repetir
Benjamín, quedaba probado por el hecho
de que no había leído los libros; una biblio teca garantizada a no ser útil ni
a estar al servicio de una profe sión cualquiera. Dicha existencia era algo
desconocido en Ale mania, e igualmente desconocida era la ocupación que
Benjamin derivaba de ella, para poder
subsistir: no era la ocupación del
historiador y erudito literario con el número requerido de grue sos
volúmenes sino la de crítico y ensayista que considerabahasta el ensayo como demasiado
extenso y habría preferido el aforismo si no le hubiesen pagado por línea. Por
cierto que no era consciente del
hecho de que sus ambiciones
profesionales apuntaban a algo que de
hecho no existía en Alemania donde, a
pesar de Lichtenberg, Lessing, Schlegel, Heine y Nietzsche, nunca se habían apreciado los aforismos y la
gente consideraba, la crítica como algo subversivo que podría llegar a disfrutarse só lo en la sección cultural del diario. No fue
por accidente que Ben jamin eligió el francés para expresar su ambición:
“Le but que je m’avais
proposé...c’est d’étre
consideré comme le Premier critique de la
littérature allemande. La difficulté c’est que, depuis plus de cinquante ons, la critique litteraire en
Allemagne n’estplus consi- 11
11 Ibídem
derée commo un gente sérieux. Se faite une
situation dans la criti que,
cela... veut dire: la recréer comme gente.” (Mi objet¡vo...es ser
considerado como el primer crítico de literatura alemana. El problema es que por más de cincuenta años la
crítica literaria no ha sido considerada
un género serio en Alemania. Crear un
lugar en la crítica para uno mismo significa recrearla como gé nero”) (Briefe,
II, 505).
No cabe ninguna duda de que Benjamin debía
esta elección de su profesión a las tempranas influencias francesas, a la
proxi midad del gran vecino al otro
lado del Rin que le inspiraba una íntima
sensación de afinidad. Sin embargo, es mucho más sinto mático
que hasta esta selección de la profesión íue en realidad motivada por los tiempos difíciles y las aflicciones
financieras. Si uno quiere expresar
la “profesión” para la cual se había prepara do en forma
espontánea, aunque ta * vez no buscado así, en las ca tegorías sociales, hay que remonta ' se a la Alemania
wilhelminia- na donde creció y donde tomaron forma sus primeros
planos pa ra el futuro. Entonces podría decir « que Benjamin no se prepa ró para otra cosa que la
“profesión” de coleccionista privado y
erudito independiente, lo que entonces se denominaba Privatge- lehrter. Bajo las circunstancias de ía
época de sus estudios, que había
comenzando antes de la Primera Guerra Mundial, podía haber terminado sólo con una carrera
universitaria, pero los ju díos no bautizados no podían acceder a una carrera,
tanto uni versitaria como en la administración pública. A dichos judíos
se les permitía la Habilitation y
como máximo podían alcanzar el rango de
un Extraordinarius sin salario; era una carrera que pre suponía en
lugar de proporcionar un ingreso asegurado. El doc torado que Benjamin decidió
seguir sólo por “consideración a mi
familia” (Briefe, 1,216) y su posterior intento en la Habilita tion
tuvieron la intención de servir de base para que su familia pusiera dicho ingreso a su disposición.
Esta situación cambió en forma abrupta después
de la gue rra: la inflación
había empobrecido, e incluso desposeído, a gran
número de burgueses y en la
República de Weimar la carrera universitaria
quedó abierta incluso para los judíos sin
bautizar. La desafortunada historia
de la Habilitation demuestra clara mente cómo el pequeño Benjamin tenía
en cuenta estas circuns tancias alteradas y cómo siguió dominado por las ideas
de pre
guerra
en todos los asuntos financieros. Pues el comienzo de su Habilitation sólo había sido con la
intención de llamar “al orden” a su padre proporcionando “evidencia
de reconocimiento públi co”
(Briefe, 1,293) y para hacer que
le otorgara a su hijo, que por entonces terna unos treinta años, un ingreso adecuado y, podría
agregarse, de acuerdo con su
posición social. En ningún mo
mento, ni siquiera cuando se acercó a los comunistas, dudó d
e que a
pesar de los conflictos con sus padres terna derecho a di cha subvención y que el hecho de que le exigieran que “trabaja ra para
ganarse la vida” era “incalificable” (Briefe,
1,292). Cuan do más tarde su padre le dijo que no aumentaría él estipendio que de todas formas le pasaba mensualmente,
aunque su hijo lo grara la Habilitation,
esto acabó con toda la base del emprendi miento de Benjamin. Hasta la
muerte de sus padres en 1930, Benjamin
pudo resolver el problema de su subsistencia mudán dose a la casa paterna,
viviendo allí primero con su familia (tenía
esposa y un hijo) y luego de su separación (que sucedió pronto), solo. (No se divorció hasta 1930). Es obvio
que esta situación lo hizo sufrir mucho,
pero también es evidente que Benjamin tam poco consideró nunca otra solución.
También es sorprendente que a pesar de
sus constantes problemas financieros logró ir au mentando su biblioteca a
través de los años. Su único intento por
negarse esta cara pasión (visitaba las grandes casas de remate al igual que otros frecuentan los casinos de
juego) y su determina ción de llegar a vender algo “en caso de una emergencia”
termi nó con que se sintiera obligado a “acallar el dolor de este estado de alerta” (Briefe, I, 340) realizando
nuevas adquisiciones; y elúnico intento comprobable de terminar con la
dependencia eco nómica de su
familia terminó con la propuesta de que su padre le diera en
forma inmediata “los fondos que le
permitieran com prar una parte de una
librería de libros usados” (Briefe,
1,292). Este es el único empleo
redituable que Benjamín consideró en
toda su vida. Y por supuesto, todo terminó en la nada.
En vista de las realidades de la Alemania de
la década de 1920 y de la certeza de Benjamin de que jamás se ganaría la vida con
la pluma (“hay lugares donde puedo ganar
un mínimo y lu gares donde puedo vivir con un mínimo, pero no un lugar
donde pueda hacer ambas cosas” (Briefe,
II, 563), toda su actitud puede
parecemos totalmente irresponsable. Sin embargo, nada tenía
que
ver con la irresponsabilidad. Es razonable pensar que es tan difícil para los ricos que se han vuelto pobres
creer en su pobre
za como para los pobres que se han vuelto ricos creer en su ri
queza; los primeros parecen llevados por un atolondramiento del cual son totalmente inconscientes y los
segundos parecen poseídos por una
miseria que en realidad es el viejo temor arrai gado de lo que puede acarrear
el día siguiente.
Además, Benjamin no era
un caso aislado con respecto a su actitud con los problemas financieros. Esta era típica de
toda una generación de intelectuales
judío-alemanes, a pesar de que es probable
que ningún otro haya tenido tanta mala suerte como él. Su base era la mentalidad de los
padres, hombres de negocio de éxito que no
tenían
una opinión muy alta de sus propios logros y
cuyo sueño era que sus
hijos estuvieran destinados a cosas me jores. Era la versión secularizada
de la antigua creencia judía de que
aquellos que “aprenden” (la Torah o
el Talmud, es decir, la ley divina) conformaban la verdadera elite y no debían
ocuparse de algo tan vulgar como el
hacer dinero o trabajar para obtener lo. Esto no significa que en esta generación no hayan existido
conflictos entre padres e
hijos; por el contrario, la
literatura de la época está llena de
ellos, y si Freud hubiese vivido y llevado a ca bo sus investigaciones
en un país y en un lenguaje diferentes
que el medio judío-alemán, jamás habríamos oído hablar del complejo de Edipo.12 Pero como regla general,
estos conflictos se solucionaban cuando
los hijos afirmaban ser genios o, como
en el caso de varios comunistas de hogares pudientes, ser devo tos al
bienestar de la humanidad (en todo caso, aspirar a cosas más elevadas que el hecho de hacer dinero) y
los padres acepta ban de buen grado esta excusa como válida para que no se
gana ran la vida. Allí donde no se hacían o reconocían estos reclamos ocurría la catástrofe. Benjamin fue uno de
estos casos; su padre nunca reconoció
sus reclamos y sus relaciones eran pésimas.
Otro de estos casos fue
el de Kafka, quien — tal vez porque era realmente una especie de genio— no terna la manía
de genio
de su medio, nunca reclamó ser un genio— y aseguraba su inde pendencia financiera
con un trabajo ordinario en la oficina de compensación de los trabajadores de Praga:
(Las relaciones con su padre también
eran malas, pero por razones diferentes). Y sin
embargo, en cuanto Kafka tomó esta posición comenzó a ver en ella “un comienzo para suicidios”, como si
estuviese obedecien do una orden que dice: “Debes ganarte tu propia tumba.”13
I)c todas maneras, para Benjamín, el estipendio
mensual si guió
siendo la única forma de ingreso posible
y para poder reci bir uno después de la muerte de sus padres estaba dispuesto,
o creía estarlo, a hacer muchas cosas: estudiar hebreo por
300 marcos al mes si los sionistas
creían que serviría para algo o pen
sar en forma dialéctica, con todos
los accesorios que implicara, por mil
francos franceses si no había otra manera
de tratar con los marxistas. El hecho de que a pesar de estar
deprimido y sin nada nunca hizo ninguna
de estas cosas es admirable, así como la
paciencia infinita con la que Scholem, quien había trabajado muy duro para conseguirle a Benjamín un
estipendio para estu diar hebreo de una universidad en Jerusalem, se permitió
ser postergado durante años. Nadie
estaba preparado a sostenerlo en la
única “posición” para la que había nacido, la de homme de lettres, una posición de la que ni los
sionistas ni los marxistas eran o
pudieron haber sido conscientes.
Hoy, un homme de lettres nos parece una figura
marginal e inocua, como si en realidad
pudiera ser comparado con la
figura del Privatgelehrter que siempre tuvo un toque de comicidad. Benjamín, que se sentía tan cerca de los franceses
que su lengua se convirtió en “una
especie de coartada” (Brie/e, II, 505) para él, para su existencia, conocía quizá el origen
del homme de lettres en la
Francia pre-revolucionaria y también su extraordinaria ca rrera en la
Revolución Francesa. En contraste con los últimos es critores y literatos, los
“écrivains et littérateurs" como hasta el mismo Larousse define los hommes de
lettres, estos hombres, co mo si vivieran en el mundo de la palabra
escrita e impresa esta ban rodeados de libros y no se sentían obligados ni
tenían de-11
11 [bídem, 55
seos
de escribir y leer en forma profesional como para ganarse la vida. A diferencia de la clase de intelectuales, que
ofrecen sus servicios ya sea al estado como expertos, especialistas y funcio narios o a la sociedad por diversión
e instrucción, los hommes de lettres
siempre lucharon por mantenerse
apartados del estado y de la sociedad.
Su existencia material
se basaba en un ingreso sin trabajo, y
su actitud intelectual, en su rechazo total a ser inte grados
tanto política como socialmente.
Sobre la base de esta independencia dual
|>odían adoptar esa actitud de desprecio su perior que dio
origen a las despreciativas
percepciones de La Ro- chefoucauld sobre
la conducta humana, la mundana
sabiduría de Montaigne, la mordacidad
aforística del pensamiento
de Pas cal y la audacia y liberalidad de las reflexiones políticas de Mon-
tesquieu. No me corresponde discutir aquí las circunstancias que terminaron por convertir a los hommes
de lettres en los revo lucionarios del siglo XVIIl ni la forma en la que
sus sucesores en los siglos XIX y XX se
dividieron por un lado en la clase de los “re finados” y, por otro, de los
revolucionarios profesionales. Hago
mención dé estos antecedentes históricos sólo porque en Benja mín, el
elemento de la cultura se combinó de manera muy singu lar con el elemento de
lo revolucionario y lo rebelde. Fue como
si poco antes de su desaparición la figura del homme de lettres
es taba destinada a mostrarse en todas sus posibilidades, a pesar de que (o tal vez, debido a que) había perdido
su base material en forma tan
catastrófica, de modo que la pasión puramente intelec tual que hace a esta
figura tan adorable podría desplegarse en
sus posibilidades más impresionantes y reveladoras.
Por cierto que no eran pocas las razones
como para rebelar se contra sus orígenes, el medio de la sociedad
germano-judía en la Alemania
imperial donde creció Benjamín; tampoco falta ban justificaciones para adoptar una posición en contra de la Re
pública de Weimar, donde se negó a
adoptar una profesión. En A Berlín
Childhood
around
1900 Benjamín describe su
casa como “un mausoleo prometido desde
hace mucho para mí” (Schriften,
I, 643). Su padre era anticuario y comerciante de arte; la familia era rica y asimilada; uno de sus abuelos era
ortodoxo y el otro pertenecía a la
congregación de la Reforma. “En mi niñez era pri sionero del nuevo y viejo
Occidente. En aquellos días mi clan vi vía en estos dos distritos con una
actitud que era mezcla de obs-
tinación y de confianza en sí mismos,
convirtiéndolos en un gue to
que consideraban como su feudo” (Schriften 1,643). La
obsti nación era con respecto al hecho de ser judíos; sólo la obstina
ción los hacía aferrarse a ello. La confianza en sí mismos se inspi raba en su
posición en el medio no-judío donde habían logrado asentarse. La cantidad se mostraba los días
que había invitados.En dichas ocasiones, se
abría el aparador, que parecía ser el cen tro de
la
casa y por lo tanto “con buena razón se parecía a las
montañas templos”
y era entonces posible “hacer
alarde de los tesoros tales corno les
gusta estar rodeados a los ídolos”. Enton ces aparecían “todas las piezas de plata de la
casa”, y cuando ob servaba las largas,
interminables hileras de cucharas de
café o cuchillos, cuchillos para fruta o
tenedores para ostras, la
alegría de esta profusión luchaba con el
temor de que aquellos a quienes se esperaba en la casa parecieran iguales, tal
como lo hacía nues tra platería” (,Schriften 1,632). Incluso el niño se
daba cuenta de que algo estaba mal, y no
sólo porque había gente pobre [“Los pobres,
para los niños ricos de mi edad, sólo existían como men digos; y fue un gran
adelanto en mi comprensión cuando por pri mera vez sufrí la pobreza en la
ignominia de un trabajo pobre mente remunerado” (Schriften 1,632)],
sino porque la “obstina ción” dentro y la “confianza en sí mismos” fuera,
producían una atmósfera de inseguridad y
confianza en sí mismos que no era en
absoluto apropiada para la crianza de niños. Esto no sólo fue una realidad de Benjamín, de Berlín
Occidental14 o de Alemania. Con qué
pasión Kafka trató de convencer a su hermana de que colocara a su hijo de diez años en una
escuela pupilo, como parasalvarlo de la
“mentalidad especial particularmente virulenta en tre los judíos de
Praga y que no puede ser mantenida a distancia
de los niños... esta mentalidad sucia, mezquina y artificiosa.”15El problema
de entonces era el mismo que desde la década
de 1870 o de 1880 había sido
denominado la cuestión judía y só lo existía en esa forma en la Europa
Central de habla alemana de esas
décadas. En la actualidad, la cuestión ha sido barrida por la catástrofe del pueblo judío europeo y se ha
olvidado con justicia, a pesar de que en
ocasiones se la puede encontrar en el lenguaje
de
la antigua generación de sionistas alemanes cuyos hábitos de pensamiento derivan de las primeras décadas
de este siglo.
Ade más nunca fue otra cosa que la preocupación por la intelectuali dad judía y
carecía de im|)ortancia para la mayoría de los judíos
de Europa Central. Para los intelectuales, sin embargo, tenía mucha importancia por su propia naturaleza judía, que casi no ju gaba ningún papel
en su familia espiritual, terminaba
su vida so cial a un grado extraordinario y por lo tanto se presentaba ante
ellos como una cuestión moral de primer orden. En esta
forma moral, la cuestión judía marcó, según
palabras
del propio Kafka: “la terrible condición
interior de estas generaciones.”16
No im porta lo insignificante que pueda parecemos a nosotros este pro
blema frente a lo que sucedió después; no podemos pasarlo por alto aquí, así como tampoco podemos
comprender a Benjamin, Kafka, Karl Kraus
sin él. Por cuestiones de simplicidad plantea ré aquí el problema exactamente
como fue planteado y discutido
interminablemente entonces, a saber, en un artículo llamado “Mt. Parnaso Judío-alemán” (“Deusch-jüdischer
Parnass”) que creó un gran revuelo
cuando Moritz Goldstein lo publicó en
1912 en el distinguido diario Der Kunstwart.
Según Goldstein, el problema tal como lo vivía la
intelectua lidad
judía tenía un doble aspecto, el medio no-judío y la
socie dad
judía asimilada, y desde su
punto de vista, el problema era
insoluble. Con respecto
al medio no-judío, “Nosotros los judíos
administramos la propiedad
intelectual de un pueblo que nos niega
el derecho y la capacidad de
hacerlo.” Y además: “Es fácil demostrar
lo absurdo de los argumentos de
nuestros adversa rios y probar que su enemistad carece de fundamento.
¿Qué se ganaría con esto? Que su odio
sea genuino. Cuando se hayan
rebatido todas las calumnias, rectificado todas las distorsiones, rechazado todos los juicios falsos sobre
nosotros, quedará la antipatía como algo
innegable. Cualquiera que no se dé cuenta
de esto no puede ser ayudado.” La imposibilidad de darse cuen ta de
esto era considerado insoportable sobre la sociedad judía, cuyos representantes deseaban, por un lado,
seguir siendo judí os y, por otro, no deseaban reconocer su judaismo: “Les
inculca remos abiertamente el problema que están eludiendo. Los forza-
remos a aceptar su judaismo o a hacerse
bautizar”. Pero aun si esto tenía éxito, aun si la mendacidad de este medio
podía ser expuesta y rehuida... ¿Qué se lograría con ello? Un “salto hacia
la literatura hebrea moderna”
era imposible para la generación del
momento. Por lo tanto, “nuestra relación con Alemania es de amor no correspondido. Seamos por fin lo
suficientemente hom bres como para arrancar de nuestros corazones a los seres
ama dos... He especificado lo que debemos hacer; también he especifi
cado por qué no podemos hacerlo. Mi intención era señalar el problema. No es mi culpa no conocer la
solución”. (Herr Golds- tein resolvió el
problema seis años después cuando se convirtió
en el compilador cultural del Vossische Zeitung. ¿Y qué otra
cosa podía haber hecho?)
Uno podía librarse de Moritz Goldstein
diciendo que sim plemente éste reproducía
lo que Benjamín en otro contexto de nominaba “la mayor
parte de la ideología vulgar antisemita así como también zionista” (Briefe 1,152-3), si no se
encontraba en Kafka, a un nivel mucho más serio, una formulación similar del problema y la misma confesión de su
insolubilidad. En una carta a Max Brod
sobre los escritores judío-alemanes dijo que la cues tión judía o “la
desesperación sobre ésta era su inspiración, una inspiración tan respetable como cualquier
otra pero, vista más de cerca, cargada
con angustiantes peculiaridades. Aquello don de descargaban su desesperación
no podía ser literatura alema
na,
aunque lo pareciera
superficialmente”, porque el problema no era un problema
alemán. De modo que vivían entre
“tres im- posibilidades.Ja imposibilidad de no escribir”, pues sólo
podían librarse de su inspiración al
escribir; “la imposibilidad de escri bir en alemán”, Kafka consideraba
su uso de la lengua alemana como la
“usurpación abierta o encubierta de
una propiedad ex traña, que no ha sido adquirida sino robada,
rápidamente (relati vamente) adoptada, y que sigue siendo la posesión de otro
aun si no puede señalarse ni un solo
error lingüístico; y por último, “la
imposibilidad de escribir en forma diferente”, dado que no había ninguna otra lengua disponible. “Hasta podría
agregarse una cuarta imposibilidad”,
sostiene la conclusión de Kafka, “la impo sibilidad de escribir, pues esta
desesperación no podía mitigarse a
través de la escritura”, tal como lo hacen habitualmente los poetas, para quienes un dios ha declarado qué
sufren y qué so-
portan los hombres. Más
bien aquí, la desesperación se ha con vertido en “un enemigo de la vida y de la
escritura; escribir aquí no era
más que una moratoria, (al como lo es para alguien que escribe su última voluntad y
testamento antes de ahorcarse.”17
Nada podía ser más fácil que demostrar que
Kafka estaba equivocado y que
su propia obra, que utiliza la prosa alemana
más pura del siglo, es la mejor refutación de sus puntos de vista. Pero dicha demostración, además de ser de
mal gusto, es tanto más superflua
en cuanto el mismo Kafka era muy consciente de
ella (“Si escribo una oración de manera indiscriminada”, anotó una vez en su Diario, ya es perfecta”18), así como era el único en saber que “Mauscheln” (hablando en un
alemán yiddishizado) a pesar de ser
despreciado por todos los de habla alemana, judíos o no, tenía un lugar legítimo en la lengua
alemana, al no ser otra cosa que uno de
los numerosos dialectos alemanes. Y como pen saba y con certeza que “dentro de
la lengua alemana, sólo están vivos los
dialectos y, además de ellos, el alemán más personal”, no era menos legítimo cambiar del Mauscheln
o del yiddish al idioma alemán oficial y
literario que lo era cambiar del bajo ale
mán a un dialecto. Si se leen los
comentarios de Kafka sobre los grupos de actores judíos que tanto lo
fascinaban, es evidente que aquello que
lo atraía era más la vivacidad del lenguaje y los gestos que los elementos específicamente
judíos.
