Hannah Arendt HOMBRES EN TIEMPOS DE OSCURIDAD

 






HOMBRES 

EN TIEMPOS 

DE OSCURIDAD


Hannah Arendt



Título del original en inglés:

Men in Dark Times

© 1955, 1965, 1966, 1967, 1968 by Hanna Arendt 

Copyright renewed 1983 by Mary Me Carthy West. Published 

by arrangement with Harcourt Brace Jovanovich, Inc.


Traducción: Claudia Ferrari 

Diseño de cubierta: Julio Vivas 

Composición Tipográfica: Acuatro


Primera edición, Barcelona, 1990


Derechos para todas las ediciones en castellano


© by Editorial Gedisa S. A.

Muntaner, 460, en tío., 1*

Tel. 201-6000

08006 ■Barcelona, España


ISBN: 84-7432-356-8 

Depósito legal: B. 569 - 1990


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Verdaguer 1 - 08786 Capellades (Barcelona)


Impreso en España 

Printed in Spain


Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier 

medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modifica­

da, en castellano o cualquier otro idioma.



INDICE


I’kkkacio................................................................. 9


Sobre la humanidad en tiempos de oscuridad.

Reflexiones sobre Lessing...........................13


Rosa Luxemburgo. 1871-1919........................... 43


Karl Jaspers. ¿Ciudadano del mundo?..............67


Isak Dinesen. 1885-1963 .................................. 81


Hermann Broch. 1886-1951.............................. 97

I. El poeta renuente................................ 97

II. La teoría del valor...............................107

III. La teoría del conocimiento................. 114

IV. El absoluto concebible........ .............. 126


Walter Benjamín. 1892-1940............................139

I. El jorobado......................................... 139

II. Los tiempos de oscuridad.................. 158

III. El pescador de perlas......................... 178


Bertolt Brecht. 1898-1956 193


Prefacio

El interés principal de esta colección de ensayos y artículos,  ' escritos en un período de doce años según la ocasión o la oportu­ nidad, son las personas: cómo vivían, cómo se movían en el mun­ do, mo las afectaba el tiempo histórico. Las personas aquí reu:  nid

as no podrían ser más diferentes unas de otras, y no es difícil  imaginar cómo habrían protestado si se les hubiese preguntado  su opinión por el hecho de ser reunidas en un lugar con. No  tienen en común ni aptitudes ni convicciones, ni profesión ni me­ dio; salvo una excepción, casi no se conocían entre sí. Pero eran  contemporáneos, a pesar de pertenecer a diferentes generacio­ nes; excepto claro por Lessing a quien, a pesar de todo, en el en­ sayo introductorio se lo trata como un contemporáneo. Por lo  tanto, estas personas comparten entre sí la época que les tocó vi­ vir, el mundo durante la primera mitad del siglo XX con sus ca­ tástrofes políticas, sus desastres morales y su sorprendente de­ sarrollo de las artes y las ciencias. Y a pesar de que esta época  mató a algunos y determinó la vida y el trabajo de otros, hay  unos cuantos que apenas se vieron afectados y ninguno de quien  podamos afirmar que estuvo condicionado por la misma. Aque­ llos que buscan representantes de una era, portavoces del Zeit-  geist, exponentes de la Historia (con H mayúscula) buscaránaquí en vano.

Sin embargo, el tiempo histórico, los “tiempos de oscuri­

dad” mencionados en el título es, según creo, visible en todo el  libro. Saqué la frase del famoso poema de Brecht “A la posteri­ dad”, que menciona el desorden y el hambre, las masacres y ase­ sinatos, el ultraje de la injusticia y la desesperación “cuando sólo

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existía lo malo y no el ultraje”, el odio legítimo que igual lo hace  feo a uno,

 la ira bien fundamentada que hace que la voz se torne  ronca. Todo esto era bastante real mientras ocurriera en públi­ co; no había nada de secreto o misterioso en ello. Y sin embargo,  no era visible en absoluto, ni tampoco era fácil de percibir; pues­ to que, hasta el mismo momento en que la catástrofe se apoderó  de todo y de todos, estaba

 encubierto no por realidades sino por  el dialecto y el lenguaje ambiguo altamente eficiente de los re­ presentantes oficiales quienes, sin interrupción y con variacio­ nes bastante ingeniosas, disculpaban los hechos desagradables  y justificaban las preocupaciones. Cuando pensamos en los tiem­ pos de oscuridad y en las personas que vivían y se movían en  ellos, tenemos que tener también en cuenta este camuflaje que  emana y es difundido por el círculo gobernante de una nación (o  “el sistema” como se lo denominaba entonces). Si la función del  reino público es echar luz sobre los sucesos del hombre al pro­ porcionar un espacio de apariencias donde puedan mostrar de  palabra y obra, para bien o para mal, quiénes son y qué pueden  hacer, entonces la oscuridad ha llegado cuando esta luz se ha ex­ tinguido por “lagunas de credibilidad” y un “gobierno invisible”,  por un discurso que no revela lo que es sino que lo esconde de­ bajo de un tapete, por medio de exhortaciones (morales y otras)que, bajo el pretexto de sostener viejas verdades, degradan toda  verdad a una trivialidad sin sentido.

Nada de todo esto es nuevo. Estas son las condiciones que,  hace treinta años, Sartre describió en La náusea (que sigo consi­ derando su mejor libro) en términos de mala fe y de l’esprit de  sérieux, un mundo donde todo aquel que es reconocido pública­ mente pertenece al grupo de los salauds y todo aquello que es  existe en una forma opaca y sin sentido que despliega ofusca­ ción y causa disgusto. Y estas son las mismas condiciones que,  hace cuarenta años (aunque por razones diferentes), describió  Heidegger con extraña precisión en los párrafos de Ser y tiempo  que trata sobre “el ellos”, su “mero discurso” y, en general, con  todo aquello que, sin estar oculto ni protegido por la intimidad  del ser, aparece en público. En su descripción de la existencia  humana, todo aquello que es real o auténtico se ve asaltado por  el poder abrumador del “mero discurso” que surge irresistible­ mente del reino público, determinando cada uno de los aspectos


 

de la vida cotidiana, anticipando y aniquilando el sentido o la fal­ ta de sentido de todo aquello que puede traer el futuro. Según  Heidegger, no hay escape posible de la “incomprensible triviali­ dad’’ de este corriente mundo cotidiano, excepto al retirarse a  esa soledad que los filósofos desde Parménides y Platón han  opuesto al reino político. Aquí no nos interesa la importancia filo­ sófica de los análisis de Heidegger (que, en mi opinión, es inne­ gable), ni tampoco la tradición del pensamiento filosófico que  hay detrás de ellos, sino algunas experiencias fundamentales de  la época y su descripción conceptual. En nuestro contexto, el  sentido es que la sarcástica y perversa declaración: Das Licht der  Offentlichkeit verdunkelt alies (“La luz del público todo lo oscure­ ced iba al centro mismo del asunto y en realidad no era más que  un resumen sucinto de las condiciones existentes.

Los “Tiempos de oscuridad”, en el sentido más amplio que  aquí propongo, no son iguales a las monstruosidades de este si­ glo que de hecho constituyen una horrible novedad. lx>s tiem­ pos de oscuridad, por el contrario, no sólo no son nuevos sino  que no son una rareza de la historia, a pes

ar de que eran tal vez  desconocidos en la historia norteamericana, que además tiene  su buena parte, en el pasado y el presente, de crimen y desastre.  Que aun en los tiempos más oscuros tenemos el derecho a espe­ rar cierta iluminación, y que dicha iluminación puede provenir  menos de las teorías y conceptos que de la luz incierta, titilante y  a menudo débil que algunos hombres y mujeres reflejarán en  sus trabajos y sus vidas bajo casi cualquier circunstancia y sobre  la época que les tocó vivir en la tierra: esta convicción constituye  el fundamento inarticulado contra el que se trazaron estos perfi­ les. Ojos tan acostumbrados a la oscuridad como los nuestros  apenas podrán distinguir si su luz fue la luz de una vela o la de un  sol brillante. Pero para mí, una evaluación tan objetiva es más  una cuestión de importancia secundaria que puede ser dejada  para la posteridad.


 

Sobre la humanidad en tiempos  de oscuridad

Reflexiones sobre Lessing1

i

La distinción otorgada por una ciudad libre y un premio que  lleva el nombre de Lessing constituyen un gran honor. Admito  que no sé cómo

 llegué a recibirlo y también que no ha sido fácil  para mí aceptarlo. Al decir esto puedo ignorar por completo la  delicada cuestión del mérito. En este sentido, un honor nos da  una poderosa lección de modestia, pues implica que no nos co­ rresponde a nosotros juzgar nuestros propios méritos como juz­ gamos los méritos y logros de los demás. Con respecto a los pre­ mios, es el mundo el que tiene la palabra, y si aceptamos el pre­ mio y expresamos nuestra gratitud por él sólo podemos hacerlo  al ignoramos a nosotros mismos y dentro del marco de nuestra  actitud hacia el mundo, hacia un mundo y un público al que le  debemos el espacio que utilizamos para hablar y para que nos  oigan.

Sin embargo, el honor no sólo nos recuerda en forma enfáti­ ca la gratitud que le debemos al mundo; también nos crea un al­ to grado de obligación con el mismo. Dado que siempre pode­ mos rechazar el honor, al aceptarlo no sólo reforzamos nuestra  posición en el mundo sino que aceptamos una especie de com­ promiso con éste. El hecho de que una persona aparezca en pú­ blico y que ese público la reciba y confirme no es algo que deba  darse por hecho. Sólo el genio es guiado por sus dotes hacia la  vida pública y está exento de cualquier decisión de este tipo. Só-1

 

lo en su caso, los honores no hacen más que continuar la concor­ dancia con el mundo, parecen una armonía viviente a toda publi­ cidad, lo que ha surgido independientemente de toda considera­ ción y decisión así como también de toda obligación, como si  fuera un fenómeno natural que surge en la sociedad humana. Aeste fenómeno podemos aplicar lo que Lessing una vez dijo so­ bre el hombre con genio, en dos de sus mejores versos:

(Vías ihn bewegt, bewegt. ¡Vas ihm gefallt, gefállt.

Sein glücklicher Geschmack ist der Geschmack der Welt.

(Aquello que lo conmueve, lo conmueve. Aquello que le agrada, le agrada.

Su gusto oportuno es el gusto del mundo.)

Me parece que nada en nuestra época es más dudoso que  nuestra actitud hacia el mundo, nada menos dado por seguro  que esa armonía con la que aparece en público y que nos impone  un honor y cuya existencia confirma. En nuestro siglo, hasta el  genio sólo ha podido desarrollarse en conflicto con el mundo y el  mundo público, aunque halle en forma natural, como siempre lo  ha hecho, su propia y peculiar armonía con la audiencia. Sin em­ bargo, el mundo y la gente que lo habita no son la misma cosa. El  mundo yace entre las personas y este estar en el medio es hoy  objeto (mucho más que los hombres o incluso el hombre, tal co­ mo se piensa) de la mayor preocupación y del trastorno más ob­ vio en casi todos los países del globo. Aun en aquellos lugares  donde el mundo sigue con un orden a medias, o se mantiene un  orden a medias, el reino público ha perdido el poder de ilumina­ ción que originalmente era parte de su propia naturaleza. Cada  vez son más las personas que en los países del mundo occiden­ tal, el que desde la decadencia de la antigüedad ha considerado  la libertad política como una de las libertades básicas, hacen uso  de esta libertad y se han retirado del mundo y de sus obligacio­ nes dentro de él. Este retiro del mundo no necesariamente daña  a un individuo; éste puede incluso llegar a cultivar grandes talen­ tos hasta el punto de la genialidad y así volver a ser útil al mundootra vez. Pero con cada individuo que se retira el mundo sufre  una pérdida casi demostrable; lo que se pierde es ese estar en el  medio específico y a menudo irremplazable que debería haberse  formado entre este individuo y sus semejantes.

 

Es por eso que cuando consideramos el verdadero sentido  de los honores y premios públicos bajo las condiciones actuales,  se nos puede ocurrir que el Senado de Hamburgo halló una solu­ ción al problema parecida a la del huevo de Colón cuando deci­ dió ligar el premio de la ciudad con el nombre de Lessing. IHies  Lessing jamás

 se sintió cómodo en el mundo tal como era enton­ ces y tal vez nunca lo deseó, y aun después de su propia moda  siempre siguió comprometido con é l Esta relación estaba go­ bernada por circunstancias únicas y especiales. El público ale­ mán no estaba preparado para él y, por lo que sé, jamás le rindió  honores mientras vivía. Según el propio juicio de Lessing, care­ cía de esa armonía alegre y natural con el mundo, una combina­

ción de mérito y buena fortuna que tanto él como Goethe consi­ deraban un signo de genialidad. Lessing creía estar en deuda  con la crítica por algo que “se acerca mucho al genio", pero que  nunca adquirió esa armonía natural con el mundo donde Fortu­ na sonríe cuando aparece Virtud. Todo esto pudo haber sido  bastante importante, aunque no decisivo. Casi parece como si en  algún momento se hubiese decidido a rendir homenaje al genio,  al hombre de “gusto oportuno” y él mismo seguir a aquellos que  una vez llamó “los hombres sabios” que “hacen temblar los pila­ res de las verdades más conocidas cada vez que bajan los ojos”.  Su actitud hacia el mundo no era ni positiva ni negativa sino más  bien radicalmente crítica, y con respecto al reino público de su  época, totalmente revolucionaria. Pero también fue una actitud  que quedó en deuda con el mundo, que nunca abandonó el sue­ lo sólido del mundo y nunca llegó al extremo de utopía senti­ mental. En Lessing, el temperamento revolucionario estaba aso­ ciado a un curioso tipo de parcialidad que se aferraba a detalles  concretos con un cuidado exagerado, casi pedante, y que dio lu­ gar a varios malentendidos. Uno de los componentes de la gran­ deza de Lessing fue el hecho de que nunca permitió que la obje­ tividad supuesta le hiciera perder la visión de la verdadera rela­ ción con el mundo de las cosas o los hombres que él atacaba o  alababa. Eso no ayudó a su crédito en Alemania, donde la verda­ dera naturaleza de la crítica es menos comprendida que en cual­

quier otra parte. Para

 los alemanes era difícil comprender que la  justicia poco tiene que ver con la objetividad en el sentido co­ rriente del término.


 

Lessing nunca hizo las paces con el mundo donde vivía. Le  gustaba desafiar prejuicios” y “decir la verdad a los subordina­ dos a la corte”. Por caro que haya pagado estos placeres, eran  placeres literarios. Una vez, cuando intentaba explicar el origen  del “placer trágico”, dijo que “todas las pasiones, aun las más de­ sagradables, son agradables en tanto que pasiones” porque “nos  hacen... más conscientes de nuestra existencia, nos hacen sentir  más reales.” Es sorprendente cómo estas frases nos recuerdan  la doctrina griega de las pasiones, que consideraba, por ejemplo,  la ira como una de las pasiones agradables pero incluía la espe­ ranza y el temor entre las pasiones malas. Esta evaluación se  basa en diferencias en la realidad, igual que en Lessing; no, sin  embargo, en el sentido de que la realidad se mide por la fuerza  con que la pasión afecta al alma sino por la cantidad de realidad  que la pasión le transmite. En la esperanza, el alma ignora la rea­ lidad, como en el temor, la rehuye. Pero la ira, y sobre todo la ira  de Lessing, revela y expone al mundo del mismo modo que el  tipo de risa de Lessing en M im a von Bamhelm trata de lograr lareconciliación con el mundo. Esa risa nos ayuda a encontrar un  lugar en el mundo, pero irónicamente, sin tener que vender el  alma para ello. El placer, que fundamentalmente es la conciencia  intensificada de la realidad, salta de una franqueza apasionada  al mundo y al amor por él. Ni siquiera el hecho de saber que  el mundo puede destruir al hombre desmerece el “placer trá­ gico”.

Si la estética de Lessing, en contraste con la de Aristóteles, ' considera hasta el temor como una variedad de piedad, la piedad  que sentimos por nosotros mismos, la razón es tal vez que Les­ sing está tratando de librar al temor de su aspecto escapista en  lugar de rescatarlo como una pasión, es decir, como un senti­ miento en el cual nos vemos afectados por nosotros mismos al  igual que en el mundo nos vemos afectados por otras personas.  Intimamente ligado a esto está el hecho de que para Lessing, la  esencia de la poesía era la acción y no, como para Herder, la fuer­ za: “la fuerza mágica que afecta mi alma”, ni tampoco, como lo  fue para Goethe, naturaleza a la cual se le ha dado forma. A Les­ sing no le preocupaba en absoluto “la perfección de la obra de ar­ te en sí misma”, que Goethe consideraba “el requisito eterno e  indispensable”. Más bien, y aquí concuerda con Aristóteles, le


 

preocupaba el efecto sobre el espectador, que es quien viene a  representar el mundo o ese espacio terrenal que está entre el ar­ tista o escritor y sus semejantes como un mundo en común con  ellos.

Lessing experimentó el mundo con ira y con risa, y la ira y la  risa están influenciadas por su naturaleza. Por lo tanto, Lessing  no pudo o no quiso juzgar una obra de arte “en sí miaña”, inde­ pendientemente de su efecto en el mundo, y por ello podía ata­ car o defender en sus polémicas según la forma en que el públi­ co juzgara el asunto en cuestión y en forma bastante indepen­ diente de su grado de verdad o falsedad. No sólo fue una forma  de galantería cuando declaró que “dejaría en paz a aquellos con­ tra quienes todos estaban acometiendo”; era también una preo­ cupación, que en él se había tornado instintiva, por la corrección  relativa de las opiniones que por buenas razones se llevan la pe­ or parte. Ni siquiera en la disputa sobre la Cristiandad adoptó  una postura fija. Tal como una vez trató de explicar con magnífi­ co conocimiento de sí mismo, instintivamente comenzó a dudar  de la Cristiandad “cuando más persuasivamente trataban de probárselo”, e instintivamente trató de “conservarla en su corazón”  cuando “con malicia trataban de pisotearla”. Sin embargo, esto  significa que mientras todos los demás discutían sobre la “ver­ dad” de la Cristiandad, él defendía principalmente su posición en  el mundo, ansioso de que pudiera otra vez imponer su domina­ ción, o desaparecer del todo. Lessing fue muy perspicaz cuando  vio que la teología iluminada de su época “bajo el pretexto de  convertimos en cristianos racionales nos convierte en filósofos  extremadamente irracionales”. Ese discernimiento no sólo sur­ gió de su partidarismo en favor de la razón. La principal preocu­ pación de Lessing en todo este debate era la libertad, que corría  más peligro en manos de aquellos que querían “imponer la fe  por medio de pruebas” que de aquellos que consideraban la fe  como un don de la gracia divina. Pero también estaba su preocu­ pación por el mundo, donde sentía que tanto la religión como la  filosofía debían tener su lugar, aunque separados, de modo que  detrás de la “división... cada una puede seguir su camino sin mo­ lestar a la otra”.

Para Lessing, la crítica siempre adopta una postura por el  bien del mundo, comprendiendo y juzgando todo en términos de

¿


 

su postura en el mundo en cualquier momento dado. Dicha men­ talidad nunca puede dar origen a una visión del mundo definida,  la cual, una vez adoptada, es inmune a otras experiencias en el  mundo porque se ha aferrado con firmeza a una sola perspectiva  posible. Necesitamos con urgencia que Lessing nos enseñe esta  actitud, y lo que nos dificulta tanto aprenderlo no es nuestra des­ confianza en la Ilustración o en la creencia en la humanidad del  siglo XVIII. No es el siglo XXVIII sino el XIX el que se interpone  entre Ixjssing y nosotros. L i obsesión del siglo XIX con la histo­ ria y el compromiso con la ideología sigue teniendo tanta impor­ tancia en el pensamiento político de nuestra época que nos senti­ mos inclinados a considerar que el libre pensamiento, que jamás  emplea la historia o la lógica coercitiva como muletas, no posee  ninguna autoridad sobre nosotros. Para estar seguros, aún so­ mos conscientes de que el pensamiento no sólo necesita inte­ ligencia y profundidad sino coraje, por encima de todo. Sin  embargo, nos sorprende que el partidarismo de Lessing por elmundo haya llegado a punto tal de sacrificar por él el axioma de  la no-contradicción, el reclamo de la coherencia, lo que supone­ mos es obligatorio para todos aquellos que escriben y hablan.  Lessing declaró con total seriedad: “No estoy obligado a resol­ ver las dificultades que creo. Que siempre mis ideas sean un po­ co dispersas o incluso parezcan contradecirse entre sí, si tan so­ lo son ideas en las que los lectores hallarán material que los lleve  a pensar por sí mismos”. No sólo quería que nadie lo reprimiera  sino que tampoco quería reprimir a nadie, ni por la fuerza ni por  medio de pruebas. Para él, la tiranía de aquellos que intentaban  dominar el pensamiento por medio del razonamiento y las sofis­ terías, al imponer la argumentación, eran más peligrosos para la  libertad que la ortodoxia. Ante todo, él jamás se reprimió, y en lu­ gar de fijar su identidad en la historia con un sistema perfecta­ mente coherente, esparció en el mundo, como él mismo sabía,“nada más que fermenta cognitionis.”

Por lo tanto, el famoso Selbstdenken (pensamiento indepen­

diente por uno mismo) no es una actividad perteneciente a unin­ dividuo cerrado, integrado, orgánicamente desarrollado y culti­ vado que mira a su alrededor para ver cuál es el lugar más favo­ rable en el mundo para su desarrollo, para poder lograr una ar­ monía con el mundo al desviar el pensamiento.


 

Para Lessing, el pensamiento no surge a partir riel individuo  y no es

 la manifestación de un ser. Más bien, el individuo (<|iiien,  según Lessing, fue creado para la acción y no para el raciocinio)  elige dicho pensamiento porque descubre en el pensamiento  otra forma de moverse en el mundo con total libertad. De todas  las libertades específicas que se nos pueden ocurrir al oír la pala­

bra “libertad”, la libertad de movimiento es desde el punto de  vista histórico la más antigua y también la más elemental. El he­ cho de poder ir hacia donde deseamos es el gesto prototípico de  ser libre, así como la limitación de la libertad de movimiento ha  sido desde tiempos inmemoriales la condición previa a la escla­ vitud. La libertad de movimiento es también una condición indis­ pensable para la acción y es en la acción donde los hombres ex­ perimentan por primera vez la libertad en el mundo. Cuando a  los hombres se los priva de su espacio público (que queda cons

­ tituido al actuar juntos y luego se va completando por propia vo­ luntad con los sucesos y las historias que se desarrollan en la  historia) se refugian en su libertad de pensamiento. Esta es una  experiencia muy antigua, claro. Y al parecer, Lessing fue obliga­ do a adoptar algunos de esos refugios. Cuando oímos hablar de  un refugio de la esclavitud en el mundo de la libertad de pensa­ miento, recordamos naturalmente el modelo estoico, porque  desde el punto de vista histórico fue el más efectivo. Pero para  ser precisos, el estoicismo no representa tanto un retiro de la ac­ ción al pensamiento como un escape del mundo hacia el ser, el  cual — según se espera— podrá sostenerse con soberana inde­ pendencia del mundo exterior. En el caso de Lessing no ocurrió  nada parecido. Lessing se refugió en el pensamiento, pero no en  su propio ser; y si para él existía una reladón secreta entre la ac­ ción y el pensamiento (creo que existía, aunque no puedo pro­ barlo por medio de citas), la relación consistía en el hecho de  que tanto la acción como el pensamiento se dan en la forma de  movimiento y que, por lo tanto, la libertad sirve de fundamento a  ambos: libertad de movimiento.

Quizás Lessing jamás haya creído que la acción puede ser  reemplazada por el pensamiento o que la libertad de pensamien­ to puede ser un substituto de la libertad inherente en la acción.  Sabía muy bien que entonces vivía en el “país más esclavista de  Europa”, a pesar de que se le permitía “ofrecerle al público tan-

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tas necedades contra la religión” como quisiera. Pues era impo­ sible alzar “la voz por los derechos de los súbditos... contra la ex­ torsión y el despotismo”, en otras palabras, actuar. La secreta re­ lación de su “pensamiento de sí mismo” con la acción se basaba  en que nunca ligaba su pénsamiento a resultados. De hecho, re­ nunció en forma explícita al deseo de obtener resultados, en tan­ to que estos significaran la solución final a los problemas que su  pensamiento planteaba para sí mismo; su pensamiento no era  una búsqueda de la verdad, dado que cada verdad que es el re­ sultado de un proceso de pensamiento pone necesariamente un  punto final al movimiento del pensamiento. Los fermenta cogni-  tíonis que Lessing esparció por el mundo no tenían por objetocomunicar conclusiones sino estimular a otros al pensamiento  independiente, y esto con el solo propósito de crear un discurso  entre pensadores. El pensamiento de Lessing no es el silencioso  (platónico) diálogo entre yo y mí mismo, sino un diálogo antici­ pado con otros, y esta es la razón por la que es esencialmente po­ lémico. Aunque hubiese logrado conseguir su discurso con otros  pensadores independientes y escapar así a una soledad que, pa­ ra él en particular, paralizaba todas las facultades, no habría sido  fácil convencerlo de que esto ponía todo en orden. Pues lo que  estaba equivocado, y lo que ningún diálogo ni pensamiento inde­ pendiente podía arreglar, era el mundo, es decir, la cosa que sur­

ge entre las personas y en la que todo aquello que los individuos  llevan con ellos de manera innata puede tornarse visible y audi­ ble. En los doscientos años que nos separan de la época en que  vivió Lessing, muchas cosas han cambiado con referencia a esto,  aunque pocas han cambiado para mejor. Los “pilares de las ver­ dades más conocidas” (para seguir con su metáfora), que en esa  época se tambaleaban, hoy yacen destruidos; ya no necesitamos  a la crítica ni a los hombres sabios para que los sigan sacudien­ do. Sólo necesitamos mirar a nuestro alrededor para ver que es­ tamos de pie en medio de una montaña de escombros de aque­ llos pilares.

En cierto sentido, esto podría ser una ventaja, al promover  un nuevo tipo de pensamiento que no necesita ni pilares ni so­ portes, ni normas ni tradiciones que se muevan con libertad en  un terreno nada familiar. Pero en el mundo tal como es, resulta  difícil disfrutar de esta ventaja. Hace tiempo ya que se tornó apa­ rente que los pilares


 

del orden político, y que el mundo (en contraste con las perso­ nas que viven y se mueven libremente en él) necesita de dichos  pilares para garantizar la continuidad y permanencia, sin las cua­ les no puede ofrecer a los mortales el hogar relativamente segu­ ro y relativamente imperecedero que necesitan. La humanidad  misma del hombre pierde su vitalidad hasta el punto de que se  abstiene de pensar y deposita su confianza en viejas verdades o  incluso en algunas nuevas, arrojándolas como si fueran mone­ das con las cuales se equilibran todas las experiencias. Sin em­ bargo, si esto es cierto para el hombre, no lo es para el mundo.  El mundo se torna inhumano, inhóspito a las necesidades huma­ nas (que son las necesidades de los mortales) cuando se lo em­ puja con violencia hacia un movimiento en el cual ya no existe  ninguna forma de permanencia. Esa es la razón por la cual, des­

de el gran fracaso de la Revolución Francesa, la gente ha ido eri­ giendo nuevamente los pilares que entonces destruyeron y sólo  para verlos, una y otra vez, primero tambalear y luego derrum­ barse. Los errores más terribles han reemplazado las ‘Verdades  más conocidas" y el error de estas doctrinas no constituye nin­ guna prueba, ningún nuevo pilar para las viejas verdades. En el  reino de la política, la restauración nunca es un sustituto para un  nuevo fundamento pero, en el mejor de los casos, será una medi­ da de emergencia que se tornará inevitable cuando el acto del  fundamento, llamado revolución, haya fracasado. Pero también  es igual de inevitable que en dicha constelación, en particular  cuando se extiende sobre periodos de tiempo tan prolongados,  vaya creciendo la desconfianza de la gente en el mundo y en to­ dos los aspectos del reino público. Pues la fragilidad de estos pi­ lares del orden público tantas veces restaurados se tornará cada  vez más aparente después de cada colapso, de modo que final­ mente el orden público se basa en que la gente considera “esas  verdades más conocidas” como evidentes por sí mismas cuando  secretamente ya casi nadie cree en ellas.

II

La historia conoce varios períodos de oscuridad donde el  reino

 público se vio oscurecido y el mundo se tornó tan dudoso


 

que la gente cesó de pedirle a la política otra cosa que no fuera  demostrar una verdadera consideración por sus intereses vitales  y la libertad personal. Aquellos que vivieron en dichas épocas y  fueron formados por ellas se han sentido tal vez siempre inclina­ dos a despreciar el mundo y el reino público, a ignorarlos en la  mayor medida posible, a pasarlos por alto, como si el mundo no  fuera más que una fachada detrás de la cual la gente pudiera es­ conderse, para poder llegar a la mutua comprensión con sus se­ mejantes sin tener en cuenta el mundo que yace entre ellos. Si  todo sale bien en esas épocas, se desarrolla un tipo de humani­ dad especial. Para poder apreciar sus posibilidades correcta­

mente sólo necesitamos pensar en Nathan el Sabio, cuyo verda­ dero tema, “basta con ser un hombre”, penetra la obra. La acla­ mación “Sé mi amigo”, que recorre toda la obra como un leitmo­ tiv, corresponde a dicho tema. También podríamos pensar en Laflauta mágica que también tiene como tema esa humanidad, que  es más profunda de lo que en general creemos al tomar en cuen­ ta las teorías usuales del siglo XVIII de una naturaleza humana  básica que yace debajo de la multiplicidad de naciones, pueblos,  razas y religiones en los que está dividida la raza humana. Si  existiera dicha naturaleza humana, sería un fenómeno natural, y  denominar, de acuerdo con ésto, “humana” la conducta supon­ dría que la conducta humana y la natural son una sola y misma  conducta. En el siglo XVIII, el mayor y más efectivo defensor(desde el punto de vista histórico) de este tipo de humanidad era  Rousseau, para quien la naturaleza humana común a todos los  hombres no se manifestaba en la razón sino en la compasión, en  una repugnancia innata, tal como declaró, de ver a un ser huma­ no semejante sufrir. Lessing, de acuerdo con esta teoría, tam­ bién declaró que la mejor persona es la más compasiva. Sin em­ bargo, a Lessing lo turbaba el carácter igualitario de la compa­ sión: el hecho, tal como él lo señaló, de que sentimos “algo pare­ cido a la compasión” también por aquel que hace el mal. Esto no  molestó a Rousseau. En el espíritu de la Revolución Francesa,que se basaba en sus ideas, vio la jratem ité como la realización  de la humanidad. Lessing, por otra parte, consideraba la amistad  (que es tan selectiva como la compasión es igualitaria) como el  fenómeno principal en el que sólo la verdadera humanidad pue­ de probarse a sí misma.

 

Antes de ocuparnos del concepto de Lessing sobre la amis­ tad y su importancia política, debemos hablar un momento so­ bre la fraternidad tal como la entendía el siglo XVIII. Lessing tam­ bién la conocía bastante; hablaba de “sentimientos filantrópi­ cos”, de un vínculo de hermandad hacia otros seres humanos  que nace a partir del odio del mundo en el que los hombres son  tratados “inhumanamente”. Sin embargo, para nuestros propósi­ tos, es importante que

 la humanidad se manifieste en dicha her­ mandad con más frecuencia en los “tiempos de oscuridad”. Este  tipo de humanidad se vuelve inevitable cuando las épocas se tor­ nan tan oscuras para ciertos grupos de personas que ya no de­ pende de ellos, de su discernimiento o elección, el hecho de  apartarse del mundo. La humanidad bajo la forma de fraternidad  aparece invariablemente en la historia entre los pueblos perse­ guidos y los grupos esclavizados; y en la Europa del siglo XVIII  debió de haber sido bastante natural detectarla entre los judíos,  que entonces eran los nuevos integrantes de los círculos litera­ rios. Este tipo de humanidad es el gran privilegio de los pueblos  parias; es la ventaja que los parias de este mundo pueden tener  siempre y en cualquier circunstancia sobre los demás. Sin em­ bargo, este privilegio tiene un precio alto; a menudo va acompa­ ñado por una pérdida tan radical del mundo, una atrofia tan te­ merosa de todos los órganos con los que respondemos a él (co­ menzando con el sentido común con el que nos orientamos en  un mundo común a nosotros mismos y a otros y pasando luego  al sentido de la belleza o del gusto, con los que amamos el mun­ do), que en casos extremos, donde el paria ha sobrevivido du­ rante siglos, podemos hablar de una verdadera carencia de mun­ do. Y esta carencia de mundo es siempre una forma de inhuma­ nidad.