En
la actualidad, nos resulta difícil comprender estos pro blemas o tomarlos demasiado
en serio, en particular cuando es tan tentador
malinterpretarlos y desecharlos como una
mera re acción al medio antisemítico
y por lo tanto como una expresión
de odio a sí mismos. Pero nada seria más erróneo cuando sé
tra ta de hombres de la talla humana y el rango intelectual de Kafka,
Kraus y Benjamín. Lo que confería a sus críticas su amarga agu deza nunca era el antisemitismo como
tal, sino la reacción que
provocaba en la clase media judía, con la cual no se identificaban los intelectuales. Aquí tampoco era cuestión
de la actitud a me nudo apologética del judaismo oficial, con el cual los
intelectua les casi no teman contacto alguno, sino de la negativa de la exis
tencia misma del antisemitismo, del aislamiento de la realidad
17 fbídem, págs. 336-38.
"
Franz Kafka, Tagebücher, 42.
representada con todos los
artificios de la autodecepción de la burguesía judia, un aislamiento que para Kafka, y no sólo para él, incluía la separación a menudo hostil del
pueblo judío, el deno minado Ostjuden
(judíos de Europa Oriental) a quienes
se los acusaba de antisemitismo. El
factor decisivo en todo esto fue la
pérdida de la realidad, ayudada por la riqueza de estas clases. Kafka escribió: “Entre los pobres, el mundo,
el alboroto del tra bajo, entra irresistiblemente en las chozas...y no deja
que se ge nere el aire contaminado, trillado y consumidor de niños de un cuarto familiar agradablemente amueblado.”19
Lucharon contra la sociedad judía porque
no les permitía vivir en el mundo tal co mo era, sin ilusiones; así, por
ejemplo, estar preparados para el
asesinato de Walther Rathenau (en 1922): Para Kafka era “in
comprensible que lo hubiesen dejado vivir tanto.”20 Lo que por fin determinó la agudeza del problema fue el
hecho de que no se manifestó solamente,
o incluso principalmente, como una ruptu
ra
entre la generación de la cual uno podía haber escapado aban donando el hogar
y la familia. Para muy pocos escritores judío- alemanes el problema se
presentó en esta forma y estos pocos
esta
ban rodeados por todos los demás que ya han
sido olvidados pero de quienes se distinguen con claridad en la
actualidad cuando la posteridad ha
resuelto la pregunta de quién es quién.
(Benjamin escribió: “Su función política no es establecer parti dos
sino camarillas, su función literaria no es producir escuelas sino modas y su función económica no es poner
productores en el mundo sino agentes.
Agentes que saben cómo gastar su po breza como si fueran riquezas y que se
divierten a lo grande con su vacuidad,
Uno no podría establecerse con mayor comodidaden
una situación incómoda”21 Kafka,
quien ejemplificó esta situa ción en la carta antes mencionada con las
“imposibilidades lin güísticas”, agregando que también “podían ser llamadas de
for ma diferente”, apunta a una “clase media lingüística”entre el dia lecto
del proletariado y la prosa de la clase alta: “no son más que
cenizas a las que se les puede
dar un aspecto de vida a través de la
s ansiosas manos judias que
revolotean entre ellas”. No es ne cesario agreg
ar que la gran mayoría de
intelectuales judíos per tenecía a esta “clase media”; según Kafka constituían “el infierno de las letras judío-alemanas”, donde dominaba
Karl Kraus como “el gran regente y
supervisor” sin darse cuenta de “lo mucho
que él mismo pertenecía a aquellos que debían ser corregidos dentro de este infierno.”22 El hecho de que
estas cosas sean vis tas de manera diferente desde una perspectiva no-judía es
evi dente cuando en uno de los ensayos de Benjamin se lee lo que Brecht dijo sobre Karl Kraus: “Cuando la
época murió por su propia mano, él era
esa mano” (Schriften II, 174).
Para los judíos de esa generación (Kafka y
Morítz Goldstein eran unos diez años mayores que Benjamin) las formas de
rebe lión disponibles eran el
sionismo y el comunismo, y es notable
que sus padres hayan
condenado a menudo la rebelión sionista
con más amargura que la comunista. Ambas eran rutas de esca pe de la
ilusión a la realidad, de la mendacidad y la decepción de sí mismo a una existencia honesta. Pero esta es su apariencia visto en forma retrospectiva.
Cuando Benjamin intentó por pri mera vez un sionismo indiferente, las dos ideologías se enfrenta ron con gran
hostilidad: los comunistas difamaban a los sionis tas como
judíos fascistas23 y los sionistas llamaban a los jóvenes judíos
comunistas “asimilativos rojos”. De manera
notable y tal vez, única, Benjamin mantuvo ambos caminos
abiertos durante años; insistió
en considerar el camino a Palestina mucho des pués de volverse marxista, sin
permitir que lo conmovieran las
opiniones de los amigos con orientaciones marxistas, en espe cial los
judíos. Esto demuestra a las claras que poco le interesaba el aspecto “positivo” de cualquiera de estas
ideologías, y que aquello que le
importaba en ambos casos era el factor “negativo” de la crítica de las condiciones existentes,
una salida de las ilu siones burguesas y la falta de confianza, una posición
fuera del núcleo literario y académico.
Era bastante joven cuando adoptó esta
actitud crítica, tal vez sin sospechar a qué grado de aisla
22 Citado en Marx Brod: Fram Kafka Glauben und Lehrt, Winterthur, 1948. 21 Por ejemplo, Brecht le dijo a Benjamin que
su ensayo sobre Ka/ka ayu
daba
al fascismo judío. Véase Venuthe, 123.
miento y soledad ésta lo llevaría. Así
leemos, por ejemplo, en una carta
escrita en 1918, que Walther Rathenau, al reclamar repre sentar a
Alemania en los asuntos exteriores,
y Rudolf Borchardt, al hacer un reclamo similar con respecto a los asuntos espiritua les de Alemania,
tenían en común la “voluntad de mentir”, “la mendacidad objetiva” (Briefe 1,189 en
adelante). Ninguno que ría “servir” a una causa a través de sus trabajos (en
el caso de Borchardt, “los recursos
espirituales y lingüísticos del pueblo”;
en el de Rathenau, la nación) pero ambos utilizaban sus trabajos y talentos como “un medio soberano al
servicio de un deseo ab soluto de poder”. Además, estaban los littérateurs
que ponían sus dones al servicio de una
carrera y una posición social: “Serun littérateures
vivir bajo el signo del mero intelecto, así como la
prostitución es vivir
bajo el signo del mero
sexo” (Schriften II, 179). Así como una
prostituta traiciona el amor sexual, un littéra- teur traiciona la mente, y fue esta
traición de la mente que los ju díos no pudieron perdonar a sus colegas
de la vida literaria. En la misma vena,
Benjamín escribió cinco años después (un año des pués del asesinato de
Rathenau) a un íntimo amigo alemán:
“...los judíos arruinan en la actualidad la mejor causa alemana que defienden públicamente, porque su
declaración pública es necesariamente
venal (en un sentido más profundo) y no puede
aducir prueba de su autenticidad” 0Briefe, 1,310). Luego
agregó que sólo las relaciones
“privadas, casi secretas entre alemanes yjudíos”
eran legítimas mientras que “todo aquello sobre las rela ciones
judío-alemanas que opera en público produce daño”. Es tas palabras
tenían mucho de verdad. Escritas desde la perspec tiva de la cuestión judía de
la época, propordonan evidencia de la oscuridad
de un período en el que uno bien podía afirmar: “La luz de lo público lo oscurece todo”
(Heidegger).
En 1913 Benjamín midió la posición del sionismo
“como una posibilidad y por lo tanto tal
vez un compromiso necesario” {Briefe, 1,44) en el sentido de esta rebelión dual contra el
hogar paterno y la vida literaria
judío-alemana. Dos años después
cono ció a Gerhard Scholem, y en él encontró por primera y única
vez el “judaismo vivo”; poco después
sobrevino el comienzo de esa curiosa e
interminable consideración, que se extendió sobre un período de casi veinte años, de la emigración
a Palestina. “Bajo ciertas y de ninguna
manera imposibles condiciones estoy listo,
si
no determinado, a ir a Palestina.
Aquí en Austria los judíos (los decentes, los que
no hacen dinero) no hablan de otra
cosa .” Eso escribió en 1919 (Briefe, 1,222), pero al mismo tiempo considera ba
dicho plan como un “acto de
violencia” (Briefe 1,208), irreali zable a menos que fuera necesario. Cada vez que surgía una ne cesidad
financiera o política
, volvía a considerar el
proyecto y no iba. Es difícil determinar si seguía considerándolo realmente después de la separación de su esposa, que
provenía de un me dio sionista. Pero es seguro que incluso durante su exilio en
Pa rís anunció que podría ir a “Jerusalem en octubre o noviembre, después de una conclusión más o menos
definitiva de mis estu dios” {Briefe II, 655). Lo que nos suena a
indecisión en sus car tas, como si vacilara entre el sionismo y el marxismo,
se debía tal vez a su amarga percepción
de que todas las soluciones no eran sólo
falsas desde el punto de vista objetivo e inapropiadas para la realidad, sino también que lo llevarían a él
personalmente a una falsa salvación, sin
importar si esa salvación se denominaba
Moscú o Jerusalem. Sentía que se privaría a sí mismo de las po
sibilidades
cognoscitivas
positivas de su propia posición (“en lo alto de un mástil
a punto de derrumbarse” o “muerto en
vida y el verdadero sobreviviente" entre las ruinas. Había
echado raíces en las desesperadas condiciones
que corresponden a la realidad; allí
quería quedarse para poder
“desnaturalizar” sus propios tra bajos “como el alcohol
desnaturalizado... con el riesgo de con vertirlos en no aptos para consumo”
para cualquiera que enton ces estuviese con vida, pero con la posibilidad de
mantenerse mucho más confiable para un
futuro desconocido.
El carácter insoluble de la cuestión judía
para esa genera ción no consistía
sólo en el hecho de hablar o escribir en alemán
o en
el hecho de que su “planta de producción” estuviera
situada en Europa; en el caso de
Benjamín, en Berlín
Occidental o en Pa rís,
algo sobre lo que “no tenía la menor
ilusión” (Briefe, II, 531). Un
hecho decisivo fue que estos
hombres no desearan “regre sar” a los
rangos del pueblo judío o al judaismo y no podían dese arlo no porque
creyeran en el “progreso” y en una desaparición
automática del antisemitismo o porque ellos también eran “asi milados”
y se sentían ajenos a la herencia judía, sino porque to das las tradiciones y
culturas así como también el “hecho de per tenecer” era igualmente
cuestionable para ellos. Esto era lo que
consideraba
erróneo sobre el “regreso” al rebaño judío tal como lo proponían los sionistas” ; todos pudieron haber dicho lo
que Kafka dijo una vez acerca del hecho
de ser miembro del pue blo judío: “...mi pueblo, siempre y cuando tenga
uno.”24
Sin lugar a dudas, la cuestión judía tuvo gran
importancia para esta
generación de escritores judíos y explica gran
parte de la desesperación personal tan marcada
en casi todo lo que escri bían. Pero
aquellos de visión más amplia se dejaban llevar por sus conflictos personales a un problema
mucho más general y radical, es decir,
el cueslionamiento de la importancia de la tradi ción occidental como un todo.
No sólo el marxismo como doctri na sino también el movimiento revolucionario
comunista ejer cieron una poderosa atracción sobre ellos porque implicaba
más que una crítica a las condiciones
sociales y políticas existentes y tenía
en cuenta la totalidad de las tradiciones políticas y espiri tuales. Para
Benjamín, esta cuestión del pasado y de la tradición como tal fue decisiva, y precisamente en el
sentido que Scholem, al advertir a su
amigo contra los peligros de su pensamiento in herente al marxismo, lo
planteó, aunque sin ser consciente del
problema. Benjamín, escribió, corría el riesgo de perder la opor
tunidad de convertirse en “el legístimo continuador de las tradi
ciones
más
fructíferas y genuinas de un Hamann y un Hum-
boldt”
(Briefe, II, 526).
Lo que no comprendió fue que dicho
re tomo y continuación del pasado
era aquello que “la moralidad
de [sus] percepciones”, a las que
Scholem apelaba, evitaría para
Benjamín.25
Parece tentador creer, y de hecho sería una
idea reconfor tante, que
aquellos pocos que se atrevieron a adoptar las posicio nes más expuestas de la época y pagaron el precio del
aislamien to por lo menos se consideraban precursores de una nueva épo
ca. Ese ciertamente no fue el caso. En su ensayo sobre Karl Kraus, Benjamín planteó esta pregunta: ¿Está
Kraus en el “um-
u Franz Kafka: Briefe, 183.
** En d articulo antes
mencionado, Pierre Missac trata d mismo pasaje y escribe lo siguiente: "“Satis sous-estimer le valeur d'une telle réussite [d'étre le suc- cesseurde Hamann el de
Humboldt], on penipenser que Benjamín recherekait aus- si dans le Marxisme un moyen d’y échapper.' (Sin subestimar el valor de un éxito tal (ser el sucesor de Hamann y de Humboldt],
es posible pensar que Benjamín buscó en
el Marxismo un medio de escapar de él.)
bral de una nueva era”?
“lamentablemente, de ninguna manera. Está en el umbral del Juicio Final.” (Sckriften II,
174). Y en este umbral se
hallaban todos aquellos que luego se transformaron en los maestros de “la nueva era";
consideraban el nacimiento de una nueva
era como una calda y contemplaban la historia junto con las tradiciones que hablan llevado a esta
caída como un cam po de ruinas.26
Nadie ha expresado esto con mayor claridad
que Benjamín en su “Tesis sobre la Filosofía de la
Historia”, y no lo ha declara do en forma
más inequívoca que en una carta desde París
en 1935: “En realidad, no me siento obligado a tratar de ir
adelante o detrás de esta condición del
mundo. En este planeta un gran número de
civilizaciones han perecido en sangre y horror. Natu ralmente, uno debe desear
que un día el planeta experimente una
civilización que haya abandonado la sangre y el horror; de hecho, me siento... inclinado a pensar que
nuestro planeta lo es-
2* De inmediato se recuerda el poema de
Brecht: “On Poor B.B.” : Von die sen
Stadten w ird bleiben: d er durch sie hindurchgitig, der W ind!
F rolich m achet das H aus den Esser: e r
leert es.
W ir w issen, dass w ir Vorlaufige sin d
U nd nach uns w ird K om m en: nichls N
ennensw ertes.
(“De
estas ciudades quedará aquello que sopló a través de ettas, et viento/La casa hace feliz al
banqueteados La limpia. /Sabemos que sólo somos tempo rarios y
que después de nosotros no vendrá / nada de lo que valga la pena
hablar. The M a
n u a l o fP iety, Nueva York, 1966).
También es importante señalar un notable
aforismo de Kafka en sus ‘ Notas del Año 1920” bajo ei título “HE”: “Todo le
parece extraordinariamente nuevo pe
ro también, debido a la
imposible abundancia de lo nuevo, extraordinariamente superficial, de hecho casi intolerable, incapaz de
tornarse histórico, rompiendo la cadena de las generaciones, interrumpiendo
por primera vez la música del mundo que
hasta ahora por lo menos podía ser imaginada en toda su profundi dad. A veces,
en su vanidad, se preocupa más por el mundo que por sí mismo.”El
predecesor de esta disposición es Baudelaire: “Le m onde va fin ir . L a seu- le raison p o u r laquelle il p o
u va it durer, c’est q u ’elle existe. Q ue cette raison e stfa i- ble, com parée
a toutes celles q u i annoncent le contraire, p a rticu liirem en t a
celle-ci: q
u ’est< e que le m onde a desorm ais á fa ite sous le
ciel?... Q uant á m o i q u i sens quel- quefois en m oi le ridicule d ’u n pro p h
ete.je sais que je n " y tro u vera i ja m a is la cha- r iti d 'un m edecin. Perdu dans ce v ila
in m onde, coudoyé p a r ¡es jo u les, je su is com - m e un hom m e lasse dont l'o eil ne v o
it en arriere, dans les a n n ie s profondes, que dé- sabusem ent et am ertum e, e t d eva n t
lu i q u 'u n orage oü ríen de n e u fn 'e st contenu, n i enseignem ent n i douleur. 'De: Jo u m a u x in tim es, Pléiade edition, págs. 1195-97.
tá
esperando.
Pero es dudoso saber si nosotros podemos aportar dicho regalo a su centésimo o
cuadragésimo-millonésimo cum pleaños. Y si no lo hacemos, el planeta terminará por castigar nos, sus nada
precavidos bienquerientes, dándonos el Juicio Fi nal”27 (Brie/e II,
698).
Y bien, con respecto a esto, los últimos
treinta años no han aportado mucho que pueda denominarse nuevo.
III.
El pescador de perlas
Tu
padre
yace enterrado bajo cinco brazas de agua; se ha
hecho coral con sus huesos;
los que eran ojos son perlas.
Nada de él se ha dispersado, sino
que todo ha sufrido la transformación del mar en algo rico y extraño.
La
tempestad,
1,2.
Hasta donde el pasado ha
sido transmitido como tradición, posee autoridad; hasta donde la autoridad se presenta desde
un punto de vista histórico, se convierte en tradición. Walter Benja mín sabía que la ruptura en la tradición y la pérdida
de autoridad que se dio en su vida eran
irreparables y llegó a la conclusión
de que tenía que descubrir nuevas formas
de tratar con el pasado. Y se convirtió en un maestro de ello cuando descubrió que el ca rácter transmisible del pasado
había sido reemplazado y que en
lugar de su autoridad había ido surgiendo, en forma gradual, un poder extraño en el presente para asentarse y
privarlo de su “paz mental”, la paz insensata
de la complacencia. “Las citas en mis
trabajos son como ladrones junto a la carretera que realizan un ataque armado y exoneran a un holgazán de sus
convicciones”
(iSchriften 1,571). Este
descubrimiento de la función moderna de
las citas, según Benjamín, que lo ejemplificó con Karl Kraus, na ció de la desesperación; no de la
desesperación de un pasado
27 Weltgerich 'Ultimo Juicio) juega
con el doble sentido de Gericht (juicio; fuente).
que se niega a “arrojar luz sobre el futuro” y deja
que la mente humana “divague
en la oscuridad” como en Tocqueville,
sino de la desesperación del presente y del deseo de destruirlo; de ahí que su poder “no sea la fuerza que preserva sino que limpia, que ¿ale de contexto y que destruye”
(Schriften II, 192). Sin embargo,
los descubridores y amantes
de este poder destructivo se inspi raban originalmente en una intención muy distinta, la intención de preservar; y sólo porque no se
dejaron engañar por los “con servadores” profesionales que los rodeaban pudieron
descubrir por fin que el poder
destructivo de las citas era “el único que to davía contiene la esperanza de
que algo de este período sobrevi virá; por ninguna otra razón que el hecho de
haber sido arranca do de éste.” En esta forma de “fragmentos de pensamiento”,
las citas poseen la doble tarea de
interrumpir el flujo de la presenta ción con la “fuerza trascendente” {Schriften
1,142-43) y al mismo tiempo, de
concentrar dentro de ellas aquello que se presenta. En cuanto a su peso en los trabajos de
Benjamín, sólo puede compararse las
citas con las disímiles citas bíblicas que tan a me nudo reemplazan la
consistencia inherente a una argumentación
en los tratados medievales.
Ya he mencionado que la mayor pasión de Benjamín
era la de coleccionar. Comenzó muy temprano con lo que él
mismo de nominó “bibliomanía” pero luego se extendió a algo mucho más característico, no tanto de
la persona sino de su trabajo: la
colec ción de citas. (Aunque
nunca
dejó de coleccionar libros. Poco antes
de la caída de Francia pensó seriamente
en cambiar su edi ción de las Obras Completas de Kafka, que acababan de aparecer en cinco
volúmenes, por las primeras ediciones de los primeros trabajos de Kafka, intención que naturalmente
no puede ser comprendida por un
no-bibliófilo). La “necesidad interior de po seer una biblioteca” (Briefe
1,193) se afirmó alrededor del año 1916,
época en la que Benjamín se volcó en sus estudios hacia el Romanticismo como el “último movimiento que
una vez más sal vaba la tradición” {Briefe 1,138). Sin embargo,
Benjamín no des cubrió hasta mucho más adelante que había una cierta
fuerza destructiva activa aun en esta
pasión por el pasado, tan caracte rística de herederos y los recién llegados,
cuando ya había perdi do su fe en la tradición y en el carácter indestructible
del mundo. (Esto lo discutiremos a
continuación). En aquellos días, alenta
do
por Scholem,
seguía creyendo que su propio alejamiento de
la tradición
se debía probablemente a su propio judaismo y que podría haber algún camino de regreso
para él como lo había pa ra su amigo,
que se estaba preparando para emigrar a Jerusa- lem. (En 1920, cuando todavía no se sentía
acosado por los pro blemas financieros, pensó en aprender hebreo.) Nunca llegó demasiado lejos en esto como lo hizo
Kafka, quien después de todos sus
esfuerzos declaró que no le servía nada de lo judío ex cepto los cuentos
jasídicos que Buber había preparado para el
uso moderno: “en todo lo demás voy a la deriva y otra corriente de aire vuelve a alejarme.”28 A pesar de
todas sus dudas, ¿volve ría Benjamin al pasado alemán o europeo y a ayudar con
la tradi ción de su literatura?
Tal vez, el problema se haya presentado así a
principio de la década de 1920, antes de volcarse al marxismo. Esto es cuando eligió la época del barroco alemán como tema
para su tesis de Habilitotion,
una elección muy característica de
la ambigüedad de este grupo de problemas
aún sin resolver. Pues el barroco
nunca estuvo vivo en la literatura alemana y en la tradición poéti ca,
con excepción de los grandes corales musicales de la época. Goethe dijo y con razón que cuando cumplió
los dieciocho años la literatura alemana
no era mayor... y la elección de Benjamin,
barroca en doble sentido, tiene una contraparte exacta en la extraña decisión de Scholem de acercarse al
judaismo a través de la Cabala, es
decir, esa parte de la literatura hebrea que es
intransmisible y no se transmite en términos de la tradiciónjudía,
donde siempre se consideró como algo vergonzoso. Hoy me siento
inclinado a decir que nada era más evidente que el he cho de que no existía ningún “retorno" a la
tradición alemana, europea o
judía más que la elección de estos campos de estudio.Era una admisión implícita de que el pasado hablaba
directa mente sólo a través
de las cosas que no habían sido transmitidas,
cuya aparente cercanía con el presente se debía precisamente
a su carácter exótico, el cual eliminaba
todo reclamo a una autori dad obligatoria. Las verdades forzosas eran reemplazadas
por aquello que en cierto sentido era
más importante o interesante, y esto
significaba (tal como nadie sabía mejor que Benjamin) que
28
Véase: Kaíka: Briefe, 173.
se “había perdido... la coherencia de la
verdad” (JBritfe II, 763). Entre las propiedades
que formaban esta “coherencia de la
ver dad” se destacaba, al menos para Benjamin, cuyo primer interés filosófico tenía inspiración
teológica, el hecho de que la verdad
poseía un secreto y que la revelación de este secreto tenía auto ridad.
Cuando Benjamin reconoció la ruptura irreparable en la tradición y la pérdida de autoridad, Benjamin
dijo que la verdad no es “una revelación
que destruye el secreto, sino la revelación
que le hace justicia” (Schriften 1,146). Una vez que esta verdad había ingresado en el inundo humano en el
momento de la his toria apropiado (como la a-letheia griega,
visualmente percepti ble a los ojos de la mente y comprendida por nosotros
como un “des-cubrimiento” [
“Unverborgenheit”, Heidegger], o como la
palabra de Dios perceptible acústicamente tal como la conoce
mos
a través de las religiones europeas de revelación), era esta “coherencia” la que la hacía tangible de modo
que pudiera ser transmitida por la
tradición. La tradición transforma la verdad en sabiduría y la sabiduría es la coherencia de la verdad transmisi ble. En otras palabras, aun si apareciera la verdad
en nuestro mundo, ésta no conduciría a la sabiduría, porque ya no tendría las
características que podía adquirir sólo a través del recono
cimiento universal de su validez. Benjamín discute estas cues tiones en relación
con Kafka y afirma
que “Kafka estaba lejos de ser el
primero en hacer frente a esta
situación. Muchos se habí an acomodado a ella, adhiriéndose a la verdad
o a aquello que consideraban verdadero
en un momento dado, y más o menos
desesperanzados, renunciaban a su transmisibilidad. El verda dero genio
de Kafka fue que intentó algo totalmente nuevo: sa crificó la verdad por
aferrarse a la transmisibilidad” (Briefe II, 763). Lo logró al realizar cambios decisivos
en las parábolas tra
dicionales o al inventar nuevas en el estilo
tradicional;29 sin embargo, “éstas no yacen
modestamente a los pies de la doctri na”, tal como los cuentos de la
haggadah en el Talmud, sino “que alzan
una garra pesada” contra éste. Hasta el hecho de que Kaf ka llegara hasta el
fondo de este pasado poseía la pecualiar dua lidad de querer preservar y
destruir al mismo tiempo. Quería
29 Apareció una selección de éstas bajo el
título: Parables and Paradaxes en una edición bilingüe, Schocken Books, Nueva York, 1961.
preservarlo
aunque
no era cierto, aunque sólo fuera por “esta
nueva
belleza en lo que va desapareciendo”
(Véase el ensayo de Benjamín sobre Leskov); y por otra parte, sabía que no hay
una forma más efectiva de romper
el hechizo de la tradición de cor tar lo “rico y extraño”, el coral y las
perlas, de aquello que había sido
transmitido en una sólida pieza.
Benjamín ejemplificó esta ambigüedad con respecto
al pasa do
al analizar
la pasión del
coleccionista, que era la propia. Co leccionar principios a partir de una variedad de motivos
que no son íácilmente comprensibles.
Tal como Benjamín fue tal vez el primero
en enfatizar: coleccionar es la pasión de los niños, para quienes las cosas no son todavía bienes y no
poseen el valor de acuerdo con su
utilidad, y también es el hobby de los ricos, quie nes poseen lo suficiente
como para no necesitar nada útil y pue den por lo tanto afrontar “la
transfiguración de los objetos” (Schriften
1,416). En esto deben, por necesidad, descubrir la be lleza, que necesita que
reconozca “un deleite desinteresado”(Kant). De cualquier manera, un objeto coleccionado
no posee más que un
valor aficionado y carece de uso. (Benjamin aún no era consciente del hecho de que coleccionar puede ser
una for ma de inversión altamente
redituable). En tanto que el coleccio nar pueda ajustarse a cualquier categoría de objetos (no sólo
ob jetos de arte, que son apartados del uso cotidiano de los objetos porque no “sirven” para nada) y por lo tanto,
rescatar el objeto como cosa ya que deja
de ser un medio para alcanzar un fin y po see un valor intrínseco, Benjamin
podía comprender la pasión del
coleccionista como una actitud semejante a la del revolucio nario. Al igual
que el revolucionario, el coleccionista “sueña nosólo con un mundo lejano sino,
al mismo tiempo, con un mundo mejor donde no se le proporcione a la gente aquello que necesi ta más que en el mundo ordinario, sino donde las cosas estén li beradas de la labor monótona de la utilidad” (Schriften I, 416).
Coleccionar es la redención de las cosas, que es complementar la redención del hombre. Incluso la lectura de sus libros es
algo cuestionable para un
verdadero bibliófilo: “‘¿Y ha leído todo es to?’, le preguntó un admirador de
su biblioteca a Anatole France. ‘Ni la
décima parte. No creo que usted utilice su porcelana Sévres todos los días’” (“Desembalando mi
biblioteca”). (En la biblioteca de
Benjamin había colecciones de libros infantiles ex-
traños y de libros de autores mentalmente
trastornados; como no le interesaba ni la psicología ni
la psiquiatría infantil, estos li bros, al igual que muchos otros, “no le servían para nada, ni
co mo diversión ni como instrucción"). Intimamente
relacionado con esto se halla el
carácter de fetiche que Benjamin
reclamaba de manera explícita para
los objetos coleccionados. El valor de la
autenticidad que es decisivo tanto para el coleccionista como pa ra el
mercado determinado por éste ha reemplazado el “culto al valor” y es su secularización.
Estas reflexiones, al igual que muchas otras
cosas en Benja min,
poseen algo ingeniosamente brillante que no es
caracterís tico de sus percepciones
internas, que en su mayoría son bastan te realistas. Sin embargo, constituyen ejemplos sorprendentes
de laflánerie en su pensamiento,
de la forma en que trabajaba su mente cuando él, al igual que el fláneur
en la ciudad, se enco mendaba a la suerte como guía en sus viajes de
exploración inte lectual. Como el deambular por entre los tesoros del pasado
es el lujoso privilegio del heredero,
así es la “actitud del coleccio nista, en el más alto sentido, la actitud del
heredero” (“Desemba lando mi biblioteca”) , quien, al tomar posesión de las cosas
(y la “posesión es la relación más
profunda que se puede tener con los
objetos” [ibídem]) se establece en el pasado como para lo grar “una
renovación del viejo mundo” inalterada por el presen te. Y como esta “urgencia
profunda” del coleccionista no tiene
ninguna importancia pública sino que resulta en un hobby es
trictamente privado, todo aquello “que se dice desde
el ángulo del verdadero coleccionista” puede aparecer como “extravagan te”,
como la visión típica de Jean Paulian de uno de esos escrito
res “que escriben libros no porque son
pobres sino porque no están satisfechos
con los libros que pueden comprar pero que
no les agradan” {ibídem). Sin embargo, si se la examina más
de cerca, esta extravagancia tiene algunas peculiaridades notables. Por un lado, está el gesto tan significativo de una era
de oscuri dad pública, con la cual el coleccionista no sólo se
retira de la vi da pública hacia la
intimidad de sus paredes sino que se lleva
con
sigo todos los tipos de
tesoros que una vez eran de propiedad pública para decorarlas. (Este no es, claro
está, el coleccionista de hoy que se
apodera de todo aquello que posee o, según sus
cálculos tendrá valor en el mercado o puede mejorar su posición
social, sino el coleccionista que, al igual
que Benjamín, busca
co sas
extrañas que son consideradas sin valor.) Además, en su pa sión por el
pasado, nacida de su desprecio por el presente como tal
y por lo tanto desatento de la calidad objetiva, apare
ce ya un factor perturbador que anuncia que la tradición puede ser lo últi
mo que lo guíe y que los valores tradicionales pueden no estar tan seguros en sus manos como uno lo hubiese
supuesto en un principio.
la tradición ordena el pasado, no sólo desde el punto de
vis ta
cronológico sino, ante todo, sistemático,
pues separa lo po sitivo de lo negativo, lo ortodoxo de lo herético, aquello que es
obligatorio e importante de
la masa de opiniones y datos irrele vantes o meramente interesantes. La
pasión del coleccionista, por otra
parte, no sólo no es sistemática sino que raya en lo caó tico, no tanto porque
sea una pasión sino porque no está ilumi nada por la calidad del objeto (algo
que es clasificable) sino por su
“legitimidad”, su carácter único, algo que desafía cualquier clasificación sistemática. Por lo tanto,
mientras que la tradicióndiscrimina,
el coleccionista nivela todas las diferencias; y esta nivelación,
de forma tal que “la predilección y el rechazo
positivo y lo negativo...
están aquí unidos” (Schriften 11,313) se da aun
si el coleccionista ha hecho de la tradición su campo especial
y ha eliminado con cuidado todo aquello
no reconocido por ésta. El coleccionista
opone la tradición contra el criterio de legitimidad; a lo autoritario opone el signo del origen.
Para expresar esta forma de pensamiento
en términos teóricos: reemplaza el con tenido con originalidad o autenticidad
pura, algo que no sólo estableció el
existencialismo francés como una cualidad per se separada de todas las características
especiales. Si se lleva esta forma de
pensamiento a su conclusión lógica, el resultado es una inversión extraña del impulso original del
coleccionista: “El cuadro genuino puede
ser antiguo, pero el pensamiento genuino
es nuevo. Pertenece al presente. Este presente puede ser pobre, es ciato. Pero no importa como sea, uno debe
asirlo fuerte mente por las astas para poder consultar el pasado. Es el torocuya sangre debe llenar el pozo si las sombras de
los desapare cidos deben aparecer en su orilla” (Schriften II,
314). Cuando se ha sacrificado este
presente para la invocación del pasado surgeentonces
“el mortal impacto del pensamiento" que está dirigido contra la tradición y la autoridad del
pasado.
184
Así,
el heredero y conservador se convierte en forma inespe rada
en destructor. “1.a verdadera, malinterpretada
pasión del coleccionista siempre es
anarquista, destructiva. Esta es su dia léctica: combinar con lealtad
a un objeto, a puntos individuales, a
cosas puestas a su cuidado, una protesta subversiva contra lo tí pico,
lo clasiíicable.”*0
El coleccionista destruye el contexto en el
que su objeto fue alguna vez parte de
una entidad más grande, viva, y como sólo lo verdaderamente genuino le servirá debe limpiar el objeto elegi do de todo
lo que sea típico sobre él. 1.a figura del coleccionista, tan anticuada como la del fláneur,
podía asumir rasgos tan carac terísticos en Benjamín porque la historia en sí
(es decir, la ruptu ra en la tradición que tuvo lugar a comienzos de este
siglo) ya lo había liberado de la tarea
de destrucción y sólo necesitaba incli narse para seleccionar sus preciosos
fragmentos de la pila de es combros. En otras palabras, las cosas ofrecían en
sí mismas, en particular a un hombre que
hacía frente al presente con firmeza, un
aspecto que antes sólo había sido descubierto desde la pers
pectiva
extravagante del coleccionista.
No sé cuándo descubrió Benjamín la notable
coincidenciade estas inclinaciones anticuadas con las realidades de las épo cas; debe de haber sido a mediados de la década de 1920, cuan do comenzó un
serio estudio sobre Kafka, sólo para descubrir al poco tiempo en Brecht al poeta que más
cómodo se sentía en su siglo. No quiero decir que Benjamín haya cambiado su énfasis en la colección de libros a la colección de
citas (exclusivo de él) de la noche a la
mañana o incluso en un año, a pesar de que en
las cartas se evidencia un cambio consciente de énfasis. De to das
formas, nada era más característico de Benjamín en la déca da de 1930 que los
cuadernitos de tapas oscuras que siempre lle vaba consigo donde siempre
anotaba en forma de citas aquello que la
vida y la lectura diarias iban tejiendo en él en forma de “perlas” o de “coral”. A veces las leía en
voz alta y las mostraba como si fuera
una preciosa colección. Y en esta colección, que entonces era de todo menos extravagante, era
fácil encontrar junto a un oscuro poema
de amor del siglo XVIII un recorte del
último diario, junto al “Der erste Schnee” de Goecking un infor-
50
Benjamín: "Lob der Puppe”, Literarische
Welt, 10
enero de 1930.
me de Viena del verano de 1939 que decía que
la compañía de gas local
había “interrumpido el suministro de gas a los judíos. El consumo de gas de la población judía representaba una
pérdi da para la compañía de gas, dado que los mayores
consumidores eran aquellos que no
pagaban las cuentas. Los judíos utilizaban
el gas en especial para suicidarse” (Brie/e, II, 820). Aquí, se
invo caba las sombras de los desaparecidos desde el foso de sacrifi cios del
presente.
La
íntima afinidad entre la ruptura en la tradición y la figura al parecer extravagante del
coleccionista que reúne sus frag mentos y restos de las ruinas del
pasado está tal vez mejor ilus trada por el hecho, sorprendente sólo a
primera vista, de que probablemente
no hubo un período antes del nuestro donde las
cosas viejas y antiguas, muchas de ellas olvidadas ya por tradi
ción, se hayan convertido en material educativo en general que es entregado a los estudiantes de todo el
mundo en cientos de miles de copias.
Este sorprendente renacimiento, especial de la
cultura clásica, que desde la década de 1940 ha sido notado en especial en la relativamente nada tradicional
Norteamérica, co menzó en Europa en la década de 1920. Allí fue iniciado por aquellos que eran más conscientes de lo
irreparable de la ruptu ra en la tradición; lo mismo que en Alemania y no sólo
allí, por Martin Heidegger, cuyo éxito
extraordinario en los años veinte se
debió en particular al hecho de “escuchar a la tradición que no se rinde ante el pasado sino que piensa en
el presente.”31 Sin darse cuenta,
Benjamín tenía en realidad más en común con elnotable
sentido de Heidegger para los ojos vivos y los huesos vi vos que el mar había transformado en perlas y coral, y como tal podía ser salvado y llevado al presente sólo al realizar un acto violento en su contexto al interpretarlos
con el “mortal impacto” de los nuevos
pensamientos, de lo
que lo hizo con las sutilidades dialécticas de sus amigos marxistas. Pues así como la última ora ción citada de
un ensayo de Goethe parece escrita por Kafka, las siguientes palabras extraídas de una carta a
Hofmannsthal de 1924 nos hace pensar en
algunos de los ensayos de Heidegger
escritos en la década del 40 o del 50: “La convicción que me guía en mis intentos literarios... [es] que cada
verdad tiene su hogar, 11
11
Véase Martin Heidegger: Kants These Aber das
Sein,
Frankfurt, 1962.
186
su palacio ancestral, en el lenguaje, que este palacio
fue construi do con el más antiguo logoi y que para una verdad así fundada las percepciones de las ciencias será» inferiores siempre y cuando sirvan aquí y allá
en el área del lenguaje como nómades, en la convicción del carácter de signo de la lengua
que produce la ar bitrariedad irresponsable de su terminología” (Briefe
1,329). En el espíritu de los primeros
trabajos de Benjamín sobre la filosofía
del lenguaje, las palabras son “lo opuesto a toda comunicación dirigida hacia el exterior", así como la
verdad es “la muerte de la intención”.
Cualquiera que busque la verdad prospera como el hombre en la fábula sobre el cuadro velado en
Sais: “esto no se debe a una misteriosa
monstruosidad del contenido a ser revela
do por la naturaleza de la verdad ante la
cual hasta el fuego más puro de la búsqueda se está extinguiendo como
si estuviera bajo el agua” (Schrifien
1,131, lí>2).
Desde el ensayo de (¡oribe en adelante, las
citas son el cen tro de
cada uno de los trabajos de Benjamín. Este
hecho distin gue sus
trabajos de los trabaos
eruditos de lodo tipo donde la función
de las citas es la de verificar y documentar
opiniones, donde pueden ser relegadas a las Notas. Este no es en absoluto el caso de Benjamín. Cuando trabigah» en su
estudio sobre la tragedia alemana, se
jactaba de ima colección de “más de (XX) ci tas ordenadas
en forma clara y sistemática* (liriefe I, 339); al igual que los cuadernos de notas posteriores,
esta colección no era una acumulación de
extractos con la intención de facilitar la
escritura del estudio sino que constituía el trabajo principal, con la escritura como algo secundario. El trabajo
principal consistía en arrancar los
fragmentos de su contexto y darles una nueva
disposición de modo tal que se ¡lustraban unos a otros y proba ban su raison
d'étre en total libertad. Era una especie de montaje surrealista. El ideal de Benjamín de producir
un trabajo que con sistía totalmente en citas, armadas con tanta maestría que
po
dían prescindir del texto acompañante, putxle
parecemos en ex tremo
extravagante y autodestructivo, pero no lo era, así como tampoco lo eran los experimentos surrealistas
contemporáneos que surgían a
partir de impulsos similares. Hasta el punto en que un texto acompañante del autor probaba ser inevitable, era cues tión de moldearlo
en forma tal que preservara “la intención de di chas investigaciones”, es
decir, sondear las profundidades del
lenguaje y del pensamiento... “perforando en
lugar de excavan do” (Brie/e 1,329), como para no
arruinarlo todo con explicacio nes que
buscan proporcionar una conexión causal o sistemática. Al hacer esto, Benjamín era consciente de que este nuevo méto do de “perforación” daba por resultado el hecho
de “forzar las percepciones cuya
pedantería nada elegante es preferible a la
costumbre actual y casi universal de falsificarlos”; para él tam bién
era claro que este método sería “la causa de ciertas oscuri dades” (Hriefe
1,330). 1ja que más le importaba era evitar cual quier cosa que pudiera
ser reminiscente de la empatia, como si
un cierto lema de investigación tuviera un mensaje que se comu nicaba a
sí mismo o que podía ser comunicado con facilidad, pa ra el lector o el
espectador: “Ningún poema está escrito para el
lector, ningún cuadro para el espectador, ninguna sinfonía para el oyente” (“La tarea del traductor”).
Esta
oración, escrita bastante tempranamente, podría servir como lema para toda la crítica literaria de
Benjamín. No debe malinterpretarse como otra
afrenta dadaísta a una audiencia que incluso
entonces ya se había acostumbrado bastante a todo tipo de efectos caprichosos y “engaños”.