En esta humanidad desarrollada orgánicamente es como si  bajo la presión de la persecución los perseguidos se han unido  tanto que

 el espacio intermedio que hemos denominado mundo  (y que obviamente existía entre ellos antes de la persecución,  manteniéndolos a distancia unos de otros) ha desaparecido. Es­ to produce una calidez en las relaciones humanas que para aque­ llos que tuvieron alguna experiencia con estos grupos puede pa­ recer casi un fenómeno físico. Por supuesto que no me refiero a  que esta calidez de los pueblos perseguidos no sea una gran co-

 

sa. En su total desarrollo, puede producir una afabilidad y un bie­ nestar de los que los seres humanos son casi incapaces bajo  otras circunstancias. Con frecuencia, suele ser también la frente  de una vitalidad, una alegría por el simple hecho de estar vivo,sugiriendo así que la vida sólo es reconocida por aquellos que  conforman el grupo de los insultados y lastimados. Pero al afir­ mar esto no debemos olvidar que el encanto y la intensidad de la  atmósfera que se desarrolla también se debe al hecho de que los  parias de este mundo disfrutan del gran beneficio de no soportar  la carga de preocupación por el mundo.

La fraternidad, que la Revolución Francesa agregó a la liber­ tad e

 igualdad que siempre fueron categorías de la esfera políti­ ca del hombre, esa

 fraternidad tiene su lugar natural entre los re­ primidos y perseguidos, los explotados y humillados a quienes  el siglo XVIII llamó los desdichados, les malheureux, y el siglo  XIX, los miserables, les misérables. La compasión, que tanto para  Lessing como para Rousseau desempeñaron un papel tan impor­ tante (aunque en contextos muy diferentes) en el descubrimien­ to y la confirmación de una naturaleza humana común a todos  los hombres, por primera vez se convirtió en el motivo central de  lo revolucionario en Robespierre. Desde entonces, la compasión  se ha vuelto una parte inseparable e inconfundible de la historia  de las revoluciones europeas. Ahora bien, la compasión es, sin  lugar a dudas, un sentimiento natural que involuntariamente  afecta a cada persona normal frente al sufrimiento, por ajena quesea la persona que sufre, y parecería por lo tanto una base ideal  para un sentimiento que al alcanzar a toda la humanidad estable­ cería una sociedad donde los hombres podrían llegar a ser ver­ daderamente hermanos. A través de la compasión, el humani­ tario de mente revolucionaria del siglo XVIII trató de lograr una  solidaridad con el desdichado y el miserable: un esfuerzo equi­ valente a penetrar el territorio mismo de la hermandad. Sin em­ bargo, pronto se hizo evidente que este tipo de humanitarismo,  cuya forma más pura es privilegio de los parias, no es transmisi­ ble y no puede ser adquirido por aquellos que no pertenecen a  los parias. Ni la compasión ni el hecho de compartir el sufrimien­ to son suficientes. Aquí no podemos discutir el daño que la com­ pasión ha introducido en las revoluciones modernas al intentar  mejorar al grupo de desafortunados en lugar de establecer justi-

 

i'iu iKini todos. Pero para poder ganar un poco de perspectiva so-  bu- nosotros mismos y la forma moderna de sentir podríamos  recordar brevemente cómo veía el mundo antiguo (mucho más  fxiK-rímentado en cuestiones políticas que nosotros) la compa­ sión y el humanitarismo de la hermandad.

l.os tiempos modernos y la antigüedad concuerdan en un  punto: ambos consideran la compasión como algo totalmente  natural, tan ineludible para el hombre como por ejemplo el mie­ do. Y es aun más sorprendente en tanto que la antigüedad adop­ tó una posición en total desacuerdo con la gran estima por la  compasión en los tiempos modernos. Al reconocer tan clara­ mente la naturaleza afectiva de la compasión, que puede vencer­ nos al igual que el temor sin que podamos evitarlo, los antiguos  consideraban que la persona más compasiva no tenía más de­ recho a ser llamada mejor que la más temerosa. Ambas emocio­ nes, al ser puramente pasivas, hacen imposible la acción. Esta es  la razón por la que Aristóteles trató la compasión y el temor  juntos. Sin embargo, sería erróneo reducir la compasión al te­ mor, como si los sufrimientos de otros despertaran en nosotros  temor por nosotros mismos, o el temor a la compasión, como si  al estar temerosos sólo sintiéramos compasión por nosotros  mismos. Estamos aún más sorprendidos cuando oímos (de Ci­ cerón en las Tusculanae Disputationes III21) que los estoicos  consideraban la compasión y la envidia bajo los mismos térmi­

nos: “Pues el hombre que se apena por la desgracia de otro tam­ bién

 se apena por la prosperidad de otro”. El mismo Cicerón se  acerca bastante al nudo de la cuestión cuando pregunta: (ibídetn  IV 56) “¿Por qué sentir pena en lugar de ayudar si se puede?” En  otras palabras, ¿los seres humanos deben ser tan viles que son  incapaces de actuar humanamente a menos que sean acicatea­ dos y por lo tanto obligados por su propio dolor cuando ven su­ frir a los demás?

Al juzgar estos sentimientos no podemos evitar plantear la  pregunta de la abnegación, o más bien la pregunta de la apertura  hacia los demás, que de hecho es una de las condiciones previas  de la “humanidad” en cada uno de los sentidos de la palabra. Pa­ rece evidente que compartir la alegría es absolutamente supe­ rior en este aspecto que compartir el sufrimiento. La alegría y no  la tristeza es locuaz y el verdadero diálogo humano difiere de la


 

mera conversación o incluso de la discusión en que está impreg­ nado

 por el placer en la otra persona y lo que dice. Podríamos de­ cir que está afinado a la clave de la alegría, Lo que se interpone  en el camino de esta alegría es la envidia, que en la esfera de la  humanidad es el peor de los vicios; pero la antítesis de la compa­ sión no es la envidia sino la crueldad, que no es un sentimiento  menor que la compasión, pues es una perversión, un sentimien­ to de placer allí donde debería sentirse naturalmente dolor. El  factor decisivo es que el placer y el dolor, al igual que todo lo ins­ tintivo, tienden al mutismo, y a pesar de que pueden llegar a pro­ ducir sonidos, no producen un discurso y menos aún un diálogo.

Todo esto no es más que otra manera de decir que el hu­ manitarismo

 de la hermandad raramente conviene a aquellos  que no pertenecen al grupo de los insultados o heridos y sólo  pueden compartirlo a través de la compasión. La calidez de los  pueblos parias no puede extenderse a aquellos cuya posición di­ ferente en el mundo les impone una responsabilidad para con és­ te y no les permite compartir la alegre despreocupación de los  parias. Sin embargo, es cierto que en los “tiempos de oscuridad’la calidez que es el sustituto de la luz para los parias ejerce una  gran fascinación sobre todos aquellos que se sienten tan aver­ gonzados del mundo tal como es que quisieran refugiarse en la  invisibilidad. Yen la invisibilidad, en esa oscuridad donde un  hombre que se

 esconde no necesita seguir viendo el mundo visi­ ble, sólo la calidez y la fraternidad de seres humanos estrecha­ mente unidos unos a otros pueden compensar la extraña irreali­ dad que las relaciones humanas adoptan cada vez que se desa­ rrollan en la falta absoluta de mundo, sin estar relacionados con  el mundo común a todas las personas. En dicho estado de falta  de mundo y de irrealidad es fácil llegar a la conclusión de que el  elemento común a todos los hombres no es el mundo, sino la  “naturaleza humana” de tal o cual tipo. De qué tipo es depende  del intérprete; casi no tiene importancia si se enfatiza la razón,como una propiedad de todos los hombres, o un sentimiento co­ mún a todos, tal como la capacidad de sentir compasión. El ra­ cionalismo y el sentimentalismo del siglo XVIII son sólo dos as­ pectos de lo mismo; ambos podrían conducir de la misma mane­ ra a ese exceso entusiasta donde los individuos sienten lazos de  hermandad con todos los hombres. En cualquier caso, esta ra-


 

cionalidad y este sentimentalismo no fueron más que sustitutos  psicológicos, localizados en el reino de la invisibilidad, para la  pérdida del mundo común y visible.

Esta “naturaleza humana” y los sentimientos de fraternidad  que la acompañan se manifiestan sólo en la oscuridad y, por lo  tanto, no pueden ser identificados en el mundo. Además, en con­ diciones de visibilidad se esfuman como los fantasmas. La hu­ manidad de los insultados y heridos aún no ha sobrevivido la ho­

ra de liberación por más de un minuto. Esto no quiere decir que  sea

 insignificante, pues de hecho hace que el insulto y la herida  sean soportables; pero sí significa que en términos políticos es  absolutamente irrelevante.

III

Estas y otras preguntas similares sobre la actitud correcta  en los “tiempos de oscuridad” resultan especialmente familiares  a la generación y al grupo al cual pertenezco. Si la armonía con el  mundo, que es parte integral del hecho de recibir honores, nun­ ca ha sido una cuestión fácil en nuestros tiempos y bajo las cir­ cunstancias de nuestro mundo, lo es menos aun para nosotros.  I^os honores no formaron parte de nuestra educación, y no sería  sorprendente si ya no fuésemos capaces de la sinceridad y la  confianza que se necesitan para aceptar con sencillez y

 gratitud  lo que el mundo ofrece de buena fe. Incluso aquellos de nosotros  que por medio del habla o la escritura se han aventurado en la vi­ da pública no lo han hecho por un placer original en la escena  pública y no esperaban ni aspiraban a recibir la estampa de la  aprobación pública. Hasta en público, tendían a dirigirse sólo a  sus amigos o a hablar a aquellos lectores y oyentes desconoci­ dos con los que cualquiera que habla o escribe no puede dejar  de sentirse unido en una oscura hermandad. Me temo que en  sus esfuerzos sintieron muy poca responsabilidad con respecto  al mundo; más bien, estos esfuerzos estaban guiados por su es­ peranza de preservar un mínimo de humanidad en un mundo  que se ha vuelto inhumano y, al mismo tiempo, resistir lo máxi­ mo posible la extraña irrealidad de esta carencia de mundo, cada  uno a su manera y algunos al intentar, hasta los límites de su ca-


 

paridad, comprender incluso la inhumanidad y las monstruosi­ dades intelectuales y políticas de una época confusa.

Señalo en forma explícita el hecho de pertenecer al grupo de  judíos

 expulsados de Alemania a una edad relativamente tem­ prana, porque deseo anticipar ciertos malentendidos que pue­ den surgir con facilidad al hablar de humanidad. Con respecto a  esto, no puedo disimular el hecho de que durante varios años  consideré que la única respuesta correcta a la pregunta: ¿quién  eres tú? era: una judía. Esa sola respuesta tomaba en cuenta larealidad de la persecución. En cuanto a la respuesa (Soy un  hombre) con la que Nathan el Sabio replica (en efecto, aunque  no con verdaderas palabras) la orden “Acércate, judío”, no la ha­ bría considerado más que una grotesca y peligrosa evasión de la  realidad.

Permítanme aclarar rápidamente otro posible malentendi­ do. Cuando utilizo la palabra “judío” no quiero sugerir un tipo de  ser humano especial, como si el destino judío fuera representati­ vo o un modelo del destino de la humanidad. (Una tesis así sólo  hubiera sido apoyada con fuerza durante la última etapa de la do­ minación nazi, cuando en realidad se estaba explotando a los ju­ díos y al antisemitismo sólo para mantener en funcionamiento el  programa racista de exterminación. Pues esta era una parteesencial del gobierno totalitario. El movimiento nazi se inclinó  hacia

 el totalitarismo desde un principio; sin embargo, el Tercer  Reich no fue de ninguna manera totalitario durante sus [rimeros  años. Con “primeros años” me refiero al primer período

 que du­ ró desde 1933 hasta 1938). Al decir, “una judía” no hacía referen­ cia a una realidad cargada con la distinción por parte de la histo­ ria. Sólo reconocía un suceso político a través el cual el hecho de  pertenecer a este grupo pesaba más que todas las otras pregun­ tas sobre la identidad personal o más bien las había inclinado enfavor del anonimato. En la actualidad, dicha actitud parecería  una pose. En la actualidad, por lo tanto, es fácil señalar que aque­ llos que reaccionaron de esta manera nunca llegaron muy lejos  en la escuela de “humanidad”, cayeron en la trampa tendida por  Hitler y, por ende, sucumbieron al espíritu del hitlerismo a su  propia manera. Lamentablemente, el simple principio que aquí  se cuestiona es difícil de comprender en especial en épocas dedifamación y persecución: el principio de que uno sólo puede re-


 

wstir bajo los términos.de la identidad que es objeto de ataque. Aquellos que rechazan estas identificaciones con un mundo hos-  lil pueden sentirse superiores al mundo, pero su superioridad ya  no i>ertenece a este mundo; es la superioridad de un mundo ima­ ginario y chiflado más o menos bien equipado.

Cuando revelo entonces los antecedentes personales de mis  reflexiones, para aquellos que conocen el destino de los judíos  sólo a través de rumores puede sonar como si hablara con las pa­ labras del colegio, un colegio al que no han asistido y cuyas lec­ ciones no les conciernen. Pero sucede que, durante ese mismo  ixTíodo, en Alemania se daba el fenómeno conocido como “emi­ gración interior”, y aquellos que saben algo sobre esa experien­ cia pueden reconocer ciertas cuestiones y conflictos relaciona­ dos con los problemas que he mencionado en u

n sentido más  que meramente formal y estructural. Tal como lo sugiere su  nombre, la “emigración interior” fue un fenómeno curiosamente  ambiguo. Por un lado, significaba que en Alemania había perso­ nas que se comportaban como si no pertenecieran al país, que se  sentían como emigrantes; y por otro, indicaba que en realidad  no habían emigrado sino que se habían retirado a un mundo  interior, a la invisibilidad del pensamiento y el sentimiento. Sería  un error imaginar que esta forma de exilio, el hecho de retirarse  del mundo e internarse en un reino interior, sólo se dio en  Alemania, tal como sería un error imaginar que dicha emigra­ ción terminó cuando el Tercer Reich llegó a su fin. Sin embargo,  en (isas épocas tan oscuras, tanto dentro como fuera de Alema­ nia la tentación era muy fuerte, frente a una realidad al parecer  insoportable, cambiar el mundo y su espacio público por una vi­ da interior, o simplemente ignorar dicho mundo en favor de un  mundo imaginario “tal como debería ser” o tal como lo fue algu­ na vez.

Se ha discutido mucho la tendencia tan difundida en Alema­ nia a actuar como si los años entre 1933 y 1945 nunca existieron;  como si esta parte de la historia alemana, europea y por lo tanto  mundial pudiera ser borrada de los libros; como si todo depen­ diera del hecho de olvidar el aspecto “negativo” del pasado y re­ ducir el horror al sentimentalismo. (El éxito mundial de E l dia­ rio de Ana Frank fue una clara prueba de que dichas tendencias  no se limitaban sólo a Alemania). Fue algo grotesco que no se

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les permitiera aprender a los jóvenes alemanes los hechos que  cualquier estudiante a unos pocos kilómetros de distancia no po­ día evitar saber. Detrás de todo esto había, claro está, una per­ plejidad genuina. Y esta incapacidad misma de enfrentar la reali­ dad del pasado podría haber sido una herencia directa de la emi­ gración interior, tal como fue sin duda hasta cierto punto, y aun  en forma más directa, una consecuencia del régimen de Hitler,  es decir, una consecuencia de la culpa organizada con la que los  nazis comprometieron a todos los habitantes del suelo alemán,  no menos los exiliados interiores que los resueltos miembros  del partido y los vacilantes viajeros. Los aliados simplemente in­ corporaron el hecho de esta culpa a la fatídica hipótesis de la cul­ pa colectiva. Aquí se encuentra la razón de la profunda ineptitud  de los alemanes, que llama la atención de cualquier extranjero,  en cualquier discusión de las cuestiones del pasado. Lo difícil  que resulta encontrar una actitud razonable está tal vez mejor  expresado por el cliché de que aún “no se ha dominado” el pasa­ do y por la convicción que sostienen en particular hombres de  buena voluntad de que lo primero que hay que hacer es comen­ zar a “dominarlo”. Quizá eso no pueda hacerse con ningún pasa­ do y menos aún con el pasado de la Alemania de Hitler. Lo mejor  que puede lograrse es saber con precisión qué fue, soportar esteconocimiento y luego aguardar y ver qué resulta de este conoci­ miento y esta tolerancia.

Tal vez pueda explicar mejor esto con un ejemplo menos do­ loroso. Después de la Primera Guara Mundial experimentamos  el “dominio del pasado” en un torrente de descripciones sobre la  guerra que variaban enormemente en forma y calidad: natural­ mente, esto no sólo sucedió e

n Alemania sino en todos los países  afectados. Sin embargo, pasarían treinta años antes de que apa­ reciera una obra de arte que mostrara con tanta transparencia la  verdad interior del hecho que fue posible decir: sí, esto fue lo  que sucedió. Y en esta novela de William Faulkner titulada Unabula se describe muy poco, se explica aun menos y no se “do­ mina” nada en absoluto; su final son lágrimas que el lector tam­ bién derrama y lo que queda más allá de esto es el “efecto trági­ co” o el “placer trágico”, la frustrante emoción que nos permite  poder aceptar el hecho de que algo como esta guerra haya podi­ do suceder. Menciono la tragedia deliberadamente porque ésta


 

representa, más que las otras formas literarias, un proceso de re­ conocimiento. El

 héroe trágico se vuelve bien informado al vol­ ver a vivir lo que se ha hecho en la forma de sufrimiento, y en  osle pathos, al volver a vivir el pasado la cadena de actos indivi­ duales se transforma en un hecho, en un todo significativo. El  clímax culminante de la tragedia se da cuando el actor se con­ vierte en víctima; allí yace su peripecia, la revelación del desenla­ ce. Pero hasta los argumentos no-trágicos se convierten en he-  clios genuinos cuando se los experimenta una segunda vez bajo  la forma de sufrimiento, cuando la memoria opera en forma re-  i rospectiva y perceptiva. Dicha memoria sólo puede hablar cuan­ do se han silenciado la indignación y la ira, que nos obligan a la  acción, y ello necesita tiempo. No podemos dominar el pasado  más de lo que podemos deshacerlo. Sin embargo, podemos re­

conciliarnos con él. Y la forma de hacerlo es el lamento, que sur­ ge a partir de cualquier recuerdo. Es, tal como ha dicho Goethe  (en la Dedicación a Fausto):

DerSchmerz wird neu, es wiederholt die Klage Des Lebens labyrinthisch trren Lauf

(El dolor vuelve a surgir, el lamento repite el curso errante y laberíntico de la vida.)

El impacto trágico de esta repetición en el lamento afecta  uno de los principales elementos de toda acción; establece su  significado y ese significado permanente que luego ingresa a la  historia. En la distinción por contras

te con los otros elementos  propios de la acción (sobre todo de las metas preconcebidas, los  motivos apremiantes y los principios guías, los cuales se toman  visibles en el curso de la acción), el significado de un acto sólo se  i evela cuando la acción en sí ha concluido y se ha convertido en  una historia susceptible a la narración. Hasta donde sea posible  cierto “dominio” del pasado, éste consiste en relacionar lo suce­ dido; pero dicha narración, que da forma a la historia, no resuel­ ve ningún problema y no alivia ningún sufrimiento; no domina  nada de una vez y para siempre. Por el contrario, mientras siga  vivo el significado de los sucesos (y este significado puede per­ sistir durante períodos prolongados), el “dominio del pasado”  puede adoptar la forma de una narración recurrente. El poeta, en  un sentido muy general, y el historiador, en sentido especial, tie-


 

nen la tarea de establecer este proceso de narración en movi­ miento y de involúcranos en ella. Y nosotros que no somos, en la  mayor parte, ni poetas ni historiadores, estamos familiarizados  con la naturaleza de este proceso por nuestra propia experiencia  con la vida, pues nosotros también tenemos la necesidad de re­ cordar los sucesos significativos de nuestras vidas al relacionar­ los con nosotros y otras personas. De este modo, estamos cons­ tantemente preparando el camino para la “poesía”, en el sentido  más amplio, como una potencialidad humana; estamos esperan­ do constantemente que surja en algún ser humano.

Cuando esto sucede, el relato de lo acaecido se detiene y se  agrega una narrativa formada, un punto más al repertorio del  mundo. En la materialización del poeta o del historiador, la na­ rración de la historia ha adquirido permanencia y persistencia.  Por lo tanto, se le ha dado a la narrativa su lugar en el mundo,  donde nos sobrevivirá. Allí podrá seguir viviendo: una historia  entre muchas. Estas historias no tienen ningún significado que  sea separable de ellas por completo, y esto lo sabemos por nues­ tra propia experiencia no-poética. Ninguna filosofía, análisis o  aforismo, por profundo que sea, puede compararse en intensi­ dad y riqueza de significado con una historia bien narrada.

Parece que me he alejado de mi tema. La pregunta es cuán­ ta realidad debe retenerse incluso en un mundo inhumano si no  queremos reducir la humanidad a una frase vacía o un fantasma.  0 para decirlo en otras palabras, ¿hasta qué punto seguimos  obligados con el mundo cuando nos han echado de él o nos he­ mos retirado de éste? No deseo aseverar que la “emigración in­ terior”, la huida del mundo hacia el escondite, de la vida pública  al anonimato (cuan

do eso es lo que en realidad fue y no sólo un  pretexto para hacer lo que todos hicieron con suficientes reser­ vas interiores para salvar la propia conciencia), no era una acti­ tud justificada, y en muchos casos, la única posible. Siempre y  cuando no se ignore la realidad, puede justificarse la huida del  mundo en épocas oscuras de impotencia, aunque se reconozca  como algo que se debe evitar. Cuando una persona elige esta al­ ternativa, también la vida privada puede retener una realidad de  de ninguna manera insignificante, aunque permanezca impoten­ te. Sólo es importante que esa persona se dé cuenta de que el ca­ rácter real de esta realidad no consiste en su nota profundamen-


 

te personal, más de lo que surge de la intimidad como tal, sino  que es inherente al mundo del cual ha escapado. Esta persona  deberá recordar que siempre está huyendo y que la realidad del  mundo se expresa entonces a través de ese escape. Por lo tanto,  la verdadera fuerza del escapismo surge de la persecución, y la  fuerza personal del fugitivo aumenta a medida que aumentan la  persecución y el peligro.

Al mismo tiempo no podemos dejar de ver la limitada impor­ tancia política de dicha existencia, aun si se basa en la pureza.  Sus límites son inherentes al hecho de que la fuerza y el poder  no son iguales; ese poder sólo surge allí donde las personas actú­ an en conjunto pero no donde las personas se hacen más fuertes  como individuos. Ninguna fuerza es lo suficientemente grande  como para reemplazar el poder; cada vez que la fuerza se enfren­ ta al poder, es la fuerza la que siempre sucumbe. Pero incluso en  la mera fuerza para escapar y resistir mientras se huye no puede  materializarse allí donde se pase por alto o no se tenga en cuen­ ta la realidad, como cuando un individuo se cree demasiado bue­ no y noble como para oponerse a dicho mundo, o cuando puede  enfrentar la “negatividad” absoluta de las condiciones predomi­ nantes en un momento dado. Qué tentador era, por ejemplo, ig­ norar simplemente el parloteo intolerable y estúpido de los  nazis. Pero por seductor que parezca el hecho de ceder a esas  tentaciones y encerrarse en el refugio de la propia psique, el re­ sultado será siempre una pérdida de humanidad junto con el  abandono de la realidad.

Por lo tanto, en el caso de una amistad entre un alemán y un  judío bajo las condiciones del Tercer Reich, no habría sido un  signo de humanidad que los amigos hubieran dicho: ¿No somos  acaso los dos seres humanos? Habría sido una mera evasión de  la realidad y del mundo común a ambos en ese momento; no se  resistían al mundo tal como era. Las personas que negaban la re­ alidad de la distinción podían evadir pero no desafiar una ley que  prohibiera las relaciones sexuales entre judíos y alemanes. De  acuerdo con una humanidad que no había perdido el sólido te­ rreno de la realidad, una humanidad en medio de la realidad de  la persecución, estos amigos se habrían tenido que decir: un ale­ mán y un judío, y amigos. Sin embargo, cada vez que se daba una  amistad así en esa época (por supuesto que en la actualidad la s¡-


 

tuación ha cambiado por completo) y se mantenía con pureza, es  decir sin falsos complejos de culpa por un lado y falsos comple­ jos de superioridad o de inferioridad por el otro, se había logrado  una pizca de humanidad en un mundo inhumano

IV

El ejemplo de amistad que cité, porque una variedad de ra­ zones me parece especialmente pertinente a la cuestión de hu­ manidad, nos lleva otra vez a Lessing. Como es bien sabido, los  antiguos consideraban que los amigos era indispensables para  la vida humana, que una vida sin amigos no valía la pena de ser  vivida. Al sostener esto, no daban gran importancia a la idea de  que necesitamos la ayuda de los amigos cuando tenemos dificul­ tades; por el contrario, pensaban que no puede haber felicidad ni  buena fortuna para nadie a menos que un amigo comparta su  alegría. Por supuesto que la máxima de que sólo en la desgracia  descubrimos quiénes son los verdaderos amigos tiene algo de  cierto; pero aquellos a quiénes consideramos nuestros verdade­ ros amigos sin dicha prueba son por lo general aquellos a quie­ nes les revelamos sin dudar nuestra felicidad y con quienes com­ partimos nuestras alegrías.

Estamos acostumbrados a ver la amistad como un fenóme­ no de intimidad, donde los amigos abren sus corazones sin tener  en cuenta el mundo y sus demandas. Rousseau y no Lessing es  quien mejor defiende este punto de vista que concuerda tan bien  con la actitud básica del individuo moderno, que en su aliena­ ción del mundo sólo puede revelarse verdaderamente en la inti­ midad y en la intimidad de encuentros cara-a-cara. Por lo tanto,  nos resulta difícil comprender la importancia política de la amis­ tad. Cuando leemos, por ejemplo, en Aristóteles que phtlia,  amistad entre ciudadanos, es uno de los requisitos fundamenta­ les del bienestar de la ciudad, tendemos a pensar que hacía refe­ rencia a la mera ausencia de facciones y de guerra civil dentro de  ella. Pero para los griegos, la esencia de la amistad consistía en  el discurso. Sostenían que sólo el intercambio constante de ide­ as unía a los ciudadanos en una polis. En el discurso, la importan­ cia política de la amistad y su peculiar humanidad quedaban de


 

manifiesto. Esta plática (en constraste con la charla ínfima don­ de los individuos hablan sobre sí mismos), por muy impregnada  que esté del placer en la presencia del amigo, se relaciona con el  mundo común, que permanece “inhumano” en un sentido muy  literario a menos que los seres humanos hablen constantemente  de él. Pues el mundo no es humano sólo porque está hecho por  seres humanos, y no se vuelve humano sólo porque la voz huma­ na resuene en él sino sólo cuando se ha convertido en el objeto  de discurso. Sin embargo, por mucho que nos afecten las cosas  del mundo, por profundo que nos estimulen, sólo se tornan hu­ manas para nosot

ros cuando podemos discutirlas con nuestros  semejantes. Aquello que no pueda convertirse en objeto de dis­ curso (lo verdaderamente sublime, lo verdaderamente horrible  o lo sobrenatural) puede hallar una voz humana a través de la  cual sonar en el mundo, pero esto no es con exactitud humano.  Humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en no­ sotros mismos con el mero hecho de hablar sobre ello y mien­ tras lo hacemos aprendemos a ser humanos.

Los griegos denominaban esta humanidad que se adquiere  en el discurso de amistadd pkilanthropia, “amor por el hombre”,  dado que se manifiesta en una prontitud a compartir el mundo  con otros hombres. Lo opuesto, misantropía, significa simple­ mente que el misántropo no encuentra a nadie con quien com­ partir el mundo, que a nadie considera apto para regocijarse con  él del mundo, la naturaleza y el cosmos. La filantropía griega su­ frió varios cambios antes de convertirse en la humanitas roma­ na. El más importante de estos cambios correspondió al hecho  político de que en Roma las personas de orígenes étnicos y des­ cendencias muy diferentes podían adquirir la ciudadanía roma­ na y entrar así en el discurso entre los romanos cultivados y po­ dían entonces discutir el mundo y la vida con ellos. Y este medio  ambiente político es lo que distingue la humanitas romana de  aquello que los modernos denominan humanidad, con lo cual se  refieren a un mero efecto de la educación.

Esa humanidad debe ser sobria y fría en lugar de sentimen­ tal; esa humanidad no está ejemplificada en la fraternidad sino  en la amistad; esa amistad no es íntimamente personal sino que  hace demandas políticas y preserva la referencia al mundo (todo  esto nos parece tan exclusivo y característico de la antigüedad


 

clásica que nos sorprende cuando descubrimos rasgos de este  tipo en Nathan el Sabio) que, por moderno que sea, podría lla­ marse y con algo de justicia el drama clásico de la amistad. Lo  que nos parece extraño en la obra es el “Debemos, debemos ser  amigos” con el que Nathan se dirige al templario y de hecho, a  cualquiera con quien se cruza; pues esta amistad es obviamente  tanto más importante para lessing que la pasión de amor que  bruscamente pone fín a la historia de amor (los amantes, el tem­ plario y Recha, la hija adoptada de Nathan, resultan ser herma­ nos) y la transforma en una relación donde se requiere la amis­ tad y se elimina el amor. La tensión dramática de la obra se basa  únicamente en el conflicto que surge entre la amistad y la huma­ nidad con la verdad. El hecho resulta tal vez más extraño para el  hombre moderno, pero una vez más, está curiosamente relacio­ nado con los principios y conflictos que preocupaban a la an­ tigüedad clásica. Por último, después de todo, la sabiduría de  Nathan consiste en su disposición a sacrificar la verdad a la  amistad.

Lessing terna opiniones altamente ortodoxas con respecto a  la verdad. Se negaba a aceptar cualquier verdad, incluso aque­ llas presumiblemente transmitidas por la Providencia, y nunca  se sintió obligado por la verdad, ya fuera impuesta por otros o  por sus propios procesos de razonamiento. Si se hubiera enfren­ tado a la alternativa platónica de doxa o aletheia, opinión o ver­ dad, no cabe duda de cómo lo habría resuelto. Se alegraba de  que (para usar su parábola) se hubiese perdido el genuino ani­ llo, si es que alguna vez existió; se alegraba por el infinito núme­ ro de opiniones que surgen cuando los hombres discuten los  asuntos de este mundo. Si el genuino anillo existió, ellos signifi­ caría el final del discurso y por lo tanto de la amistad y de la hu­ manidad. También se alegraba de pertenecer a la raza de “dioses  limitados”, como solía denominar a veces a los hombres; y creía  que la sociedad humana no salía lastimada por “aquellos que se  preocupan más por crear nubes que por disiparlas”, mientras  que infligían“mucho daño aquellos que desean someter todas  las formas de pensamiento del hombre al yugo de los propios”.  Esto no tiene mucho que ver con la tolerancia en el sentido co­ rriente (de hecho, el mismo Lessing no era una persona espe­

cialmente tolerante), pero tiene mucho que ver con el don de la


 

amistad, con la apertura hacia el mundo y por último con el ver­ dadero amor por la humanidad.

El tema de los “dioses limitados”, de las limitaciones del en­ tendimiento humano, limitaciones que la razón especulativa pue­ de señalar y, por lo tanto, trascender, se convirtieron en el gran  objeto de las críticas de Kant. Pero sea lo que fuere que las acti­ tudes de Kant puedan tener en común con las de Lessing (de he­ cho tienen mucho en común), los dos pensadores diferían en un  punto decisivo. Kant se dio cuenta de que no puede haber una  verdad absoluta para el hombre, por lo menos no en un sentido  teórico. Por cierto que habría estado preparado a sacrificar laverdad ante la posibilidad de la libertad humana; pues si poseyé­ ramos la

 verdad no podríamos ser libres. Pero no habría estado  de acuerdo con Lessing acerca de que la verdad, si realmente  existía, podía ser sacrificada sin duda

 alguna a la humanidad, a la  posibilidad de la amistad y del discurso entre los hombres. Kant  sostenía que existe un absoluto, el deber del imperativo categó­ rico que está por encima de los hombres es decisivo en todos los  asuntos humanos y no puede infringirse ni siquiera por el bien  de la humanidad en cada uno de los sentidos de la palabra. Los  críticos de la ética kantiana han denunciado con frecuencia que  esta tesis es inhumana y despiadada. Sean cuales fueren los mé­ ritos de sus argumentos, es innegable la inhumanidad de la filo­ sofía moral de Kant. Y esto es así porque el imperativo categóri­ co está postulado como absoluto y su carácter de absoluto intro­ duce al mundo interhumano (que por su naturaleza consiste en  relaciones) algo que está en contra de su relatividad fundamen­ tal. La inhumanidad que está unida al concepto de una sola ver­ dad surge con una particular claridad en el trabajo de Kant por­ que inténtó basar la verdad en la razón práctica; es como si él,  que señaló de manera tan inexorable los límites cognoscitivos  no soportara pensar que tampoco en la acción el hombre puedecomportarse como un dios.