Aquí, Benjamin se ocupa de las cosas
del pensamiento, en especial aquellas de
naturaleza lin güística que, según él, “retienen su significado, tal
vez su mejor significado, si no son
aplicadas a priori exclusivamente al hom bre. Por ejemplo, se podía
hablar de una vida o un momento inol vidable aun si todos los hombres lo
habían olvidado. Si la natura leza de dicha vida o momento requería que no
fuese olvidado,ese predicado no contendría una falsedad sino sólo
un reclamo que
los hombres no llevan a cabo, y tal vez también
una referen cia a un reino donde sí es llevado a cabo: el recuerdo de
Dios” (ibídem). Más adelante,
Benjamin abandonó estos
antecedentes teológicos pero no la
teoría y tampoco su método de
perforación para obtener lo esencial en
forma de citas, tal como se obtiene
agua al perforar en una fuente oculta en las profundidades de la tierra. Este método es como el equivalente
moderno de las invo caciones rituales, y los espíritus que ahora surgen son
invaria blemente esas esencias espirituales de un pasado que han sufri do la
“transformación del mar” shakespeariana de vividos ojos a perlas, de huesos vivos a coral. Para
Benjamin, citar es nombrar, y nombrar en
lugar de hablar, la palabra en lugar de la oración,
lleva
la verdad a la luz. Tal como se puede leer en el prefacio del Origen de la tragedia alemana, Benjamin consideraba la
verdad como un fenómeno exclusivamente acústico: “No Platón sino Adán”, quien le dio a las cosas su nombre,
era para él el “padre de
la filosofía”. De aquí que la tradición era la forma en que estas palabras que-daban-nombres eran transmitidas;
este también era un fenómeno
esencialmente acústico. Benjamin se sentía
muy semejante a Kafka precisamente porque este último no te
rna ninguna “visión profética”
sino que escuchaba la tradición, y “aquel que escucha bien no ve” (“El libro de
Max Brod sobre Kafka”).
Estas son buenas razones de por qué el interés
filosófico de Benjamin se concentró
desde un principio en la filosofía del len guaje, y de por qué por último el hecho de nombrar a través
de las citas se convirtió para él en la
única posibilidad y el único mo do apropiado de tratar el pasado sin la ayuda
de la tradición. Cualquier período para
el cual su propio pasado se haya tomado
tan cuestionable como para nosotros debe tropezar con el fenó meno del
lenguaje, pues en él está contenido el pasado en forma imborrable, frustrando cualquier intento de
querer librarse de él de una vez y para
siempre. La polis griega seguirá existiendo en el fondo de nuestra existencia política, es
decir, en el fondo del mar, siempre que
sigamos usando la palabra “política”. Esto es
aquello que los semánticos, que con buenas razones atacan el lenguaje como el gran baluarte detrás del
cual se esconde el pa sado (su confusión, tal como dicen) no pueden entender.
Y están en lo cierto: en el análisis final
todos los problemas son proble
mas
lingüísticos; simplemente no conocen las implicaciones de lo que están diciendo.
Sin embargo, Benjamin, que
todavía no pudo haber leído a Wittgenstein, y
menos aun a sus sucesores, sabía bastante sobre
estas cosas, porque desde el principio el problema de la
verdad se había presentado como “una
revelación para él... que debe ser oída,
es decir, que yace en la esfera metafísicamente acústica.” Para él, el lenguaje no era en absoluto el
don esencial del habla que distingue al
hombre de otros seres vivos sino, por el contra rio, “la esencia del mundo...
de donde surge el lenguaje” (Brie/e
1,197), que casualmente se acerca a la postura de Heidegger so bre que
“el hombre puede hablar en tanto sea el orador.” Hay en
tonces
un
“lenguaje
de la verdad, el depósito silencioso y sin ten siones de los secretos fundamentales que abarca todo pensa- miénto” (“La tarea del traductor”), y este es “el verdadero len guaje” cuya
existencia suponemos sin pensar en cuanto traduci mos de una
lengua a otra. Esta es la razón por la que Benjamín sitúa en el centro de su ensayo “La tarea
del traductor” la sor prendente cita de
Mallarmé donde las lenguas orales en su di versidad y multiplicidad
sofocan, en virtud de su tumulto
estilo Babel, la "immortelle
parole" que ni siquiera puede
ser pensada, dado que “pen
sar es escribir sin
implemento ni susurros, en si lencio”, y así
impide que se oiga la voz de la verdad sobre la tie rra con la fuerza de la
evidencia material y tangible. Sean cuales
fueren las revisiones teóricas que haya realizado posteriormente Benjamín en estas convicciones
teológicas-metafísicas, su en foque básico, decisivo para todos sus estudios
literarios, perma neció inmutable: no investigar las funciones utilitarias o
comuni cativas de las creaciones lingüísticas sino comprenderlas en su forma cristalizada y por lo tanto
fragmentaria como expresiones
no-comunicativas y sin intención de la “esencia del mundo”. ¿Qué otra cosa quiere decir que el hecho de
que entendía el len guaje como un fenómeno esencialmente poético? Y esto es
pre cisamente lo que la última oración del aforismo de Mallarmé, que no cita, declara con inequívoca claridad:
“Seulement, sachons n’existeraitpas
les vers: lui, philosophiquement remunere le défaut des langues, complément supérieuf
(todo esto sería verdad si no existiera
la poesía, el poema que filosóficamente convierte en bueno el defecto de los lenguajes, es su
complemento supe rior).32 Y esto no quiere decir otra cosa que aquello que
mencio né anteriormente, es decir, que estamos tratando con algo que puede no ser único pero que es en extremo
raro: el don de pen sar poéticamente.
Y este pensamiento, alimentado por el presente,
trabaja con los “fragmentos de pensamiento” que puede arrebatar al
pasado y reunir sobre sí mismo. Al igual que un pescador de perlas que desciende hasta el fondo del mar, no
para excavar el fondo y lle varlo a la luz sino para descubrir lo rico y lo
extraño, las perlas y
12 Para el aforismo de Mallarmé, véase:
“Variations sur un sujet” con el sub título de: “Crise des vers”, Pléiade, págs. 363-64.
190
el coral de las profundidades y llevarlos
a la superficie, este pen samiento sondea en las profundidades del pasado, pero
no para resucitarlo en la forma que era y contribuir a la renovación
de las épocas extintas. Lo que guía este
pensamiento es la convicción de que
aunque vivir esté sujeto a la ruina del tiempo, el proceso de decadencia es al mismo tiempo un proceso
de cristalización, que en las
profundidades del mar, donde se hunde y se disuelve aquello que una vez tuvo vida, algunas cosas
“sufren una trans
formación del mar” y sobreviven en nuevas formas
cristalizadas que
permanecen inmunes a los elementos, como si
sólo espera ran al pescador de perlas que
un día vendrá y las llevará al mun do de los vivos, como “fragmentos de
pensamiento”, como algo “rico y extraño”
y tal vez también como un urphnnomene eterno.
Bertolt Brecht
1898-1956
Esperas,
sí,
tus
fibras te disculparánte salvarán del infierno:sin embargo,sin parecer triste,sin parecer, de ningún modo, tener la culpa(No lo necesita,pues sabe muy biena lo que un amante del
arte como tú le presta atención),
Dios puede reducirteel día del
Juicio Finala lágrimas de vergüenza,al
recitar de memorialos poemas que
habrías escrito si tu vidahubiese sido buena.
W.
H. AUDEN
I
Cuando
Bertolt Brecht buscó y encontró refugio en los Esta dos Unidos en 1941, viajó a Hollywood a
“unirse a los vendedo res” en “el mercado donde se compran mentiras", y
dondequiera
que
fuera sentía la frase: “Deletree su nombre”.1 Había sido fa moso en los países
de habla alemana desde principios de la déca da de 1920, y no le gustaba demasiado la idea de volver a ser po bre y desconocido otra vez.
En 1947 fue citado ante el Comité de Actividades Antinor
teamericanas: apareció con un billete para Zurich en el bolsillo; le agradecieron
ampliamente el hecho de ser tan
“cooperativo” y abandonó el país. Pero cuando Brecht trató de instalarse en Alemania Occidental,
las autoridades de la ocupación militar
le negaron el permiso necesario.2 Este hecho
resultó ser bastante infortunado tanto para Alemania como para el mismo Brecht. En 1949, se estableció en
BerUn Oriental, don de le dieron la dirección de un teatro y, por primera vez
en su vi da, una amplia oportunidad de observar de cerca la variedad co
munista del dominio total. Murió en agosto de 1956.
1 Casi todos los poemas de
Brecht existen en varias versiones. A menos
que lo especifique
mis citas serán de las Obras Completas publicadas a fines de la década de 1950 por Suhrkamp en Alemania Occidental y la Aufbau-Verlag en Berlín Oriental. Las primeras dos
citas pertenecen a‘ Hollywood’ y “Sonettinder
Emigration*, Gtdichte 1941-1947, voLVI. Las
primeras dos estrofas del ‘ Soneto en la
Emigración* son notables porque contienen una queja personal, algo muy
raro en la poesía de Brecht
Verjagt aus meintm Latid muss ich muh sehn
Wie ick tu tintín tunen Laden kommt, eintr
Scktnkt
Wo ick verkaufen kann das, utas ick denke.
Die alten Wtge muss ick wiedergekn
Die giatt geschlifftnen durek den Tritt der
Hofftt
ungslostn! Sckon gekend, weiss ick jelzt
nock nickt: wu wem?
Wokin ick kommt kdr'ick: Spell your ñame/
Ack, dieser "namemgekdrte tu dengrossent
(Echado de nú país, ahora
debo ver cómo abrir un nuevo negocio, algún
lugar
donde pueda vender lo que pienso. Debo emprender
los viejos caminos, gastados por los
pasos de los desesperados! Ya en mi camino, aún no sé hacia quién voy. Adonde llego oigo decir [Deletree
su nombre! Oh, este ‘ nombre* fue uno de
los grandes.)
1 Martin Esslin, autor de Brecht: El hombre y su obra, Anchor Books, 1961, declaró recientemente que Brecht ‘ podía haber
regresado a Alemania cuando hubiese querido...;
lo difícil en esa época era que los alemanes salieran de Alemania, pero no que entraran a
ella*. (“Brecht at Seventy*, otoño de 1967.)
Esto es un error; pero es cierto que Brecht ‘ deseaba
Desde la muerte de Brecht,
su fama se extendió por toda Europa (incluso en Rusia) y también en los
países de habla ingle
sa.
Con
la excepción de Los siete Pecados capitales del pequeño burgués, una obra menor traducida por W. H. Auden y
Chester Kallman (su excelente traducción
de E l ascenso y la calda de la dudad de Mahagonny nunca
fue publicada) y Galileo, traducida por Charles Laughton y el
mismo Brecht, ninguna de sus obras
teatrales y; lamentablemente, algunos de sus poemas aparecie ron en una traducción inglesa digna
de este gran poeta y drama turgo; tampoco ninguna de sus obras
(excepto Galileo, con Charles Laughton,
que duró seis actuaciones en Nueva York a fi nes de la década de 1940, y tal vez E l drculo de tiza
caucasiano en el Lincoln
Center en 1966) tuvo una producción digna en len gua inglesa. Una traducción
adecuada, aunque no muy distingui da, del primer libro de poemas de Brecht
(Día Hauspostille, que apareció
en 1927) por ferie Bentley, con buenas notas de Hugo Schmidt, ha sido publicada por Grove Press
bajo el título de Ma nual de piedad. Pero la fama tiene su propio
“momentum" y a pe sar de que a veces ha sido difícil entender por qué
personas que no saben una palabra de
alemán se excitan y entusiasman con
Brecht en inglés, la excitación y el entusiasmo son bienvenidos, porque son bien merecidos. La fama también
cubrió las circuns tancias que hicieron que Brecht viajara a Berlín Oriental y
esto también es recibido con beneplácito
por cualquiera que recuer de la época en la que críticos de segunda clase y
escritores de tercera podían denunciarlo
con total impunidad.3
Sin embargo, la biografía política de Brecht,
una especie de histor
ia clínica de la incierta relación entre la
poesía y la política, no es una cuestión
ligera y, ahora que su fama es segura, puede
haber llegado el momento de que sea posible plantear algunas preguntas sin ser malinterpretado. La
adherencia doctrinaria y a menudo
absurda a la ideología comunista como tal no debe ser1
1 Para evitar
malentendidos, a Brecht no le fue mejor con tos críticos literarios comunistas y lo que dijo sobre ellos en 1938 se
aplica igualmente a tos
*anti-comunistas’ : “Lukács, Gabor, Jure lia... son enemigos de la
producción. La productividad hace que sospechen. Es incierto,
impredecible. Nunca se sabe qué sucederá con la productividad. Y ellos mismos no
quieren producir. Quieren jugar a ser
apparalehiks,
para tener control sobre los demás. Cada una de sus críticas contieneuna arrienaza.” (Véase
Walter Benjamín: “GesprSchemlt Brecht”, en Vtrsuekt übtr Brecht, Frankfurt, 1966.)
causa de gran preocupación. En un poema escrito
en Norteamé rica durante
la guerra pero publicado sólo recientemente, el mis mo Brecht deñne el único punto de importancia. Al dirigirse a
sus colegas alemanes bajo el dominio
de Hitler, dijo: “Estén aler tas,
ustedes que alaban a este hombre Hitler. Yo...sé que pronto morirá y que al morir, habrá sobrevivido
a su fama. Pero aun si hizo de la tierra
un lugar inadecuado para ser habitado al con quistarlo, ningún
poema que lo adule puede perdurar. Es cierto, demasiado rápido muere el grito de
dolor de continentes ente ros como para
ahogar el himno al atormentador. Es cierto, aque llos que alaban el ultraje,
también tienen voces que suenan
bien. Y sin embargo, la canción
considerada más hermosa es la del cisne
moribundo: pues éste canta sin temor.”4 Brecht tenía y no tenía razón al mismo tiempo; ningún poema
alabando a Hitler o su guerra ha
sobrevivido su muerte, porque ninguno de sus au tores “tenía una voz que
sonara bien”. (El único poema alemán de
la última guerra que perdurará es el poema de Brecht: “La cruzada de los niños de 1939”, una balada
escrita en el emotivo tono amargo y
triste de las canciones populares que cuenta la
historia de cincuenta y cinco huérfanos de guerra y un perro en Polonia que partieron hacia “ein Latid, wo
Frieden uta/" [un país donde
hubiera paz] y no conocían el camino.) Sin embargo, la voz de Brecht suena lo suficientemente bien
en las líneas que di rige a sus colegas poetas, y no se comprende muy bien por
qué no las publicó, excepto por el hecho
de que supiera que un sim ple cambio de nombre haría que el poema se volviera
en su con tra: ¿Qué sucedió con su oda a Stalin y su alabanza a los críme nes
de Stalin, escritos y publicados mientras estaba en Berlín Oriental, pero compasivamente omitidos en la
colección de sus obras completas? ¿No
sabía lo que hada? Oh, claro que sí: “Ano che, en un sueño, vi unos dedos que
me apuntaban como si fue ra un leproso. Estaban gastados y rotos. ‘¡Ustedes no
saben!’, les grité consciente de la
culpa.”5
4
“Bricfe über Gelesenes", Gedickte, voLVl
8 “Bttesr Morgen*, Gedickte 1948-1956, vol. Vil. La alabanza de Brecht deStalin ha sido
cuidadosamente diminada de estas Obras Completas. Los
únicos rastros
se encuentran en Prosa, vol. V, las notas M e-ti publicadas después de
su muerte. (Véase nota 33). AHI alaba a Stalin como “d que es útil* y
justifica sus crímenes (págs. 60 en
adelante y 100 en adelante.) Inmediatamente
Hablar sobre poetas es una
tarea incómoda; los poetas son para ser citados y no para hablar sobre ellos. Aquellos cuya
espe cialidad es la literatura y entre los cuales
encontramos a “los es tudiosos de Brecht” han aprendido a sobreponerse
a esta inco modidad, pero no soy uno de ellos. Sin embargo, la voz de los po
etas nos concierne a todos, no sólo a los
críticos y eruditos; nos concierne en nuestras vidas privadas y también
en tanto que so mos ciudadanos. No necesitamos tratar a los poetas engagé
para sentimos justificados al hablar de
ellos desde un punto* de vista político,
como ciudadanos; sin embargo, para una persona no-li teraria parece más fácil
comprometerse a esta actividad si las ac titudes y compromisos políticos han
jugado un rol importante en la vida y la
obra de un autor, como sucedió con Brecht.
Lo primero que hay que señalar es que los
poetas no siem pre han
sido ciudadanos buenos y confiables; el mismo Platón, un gran poeta disfrazado de filósofo, no fue el primero en sentir se preocupado
y molesto por los poetas. Siempre hubo proble mas con ellos; siempre han mostrado una tendencia deplorable al mal comportamiento, y en nuestro siglo,
su mala conducta ha sido a veces de mayor preocupación para los ciudadanos de lo que era
anteriormente. Sólo necesitamos
recordar el caso de Ez- ra Pound. El gobierno de los Estados Unidos decidió no llevarlo a juicio por traición durante la guerra porque podía apelar insa nia, y
un comité de poetas hizo, en cierta
forma, lo que el gobier no decidió no hacer (lo juzgó) y el resultado
fiie un premio por haber escrito la
mejor poesía de 1948. Los poetas lo honraron sin tener en cuenta su mala conducta o insania.
Ellos juzgaron al po eta; no les competía juzgar al ciudadano. Y como ellos
mismos eran poetas, pudieron haber
pensado en los términos de Goethe: “Dichter
sündgen nicht schwei'; es decir, que los poetas no car gan un peso tan
pesado de culpa cuando se comportan mal, no
deben tomarse muy en serio sus pecados. Sin embargo, Goethe hada referencia a una clase distinta de
pecados, pecados ligeros, como Brecht
cuando habla de cuando, en su irresistible deseo de decir las verdades menos esperadas (lo que
en realidad era
su
muerte, Brecht escribió que habla sido la encarnación de la esperanza’
para los ‘ oprimidos de cinco continentes’ (Sñin und
Form, vol. 2, 1953,
pég.10). Compárese también el poema en op.tiL, II, 2.1950,128.
una de sus grandes
virtudes) declara: “En mí tienen a un hom bre en el que no pueden confiar”,6
sabiendo muy bien que aque llo que las mujeres más deseaban en sus hombres
era coníiabili- dad, aquello que los
poetas menos pueden dar. No pueden
darlo porque aquellos cuya tarea
es elevarse deben esquivar la solem nidad. No pueden sentirse atados y, por lo
tanto, no pueden te ner tantas responsabilidades como los otros.
Y ahora resulta que Brecht sabía todo esto muy
bien aunque nunca l
o admitió públicamente. En
una conversación en 1934 di jo que siempre había pensado “en un
tribunal ante el cual podría ser
interrogado. ‘¿Cómo es esto? ¿Lo dice en serio?’
Entonces tendría que haber admitido: No soy del todo serio. Hay muchas
cuestiones artísticas,
cuestiones que conciernen al teatro, pien so en ser enteramente serio. Pero al
haber respondido no a esta importante pregunta agregaría algo incluso más importante, y es que
mi actitud es legítima”. Para aclarar a qué se refería propuso lo siguiente:
“Supongamos que leen una excelente
novela políti ca y luego se enteran de que su autor es Lenin;
cambiarían su opinión sobre el libro y
el autor en detrimento de ambos.”7 Pero
hay pecados y pecados. Innegablemente, los pecados de Ezra Pound fueron mucho más serios; no fue sólo un
caso de estupi dez que sucumbió ante los ejercicios de Musolini en la
oratoria. En sus maliciosos programas
radiales, fue mucho mas allá de los
peores discursos de Musolini, haciendo el trabajo de Hitler y probando ser una de los peores perseguidores
de judíos entre ios intelectuales a
ambos jados del Atlántico. Era obvio que odia ba a los judíos desde antes de
la guerra y los odió desde enton ces, y este odio es su asunto privado y
carece de importancia po lítica. Otra cosa es anunciar este tipo de aversión
al mundo en un momento en que son
exterminados millones de judíos. Sin em bargo, Pound podía alegar insania y
cometer impunemente co sas que Brecht, totalmente cuerdo y muy inteligente,
nunca pu do cometer. Los pecados de Brecht fueron menores que los de Pound; sin embargo, pecó con mayor fuerza,
porque sólo era un poeta y no un insano.
A
pesar
de la falta de solemnidad, coníiabilidad y responsa bilidad de los poetas, obviamente no pueden cometer impune mente cualquier cosa. Sin embargo, a nosotros, sus conciuda danos, nos resulta difícil saber dónde trazar
la b'nea. Villon
casi
acabó en la horca y sin embargo sus canciones siguen alegrán donos el corazón, y lo
honramos por eso. No hay forma más se gura de
ponerse en ridículo que la de trazar un código de com portamiento para poetas, a pesar
de que varios hombres serios y
respetables lo han hecho. Afortunadamente para nosotros y los poetas, no tenemos que afrontar este absurdo
problema y tam poco
tenemos que confiar en nuestras normas habituales de jui cio. Un poeta
debe ser juzgado por su poesía y, a pesar de que se le permiten muchas cosas, no es cierto que “aquellos
que alaban el ultraje poseen
voces que suenan bien”. Por lo menos, no lo fue
en el caso de Brecht; sus odas a Stalin, ese gran padre y asesino de pueblos, parecen haber sido fabricadas por
el peor imitador que jamás haya tenido
Brecht. Lo peor que puede sucederle aun
poeta es que deje de ser poeta y eso es lo que le sucedió a Brecht en los últimos años de su vida. Pudo haber
pensado que sus odas a Stalin no
importaban. ¿No fueron escritas por temor y no creyó él siempre que casi todo se justifica frente
a la violencia? Esta era la sabiduría de
su “señor Keuner” quien, alrededor de 1930 era
sin embargo un poco más fastidioso en la elección de sus medios que su autor veinte años después. En épocas
de oscuridad, tal como relata una de las
historias, apareció un agente de los go bernantes en la casa de un hombre que
“había aprendido a decir no”. El agente
reclamó la casa y la comida del hombre como pro
pias y le preguntó; “¿Me
servirá usted?” El hombre lo ayudó a acostarse, lo cubrió con una manta, vigiló su sueño y
lo obedeció durante siete años. Pero jamás pronunció una sola palabra. Des pués de siete años, el agente había engordado
de tanto comer, dormir y dar órdenes y
murió. El hombre lo envolvió en la
man ta roída y lo arrojó fuera de la casa, lavó la cama, pintó las pare des, respiró aliviado y
respondió: “No".® ¿Había olvidado Brecht
la sabiduría de Keuner al no decir “sí”? De cualquier manera, lo que aquí
nos interesa es el triste hecho de que los pocos poemas de sus últimos años, publicados después de su
muerte, son débi-1
1
En : “Geschichten vom Hem Keuner", Versuche 1-3, Berlín, 1930
199
les
y sin fuerza. Las excepciones son menores. Está la ocurren cia tan atada después de
la rebelión de los
trabajadores de 1953: “Después de la rebelión del 17 de junio... podía leerse que la gen te había perdido
la confianza del gobierno y sólo podía volver a
ganarla al redoblar sus esfuerzos de trabajo. ¿No sería más sim ple para el gobierno disolver el pueblo y
elegir a otro?”9 Hay va rios versos emotivos en poemas de amor y rimas
infantiles. Y lo más importante, hay
alabanzas a la vaguedad, de las cuales las
mejores parecen una variación semiconsciente de la famosa “Ohne Warum" del Angelus Silesius. (“La
rosa es sin motivo; flo rece porque florece,/ no le importa de sí misma, no
pregunta si es vista.”) 10 Brecht
escribe:
Ach,
wie sollen wir die kleine Rose buche»? Pttitzlich dunkelrot undjung and nah? Ach, wirkamen nicht, siezu
besuchen
Aber
ais wir kamen, warsie da.
Eh,
sie da war, ward sie nicht erwartet.
Ais sie da war, ward sie kaum geglaubt. Ach, zum Ziele kam, was nie gestartet.
Aber war es so nicht überkaupt?n
El
hecho de que Brecht pudiera
escribir estos versos indica un cambio decisivo e inesperado en el ánimo del
poeta; sólo su primera poesía en el Manual de
la piedad
muestra la misma li bertad de propósitos mundanos, y en lugar
del temprano tono de júbilo o desafío
hay una peculiar calma de maravillay gratitud. El único producto perfecto de estos últimos
años, que consistía en sólo dos estrofas
de cuatro líneas, es una variación de una rima
infantil alemana, y por lo tanto, intraducibie.12*
* Gedichte, vol. VII, titulado 'Die Ldsung.”
10 Angelus Silesius: Cherubinischer Wendermann, 1657, Libro I, 289, enWerkt, Miinchen, 1949, vol. III.
11'¿Cómo podemos explicar
la pequeña rosa? ¿De repente rojo oscura, joven
y cercana? Oh, no vinimos
a verla a ella, pero cuando llegamos ella estaba allí.
“Antes
de existir, no se la esperaba; cuando apareció fue difícil creer en ella. Oh, algo llegó que nunca había sido empezado. ¿Fiero no es así
como siempre ha sido?” En Cedichte, vol.VII.
Sieben Rosen kai der
Strauch Secks
gehor'n dem WindAber eine bleibt, dass auckIck noch einefind.
Sieben Male ntfich
dickSecksmal bleibe fortDock
beim siebten Mal, versprick Komme aufein Wort.
Todo indicaba que el poeta había encontrado
una nueva voz, tal vez “la canción del cisne moribundo que es considerada
la más hermosa”, pero cuando llegó el
momento de que la voz fue se oída, parecía haber
perdido su fuerza. Este es el único signo
objetivo y por lo tanto
indiscutible que poseemos de que ha tras pasado los límites
bastante amplios fijados para los poetas,
que había cruzado la línea que
marcaba aquello que le estaba permi
tido. Lamentablemente, no se pueden detectar estos limites des de
afuerza, y ni siquiera se pueden imaginar. Son como peque ñas colinas,
invisibles para el ojo desnudo, y una vez que un hombre las ha cruzado (o ni siquiera cruzado
ano sólo tropeza do con ellas) se convierten de repente en paredes. No se
puede rastrear los pasos; haga lo que
haga, se encuentra con la espalda contra
la pared. E incluso ahora, afires coufi, es difícil definir la causa; nuestra única evidencia de que fue
dado el paso la propor ciona la poesía, y todo lo que nos dice es el momento
cuando su cedió, cuando lo alcanzó el castigo. Pues el único castigo signifi
cativo
que puede sufrir un poeta, aparte de la muerte, es la re pentina pérdida de aquello que a través de la
historia humana ha aparecido como un don
divino.
Para Brecht la pérdida vino más adelante y por lo
tanto pue de enseñarnos una lección sobre
la gran tolerancia de la que go zan aquellos que viven bajo las
leyes de Apolo. No sucedió cuan do se convirtió en comunista; ser comunista
en la Europa de la década de 1920, e incluso
a principio de los años treinta (por lo
menos para la gente que no estaba muy al tanto de las cosas y no podía saber hasta qué punto Stalin había
cambiado el Partido y lo había
convertido en un movimiento totalitario, listo a cometer cualquier crimen y cualquier traición,
incluso la traición de la re
volución),
no era un pecado sino simplemente un error. Sin em-
bargo, tampoco sucedió
cuando Brecht no logró romper con el partido durante los
Juicios de Moscú, donde algunos de sus ami gos formaban parte de los acusados, o durante la guerra
civil es pañola, cuando debió de haber sabido que los rusos hicieron to do
lo posible en detrimento de la República Española, usando las desgracias de los españoles para vengarse de los antiestalinistas
dentro y fuera del partido. (En 1938 dijo: "En realidad, allí no ten go amigos [en Moscú); y la
gente de Moscú tampoco tiene ami gos, como los muertos."13) Y tampoco cuando,
en la época del pacto entre Hitler y
Stalin, Brecht no pudo dar su opinión y, mu cho menos, romper sus relaciones
con el partido; por el contra rio, los años que pasó en el exilio, primero en
la ciudad danesa de Svendborgy luego en
Santa Mónica, fueron los mejores años de
su vida desde el punto de vista creativo, comparable en pro ductividad sólo
con su juventud, cuando todavía no estaba in fluenciado por la ideología y no
se había sometido a ninguna dis ciplina política. Por fin llegó cuando se
instaló en Berlín Oriental,donde pudo ver, día tras día, lo que significaba para la gente vivir bajo un régimen comunista.
No es que hubiese deseado establecerse allí;
desde diciem bre de
1947, hasta el otoño de 1949, había aguardado
en Zurich el permiso
para establecerse en Munich,14 y sólo cuando
tuvo que renunciar a toda esperanza de obtenerlo decidió regresar a casa lo mejor que podía, bien provisto
contra cualquier circuns tancia con un pasaporte checo que pronto cambió por
uno austrí aco, una cuenta bancaria en suiza y un editor de Alemania Occi
dental. Hasta ese lamentable momento, había tenido sumo cui dado en no
establecer un contacto demasiado íntimo con sus
amigos del Este. En 1933, cuando varios de sus amigos creyeron tontamente que hallarían asilo en la Rusia
Soviética, él viajó a Di namarca y cuando abandonó Europa a principios de la
guerra, a
13
Benjamín, op.cit., 133.
M
Esslin, op.cit., señala que “en la versión oficial de
Alemania Oriental, elregreso
de Brecht
a Berlín Oriental data por lo general de octubre de 1948: en esa época, Brecht visitó Berlín Oriental, pero regresó a
Zurich’ y sólo “afines de 1949. Brecht
aceptó ir a Berlín Oriental*. En octubre de ese año, escribió: “No tengo ninguna fundón u obligación oficial de ningún
tipo en Berlín Oriental y no recibo
salario alguno*
pesar de que vino a Norteamérica vía
Vladivostok, casi no se de tuvo en Moscú, y ni siquiera jamás consideró a Rusia (esta
era la época del pacto entre Hitler y Stalin) como un posible lugar de reíúgio. Aparte del hecho de que nunca halló favores en el Parti
do Comunista Ruso (desde el principio hasta el fin era apreciado sólo por audiencias libres en los países occidentales) debió de haber presentido
que la distancia poética que había podido man tener de la política
comunista aun cuando estaba profundamente comprometido
con la “causa” (parece que nunca fue miembro
del Partido) no
soportaría el ataque de la
realidad soviética, así como no soport
ó el ataque menos horrible de la realidad
de la Alemania de Ulbricht. El elemento de travesura, tan
importante en su trabajo, no podía sobrevivir próximo a los
horrores con los que solía jugar. Después de
todo, una cosa es decirles a los ami
gos y conocidos cuando están en desacuerdo
con uno: “También te fusilaremos, cuando
asumamos el poder”, y otra vivir donde les suceden cosas peores que el ser fusilados a aquellos que es tán en desacuerdo con los
que tienen el poder. A Brecht no lo
molestaron, ni siquiera en los años anteriores a la muerte de Sta lin. Pero como no era ningún tonto,
debió de darse cuenta de que su
seguridad personal dependía del hecho de que Berlín Oriental era un lugar excepcional, la
vidriera del Este durante la década de
1950 y en desesperada competencia con la ciudad del sector occidental, a sólo un par de paradas
de subterráneo de distancia. En esta
competencia, el Conjunto Berliner (la compa ñía de teatro que Brecht, bajo la protección
del gobierno de Ale mania Oriental, formó, encabezó, escribió para y dirigió)
fue, y lo ha seguido siendo hasta el
momento, el mayor bien del régimen de
Alemania Oriental, así como también es el único lo gro cultural sorprendente
de la Alemania de posguerra. Por lo
tanto, durante siete años, Brecht vivió y trabajó en paz bajo los ojos (de hecho, bajo la protección) de los
observadores occiden tales, pero ahora en un contacto mucho más íntimo con un
esta do totalitario como nunca antes en su vida, viendo el sufrimiento de su propio pueblo con sus propios ojos. Y
la consecuencia de ello es que durante
esos años no produjo ni una obra y ni siquie ra un gran poema, así como
tampoco terminó el Salzburger To-
tentanz, que había comenzado en Zurich y que (al juzgar por
los fragmentos, que sólo conozco a
través de la traducción al inglés
203
de Eric Bentley) podía
haberse convertido en una de sus gran des obras teatrales.15 Brecht
sabía que no podía escribir en Ale mania Oriental. Poco antes de su muerte, se dice que compró una casa en Dinamarca y que también tenía
pensado mudarse a Suiza.16 Nadie había
estado más ansioso por ir a su casa: “No
cla ves ningún clavo en la pared, arroja la chaqueta sobre la
silla... ¿Por qué abres la gramática
extranjera? Las noticias que te lla man a casa están escritas en lenguaje
familiar”, y lo único que planeaba
cuando yacía en su lecho de muerte era el exilio.
Así,
lado a lado con el gran poeta y dramaturgo también está el caso de Bertolt Brecht. Y
este caso importa a todos los ciuda danos que desean compartir su mundo con los poetas.
No puede ser dejado a los departamentos
de literatura sino que es también
interés de los científicos
políticos. El mal comportamiento
cróni co de los poetas y los
artistas ha sido un problema político, y a ve ces incluso moral, desdela
antigüedad. En la siguiente discu sión de este caso, me limitaré a las
dos suposiciones que he mencionado. La
primera, a pesar de que en general Goethe esta ba en lo cierto y que a los
poetas se les permite más que a los
simples mortales, los poetas también pueden pecar tan grave mente que
deben cargar con todo el peso de la culpa y la respon sabilidad. Y la segunda,
la única forma de determinar sin equivo carse la grandeza de sus pecados es
escuchar su poesía, lo que significa,
supongo, que la facultad de escribir un buen verso no depende enteramente del poeta sino que
necesita ayuda, que se le da la facultad
y que él puede perderla.
II
Para comenzar, debo mencionar algunas circunstancias
bio gráficas.
No necesitamos
inmiscuimos en la vida personal de
Brecht, sobre la que era más reticente y menos deseoso de com partir
que cualquier otro autor del siglo XX (y esta reticencia, tal
,J
En: Thejeioisk WiJi and Other Short Plays, Evergreen Paperbacks.
“
Véase la monografía de Marianne Kesting. Bertolt
Brecht,
Hamburgo,1959, 155.
como veremos, era una de sus virtudes, de las
cuales tenía mu chas), pero
debemos seguir los pocos indicios exquisitos de sus poemas. Brecht, nacido en 1898, pertenecía a
lo que podría lla marse la primera de las tres generaciones perdidas. Los hom
bres de su generación cuya iniciación en el mundo habían
sido las trincheras y campos de
batalla de la Primera Guara Mundial
inventaron o adoptaron el
término porque sentían que no
eran capaces de vivir vidas normales; la normalidad era una traición a
toda la experiencia del horror, y la camaradería en medio
del ho rror, eso los había convertido en hombres y, en lugar de
traicio nar aquello que les era más propio, preferían perderse, perderse
para sí mismos y para el mundo. Esta actitud, común a los vete ranos de guerra de todos los
países, se convirtió en una especie
de clima de opinión cuando ocurrió que les sucedieron
dos “ge neraciones perdidas” más: la primera,
nacida unos diez años después, en la primera década del siglo,
aprendió, a través de las impresionantes
lecciones de la inflación, el desempleo en masa
y la inquietud revolucionaria, la inestabilidad de todo aquello que había quedado intacto en Europa después
de casi más de cuatro años de lucha; la
siguiente, nacida nuevamente diez años
después, en la segunda década del siglo, tuvo la elección de ser iniciada al mundo por los campos de
concentración nazis, la Guerra Civil
Española o los Juicios de Moscú. Estos tres grupos nacidos entre 1890 y 1920 tenían edades
relativamente cercanas como para formar
un solo grupo durante la Segunda Guerra
Mundial, ya sea como soldados o como refugiados y exiliados, como miembros de los movimientos de
resistencia o como r e clusos en los
campos de concentración y exterminio, o como ci viles bajo una lluvia de
bombas, sobrevivientes de ciudades de
las que Brecht, décadas antes, había dicho en un poema:
Hemos estado viviendo una
generación ligera, en casas que se consideraban indestructibles.
(Los edificios delgaduchos de la Isla de Manhattan ylas finas antenas
que
divierten al Océano Atlántico fueron construidos por nosotros.)
De
estas ciudades quedará aquello que sopla entre ellas, el viento. La casa alegra al invitado a cenar. La limpia.
Sabemos que sólo somos temporarios
y que después de nosotros
No
vendrá nada de lo que valga la pena hablar.
Este, en “On Poor B.B.” del Manual de la
Piedad, es el único poema dedicado
al tema de las generaciones perdidas. El título
es irónico; en las últimas líneas dice que “en los terremotos que vendrán
espero no dejar que mi cigarro salga con amargura”, y en cierta forma, esto es característico de toda su actitud, es co mo si diera vuelta
los cuadros: Lo que se ha perdido no es sólo
esta raza d
e hombres carente de peso sino
el mundo que debía albergarlos. Com
o Brecht nunca pensó en
términos de autocom- pasión (ni siquiera en el más alto nivel), era una figura bastante solitaria entre sus contemporáneos. Cuando ellos se llamaban perdidos a sí mismos, consideraban tanto a sí mismos como a la época con los ojos del siglo XIX; no tuvieron lo que Friedrich Hebbel
una vez llamó “die ruhige
reine Entwicklung”, el desarro
llo puro y tranquilo de todas sus facultades,
y reaccionaban con amargura Resentían el
hecho de que el mundo no les ofreciera
refugio y la seguridad de desarrollarse como individuos, y co menzaron
a producir un tipo de literatura curiosa, en su mayoría novelas donde nada parece de interés excepto
la deformación psicológica, la tortura
social, la frustración personal y la desilu sión general. Esto no es
nihilismo; de hecho, llamar a estos auto res nihilistas sería ofrecerles un
cumplido que no merecen. No
profundizaban lo suficiente (estaban demasiado preocupados consigo mismos) como para ver las verdaderas
cuestiones; lo re cordaban y olvidaban lo que importaba Hay dos versos casi
indi ferentes en otro de los poemas del Manual de la piedad donde Brecht explica lo que pensaba sobre esta
cuestión de cómo lle gar a un acuerdo con la propia juventud:
Hat
ersein ganze Jugend, nur nicht ihre Tráume vergessen Lange das Dach, nie den Himmel, der drüber
mar.17
>’
‘ Olvidada toda su juventud pero no sus sueflos, olvidado ya hace tiem
po e l techo, pero no el cielo encim a de él*. Véase: 'B allade von den Abenteuem *, Gtdichte, 1,79.
206
El hecho de que Brecht nunca sintiera pena por
sí mismo (casi nunca se interesaba en sí mismo) fue una de sus
grandes virtudes, pero la virtud estaba arraigada en otra cosa, que era un
don y, al igual que todos
los dones de ese tipo, era por una
parte una bendición y por otra,
una
maldición. Habla sobre ello en el único poem
a estrictamente personal que escribió y a pesar de que data de la época del Manual de la
piedad, nunca llegó a pu blicarlo; no quería ser conocido. El poema, que
es uno de sus mejores trabajos, se
titula: “Der Herr der Piache”18, es decir, el
dueño y señor del mundo de los peces, la tierra del silencio. Cuenta cómo este señor llega a la tierra de
los hombres, de los pescadores, que se
levantan y se sumergen con la regularidad
de la luna, un extraño y un amigo para todos (alien unbekannt und alien nah) y cómo se sienta con
ellos y no puede recordar sus nombres
pero se interesa en sus actividades, en el precio de las redes y en la ganancia del pescado, en
sus mujeres y sus tru cos para engañar al recaudador de impuestos.
Sprach er so con ihren
Angelegenheiten Fragten
sie ihn auch: Wie stehn denn deine? Und er blickte lachelnd um nach alien Seiten Sagte zogemd: Habe keine.
Por un tiempo, todo va bien. “Cuando le
preguntan ‘¿Y cómo van sus propios asuntos?’ él responde dudoso:
No tengo ningu no.'” Hasta que llega el día en que insisten.
Fines
Tages uiird ihn einerfragen:
Sag,
toas ist es, toas dich su uns fiihrt
? Eilig wird eraufstehn; denn erspürt: Jetzt ist
ihre Stimmung umgeschlagen.1*
Y él sabe por qué ha cambiado su humor; él no
tiene nada que ofrecer y a pesar de
que fue bien recibido cuando llegó, nun ca fue invitado pues lo único que
hacía era enriquecer su charla diaria.
Cuando quieran más de él, “se retirará,
amablemente, como un sirviente. Nada quedará de él, ninguna
sombra, ningún ras
tro. Pero es con su consentimiento y su
permiso que otra perso na,
más rica que él, toma
su lugar. Es verdad que no impide
a na die hablar cuando él se calla.’’
Hoflich
wird, der nichts zu bieten hatteAus der Türgehn: ein entlassner Knecht.Und es bleibt von ¡km kein
kleinster Sckatte Keine
Hdhlung ¡n des Stuhls Geflecht. Sondem ergestattet, dass aufseinemfíatz ein anderersich reicher zeigt.
Wirklich
er verwehrt es keinemDortzu reden, uto erschweigt.
Este autoijetrato, el retrato de Brecht del
poeta joven (pues esto es en realidad), presentando al poeta en todo su
carácter re moto, su mezcla de orgullo y humildad, “un extraño y un amigo para todos”, de ahí que sea bienvenido y rechazado al mismo tiempo, sólo bueno para “Hin- und
Widerreden" (“charla y con tracharla”), inútil para la vida diaria, silencioso sobre sí mismo, como si no hubiera nada de qué hablar, curioso y necesitado de cada trozo de realidad que pueda captar, nos da por lo menos un indicio de las enormes dificultades que el joven Brecht debió de haber tenido al
tratar de sentirse cómodo en
el mundo de sus contemporáneos. (Existe
otra declaración sobre sí mismo, una
especie de poema en prosa de un período posterior. “Crecí como el hijo de gente rica. Mis padres me
colocaron un collar alrede dor del cuello, me educaron en el hábito de ser
servido, y me en señaron el arte de impartir órdenes. Pero cuando crecí y miré
a mi alrededor, no me gustó la gente de
mi clase, ni tampoco im partir órdenes y ser servido. Y abandoné mi clase y
busqué la compañía de las personas pobres.”20
Quizás esto sea bastante
cierto aunque parezca un programa. No es un
autorretrato sino una manera
elegante de hablar sobre sí mismo.) Debemos reco nocer que sólo podemos
adivinar quién fue de esta forma suma mente personal a través de algunas lineas de los primeros poe mas.