Lessing, sin embargo, se alegraba de lo único que siempremolestó a los filósofos (al menos desde Parménides y Platón):  que

 la verdad, en cuanto se la dice, se transforma de inmediato  en una opinión entre muchos, se la discute, se la reíormula y se  la reduce a un sujeto de discurso entre otros. La grandeza de  lessing no consiste meramente en el discernimiento teórico de


 

que no puede haber una sola verdad dentro del mundo humano  sinoen su alegría de que no exista y que por lo tanto, el intermi­ nable discurso entre los hombres jamás cesará mientras el hom­ bre siga existiendo. Una sola verdad absoluta, de haber existido,  habría sido la muerte de todas esas disputas en las que este pre­ decesor y maestro de toda polémica en idioma alemán se sentía  tan cómodo y siempre tomaba partido con la mayor claridad y  definición.

En la actualidad nos resulta difícil identificarnos con el dra­ mático aunque no trágico conflicto de Nothon el Sabio, como fue  la intención de

 Lessing. Esto se debe en parte a que en relación  con la verdad se ha convertido en una cosa común ser toleran­ tes, aunque por razones que nada tienen que ver con las razones  de Lessing. Aun hoy, alguien podría establecer la cuestión al es­ tilo de la parábola de Lessing de los tres anillos, como por ejem­ plo, en el magnífico manifiesto de Kafka: “Es difícil hab

lar de la  verdad, pues aunque sólo haya una verdad, ésta está viva y por lo  tanto posee un rostro vivo y cambiante*. Sin embargo, aquí tam­ poco se dice nada del punto político de la antimonia de Lessing,  es decir, el posible antagonismo entre la verdad y la humanidad.  Hoy en día, es raro encontrar personas que se crean dueñas de  la verdad; sin embargo, nos enfrentamos constantemente a per­ sonas que están seguras de tener razón. La distinción es clara: la  cuestión de la verdad en la época de Lessing era una cuestión de  filosofía y religión, mientras que nuestro problema sobre tener  la razón surge dentro del marco de la ciencia y siempre se deci­ de por una forma de pensamiento orientada hacia la ciencia. Al  decir esto ignoraré la cuestión de si este cambio en las formas de  pensamiento ha demostrado ser para nuestro bien o no. El am­ pie hecho es que aun los hombres que son totalmente incapaces  de juzgar los aspectos específicamente científicos de un argu­ mento están tan fascinados por la precisión científica como lo es­ taban los hombres del siglo XVIII con la cuestión de la verdad. Y  por extraño que parezca, el hombre moderno no ha perdido suadmiración por la actitud de los científicos, quienes, mientras es­ tán procediendo de manera científica, saben muy bien que sus  “verdades” nunca son finales sino que sufren continuas revisio­ nes radicales a través de la investigación viva.

A pesar de la diferencia entre las nociones de poseer la ver­ dad y tener razón, estos dos puntos de vista tienen algo en co­


 

n: aquellos que adoptan uno u otro por lo general no están  preparados a sacrificar su punto de vista a la humanidad o la  amistad en caso de conflicto. De hecho creen que hacerlo viola­ ría un deber importante, el deber de la “objetividad”; de modo  que si aun en ocasiones realizan este sacrificio no sienten que.actúan por la conciencia sino que incluso se sienten avergonza­ dos de su humanidad y se sienten culpables por ello. En térmi­ nos de la époc

a en la que vivimos, y en términos de las muchas  opiniones dogmáticas que dominan nuestro pensamiento, pode­ mos traducir el conflicto de Lessing en uno más cercano a nues­ tra propia experiencia, al demostrar su aplicación a los doce  años y a la ideología predominante del Tercer Reich. Por el mo­ mento, señalemos el hecho de que la doctrina racial de los nazis  no es demostrable e

n principio porque contradice la “naturale­ za” del hombre. (A propósito, vale la pena señalar que estas teo­ rías “científicas” no fueron una invención de los nazis y ni siquie­ ra una invención específicamente alemana). Pero por el momen­ to, supongamos que se hubiese podido probar de manera con­ vincente las teorías raciales. Pues no puede negar que las prácti­ cas conclusiones políticas que los nazis extrajeron de estas teorí­ as fuesen perfectamente lógicas. Supongamos que pueda de­ mostrarse, a través de una innegable evidencia científica, que  una raza es inferior; ¿eso justifica su exterminio? Sin embargo, la  respuesta a esta pregunta sigue siendo demasiado fácil porque  podemos invocar el “No matarás”, que de hecho se ha converti­ do en el mandamiento fundamental del pensamiento legal y mo­ ral de Occidente desde la victoria del Cristianismo sobre la anti­ güedad. Pero en los términos de una manera de pensar que no  está dirigida por ninguna censura legal, moral o religiosa (y el  pensamiento de Lessing era tan libre como lo era “libre y cam­ biante”), la pregunta debería plantearse de la siguiente manera:  Una doctrina así, por convincente que fuera, ¿vale el sacrificio de  algo tan importante como la simple amistad entre dos hombres?

Así hemos regresado a mi punto de partida, a la sorprenden­ te falta de “objetividad” en la polémica de Lessing, a su parciali­ dad siempre vigilante, que no tiene nada que ver con la subjetivi­ dad pues siempre está formulada no en términos del ser sino en  términos de la relación de los hombres con su mundo, en térmi­ nos de sus posiciones y opiniones. Lessing no habría tenido nin­ guna dificultad para responder a la pregunta que acabo de plan­


 

tear. Ningún discernimiento en la naturaleza del Islam, del Juda­ ismo o del Cristianismo habrían evitado que entablara amistad y  el discurso de amistad con un mahometano convencido, un judío  piadoso o un cristiano creyente. Cualquier doctrina que negara  en principio la posibilidad de la amistad entre dos seres huma­ nos habría sido rechazada por su conciencia libre e infalible. Se  habría puesto de inmediato del lado humano y despachado de in­ mediato la discusión erudita o no en cualquiera de los campos.  En eso consistía la humanidad de Lessing.

Esta humanidad surgió en un mundo esclavizado desde el  punto de vista político cuyas bases ya estaban tambaleantes. Les­ sing también vivía en un “tiempo de oscuridad” y después de su  propia moda fue destruido por su oscuridad. Hemos visto la po­ derosa necesidad que tienen los hombres en esas épocas de  acercarse unos a otros para buscar en la calidez de la intimidad  el sustituto de esa luz y esa iluminación que sólo puede brindar  el reino público. Pero esto significa que evitan las disputas y tra­ tan de relacionarse sólo con personas con las que no pueden te­ ner conflicto. Para un hombre de la disposición de Lessing, no  había demasiado espacio en una época así y en un mundo tan  confinado; allí donde la gente se urna para brindarse calor unos a  otros, se alejaban de él. Y sin embargo Lessing, que era polémi­ co al punto de la pugnacidad, no soportaba la soledad más que la  excesiva cercanía de una fraternidad que borraba toda distin­ ción. Nunca se sintió inclinado a pelearse con alguien con quien  había entrado en disputa; sólo le interesaba humanizar el mundo  a través del discurso incesante y continuo sobre sus asuntos y  sus cosas. Quería ser amigo de muchos hombres pero no ser  hermano de ninguno.

No logró esta amistad en el mundo con la gente en la dispu­ ta y el discurso, y de hecho, bajo las condiciones prevalecientes  entonces en las tierras de habla alemana, no lo habría podido lo­ grar nunca. En Alemania no podía desarrollarse la compasión  por un hombre “que valía más que todos sus talentos” y cuya  grandeza “yacía en su individualidad” (Friedrich Schlegel) por­ que la compasión tendría que surgir fuera de la política en el sen­ tido más profundo de la palabra. Como Lessing era una persona  totalmente política, insistía en que la verdad sólo puede existir  allí donde es humanizada por el discurso, sólo donde cada hom-


 

bre no dice lo que se le ocurre en el momento sino lo que “consi­ dera

 verdadero”. Pero dicho discurso es virtualmente imposible  en la soledad; pertenece a un campo donde hay muchas voces y  donde el anuncio de aquello que cada uno “considera verdade­ ro" une y separa a los hombres al mismo tiempo, estableciendo  de hecho esas distancias entre hombres que juntas abarcan el  mundo. Cada verdad fuera de este campo, sin importar si aporta  el bien o el mal a los hombres, es inhumana en el sentido literal  de la palabra; pero no porque pueda alzar a los hombres unos en  contra de otros y separarlos. Todo lo contrario, es porque podría  resultar que de repente todos los hombres se unieran en una  única opinión, como si de varías opiniones surgiera una única,  no como hombres en su infinita pluralidad sino como hombre en  singular, una especie y sus ejemplares, que habitara la tierra. Si  esto sucediera, el mundo, que sólo puede formarse en los espa­

cios intermedios entre los hombres en todas sus variedades, de­ saparecería. Por esa razón, lo más profundo que se ha dicho so­ bre la relación entre verdad y humanidad es una oración de Les­ sing, la que parece extraer de todos sus trabajos la última pala­ bra de la sabiduría. La oración es la siguiente:

Jedersage, was ikm wahrheit dünkt,und die wahrheit selbst sei gott emp/ohlen!

(¡Que cada hombre diga lo que considera verdad,  y que la verdad misma esté encomendada a Dios!)


 

Rosa Luxemburgo

1871-1919

i

La biografía definitiva, estilo inglés, se encuentra dentro de  los géneros más admirables de la historiografía. Larga, bien do­ cumentada, muy comentada y generosamente salpicada de ci­ tas, ésta suele venir en dos grandes volúmenes y relata más y  con un estilo más vivido sobre el período histórico en cuestión  que el más destacado de los libros de historia. Pues a diferencia  de otras biografías, aquí no se considera la historia como el me­ dio inevitable del período de vida de una persona famosa; es mas  bien como si la luz incolora de un período histórico estuviera re­ fractada por el prisma de un gran personaje de modo que se lo­ gra una unidad completa de la vida y el mundo en el espectro re­ sultante. Esta puede ser la razón por la que se ha convertido en  el género clásico utilizado para las vidas de los grandes hombres  de estado aunque no se adapta a aquellos cuyo mayor interés en  la vida se basa en la historia de la vida o para la vida de artistas,  escritores y, por lo general, hombres o mujeres cuyo genio los  obligó a mantener al mundo a una cierta distancia y cuya impor­ tancia yace principalmente en sus trabajos, los instrumentos que  agregaron al mundo, no en el rol que desempeñaron en él.11

1 Otra limitación se hahecho más obvia en estos últimos años cuando Hit-  ler y Stalin, debido a su importancia para la historia contemporánea, recibieronel honor inmerecido de biografías definitivas. Poco importa cuán escrupulosa­ mente Alan Bullock en su libro sobre Hitler e Isaac Deutscher en su biografía deStalin hayan seguido los tecnicismos metodológicos prescritos por el género; verla historia a la luz de estas no-personas sólo daría por resultado la falsificación desu promoción a la respetabilidad y en una distorsión más sutil de los hechos.


 

Fue una genialidad de parte de J.P. Nettl haber elegido la vi­ da de

 Rosa Luxemburgo,*2 el candidato más improbable, como  tema para un género que sólo parece apropiado para las vidas de  los grandes hombres de estado y otras personalidades del mun­ do. Ella, por cierto, no pertenecía a ninguna de estas categorías.  Aun en su propio mundo del movimiento socialista europeo tie­ ne una figura un tanto marginal, con momentos de esplendor y  gran brillo relativamente breves, cuya influencia en la obra y la  palabra escrita apenas puede compararse con la de sus contem­ poráneos: con Plekhanov, Trotsky y Lenin, con Bebel y Kautsky,  con Jaurésy Millerand. Si el éxito en el mundo es requisito indis­ pensable para el éxito en el género, ¿cómo pudo Nettl tener éxi­ to con esta mujer quien cuando muy joven fue sacada de su Polo­ nia natal y llevada al Partido Social Democrático Alemán; quien  siguió desempeñando un rol importante en la poco conocida his­ toria del socialismo polaco y quien durante casi dos décadas se  convirtió en la figura más polémica y menos comprendida (aun­ que nunca fue reconocido oficialmente) del movimiento izquier­

dista alemán? Pues fue precisamente el éxito, el éxito aun en su  propio mundo de revolucionarios, aquello que se le negó a Rosa  Luxemburgo en vida, en la muerte y después de la muerte. ¿Pue­ de ser que el fracaso de todos sus esfuerzos en relación con el  reconocimiento oficial esté de alguna manera relacionado con el  funesto fracaso de la revolución en nuestro siglo? ¿La historia se  verá diferente si la miramos a través del prisma de su vida y su  trabajo?

Por cierto que esto fuera, no conozco un libro que arroje  más luz sobre el período crucial del socialismo europeo desde  las últimas décadas del siglo XIX hasta el fatídico día de enero d1919 cuando Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, los dos líde­ res del Spartakusbund, el precursor del partido comunista ale­ mán, fueron asesinados en Berlín bajo los ojos del régimen so-

Cuando queremos ver tanto los hechos como las personas en su justa proporción  tenemos que seguir remitiéndonos a las biografías mucho menos documentadas  y virtualmente incompletas de Hitler y Stalin de Konrad Heiden y Boris Souvari-  ne, respectivamente.

2 Rosa Luxemburg, 2 vols., Oxford University Press, 1966.

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eialista que entonces estaba en el poder, y tal vez con su conni­ vencia. Los asesinos eran miembros de los ultranacionalistas y  oficialmente ilegales freikorps,

 una organización paramilitar de  donde los milicianos nazis reclutarían a sus asesinos más prome­ tedores. El hecho de que el gobierno de la época estuviera prác­ ticamente en manos de los freikorps, porque contaban con el “to­ tal apoyo de Noske”, el experto de los socialistas en defensa  nacional, entonces a cargo de los asuntos militares, sólo fue con­ firmado hace poco tiempo por el capitán Pabst, el último partici­ pante sobreviviente del asesinato. El gobierno de Bonn (tanto en  este como en otros aspectos, demasiado ansioso por revivir los  rasgos más siniestros de la República de Weimar) dio a conocer  que fue gradas a los freikorps que Moscú no había logrado incor­ porar toda Alemania en el Imperio Rojo después de la Primera  Guerra Mundial y que el asesinato de Liebknecht y Luxem­ burgo fue totalmente legal, “una ejecución de acuerdo con la ley  marcial”.3

Esto era mucho más de lo que alguna vez pretendió la Repú­ blica de Weimar, pues nunca se admitió públicamente que los  freikorps eran en realidad un brazo del gobierno y que había  “castigado” a los asesinos suspendiendo una sentencia de dos  años y dos semanas al soldado Runge por “intento de asesinato”  (había golpeado a Rosa Luxemburgo en la cabeza en los corre­ dores del Hotel Edén), y de cuatro meses al teniente Vogel (era  el oficial a cargo cuando Rosa fue arrojada al canal Landwehr)  por “no poder presentar un cadáver y disponer ilegalmente de  éste”. Durante el juicio, se presentó como evidencia una foto dePunge con sus camaradas celebrando el asesinato en el mismo  hotel al día siguiente, y esto causó una gran alegría en el acusa­ do. “El acusado Runge debe comportarse como es debido. Este  no es asunto de risa”, le dijo el juez que presidía el juicio. Cua­ renta y cinco años después, durante el juicio de Auschwitz en  Francfort, tuvo lugar una escena similar; se dijeron las mismas  palabras.

Con el asesinato de Rosa Luxemburgo y Liebknecht, la divi­ sión de la izquierda europea en los partidos Socialista y Comu­ nista se tornó irrevocable; “el abismo que los comunistas se figu­

3 Véase el B ulletin des Presse-und Inform ationsam tes der Bundes-regierung,  del 8 de febrero de 1962, pág. 224.


 

raron en teoría se convirtió en... el abismo de la tumba”. Y como  este temprano crimen recibió la ayuda del gobierno y fue induci­ do por el mismo, inició la danza de la muerte en la Alemania de  posguerra: los asesinos de la extrema derecha comenzaron a li­ quidar a los líderes prominentes de la extrema izquierda (Hugo  Haase y

 Gustav l^ndauer, Leo Jogiches y Eugene Leviné) y  pronto se movier

on hacia el centro y centro-derecha (a Walter  Rathenau y Matthias Krzberger, ambos miembros del gobierno  en el momento de sus muertes). Así, la muerte de Rosa Luxem-  burgo se convirtió en la línea divisoria entre dos eras en Alema­ nia; y se convirtió en el punto de no retomo para la izquierda ale­ mana. lodos aquellos que se pasaron a los comunistas por una  amarga desilusión con el Partido Socialista se sintieron aun más  desilusionados con la declinación moral y la desintegración polí­ tica del Partido Comunista, y sin embargo, sintieron que regre­ sar a las filas de los Socialistas sería perdonar el asesinato de Ro­ sa. Estas reacciones personales, que rara vez son admitidas en  público, se encuentran entre las pequeñas piezas tipo mosaico  que se acomodan en el gran acertijo de la historia. En el caso de  Rosa Luxemburgo, forman parte de la leyenda que pronto rodeó  su nombre. Las leyendas tienen una verdad propia, pero Nettl  tiene razón al no haber prestado casi atención al mito de Rosa.Su tarea, bastante difícil, fue regresarla a la vida histórica.

Poco después de su muerte, cuando todas las denominacio­

nes de la izquierda ya habían decidido que ella siempre estuvo  equivocada” (un “caso verdaderamente perdido”, tal como lo  expresó George Lichtheim en Encounter), ocurrió un cambio cu­ rioso en su reputación. Se publicaron dos pequeños volúmenes  de sus cartas y éstas, totalmente personales y de

 una belleza sen­ cilla, poética y humana, fueron suficientes para destruir la ima­ gen de propaganda de la sedienta de sangre “Rosa Roja”, por lo  menos en los círculos más obstinadamente anti-semitas y reac­ cionarios. Sin embargo, después creció otra leyenda, la imagen  imbuida de sentimiento de la estudiosa de las aves y amante de  las flores, una mujer cuyos guardias se despidieron con lágrimas  en los ojos cuando abandonó la prisión, como si no pudieran se­ guir viviendo sin la presencia de esta extraña prisionera que ha­ bía insistido en tratarlos como seres humanos. Nettl no hace  mención de esta historia, que oí cuando era pequeña y luego  confirmó Kurt Rosenfeld, su amigo y abogado, quien sostenía

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haber presenciado la escena. Tal vez sea bastante verdadera y  sus rasgos levemente comprometedores se compensan de algu­ na manera por la supervivencia de otra anécdota, ésta sí mencio­ nada por Nettl. En 1907, ella y su amiga Clara Zetkin (t|ue más  tarde sería la “gran anciana” del comunismo alemán) salieron a  dar una vuelta, perdieron la noción del tiempo y llegaron tarde a  una cita con August Bebel, quien temió que se hubiesen perdi­ do. Entonces Rosa propuso su epitafio: “Aquí yacen las últimas  dos mujeres de la democracia social alemana”. Siete años des­ pués, en febrero de 1914, tuvo la ocasión de probar la verdad de  esta broma cruel en una espléndida alocución a los jueces de la  Corte Criminal que la habían procesado por “incitar” a las masas  a la desobediencia civil en caso de guerra. (Nada mal, por cierto,  para la mujer que “siempre estaba equivocada”, estar sujeta a jui­ cio bajo este cargo cinco meses antes del comienzo de la Prime­ ra Guerra Mundial, que pocas personas “serias” habían creído  posible). Nettl, con buen sentido, ha reimpreso la alocución en  su totalidad; su “hombría” no tiene paralelo en la historia del so­ cialismo alemán.

Llevó más años y más catástrofes que la leyenda se convir­ tiera en un

 símbolo de nostalgia por los buenos viejos tiempos  del movimiento, cuando las esperanzas estaban verdes, la revo­ lución a la vuelta de la esquina y, los importante, la fe en las  habilidades de las masas y en la integrid

ad moral del liderazgo  socialista o comunista seguía intacta. El hecho de que la leyenda  (vaga, confusa, imprecisa en casi todos sus detalles) se expan­ diera por todo el mundo y tomara vida cada vez que aparecía una  “Nueva Izquierda”, no sólo habla de la persona de Rosa Luxem-  burgo sino también por las cualidades de esta generación más  antigua de la Izquierda. Pero junto a esta glamorosa imagen,  también sobrevivieron los viejos clichés de la “mujer pendencie­ ra”, una “romántica” que no era “realista” ni científica (es cierto  que siempre estaba disconforme), y cuyos trabajos, en particular  su gran libro sobre el imperialismo (The Accumulation o f Capi­ tal, 1913) no eran tomados en cuenta. Cada movimiento de Nue­ va Izquierda, cuando le llegaba el momento de cambiar y conver­ tirse a la Vieja Izquierda (por lo general cuando sus miembros  llegaban a los cuarenta años), enterraba su temprano entusias­ mo por Rosa Luxemburgo junto con sus sueños de juventud; y  como usualmente no se molestaban en leer, y mucho menos


 

comprender, lo que ella tenía que decir, les resultaba fácil hacer­ laa un lado con todo el gusto prosaico de su nuevo estatus adqui­ rido.

 El “luxemburguismo”, inventado después de su muerte por  escritores del partido por razones políticas, nunca alcanzó el ho­ nor de ser denunciado como traición”; y se lo trataba como una  enfermedad inocua e infantil. Nada de lo que Rosa Luxemburgo  haya escrito o dicho sobrevivió, excepto su crítica sorprendente­ mente precisa de los políticos bolcheviques durante la primera  etapa de la Revolución Rusa, y esto sólo porque aquellos para  quienes un “dios había fracasado” podían utilizarla como un ar­ ma por completo inadecuada contra Stalin. (“Hay algo indecente  en el uso del nombre de Rosa y de sus escritos, como un misil de  una guerra fría”, tal como señaló el crítico del libro de Nettl en el  Times Literary Supplement). Sus nuevos admiradores no tenían  más en común con ella que sus detractores. Su altamente desa­ rrollado sentido para las diferencias teóricas y su juicio infalible  sobre las personas, sus gustos y antipatías personales, habrían  impedido que uniera a Lenin y a Stalin bajo cualquier circunstan­ cia, independientemente del hecho de que ella nunca fue una  “creyente”, nunca utilizó la política como un sustituto de la reli­ gión y se cuidó, tal como lo señala Nettl, de no atacar la religión  cuando se oponía a la iglesia. En pocas palabras, mientras que la  “revolución era para ella tan real y tan cercana como para Lenin”,  no era un artículo de fe con ella más que con el marxismo. Lenin  era principalmente un hombre de acción y hubiera entrado en la.política de cualquier forma; sin embargo ella, quien en su no tan  seria autoestima había nacido “para cuidar gansos”, podría ha­ berse dedicado a la botánica, la zoología, la historia, la economía  o la matemática si las circunstancias del mundo no hubiesen  ofendido su sentido de justicia y de libertad.

Esto es para admitir que no era una marxista ortodoxa, y de  hecho, tan poco ortodoxa que podría dudarse de si era marxista.  Nettl declara justamente que para ella, Marx no era otra cosa  que “el mejor intérprete de la realidad de todos ellos”, y el hecho  de que escribiera “Ahora siento horror por el tan alabado primer  volumen de El Capital de Marx debido a sus ornamentos rococó  al estilo Hegel”.4 revela su falta de compromiso personal. Lo que

4 En una carta de Hans Diefenbach, el 8 de marzo de 1917, en Briefe a n  F reunde, Zurich, 1950.

 

más importaba desde su punto de vista era la realidad, en todos  sus maravillosos y horrorosos aspectos, aun más <|ue la revolu­ ción en sí. Su heterodoxia era inocente y nada polémica; “reco­ mendaba a sus amigos que leyeran a Marx por ‘lo atrevido de  sus pensamientos y su rechazo a dar algo por sentado’, en lugar  de por el valor de sus conclusiones. Sus errores... eran evidentes  en sí mismos...; esa es la razón por la cual [ella] nunca se moles­ tó en comprometerse en una crítica prolongada”. Todo esto es  bastante obvio en The Accumulation o f Capital, del cual sólo  Franz Mehringfue lo suficientemente desprejuiciado como para  llamarlo “un logro fascinante y verdaderamente magnífico sin  igual desde la muerte de Marx”.5 La tesis central de esta “curio­ sa obra de carácter” es bastante simple. Como el capitalismo no  demostró ningún signo de colapso “bajo el peso de sus contra­ dicciones económicas”, comenzó a buscar una causa externa  que explicara su existencia y crecimiento continuos. Lo halló en  la denominada teoría del tercer hombre, es decir, en el hecho de  que el proceso de crecimiento no era meramente la consecuen­ cia de leyes naturales que dirigían la producción capitalista sino  en la continua existencia de sectores precapitalistas en el país  que el “capitalismo” capturó y llevó a su esfera de influencia. Una  vez que este proceso se expandió a todo el territorio nacional,  los capitalistas se vieron obligados a buscar otras partes de la tie­

rra, otras tierras precapitalistas, para llevarlos al proceso de acu­ mulación de capital que se alimentaba de lo que estuviera fuera  de sí mismo. En otras palabras, la “original acumulación de capi­ tal” de Marx no era,

 como el pecado original, un hecho único,  una acción única de expropiación por la burguesía naciente, es­ tableciendo un proceso de acumulación que luego seguiría “con  necesidad de hierro” su propia ley inherente hasta el colapso fi­ nal. Por el contrario, debía repetirse la expropiación una y otra  vez para mantener el sistema en movimiento. Por lo tanto, el ca­ pitalismo no era un sistema cerrado que gene-aba sus propias  contradicciones y estaba “cargado de revolución”; se alimentaba  de factores externos y su colapso automático sólo podía ocurrir,  si es que ocurría, cuando se hubiese conquistado y devorado to­ da la superficie de la Tierra.

5 Ibídetn, pág. 84.

 

Lenin no tardó en darse cuenta de que esta descripción, sin  importar sus virtudes o sus defectos, no era marxista. Contrade­ cía las bases mismas de las dialécticas de Marx y Hegel, que sos­ tienen que cada tesis debe crear su propia anti-tesis (la sociedad  burguesa crea el proletariado) de modo que el movimiento de  todo el proceso permanezca ligado al factor inicial que lo causó.  Lenin señaló que desde el punto de vista de la dialéctica materia­ lista, “la tesis de Rosa Luxemburgo que agrandaba la reproduc­ ción capitalista era imposible dentro de una economía cerrada y  necesitaba despojar las economías para poder funcionar... [era]  un ‘error fundamental”’. El problema era que aquello que se con­ sideraba un error dentro de la teoría marxista abstracta era una  descripción eminentemente fiel de las cosas tal como eran en re­ alidad. Su cuidadosa “descripción de la tortura de los negros en  Sudáfrica” también era claramente “no-marxista”, ¿pero quién  negaría en la actualidad que pertenecía a un libro sobre el impe­ rialismo?

II

Desde el punto de vista histórico, el mayor y más original de  los logros de Nettl es el descubrimiento del “grupo de camara­ das” polaco-judío y la relación íntima, duradera y cuidadosamen­ te oculta de Rosa Luxemburgo con el partido polaco que surgió  de ese grupo. Esta es una fuente muy importante y totalmente

 ol­ vidada, no de las revoluciones sino del espíritu revolucionario  del siglo XX. Este medio, que incluso en la década de 1920 perdió  toda importancia pública, ha desaparecido por completo. Su nú­ cleo consistía en judíos asimilados de familias de clase media cu­ yo medio cultural era alemán (Rosa Luxemburgo conocía de me­ moria a Goethe y a Morike y su gusto literario era impecable, su­ perior al de sus amigos alemanes), cuya formación política era  rusa y cuyas normas morales tanto en la vida pública como priva­ da eran exclusivas de ellos. Estos judíos, una minoría en extre­ mo pequeña en el Este, e incluso un porcentaje menor de judíos  asimilados en el Oeste, se mantenían fuera de todo rango social,  judío o no-judío, y por lo tanto no tenían prejuicios convenciona­ les y habían desarrollado en este aislamiento verdaderamente


 

espléndido, su propio código de honor, el cual atrajo entonces a  un número de no-judíos entre los que se encontraban Julián  Marchlewski y Feliks Dzerzhynski, quienes más tarde se unie­ ron a los bolcheviques. Fue precisamente debido a este medio  ambiente único que I^enin nombró a Dzerzhynski como jefe del  Cheka, alguien que, según esperaba, ningún poder pudiera co­ rromper; ¿no había rogado que le encargaran el departamento  de Educación y Bienestar de los Niños?

Nettl señala con corrección la excelente relación de Rosa  Luxemburgo con su familia, sus padres, sus hermanos, su her­ mana, su sobrina, ninguno de los cuales jamás mostró la menor  inclinación hacia las convicciones socialistas o hacia las activida­ des revolucionarias y que, sin embargo, hicieron todo lo que pu­ dieron para ayudarla cuando tenía que esconderse de la policía o  estaba en prisión. Vale la pena mencionar esto pues nos da una  visión de este único medio familiar judío sin el cual la emergen­ cia del código ético del grupo de camaradas sería casi incom­ prensible. El secreto compensador de aquellos que siempre tra­ taron al prójimo como un semejante (y casi nadie más) era la  simple experiencia de un mundo infantil donde el respeto mutuo  y la conñanza incondicional, una humanidad universal y un des­ precio genuino, casi ingenuo, por las distinciones sociales y étni­ cas, se daban por sentado. Aquello que los miembros del grupo  de camaradas tenía en común era lo que sólo puede llamarse  gusto moral, que es tan diferente de los “principios morales”; la  autenticidad de su moralidad la deben al hecho de haber crecido  en un mundo que no estaba en desorden. Esto les daba esa “rara  confianza en sí mismos”, tan inquietante para el mundo en el  cual nacieron y amargamente resentida como arrogancia y pre­ sunción. Este medio, y nunca el partido alemán, fue y siguió  siendo el hogar de Rosa Luxemburgo. El hogar era movible has­ ta cierto punto y como era predominantemente judío no coinci­ dió con ninguna “patria”.

Es muy sugestivo que la SDKPIL (Socio-Democracia del Rei­ no de Polonia y Lituania, anteriormente llamada SDPK, Socio-  Democracia del Reino de Polonia), el partido de este grupo de  predominancia judía, se separó del partido polaco socialista ofi­ cial, el PPS, debido a la postura de este último a favor de la inde-  |)endencia polaca (Pilsukski, el dictador fascista de Polonia des­


 

pués de la Primera Guerra Mundial, fue su descendiente más fa­ moso), y que, después de la separación, los miembros del grupo  se convirtieron en fervientes defensores de un internacionalis­ mo a menudo doctrinario. Es aun más sugestivo el hecho de que  la cuestión nacional es la única cuestión sobre la que podía acu­ sarse a Rosa Luxemburgo de engaño de sí mismo y renuencia a  enfrentar la realidad. Es innegable que esto estaba relacionado  con el hecho de que era judía, a pesar de que es “lamentable­ mente absurdo" descubrir en su antinacionalismo una “cualidad  peculiarmente judía”. Nettl, que no oculta nada, trata de evitar la  “cuestión judía”, y en vista de los debates de bajo nivel que por lo  general se dan sobre esta cuestión, debo aplaudir su decisión.  Lamentablemente, esta comprensible aversión lo ha cegado con  respecto a unos cuantos hechos importantes en esta cuestión, y  es aun más lamentable en cuanto a que también escaparon, a pe­ sar de su naturaleza elemental y simple, a la mente sensible y  alerta de Rosa Luxemburgo.