Sin embargo, había ciertos aspectos de su comportamiento posterior que estos tempranos versos pueden
ayudarnos a com prender.
En primer lugar, y desde el
principio, estaba la extraña incli naciónde Brecht
por el anonimato y una extraordinaria aversión
a cualquier tipo de agitación: a la postura de la torre de marfil pe ro también a la más irritante mala fe de los “profetas del pueblo”, o las “voces” de la Historia y a cualquier
otra cosa que “la venta de valores" (“der
Ausverkauf der Werte” era
una especie de slo gan de la época) de la
década de 1920 ofreciera a s
us clientes. Pero había algo más que el disgusto natural de un hombre muy inteligente y cultivado por los malos modales
intelectuales de sus alrededores. Brecht
deseaba apasionadamente ser (o al me nos, ser considerado) un hombre
corriente, no quería ser marca do como diferente por poseer dones especiales
sino ser igual a todos los demás. Y es
obvio que estas dos disposiciones perso nales íntimamente relacionadas (hacía
el anonimato y lo ordina rio) estaban desarrolladas con total plenitud antes
de que las adoptara como pose. Lo
predisponían hacia dos actitudes al pa recer opuestas que luego jugaron un
papel importante en su tra bajo: su peligrosa predilección por el trabajo
ilegal que requiere que uno borre sus
huellas, oculte su rostro, olvide su identidad,
pierda su nombre, “habla pero esconde al orador, conquista pe ro esconde
al conquistador, muere pero esconde la muerte”21; cuando era muy joven,mucho antes de pensar en
cualquier “Ala banza al trabajo ilegal”22 había escrito un poema sobre su
herma
no
fallecido, que había “muerto
en secreto y se había desintegra do en poco tiempo porque pensaba que nadie lo veía’ ,2* y su ex
traña insistencia en rodearse de los llamados “colaboradores” de
*■“Aus einem Lesebuch für
StSdtebewohncr" 0930), en Cedichte,
vol. I.
” En GtdicUt,
193033. vol. m.
11 El poema "Meines Bruders Tod”,
ciertamente escrito antes de 1920, enGeáiehte
1913-1929, vol. a
209
nivel
mediocre
como si gritara una y otra vez: Todos pueden ha cer lo que yo hago; todo es
cuestión de aprender, y no se necesi ta ningún don especial. En un muy
temprano “Epistle on Suicide",
publicado después de su muerte, discute las razones que uno de
bería dar por la actuación, que no deberían ser las razones verda
deras, porque parecerían demasiado “grandes”: “De cualquier modo, no debería parecer como si uno tuviese una opinión muy alta de sí mismo.”24 Y si llevaba esta
actitud hasta extremos ab surdos (una absurda sobreestimación del aparato
ilegal del Par tido Comunista, requerimientos absurdos a sus
“colaboradores” para aprender aquello
que estaba más allá del aprendizaje) debe
admitirse que el medio literario e intelectual de la década de 1920 en Alemania ofreda una tentación para
pinchar la pomposi dad que, aun sin la especial disposición de Brecht. era
difícil de resistir. Los versos burlones
sobre el comportamiento de sus co legas poetas en La ópera de tres peniques
dio justo en el clavo:
1ch
selber kSnnte mich durchaus begreife
n Wenn ich mich liebergross und einsam sáhe Dock sah ich solche Lente aus derNaheDa sagt ich mir. Das musst du dir
verkneifen.**
Hay otro poema donde Brecht habla en forma
explícita so bre sí mismo
que tal vez sea el más famoso. Pertenece a “Svend- borger Gedichte”, una secuencia de
poemas escritos durante su exilio en Dinamarca en la década de 1930 y se titula: “A
aquellos nacidos después de nosotros".26 Como en el anterior “Sobre el pobre B.B.” hace hincapié sobre las
catástrofes de la época en el mundo y sobre la necesidad de estoicismo con
respecto a todo aquello que le sucede a
uno. Pero ahora que han llegado “los te rremotos por venir”, han desaparecido
todas las alusiones bio gráficas. (“Sobre el Pobre B.B." comienza y
termina con la ver-
M
El “Epistel iiber den Selbstmord*, ibidem.
15 *Yo también podría
entenderme bastante bien si prefiriera parecer
grande y solitario;
pero pude ver esta clase de gente de cerca y me dije: Esto no es para ti.*
“
Todo el ciclo, incluyendo *An die Nachgeborenen” en Gedichte 1934-
1941, voL IV.
dadera historia de su
origen: “Yo, Bertolt Brecht, vengo de la sel va negra. Mi madre me llevó a la ciudad cuando todavía estaba en su vientre. Y el frío de la selva me
acompañará hasta el día de mi muerte.”
Su madre era de la Selva Negra, y sabemos por algu nos poemas póstumos sobre
la muerte de ella que eran muy alle gados.27) Es el poema sobre aquellos que
viven “en épocas de os curidad”, y sus principales versos dicen lo siguiente:
Llegué a las ciudades en épocas de desorden,
cuando reinaba e
l hambre. Entre los hombres, llegué en el momento del cataclismo
y me rebelé con ellos. Así era la época
que me tocó vivir.
Comía entre batallas, dormía entre asesinos,
era indiferente en el amor y miraba la naturaleza sin paciencia. Así
era la época que me tocó vivir.
Cuando
vivía, la calle llevaba a la confusión. El discurso me traicio nó ante el asesino. Poco podía hacer. Los
gobernantes estaban más seguros sin mí,
eso creía Así era la época que me tocó vivir.
...Tú que emergerás del diluvio donde nos ahogamos
recuerda al hablar de nuestras debilidades la época
oscura a la cual escapaste. ...Lamentablemente,
nosotros que queríamos preparar el campo
para la amabilidad, no podíamos ser amables.
...Recuérdanos
con clemencia
Sí, hagámoslo, recordémoslo con clemencia,
aunque sólo sea por el hecho de que lo
impresionaban más
las catástrofes de la época en el mundo que cualquier
cosa que le concerniera. Y no olvidemos que el éxito nunca le dio la espalda.
El sabía que “wenn mein
Glück aussetzt, bien ¡ch verloren"
(“cuando la suer te me abandone, estaré perdido”) . Y su orgullo era
apoyarse más en su suerte que en
sus dones, creerse más bien afortunado que
extraordinario. En un poema escrito unos cuantos años des pués, durante
la guerra, cuando contaba sus pérdidas en térmi nos de los amigos que habían
muerto (para mencionar sólo a aquellos
que él mismo nombra: Margarete Steffin, “una maestri- ta de la clase trabajadora”, a quien había
amado y quien se había unido a él en
Dinamarca; Walter Benjamín, el crítico
sado de ser perseguido”, se
había suicidado, y Kart Koch28) ex pl
icó para sí mismo lo que había sido
implícito en otro poema an terior: “Sé, por supuesto, que sólo gracias a
la suerte sobreviví a tantos amigos.
Pero hoy, en un sueño, oí que estos amigos ded an de mí ‘Sobreviven los más
fuertes’. Y me odié por eso.”29 Esta
parece ser la única vez en que se vio quebrantada la confianza en sí mismo; él se comparaba con otros y la
confianza en uno mis mo se basa en el hecho de negarse a ese tipo de
comparaciones, ya sea para mejor o para
peor.
De modo que Brecht también, en cierto sentido, se
sentía perdido: no debido a que sus talentos individuales no habían
ma durado como debían o podían o porque el mundo lo hubiese las timado sino porque la tarea era demasiado grande. Por ello,
cuando siente que el diluvio avanza, no mira hacia atrás con nos
talgia, como nadie lo hace con mayor hermosura que Rilke en
su
último trabajo, sino que apela a aquellos que emergerán de él, y esta apelación al futuro — a la posteridad— no tiene nada que ve
r con el “progreso”. Aquello que lo alejaba era que se daba cuenta de lo ridículo que sería medir el torrente de
los hechos con la va ra de las aspiraciones individuales; igualar, por
ejemplo, la catás trofe mundial de desempleo con el deseo de seguir una
carrera y con reflexiones sobre el
propio éxito o fracaso, o confrontar la
catástrofe de la guerra con el ideal de una personalidad bien for mada,
o ir al exilio, tal como lo hicieron muchos de sus colegas, con quejas sobre la fama perdida o la vida
interrumpida. No que da un dejo de sentimentalismo en la hermosa y precisa
defini ción de Brecht de un refugiado: “Ein Bote des Unglücks”
(“un mensajero de malas noticias”).30 El
mensaje del mensajero no le concierne.
Los refugiados no sólo llevaban sus desgracias de una tierra a otra, de un continente a otro
(“cambiando de país con más frecuencia
que de zapatos”) sino la gran desgracia del
mundo entero. Si la mayoría se sentía inclinada a olvidar su men saje
incluso antes de saber que nadie ama al portador de malas noticias, ¿no ha sido éste siempre el
problema de los mensa jeros?21
212
Esta frase ingeniosa, más que ingeniosa:
“mensajeros de malas noticias” para referirse a
refugiados y exiliados puede ilus trar la gran inteligencia poética
de Brecht, ese don supremo de condensación que es requisito indispensable de toda
poesía. He aqui otras instancias de su
engañosa y muy condensada forma de
pensar. En un poema sobre la vergüenza de ser alemán, escri to en 1933:
Hdrend
die Reden, die aus deinem Hause drignen, lacht man Aber werdich sieht, dergreift nach dem
Messer.31
O en un manifiesto contra la guerra dirigido a todos
los artis tas y escritores
alemanes de Oriente y Occidente a principios de
la década de 1950: “La Gran
Cartago dirigió tres guerras. Seguía
siendo una gran potencia después de la primera guerra,
todavía habitable después de la
segunda. Inescrutable, después de la
tercera."1112 Capta toda la atmósfera de los años treinta y
cincuen ta, respectivamente, en dos simples oraciones. Y la misma maña reaparece, tal vez con más fuerza, en la siguiente
historia que apareció hace unos años en
una revista de Nueva York. Brecht se
hallaba en Norteamérica cuando se llevaron a cabo los Juicios de Moscú y, según nos cuentan, visitó a un
hombre que seguía siendo de izquierda
pero que era un antiestalinista violento y es
taba
muy
comprometido
en los contra-juicios bajo el auspicio de
Trotsky.
La conversación giró en torno de
la manifiesta inocen cia de los acusados de Moscú, y Brecht, después de
un largo si lencio, dijo: “Cuanto más inocentes son, más merecen morir.”
La oración parece horrible. ¿Pero qué
quiso decir en realidad? ¿Más inocentes
de qué? De aquello que se los acusaba, claro. ¿Y de qué se los acusaba? De conspirar contra
Stalin. Por lo tanto, precisamente
porque no habían conspirado contra Stalin, y eran inocentes del “crimen”, había justicia en la
injusticia. ¿No había sido el deber de
la V e ja guardia” impedir que un hombre, Sta lin, convirtiera la revolución
en un crimen gigantesco? Inútil es decir
que el anfitrión de Brecht no lo entendió; se sintió ofendido
11 De: "Deutschland", Gedichte, vol.lll. “Al oir los discursos que suenan
en tu casa, todo el mundo ríe. Pero el que le ve va en busca de su
cuchilla'
M
Véase M.Kesling. op.eit, 139.
y
le pidió a su invitado que abandonara la casa. Y asi se perdió una de esas raras ocasiones en las que Brecht habló
en contra de Stalin, aunque lo hiciera a
su propio modo, burlón y precavido. Creo que Brecht debió de respirar
aliviado cuando salió a la ca lle: su suerte no lo había abandonado.33
III
Este era entonces el hombre: dotado de una
inteligencia pe netrante,
no teórica y no contemplativa que llegaba hasta el cora zón del
asunto, silencioso y nada deseoso de mostrarse a si mis mo, remoto y tal vez también tímido, no muy interesado
en si mismo pero increíblemente
curioso (de hecho, el “Brecht se diento de conocimientos”, tal como se
denomina a sí mismo en “Solomon Song”
de La ópera de tres peniques) y, primero y más
importante, un poeta, es decir, alguien que debe decir lo indeci ble, que
no debe permanecer en silencio cuando todos callan y que por lo tanto debe cuidarse de no hablar demasiado de las co sas sobre las que todos hablan. Cuando estalló
la Primera Gue rra Mundial tenia dieciséis años y fue llamado en el último
año como asistente médico, de modo que
al principio, el mundo fue para él un
escenario de una lucha sin sentido y el discurso apare cía disfrazado de
ampulosas declamaciones. (Su temprana “Le yenda de un soldado muerto” — un
soldado que una comisión militar de
médicos despierta de su tumba y es declarado apto pa-
55 Véase Sidney Hook: 'A
RecoHectkm of Bertholt Brecht”, en The New Leader, K> de octubre de 1960. Según Benjamín (flP-cit., pág.131), Brecht estaba bien informado sobre todo lo queTrotsky escribió durante la década de
1930; dijo que estos escritos probaban la existencia de una sospecha justificada
que requería un punto de vista escéptico
de los desarrollos rusos. Si la sospecha
probaba ser cierta uno deberla volcarse en contra del régimen ruso en
público, pero, 'afortunada o desafortunadamente, como
gusten' la sospecha todavía no era una
certeza. Un interesante registro de los desesperados intentos de Brecht por llegar a un acuerdo con el gobierno de
Stalin puede hallarse en un viejo
volumen de aforismos, escrito principalmente durante los altos treinta y
hallado entre sus papeles después de su
muerte. Habla sido compilado por Uwe Johnson
y publicado en 1965 bajo el titulo: Mc-ti, Buch der
Weñdungen, que M. Esslin traduce al inglés como: “Book ofTwists and
Turas’ .
ra prestar servicio activo— se inspiró en un
comentario popular sobre políticas preliminares
al final de la guerra, “Man grábt die Toten aus”
(“Están desenterrando a los muertos”], y ha quedado como el
único poema alemán de la Primera
Guerra Mundial que valga la pena recordar.)*4 Pero lo decisivo para sus primeros po
emas no fue tanto la guerra sino el
mundo tal como emergió des pués de “las tormentas de acero", el Stahlgewitter
de Emst Jün- ger había hecho su trabajo.
Este mundo poseía una propiedad que rara
vez se toma en cuenta y que Sartre, después de la Se
gunda Guerra Mundial, describió
con gran precisión: “Cuando los instrumentos están rotos y son inutilizables,
cuando los pla nes están destrozados
y el esfuerzo es inútil, el mundo apaece
con una frescura infantil que
pende del vacío.” (La década de 1920 en
Alemani
a tuvo mucho en común con la década del
cua renta y del cincuenta
en Francia. Lo que sucedió en
Alemania después de la Primera Guerra
Mundial fue la ruptura de la tradi ción, una ruptura que debía ser
reconocida como un hecho
aca bado, una realidad política, un punto de no-retorno, y eso es lo que
sucedió en Francia veinticinco años después. Desde el pun to de vista
político, fue la caída del estado de la nación; desde el punto de vista social, fue la transformación
de un sistema de cla ses en una sociedad de masa; y desde el punto de vista
espiritual, fue el surgimiento del
nihilismo, que durante mucho tiempo ha bía sido la preocupación de unos pocos,
pero que ahora, de re pente, se convertía en un fenómeno masivo.) Tal como lo
sintió Brecht, cuatro años de
destrucción habían limpiado el mundo,
las tormentas habían arrastrado con ellas todo rastro humano, todo a lo que uno podía aferrarse, incluyendo
los objetos cultura les y los valores morales: los golpeados caminos del
pensamien to así como también las firmes normas de evaluación y las sóli das
guías para la conducta moral. Era como si el mundo se hu biese vuelto inocente
y fresco, como en el día de la creación. No
quedaba al parecer nada más que la pureza de los elementos, la simpleza del cielo y de la tierra, del hombre
y de los animales, de la vida misma. Y
el joven poeta se enamoró de esta vida, todo
aquello que la tierra tenía para ofrecer. Y esta terrible e
infantil frescura del mundo de posguerra
se refleja en la horrible inocen-
u ‘ Die Legcnde vom (oten Soldaten’ , en CtdicMt, vol. I.
215
cia
de los primeros
héroes de Brecht: los piratas, aventureros e
infanticidas, el “enamorado
cerdo Malchus” y Jakob Apfelbdck, que
mató a su padre y a su madre a golpes y luego
siguió vivien do como “los lirios del campo.”35
En este mundo limpio y fresco, Brecht se sentía como
en su casa. Si uno quisiera clasificarlo, habría que decir que era
anar quista por disposición e inclinación, pero sería un error ver en él a obro miembro de esa escuela de decadencia y de mórbida fasci nación con la muerte, que en su generación estaba tal vez mejor
representada en Alemania por
Gottfried Benn y en Francia por Louis-Ferdinand Céline.
Los personajes de Brecht (hasta las
muchachas que se ahogan, que nadan
lentamente por los ríos hasta que caen
en la gran soledad de la naturaleza envuelta de paz; hasta Mazeppa, atado a su propio caballo
y arrastrado hasta su muerte) están
enamorados de la vida y con aquello que el cie lo y la tierra tienen para
ofrecer, hasta el punto en que aceptan
de buen grado la muerte y la destrucción. Las últimas dos estro fas de
la “Balada de Mazeppa”36 se encuentran entre los verdade ros versos inmortales
de la poesía alemana:
Drei
Tage, dann musite aües sick zeigen:
Erde
gibt Schweige» und Himmet Gibt Ruh.
Einer
ritt aus mil dem, was ikm zu agen:
M
it Erde und Pferd, mit Langmut und Sckweigen Dann kamen nock Himmel
und Geierdazu.
Drei
Tage ¡ang ritt er durck Abend und Marge
n Bis eraUgenug war, dass er nickt mekr littAis ergerettet ins grosse GeborgenTodmñdin die
ewige Ruke einritt.
A mí me parece inadecuada la versión de Bentley
de estos versos y yo ciertamente no puedo traducirlos con propiedad. Ha
blan del final de un viaje de tres días en la muerte: en el
silencio, el don de la tierra; en el descanso, el don del cielo. “Un
hombre salió a cabalgar con las
cosas que más le pertenecían: con la tie rra y el caballo, con paciencia y
silencio, y luego se unieron a él
buitres y cielo. Cabalgó durante tres días, noche y día, hasta que
fue
lo suficientemente viejo como para no sufrir más, cuando a salvo y cansado hasta la
muerte, cabalgó hacia el gran refugio, hacia el descanso
eterno.” Hay una vitalidad gloriosa y triun fante en esta canción de
muerte y es la misma vitalidad (el senti miento de que es divertido
estar con vida y que un signo del estar
vivo es burlarse de todo) que nos hace encontrar deleite en el cinismo lírico y el sarcasmo de las
canciones de La ópera de tres
peniques. No por nada Brecht se sirvió de una traducción de Villon al francés, algo que la ley alemana,
lamentablemente, lla mó plagio. El celebra el mismo amor por el mundo, la
misma gratitud por el délo y la tierra,
por el mero hecho de haber na cido y estar vivo, y esto a Villon, estoy
seguro, no le habría mo lestado.
Según nuestra tradición, el dios de este amor
despreocupa do,
aleg
re y precipitado por la tierra y el cielo es el
gran ídolo fenicio Baal, el dios de los
borrachos, los glotones y los fornica dores. “Sí, este planeta le agrada a
Baal. aunque más no fuera porque no
existe otro planeta”, dice el joven Brecht en el “Coro del Hombre Baal”, cuyas primera y última
estrofas son de una gran poesía, en
particular, cuando se las toma en conjunto:
Ais im weissen Mutlenchosse
aufwuchs BaalWar der Himmel schon so gross und stiü und fithlJung und nackt und ungekeuer wundersamWie ihn Baal dann liebte, ais Baal kam.
Ah im dunklen Erdenschosse
faulte BaalWar der Himmel noch so gross und still und fahl Jung
und nackt und ungekeuer uwnderbarWie ihn
Baal einst liebte, ah Baal war.31
Lo que importa aquí es el cielo, el cielo que
estaba alb' antes que el hombre y que seguirá estando después
que el hombre ha-
*’ “Der Choral vom Grossen Baal*, ibUem. La traducción de la
primera y la última estrofa: “Cuando Baal creció dentro del
blanco vientre materno, estaba el cielo,
grande, quieto y pálido, joven y desnudo e inmensamente maravilloso,
tal como luego Baal lo amó cuando Baal
llegó.