El primero de ellos es aquel que sólo Nietzsche siempre se­ ñaló, y éste es que la posición y las funciones del pueblo judío en  Europa lo predestinaron a convertirse en “buenos europeos” par  excellence. Las clases medias judías de París y Londres, Berlín y  Viena, Varsovia y Moscú no eran ni cosmopolitas ni internacio­ nales, a pesar de que los intelectuales que se encontraban entre  ellos se veían bajo estos rminos. Eran europeos, algo que no  podría decirse de ningún otro grupo. Y esta no era una cuestión  de convicción; era un hecho objetivo. En otras palabras, mien­ tras que la decepción de los judíos asimilados consistía por lo ge­ neral en la equívoca convicción de que ellos eran tan alemanes  como los alemanes, tan franceses como los franceses, la decep­ ción de los judíos intelectuales consistía en pensar que no tenían  una “patria”, pues en realidad su patria era Europa. En segundo  lugar, existe el hecho de que por lo menos la clase intelectual del  este de Europa era multilíngüe; la misma Rosa Luxemburgo ha­ blaba polaco, ruso, alemán y francés con fluidez y sabía muy  bien inglés e italiano. Ellos nunca comprendieron la importanciade las barreras lingüísticas y por qué el lema: “la patria de la cla­ se trabajadora es el movimiento socialista” sería tan equivocado  precisamente para las clases trabajadoras. De hecho, es más que  inquietante que la misma Rosa Luxemburgo, con su agudo senti-


 

(lo de la realidad y su estricto rechazo de los clichés, no se hubie­ ra dado cuenta de qué tenía de equivocado el lema en principio.  Una patria es, después de todo, una “tierra”; una organización no  es un país, ni siquiera en sentido metafórico. No se hizo dema­ siad

a justicia en el posterior arreglo del lema: “la patria de la cla­ se trabajadora es la Rusia soviética” (Rusia por lo menos era una  “tierra”), que puso fin al internacionalismo utópico de esta gene­ ración.

Se podrían aducir muchos más de estos hechos y aun segui­ ría siendo difícil afirmar que Rosa Luxemburgo se equivocó por  completo sobre la cuestión nacional. ¿Qué ha contribuido más,  después de todo, a la catastrófica decadencia de Europa que el  nacionalismo insano que acompañó la decadencia del estado de  la nación en la era del imperialismo? Aquellos que Nietzsche lla­ mó los “buenos europeos” (una minoría bastante pequeña inclu­ so entre los judíos) bien podrían haber sido los únicos en haber  tenido el presentimiento de las consecuencias que vendrían, a  i>esar de que eran incapaces de medir correctamente la enorme  fuerza del sentimiento nacionalista en una entidad política deca­ dente.

III

Intimamente relacionado con el descubrimiento del “grupo  de camaradas” polaco y su continua importancia para la vida pú­ blica y privada de Rosa Luxemburgo se encuentra la revelación  de Nettl de las fuentes hasta el momento inaccesibles, que le  permitieron unir los sucesos de la vida de Rosa; “la exquisita ta­ rea de amar y vivir”. Ahora es evidente que no sabíamos casi na­ da sobre su vida privada por la simple razón de que ella se prote­ gió con cuidado de la notoriedad. Esta no es una mera cuestión  de fuentes. Fue una suerte que el nuevo material cayera en ma­ nos de Nettl y tiene todo el derecho de desechar a sus pocos an­ tecesores que tenían menos obstáculos por la falta de acceso a  los hechos que por su incapacidad para moverse, pensar y sentir  al mismo nivel que su sujeto. Es sorprendente con qué facilidad  Nettl maneja su material biográfico. Es más que perceptivo en  su manejo. Es el primer retrato creíble de esta mujer extraordi-


 

natía, hecho con amore, con tacto y gran delicadeza. Es como si  ella hubiera encontrado a su último admirador, y es por esto que  uno siente ganas de discutir algunos de sus juicios.

Se equivoca al enfatizar la ambición de Rosa y el sentido de  su carrera. ¿Piensa que su violento desprecio por los profesiona­ les de carrera y los buscadores de status en el partido alemán  (su placer al ser admitido

s al Reichstag) es mera hipocresía?  ¿Cree que una i>ersona verdaderamente “ambiciosa” pudo ha­ berse dado el lujo de ser tan generosa como ella? (En una opor­ tunidad, en un congreso internacional, Jaures terminó un elo­ cuente discurso donde “ridiculizó las equívocas pasiones de Ro­ sa Luxemburgo, y de repente nadie pudo traducirlo. Rosa se pu­ so de pie de un salto y reprodujo la oratoria: del francés a un ale­ mán igual de expresivo”) . ¿Y cómo puede reconciliar esto, salvo  suponiendo deshonestidad o decepción, con su expresiva frase  en una de sus cartas a Jogiches: “Siento una terrible nostalgia  por la felicidad y estoy dispuesta a luchar por mi porción diaria  de felicidad con toda la obstinación de una muía". Lo que Nettl  confunde por ambición es la fuerza natural de un temperamento  capaz, en sus propias palabras, de “incendiar una pradera" lo  que la impulsó de buena o mala gana a los sucesos públicos e in­ cluso gobernó gran parte de sus empresas puramente intelec­ tuales. Mientras que señala repetidas veces las altas normas mo­ rales del “grupo de camaradas”, parece seguir sin comprender  que cosas tales como la ambición, la carrera, el status e incluso  el simple éxito se hallaban bajo el tabú más estricto.

Nettl señala otro aspecto de la personalidad de Rosa pero pa­ rece no comprender sus implicaciones: que era una mujer muy  tímida. Esto pone bastantes limitaciones a lo que pudieron haber  sido sus ambiciones, pues Nettl no le atribuye más de lo que ha­ bría sido natural para un hombre con sus dones y oportunida­ des. Era importante su antipatía por el movimiento de liberación  femenina, hacia el cual se sentían atraídas las demás mujeres de  su generación y sus convicciones políticas; frente a la igualdad  sufragista, ella habría querido gritar: Vive la petite différence. Ella  no se afilió, no sólo porque era y seguía siendo una polaca judía  en un país que no le gustaba y un partido que pronto comenzó a  despreciar sino también porque era una mujer. Debemos perdo­ nar a Nettl por sus prejuicios masculinos; no serían demasiado


 

importantes si no le hubiesen impedido comprender plenamen­ te elrol que Leo Jogiches, su esposo para todo propósito prácti­ co y su primer, y tal vez único, ainanle, jugó en su vida. la seria  pelea que tuvieron entre ellos, causada por la breve relación  amorosa de Jogiche con otra mujer y complicada por la furiosa  reacción de Rosa, era típica de la época y del medio, como tam­ bién lo fueron las consecuencias: los celos del esposo y la negati­ va de Rosa a perdonarlo durante varios años. Esta generación  creía firmemente que sólo se ama una vez y no debe confundirse  la poca importancia que daban a los certificados de matrimonio  con una creencia en el amor libre. La evidencia de Nettl demues­ tra que Rosa tenía amigos y admiradores y que disfrutaba de es­ te hecho, pero no indica que hubiera otro hombre en su vida.  Creer en las habladurías del partido sobre sus planes de matri­ monio con “Hánschen” Diefenbach, a quien llamaba Siey nunca  soñó en tratar como a un igual, me parece bastante tonto. Nettl  llama la historia de Leo Jogiches y Rosa Luxemburgo “una de las  grandes y trágicas historias de amor del socialismo” y no hay ne­ cesidad de discutir este veredicto si se entiende que no fueron  los celos “ciegos y suicidas” los que causaron la tragedia final de  sus relaciones sino la guerra y los años de prisión, la condenada  revolución alemana y el sangriento final.

Leo Jogiches, cuyo nombre Nettl también ha rescatado del  olvido, fue una figura muy notable y, sin embargo, típica entre  los revolucionarios profesionales. Para Rosa Luxemburgo, era  definitivamente masculini generis, que para ella tenía gran im­ portancia: ella prefería a Graf Westarp (el líder del partido con­ servador) por encima de todas las luminarias socialistas alema­ nas “porque”, según dijo: “él es un hombre”. Rosa respetaba a po­ cas personas y Jogiches encabezaba la lista de la cual sólo pue­ den citarse con certeza los nombres de Lenin y Franz Mehring.  Jogiches era definitivamente un hombre de acción y de grandes  pasiones, sabía cómo hacer y cómo sufrir. Es tentador compa­ rarlo con Lenin, con quien tiene un leve parecido, salvo en su pa­ sión por el anonimato y por mover los hilos detrás de la escena, y  su amor por la conspiración y el peligro, los que debieron darle  un encanto erótico adicional. De hecho, era un Lenin manqué,  incluso en su incapacidad para escribir, en su caso “total” (tal co­ mo lo observó Rosa en un afectuoso retrato en una de sus car­

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tas), y su mediocridad como orador público. Ambos hombres  poseían un gran talento para la organización y el liderazgo, pero  para nada

 más, de modo que se sentían impotentes y superficia­ les cuando no tenían nada que hacer y se quedaban solos. Esto  es menos notable en el caso de Lenin porque nunca estuvo del  todo aislado, pero Jogiches se separó tempranamente

 del Parti­ do Ruso debido a una jxdea con Plekhanov (el Papa de la emigra­ ción Rusa a Suiza durante la década del noventa) quien conside­ raba al joven judío recién llegado de Polonia y tan seguro de sí  mismo como una “versión en miniatura de Nechaieff”. Según  Rosa Luxemburgo, como consecuencia de esto, “vegetó, total­ mente desarraigado” durante varios años, hasta que la revolu­ ción de 1905 le dio su primera oportunidad: “De repente, no sólo  adquirió la posición de líder del movimiento polaco sino también  en el ruso”. (El SDKPIL se hizo famoso durante la Revolución y  adquirió aun más importancia en los años siguientes. Jogiches, a  pesar de que él en sí “no escribió ni una sola línea”, siguió siendo  “el alma misma” de sus publicaciones). Tuvo su último momen­ to breve cuando, “totalmente desconocido en el SPD”, organizó  una posición clandestina en el ejército alemán durante la Prime­ ra Guerra Mundial. “Sin él no habría habido Spartakusbund”, el  cual, a diferencia de cualquier otro grupo izquierdista organiza­ do de Alemania, se convirtió durante un breve período en el  “grupo de camaradas ideal”. (Esto, claro está, no significa que  Jogiches haya hecho la revolución alemana; al igual que todas  las revoluciones, no fue hecha por nadie en particular. Sparta­ kusbund también “seguía los sucesos en lugar de crearlos” y la  noción oficial de que el “levantamiento de Spartakus” en enerode 1918 fue causado o inspirado por sus líderes — Rosa Luxem­ burgo, Liebknecht, Jogiches— es un mito).

Nunca sabremos cuántas de las ideas políticas de Rosa deri­ varon de Jogiches; en el matrimonio, no siempre es fácil separar  las ideas de los cónyuges. Pero el hecho de haber fracasado allídonde Lenin triunfó fue tanto una consecuencia de las circuns­ tancias (era polaco y judío) como de una menor importancia so­ cial. De cualquier manera, Rosa Luxemburgo habría sido la últi­ ma en acusarlo de esto. Los miembros del grupo de camaradas  no se juzgaban unos a otros en estas categorías. El mismo Jogi­ ches pudo haber estado de acuerdo con Eugene Leviné, también


 

un ruso judío aunque más joven, en: “Somos hombres muertos  con licencia”. Fue esta predispoción aquello que lo separó de los  demás; pues ni Lenin, niTrotsky ni la misma Rosa lAixemburgo  pudieron haber estado de acuerdo con estas líneas. Después de  la muerte de Rosa, Jogiches se negó a abandonar Berlín por cau­ sas de seguridad: “Alguien tiene que quedarse a escribir los epi­ tafios”. Fue arrestado dos meses después de la muerte de Liebk-  necht y Luxemburgo y lo mataron por la espalda en la parte tra­ sera del destacamento de policía. Se supo el nombre del asesino,  pero “jamás se hizo ningún intento por castigarlo”; mató a otro  hombre del mismo modo y luego continuó su “carrera en ascen­ so en la policía prusiana”. Estas eran las “costumbres” de la Re­ pública de Weimar.

Al leer y recordar estas viejas historias, nos damos cuenta  de

 la diferencia entre los camaradas alemanes y los miembros  del grupo de camaradas. Durante la revolución rusa de 1905, Ro­ sa Luxemburgo fue arrestada en Varsovia, y sus amigos recolec­ taron el dinero para pagar la fianza (que tal vez proporcionó el  Partido Alemán). El pago fue suplementado con “una amenaza  de venganza extraoficial; si algo le sucedía a Rosa responderían  con acciones contra oficiales prominentes”. Ninguna noción de  ese tipo de “acción” cruzó jamás por la mente de sus amigos ale­ manes ya sea antes o después de la ola de asesinatos políticos  cuando la impunidad de dichos hechos se hizo notoria.IV

IV

En retrospección, más inquietante y por cierto más doloroso  para ella misma que sus supuestos “errores” son las pocas ins­ tancias cruciales en las que Rosa Luxemburgo no estuvo a tono,  aunque pareció por el contrario estar de acuerdo con el poder  oficial en el Partido Social-democrático Alemán. Estos fueron  sus verdaderos errores, y no hubo ni uno que finalmente no re­ conociera y lamentara con amargura.

Los más leves de todos fueron los concernientes a la cues­ tión nacional. Había llegado a Alemania en 1898 proveniente de  Zürich, donde había pasado su doctorado con “una disertación  de primera clase sobre el desarrollo industrial de Polonia” (se-


 

gún el profesor Julius Wolf, quien en su autobiografía aún recor­ daba con orgullo “a la más capaz de mis alumnos”, logrando la  inusual “distinción de inmediata publicación comercial” que en  la actualidad siguen utilizando los estudiantes de historia polaca.  Su tesis se basaba en que el crecimiento económico de Polonia  dependía totalmente del mercado ruso y que cualquier intento  “de formar un estado nacional o lingüístico era una negación de  todo desarrollo y progreso durante los últimos cincuenta años”.  (El hecho de que Posa tenía razón desde el punto de vista econó­ mico quedó más que demostrado por el malestar crónico de Po­ lonia entre las guerras). Se convirtió entonces en la experta so­ bre Polonia para el Partido Alemán, su propagandista entre la  población polaca de las provincias alemanas del Este, y entabló  una incómoda alianza con aquellos que querían “germanizar” a  los polacos de su existencia y “le regalarían con gusto a todos y  cada uno de los polacos incluyendo el socialismo polaco”, tal co­ mo le informó un secretario del SPD. Seguramente, “el resplan­ dor de la aprobación oficial era para Rosa un resplandor falso”.

Mucho más serio fue su engañoso acuerdo con las autorida­ des del Partido en la controversia revisionista donde jugó un pa­ pel esencial. Este famoso debate había sido provocado por Eduard  Bernstein6 y pasó a la historia como la alternativa de la reforma  contra la revolución. Pero este grito de guerra es engañoso por  dos razones: hace parecer como si el SPD estuviese aún  comprometido con la revolución a fines de siglo, lo cual no fue el  caso; y oculta la exactitud objetiva de mucho de lo que Bernstein  tenía que decir. Su crítica de las teorías económicas de Marx es­ taba, tal como lo sostenía, “en total acuerdo con la realidad”. Se­ ñaló también que el “enorme incremento del bienestar social no  iba acompañado por un número decreciente de grandes capita­ listas sino un número creciente de capitalistas de todo grado”,  que no había podido materializarse “una disminución progresivadel círculo de los ricos y de la miseria progresiva de los pobr

es”,  que “el proletario moderno era pobre pero que no era indigente

6 Su libro más importante cuenta ahora con una versión en inglés bajo el  título de Evolutionary Socialism (Schocken Paperback), aunque lamentablemen­

te le faltan demasiadas anotaciones y una introducción para el lector norteame­ ricano.


 

y que el lema de Marx: “El proletario no tiene pat ria” no era cier­ to. El sufragio universal le había dado derechos políticos, los sin­ dicatos un lugar en la sociedad y el nuevo desarrollo imperialista  una clara postura en la política exterior de la nación. No hay du­ da de que la reacción del Partido Alemán a estas inoportunas  verdades se inspiraba principalmente en una profunda renuen­ cia a reexaminar en forma crítica su base teórica, pero esta re­ nuencia se agudizó por el interés creado en el Partido por el sta-  tu quo amenazado por el análisis de Bernstein. Lo que corría pe­ ligro era el status del SPD como un “estado dentro de un estado”:  de hecho, el Partido se había convertido en una burocracia enor­ me y bien organizada que estaba fuera de la sociedad y tenia in­ terés en que las cosas siguieran como estaban. El revisionismo  al estilo Bernstein hubiera llevado al Partido de regreso a la so­ ciedad alemana y dicha “integración” era considerada peligrosa  para los intereses del Partido como una revolución.

Nettl sostiene una teoría interesante sobre la “posición pa­ ria” del SPD dentro de la sociedad alemana y su fracaso a partici­ par en el gobierno.7 Sus miembros consideraban que el partido  podía “proporcionar dentro de mismo una alternativa superior  al capitalismo corrupto”. De hecho, al mantener las “defensas  contra la sociedad intactas en todos los frentes”, generó ese fal­ so sentimiento de “unidad” (tal como lo expresa Nettl) que los  socialistas franceses trataban con gran desprecio.8 De todos mo­ dos, era obvio que cuanto más aumentaba en número el Partido,  su brío radical se organizaba con mayor seguridad. Se podía vi­ vir con toda comodidad en este “estado dentro de un estado” al  evitar la fricción con la sociedad en general y al disfrutar de los  sentimientos de superioridad moral sin ninguna consecuencia.  Ni siquiera era necesario pagar el precio de una seria alienación

7 Véase: “The Germán Social Democratic Party, 1890-1914, as a Political  Model”, en Past a n d Preseni, abril de 1965.

* La situación tenía rasgos muy similares a la posición del ejército francés  durante la crisis Dreyfus en Francia que Rosa Luxemburgo analizó de manera bri­ llante para D ie N eue Z eit en “Die Soziale Krise in Frankreich”, vol. 1,1901. “1.a ra­ zón por la cual el ejército se mostraba renuente a efectuar un movimiento era que  quería demostrar su oposición al poder civil de la república, sin perder al mismo  tiempo la fuerza de la oposición al comprometerse”, a través de un serio coup  d ’état, a otra forma de gobierno.


 

ya que esta sociedad paria no era en realidad más que una ima­ gen idéntica, una “reflexión en miniatura” de la sociedad alema­ na en general. Este callejón sin salida del movimiento socialista  alemán podría ser analizado correctamente desde puntos de vis­ ta opuestos, ya sea desde el revisionismo de Bemstein, que re­ conocía la emancipación de las clases trabajadoras dentro de la  sociedad capitalista como un hecho consumado y exigía que ce­ saran las conversaciones sobre una revolución que de todas for­ mas nadie tenía en cuenta; o desde el punto de vista de aquellos  que no sólo eran “alienados” de la sociedad burguesa sino que  en realidad querían cambiar el mundo.

Este último era el punto de vista de los revolucionarios del  Este que dirigieron el ataque contra Bernstein — Plekhanov,  Parvus y Rosa Luxemburgo— y a quienes apoyaba Karl Kautsky,  el teórico más eminente del Partido Alemán, a pesar de que se­ guramente se sentía más cómodo con Bernstein que en compa­ ñía de sus nuevos aliados de afuera. La victoria que consiguieron  fue pírrica; “se limitaba a reforzar la alienación alejando la reali­ dad”. La verdadera cuestión no era ni teórica ni económica. Esta­ ba en juego la convicción de Bernstein, vergonzosamente escon­ dida en una nota a pie de página, de que “la clase media (sin  exceptuar la alemana) seguía siendo, en su mayor parte, bastan­ te sana, no sólo desde el punto de vista económico sino también  morar (la bastardilla es mía). Esta es la razón por la cual Plekha­ nov lo llamó “filisteo” y por la que Parvus y Rosa Luxembuigo  consideraban la lucha tan decisiva para el futuro del Partido. Laverdad de la cuestión era que Bemstein y Kautsky tenían en co­ mún su aversión por la revolución; “la dura ley de la necesidad”  era para Kautsky la mejor excusa posible para no hacer nada.  Los huéspedes de Europa Oriental eran los únicos que no sólo  “creían” en la revolución como una necesidad teórica sino tam­ bién consideraban la sociedad tal como era insoportable sobre  una base moral, sobre la base de la justicia. Bemstein y Rosa Lu­ xemburgo, por otra parte, tenían en común que ambos eran ho­ nestos (lo que puede explicar la “secreta ternura” que Bemstein  sentía por ella), analizaban lo que veían, eran leales a la realidad  y criticaban a Marx; Bemstein era consciente de esto y, en res­ puesta a los ataques de Rosa Luxemburgo señaló que ella tam­ bién había


 

de la próxima evolución social, siempre que esto se basara en la  teoría de las crisis”.

Los primeros triunfos de Rosa Luxemburgo en el Partido  Alemán se basaron en un doble malentendido. A fines de siglo,  el SPD era “la envidia y admiración de los socialistas en todo el  mundo”. August Babel, “s

u gran anciano”, quien desde la funda­ ción de Bismarck del Reich Alemán hasta el comienzo de la Pri­ mera Guerra Mundial “dominó su política y su espíritu”, siempre  había proclamado: “Soy y siempre seré el enemigo mortal de la  sociedad existente”. ¿Esto no se parecía al espíritu del grupo de  camaradas polaco? ¿No se podía suponer a partir de este orgullo­ so desafio que el gran Partido Alemán era en cierta forma el  mandato del SDKPIL? Rosa Luxemburgo tardó casi una década(hasta que regresó de la primera revolución rusa) en descubrir  que el secreto de este desafio era el no-compromiso voluntario  con el mundo en general y la preocupación con el crecimiento de  la organización del Partido. A partir de esta experiencia, desarro­ lló, después de 1910, su programa de “fricción” constante con la  sociedad sin la cual, tal como comprendió entonces, la fuente  misma del espíritu revolucionario estaba destinada a secarse.  No tenía intenciones de pasar su vida dentro de una secta, sin  importar lo grande que fuera; su compromiso con la revolución  era principalmente una cuestión moral, y esto significó que si­ guiera comprometida en la vida pública y los asuntos civiles, en  los destinos del mundo. Su compromiso con la política europea  fuera de los intereses inmediatos de la clase trabajadora, y por lo  tanto más allá del horizonte de los marxistas, aparece de manera  más convincente en su repetida insistencia en un “programa re­

publicano” para los partidos alemán y ruso.

Este era uno de los puntos principales de su famoso Junius-broschiire, escrito en prisión durante la guerra y luego utilizado como plataforma para el Spartakusbund. Lenin, que no conocía  su autoría, declaró de inmediato que proclamar “el programa de  una república... (significa) en la práctica proclamar la revolu­ ción, con un programa revolucionario incorrecto”. Un año más  tarde surgió la Revolución Rusa sin ningún tipo de “programa” y  su primer logro fue la abolición de la monarquía y el estableci­ miento de una república, y lo mismo sucedería en Alemania y en  Austria. Esto, por supuesto, nunca impidió que los camaradas


 

rusos, polacos o alemanes disintieran en forma violenta con ella  sobre este punto. De hecho, es la cuestión republicana y no la  nacional lo que más la apartó de todos los demás. Aquí se halla­ ba completamente sola, al igual que lo estaba, aunque de mane­ ra menos obvia, en su énfasis sobre la necesidad absoluta de li­ bertad no sólo individual sino también pública, bajo cualquier  circunstancia.

Un segundo malentendido está directamente relacionado  con el debate revisionista. Rosa Ijjxemburgo confundió la re­ nuencia de Kautsky a aceptar el análisis de Bemstein con un  compromiso auténtico con la revolución. Después de la primera  revolución rusa en 1905, para la cual había regresado a Varsovia  con documentos falsos, no podía seguir engañándose a sí mis­ ma. Para ella, estos meses no sólo constituyeron una experien­ cia crucial sino que también fueron “los más felices de su vida”.  A su regreso, trató de discutir los hechos con sus amigos en el  Partido Alemán. Pronto aprendió que la palabra “revolución”  “sólo tema que entrar en contacto con una verdadera situación  revolucionaria para convertirse en” sílabas sin sentido. Los so­ cialistas alemanes estaban convencidos de que esas cosas sólo  podían suceder en tierras lejanas y bárbaras. Este fue el primer  golpe, del que nunca se recuperó. El segundo ocurrió en 1914 yla llevó casi al suicidio.

Naturalmente, su primer contacto con una verdadera revo­

lución le enseñó más y mejores cosas que la desilusión y las be­ llas artes del desprecio y la desconfianza. De allí nació su percep­ ción de la naturaleza de la acción política, que Nettl llama y con  justa razón su contribución más importante a la teoría política.  Lo esencial es que ella había aprendido de las asambleas de tra­ bajadores revolucionarios (los posteriores soviéticos) que “labuena organización no precede la acción sino que es el producto  de ésta”, que “la organización de la acción revolucionaria puede  y debe aprenderse en la revolución misma, así como sólo se pue­ de aprender a nadar en el agua”, que las revoluciones no están  “hechas” por nadie en especial sino que surgen “en forma espon­ tánea” y que “la presión por la acción” siempre proviene “de aba­ jo”. Una revolución “es grande y fuerte siempre que los social-  demócratas (que en esa época seguía siendo el único partido re­ volucionario) no la aniquilaran”.


 

Sin embargo, dos aspectos del preludio de 1905, escaparon  por completo

 a Rosa Luxemburgo. Después de lodo, existía el  hecho sorprendente de que la revolución había estallado no sólo  en un país subdesarrollado, no-industrializado, sino en un terri­ torio donde no existía ningún movimiento socialista apoyado por  la masa. Y, en segundo lugar, el hecho igualmente innegable de  que la revolución fue consecuencia de la derrota rusa en la gue­ rra entre Rusia y Japón. Lenin nunca olvidó estos dos hechos y  de ellos sacó dos conclusiones. La primera, que no se necesita  una gran organización; una organización pequeña y bien organi­ zada con un h'der que sabía lo que quería fue suficiente para asu­ mir el poder una vez que la autoridad del viejo régimen había si­ do depuesta. Las grandes organizaciones revolucionarias no se  “hacían” sino que eran el resultado de circunstancias y hechos  más allá del poder de cualquiera, las guerras eran bienvenidas.9  El segundo punto era la fuente de sus desacuerdos con Lenin  durante la Primera Guerra Mundial; primero las críticas de Rosa  sobre las tácticas de Lenin en la Revolución Rusa de 1918. Pues  desde el principio hasta el fin, Rosa se negó a ver en la guerra  otra cosa que no fuera el desastre más absoluto, sin importar su  eventual resultado; el precio en vidas humanas, en particular vi­

das proletarias era demasiado alto. Más aun, hubiera ido en con­ tra de sus ideas mirar la revolución como la acaparadora de la  guerra y la masacre, algo que a Lenin no le molestaba en absolu­ to. Y con respecto a la cuestión de la organización, ella no creía  en una victoria donde la gente no tenía participación ni voto; de  hecho, creía tan poco en sostener el poder a cualquier precio  que “temía más una revolución deforme que una revolución fra­ casada”; ésta era “la mayor diferencia entre ella” y los bolche­ viques.

¿Y acaso los hechos no le dieron la razón? ¿La historia de la  Unión Soviética no es una larga demostración de los terribles pe­ ligros de las “revoluciones deformes”? El “colapso moral” que

9 Lenin leyó el libro Vom Kriege (1832) de Clausewitz durante la Primera  Guerra Mundial; sus

 extractos y anotaciones fueron publicados en Berlín Orien­ tal durante la década del cincuenta. Según Werner Hahlberg (“Lenin und Clau­ sewitz" en A rc k iv fiir Kulturgesckickte, vol. 36, Berlín, 1954) Lenin estaba bajo la  influencia de Clausewitz cuando empezó a considerar la posibilidad de esa gue­ rra; el colapso del sistema europeo de naciones estados podría reemplazar el co­ lapso económico de la economía capitalista tal como lo predijo Marx.3


 

previó (sin prever, claro está, la abierta criminalidad del sucesor de Lenin) ¿no causó más daño a la causa de la revolución tal co­ mo ella la entendía que “cualquier derrota política... en la lucha  honesta contra fuerzas superiores y desafiando la situación his­ tórica”? ¿No fue verdad que Lenin se “equivocó totalmente” en  los medios que empleó, que el único modo de salvación era “la  escuela de la vida pública en sí misma, la más ilimitada, la mayor  democracia y la opinión pública”, y que ese error “desmoralizó”•a todos y todo lo destruyó?

Rosa no vivió lo suficiente como para comprobar cuánta ra­

zón tenía y para ver el terrible deterioro moral de los partidos co­ munistas, el resultado directo de la Revolución Rusa en todo el  mundo; claro que tampoco Lenin, quien a pesar de todos sus  errores seguía teniendo más en común con el original grupo de  camaradas que cualquiera de quienes lo sucedieron. Esto se hi­ zo manifiesto cuando Paul Levi, el sucesor de Leo

 Jogiches en el  liderazgo de Spartakusbund, tres años después de la muerte dRosa publicó los comentarios de Rosa sobre la Revolución Rusa  que acabamos de citar, que ella había escrito en 1918 “sólo para  usted”, sin intención de que el texto fuera publicado.10 “Fue un  gran momento bastante embarazoso” tanto para el partido ale­ mán como para el ruso y podría perdonarse a Lenin si éste hu­ biese respondido con agudeza y de manera excesiva. En lugar  de eso, escribió: “Respondemos con... una buena fábula rusa an­ tigua: a veces un águila puede volar más bajo que un pollo, pero  un pollo nunca puede elevarse a la misma altura que un águila.  Rosa Luxemburgo... a pesar de [sus] errores... fue y es un águi­ la”. Luego prosiguió pidiendo la publicación de “su biografía y  de la edición completa de sus trabajos”, sin purgar los “errores” y  reprendió a sus camaradas alemanes por su “increíble” negli­ gencia en esta tarea. Esto ocurrió en 1922. Tres años después,  los sucesores de Lenin decidieron “bolchevizar” el Partido Co-

10 No deja de ser irónico que este panfleto sea el único de sus trabajos que  todaví

a se sigue leyendo y citando. Los siguientes puntos pueden conseguirse en  inglés: The Accumulation of Capital, Londres y Yale, 1951; las respuestas a Berns-  tein (1899) en una edición publicada por Three Arrows Press, Nueva York, 1937;  éíjuniusbroschüre Democracy, por Lanka Sama Samja Publications of Colombo,  publicado originalmente en 1918porlaSocialistPubücationSociety, Nueva York.  En 1953, la misma editorial de Ccilán editó su The Mass Strike, the Political Party,  and the Trade Unions, 1906

munista Alemán y, por lo tanto, ordenaron un ataque furioso  contra todo el legado de Rosa Luxemburgo". L'i tarea fue acepta­ da con alegría por una de las jóvenes miembros, llamada Ruth  Fischer, quien acababa de llegar de Viena. Ruth les dijo a sus ca­ maradas alemanes que Rosa Luxemburgo y su influencia no  “eran nada menos que un bacilo de sífilis”.

Se había abierto la zanja y de allí comenzó a surgir lo que Ro­ sa Luxemburgo habría denominado “otra especie zoológica”. No  se necesitaba ningún “agente de la burguesía” ni “ningún traidor  socialista” para destruir a los pocos sobrevivientes del grupo de  camaradas y para enterrar en el olvido los últimos remanentes  de su espíritu. Es inútil aclarar que jamás se publicó una edición  completa de sus trabajos. Después de la Segunda Guerra Mun­ dial, apareció en Berlín oriental una edición de dos volúmenes  de selecciones “con cuidadosas anotaciones subrayando sus  errores” y luego “urí análisis completo del sistema de errores Lu-  xemburguista” escrito por Fred Oelssner, que prontó “cayó en la  oscuridad” porque se tornó “demasiado estalinista”. Esto por  cierto no fue lo que había pedido Lenin y tampoco podía servir,  tal como deseaba, “en la educación de varias generaciones de  comunistas”.

Después de la muerte de Stalin, las cosas comenzaron a  cambiar, aunque no en Alemania Oriental donde, en forma ca­ racterística, la revisión de la historia estalinista adquirió la forma  de un “culto de Bebel”. (El único que protestó en contra de esta  nueva estupidez fue el pobre de Hermann Duncker, el último so­ breviviente distinguido que aún podía “recordar el período más  maravilloso de mi vida, cuando de joven conocí y trabajé con Ro­ sa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Franz Mehring”) . Sin embar­ go los polacos, a pesar de que su propia edición de dos volúme­ nes de trabajos seleccionados, aparecida en 1959, “se superpone  en parte con la edición alemana”, “sacaron su reputación casi in­ tacta del cofre donde había sido guardada” desde la muerte de  Lenin, y después de 1956 apareció “un aluvión de publicaciones  polacas” en el mercado. Nos gustaría creer que todavía quedan  esperanzas para un reconocimiento tardío de quién fue Rosa Lu­ xemburgo y qué hizo, así como también, de que por fin tendrá su  lugar en la educación de los científicos políticos en los países de  Occidente. Pues Nettl tiene razón: “Sus ideas pertenecen allí  donde la historia de las ideas políticas se enseña con seriedad”.


 

Karl Jaspers

¿Ciudadano del mundo?

Nadie puede ser tan ciudadano del mundo como es ciudada­ no de su país. Jaspers, en su Origin and Goal ofHistory, 1954. dis­ cute en forma extensiva las implicancias de un estado mundial y  de un imperio mundial.1 Poco importa qué forma asuma un go­ bierno mundial con un poder centralizado en todo el globo, la  noción misma de una ley soberana que gobierne toda la Tierra, y  posea el monopolio de todos los

 medios de violencia, sin ser ve­ rificada y controlada por otras potencias soberanas, no sólo es  una repugnante pesadilla de tiranía sino que sería el fín de toda  vida política, tal como la conoc

emos. Un ciudadano es por defini­ ción un ciudadano entre ciudadanos de un país entre países. Sus  derechos y deberes deben estar definidos y delimitados, no sólo  por los de sus conciudadanos sino también por los límites de un  territorio. La filosofía puede concebir la tierra como el suelo pa­ trio de la humanidad y como una ley no-escrita, eterna y válida  para todos. La política trata sobre los hombres, nativos de mu­ chos países y herederos de muchos pasados; sus leyes son las  cercas positivamente establecidas que encierran, protegen y li­ mitan el espacio donde la libertad no es un concepto sino una re­ alidad política y viviente. El establecimiento de un estado mun­ dial soberano, lejos de ser el requisito previo para la ciudadanía  mundial, sería el fin de la ciudadanía. No sería el punto culmi­ nante de la política mundial, sino literalmente su fin.1

1 O rigin, pág.193 en adelante.


 

Decir, sin embargo, que un estado mundial concebido a la  imagen de estados nacionales soberanos o de un imperio mun­ dial a la imagen del Imperio Romano es peligroso (y el dominio  del Imperio Romano sobre las partes civilizadas y bárbaras del  mundo fue soportable porque se oponía a las partes oscuras,  desconocidas y aterradoras de la tierra) no es una solución para  nuestro actual problema político. La humanidad, que para todas  las generaciones anteriores no fue más que un concepto o un  ideal, se ha convertido en parte de una realidad urgente. Europa,  tal como lo previo Kant, prescribió sus leyes a todos los demás  continentes; pero el resultado, el surgimiento de la humanidad a  partir de y junto a la continua existencia de muchas naciones, ha  asumido un aspecto muy diferente del que previó Kant cuando  vislumbró la unificación de la humanidad “en un futuro muy leja­ no”.2 La humanidad no debe su existencia a los sueños de los hu­ manistas ni al razonamiento de los filósofos, ni siquiera, al me­ nos no originalmente, a los hechos políticos sino casi exclusiva­ mente al desarrollo técnico del mundo occidental. Cuando Euro­ pa comenzó a prescribir sus “leyes”a todos los demás continen­ tes, ella misma ya había perdido su credibilidad en ellos. No me­ nos manifiesto que el hecho de que la tecnología unió el mundo  es el otro hecho de que Europa exportó a los cuatro rincones de  la tierra sus procesos de desintegración, que habían comenzado  en el mundo occidental con la caída de las creencias metafísicas  y religiosas aceptadas tradicionalmente y habían acompañado el  grandioso desarrollo de las ciencias naturales y la victoria del es­ tado nación sobre todas las demás formas de gobierno. Las mis­ mas fuerzas que tardaron siglos en destruir las antiguas creen­ cias y las formas políticas de vida, y que tienen su lugar en el de­ sarrollo continuo sólo de Occidente, apenas tardaron unas pocas  décadas en desbaratarse, al influir externamente, creencias y  formas de vida en todas las demás partes del mundo.

Es verdad que, por primera vez en la historia, todos los pue­ blos del mundo tienen un presente en común: ningún hecho de  importancia en la historia de un país puede permanecer como un  accidente marginal en la historia de cualquier otro. Cada país se  ha convertido en el vecino casi inmediato de todos los demás

* ‘Idea for a Universal History with Cosmopolitan Intcnt*, 1784.


 

países, y cada hombre siente el golpe de los hechos que suceden  en el otro extremo del globo. Pero este presente real en común  no se basa en un pasado común y no garantiza en absoluto un fu­ turo común. La tecnología, al

 haber provisto la unidad del mun­ do, puede destruirla con la misma facilidad, y los medios de la  comunicación global fueron diseñados al mismo tiempo que los  medios de la posible destrucción global. Resulta difícil negar  que en este momento, el símbolo más potente de la unidad de  los hombres es la remota posibilidad de que las armas atómicas  utilizadas por un país según la sabiduría política de unos pocos  podría llegar a significar el fin de toda vida humana en la tierra.  La solidaridad de la humanidad con respecto a esto es totalmen­ te negativa; no sólo se basa en un interés común en un acuerdo  que prohíbe el uso de armas atómicas sino, tal vez, también (da­ do que estos acuerdos comparten con todos los demás acuerdos  el incierto destino de basarse en la buena fe) en un deseo común  para un mundo que está un poco menos unificado.

Esta solidaridad negativa, basada en el temor de la destruc­ ción

 global, tiene su correspondencia en un temor menos articu­ lado, aunque no menos potente, de que la solidaridad de la hu­ manidad puede ser significativa en un sentido positivo sólo si va  acompañada de responsabilidad política. Nuestros conceptos  políticos, según los cuales debemos asumir la responsabilidad  por todos los asuntos políticos a nuestro alcance sin tener en  cuenta la “culpabilidad” personal, porque como ciudadanos so­ mos responsables de todo lo que hace nuestro gobierno en nom­ bre del país, puede llevarnos a una situación intolerable de res­ ponsabilidad global. La solidaridad de la humanidad puede

 ter­ minar siendo un peso insoportable, y no es sorprendente que las  reacciones comunes a ella sean la apatía política, un nacionalis­ mo partidario del aislamiento político o una rebelión desespera­ da contra todos los poderes en lugar de un entusiasmo o un  deseo de renacimiento del humanismo. El idealismo de la tradi­ ción humanista de la ilustración y su concepto de la humanidad  parecen un optimismo imprudente a la luz de las realidades ac­ tuales. Estas, por otra parte, hasta donde nos hayan traído un  presente global sin un pasado común, amenazan con tornar irre­ levantes todas las tradiciones y todas las historias particulares  del pasado.

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Contra este ambiente de realidades políticas y espirituales,  del cual Jaspers es más consciente quizá que cualquier otro filó­ sofo de nuestra época, es que debemos entender ese nuevo con­ cepto de humanidad y las proposiciones de su filosofía. Kant pi­ dió una vez a los historiadores de su época que escribieran una  historia “con intención cosmopolita”. Se podía “probar” con faci­ lidad que todo el trabajo filosófico de Jaspers, desde su

 comien­ zo en Psychology o f World Views (1919) hasta la historia mundial  de la filosofía,3 fue concebida “con orientación hacia la ciudada­ nía mundial”. Si la solidaridad de la humanidad debe basarse en  algo más sólido que el temor justificado de las habilidades demo­ níaca

s del hombre, si la nueva vecindad universal de todos los  países tend

como resultado algo más prometedor que un tre­ mendo incremento en el odio mutuo y una especie de irritabili­ dad universal de todos contra todos los demás, deberá darse en­ tonces un proceso de mutua comprensión y de autoclarificación  progresiva en escala gigante. Y como requisito previo para un  gobierno mundial según la opinión de Jaspers está la renuncia  de la soberanía por el bien de una estructura política federada a  nivel mundial, de modo que el requisito previo para este entendi­ miento mutuo sería la renuncia, no sólo a la propia tradición y al  pasado nacional, sino a la autoridad obligatoria y la validez uni­ versal que siempre reclamaron la tradición y el pasado. Es a tra­ vés de dicha ruptura, no con la tradición sino con la autoridad de  la tradición, que Jaspers abordó la filosofía. Su Psychology o f  World Views niega el carácter absoluto de cualquier doctrina y  pone en su lugar una relatividad universal, donde cada conteni­ do filosófico específico se torna en un medio para la meditación  individual. Se fuerza el caparazón que recubre la autoridad tradi­ cional y los grandes contenidos del pasado se ponen libre y “a le  gremente” en comunicación unos con otros en la prueba de c emunicarse con una filosofía actual y viviente.

En esta comunicación universal, mantenida unida por la ex­

periencia existencial del filósofo actual, todo contenido metafí-  sico dogmático se disuelve en procesos, en cadenas de pen­ samiento, los cuales, debido a su importancia en mi actual exis-*

* Véase ahora: The Creat Philosophers, vol. 1,1962, vol. II, 1966.


 

tencia y filosofía, dejan su lugar histórico fijo en la cadena de la  cronología y entran en un reino del espíritu donde todos son  contemporáneos. Sea lo que fuere que pienso, esto debe perma­ necer en comunicación constante con todo lo que ha sido pen­ sado. No sólo porque “en filosofía, la novedad es un argumento  en contra de la verdad”, sino porque la filosofía actual no puede  ser más que “la conclusión natural y necesaria del pensamiento  occidental hasta la actualidad, la cándida síntesis originada por  un principio lo suficientemente grande como para abarcar todo  aquello que en un sentido es verdad”. El principio en sí es comu­ nicación; la verdad, que nunca puede aprehenderse como conte­ nido dogmático, emerge como una sustancia “existencial” clari­ ficada y articulada por la razón, comunicándose y apelando a la  existencia razonable de la otra, comprensible y capaz de com­ prender todo lo demás. “La Existenz sólo se clarifica a través de  la razón; la razón sólo tiene contenido a través de la Existenz" .4

La pertinencia de estas consideraciones para una base filo­ sófica de la unidad de la humanidad es manifestar “comunica­ ción sin limíte”,5 que al mismo tiempo significa la fe en la com­ prensibilidad de todas las verdades y la buena voluntad para re­ velar y escuchar como condición primaria todo el intercambio  humano es una, si no la principal, idea de la filosofía de Jaspers.  El punto es que aquí, por primera vez, no se concibe la comuni­ cación como “expresión” de pensamientos y por lo tanto, secun­ daria al pensamiento en sí. La verdad es comunicativa en sí mis­ ma, desaparece y no puede ser concebida fuera de la comunica­ ción; dentro del reino “existencia!”, la verdad y la comunicación  son la misma cosa. “La verdad es aquello que nos une.”5 Sólo en  la comunicación (tanto entre seres contemporáneos como entre  los vivos y los muertos) la verdad se revela a sí misma.

Una filosofía que concibe la verdad y la comunicación como  un

a única cosa ha dejado de lado la proverbial torre de marfil de  la mera contemplación. El pensamiento se toma práctico aun-*

* Rtason and Existence, Nueva York, 1955, pág. 67

* “Grenzenlose Kommunikation" es un término que aparece en casi todoslos trabajos de Jaspers.

' Compárese: “Vom lebendigen Geist der Universitat”, 1946, en: Reckens-chaft und Ausbliek, (Munich, 1951), pág. 185.


 

que no pragmático; es una especie de práctica entre hombres,  no el desenvolvimiento de un individuo en su soledad auto-elegi­ da. Por lo que sé, Jaspers es el primero y único filósofo en haber  protestado contra la soledad, a quien la soledad pareció “perni­ ciosa” y quien se ha atrevido a cuestionar “todo pensamiento, to­ da experiencia, todo contenido” bajo este único aspecto: “¿Qué  significan para la comunicación? ¿Estos ayudarán o impedirán la  comunicación? ¿Seducen hacia la soledad u originan la comuni­ cación?”7 Las Filosofía ha perdido tanto su humildad ante la teo­ logía como su arrogancia con respecto a la vida común del hom­ bre. Se ha convertido en ancilla vitae*

Esta actitud es de especial importancia dentro de la tradi­ ción filosófica alemana. Kant parece haber sido el último gran fi­ lósofo que tenía la tranquilidad de ser comprendido y de ser ca­ paz de disipar malentendidos. El comentario de Hegel junto a su  lecho de muerte (se non é vero, é ben trovato) se ha hecho famo­ so. “Nadie me ha comprendido excepto uno; y él me malenten-  dió.” Desde entonces, la creciente soledad de los filósofos en un  mundo indiferente a la filosofía y fascinado por la

 ciencia ha da­ do por resultado la bien conocida y a menudo denunciada ambi­ güedad y oscuridad que para muchos parece ser típica de la filo­ sofía alemana y que por cierto son el sello distintivo de todo pen­ samiento estrictamente solitario y no comunicativo. A nivel de la  opinión común, esto significa que la claridad y la grandeza son  vistas como cosas opuestas. Las numerosas declaraciones de  Jaspers después de la guerra, sus artículos, conferencias, pro­ gramas radiales,, estuvieron guiados por un intento de populari­ zación, de hablar de filosofía sin utilizar terminología técnica, es  decir, por la convicción de que se puede apelar a la razón y a la  preocupación “existencial” en todos los hombres. Desde el pun­ to de vista filosófico, esto ha sido posible sólo porque se concibe  la verdad y la comunicación como la misma cosa.

’ Compárese: “Uber meine Philosophie", 1941, en op.eiL, págs. 350352.

* Jaspers no utiliza este término. A menudo, menciona que filosofar es unapráctica, una ‘acción interna*, etcétera. Aquí no podemos discutir la relación en­ tre pensamiento y vida. Pero la siguiente oración puede mostrar en qué sentido  podría justificarse mi uso interpretativo de anciüa vitas: "Was ¡m denkenden Le-  ben getan aseden muss, dem solí ein Pkilosopkiertn ditnen, das erinnernd und vo-  rausgrsi/snd die


 

Desde una perspectiva filosófica , el peligro inherente a la  nueva realidad de la humanidad parece ser que esta unidad, ba­ sada en los medios técnicos de comunicación y violencia, destru­ ye todas las tradiciones nacionales y entierra los orígenes autén­ ticos de toda existencia humana. Este proceso destructivo pue­ de ser incluso considerado como un requisito previo necesario  para la comprensión final entre hombres de todas las culturas,  civilizaciones, razas y naciones. Su resultado sería una superfi­ cialidad que transformaría al hombre, tal como lo hemos conoci­ do en los cinco mil años de historia, más allá de todo reconoci­ miento. Sería algo más que mera superficialidad; sería como si  toda la dimensión de profundidad, sin la cual el pensamiento hu­ mano, incluso en el mero nivel de la invención técnica, no exis­ tiera y simplemente desapareciera. Esta nivelación sería mucho  más radical que la nivelación al denominador común más bajo;  llegaría por último al denominador del cual casi no tenemos no­ ción alguna en la actualidad.

Siempre y cuando se conciba la verdad como separada e in­ dependiente de su expresión, como algo que no es comunicativo  de por sí ni tampoco se comunica con la razón ni apela a la expe­ riencia “existendar, es

 casi imposible no creer que este proceso  destructivo será puesto en marcha inevitablemente por el mero  automatismo de la tecnología que hizo del mundo una humani­ dad única y unida. Parece como si los pasados históricos de las  naciones, en su total diversidad y disparidad, en su confusa va­ riedad y extrañeza para cada uno, no son más que obstáculos en  el camino hacia una unidad horriblemente vacía. Esto, por su­ puesto, es una decepción; si se destruyera alguna vez la dimen­ sión de profundidad a partir de la cual se desarrollaron la ciencia  y la tecnología modernas, es probable que la nueva unidad de  humanidad no pueda ni siquiera sobrevivir técnicamente. Todo  parece depender entonces de la posibilidad de hacer que los  pasados nacionales, en su desigualdad, entren en comunicación  entre sí como la única manera de alcanzar el sistema global de  comunicación que cubre la superficie de la Tierra.

Bajo la luz de estas reflexiones, Jaspers hizo el gran descu­ brimiento histórico que se convirtió en la piedra angular de su  filosofía de historia, su origen y su objetivo. La noción bíblica de  que todos los hombres descienden de Adán y comparten el


 

mismo origen y de que todos viajan hacia el mismo objetivo de la  salvación y el juicio final está más allá de todo conocimiento y de  toda prueba. La filosofía cristiana de la historia, desde Agustín  hasta Hegel, vio en la aparición de Cristo el momento crucial y el  centro de la historia mundial. Como tal, sólo es válido para los  creyentes cristianos; y si sostiene su autoridad sobre todos, lo  hace en la forma de una unidad de humanidad como cualquier  otro mito que puede enseñar una pluralidad de comienzos y  fines.

Contra esta y otras filosofías de la historia similares que ela­ boran un concepto de una historia mundial sobre la base de la  experiencia histórica de un pueblo o de una parte en particular  del mundo, Jaspers ha descubierto un eje histórico empírico que  otorga a todas las naciones “un marco común de autocompren-  sión histórica”. El eje de la historia mundial parece pasar a través  del siglo V a.C., en medio del proceso espiritual entre 800 y 200  a.C„ Confucio y Lao-tse en China, los Upanishads y Buda en In­ dia, Zaratustra en Persia, los profetas de Palestina, Homero, los  filósofos., las tragedias griegas.9 Una característica de los he­ chos que tuvieron lugar en esta era es que estaban totalmente  desconectados, que se convirtieron en los orígenes de las gran­ des civilizaciones históricas del mundo y que estos orígenes, en  su misma diferenciación, tenían algo único en común. Esta pecu­ liar igualdad puede estudiarse y definirse de varias maneras: es  la época cuando se utilizaban o descartaban mitologías para la  base de las grandes religiones del mundo con su concepto de Un  Dios trascendente; cuando la filosofía hace su aparición en todas  partes; el hombre descubrre al Ser como un todo y a sí mismo  como básicamente diferente de todos los demás seres; cuando,  por primera vez, el hombre se toma en un enigma para sí mismo  (según las palabras de Agustín), se vuelve consciente de la con­ ciencia, empieza a pensar sobre el pensamiento; cuando en to­ das partes aparecen grandes personalidades que no aceptarán  más o serán aceptadas como meros miembros de sus respecti­ vas comunidades sino que se consideran individuos y diseñan  nuevos modos individuales de vida: la vida del hombre inteligen­ te, la vida del profeta, la vida del ermitaño que se aparta de la so­ ciedad y se interna en una nueva espiritualidad e intimidad. To-

* Origin, pág. 1 en adelante.


 

das las categorías básicas de nuestro pensamiento y todos los  principios básicos de nuestras creencias fueron creados durante  este período. Fue la época en que la humanidad descubrió por  primera vez la condición humana en la Tierra, de modo que a  partir de entonces, la mera secuencia cronológica de sucesos po­ día convertirse en un relato y los relatos ser transformados en  historia, un importante objeto de reflexión y de entendimiento.  El eje histórico de la humanidad es entonces “una era aproxima­ damente a mediados del último milenio a.C., para lo cual, todo  aquello que lo precedió parecehaber sido una preparación y con  lo cual se relaciona todo lo subsecuente. La historia mundial de  la humanidad deriva su estructura de este período. No es un eje  del cual podamos afirmar un carácter permanente, absoluto y  único. Pero es el eje de la breve historia mundial que ha tenido  lugar hasta la actualidad, aquella que, en la conciencia de todos  los hombres, podría representar la base de la unidad histórica  que reconocen en la solidaridad. El eje real sería entonces la en­ camación de un eje ideal, alrededor del cual se ve atraído el mo­ vimiento de la humanidad”.10

En esta perspectiva, la nueva unidad de la humanidad podría  adquirir un pasado propio a través de un sistema de comunica­ ción, donde los diferentes orígenes de la humanidad se revelarí­ an en su misma igualdad. Pero esta igualdad está lejos de ser  uniformidad: así como el hombre y la mujer pueden ser iguales,  es decir humanos, s

ólo al ser absolutamente distintos el uno del  otro, lo nacional de cada país puede entrar a esta historia mun­ dial de la humanidad sólo al permanecer y aferrarse con obstina­ ción a lo que es. Un ciudadano mundial, viviendo bajo la tiranía  de un imperio mundial y hablando y pensando en una especie de  esperanto glorificado, no sería más hermafrodita que monstruo­ so. El lazo entre los hombres es, subjetivamente, la “voluntad de  una comunicación sin b'mite” y, objetivamente, el hecho de la  comprensión universal. La unidad de la humanidad y su solidari­ dad no pueden consistir en un acuerdo universal sobre una reli­ gión, o una filosofía o una forma de gobierno sino en la creencia  de que los varios aspectos que forman una Unidad se manifiestan  y ocultan al mismo tiempo en la diversidad.


 

La era fundamental comenzó el desarrollo de las grandes ci­ vilizaciones del mundo que juntas constituyen aquello que usual­ mente denominamos historia mundial y finalizó un período que,  debido a su desarrollo subsecuente, denominamos prehistórico.  Si pensamos en nuestra propia era en términos de su designio  histórico, podemos llegar a la conclusión de que el surgimientode la humanidad como una realidad política tangible marca el fi­ nal dedicho período de historia mundial que comenzó en la era  fundamental. Jaspers, en cierta forma, está de acuerdo con el  sentimiento bastante común de que nuestra época ha llegado a  su fin, pero disiente con el énfasis en la fatalidad que suele acom­ pañar dicho diagnóstico. “Vivimos como si siguiéramos golpean­ do puertas que permanecen cerradas para nosotros”.11 Aquello  que tan claramente aparece como un final se entiende mejor co­ mo un comienzo cuyo significado más íntimo aún no logramos  captar. Nuestro presente es enfáticamente, y no sólo lógicamen­ te, el suspenso entre un no-más y un no-todavía. Lo que comien­ za ahora, después del final de la historia mundial, es la historia  de la humanidad. Qué terminará siendo esto, es algo que no sbemos. Podemos prepararnos para ello a través de una filosofía  de la humanidad cuyo concepto principal sería el concepto de  comunicación de Jaspers. Esta filosofía no abolirá, ni siquiera  criticará, los grandes sistemas filosóficos del pasado en India,  China y Occidente, pero les sacará sus reclamos metaíísificos  dogmáticos, los disolverá en series de pensamientos que se en­ cuentran y se cruzan entre sí y por último retienen sólo aquello  que es universalmente comunicativo. Una filosofía de la humani­ dad se distingue de una filosofía del hombre por su insistencia  en el hecho de que no es un Hombre, hablándose a sí mismo en  el diálogo de la soledad, sino hombres hablando y comunicándo­ se entre sí, los que habitan la tierra. Claro que la filosofía de la  humanidad no puede prescribir ninguna acción política en parti­ cular sino que puede comprender la política como uno de los  grandes ranos humanos de la vida contra todas las filosofías an­ teriores que, desde Platón, consideraron el bios politikos como  una forma inferior de vida, y la política como un mal necesario o. 11

 

en las palabras de Madison, "la mayor de todas las reflexiones  sobre la naturaleza humana”.12

Para poder comprender la importancia filosófica del concep­ to de Jaspers sobre la humanidad y la ciudadanía mundial, sería  acertado recordar el concepto de humanidad de Kanl y la noción  de Hegel sobre la historia mundial, dado que ellos dos consti­ tuyen su medio ambiente tradicional. Kant veía la humanidad  como un último resultado posible de la historia Afirma que la  historia no ofrecería otra cosa que la visión de “melancólica ca­ sualidad” (trostloses ungefáhr) si no existiera una esperanza jus­ tificada de que las acciones desconectadas e impredecibles de  los hombres podrían originar una humanidad como una comu­ nidad unida desde el punto de vista político junto con

 la huma­ nidad del hombre totalmente desarrollada. I jo que se ve “de las  acciones de los hombres en el gran escenario del mundo... pare­ ce estar entremezclado con locura, vanidad infantil, malicia in­ fantil y ansias de destrucción”, y sólo puede adquirir significado  si suponemos que existe una secreta “intención de la naturaleza  en este curso sin sentido de los asuntos humanos”13 que trabaja  a espaldas de los hombres. Es interesante notar, y característico  de nuestra tradición de pensamiento político, que fue Kant y no  Hegel el primero en concebir una sagaz fuerza secreta para ha­ llar algún significado en la historia política. La experiencia que  yace detrás de esto es la de Hamlet: “Nuestros pensamientos  son nuestros, sus fines no nos pertenecen”, excepto que esta ex­ periencia fue en particular humillante para una filosofoía cuyo  centro era la dignidad y la autonomía del hombre. Para Kant, la  humanidad era el estado ideal en el “futuro muy lejano”donde la  dignidad del hombre coincidiría con la condición humana de la  tierra. Pero este estado ideal pondría necesariamente un punto  final a la política y a la acción política tal como la conocemos en la  actualidad y cuyas locuras y vanidades quedan registradas en la  historia. Kant prevé un futuro muy lejano cuando la historia del  pasado de haya convertido en “la educación de la humanidad, se­

gún palabras de Lessing. La historia de la humanidad no tendría11


 

entonces “mayor interés que la historia natural, donde se consi­ dera el estado actual de cada especie como el lelos inherente a to­ do desarrollo previo, su fin en el doble sentido de propósito y  conclusión.

Para Hegel la humanidad se manifiesta a sí misma en el “es­ píritu del mundo”; en su quintaesencia está siempre allí en una  de sus etapas históricas de desarrollo, pero nunca puede llegar a  convertirse en una realidad política. También tiene su origen en  una sagaz fuerza secreta; pero “el artificio de la razón” es distin­ to de “la astucia de la naturaleza”, en tanto que sólo puede ser  percibida por la mirada contemplativa del filósofo, para quien só­ lo tiene sentido la cadena de sucesos sin sentido y aparentemen­ te arbitrarios. El punto culminante de la historia mundial no es el  surgimiento real de la humanidad, sino el momento en que el es­ píritu mundial adquiere timidez en una filosofía, cuando lo Abso­ luto se revela por fin al pensamiento. La historia mundial, el espí­ ritu mundial y la humanidad casi no poseen connotaciones políti­ cas en la obra de Hegel, a pesar de los fuertes impulsos políticosdel joven Hegel. Se convirtieron de inmediato, y con bastante  acierto, en las ideas principales de las ciencias históricas, pero  siguieron sin'una influencia notable en la ciencia pob'tica. Fue en  Marx, quien decidió “volver a poner a Hegel sobre sus pies”, es  decir, cambiar la interpretación de la historia por el hecho de ha­ cer historia, que estos conceptos mostraron su importancia polí­ tica. Y esta es una historia totalmente diferente. Es obvio que no  importa qué distante o cercana esté la realización de la humani­ dad, sólo se puede ser ciudadano mundial dentro del marco de  las categorías de Kant. Lo mejor que puede sucederle a cual­ quier individuo en el sistema hegeliano de revelación histórica  del espíritu mundial es tener la buena fortuna de nacer entre las  personas correctas y en el momento histórico correcto, de modo  que el nacimiento de una persona coincida con la revelación del  espíritu mundial en este período en particular. Para Hegel, ser  miembro de la humanidad histórica significaba ser griego y no  un bárbaro del siglo V a.C., un ciudadano romano y no uno grie­ go en los primeros siglos de nuestra era, ser cristiano y no judío  en la Edad Media, etcétera.

Comparado con Kant, el concepto de humanidad y de ciuda­ danía mundial de Jaspers es histórico; comparado con Hegel, es


 

político. De alguna manera combina la profundidad de la expe­ riencia

 histórica de Hegel con la gran sabiduría política de Kant.  Sin embargo, lo que distingue a Jaspers de ambos es decisivo.  Jaspers no cree en la “casualidad melancólica” de la acción polí­ tica y las locuras de la historia registrada ni tampoco en la exis­ tencia de una sagaz fuerza secreta que manipula al hombre hacia  la sabiduría. Ha abandonado el concepto de Kant de una “buena  voluntad'que, al basarse en la razón, es incapaz de la acción.14  Ha roto tanto con la desesperación como con la consolación del  idealismo alemán en filosofía. Si la filosofía debe convertirse en  análla vitae, no hay duda de la función que debe cumplir: según  las palabras de Kant, tendrá que “llevar la antorcha delante de su  graciosa dama en lugar de la cola de su vestido, por detrás.”lsLa historia de la humanidad que prevé Jaspers no es la histo­ ria mundial de Hegel, donde el espíritu mundial utiliza y consu­ me país tras país, pueblo tras pueblo, en las etapas de su realiza­ ción gradual. Y la unidad de la humanidad en su actual realidad  está lejos de ser el consuelo o la recompensa de toda la historia  del pasado tal como deseaba que fuera Kant. Desde el punto de  vista político, la nueva y frágil unidad originada por el dominio  técnico sobre la tierra puede ser garantizada dentro de un marco  de acuerdos mutuos universales, que podrían conducir a una es­ tructura federada mundialmente. Para esto, la filosofía política  no puede hacer más que describir y prescribir el nuevo principio  de acción política. Al igual que, según Kant, nada debería suce­ der jamás en una guerra que imposibilitara una paz y reconcilia­ ción futuras, según las implicaciones de la filosofía de Jaspers,  nada debería suceder en la actualidad que fuera contrario a la so­

lidaridad existente de la humanidad. Esto, a largo plazo, puede  significar que debe descartarse la guerra del arsenal de medios  políticos, no sólo porque la posibilidad de una guerra atómica  pondría en peligro la existencia de toda la humanidad sino por­ que cada guerra, sin importar lo limitada en el uso de medios y  en territorio, afecta de manera inmediata y directa a toda la hu­

14 “...la venerada, pero prácticamente inútl buena voluntad que se basa en  la razón*, *To Eterna! Peace*, 1795, traducción citada de Cari Joachim Friedrich,  Modem Library edition.

,s Ibídtm.


 

manidad. La abolición de la guerra, al igual que la abolición de  una pluralidad de estados soberanos también albergarían sus  propios peligros particulares; los distintos ejércitos con sus vie­ jas tradiciones y códigos de honor más o menos respetados serí­ an reemplazados por fuerzas policiales federadas, y nuestras ex­ periencias con los modernos estados policiales y gobiernos tota­ litarios, donde el viejo poder del ejército es eclipsado por la cre­ ciente omnipotencia de la policía, no alcanzan a convertirnos en  superopdmistas sobre esta perspectiva. Sin embargo, todo esto  está en un futuro muy lejano.


 

Isak Dinesen

1885-1963

Las grandes pasiones son tan raras  como las obras maestras. BALZAC

La baronesa Karen Blixen, cuyo nombre de soltera era Ha­ rén Christentze Dinesen Clamada Tanne por su familia y Tania  primero por su amante y luego por sus amigos), fue la autora da­ nesa de rara distinción que escribió en inglés por lealtad a la len­ gua de su amante muerto y, siguiendo el espíritu de la antigua  coquetería, ocultó apenas su autoría agregando a su apellido de  soltera el seudónimo masculino “Isak”, el que ríe. Se suponía  que la risa debía encargarse de varios problemas inquietantes, el  menos importante de los cuales fue, tal vez, su fírme convicción  de que no era muy apropiado para una mujer ser escritora y por  lo tanto, una figura pública; la luz que ilumina el área pública es  demasiado fuerte como para ser halagadora. Había tenido expe­ riencia en esta cuestión dado que su madre fue una de las sufra­ gistas, activa en la lucha por el derecho de voto de las mujeres en  Dinamarca, y probablemente, una de esas excelentes mujeres  que nunca provocarían a un hombre para seducirlo. Cuando te­ nía veinte años, había escrito y publicado algunos cuentos e in­ cluso la habían alentado para que continuara, pero ella se negó a  hacerlo. “Nunca quiso ser escritora", “tenia un miedo intuitivo a  sentirse atrapada” y cada profesión, que invariablemente asigna  un rol definitivo en la vida, habría sido una trampa, resguardán­ dola de las infinitas posibilidades de la vida misma. Tenía más de  cuarenta y. cinco años cuando comenzó a escribir profesional-

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mente y casi cincuenta cuando apareció su primer libro: Seven  Gothic Tales. En esa época, había descubierto (tal como nos lo  hace saber a través de “Los Soñadores”) que la mayor trampa en  la vida es la propia identidad. “No seré nunca más una sola per­ sona... .Nunca más tendré mi corazón y toda mi vida unida a una  sola mujer”, y que lo mejor que se les podía dar a los amigos (por  ejemplo, Marcus Cocoza en el cuento) era no preocuparse “de­ masiado sobre Marcus Cocoza”, pues esto significa “en realidad  ser su esclavo y prisionero”. Por lo tanto, la trampa no era tanto  el hecho de escribir o de hacerlo en forma profesional sino to­ marse a uno mismo en serio e identificar a la mujer con el autor  cuya identidad queda confirmada, en forma inevitable, en públi­ co. El hecho de que el dolor de haber perdido su vida y su aman­ te en Africa tendrían que haberla convertido en escritora y ha­ berle dado una especie de segunda vida se entendía mejor como  una broma, y “A Dios le encantan las bromas” se convirtió en su  máxima durante los últimos años de su vida. (Le gustaba vivir  con esos lemas y había comenzado con navigare necesse est, vive-  re non necesse est, para luego adoptar el lema de Denys Finch-  Hatton: Je responderay, responderé y daré cuenta).