“Cuando
dejaron a Baal para que se pudra dentro del oscuro vientre de la Tierra, todavía estaba el cielo, grande, quieto y pálido, joven y
desnudo e inmensamente maravilloso, tal
como Baal lo habla amado cuando 7
ya desaparecido, de modo que lo mejor que
puede hacer el hom bre es amar
aquello que es durante un corto tiempo. Si fuera crí tico literario, pasaría a hablar ahora de la parte importante
que juega el cielo en los poemas
de Brecht y en particular, en sus po cos poemas de amor. El amor, en “Recuerdo
de Marie A.”,38 es la nubecilla blanca
pura contra el azul aun más puro del cielo de ve rano, que florece allí
durante algunos instantes y luego se desva nece con el viento. En The Rise
and Faü o f the City Mahagonny, el
amor es el vuelo de las grullas que vuelan a través del délo junto a la nube, es el hecho de que grulla y nube
comparten el cielo du rante unos breves instantes de vuelo.39 En este mundo no
existe el amor eterno, ni siquiera la
lealtad común. No hay otra cosa que la
intensidad del momento; es decir, la pasión, que incluso es un poquito más efímera que el hombre mismo.
Baal no puede ser el dios de ninguna orden
social, y el reino que gobierna está poblado por los desterrados de la
sociedad, los parias que, al vivir fuera de la civilización, tienen una
relación más intensa y, por lo tanto, más auténtica, con el sol, que se le vanta y se pone con majestuosa indiferencia
y brilla sobre toda criatura viviente.
Está, por ejemplo, la “Balada de los
piratas”, con su barco lleno de hombres
salvajes, bebedores, pecadores y mal
hablados, inclinados hacia la destrucción.40
Estos hombres están en un barco signado
por la fatalidad, hartos de la
bebida, de la oscuridad, de la lluvia
sin precedente, cansados del sol y del frío, a merced de los elementos,
precipitándose a su ruina. Y luego viene
el estribillo: “Oh, cielo, radiante, de un azul sin nu bes. ¡Un viento
tremendo en nuestras velas! Que el viento y el
cielo se vayan, si tan sólo se quedara el mar alrededor del Saint Mary (el barco)”.
Von Branntwein tolt und Finstemissen! Von unerhdrten Güssen nass!
Vom F m t eisweisser Nacth zerrissenf Im Mastkorb, von Gesichten blass!
Von
Sonne nackt gebrannt und krank!
"
“Erinnerung an die Marie A.', en Gtdichlt, vol. I.
**
“Die Liebenden”, en Gtdichtt, vol. II.
*#
La “Ballade von den SeerSubern’ , de HauspostiUt, en Gtdichtt, vol. I.
(Die
hatten sie im Winter lieb)
Aus
Hunger, Fieber und Cestank Sang alies, was noche ibrig blieb:
O Himmel, strahlender Azur! Enormer Wind, die Segel bláh!
Lasst
Wind und Himmel fahren! Nur Ijasst uns um Sankt Marie die See!
Elegí la primera estrofa de esta balada
(hecha para ser reci tada
en una especie de candoncilla, para la que
Brecht escribió la músi
ca) porque ilustra otro
elemento muy llamativo en estos himnos a
la vida, es
decir, el elemento de un orgullo diabólico ca racterístico de todos los aventureros y parias de Brecht, el orgu
llo de los hombres absolutamente despreocupados, que sólo
se inclinan ante las fuerzas catastróficas de la naturaleza y
nunca ante las preocupaciones
cotidianas de una vida respetable, y mu cho menos, ante las preocupaciones más
importantes de un al ma respetable. Sea cual fuere la filosofía con la que
nació Brecht (opuesta a las doctrinas
que luego tomó de Marx y Lenin), ésta
figura en el Manual de la piedad, claramente articulada en
dos poemas perfectos, el “Gran Himno de
la Acción de Gracias” y “Contra la
tentación”, que luego fue incorporado a The Rise and Fall o f the City Mahagonny, El “Gran
Himno” es una imitación exacta del gran
himno barroco de Joachim Neander: “Lobe den
Herren”, que todos los niños alemanes conocen de memoria, laquinta y última estrofa de Brecht dice lo
siguiente:
Lobet
die Kdlte, die Finstemis und das Verderben! Schauet hinan:
Es
kommet niela auf euch an
Und
ihr konnt unbesorgt sterben.*1
“Contra la tentación” consiste en cuatro
estrofas de cinco versos que alaban la vida, no a pesar de la
muerte sino debido á ella:41
41 “Grosser DankchoraT, ibldem. ‘Alaba d frío, la oscuridad y la ruina.
Mira hacia los cielos: Tú no importas y puedes morir sin temor.” Según las
notas de Hugo Schmid t de las
traducciones de Eric Bentley de la
Lasst evch nicht verfiihren! Esgibtkeine Wiederkehr.
Der
Tagstekt in den Turen;
Ihr
kdnnt sehon Nacktmnd
spüren: Es
kommt kein Morgen mehr.
Was kann euch Angst noch rühren? Ihrsterbt mit alien Tieren
Und
es kommt nickts naehler*2
Creo que en ninguna otra parte de la literatura moderna
hay un entendimiento tan claro de que aquello que Nietzsche
llamó “la muerte de Dios
no necesariamente lleva a la desesperación
sino, por el contrario, como elimina el temor del Infierno,
puede terminar en mero júbilo,
en un nuevo “sí" a la vida. Dos pasajes
en cierta forma comparables, me vienen a la mente. En uno, de Dostoievski, el Demonio habla en
términos casi idénticos con Iván
Karamazov: “Cada hombre sabrá que es totalmente mortal, sin resurrección, y recibirá la muerte con
calma y orgullo, como un dios.” El otro,
es el agradecimiento de Swinburne a:
Sean
cuales fueren los dioses
Que ninguna vida es para siemp
re; Que los muertos nunca se levantan; Que hasta
el río más cansado
llega
sano y salvo al mar.
Sin embargo, en Dostoievski el pensamiento es una
inspira ción
del Demonio, y en Swinburne. un
pensamiento inspirado por el cansancio,
un rechazo de la vida como algo que ningún
hombre desea tener dos veces. En
Brecht,
el pensamiento de la ausencia de Dios y
de la- ausencia del después no indica ansie dad sino una liberación del temor.
Y Brecht debió de captar este aspecto de
la cuestión tan rápidamente porque creció en un me dio católico; es obvio que
creía que cualquier cosa era preferible
a permanecer sentado en la tierra con la esperanza del Paraíso y el temor del Infierno. Lo que se rebeló en él
contra la religión no fiie la duda ni el
deseo; fue el orgullo. En su entusiasta negación41
41 *Gegen
Verfiihrung", ibídtm. “|No los dejes tentarte!
No hay repetición
de
la religión y su alabanza
de Baal, el dios de la tierra, hay una gratitud casi explosiva. Dice: nada es más
importante que la vida y no se nos ha dado
otra cosa; es difícil hallar esa gratitud en la tendencia moderna hacia el nihilismo o en la
reacción en su contra.
Hay, sin embargo, elementos nihilistas en la primera
poesía de Brecht y nadie ha sido más consciente de ello que el
mismo Brecht. Entre los
poemas póstumos hay unos cuantos versos ti
tulados: “Der Nachgeborene”, o “El recién
llegado” que resu men mejor el nihilismo que volúmenes enteros de
argumentos: “Admito que no tengo
esperanzas. Los hombres ciegos hablan de
una salida. Yo puedo ver. Cuando se agoten todos los errores, nos quedaremos con el último compañero al
otro lado de la me
sa: la nada."43 The Rise and Fall of
the City Mahagonny, que es la única obra teatral nihilista
de Brecht, trata sobre el último error, el suyo propio, el error de que aquello que la vida tiene
para ofre cer Óos grandes placeres de la comida, la bebida, la fornicación y el boxeo) podrían ser suficientes. La ciudad es una especie de lugar donde se excava oro, erigida con el único propósito de pro porcionar
diversión, de complacer la alegría del hombre. Su le ma es: “ Vor
allem aber achtet scharf/Dass
man hier alies dürfen d a
tf (“Antes que nada, comprende que aquí todo está permiti do”) . Hay dos
razones para la caída de la ciudad, la más obvia es que aun en la ciudad donde todo está
permitido no está permiti do no poseer el dinero para pagar las propias
deudas; la segunda razón subraya esta
trivialidad: la percepción de que la ciudad del
placer terminará creando el mayor aburrimiento imaginable, pues sería un lugar “donde nunca ocurre nada”
y donde un hom bre podría cantar “¿Por qué no comerme el sombrero si no tengo otra cosa que hacer?”44
El aburrimiento fue entonces
el final del primer encuentro del poeta con el
mundo, el final de una época
maravillosa, alegre y amante de
la vida cuando cayó a través de la selva de lo que una vez había sido una de las grandes ciudades de
Europa, soñando con las selvas de todas
las ciudades, soñando con todos los con tinentes y los siete mares, enamorado
sólo de la Tierra, del cielo
° En GtdichU, vol. II.
y de los árboles. A fines de la década de
1920, debió de haber co menzado a darse cuenta de que esta caída sin peso, no
desde el punto de vista poético sino humano, lo condenaba a la irrelevan cia,
que el mundo era una selva sólo metafóricamente, y en reali dad, un campo de
batalla.
IV
Fue la compasión lo que devolvió a Brecht a la
realidad y ca si
mató su poesía.
Cuando reinaba el hambre, se rebeló contra
aquellos que morían de hambre: “M e dicen: Come y bebe, ¡y alé grate de
hacerlo! ¿Pero cómo puedo comer y beber cuando le ro bo la comida al
hombre que está hambriento, y
cuando mi vaso de agua lo necesita
alguien que se está muriendo de sed?”41***4S La
compasión fue, sin duda, la más importante y la más feroz de las pasiones de Brecht, de aquí que hiera la que
más ansioso estaba por ocultar y también
la que menos logró hacerlo; se transparen-
ta a través de casi todas las obras que escribió. Aun a través de
la diversión cínica de La ópera de
tres peniques, resuenan versos acusadores:
Erst
muss es móglich sein auch armen Iluten Vomgrossen Brotlaibsick ihrTeilzu schneiden*6
Y lo que aquí se cantaba en tono burlón, fue
su tema princi pal hasta el final:
El leitmotiv era la feroz tentación
de ser bueno en un mundo y bajo
circunstancias que hacen de la
bondad algo imposible y contraproducente. El dramático conflicto en las obras de
Brecht es casi siempre el mismo: aquellos que, obligados por la
com pasión, intentan cambiar el mundo no pueden permitirse ser buenos. Brecht descubrió por instinto aquello que los
historia dores de la revolución no pudieron ven es decir, que los
revolu cionarios modernos desde Robespierre hasta Lenin estaban im pulsados por la
pasión de la compasión: te zéle
compatissant de Robespierre, que
seguía siendo lo suficientemente
inocente co mo para admitir abiertamente esta poderosa atracción hacia “les hommesfitibles* y “les malheurewf.
“Los clásicos”, Marx, Engels y Lenin, en el lenguaje codificado de Brecht,
“eran los hombres más compasivos
de todos” y aquello que los distinguía de la
“gente ignorante” era que ellos sabían cómo “transformar” la emoción de la compasión en la emoción de la
“ira”. Sabían que “la piedad es lo que
no se les niega a aquellos a quienes se les re chaza ayuda.”4* De aquí que
Brecht se convenciera, casi sin dar se cuenta, de la sabiduría del precepto de
Maquiavelo para los príncipes y los
hombres de estado, que deben aprender “cómo
no ser buenos” y comparte con Maquiavelo la sofisticada y al pa recer
ambigua actitud con respecto a la bondad que ha estado abierta a tantos malentendidos, tanto en su
caso como en el de su predecesor.
“Cómo no ser bueno" es el tema de St.
Joan ofthe Stockyards, la maravillosa
obra de su primera época que trata de una mucha cha de Chicago
en el Ejército de Salvación que debe aprender
que el día en que uno abandona el mundo es más importante de jar detrás
de sí un mundo mejor que haber sido buena. La pure za, la osadía y la
inocencia de Joan se comparan en las obras de
Brecht con Simone en Las visiones de Simone Machará, la niña que sueña con Juana de Arco bajo la ocupación
alemana y con la niña Grusche en El
círculo de tiza caucasiano, donde se define
de una vez todo el predicamento de la bondad: “La tentación de ser bueno es terrible” (“Schrecklich ist
die Verführung zur Güte”),
irresistible en su atracción, peligroso y sospechoso en sus con secuencias
(¿Quién conoce la cadena de sucesos que resultan
4*
Las citas son de: Me-ti, Buck dtr Wendungen.
de lo que se hizo impulsivamente? ¿El
gesto simple no lo distra erá de tareas mucho más importantes?), pero también irrevoca
blemente terrible para él, demasiado ocupado ya sea con su pro pia supervivencia o con salvar al mundo,
que resiste la tentación: “Ella que no
escucha el grito de ayuda y pasa por allí distraída: nunca más volverá a oír el sonido suave
del ser amado, o al mir lo al amanecer, o el alegre suspiro del vendimiador cuando las campanas anuncian el Angelus.”49
Si uno debe o no ceder ante la tentación
y cómo resolver los conflictos que inevitablemente causa el hecho de ser bueno son los temas
recurrentes de las obras de Brecht. En E
l círculo de tiza caucasiano, la muchacha
Grusche cede a la tentación y todo termina bien. En La buena mujer de Setzuan, resuelve el problema
creando un doble rol: la mujer,
demasiado pobre como para ser buena, que literalmente no puede permitirse la piedad, se convierte
en un duro empresa rio durante el día, hace mucho dinero engañando y
explotando a la gente y a la noche dona
las ganancias del día a la misma gente.
Esta era una solución práctica, y Brecht era un hombre muy práctico. Este mismo tema también está
presente en Madre Co raje (no obstante la propia interpretación de
Brecht), así comotambién en Galileo. Y cualquier duda que quede
sobre la autenti cidad de esta
apasionada compasión debe quedar aclarada al le er la última estrofa de
la canción final de la versión para cine de
La ópera de tres peniques:
Den» die einen sind im Dunkeln Und
die anden sind im Lickt.
Und man siehet die im LkkteDie im Dunkeln siekt man nickt.*•
Desde la Revolución Francesa, cuando al igual
que un to rrente, la inmensa corriente de los pobres estalló por
primera vez en las calles de
Europa, hubo muchos de los revolucionarios
que, al igual que Brecht, actuaron por compasión y ocultaron su compasión, bajo la cubierta de teorías
científicas y una retórica
'• Dtr Kaukosache
Kreiseknis,
escrita en 1944-45, en Stiickt, vol. X.
M “Pues algunos están en la
oscuridad y otros, a la luz. Y se puede ver a
aquellos que están a la
luz, los que están en la oscuridad no se ven.* CedickU, vol. II.
tenaz, por vergüenza. Sin
embargo, muy pocos de ellos com prendieron el insulto que sumaban a las vidas lastimadas
de los pobres por el hecho de que sus sufrimientos permanecían en la oscuridad y ni
siquiera quedaban registrados en la memoria de
la humanidad.
MUk&mpftnd fiigen die grossen
umstiirzenden Lehrerdes Volkes Zu der Geschichte der herrschenden Klassen die der beherrschten.il
Asi es como lo explicó Brecht en su versión poética
curiosa mente
barroca del “Manifiesto
Comunista”, que planeaba como parte de
un largo poema didáctico “Sobre la naturaleza
del hom bre”, escrito según el modelo
de
Lucrecio: “Sobre la naturaleza de las
cosas”, y el cual es casi un fracaso total. De cualquier ma nera,
comprendía y se sentía indignado no sólo por los sufri mientos de los pobres
sino también por su oscuridad; al igual
que John Adams, pensaba en los pobres como el hombre invisi ble. Y fue
por esta indignación que empezó a albergar la espe ranza de que algún día las
cosas se dieran a la inversa, cuando se
volvieran realidad las palabras de San Justo: “Les malheureux sont la puissance de la terre”.
Además, fue por un sentimiento de solidaridad
con los po bres
y los oprimidos que Brecht escribió
gran parte de su poesía en forma de balada. (Al igual que otros del siglo —S.H.
Auden, por ejemplo— , tenía facilidad en los géneros poéticos del
pasado y, por lo tanto, tenía la libertad de elección.) Pues la
balada, que provenía de
canciones callejeras y populares, a diferencia de los espirituales
negros que provenían de las
interminables estrofas con las
que las jóvenes sirvientas en la cocina lamentaban a amantes desleales y a infanticidas ¡nocentes (“Die Morder, do nen
vid Leides geschah” (“Los asesinos muy afligidos por el do lor”]),
siempre había sido la vena de la poesía no registrada, la forma del arte donde la gente condenada a la
oscuridad y la indi ferencia intentaba registrar sus propias historias y crear
su pro pia inmortalidad poética. Está de más decir que las canciones po
pulares habían inspirado una gran poesía en idioma alemán an-
“ ‘ Los grandes maestros subversivos del
pueblo, al participar en esta lucha, agregan la
historia de las clases gobernadas a la de las clases gobernantes* En “Das Manifest”, Gedichie, vol. VI
tes
de Brecht.
Las voces de las jóvenes sirvientas suenan a tra vés de algunas de las canciones alemanas más hermosas,
desde Mfirike hasta el joven Hofmannsthal, y antes de Brecht el
maes tro del Moritat era Frank Wedekind.
La balada donde el poeta se convierte en
relator tenía grandes predecesores, incluyendo a Schiller y otros poetas antes y
después de él y, gracias a ellos, ha bía perdido gran parte de su popularidad
junto con su crudeza original. Sin
embargo, ningún poeta antes que Brecht se había
apegado con tanta consistencia a estas formas populares y había logrado llevarlas al rango de la gran poesía.
Si sumamos todo esto (la carencia de peso y el
deseo no tan to
de gravedad sino de
gravitación para un punto central que se ría relevante dentro del escenario del mundo moderno; más la compasión, la incapacidad casi natural o,
tal como habría dicho Brecht, animal para
soportar ver el sufrimiento de los demás),
es fácil comprender su decisión de unirse al Partido Comunista, ba jo
las circunstancias de la época. En cuanto a Brecht, el factor principal de su decisión fue que el Partido no sólo había hecho
propia la causa de los desafortunados sino que también poseía un cuerpo de escritos de los que se podían
sacar conclusiones y citas como si se
tratara de la Biblia Este era el mayor deleite de Brecht. Mucho antes de haber leído todos los
libros (de hecho, una vez que se unió a
sus nuevos camaradas) comenzó a hablar
de Marx, de Engels y de Lenin como los “clásicos."5152 Pero lo
más importante era que el partido le
daba la oportunidad de un con tacto diario con aquello que su compasión ya le
había dicho que era una realidad: la
oscuridad y el gran frío en este valle de lágri mas.
Bedenkt das Dunkel und die grosse Kálte In diesem Tale, das von Jammer schollt.*3
51 En Benjamín, op.cit, se puede leer con placer que Brecht tenia
susdudas. Compara a los teóricos marxistas con los clérigos iPfafftn) a quien odia con profundidad, con un odio heredado de su
abuela. Al igual que los sacerdotes, los
marxistas siempre formarán una camarilla; “el marxismo ofrece
demasiadas oportunidades de
interpretación*
11 ‘ Piensa en la oscuridad y en el gran
frío de este valle donde resuenan
De
ahora en adelante, tendría otra cosa que hacer.
Y
aquí es donde empezaron sus problemas, y nuestros pro
blemas con él. Apenas se
había unido a los comunistas cuando descubrió que para cambiar
el mundo malo y convertirlo en uno bueno no bastaba con “no ser bueno” sino que había que
conver tirse en malo, y
que
para poder exterminar la maldad había que
estar dispuesto a
hacer cualquier cosa vil. Pues: “¿Quién
eres? Húndete en la mugre, soborna
al carnicero, pero cambia el mun do, el mundo necesita un cambio.”
Trotsky proclamó aún en el exilio: “Sólo
podemos estar bien con y por el
Partido, pues la his toria no ha proporcionado ninguna otra manera
de estar bien”, y Brecht elaboró: “Un
hombre tiene dos ojos, el Partido tiene mil ojos, el Partido ve siete países, un
hombre ve una ciudad... Un hombre puede
ser destruido, pero el Partido no puede ser des truido. Pues... dirige su
lucha con los métodos de los clásicos,
que fueron extraídos del conocimiento de la realidad.”54 La con versión
de Brecht no fue tan simple como parece ahora. Hubo contradicciones, herejías, que se filtraron
hasta en sus versos más militantes: “No
dejes que nadie te convenza, descúbrelo tú
mismo; lo que no sabes por ti mismo, no lo sabes; examina la cuenta, tú tendrás que pagarla.”55 (¿Acaso el
Partido no tiene mil ojos para ver lo
que yo no puedo ver? ¿Acaso el Partido no cono ce siete países mientras que yo
sólo conozco la ciudad donde vi vo?) Sin embargo, estos eran sólo deslices
ocasionales, y cuando el Partido (en
1929, después de Stalin, en el Décimosexto Con greso Partidario, había
anunciado la liquidación de la derecha y
dejado la oposición) comenzó a liquidar a sus propios miembros, Brecht sintió que lo que el Partido
necesitaba era una defensa por matar a
los propios camaradas y a gente inocente. En Measu- re Taken muestra cómo y por qué
razones los inocentes, los bue nos, los humanos, aquellos que se indignan ante
la injusticia y acuden corriendo a
ayudar al necesitado son asesinados. Pues
las medidas tomadas son asesinar a un miembro del Partido por sus propios camaradas y la obra no deja lugar
a dudas de que él
M Cito de las canciones de Die Massnahmt la única obra estrictamente comunista
que Brecht haya escrito jamás. Véase: 'Andere die W dt siebraucht es* y *Lob der Partei* en Gediehte, voL m
55
"Lob des Lemens’ , ibídem.