Pero había algo más que el temor de ser atrapada que la ha­ cía defenderse enfáticamente (en entrevista tras entrevista) con­ tra la noción común de que ella fuera una escritora nata y una  “artista creativa”.

 La verdad es que ella jamás sintió ninguna am­ bición o necesidad en particular de escribir, y mucho menos de  ser escritora; lo poco que había escrito en Africa podía ser omiti­ do, pues sólo le había servido en “épocas de sequía” para disper­ sar sus preocupaciones sobre la granja y aliviar su aburrimiento  cuando no tenia otra cosa que hacer. Sólo en una ocasión “había  creado algo de ficción para hacer dinero”, y a pesar de que con  The Angelic Avengers hizo algo de dinero, fue “terrible”. No, ha­ bía comenzado a escribir por el simple hecho de “que tenía que  sobrevivir” y “sólo sabía hacer dos cosas: cocinar y... tal vez, es­ cribir”. Había aprendido a cocinar primero en París y luego en  Africa para agasajar a sus amigos, y para entretener tanto a sus  amigos como a los nativos, había aprendido a contar historias.  “Si hubiera podido permanecer en Africa, jamás se habría con­ vertido en escritora”. Pues, moi, je suis m e conteuse, et ríen  qu’une conteuse. Cest l’histoire elle-méme qui m ’intéresse, et la fa-

9,2


 

fon de la raconter*. (“Yo, yo soy una relatora de cuentos y nada  más.

 Lo que me interesa es la historia y la forma de relatarla”).  Lo único que necesitaba para empezar era la vida y el mundo, ca­ si cualquier tipo de mundo o de medio; pues el mundo está lleno  de historias, de hechos y ocurrencias, de sucesos extraños que  sólo aguardan a ser contados, y la razón por la cual, por lo gene­ ral, estos hechos no son relatados es, seg

ún Isak Dinesen, la fal­ ta de imaginación; pues sólo si puedes ser imaginativo con lo  que de todas maneras ha sucedido, repetirlo en la imaginación,  verás las historias, y sólo si tienes la paciencia de contarlas una y  otra vez {“Je me les raconte et reraconte) podrás llegar a contar­ las bien. Esto, claro está, es lo que hizo durante toda su vida, pe­ ro no para convertirse en una artista, ni siquiera para convertirse  en una de esas viejas y sabias relatoras profesionales de cuentos  que hallamos en sus libros. Sin repetir la vida en la imaginación  no se puede estar del todo vivo, la “falta de imaginación” impide  que las personas “existan”. “Sé leal a la historia”, tal como una de  sus relatoras le advierte a la joven, “sé eterna y constantemente  leal a la historia”; esto no significa otra cosa que: sea leal a laxa­ da, no crees la ficción sino acepta lo que la vida te da, demuestra  que mereces lo que sea recordándolo y analizándolo, repitiéndo­ lo en tu imaginación; ésta es la forma de mantenerse con vida. Y  vivir en el sentido de estar plenamente viva fue desde un princi­ pio y siguió siéndolo hasta el final su único objetivo y deseo. “Vi­ da, no te dejaré ir a menos que me bendigas, sólo entonces te de­ jaré ir”. La recompensa de relatar historias es poder dejar ir.  “Cuando el relator es leal... a la historia, allí, en el final, hablará el  silencio. Allí donde se ha traicionado la historia, el silencio no es  otra cosa que vado. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos di­ cho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio”.

Para ello, sin lugar a dudas, se requiere habilidad, y en este  sentido el hecho de relatar historias no sólo es parte de la vida si­ no que puede convertirse en un arte por derecho propio. Para  convertirse en artista también se necesita tiempo y una cierta se­ paración de la tarea impetuosa e intoxicante del mero hecho de  vivir que, quizá, sólo el artista nato pueda lograr en medio de la  vida. De todas formas, en el caso de esta escritora, una gruesa lí­ nea divide su vida de su vida posterior como autora. Sólo cuando  perdió lo que había constituido su xrida, su hogar en Africa y su

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amante, cuando regresó a Rungstedlund con un completo "fra­ caso”

 y nada en sus manos excepto el dolor, la tristeza y los re­ cuerdos, pudo convertirse

 en artista y en el “éxito" que de otra  forma jamás hubiese logrado ser: “A Dios le encantan las bro­ mas", y las bromas divinas, tal como los griegos bien lo sabían,  suelen ser crueles. Lo que hizo ella entonces fue único en la lite­ ratura contemporánea a pesar de que podría comparárselo con  algunos escritores del siglo XIX (se me ocurren en particular las  anécdotas y los cuentos de Heinrich Kleist y algunos cuentos  que Johann Peter Hebel, en especial Unverhofftes Wiedersehen.  Eudora Welty lo definió en forma deñnitiva en una frase corta de  extrema precisión: “Ella hacía una esencia de una historia; un  elixir de una esencia; y a partir del elixir comenzaba una vez más  a componer la historia".

La relación de la vida de un artista con su trabajo siempre ha

  planteado problemas embarazosos, y nuestra ansiedad por ver  registrado, mostrado y discutido en público lo que una vez eran  asuntos estrictamente privados es tal vez menos legítimo de lo  que nuestra curiosidad está dispuesta a admitir. Lamentablemen­ te, las preguntas que pueden plantearse sobre la biografía de  Parmenia Miguel (Titania, The Biography o/Isak Díñesen, Ran-  dom House, 1967) no son de este orden. Decir que el trabajo es  indescriptible es ser demasiado benevolentes, y a pesar de que  cinco años dedicados a la investigación aportaron aparentemente  “el material suficiente... para un trabajo monumental”, no obte­ nemos más que citas de material publicado con anterioridad ya  sea en libros y entrevistas sobre el tema o del libro: Isak Dinesen:  A Memorial, que Random House publicó en 1965. Los pocos  hechos aquí revelados por primera vez muestran una falta total  de artificio, que podría haber sido detectada por cualquier com­ pilador. (Un hombre a punto de suicidarse [su padre] no pudohaber declarado tener “una premonición... sobre su muerte próxi­ ma”; en la pág. 36 se nos informa que su primer amor debe “per­ manecer en el anonimato”, pero sin embargo en la pág. 210 nos  revela su nombre; nos dice como al pasar que su padre “había  simpatizado con los comuneros y que tenía tendencia de izquier­ da” y, a través de la voz de una tía, nos enteramos de que “sentía  una tristeza profunda por los horrores que había presenciado  durante la Comuna de París”. Podríamos llegar a la conclusión


 

de que era un hombre desilusionado si no supiéramos por el me­ morial previamente mencionado que luego escribió un libro de  memorias “donde... rinde justicia al patriotismo e idealismo de  los ‘comuneros’ Su hijo confirma la simpatía de su padre por la  Comuna y agrega que “en el parlamento su partido era la Iz­ quierda”). Peor que estos descuidos es la equivocada délicotesse  aplicada al más importante de los nuevos hechos que contiene el  libro: la infección venérea; el marido del que se había divorciado  pero cuyo nombre y título mantenía (¿tal vez por

 la “satisfacción  de ser llamada baronesa, tal como sugiere su biógrafo?) le dejó  “una herencia de enfermedad”, cuyas consecuencias sufrió toda  la vida. Su historia clínica habría sido de sumo interés; su secre­ taria relata hasta qué punto los últimos años de su vida estuvie­ ron consumidos por “una lucha heroica contra las desventajas  de la enfermedad... como si un ser humano tratara de detener  una avalancha”. Y lo peor de todo es la impertinencia ocasional,  casi inocente, tan típica de los adoradores profesionales que ro­ dean a la mayoría de las celebridades; Hemingway, quien en su  discurso de agradecimiento al aceptar el Premio Nobel dijo que  deberían habérselo dado a “esa hermosa escritora Isak Diñe-  sen”, “no podía evitar envidiar el aplomo y la sofisticación [deTa­ ñía]” y “necesitaba matar para demostrar su hombría, extirpar la  inseguridad que en realidad nunca conquistó”. Todo esto era in­ necesario y hubiera sido mejor no decir nada al respecto, si no  fuera por el lamentable hecho de que fue la misma Isak Dinesen(¿o fue la baronesa Karen Blixen?) quien había encargado esta  biografía y pasó horas y días con Migel para darle instrucciones  y, poco antes de morir, le recordó una vez más acerca de “mi li­ bro”, arrancándole la promesa de que lo terminarí

a “en cuanto  muera”. Y bien, ni la vanidad ni la necesidad de adoración (el  triste sustituto de la confirmación suprema de la propia existen­ cia que sólo el amor, el amor mutuo, puede dar) pertenece a los  pecados mortales; pero son apuntadores no superados cuando  necesitamos sugerencias sobre cómo ponemos en ridículo.

Es obvio que nadie podría haber relatado la historia de su vi­ da como ella misma y la pregunta de por qué no escribió su auto­ biografía es tan fascinante como incontestable. (Qué pena que  su biógrafa nunca le hizo esta pregunta tan obvia). El libro Africa  m ío, que a menudo se considera autobiográfico, es bastante reti­

 

cente y casi no habla de todas las cuestiones que su biógrafo de­ bería plantear. No nos cuenta nada sobre su infeliz matrimonio y  su divorcio y sólo el lector cuidadoso se dará cuenta de que  Denys Finch-Hatton fue algo más que un amigo y visitante regu­ lar. El libro es, tal como lo señala su mejor crítico, Robert Lang-  baum, “una auténtica novela pastoral, tal vez la mejor prosapastoral de nuestro tiempo”, y debido a que es pastoral y no dra­ mática, ni siquiera en la narración de la muerte de Denys Finch-  Hatton en un accidente aéreo y de las últimas semanas desola­ das en los cuartos vacíos y las cajas con sus cosas, puede incor­ porar mucha

s historias pero sólo insinuar, por medio de raras y  tenues aluciones, la historia subyacente en una grande passton  que fue entonces y siguió siéndolo hasta el final, la fuente inspi­ radora de sus relatos. Ni en Africa ni en ningún otro momento de  su vida escondió nada; debió de haber estado orgullosa de haber  sido la amante de este hombre que en sus descripciones aparececuriosamente sin vida. En Africa mía admite su relación sólo por  implicación

 (en Africa, él no tenia otro hogar que la granja, vivía  en mi casa entre sus Safaris”, y cuando regresaba la casa “mos­ traba lo que había en ella; hablaba, tal como hablan las plantacio­ nes de café, cuando florecen con los primeros chaparrones de la  estación de lluvia”; luego “las cosas de la granja dedan lo que en  realidad eran”. Y ella, al haber “inventado muchas [historias]  cuando él no estaba”, se sentaría en el suelo con las piernas cru­ zadas como Sherezada”.

Cuando ella se llamó a si misma Sherezada, se refería a algo  más qu

e a los críticos literarios que luego siguieron su ejemplo,  más que sus relatos, el uM oi, je suis une conteuse et ríen qu’une  conteuse”. Las Mil y Una Noches (para “ella estos cuentos esta­ ban por encima de todo”) no sólo eran entretenimientos; produ­ jeron tres hijos varones. Y su amante, que “cuando venía a la  granja le preguntaba; '¿Tienes una historia?' se parecía al rey ára­ be quien “al ser inquieto le encantaba la idea de escuchar un  cuento”. Denys Fmch-Hatton y su amigo, Berkeley Colé, perte-  necían a la generación de jóvenes que desde la Primera Guerra  Mundial estuvieron en desacuerdo con seguir las convenciones  y cumplir con los deberes de la vida cotidiana, con hacer carrera  y desempeñar sus roles en una sociedad que los aburría al máxi­ mo. Algunos se hicieron revolucionarios y vivían en la tierrra de


 

ensueños del futuro; otros, por el contrario, elegían la tierra de  ensueños del pasado y vivían como “en un mundo que ya no  existía”. Todos compartían la fundamental convicción de que  “no pertenecían a su siglo”. (En lenguaje político, podría decirse  que eran antiliberales siempre y cuando el liberalismo significa­ ra aceptar el mundo tal como

 era junto con la esperanza de su  “progreso”; los historiadores saben hasta qué punto coinciden la  crítica conservativa y la crítica revolucionaria del mundo bur­ gués). De todas formas, deseaban ser “parias” y “desertores”,  listos “a pagar por su obstinación” en lugar de asentarse y fundar  una familia. Denys Finch-Hatton iba y venía a su antojo y nada  estaba más lejos de su mente que el lazo del matrimonio. Nada  podía atarlo y hacerlo regresar excepto la llama de la pasión, y la  mejor forma de impedir que esa llama se extinguiera por el tiem­ po y la inevitable repetición, por el hecho de conocerse demasia­ do bien y de haber oído todas las historias, era crear nuevas in­ cansablemente. Ella estaba tan ansiosa por entretener como  Sherezada y no menos consciente de que su fracaso significaría  su muerte.

De allí la grande passton con Africa, aún salvaje, sin domesti­ car, el

 escenario perfecto. Allí se podía trazar una línea “entre la  respetabilidad y la decencia y [dividir] a las amistades, humanas  y animales, según la doctrina. Los animales domésticos entran  dentro de

 la clasificación de respetables y los salvajes, de decen­ tes; se sostenía que mientras la existencia y el prestigio de los  primeros se decidía por su relación con la comunidad, los otros  estaban en contacto directo con Dios. Los cerdos y aves eran  merecedores de nuestro respeto siempre y cuando devolvieran  lealmente lo que se invertía en ellos, y... se comportaran tal  como se esperaba de ellos. Nosotros nos inscribíamos con los  animales salvajes, admitiendo con tristeza la insuficiencia de  nuestra devolución a la comunidad (y a nuestras hipotecas) pero  dándonos cuenta de que no podíamos renunciar, ni siquiera para  obtener la más alta aprobación de aquello que nos rodeaba, a ese  contacto directo con Dios que compartíamos con el hipopótamo  y el flamenco”. Entre las emociones, la grande passion es tan  destructiva de aquello que es socialmente aceptable, tan despre­ ciativa de aquello que es “merecedor de nuestro respeto”, como  lo eran los parias y los desertores de la sociedad civilizada de la

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que provenían. Pero la vida se vive en sociedad y, por lo tanto, el  amor (no

 el amor romántico que prepara el escenario para la fe­ licidad marital) también es destructivo de la vida, como bien sa­ bemos a través de las famosas parejas de amantes en la historia y  la literatura que terminaron en el dolor. Escapar de la sociedad:  ¿eso no podría significar poseer no una gran pasión sino una vida  apasionada? ¿No fue esa la razón por la que ella abandonó Dina­ marca, para exponerse a una vida sin la protección de la socie­ dad? “¿Qué tenía que hacer yo para poner mi corazón en Afri­ ca?”, se preguntó, y la respuesta le llegó en la canción de “Jesu­ cristo” cuyas “palabras han sido como una lámpara para mis pies  y una luz en mi camino”...

Quien huye de la ambicióny gusta vivir al sol,buscar su propia comida,y se contenta con lo que tiene,ven acá, ven acá, ven acá:aquí no hallarás ningún enemigo,  salvo el invierno y un clima difícil.

Y si llegara a sucederque algún hombre se tome estúpido  dejando su fortuna y su comodidad,  haciendo caso a su obstinación,  duedame, duedame, duedame:aquí encontrarágrandes tontos como él,si es que viene a mí.

Sherezada, con todo lo que su nombre implica, que vivía en­ tre los “grandes tontos” de Shakespeare, quien dejó la ambición  y el amor para vivir al sol, y al haber encontrado un lugar a “tres  mil metros de altura” desde donde burlarse de la ‘ ambición de  los recién llegados de las misiones, de la gente de negocios y del  mismo gobierno, para hacer respetable el continente africano”,  que sólo quería conservar a los nativos, los animales salvajes y a  los parias y desertores más salvajes de Europa, los aventureros  que se convertían en guías y en cazadores de safaris, en “su ino­ cencia del período antes de la Caída”: eso es lo que ella quería  ser, cómo quería vivir, y cómo se veía a sí misma. No era necesa-

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ñámente como aparecía ante los demás, en particular ante su  amante. El la llamó primero Tania y luego lo cambió por Titania.  (“Hay tanta magia en esta gente y esta tierra*, le dijo ella a él; y  Denys “le sonrió con afectuosa condescendencia. ‘La magia no  está en la gente o en la tierra, sino en el ojo del espectador... TÜ  le das tu propia magia, Tania... Titania’ ”). Parmenia Migel eligió  su nombre como título para su biografía, y no habría sido malo si  hubiese recordado que el nombre implica algo más que la reina  de las hadas y su “magia”. Los dos amantes entre los que el nom­ bre cayó por primera vez, siempre citando a Shakespeare, sabí­ an algo más; sabían que la reina de las hadas era capaz de ena­ morarse de Bottom y que tenia una idea irreal de sus propios po­ deres mágicos:

“Y purgaré tu pesadez mortal para que puedas partir como un espíritu etéreo*.

Pues bien, B

ottom no se transformó en ningún espíritu eté­ reo y Puck nos cuenta la verdad sobre el asunto con propósitos  prácticos:

“Mi amante está enamorada de un monstruo...

Titania despertó y de inmediato se enamoró de un tonto*.

El problema es que la magia probó ser, una vez más, total­ mente ineficaz. La catástrofe que por fin la alcanzó se la había  buscado ella misma, cuando decidió quedarse en la granja aun  cuando debsaber que cultivar café “a tanta altitud no era pro­ vechoso”, y para empeorar las cosas, ella “no sabía ni aprendió  demasiado sobre el café y persistió en la convicción de que su  poder intuitivo le diría qué hacer”, tal como lo señaló su herma­ no con tiernas reminiscencias después de su muerte. Sólo cuan­ do fue arrojada de la tierra que durante diecisiete años, manteni­ da con el dinero de su familia, le había permitido ser Reina, Rei­ na de los cuentos, entendió la verdad. Al recordar desde lejos a  su cocinero africano, Kamante, escribió: “Allí donde el gran chef  caminaba sumido en sus pensamientos, lleno de sabiduría, na­ die ve otra cosa que a un Kikuyu pequeño y patizambo, un enano  de cara chata e inexpresiva”. Sí, nadie excepto ella, que siempre  repetía todo en la magia de su imaginación de donde surgían las  historias. Sin embargo, el punto de la cuestión es que incluso es­


 

ta desproporción, una vez descubierta, puede convertirse en ma­ terial para una historia. Volvemos entonces a encontrar a Titania  en “Los soñadores”, sólo que ahora se llama “Donna Quixota de  la Mancha” y le recuerda al viejo sabio judio, que en la historia  juega el papel de Puck, de las “serpientes danzarinas” que una  vez vio en la India, serpientes que “no son venenosas" y que ma­ tan, si es que matan, sólo por la fuerza de su abrazo. “De hecho,  el verla desplegando sus grandes espirales para revolverse y por  fin aplastar un ratón de campo es suficiente para hacernos des-  temillar de risa”. En cierta forma, es así como uno se siente al  leer página tras página sobre sus “éxitos” posteriores en la vida y  cómo los disfrutaba, magnificándolos hiera de proporción; que  tanta intensidad, tanta pasión se gastara en las selecciones delClub-deUibro-del-mes y en membredas honorarias en socieda­ des prestigiosas, que el primer discernimiento de que la pena es  mejor que nada, de que “entre el dolor y la nada prefiero el do­ lor” (Faulkner), sea finalmente premiado con pequeños inter­ cambios de premios y honores debe ser triste desde un punto de  vista retrospectivo; el espectáculo en sí debió haber estado muy  cerca de la comedia.

Los cuentos salvaron su amor y los cuentos también salva­ ron su vida después del desastre. “Se puede soportar todo el do­ lor si se lo pone en una historia o se cuenta una historia de él”. La  historia revela el significado de aquello que de otra manera se­ guiría siendo una secuencia insoportable de meros aconteci­ mientos. “El genio silencioso y abarcador del consentimiento”  que es también el genio de la verdadera fe (cuando su sirviente  árabe se entera de la muerte de Denys Finch-Hatton, responde  ‘ Dios es grande”, igual que el Kaddish hebreo, la plegaria de  muerte dicha por su familiar más cercano no dice más que “Sa­ grado sea Su nombre”) surge a partir de la historia porque en la  repetición de la imaginación los hechos se han convertido en lo  que ella denominaría “destino”. Para ello, para ser uno con el  propio destino de modo que nadie pueda distinguir a la bailarinadel baile, la respuesta a la pregunta: ¿Quién eres? será la res­ puesta del cardenal: “Permítame... responderle en la forma clási­ ca y contarle una historia”, es la única aspiración que vale el he­ cho de que se nos haya otorgado la vida. Esto también se deno­ mina orgullo y la verdadera línea divisoria entre las personas es


 

si son capaces de “enamorarse de [su] destino” o si “aceptan co­ mo éxito lo que otros garantizan como tal... en la cita del día.  Ellos tiemblan, con razón, ante su destino.” Todas sus historias  son en realidad “Anécdotas del destino”, y nos dicen una y otra  vez cómo al final tendremos el privilegio de juzgar o, para decir­ lo de otro modo, cómo perseguir uno de los “dos caminos de  pensamiento para una persona inteligente...: ¿Qué quiso signifi­ car Dios al crear el mundo, el mar y el desierto, el caballo, los  vientos, la mujer, el ámbar, los peces y el vino?”

Es cierto que el hecho de relatar una historia revela signifi­ cado sin cometo- el error de definirlo, que crea consentimiento y  reconciliación con las cosas tal como son, y que incluso pode­ mos confiar en que contienen la última palabra que esperamos  del “día del juicio”. Y sin embargo, si escuchamos la “filosofía”  de los relatos de Isak Dinesen y pensamos en su vida según esta  misma filosofía, no podemos evitar ser conscientes de cómo el  menor malentendido, el menor cambio de énfasis en la dirección  equivocada terminará por arruinarlo todo. Si es verdad, tal como  lo sugiere

 su “filosofía”, que nadie posee una vida que valga la  pena meditar y cuya historia no pueda ser narrada, de ello no  surge que la vida podría, e incluso debería, ser vivida como un  cuento, que aquello que uno debe hacer en la vida es lograr que  la historia se haga realidad. Una vez, ella escribió en su libro de  notas: “El orgullo es fe en la ¡dea que Dios tenía cuando nos hizo.  Un hombre orgulloso es consciente de la idea, y aspira a realizar­ la.” Por lo que ahora sabemos de sus primeros años de vida, pa­ rece bastante claro que esto es lo que ella trató de hacer cuando  era joven, “realizar” una “idea” y anticipar el destino de su vida  volviendo realidad una vieja historia. La idea le llegó como una  herencia de su padre, a quien había amado mucho (su muerte,  cuando ella terna diez años, fue su primer gran dolor, y el hecho  de enterarse de que se había suicidado — lo supo mucho des­ pués— , el primer gran golpe del cual se negaba a apartarse), y la  historia que había planeado actuar en su vida estaba destinada  en realidad a ser la secuencia de la historia de su padre. Este úl­

timo había estado relacionado con “une princesse de conte de fies  a quien todos adoraban”, a quien había conocido y adorado antes  de su matrimonio y que había muerto, de repente, a los veinti­ cuatro años. Su padre se lo mencionó una vez a ella y a una tía


 

que más tarde sugirió que él nunca había podido reponerse de  esa pérdida, y que el suicidio era d resultado de ese dolor incu­ rable. La muchacha en cuestión resultó ser una prima del padre  y la mayor ambi

dón de la hija se convirtió entonces en el hecho  de pertenecer a esa parte de la familia de su padre, de la alta no­ bleza danesa, “una raza totalmente diferente” de su propio me­ dio, tal como lo relata su hermano. Fue natural que uno de sus  miembros, que había sido la sobrina de la muchacha muerta, se  convirtiera en su mejor amiga, y cuando “se enamoró ‘por prime­ ra vez y para siempre’, tal como solía decir”, fue con otro de sus  primos segundos, Hans Blixen, quien habría sido sobrino de la  joven muerta. Y como éste no le prestaba mayor atendón, deci­ dió, incluso a los veintisiete años, edad suficiente como para te­ ner la madurez necesaria (para aflicción y sorpresa de todos los  que la rodeaban), casarse con su hermano gemelo y partir con él  para Africa, justo antes de que estallara la Primera Guerra Mun­ dial. Lo que surgió de allí fue sórdido y despreciable, nada que  pueda aparecer en una historia o pueda ser relatado. (Se separó  inmediatamente después de la guerra y se divordó en 1923).

Por lo que sé, jamás escribió una historia sobre este absur­ do matrimonio, pero sí escribió algunos cuentos sobre lo que  debió de haber sid o para ella la lección obvia de sus locuras juve­ niles, es decir, sobre el “pecado” de hacer que una historia se  vuelva realidad, de interferir con la vida según una norma prees­ tablecida en lugar de aguardar con paciencia que la historia sur­ ja, de repetir en la imaginación en vez de crear una ficción y lue­ go tratar de vivir según sus reglas. El primero de estos cuentos  es “El poeta” (en Seven Gothic Tales)’, otro dos fueron escritos  casi veinticinco años después (lamentablemente, la biografía de  Parmenia Migel no contiene ningún cuadro cronológico), “La  historia inmortal” (enAnecdotes ofDestiny) y “Ecos” (en Last Ta­ les). El primero relata el encuentro entre un joven poeta campe­ sino y su notable benefactor, un anciano caballero que en su ju­ ventud había caído bajo el hechizo de Weimar y “el gran Gehei-  merat Goethe”, con el resultado de que “para él fuera de la poe­ sía la vida no tenia ningún ideal real”. Por desgracia, ningunaambición tan alta ha hecho jamás del hombre un poeta y cuando se dio cuenta de que “la poesía de su vida tenía que provenir de  otro lugar” decidió ser un mecenas y empezó a buscar “un gran


 

poeta” que vallera su consideración y lo halló convenientemente

  cerca, en la dudad donde vivía. Pero un verdadero mecenas, uno  que sabía tanto sobre poesía no podía contentarse demasiado  con repartir dinero; también tenía que proporcionar las trage­ dias y las penas a partir de las cuales sabía que la gran poesía ob­ tiene sus mejores inspiraciones. Por lo tanto, adquirió una jovenesposa y arregló las cosas de modo tal que los dos jóvenes bajo  su protecdón se enamoraran sin ninguna posibilidad de matri­ monio. Bien, el final es bastante sangriento; el joven poeta mata  a su benefactor disparándole y mientras que el anciano en su  agonía de muerte sueña con Goethe y Weimar, la joven, al ver a  su amante en una visión “con la soga al cuello”, le da muerte.  “Sólo porque le convenía que el mundo fuera hermoso, quiso in­ ventarlo para que así fuera”, se dijo a sí misma. “¡Tú!”, le gritó,  “¡Tú, poeta!”.

La perfecta ironía de “El poeta” tal vez la entienden mejor  aquel

los que conocen el Bildung alemán y su lamentable rela­ ción con Goethe, al igual que su autora. (La historia contiene va­ rias alusiones a poemas alemanes de Goethe y Heine y también  a la traducción de Voss de Homero. También podría interpretar­ se como una historia sobre los vicios del Bildung). “La historia  Inmortal”, por el contrario, está concebida y escrita como una  historia popular. Su héroe es un “comerciante de té inmensa­ mente rico” de Cantón con fuertes razones para “tener fe en su  propia omnipotencia”, y quien sólo al final de su vida entró en  contacto con los libros. Entonces, se sintió molesto porque rela­ taban cosas que nunca habían sucedido y se enfureció cuando se  enteró de que quizás la única historia que conocía (sobre un ma­ rinero que llegaba a la costa, conocía a un viejo caballero, “el  hombre más rico” del pueblo, y éste le pedía que “hiciera lo me­

jor” en la cama de su joven esposa que todavía podía tener un hi­ jo y le daba una moneda de cinco guineas por su servicio) “nun­ ca haya sucedido y... nunca suceda y es por eso que se cuenta la  historia”. Entonces, el anciano se pone a buscar un marinero pa­ ra hacer realidad la historia que se contaba en todos los puertos  del mundo. Todo parece ir bien, salvo que el joven marinero se  niega a reconocer a la mañana siguente cualquier similitud entre  la historia y lo que le había sucedido durante la noche, rechaza  las cinco guineas y le deja a la dama en cuestión el único tesoro

 

que posee: “un enorme caracol rosa brillante” del cual “cree no  haya otro igual en el mundo”.

“Ecos”, el último en esta categoría es una tardía continua­ ción de “Los soñadores” en Gothic Tales, la historia sobre Pele­ grina Leoni. “La diva que había perdido la voz” en sus viajes vuel­ ve a escucharla en el muchacho Emanuele, a quien comienza a  hacer a su propia imagen de modo que su sueño, su mejor sueño  y el menos egoísta, se haga realidad: que renaciera la voz que  proporcionaba tanto placer. Robert Langbaum, a quien he men­ cionado anteriormente, señala aquí que “Isak Dinesen se acusa­ ba a sí misma” y que la historia, tal como lo sugieren de todos  modos las primeras páginas, trata “sobreel canibalismo” y nada  en ella confirma que la cantante “haya estado formando al mu­ chacho para restaurar su propia juventud y para hacer resurgir  la Pellegrina Leoni que había enterrado en Milán doce años  atrás”. (La elección misma de un sucesor masculino imposibilita  esta interpretación). La conclusión de la propia cantante es: “Y la  voz de Pellegrina Leoni no volverá a escucharse nunca más”. El  muchacho, antes de empezar a arrojarle piedras, la había acusa­ do: “Usted es una bruja, un vampiro... M ora sé que moriría si  volviera a usted”, para la próxima lección de canto. Estas mis­ mas acusaciones las podía haber proferido el joven poeta a su  mecenas, el joven marinero a su benefactor y, por lo general, to­ das aquellas personas que, bajo el pretexto de ser ayudadas, son  utilizadas para hacer que los sueños de otros se hagan realidad.  (Ella misma creyó que podía casarse sin estar enamorada por­ que su primo “la necesitaba y era tal vez el único ser humano  que la necesitaba”, cuando en realidad ella lo usó para empezar  una nueva vida en el este de Africa y para vivir entre los nativos  tal como lo había hecho su padre cuando vivió como ermitaño  entre los indios Chippeway. “Los indios son mejores que nuestra  gente civilizada de Europa”, le había dicho a su hija de pequeña,  cuando su mejor don era que nunca olvidaba. “Sus ojos ven más  que los nuestros, y son más sabios”).

Así, los primeros años de su vida le habían enseñado que,  mientras que se puede relatar historias o escribir poemas sobre  la vida, no se puede hacer la vida poética y vivirla como si fuera  una obra de arte (tal como lo había hecho Goethe) o usarla para  la realización de una “¡dea”. La vida puede contener la “esencia”

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(¿qué otra cosa podría?); el recuerdo, la repetición en la imagina­ ción, puede descifrar la esencia y darle a uno el “elixir”; y final­ mente se puede tener hasta el privilegio de “hacer” algo con él,  como por ejemplo, “componer una historia”. Pero la vida en sí no  es esencia ni elixir, y si uno la trata como tal, ésta sólo le tenderá  trampas. Fue quizá la amarga experiencia de las trampas de la vi­ da lo que la preparó (aunque un poco tarde, tenía alrededor de  treinta y cinco años cuando conoció a Finch-Hatton) para sentir  la grande Passion, que de hecho no es más rara que una obra de  arte. El relato de historias es lo que terminó por hacerla sabia y  no una “bruja”, una “sirena” o una “profetisa” tal como pensaban  aquellos que la rodeaban. La sabiduría es una virtud de la ancia­

nidad y parece que sólo le llega a aquellos que, durante la juven­ tud, no fueron ni sabios ni prudentes.


 

Hermann Broch

1886-1951

I. El poeta renuente1

Hermann Broch fue poeta a pesar de si mismo. El hecho de  haber nacido poeta y de no querer serlo fue un rasgo fundamen­ tal de su naturaleza, inspiró la acción dramática del más impor­ tante de sus libros y se convirtió en uno de los conflictos básicos  de su vida. De

 su vida, no de su psique; pues éste no era un con­ flicto psicológico que pudo haber sido expresado en luchas psí­ quicas, sin otra consecuencia que aquello que el mismo Broch,  con un poco de ironía y otro de disgusto, denonimó “clamor del alma”. Tampoco había conflicto entre dones, como por ejemplo,  el don de la ciencia y la matemática y el don imaginativo, poético.  Dicho conflicto podía haber sido solucionado o, de lo contrario  podía haber producido beües-lettres pero nunca un verdadero tra­ bajo creativo. Además, un conflicto psicológico o una lucha en­ tre varios talentos nunca puede ser el rasgo fundamental de la  naturaleza de un hombre, dado que ésta siempre yace a un nivel  más profundo que todos los dones y talentos, que todas las pecu­ liaridades y cualidades psicológicas descriptibles. Estas últimas  se originan en su naturaleza, se desarrollan según sus leyes o  son destruidas por la misma El circuito de la vida y la creativi­ dad de Broch, el horizonte en el que se movía su trabajo, en rea­ lidad no era un círculo; más bien se parecía a un triángulo cuyos  lados pueden ser etiquetados con total precisión: Literatura-Co-


 

nocimiento-Acción. Sólo el hombre en su carácter único podía  llenar la superficie del triángulo.

Asignamos talentos totalmente diferentes a estas tres activi­ dades fundamentalmente distintas del hombre: la obra artística,  la científica y la política. Sin embargo, Broch se acercó al mundo  con el requerimiento, nunca expresado abiertamente aunque  siempre latente e insistente, de que en su vida en la tierra el  hombre debe hacer que las tres coincidan y se vuelvan una. De  la literatura exigía que tuviera la misma validez que la ciencia,  que la ciencia requiera ser “la totalidad del mundo”2 como lo  hace la obra de arte cuya “tarea es la constante recreación del  mundo”,3 y que ambas cosas juntas, el arte impregnado de cono­ cimiento y el conocimiento que ha adquirido visión, deberían  comprender e incluir todas las actividades prácticas y cotidianas  del hombre.

Este era el rasgo fundamental de su naturaleza y como tal no  presentaba conflicto alguno. Pero dentro de una vida, y en parti­ cular dentro del período limitado distribuido para la vida huma­ na, dicho requerimiento debe necesariamente llevar a conflic­ tos. Pues dentro de la estructura de las ocupaciones y actitudes  contemporáneas coloca un peso excesivo sobre el arte, sobre la  ciencia y sobre la política. Y estos conflictos se hicieron mani­ fiestos en la actitud de Broch hacia el hecho de que era un poeta;  se convirtió en poeta a pesar de sí mismo y a través de su renuen­ cia dio una expresión personalmente válida y adecuada tanto al  rasgo fundamental de su naturaleza como al conflicto fundamen­ tal de su vida.

En términos de la biografía de Broch, la frase “poeta renuen­ te”, en tanto que expresa un conflicto se aplica en primer lugar al  período posterior a La muerte de Virgilio. En este libro, la incer­ tidumbre del arte en general se convierte en el contenido temáti­ co de una obra de arte misma; y como la terminación del trabajo  coincidió con el mayor golpe de la época, la revelación de las ma­ sacres en los campos de concentración, Broch se prohibió de allí

en más continuar con su trabajo creativo y por lo tanto se apartó  de su modo acostumbrado de resolver toldos los conflictos. Con  respecto a la vida, concedió una primada absoluta a la acdón, y  en lo que respecta a la creatividad, al conocimiento. Por lo tanto,  la tensión entre literatura, conocimiento y acción lo asaltaba dia­ riamente y en forma constante, afectando su vida diaria y su tra­ bajo.

(Volveremos a la base objetiva de esta tendón que surge del  hecho de que Broch consideraba la acción en términos de un  trabajo orientado hacia un objetivo y de que pensaba en térmi­ nos de un conodmiento que produce resultados).

Esto tuvo consecuencias prácticas notables. Cada vez que  un conocido (no sólo un amigo, que habría dejado las cosas den­ tro de los limites razonables, sino cualquier conoddo) estaba  acongojado, enfermo, necesitaba dinero o se estaba muriendo.  Broch se encargaba de todo. (Y la congoja era ubicua en

 un  círculo de amigos y conocidos donde la mayoría eran refugia­ dos). Parecía suponerse que la ayuda provendría de Broch,  quien no tenía tiempo ni dinero. Sólo quedaba exento de dichas  responsabilidades (que inevitablemente aumentaba el circulo  de conocidos y le imponían nuevas demandas a su tiempo) sólo  cuando él mismo se hallaba en el hospital (no sin una medida de  júbilo malicioso) y conseguía un poco de descanso, el que no  puede negársele a un brazo o una pierna rotos.

Pero es evidente que ésta era la fase más inocente del con­ flicto que determinó su vida en Norteamérica. Era mucho más  pesado para

 él que su pasado como poeta y novelista, y como en  realidad lo era no podía rechazar su obligación. Esta comenzó  con D ie Schuldlosen (“El inocente”), que tuvo que ser escrito  cuando, después de la guerra, un editor alemán quiso volver a  publicar algunas historias viejas y semíolvidadas de Broch en su  antigua forma Para impedirlo escribió el libro, es decir, revisó  las historias hasta que encajaron dentro del “marco” de la narra­ tiva y agregó también algunas nuevas, incluyendo la historia de  una sirvienta jovencita llamada Zerline, quizá la mejor historia  de amor de la literatura alemana. Sin duda, el libro fue muy bue­ no aunque no fue escrito por su propia voluntad.

La novela sobre la que trabajaba cuando murió pertenece a  esta misma categoría. En la actualidad aparece en sus obras


 

completas bajo el título de Der Versucher (“El tentador”) / En es­ te caso, Alfred A. Knopf quería publicar un libro de Broch y  Broch no podía negarse, aunque sólo fuera porque necesitaba  dinero. Era bien sabido que había comprado una novela casi ter­ minada en Austria y que la guardaba en un cajón de su escrito­ rio. Lo único que necesitaba era entregar el manuscrito al editor  norteamericano para que lo tradujera. Pero sin embargo, se pu­ so a trabajar y a revisarla por tercera vez, y esta vez hizo algo que  tal sea único en la historia de la literatura. La novela pertenecía a  un período de su vida totalmente diferente (provem'a tal vez de  su período más confuso, durante los primeros años del Hitleris­ mo. Su contenido era en muchos aspectos ajeno a él. Pero volvió  a escribirla en el “estilo antiguo” que él mismo había descrito y  aclamado en su ensayo sobre “El estilo de la Edad Mítica".45 Si  comparamos las doscientas páginas tipiadas de la última versión  con los capítulos de la segunda versión a partir de la cual surgie­ ron, vemos que su trabajo consistía en supresiones, en otras pa­ labras, en el proceso de “abstracción” característico del estilo  antiguo. Esta abstracción dio por resultado una prosa purificada  de belleza y vitalidad inalterables y en una conjunción perfecta  de hombre y paisaje, como la que sólo obtenemos de las manos  de los viejos maestros, los maestros que han envejecido.

No necesitamos los últimos trabajos literarios que quedaron  inconclusos para darnos cuenta de que Broch nunca dejó de ser  poeta y novelista, por más que no quería serlo. Cada uno de sus  ensayos publicados es en esencia la declaración de un escritor.  Esto es particularmente cierto del estudio sobre Hofmannsthal,  ese espléndido ensayo saturado de discernimientos históricos,  en el que Broch utilizó todas las premisas de su propia existencía literaria: el origen judio y la asimilación, los esplendores y la  miseria de la decadente Austria, el respetable ambiente de la cla­ se media que tanto odiaba y la exclusividad literaria aun más de­ testable de Viena, esa “metrópoli del vacío ético”.6 Todas sus  grandes percepciones históricas: la coordinación del barroco y  del drama y su análisis del teatro como el último refugio del gran  estilo en una época sin estilo;7 el descubrimiento de que “es una  novedad en la historia del arte que la fama póstuma se haya tor­ nado más importante que la fama” y la relación de este fenóme­ no con la época burguesa;8 y por último el inolvidable ensayo del  último Emperador y su soledad,9 todo esto sacó chispas porque  era escritor y a pesar de que todo era visto a través de los ojos de  Hofmannsthal (en particular el retrato del Emperador), seguía  siendo visto a través de los ojos del poeta, los ojos de Broch.

Su última novela, de haberla terminado, habría sido proba­ blemente otro trabajo a la altura de La muerte de Virgilio, a pesar  de ser escrita en un estilo diferente, más bien épico en lugar de  lírico. Sin embargo, esta obra también fue escrita consciente­ mente, a pesar de sí mismo. Pues mientras que pudo haberse so­ metido aunque contra su voluntad a la primacía de la acción en la  vida, durant

e sus últimos años, estaba convencido, en lo referen­ te al trabajo y a la creatividad, de la primada del conotímiento  sobre la literatura, y de la ciencia sobre el arte. Y al final de su vi­ da estaba convencido de que induso existía un tipo de prioridad,  si no de primacía, de una teoría general del conocimiento sobre  la ciencia y la política. (Tenía nociones sobre dicha teoría que  ubicaría tanto a la ciencia como a la política sobre una nueva ba­ se; existía en su mente bajo el título de Psicología de las masas).  De este modo, una mezcla de circunstancias externas e internas  produjo esa locura peculiar donde el rasgo fundamental de su  naturaleza, que en realidad no tenía conflicto alguno, sólo dio  por resultado conflictos. Detrás de la novela en la cual trabajaba,  la cual consideraba totalmente superficial (obviamente, estaba  equivocado, ¿pero qué importaba?) se hallaba el torso de Psicolo-


 

gia de las masas, el peso del trabajo ya invertido en él y el mayor  peso del trabajo que aún no había sido comenzado. Pero detrás  de ambos, más insistente, más deprimente, estaba la ansiedad  sobre la teoría del conocimiento. Al principio había intentado ex­ poner sus ideas sobre epistemología en una serie de apéndices a  la teoría de la psicología de las masas. Pero en el curso de su tra­ bajo se dio cuenta de que éste era el tema correcto, de hecho el  único tema importante.

Detrás de la novela, en la cual completó contra su voluntad  su evolución como escritor logrando el estilo de la antigüedad, y  detrás de los resultados de sus investigaciones eruditas en psi­ cología e historia, quedaba su búsqueda penosa y no penosa a la  vez, de lo absoluto. Esa búsqueda había comenzado primero por  encaminarlo y luego le dio la noción de un “absoluto inconce­ bible” como solución para satisfacer su mente y consolar su  corazón.

Aquello que Broch tema que decir desde un punto de vista  objet

ivo sobre el destino de ser un poeta a pesar de sí mismo  puede encontrarse en casi todos sus ensayos. Sin embargo, para  una profunda comprensión de Broch, es decisivo entender có­ mo resolvió los conflictos y problemas en su ficción, qué roles le  asignó en ella a la literatura, al conocimiento y a la acción. Para  ello, debemos estudiar Im m uerte de Virgilio, donde la Eneida se­ rá quemada por el bien del conocimiento y este conocimiento se­ rá sacrificado a la amistad entre Virgilio y el Emperador y a los  requerimientos muy prácticos de la pob'tica de la época que con­ tiene esta particular amistad. Esa “literatura no es más que im­ paciencia por parte del conocimiento",1011que la máxima “la con­ fesión no es nada, el conocimiento lo es todo”,11 es válida en  especial para la poesía; que el tiempo, sin embargo, no necesita  conocimiento sino acción, una “obra de arte ética” y no una  “científica",12**a pesar de que el arte, debido a su función cognos-


 

citiva, no puede separarse del “espíritu de la época”,13 y mucho  menos de su ciencia; ésta, finalmente, es la “misión extraordina­ ria” de la literatura contemporánea, la cual “tuvo primero que  pasar por todos los infiernos de l ’art pour l’a r f para “pasar todo  lo estético al poder de lo ético”;14 nunca dudó de todos estos prin­ cipios desde el comienzo hasta el final de su trabajo creativo.  Nunca cuestionó lo absoluto, inviolable primada de la ética, la  primada de la acción. Tampoco dudó de la modernidad específi­ ca (podemos llamarla la limitación de la contemporaneidad) que  lo llevó a expresar la actitud fundamental y los requisitos funda­ mentales de su naturaleza en una vida determinada sólo por con­ flictos y problemas.

De esto último, jamás habló en forma directa, tal vez debido  a su peculiar reserva sobre todas las cosas que pertenecían de  manera demasiado obvia al reino de lo personal. “El hombre co­ mo tal es el problema de nuestra época; los problemas de los in­ dividuos van desapareciendo e incluso se prohíben, desde el  punto de vista moral. El problema personal del individuo se ha  convertido en tema de risa para los dioses y ellos tienen razón en  su falta de piedad”.15 Al parecer, Broch nunca escribió un diario,  ni siquiera se hallaron cuadernos de notas entre sus papeles; y  es casi conmovedor comprobar que la única vez que habló en

  forma directa sobre sus problemas personales, y no en forma in­ directa en su transformación poética, no lo hizo sobre sí mismo  sino sobre Kafka, diciendo así, una vez más y disfrazado, lo que  quería decir en La muerte de Virgilio pero no pudo por la simple  razón de que la fuerza literaria del libro era demasiado grande  para que su “mensaje”, el ataque a la literatura como tal, tuviera  un impacto total. Por ello, al escribir en inglés sobre Kafka aun­ que en realidad comprometido en una autointerpretación oculta,  declaró lo que podría haberse dicho con gran justicia sobre él,  pero que no fue dicho; “Ha llegado al punto del esto o aquello: o  la poesía es capaz de avanzar hacia el mito o fracasa. Kafka, en su  presentimiento sobre la nueva cosmogonía, la nueva teogonia  que debía lograr .luchando con su amor por la literatura, su dis-


 

gusto por la literatura, sintiendo la total insuficiencia de cualquier  enfoque artístico, decidió (tal como lo hizo Tolstoy al enfrentarse  a una decisión similar) abandonar el reino de la literatura y pidió  que su obra fuese destruida; lo pidió por el bien del universo cu­ yo nuevo concepto mítico le había sido conferido.”16 (I^s  bastardillas son de la autora.)

Lo que Broch expresa en este ensayo va mucho más allá del  odio por la postura literaria y su estética barata, incluso más allá  de su amarg

a crítica de l'art pour l’art, que ocupa un lugar cen­ tral en su trabajo crítico así como en su filosofia sobre el arte y  sus primeras reflexiones sobre la ética y la teoría del valor. Las  obras de arte son consideradas cuestionables como tales. La lite­ ratura como tal esfundamentalmente insuficiente”. Una sor­ prendente especie de reticencia, que no debería ser comparada  con la modestia, le impidió plantear su propio trabajo como mo­ delo de aquello a lo que se refería: pero-es obvio que aquí hacía  tanta referencia a La muerte de Virgilio, como diez años antes en  el ensayo sobre Joyce, ocultó su crítica de The Sleepwalkers de­ trás de un comentario sobre Gide respecto de que no se alcanza  la modernidad cuando “se utiliza una novela como marco para  digresiones psicoanalíticas o científicas.”17 Sin embargo, tanto  en los primeros ensayos como en su temprana autocrítica, lo úni­ co que lo preocupaba era liberar la novela de su “literalidad”, su  sumisión a la sociedad burguesa cuyo ocio y hambre de cultura  debían de ser alimentados con “entretenimiento e instrucción”.16  Sin lugar a dudas, en La muerte de Virgilio logró transformar la  forma de la novela, a pesar de sus tendencias naturalistas u os-  tentosas, en auténtica poesía y, por lo tanto, a través de este  ejemplo había demostrado la insuficiencia de la poesía como tal.

La mención de Tolstoy sugiere por qué Broch consideraba  insuficiente la literatura. La literatura no impone ningún decreto  de prohibición. Sus percepciones no poseen el carácter obligato­ rio del mytkos, al cual sirve en una visión religiosa intacta del  mundo: este servicio es la verdadera justificación del arte. (Para  Broch, el gran prototipo y ejemplo de dicho servicio era siempre


 

el sistema de orden jerárquico de la vida y pensaba que éste ha­ bía prevalecido durante la Edad Media Católica). Tampoco el ar­ te, y en especial la literatura, posee la fuerza coercitiva, el carác­ ter incontrovertible de las declaraciones lógicas; a pesar de que  se manifiesta a través del lenguaje, carece de la fuerza del logos.  Es probable que Broch se haya enfrentado a la pregunta: “¿Qué  haremos después?" por primera vez en relación con la Primera  Guerra Mundial. Y volvió a planteársele una y otra vez, cada vez  con mayor insistencia, con todos los desastres de nuestra era.  Una y otra vez esta pregunta lo abrumó “como un tronido". Y lle­ gó a la conclusión de que para que una respuesta fuera válida, esr  ta debería tener la misma fuerza coercitiva que' poseía mytkos  por un lado, y logos por otro.19

Pues si bien la pregunta se le planteó dentro del contexto  del sigl

o XX, el siglo “de la anarquía más oscuro, el atavismo más  oscuro y

 la crueldad más oscura,”20 era también la pregunta

 bási­ ca del ser viviente y mortal. Su respuesta no sólo debe ser com­ patible con las épocas sino también con el fenómeno mismo de  la muerte. La pregunta sobre qué hacer pudo haber sido inspira­ da por las tareas de la época; pero para Broch era también una  búsqueda hacia la posibilidad de una conquista mundana de la  muerte. Su respuesta, por lo tanto, debe poseer la misma necesi­ dad inescapable como la misma muerte.

Para Broch, esta formulación inicial del problema, que man­ tuvo durante toda su vida, estaba gobernada por las alternativas  de mythos y logos. Sin embargo, en sus últimos años, es probable  que ya no tuviera fe alguna en los “nuevos mitos”21 que habían  conformado toda su esperanza desde The Sleepwalkers hasta La  muerte de Virgilio. A lo largo de su trabajo en Psicología de las  masas el peso de sus resultados se alejaba cada vez más de  mythos hacia logos, de la literatura hacia la ciencia. Cada vez más  buscaba una forma de conocimiento estrictamente lógica y veri-  ficable.

Aun si no hubiese perdido esta fe, su actitud hacia la literatu­ ra después de Im muerte de Virgilio, que significa obviamente su


 

actitud hacia sí mismo como poeta, no podía haber adoptado  otra forma. Por importante que fuera el cambio en el pensamien­ to de Broch de mythos a logos, por productivos que hayan proba­ do ser sus efectos sobre la epistemología (de hecho, fue el ver­ dadero origen de la epistemología), no tenía relación con la  cuestión básica del hecho de ser poeta y de no querer serlo. Es­ ta era más bien una cuestión de crítica social y de la posición del  artista en su época, una cuestión que Broch planteó sobre mu­ chos planos y que casi siempre respondió en forma negativa. Co­ mo la filosofía del arte de Broch sostenía que la verdadera fun­ ción cognoscitiva de una obra de arte debe ser la de representar  la de otra forma inalcanzable totalidad de una era, podemos pre­ guntar si un mundo “en desintegración de valoración” puede se­ guir siendo representado como una totalidad. De modo que  planteamos la pregunta, por ejemplo, en el ensayo sobre Joyce.  Sin embargo, en ese ensayo se sigue considerando la literatura  como una “tarea mítica y una acción mítica”,22 mientras que en el  estudio de Hofmannsthal, escrito doce años después, hasta la  poesía de Dante “casi no puede ser caracterizada como correcta­ mente mítica”.23 El ensayo sobre Joyce fue escrito con la misma  disposición que surge con tanta fuerza de los ritmos Uricos de La  muerte de Virgilio y termina con la esperanza de un “nuevo  mythos”, un “mundo que vuelve a ordenarse” como culminación  de todo el esfuerzo literario de las épocas. Sin embargo, en el es­ tudio de Hofmannsthal sólo oímos hablar de la “urgencia de to­ do arte, de todo gran arte... de poder convertirse en mythos unavez más, de representar una vez más la totalidad del universo.”24  Y ya esta urgencia se acerca en forma demasiado peligrosa a una  ilusión.

Esta desilusión fue decisiva en el desarrollo de Broch como  escritor, dado que para él el mero hecho de escribir debió de ha­ ber sido una especie de éxtasis. Pero aparte de la desilusión,  siempre supo una cosa: ningún poema puede convertirse en la  piedra angular de una religión y en especial, ningún poeta tiene  el derecho de intentarlo. Esta es la razón por la que tenía una opi-


 

nión tan alta de Hofmannsthal (y por la que las “declaraciones  poético-religiosas"25 de Rilke le parecían en extremo sospecho­ sas, a pesar de que obviamente sabía que Rilke era el poeta más  grande), quien nunca confundió religión con literatura, nunca  rodeó la belleza con “la aureola de la religiosidad".26 Y cuando di­ jo, al continuar e incluso ir más allá de Hofmannsthal, que el arte  “nunca puede ser elevado hasta un absoluto y por lo tanto debe  permanecer cognoscitivamente mudo",27 estaba haciendo una  declaración que no habría formulado con tanta agudeza y en for­ ma tan categórica durante sus primeros años, aunque siempre  fue parte de su pensamiento.

II. La teoría del valor

En su primera etapa, la más plausible, la crítica de Broch so­ bre sí mismo como escritor y de la literatura como tal comienza  con la crítica de l’art fiour l’art. Este también fue el punto de par­ tida para su teoría del valor. (Broch, en contraste con los “filóso­ fos del valor” académicos mucho más inocuos e insignificantes,  era consciente de que debía su concepto del valor a Nietzsche,  como es evidente en su comentario sobre éste.)26 La desintegra­ ción del mundo o la disolución de valores fue, para Broch, el re­ sultado de la secularización del Oeste. A lo largo de ese proceso,  se perdió la creencia en Dios. Además, la secularización frustró  el punto de vista de Platón que postulaba un “valor” absoluto, su­ premo y por lo tanto no-concebible que confiere a todas las ac­ ciones del hombre un “valor relativo" dentro de una jerarquía de  valores. Cada fragmento remanente de la visión del mundo reli­ giosa y platónica originaba nuevos reclamos a lo absoluto. Así  surgió entonces la “anarquía de valores” donde cada uno podía  moverse como quisiera de un sistema de valor cerrado y conso­ nante, a otro. Más aun, cada uno de estos sistemas se tornó ne­

cesariamente en el inflexible antagonista de todos los demás, da-

 

do que cada uno reclamaba el carácter absoluto y ya no había  ningún

 absoluto verdadero contra el cual pudiesen medirse es­ tos reclamos. En otras palabras, la anarquía del mundo, y los  desesperados tropiezos

 del hombre dentro de él, se debe en pri­ mer lugar a la pedida de la norma de medida y al exceso resul­ tante, un crecimiento canceroso de cada una de las áreas que así  se hicieron independientes. Por ejemplo, la filosofía del arte por  el arte en sí termina, si tiene el coraje de seguir sus principios  hasta sus conclusiones lógicas, en la idolatría de la belleza. Si lle­ gáramos a concebir lo bello en términos de antorchas encendi­ das estaríamos preparados, al igual que Nerón, a encender cuer­ pos humanos vivos.

Aquello que Broch entendía por literatura (¿Y quién otro se  había planteado antes la pregunta con la agudeza y profundidad  que requiere?) no era una simple cuestión de degeneración.  Tampoco pensaba que la relación entre literatura y verdadero ar­ te fuese comparable con la de superstición y religión en una épo­ ca, religiosa o de seudociencia y ciencia en la moderna época de  las masas. Para Broch, la literatura es arte, o bien el arte se con­ vierte de inmediato en literatura en cuanto se aparta del sistema  de valor de control. L ’art p ou rl’arten particular, que aparece ba­ jo una apariencia aristocrática y arrogante, proporcionándonos  (como Broch bien sabía) obras literarias tan convincentes, en re­ alidad ya es literatura, como en el mundo de lo comercial el lema  “negocios son negocios” contiene dentro de sí la deshonestidad  del acaparador inescrupuloso, y como en la Primera Guerra  Mundial la atrevida máxima “La guerra es la guerra” ya había  transformado la guerra en un asesinato en masa.

Existen muchos elementos característicos en esta filosofía  de valores de Broch. No sólo se trata de que definía la literatura  como “el mal en el sistema de valores del arte”. Se trata de que  veía el elemento criminal y el elemento del mal radical personifi­ cado en la figura del hombre literario estético (en cuya categoría  incluía por ejemplo a Nerón e incluso a Hitler) y similar a la lite­ ratura Esto tampoco se debía al hecho de que el mal se reveló  ante el escritor en primer lugar en su propio “sistema de valo­ res”. Se debió más bien a su perspicacia sobre el carácter pecu­ liar del arte y de su enorme atracción para el hombre. Según  Broch, la verdadera seducción del mal, la cualidad de seducción


 

en la figura del mal, es en primer lugar un fenómeno estético. Es­ tético en el más amplio sentido de la palabra; los hombres de ne­ gocio cuyo credo es “Negocios son negocios” y los hombres de  estado que sostienen que “La guerra es la guerra” son literatos  estéticos en el “vado de valores” . Son estetas en cuanto se en­ cantan con la consonancia de su propio sistema y se convierten  en asesinos porque están preparados a sacrificicarlo todo por es­ ta consonancia, esta “hermosa” coherencia. De dichas cadenas  de pensamiento, que se hallan en distintas variaciones en sus  primeros ensayos, Broch desarrolló de manera bastante natural  la posterior distinción entre “sistemas abiertos y cerrados” y la  identificación del dogmatismo con el mismo mal.

Anteriormente, hablamos del platonismo de Broch. En el  primer período de su trabajo creativo, que se extendió desde The  Sleepwatkers a La muerte de Virgilio, es decir desde fines de la  década de 1920 hasta comienzos o mediados de la década de  1940, Broch se llamó con frecuencia un platónico. Pero si desea­ mos comprender el sentido y la motivación de su posterior vuel­ co hacia un absoluto concebible y hada una epistemología lógi­ ca-positivista, debemos darnos cuenta de que Broch nunca fue  un platónico incondicional. No es de crudal importancia el

 he­ cho de que haya interpretado la teoría de Platón sobre las ideas  exclusivamente en el sentido de una teoría de normas, es decir,  que transformó la trascendencia de ideas, que en un principio no  era absoluta sino más bien prosaica (en la parábola de la cueva  en La República el paraíso de ideas se arquea sobre la tierra y de  ninguna manera es trascendente a ella), en la trascendencia ab­ soluta y lógicamente necesaria de una norma; las normas no  pueden medir nada a menos que sean de un orden totalmente di­ ferente y se apliquen desde afuera a los objetos a medir. Esto no  sería crucial si no fuera porque esta transformación de ideas en  normas y patrones para “medir” la conducta humana ya pueden  encontrarse en Platón, de modo que el malentendido, si es que  lo hay, debe atribuirse al hecho de que Platón se malentendió a  sí mismo. Lo importante es que para Broch la norma absoluta  que se aplica a “todas las áreas de valor” de cualquier tipo, sea  siempre una norma estándar. Eso solo explica el porqué de la de­

saparición de la norma en la que todas las áreas de valor se trans­ forman de inmediato en áreas carentes de valor, todo lo bueno

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en malo: lo absoluto y la norma absolutamente trascendente es  un absoluto ético que sólo confiere ‘Valor” a la vida del hombre  en sus múltiples aspectos. Y esto, simplemente, no seria aplica­ ble a Platón, aunque sólo sea porque el concepto de la ética tal  como lo encontramos en Broch está ligado de manera insepara­ ble a la Cristiandad.

Sigamos con los ejemplos del propio Broch, Según él, el “va­ lor” inherente a la vocación del hombre de negocios, el valor por  el que se medirá todo y que debe ser también el único objetivo  de la actividad comercial es la honestidad. La riqueza que puede  surgir a partir de una actividad comercial debe ser un subpro­ ducto, un efecto nunca pensado como tal, así como la belleza es  un subproducto para el artista, el que sólo debe apuntar al traba­

jo “bueno” y no al “hermoso”. Desear la riqueza, desear la belle­ za es, desde el punto de vista moral, complacer al vulgo; desde el  punto de vista estético es literatura, y en el sentido de la teoría de  valores es un absoluto dogmático de un área especial.29 Si Platón  hubiese elegido este ejemplo (lo que no podría haber hecho da­ do que, de acuerdo con el punto de vista griego, sólo veía el co­ mercio en términos de codicia y por lo tanto lo consideraba una  ocupación carente de sentido), habría visto el objetivo inherente  de la vocación como un intercambio de bienes entre hombres y  naciones. Tal vez, dentro de este contexto, no se le habría ocurri­ do jamás la noción de honestidad. Ahora bien, revirtamos el casoy elijamos un ejemplo platónico que el trabajo de Broch sólo su­ giere. Platón define el objetivo del arte de la medicina como la  preservación o el restablecimiento de la salud. En cambio Broch  sustituiría salud por ayuda. El médico visto en relación con la sa­ lud y el médico como

 ayudante son dos puntos de vista incompa­ tibles. Platón no permite ninguna duda sobre la cuestión y expli­ ca, como si fuera una verdad aparente, que uno de los deberes  del médico es permitir que mueran aquellos a quienes no puede  curar y no prolongar la vida de los enfermos con artes médicas  no garantizadas. Los asuntos del hombre están subordinados a  una norma extrahumana. El hombre “no es la medida de todo”; e  incluso, la vida misma puede no ser la medida de todos los asun­ tos humanos. Estos principios conforman el núcleo de la filoso-**

 

fia política de Platón. Sin embargo, toda la filosofía cristiana y  post-cristiana supone, al principio en forma tácita y luego njás  explícita a partir del siglo XVII, que la vida es el mayor de los bie­ nes, o el valor en sí mismo, y que la falta de valor absoluta es la  muerte. Esto mismo supone Broch.

Esta valoración fundamental de la vida y la muerte es la  constante inalterable en la obra de Broch, desde el principio has­ ta el fin. También forma el eje alrededor del cual gira toda su crí­ tica social, su filosofía del arte, su epistemología, su ética y su po­ tica. Durante un largo período de su vida, esta posición lo acer­ có mucho al Cristianismo de una manera totalmente carente de  dogma, independiente de cualquier afiliación a una iglesia. Pues  después de todo fue el cristianismo el que aportó al agonizante  mundo de la antigüedad clásica las “buenas nuevas” de la con­ quista de la muerte. Sea cual fuere el significado original de las  prédicas de Jesús de Nazaret, y por primitiva que haya sido la  forma en que el Cristianismo comprendió originalmente sus pa­ labras, en el mundo pagano esas nuevas sólo podían significar  una cosa: justifican los temores por el mundo, que uno había cre­ ído eterno y por el cual uno había podido reconciliarse con la  muerte; el mundo está predestinado al fracaso y su fin se halla  mucho más cerca de lo que se cree; pero como recompensa,  aquello que siempre se consideró como la cosa más transitoria,  la vida humana en su particularidad,individual, personal, no ten­

drá fin. El mundo morirá, pero el hombre vivirá. Así debieron so­ nar las “buenas

 nuevas” al amenazado mundo de la antigüedad,  y así es como Broch, con el oído agudizado por su percepción  poética, volvió a oírlas en el agonizante mundo del siglo XX.  Aquello que una vez llamó el “crimen” del Renacimiento, y lo  que repetidamente diagnosticó como la peculiar aniquilación del  proceso de secularización, la “destrucción de la estable visión  católica del mundo”,30 significa que durante la modernidad la vi­ da humana se sacrifica por el bien del mundo, en otras palabras,  por algo mundano que de todas maneras está destinado a morir.  Por sacrificio de la vida humana se refería a la pérdida de la cer­ teza absoluta de la eternidad de la vida como tal.

 

Este punto de vista del Cristianismo y de la secularización  deja de ser importante para la comprensión de los escritos poste  riores de Broch. Sin embargo, lo que es importante, es que lo  único que abre el camino a la comprensión del más abstracto y al  parecer (sólo al parecer) más especializado de los argumentos  de Broch, es su original visión de la vida y de la muerte. Durante  toda su vida se aferró a la idea de que la muerte carece d

e valor  en sí misma", que “debemos experimentar el significado de va­ lor sólo desde el polo negativo, desde el punto de vista de la  muerte. Valor significa la superación de la muerte o. más preci­ samente, la salvadora ilusión que disipa la conciencia sobre la  muerte."31 Aquí no es necesario presentar la objeción que prime­ ro aparece: que esto no es más que una nueva variación de esa  confusión, tan crucial para la historia de la moralidad occidental,  entre perversidad y el mal, entre lo radicalmente malo y el sum­ mum malum-, para Broch, su profunda identidad es más bien la  garantía de que existe una norma ética absoluta. Como sabemos  que la muerte es el mal absoluto, el summum malum, podemos  decir que el asesinato es absolutamente maligno. Si la perversi­ dad no estuviera anclada en el mal, no existiría ninguna norma  para medirlo.