227
era
el mejor de todos ellos, desde el punto de vista humano. Pre cisamente debido a su bondad, se había
convertido en un obs táculo para la Revolución.
Cuando se estrenó esta obra a principios de la
década de 1930, en Berlín, causó mucha indignación. Hoy nos damos cuen
ta de que lo que Brecht decía en su obra era sólo una pequeña parte de la terrible verdad,
pero en esa época (años antes de los
Juicios de Moscú) todo esto
era desconocido. Aquellos que en tonces eran opositores de Stalin, tanto dentro como fuera del Partido, se sintieron indignados
de que Brecht hubiese escrito una obra
defendiendo a Moscú, mientras que los estalinistas ne gaban con
vehemencia que cualquier
cosa vista por este “inte lectual”
correspondiera a las realidades
del
Comunismo en Ru sia. Dios sabe que
Brecht jamás tuvo un menor agradecimiento
por parte de sus amigos y camaradas que con esta obra. La razón es
obvia. Había hecho lo que siempre harán
los poetas si se los deja solos: Ijabía anunciado la verdad
hasta el punto en que esta verdad se
había hecho visible. Pues la simple verdad de la cues tión era que esta
gente era asesinada y que los comunistas, que
no habían parado de luchar contra sus enemigos (esto vino des pués),
habían comenzado a matar a sus amigos. Era sólo un co mienzo, que mucha gente
sigue perdonando como un exceso del
fervor revolucionario, pero Brecht era lo suficientemente in teligente como
para ver el método en la locura, a pesar de que no preveía que aquellos que pretendían trabajar
para el Paraíso ha bían comenzado a establecer el Infierno en la Tierra, y que
no había maldad ni traición que no
estuviesen preparados a perpe trar. Brecht había mostrado las reglas según las
cuales se jugaba el infernal juego y,
obviamente, esperaba el aplauso. Por desgra cia, había pasado por alto un
pequeño detalle: no estaba en los in tereses del Partido, ni era su intención,
hacer que se dijera la verdad, y mucho
menos por uno de sus simpatizantes tan procla mados. Por el contrario, el
objetivo, en lo concerniente al Parti do, era decepcionar al mundo. Al releer
esta obra que una vez causó tanto
estupor, se toma conciencia de los terribles años que nos separan de la época en que fue
escrita y producida por primera vez.
(Brecht no volvió a producirla luego, en Berlín
Oriental, y por lo que sé, no ha aparecido en ningún otro teatro; sin embargo, hace unos años, gozó de una
extraña popularidad
228
en las universidades
norteamericanas). Cuando Stalin se prepa ró para liquidar a la vieja guardia del Partido
Bolchevique, se ne cesitaba la
previsión de un poeta para saber que se liquidaría a los
mejores elementos del movimiento durante la década si guiente. Pero lo
que en realidad sucedió (y hoy casi se ha olvida do, a la sombra de horrores
aun más terribles), comparado con la
visión de Brecht, es como comparar una verdadera tormenta con una tormenta en una taza de té.
V
Para mi propósito, que es el
de presentar m¡ tes
is de que los verdaderos pecados de un poeta son vindicados por los dioses de la poesía, Measure Taken es una
obra importante. Desde un punto de vista
artístico, ésta no es una mala obra. Contiene exce lentes líricas, entre ellas
la “Rice Song" que fue muy conocida y
cuyo ritmo sigue sonando bien incluso hoy:
Weiss ich, was ein Reís i
st? Weiss ich, werdas weiss!
Ich weiss nicht, was ein Reis ist Ich
kenne nurseinen Preis.
ich, was ein Mensch ist? Weiss
ich, werdas weiss!
Ich weiss nicht, was ein Mensch ist Ich
kenne nurseinen Preis.5*
Sin duda la obra defiende con toda seriedad —
no como una burla o por una seriedad sarcástica al estilo de Swift— las
cosas que están por sobre lo moralmente malo, las que son
indecible mente atroces. Y, sin embargo, la fortuna poética de Brecht
no lo44
perdonó
porque él siguió diciendo la verdad, una verdad atroz, con la cual equivocadamente trató de pactar.
Los pecados de Brecht
fueron revelados por primera vez después de que los nazis tomaron el poder y tuvo
que en frentarse a las realidades del Tercer Reich desde afuera. Partió hacia el
exilio el 28 de febrero de 1933, el
día después del incendio de Reichstag.
Los “clásicos” por los cuales trataba de
determinar su rumbo no le permitieron reconocer lo que en realidad hacía Hitler. Comenzó a mentir
y escribió
el duro diá logo en prosa de Fear and Misery ofthe Third Reich que anticipa
los llamados “poemas” posteriores, que son de estilo perio dístico y están divididos en versos.
Hacia 1935 o 1936, Hitler
había liquidado el hambre y el desempleo; por lo tanto para
Brecht, que había aprendido de los “clásicos”, ya no
quedaban pretextos para no alabar a
Hitler. Al buscar uno, se negó a
reconocer lo que era evidente para todos: que los verdade ramente
perseguidos no eran trabajadores sino judíos, que aque llo que importaba era
la raza y no la clase. No había una sola lí nea en Marx, Engels o Lenin que
hablara de esto y los comunis tas lo negaban; no era más que una suposición de
las clases go bernantes, decían, y Brecht, que se negaba a “averiguar por
sí mismo”, cayó en la trampa. Escribió
unos cuantos poemas sobre las
condiciones en la Alemania nazi, todos bastante malos; uno de ellos se titulaba: “El entierro del
agitador en un ataúd de zinc.”57 Habla
de la costumbre nazi de enviar a sus hogares en
ataúdes sellados los restos de las personas muertas a golpes en los campos de concentración. El agitador de
Brecht había subi do este destino porque había sermoneado: “comer hasta no po
der más, un techo sobre sus cabezas, alimentar a sus hijos”; setrataba de un demente, pues nadie tenía hambre en la Alemania de
esa época y el lema nazi de la Volksgemeinsckoft
(comunidad popular) no era mera propaganda. ¿Quién se habría molestado en sacarlo del camino? Este hombre
había muerto en el verdade ro horror y por eso había que esconderlo en un
ataúd de zinc. El ataúd de zinc era
importante, pues Brecht no siguió la indicación
del título; en su versión, el destino del agitador no era peor que el de un opositor de cualquier gobierno
capitalista. Y esto era
”
“Begrabnis des Hetzers im Zinksarg.’ en Gedichtt, vol. Í1L
mentira. Lo que Brecht quería decir era que
existía una diferen cia
de grado entre los países bajo gobiernos
capitalistas. Y esto era una doble
mentira, pues en los países capitalistas no se gol peaba a los
opositores hasta causarles la muerte y luego se los enviaba a casa en un ataúd de zinc, y
Alemania ya había dejado de ser un país
capitalista, tal como lo sabrían muy pronto Schacht y Thyssen. ¿Y qué pasó con Brecht? Había
escapado de un país donde todos podían
comer hasta el hartazgo, tenían un techo y
podían alimentar a sus hijos. Así es como era, y no pudo hacerle frente. Ni siquiera se distinguen los poemas
en contra de la gue rra de estos años.58
Sin embargo, por malo que fuera el trabajo de
este período, no fue el fin.
Los años de exilio, a medida que fueron pasando y alejándolo cada vez más de la confusión
que había sido la Alema nia de posguerra, tuvieron un efecto muy saludable en su pro ducción. ¿Qué podía ser más
tranquilo en la década de 1930 que los
países escandinavos? Y sin importar
lo que haya dicho contra Los Angeles, no
era un lugar famoso por los trabajadores sin em pleo y los niños
hambrientos. A pesar de que lo habría negado
hasta el día de su muerte, la evidencia poética demuestra que co
menzaba a olvidar lentamente a los “clásicos” y que su mente ha bía comenzado
a elaborar temas que nada tenían que ver con el
capitalismo o la lucha de clases. De Svendborg surgieron poe mas como
“La leyenda sobre el origen del libro Tao-te Chiqg du rante el viaje de
Lao-tse hacia el exilio" que, de estilo narrativo y sin intentar experimentar con el lenguaje o
el pensamiento es uno de los poemas más
consoladores de nuestro siglo.59 Al igual
“ Pareceque Brecht había pensado mejore)
asunto. En un artículo llamado “La otra Alemania:
1943” y publicado por CAW (u na
publicación SDS) en febrero de 1968 sin indicación alguna de su fuente, trató
de explicar por qué la clase trabajadora
alemana apoyaba a Hitler. La razón es que “se había acabado con
el desempleo |por el Tercer Reich). De
hecho, esto se había logrado con una rapidez y un alcance tan extraordinarios que
parecía una revolución.” La explicación,
según Brecht, era la industria de guerra, y “la verdad es que la guerra está en el interés de los trabajadores
siempre y cuando no sacuda el sistema bajo
el cual viven.” *E1 régimen tuvo que elegir la guerra porque todo el
pueblo necesitaba la guerra sólo bajo
este régimen y por lo tanto tenían que buscar otra forma de vida.”
" “Legende von der Entstehung des Buches
Taoteking auf dem Weg
des Laotse in die Emigradon", en Cedichte, vol. iv
que muchos de los poemas de Brecht, quiere
enseñar (en su mundo, poetas y maestros viven muy cerca),
pero esta vez la lec ción es de no violencia y de sabiduría*
Dass das weiche Wasser i*
Bewegung Mit derZeit
den mdchtigen S¡ein Besiegt. Du ventehst, das Harte
unterüegt.
"Esa suave agua en
movimiento vence a la dura piedra con el tiempo. Comprendes, los fuertes son vencidos.” Y de
hecho, lo fueron. Este poema no había sido publicado cuando, a comien zos
de la guerra el gobierno
francés decidió poner a sus refugia dos de Alemania en campos de concentración, pero en la prima vera de 1939, Walter Benjamín lo había llevado de regreso a Pa rís de una visita a Brecht en Dinamarca
y rápidamente, como un rumor de buenas
nuevas, viajó de boca en boca (fuente de con suelo, paciencia y
resistencia) allí donde más se necesitaba esta
sabiduría. Puede ser importante que en la secuencia de los poe mas de
Svendborg al poema de Lao-tse le sigue: “Una visita con los poetas exiliados*. Al estilo de Dante, el
poeta desciende al mundo inferior y se
encuentra con sus colegas muertos, que una
vez tuvieron problemas con las potencias del mundo superior.Ovidio y Villon, Dante y Voltaire, Heine,
Shakespeare y Eurípi des están sentados
ju ntos y dan consejos en forma de b
urla, pero entonces “llega un llamado del rincón más oscuro: ‘Ustedes, allí, ¿conocen sus líneas de memoria? Y aquellos
que las conocen ¿sobrevivirán a la
persecución?* Y Dante explica con tono pausa do: *Estos son los poetas
olvidados; no sólo se destruyeron sus
cuerpos sino también sus trabajos’. La risa cesa en forma abrup ta
Nadie se atreve a mirar al huésped. Se había puesto blanco.”10 Bien, Brecht no necesitaba preocuparse.
Aun más notables que los
poemas fueron las obras de teatro que escribió
durante estos años de exilio. Después de la guerra, sin importar lo que el Conjunto de
Berliner tratara de hacer, ca da vez que se ponía en escena Galileo en
Berlín Oriental, cada verso sonaba como
una declaración abierta de hostilidad al régi men, y se la comprendía como
tal. Hasta este período, Brecht ha-
bía evitado en forma consciente (por medio del
llamado teatro épico)
crear personajes que tuvieran individualidad, pero ahora, de repente,
sus obras estaban pobladas por personas de verdad, las que, si no eran personajes en el
viejo sentido, eran claramen te figuras únicas e individuales, tales como Simone Machard, la buena mujer de Setzuan,
Madre Coraje, la joven Grusche, la jue za Azdak en El circub
de tiza caucasiano y Galileo, y
Puntila y su sirvienta Matti. En la actualidad, todas las obras de este grupo forman parte del repertorio del buen teatro tanto dentro como fuera de Alemania, a pesar de que
cuando Brecht las escribió pa saron inadvertidas. Sin duda, esta fama tardía
es un tributo al propio mérito de
Brecht, y no sólo el mérito del poeta y drama turgo sino también el de un
dotado director teatral, que tenía a su
disposición a una de las grandes actrices de Alemania, Hele- ne Weigel, quien «-a su esposa. Sin embargo,
esto no altera el hecho de que todo lo
que se ponía en escena en Berlín Oriental
había sido escrito fuera de Alemania. Una vez que regresó allí, su facultad poética se secó de un día a otro.
Por fin debió darse cuenta de que se
enfrentaba a circunstancias que ninguna cita de los “clásicos” podía explicar o justificar.
Había caído en una si tuación donde su propio silencio, y mucho más su
ocasional ala banza de los carniceros, era un crimen.
Los problemas de Brecht comenzaron cuando
quedó engagé (tal como diríamos hoy, ya que el concepto aún no existía), cuan
do trató de ser algo más que
una voz, que fue como había empe zado. ¿Una voz de qué? No de sí mismo
sino del mundo y de todo lo que era
real. Sin embargo, eso no era suficiente. Ser una voz de lo que creía era la realidad lo había
apartado de lo real; ¿no es taba en camino de convertirse en lo que menos
quería, un gran poeta solitario más en
la tradición alemana, en lugar de aquello
que más quería, un poeta del pueblo? Y sin embargo, cuando en tró en el
grueso de las cosas, llevaba su lejanía de poeta a esa nueva realidad, no obstante su aguda
inteligencia. No fue tanto su falta de
coraje como esta lejanía de la realidad lo que hizo que no rompiera con el partido que había matado a
sus amigos y se había aliado con su peor
enemigo y el negarse a ver, por los “clá sicos”, lo que en realidad sucedía en
su patria, algo que en sus momentos más
prosaicos comprendía demasiado bien. En los
últimos comentarios de La increíble ascensión de Arturo U i (una
sátira sobre la “irresistible” ascensión de
Hitler al poder y no una de sus grandes obras) deda: “Los grandes
criminales políticos deben ser expuestos por todos los
medios, en especial el ridículo. Pues no son grandes criminales políticos sino perpetradores de grandes crímenes políticos, que no es lo
mismo... El fracaso de las empresas de
Hitler no significa que Hitler era
un estúpido, y el alcance de sus empresas
no significa que fuera un gran hom bre.”61 Esto es mucho más de lo que comprendían
los intelectuales en 1941, y es precisamente esta extraordinaria
inteligencia, irrumpiendo como un rayo a
través del murmullo de las triviali dades marxistas, lo que hizo que resultara
tan difícil para los hombres buenos
perdonar los pecados de Brecht, o reconciliar se con el hecho de que podía
pecar y escribir buena poesía al mismo
tiempo. Pero por fin, cuando regresó a Alemania Orien tal, en especial por
razones artísticas, debido a que su gobierno
iba a darle un teatro (es decir, por aquel “arte por el bien del ar te”
que había denunciado con tanta vehemencia durante casi treinta años), lo alcanzó su castigo. La
realidad lo abrumaba has ta el punto de no poder seguir siendo su voz; había
logrado estar en la parte turbia y había
probado que éste no era un buen lugar
para un poeta.
Esto es lo que puede enseñarnos el caso de
Bertolt Brecht y lo que debemos tomar en cuenta cuando lo juzgamos en la actualidad, tal como debemos, y brindarle
nuestro respeto por todo lo que le
debemos. La relación del poeta con la realidad es lo que Goethe dijo ser: “No pueden soportar
el mismo peso de responsabilidad que los
mortales corrientes; necesitan una cuo ta de lejanía y sin embargo, no
valdrían lo que valen si no se vie ran siempre tentados a cambiar esta lejanía
por ser igual que to dos. Brecht arriesgó su vida e incluso su arte en este
intento, co mo muy pocos poetas lo han hecho; esto lo condujo al triunfo y
al desastre.
Desde el comienzo de estas reflexiones, he
propuesto otor gar a los poetas una
cierta latitud, una latitud que no desearía mos otorgamos a nosotros mismos en
el curso corriente de los
“
Los comentarios *Zu DerAufh al tsameAufstiegdes Arturo Ui", en S/kí*<,vol.DC.
hechos. No niego que esto
pueda ofender el sentido de justicia de mucha gente; de hecho, si Brecht aún
estuviera entre noso tros seria el primero en protestar violentamente contra cual quier excepción. (En el libro publicado después de su muerte, Me-ti,
que mencioné anteriormente, sugiere un veredicto para el “hombre bueno” que se ha equivocado de camino.
“Escucha”, dice una vez terminada la
pregunta, “sabemos que eres nuestro
enemigo. Por lo tanto, ahora te pondremos contra la pared. Pero en consideración de tus méritos y virtudes,
será una pared bue na, y te dispararemos con balas buenas de armas buenas, y
te en terraremos con una buena pala en una buena tierra.”) Sin embar go, la
igualdad ante la ley cuya norma adoptamos para los juicios morales no es absoluta. Cada juicio está
abierto al perdón, cada acto de juzgar
puede transformarse en un acto de perdonar; juz gar y perdonar son dos caras
de la misma moneda. Pero ambas caras
siguen reglas diferentes. La grandeza de la ley requiere que seamos equitativos, que sólo cuenten
nuestros actos y no las personas que los
cometen. El acto de perdonar, por el contrario,
toma en cuenta a la persona; ningún perdón perdona el asesina
to o el robo sino sólo al asesino o al
ladrón. Siempre perdonamos a alguien, nunca algo, y esa es la
razón por la cual la gente pien sa que sólo el amor puede perdonar. Pero, con o sin amor, perdo namos por el bien de la persona, y mientras que la justicia re quiere que todos seamos
iguales, la piedad insiste en la
desigual dad, una desigualdad que implica que cada hombre es, o debe
ser, más de aquello que hizo o
logró. En su juventud, antes de adoptar la
“utilidad” como la norma más importante para juzgar a las personas, Brecht sabía esto mejor que
nadie. Hay una “Ba lada sobre los secretos de todos y cada uno de los hombres”
en el Manual de la piedad, cuya
primera estrofa, según la traduc ción de Bentley al inglés, dice lo siguiente:
Todos
saben qué es un hombre. Es un nombre.
Camina
por la calle. Se sienta en un bar.
Todos
pueden ver su rostro. Todos pueden oír su voz.
Y
una mqjer le lavó la camisa y una mujer le peina el cabello. ¡Pero
mátalo! Por qué no hacerlo$t nunca fue nada
más queel hacedor de su mala acción oel hacedor de su buena acción.
La norma que gobierna en su
campo de la inigualdad sigue estando contenida en un viejo dicho romano: “Quod licet
Jovi non licet bovT
(lo que se le permite a Júpiter, no se le
permite a un buey). Pero, para
nuestro consuelo, esta inigualdad funciona
en ambos sentidos. Uno de los
signos de que el poeta tiene dere cho a dichos privilegios tales como
los que aquí reclamo para él es que hay
ciertas cosas que no puede hacer y seguir siendo quien era. La tarea del poeta es acuñar las
palabras por las que vivimos, y es obvio
que nadie va a vivir según las palabras que
Brecht escribió alabando a Stalin. El simple hecho de que era ca paz de
escribir una poesía tan inexplicablemente mala, muchopeor de la de cualquier versificador de quinta culpable de los mismos
pecados, muestra que quod licet bovi non licet Iovi, (aquello que se le permite a un buey no se
le permite a Júpiter). Pues se alabe
o no la tiranía “con finas voces”, es cierto que los meros intelectuales o literatos no son castigados por sus peca dos con la
falta de talento. Ningún dios se
inclinó sobre sus cu nas; ningún dios se vengará. Hay muchas cosas que se le permi ten a un buey pero no a
Júpiter; es decir, no a aquellos que son
un poco como Júpiter, o más bien, que están bendecidos por Apolo. De aquí que la amargura del viejo
refrán se interprete en ambos sentidos,
y el ejemplo de “pobre B.B.”, que nunca gastó
una décima de piedad en sí mismo, puede enseñarlos qué difícil es ser poeta en este siglo o en cualquier
otro.