Es evidente que esta tesis se basa en la convicción de que la  peor cosa que puede hacer el hombre es matar y que por lo tan­ to no puede haber peor pena que la pena de muerte.32 (Aquí te­ nemos la base concreta para el límite de lo absoluto presentada  en los dos capítulos póstumos de su Politics). Esta visión de la  muerte y del asesinato no sólo sugiere una limitación empírica  peculiar para Broch sino para toda su generación. Era caracterís­ tico de la generación de la guerra y de la filosofía de la década de  1920 en Alemania que la experiencia de la muerte alcanzara una  dignidad filosófica hasta entonces desconocida, una dignidad  que sólo había tenido una vez, en la filosofía política de Hobbes,  y entonces sólo en forma aparente. A pesar de que el temor de la  muerte juega un papel preponderante en Hobbes, no es el temora la mortalidad inevitable sino a la “muerte violenta”. Es induda­ ble que la experiencia de la guerra estaba ligada al temor de la11

11 Ibídtm, pág. 232 en adelante. Ibídtm, pbg. 248.

 

muerte violenta; pero era característico de la generación de la  guerra que este temor se transfiriera a la ansiedad general sobre  la muerte, o que este temor se convirtiera en pretexto para la de­ mostración del más general y más importante fenómeno de la  ansiedad. Pero pensemos lo que pensemos de la dignidad filosó­ fica de la experiecia de muerte, es obvio que Broch se limitó a es­ te horizonte de experiencia de su generación; y es decisivo que  este horizonte fuera interrumpido por la generación, para la cual  la experiencia básica, crucial, no era la guerra sino las formas to­ talitarias de gobierno. En la actualidad sabemos que el asesinato  no es lo peor que el hombre pueda hacerle al hombre y que por  otra parte, la muerte no es aquello a lo que el hombre más teme.  La muerte no es “la quintaesencia de todo lo aterrador” y lamen­ tablemente puede haber castigos mucho más duros que la pena  de muerte. La frase: “si la muerte no existiera, no habría temor  en la tierra”31 debe ser corregida para dejar espacio al dolor inso­ portable junto a la muerte. Más aún, si no fuera por la muerte, di­ cho dolor sería todavía más insoportable para el hombre. Preci­ samente, eso es lo espantoso del castigo eterno del infierno, el  cual no habría sido inventado si no hubiera existido una amena­ za mayor que la muerte eterna. A la luz de nuestras experien­ cias, quizá haya llegado el momento de investigar la dignidad fi­ losófica de la experiencia del dolor, que la filosofía actual siente  al menos con el mismo desprecio secreto que la filosofía acadé­

mica de hace treinta o cuarenta años sentía con respecto a la ex­ periencia de la muerte.

Sin embargo, dentro de este horizonte, Broch extrajo la con­ clusión

 más radical de la experiencia de la muerte. No, obvia­ mente, en la primera teoría de los valores, donde la muerte sólo  aparece como summum malum o, en anticipación del absoluto  concebible, como la realidad metafísica como tal: “no existe fe­ nómeno alguno que, medido por su contenido vital, pueda ser  más alejado de este mundo y más metafísico que la muerte”.34  Esta conclusión radical aparece en la epistemología, según la  cual “todo conocimiento verdadero se vuelve hacia la muerte"35


 

y no hacia el mundo, de modo que el valor del conocimiento, al  igual que el valor de toda acción humana, debe medirse según  sirva, y si sirve, hasta qué punto, para superar la muerte. Por úl­ timo (y esto marca el último período de su vida creativa) llegó a  la primacía absoluta del conocimiento. Ya había formulado este  principio en notas para su Psicología de las masas: “Aquel que lo­ gra saberlo todo ha abolido el tiempo y, por lo tanto, también la  muerte.”

III. La teoría del conocimiento

¿mo puede el conocimiento lograr abolir la muerte? ¿Có­ mo puede un hombre lograr “conocer todo"? Al plantear estas  preguntas nos introducimos directamente en el corazón de la te­ oría del conocimiento de Broch. La respuesta de Broch nos dará  una noción de su alcance. Por lo tanto, responde a la primera  pregunta de esta manera: Del conocimiento que todo lo abarca  surge necesariamente la simultaneidad, que suprimer el carác­ ter sucesivo del tiempo y por lo tanto, de la muerte; se establece  una especie de eternidad, una imagen de eternidad en la vida hu­ mana. En cuanto a la segunda pregunta, la clave está en la res­ puesta: “Lo que se necesita es una teoría general de empiris­ mo”,36 es decir, un sistema que tome en cuenta todas las posibles  experiencias futuras. (“Si pudiera comprenderse la suma total  de todas las potencialidades humanas, dicho modelo nos propor­ cionaría una reseña de todas las posibles experiencias futuras”,  escribe Broch en el “Indice preliminar” de su Psicología de las  masas). A través de dicha teoría, el hombre, “en virtud de lo ab­ soluto que funciona en él, en virtud de la lógica de su pensamien­ to, que le es impuesto”,37 asegura una imagen que es “imagen en  sí misma”36 y existiría aunque para él no hubiese un Dios del  cual ser imagen. Según las propias palabras de Broch, esto cons­ tituiría un intento para ver si la epistemología no podría lograr*•

 

“llegar más allá de Dios, para poder verlo desde allí."39 Y la aboli­ ción del tiempo en la simultaneidad del conocimiento y el esta­ blecimiento de una teoría de experiencia abarcadora donde la  excesiva casualidad de las experiencias individuales y los datos  empíricos se transforme en la certeza evidente, axiomática (y  por lo tanto siempre redundante) y en la necesidad de las propo­ siciones lógicas, pueden lograrse al descubrir un “sujeto episte­ mológico” que, al igual que el sujeto científico en el campo de la  observación, representa “la personalidad humana en su abstrac­ ción más extrema."40 Pero mientras que el tema científico en el  campo de la observación sólo representa el “acto de verse a sí  mismo, de observarse”, el “sujeto epistemológico” seria capaz  de representar a todo el hombre, la personalidad humana en ge­ neral, porque el conocimiento es la más alta de las funciones hu­ manas.41

Anticipemos el malentendido más probable. Esta teoría del  conocimiento, la que discutiremos en mayor detalle a continua­ ción, no es una filosofía en el sentido propio, y las palabras “co­ nocimiento” y “pensamiento” no pueden ser consideradas como  equivalentes dentro de este contexto. Estrictamente hablando,  sólo el conocimiento puede tener un objetivo, y a Broch siempre  lo preocupó un objetivo altamente práctico, ya hiera ético, reli­ gioso o político. El pensamiento no posee un verdadero objetivo,  y a menos que el pensamiento encuentre su significado en sí  mismo, no posee ningún significado en absoluto. (Esto sólo se  aplica a la actividad de pensar en sí, no al hecho de escribir los  pensamientos, un acto que está más relacionado con los proce­ sos artístico y creativo que con el pensamiento en sí. El hecho de  escribir los pensamientos tiene tanto objetivo como propósito; al  igual que todas las actividades productivas, tiene un principio y  un fin.) El pensamiento no tiene ni principio ni fin; pensamos  mientras vivimos, porque no podemos hacer lo contrario. Esta  es la razón por la cual el “Yo pienso” de Kant debe acompañar no  sólo todas las “nociones” sino todas las actividades y pasividades  humanas.

Aquello que Broch denominaría “valor cognoscitivo” del Ibídtm, pág. 255.

40 Ibídem, pág. 248.

41 “James Joyce...", op. cil, 1,197.

 

pensamiento posee una naturaleza un tanto dudosa, y aquello  que la filosofía denomina verdad es totalmente diferente de la  determinación correcta de los hechos objetivos del mundo o de  los datos de la conciencia; sin embargo, las proposiciones proba­ blemente correctas y demostrables no constituyen todavía la  verdad, ya sea que esten gobernadas por el axioma aristotélico  de la no contradicción, por la dialéctica hegeliana o, como en el  caso de la lógica de Broch, exclusivamente según si su conteni­ do aparece como obligatoriamente necesario, es decir manifies­ to, y por lo tanto, absolutamente válido. El hecho de que esa evi­ dencia por sí misma sólo pueda ser expresada en proposiciones  tautológicas, tal como Broch lo señala en repetidas ocasiones,  no la desacredita en absoluto: el “valor cognoscitivo” de la tauto­ logía reside en el hecho de que presenta en forma directa la cali­ dad obligatoria, que es el atributo de todas las proposiciones vá­ lidas. El problema está en cómo puede rescatarse la tautología  de su formalidad y del círculo en el que se mueve; y Broch pensó  que había resuelto este problema al descubrir el absoluto conce­ bible, que posee una fuerza manifiesta y tautológica y un conte­ nido demostrable. Sin embargo, la cognición, ya sea en la forma  de descubrimiento o de lógica, se distingue del pensamiento (tal  como se manifiesta en la literatura y en la filosofía) en que éstasólo posee un carácter obligatorio, en que ésta sólo puede llevar  a una necesidad y a un absoluto obligatorio, y que por lo tanto,  ella sola puede dar origen a una teoría de acción (política o ética)  que puede esperar elevarse por encima del carácter impredeci­ ble e imprevisible de la acción humana.

Broch siempre fue consciente de esta diferencia entre filo­ sofía y cognición. En sus primeros trabajos reveló este cono­ cimiento adscribiendo al arte un potencial mayor para el cono­ cimiento que la filosofía. Esta última, según deda, “desde su  expulsión de la asociación teológica* ya no era capaz de “un co­ nocimiento que abarcara la totalidad*, que ahora debía ser deja­ do al arte.42 Y en el estudio de Hofmannsthal declaró que Hof-  mannsthal había aprendido de Goethe que “la poesía, si su obje­ tivo es llevar a la purificación y a la autoidentiíicación del hom­ bre, debe sumergirse en las profundidades de las antinomias del**

** Ibídem, págs. 203-204.

 

hombre, contrario a la filosofía, la cual permanece al borde del  abismo y, sin aventurarse al salto, permanece contenta con el  mero análisis de lo que ha visto.”43 En sus primeros trabajos,  Broch no sólo relegaba la filosofía a un lugar subordinado com­ parado con la literatura con respecto al valor y contenido del co­ nocimiento sino también la ciencia. En esos días, Broch aún po­ día afirmar que "el sistema cognoscitivo de la ciencia nunca  alcanza ese carácter absoluto (que el arte sí logra) de totalidad  mundial que depués de todo e

s lo que interesa”, mientras que  “cada obra de arte individual es el espejo de la totalidad”.44 Sin  embargo, este es el punto de vista que cambió en sus trabajos  posteriores, en particular en la oposición que planteaba entre va­ lor y verdad. Una vez que el pensamiento fue alejado de la aso­ ciación teológica, la verdad fue “robada de su verdadera base de  prueba'.45*La verdad debía ser transformada de ahora en más en  conocimiento. Sólo entonces podía surgir el valor. De hecho, el  valor es “la verdad que ha sido transformada en conocimiento.”45  La objeción original a la filosofía sigue siendo la siguiente: que el  “pensamiento (al rechazar enfoques místicos, extralógicos del  tipo hindú) puramente fuera de sí mismo y su lógica de cogni­ ción no puede producir un resultado final”. En cuanto intenta ha­ cerlo se convierte en “una fantasía verbal no satisfecha".47 En la  actualidad, Broch ya no sigue considerando a la literatura capaz  de asumir la tarea de las manos impotentes de la filosofía. Más  bien es la ciencia la que se ha convertido en la salvadora. Por lo  tanto, “el problema de la tautología intolerable es un problema fi­ losófico, pero la decisión sobre su solubilidad yace en manos de  la práctica matemática”, y la teoría de la relatividad ha demostra­ do que aquello que la filosofía consideraba como antinomias in­ solubles puede convertirse en “ecuaciones solubles".4*

Todas estas objeciones por parte de Broch son bastante co­ rrectas. Dadas las exigencias de Broch (la victoria sobre la mor­

 

talidad del yo, sobre la contingencia, sobre la “anarquía” del  mundo, que el punto de vista católico había realizado por su  mytkos de los muertos y el hijo del hombre y el hijo de Dios resu­ citado), dados estos requerimientos, la filosofía sólo podía de­ mostrar su insuficiencia. La filosofía sólo plantea las preguntas  que mytkos una vez respondió en la religión y la poesía y que hoy  la cien

cia debe responder en la investigación y la epistemología.  Mytkos y logos, o para decirlo en los términos generales, la reli­ gión y la lógica, están relacionadas en tanto que ambas “surgie­ ron a partir de la estructura fundamental del hombre”. Ellas “do­ minan” el carácter externo del universo y por lo tanto “represen­ tan la ausencia del tiempo en sí” para el hombre.49 Pero esta  tarea de vencer a la muerte no es impuesta a la cognición huma­ na por el simple deseo apasionado de permanecer vivos, desde  el impulso vital y desnudo que el hombre comparte con los ani­ males. Más bien, surge del terreno del yo cognoscitivo y carente  de cuerpo. Pues mientras el yo sea el sujeto de cognición es “to­ talmente incapaz de imaginar su propia muerte”.50

Como el yo es incapaz de concebir su propio comienzo o su  propio fin,

 la primera experiencia fundamental del hombre, que  deriva totalmente del mundo empírico, es la experiencia del  tiempo, de la transitoriedad y de la muerte. Por lo tanto, el mun­ do externo se presenta ante el “yo núcleo” no sólo como comple­ tamente extraño sino también como completamente amenaza­ dor. En realidad no está reconocido por el yo como “mundo” si­ no como “no-yo”. El “yo núcleo epistemológico”, dado que nada  sabe de transitoriedad, tampoco sabe nada sobre el mundo ex­ terno, y en ese mundo extraño nada es “tan completamente ex­ traño como el tiempo”.61 Así Broch llega a su visión del tiempo,  que también es característica de él, y por lo que sé, totalmente  original. Mientras que todas las especulaciones occidentales so­ bre el tiempo, — desde las Confesiones de San Agustín hasta la  Critica de la razón pura de Kant— ven el tiempo como el “senti­ do interior”, para Broch, por el contrario, el tiempo asume la fun-*

*Die mythische ErbschaíL..’, op. eit, I, 239.

“ “Werttheoretísdie Bemerkungen...', op. eit., II, 74.Ibidem, pág. 73

 

ción que por lo general se le atribuye al espacio. El tiempo es el  “mundo

 externo más recóndito”,52 es decir, el sentido por el cual  se nos da internamente el mundo externo. Pero esta exteriori­ dad que se manifiesta tan internamente no pertenece más a la es­ tructura real del yo núcleo que l

a muerte, por más situada que la  muerte esté dentro de la vida, ahuecando la vida desde adentro y  perteneciéndole como tal. Por otra parte, para él, la categoría de  espacio no es la categoría del mundo exterior, pues está inme­ diatamente presente dentro del hombre en su “yo núcleo". Si el  hombre desea dominar el “no yo” hostil por el mytkos o el logos,  puede hacerlo sólo al “aniquilar” y abrogar el tiempo, “y esta  abrogación se denomina espacio.”53 Por lo tanto para Broch, la  música, que por lo general es considerada como el arte más liga­ do al tiempo, es por el contrario “la transformación del tiempo en  espacio”; es “abrogación del tiempo” y esto siempre significa  “abrogación del tiempo que se apresura hacia la muerte”, meta­ morfosis de secuencia en coexistencia, la que denomina “arqui-  tecturización del paso del tiempo”'y en la que se realiza “la abro­ gación directa de la muerte en la conciencia de la humanidad.”54Es evidente que de lo que aquí se trata es de lograr una si­ multaneidad que transforme toda secuencia en coexistencia y  donde el curso temporalmente estructurado del mundo con su  riqueza empírica sea presentado tal como sería visto por los ojos  de un dios, que todo lo abarcaría en forma simultánea. El hom­ bre está obligado a sentir igual que este dios debido a la aliena­ ción del yo humano del mundo y del tiempo (para Broch, los dos  son iguales). La estructura del yo núcleo, que es eterna, indica  que el hombre está realmente destinado a vivir en dicho carácter  absoluto. Y esto es evidente en todas las formas de comporta­ miento humano. En particular, en la estructura del lenguaje, que  para Broch nunca es un medio de comunicación o tiene algo que  ver con el hecho de que una pluralidad de hombres, y no el Hom­ bre, habite la Tierra y deban comunicarse entre sí. No lo ha di­ cho, pero es como si sostuviera que con fines de comunicación  entre seres humanos habrían bastado meros sonidos animales.

Ibldem, pág. 74.

41 “DerZerfall derWerte. Diskurse, Exkurse und ein Epilog", op. eii., II, 10.  44 “Gedanken zum Problem...’ , op. cit., II, 99.

 

Para él, lo esencial sobre el lenguaje es que indica en forma sin­ táctica una abrogación del tiempo “dentro de la oración”, porque  necesariamente “sitúa el sujeto y el objeto en una relación de si­ multaneidad”.® La “tarea” impuesta al orador es “hacer audibles  y visibles unidades cognoscitivas” y “ésta es la única fundón del  lenguaje”.® Sea lo que fuere lo que queda congelado en la simul­ taneidad de la oración (para el entendimiento, pensamiento, que  “en un solo momento puede comprender unidades de extensión  extraordinaria”) es alterado fuera de los pasos del tiempo. Creo  innecesario mencionar que estas consideraciones proporcionan,ínter alia, un comentario sobre el estilo lírico de Broch, que sólo  es lírico en apariencia, en sus oraciones extraordinariamente lar­ gas y en las repeticiones extraordinariamente precisas dentro de  ellas.

Estas especulaciones lingüísticas datan de los últimos años  de vida de Broch, cuando trataba de resolver el problema de la  simultaneidad en el reino de logos. Sin embargo, la convicción de  que la simultaneidad de la expresión lingüística proporciona una  visión breve de la eternidad, de que en ella el “logos y la vida”  pueden volver a “ser uno una vez más",67 y de hecho que “el re­ querimiento de simultaneidad es el verdadero objetivo de toda  épica y de toda poesía”,® todo esto ya se encontraba en el ante­ rior ensayo sobre Joyce. Tanto entonces como más adelante, su  preocupación era “unir las impresiones secuenciales y la expe­ riencia, forzar el carácter sucesivo a la unidad de lo simultáneo,  relegar aquello que está restringido por el tiempo a la eternidad  de la mónada”, que más tarde llamaría el “yo núcleo”.® (La  cursiva es mía.) Sin embargo, en el período posterior, ya no lo  satisfaría “establecer la supratemporalidad de la simultaneidad  en la vida en sí. En la época del ensayo sobre Joyce admitió que  “esta lucha por la simultaneidad... no puede abrirse paso por la  necesidad de que la coexistencia y el encadenamiento deben ser  expresados por una secuencia, la única por repetición”, mientras

41 “líber syntaktische...', op. til., II, 158,  44 Ibidem, pág. 153.

“James Joyce...*, op. cit., 1,209.

44 Ibidem, pág. 192.

44 ibidem, 193.

 

que más adelante sólo lo admitió hasta el punto en que la litera­ tura y la expresión literaria no pueden hacer nada mejor, mien­ tras que la matemática, al hacer ecuaciones, y por cierto la lógica  absoluta que yace debajo de la matemática (no en algo concreto,  claro, sino como modelo de toda cognición posible) son capaces  de asumir esta función de transformar toda secuencia temporal  en coexistencia espacial.

Es sorprendente la frecuencia con la que Broch utiliza pala­ bras tales como “obligación”, “necesidad”, “necesidad apremian­ te” en estos contextos y cnto dependía del carácter coercitivo  de la argumentación lógica. En el cambio radical de mythos a lo­ gos, donde se origina su teoría del conocimiento, quería cons­ cientemente reemplazar el carácter coercitivo del punto de vista  mítico con la apremiante necesidad del argumento lógico. La  apremiante necesidad parece el común denominador de la vi­ sión del mundo mítica y la lógica. Sólo aquello que es necesario  y por lo tanto aparece para el hombre como obligatorio puede re­ clamar validez absoluta. De esta identificación de la necesidad y  el absoluto surge la peculiar actitud ambivalente que Broch te­ nía con respecto a la libertad humana. En realidad, no tenía una  mejor opinión de la libertad que de la filosofía; de cualquier ma­ nera, sólo la buscaba dentro del reino de la psicología y nunca le  reconoció la dignidad metafísica y científica que siempre acorda­ ba a la necesidad.

Para Broch la libertad es la lucha anárquica que dormita en  cada yo y que busca el “alejamiento" de sus semejantes. Esa lu­ cha ya está representada

 en el reino animal por el “solitario”. Si  el hombre sólo sigue la lucha de su yo por la libertad, es el “ani­ mal anárquico”.60 Pero como el hombre es “incapaz de sobrevi­ vir sin sus semejantes, es por lo tanto incapaz de vivir plenamen­ te fuera de sus tendencia anárquicas”, trata de subyugar y escla­ vizar a otros seres humanos. El aspecto rebeldemente anárquico  del yo, que a pesar de depender de otros hombres prefiere per­ sistir en su total separación interna de ellos por el bien de la in-  dependiencia, ya aparece en los primeros trabajos como una de  las fuentes del mal radical. Pero en aquellos trabajos permanece  oculto tras el análisis de Broch del aspecto puramente estético

*° “Politik...”, op. cil. II. 209.

 

del verdadero mal. En las obras posteriores, que están orienta­ das en términos de la teoría del conocimiento, la situación cam­ bia. De la teoría del conocimiento surge la consecuencia política  directa de que el hombre debería estar sujeto, en sus relaciones  con sus semejantes, a la misma compulsión a la que necesaria­ mente se somete en su cognición, en otras palabras en su rela­ ción consigo mismo. Broch nunca creyó que esta esfera política,  en la cual el hombre actúa en forma externa y está comprometi­ do por la maquinaria del mundo exterior, podría ordenarse porcategorías que en su origen eran pob'ticas. “Pues la conmoción  del mundo no puede terminar en otra cosa que no sea la anar­ quía..." y “la política es la mecánica del alboroto externo".611.a  conmoción del mundo debe estar sometida a la misma necesi­ dad apremiante que el mismo yo; y para poder validar esta com­ pulsión, se debe demostrar que la coerción del mundo es en rea­ lidad humana, es decir, que en realidad emerge de la humanidad  del hombre. la tarea político-ética de la teoría del conocimiento  es realizar esta demostración. La teoría debe mostrar que la hu­ manidad del hombre es una necesidad apremiante y ofrece así  una salvación de la anarquía.

En este punto debería ser aparente que lo que aquí tenemos  en realidad es un sistema cuyas líneas generales pueden trazar­ se fácilmente a partir de los fragmentos que nos han sido entre­ gados. La tarea es mucho más fascinante debido a que las carac­ terísticas fundamentales del sistema de Broch, a pesar de todos  sus cambios de énfasis a través de los años, permanecieron fijas  desde el principio. Dentro de este sistema, la función de cogni­ ción que anula el tiempo y su simultaneidad tuvo que ser demos­ trada por su aplicación a dos series de problemas concretos: de­ bía ser capaz de suprimir la anarquía del mundo, es decir, de co­ ordinar todo el yo sin mundo y todo el mundo sin mí; y debía  reemplazar la “profecía mítica" por la “profecía lógica”, de modo  de forzar el futuro a una simultaneidad con el presente con lamisma certeza que la memoria re

scata el pasado de su carácter  efímero al llevarlo al presente. Debía “demostrar la unidad de la  memoria y la profecía”62 que La muerte de Virgilio sólo había  conjurado en forma poética.

•> Ibídtm, 210.

** *Die mythische Erbschaít..*, op. eil., 1,245.

 

En cuanto al primer problema, la coordinación de yo y mun­ do, es decir, la redención del yo de ese subjetivismo radical  donde “todo lo que 'es’ el hombre da pruebas de “pertenecer al  yo”, todo lo que ‘posee’, a estar cerca del yo, y todo el resto, todo  el resto del mundo... ajeno, hostil al yo, cargado con la muerte”,®  en cuanto a este problema, Broch parece haber elegido el cami­ no que eligió todo subjetivismo serio antes que él y cuyo prede­ cesor más importante es Leibniz. Es el camino de la “armonía  preestablecida”, la forma de construir “dos casas idénticas en el  plano y también en la base, no por su infinito alcance a priori no  susceptible a la terminación, casas cuya estructura visible ha si­ do comenzada por ángulos diferentes, de modo que durante su  tiempo de construcción infinito se vuelven cada vez más ¡guales,  pero que en la práctica nunca logran adquirir la completa igual­ dad, y si lo quieren, el carácter de intercambiables.”®

A la pregunta de cómo puede el hombre “comprehender en  forma intuitiva el más íntimo parentesco de su propia naturaleza  con la del mundo exterior"65 Broch respondió que “la armonía  preestablecida es una necesidad lógica",66 y con esta respuesta  dio un paso decisivo que iba más allá de las teorías usuales de to­ das las monadologías, no sólo la de Leibniz. La necesidad lógica  de la armonía preestablecida surge del hecho de que Broch (jun­ to a las líneas de Husserl, a quien le debe otras sugerencias cru­ ciales) encuentra el objeto (es decir, el modelo del mundo) ya  presente en el acto de pensar, siempre y cuando ningún Yo-  pienso” sea posible a menos que sea “Yo-pienso-algo". Así, el yo  encuentra en sí mismo un bosquejo de un no-yo, y “a pesar de  que el pensamiento es parte indisoluble del yo, se distingue del  yo sujeto y por lo tanto pertenece al no-yo”.67

De aquí que el yo pertenezca al mundo en forma diferente  de la “expansión del yo”, que alcanza su pico de éxtasis, o “pérdi­ da del yo”, que logra su nadir en el pánico. El yo pertenece al  mundo en forma independiente del éxtasis o el pánico. De aquí

 

también que el mundo no sólo se experimente desde afuera; an­ tes que nada dicha experiencia ya está presente en el “incons­ ciente”. Este inconsciente no es alógico id irracional. Por el con­ trario, toda lógica verdadera debe incluir necesariamente una  “lógica del inconsciente”, debe probar en sí misma contra el co­ nocimiento de la “esfera epistemológica del inconsciente”,68 don­ de no sólo se halla la experiencia concreta sino dicha cognición  de experiencia en general, que precede toda experiencia; en  otras palabras, la “experiencia en sí misma”.

En esa misma esfera de inconsciencia que es totalmente ac­ cesible a la cognición yace la solución al segundo problema: el  dominio de la simultaneidad, el rescate del futuro y del pasado  de su esclavitud de la secuencia. Pero aquí, el establecimiento  de la coexistencia tanto para el futuro como para el pasado se lo­ gra por medio del peculiar aspecto de sueño del inconsciente. La  “arremetida hacia el futuro particular del hombre y sólo del  hombre [lo hace] parte del presente”; una lógica que va más allá  de la lógica aristotélica debería algún día poder anticipar esas  “inspiraciones” a partir de las cuales se forma la novedad del fu­ turo. Una “determinación formal de

 estas áreas, suponiendo que  esto se logra algún día”,69 proporcionaría nada menos y nada  más que una “teoría de profecía” confiable, porque nos ofrecería  los “lincamientos de toda experiencia futura”. Esta “profecía  lógica”, cuyo objeto es ese inconsciente del que surgen los im­ pulsos e “inspiraciones” para cualquier novedad, es en sí una dis­ ciplina totalmente racional y lógica que fluirá “con toda naturali­ dad... a partir del crecimiento y la profundización de la investiga­ ción de los fundamentos.”70 El requisito previo a esta “teoría dela novedad” (que sólo es otro nombre para la “profecía lógica”)  es que a pesar de que el tiempo es considerado como el “mundo  exterior”, todo “lo verdaderamente nuevo en el mundo, aun si  aparece bajo un aspecto empírico, nunca surge de la experiencia  real riño siempre a partir del reino del yo, del corazón, de la  mente.”71 En otras palabras, el sujeto de cognición, “el hombre

M ‘ líber syntaktische...*, op. di., H 166.

" ‘ Die mythische Erbschaft-..”, op. cit., 1,244.  Ibídem, págs. 245-246.

’ * *Uber syntaktische...*, op. cit., 0 ,187.

 

en su abstracción más absoluta”,72 es de tal naturaleza que lleva  un mundo dentro de sí mismo, y el milagro de cognición surge a  partir de la armonía preestablecida, de la armonía de este mundo  interior con el mundo empírico.

Esta armonización se logra específicamente por el “sistema”  que como “sistema de dominio” no sólo acepta el mundo y el ina­ gotable “contenido experimental del mundo”, sino que vuelve a  crearlo de nuevo al dominarlo”;73 esta creativa “función sistema­ tizadora del bgosn es

 “su única y esencial manifestación”74 por  medio de la cual “vuelve a

 crear una y otra vez el mundo por pri­ mera vez”. La cognición y la creación no sólo son idénticas en el  acto divino de intuitus originarias (Kant); esta identidad es un  hecho demostrable, independiente de toda revelación y presen­ te en el “deber de creación” del hombre, donde debe “repetir in­ finitamente la creación del universo”,75 un deber que puede ser  comprobado por argumentos positivistas lógicos. Este es el b -  gos que ocupará el lugar del mythos en una “futura ciencia unita­ ria*76 y que restaurará a un mundo desordenado al orden de un  “sistema” y llevará al hombre perdido en la anarquía a las com­ pulsiones de la necesidad.

Así, a mediados de la década de 1930, Broch «p re só , en for­ ma de premonición y de esperanza, la idea de que el bgos sería  capaz de redimir al hombre por el camino de la ciencia. Al final  de su vida, esta noción se había tornado en una certeza: “Si pu­ diera equilibrarse el contenido del mundo, si el mundo pudiera  ser realmente formado y reformado en un sistema total, un siste­ ma donde todas las partes se condicionen y sostengan entre sí, si  este estado (que la ciencia busca en el reino estrictamente racio­ nal) llegara a darse, entonces se habrá logrado la pacificación fi­ nal del Ser, la redención del mundo en el cual fluirán todas las as­ piraciones religiosas metafísicas de la humanidad.”77

 

¿Quién puede leer estas oraciones sin recordar el primer ca­ pítulo del Evangelio de San Juan: 'Ev ópxfj íjv ó Xóyoq...Kai ó  X&fix, oop^ éyÉvexo (1:1 y 14) (“Al principio era el Verbo... y elVerbo se hizo carne...”) ? Sin embargo, la carne en que se convir­ tió el lagos ya no es el mítico hijo de Dios; es “el hombre en su  abstracción más absoluta”. Broch pensaba que si se puede de­ mostrar en términos metah'sicos positivistas y no especulativos,que la palabra hecha carne es el hombre en sí mismo, entonces  dentro del mundo terrenal y sin ningún vuelo trascendental se le  ha conferido a la demostración una “imagen en sí misma”, y c e  mo “imagen en sí misma” el hombre también se ha independiza­

do de El cuya imagen es, se ha abrogado el tiempo y la muerte.  Esto sería la redención del hombre en la Tierra.

IV. El absoluto concebible

Todo lo que Broch pensó a lo largo de estas líneas y que de­ en forma fragmentaria está incluido en su quintaesencia en el  concepto

, o más bien en el descubrimiento, del “absoluto conce­ bible”. Para comprender lo que realmente significa absoluto  concebible, debemos tener cuidado de no igualar los primeros  comentarios de Broch sobre la muerte como el absoluto de la  existencia humana en la tierra (comentarios que pueden incluso  hallarse en trabajos posteriores) con el verdadero descubrimien­ to de este período posterior. Lo que tiende un puente entre am­ bos puntos de vista es sólo (a pesar de que es algo importante) el  hecho de que ambos están relacionados con la muerte, ambosestán determinados fundamentalmente por la experiencia de la  muerte. Sin embargo, la diferencia es bastante clara. Cuando se  entiende la muerte como

 límite absoluto, inamovible de la vida,  es posible declarar que no existeningún fenómeno que pueda  ser más remoto en este mundo y más metafísico en su importan­ cia de la vida que la muerte”;78 que desde el punto de vista huma­ no sub espeáe aetemitatis siempre significa también sub especie

’• “Das Weltbild...’ , op. til.. 1231.

 

m o r tis que la búsqueda de un valor absoluto es estimulada por  la

 muerte, ese “no valor en sí mismo”; y que “su carácter absolu­ to, que es el único carácter absoluto de la realidad y de la natura­ leza debe contradecir un carácter absoluto que, sostenido por la  voluntad humana, es capaz de crear el carácter absoluto del al­ ma, y de la cultura”.*0 Y sin lugar a dudas, Broch nunca abando­ nó su convicción básica de que “allí donde no existe una relación  genuina con la muerte y allí donde su calidad de absoluta en el  aquí y ahora no es perpetuamente reconocida, no puede haber  una verdadera ética”.01 Esta convicción básica era de hecho tan  fuerte que en su Politics (es decir, en la aplicación de su teoría  del conocimiento al reino de las cosas por naturaleza anárquica)  volvió a recurrir a la muerte como el único absoluto que aparece  en el reino terrenal. Esto significa que basó todo su sistema polí­ tico y legal en el hecho de que la pena de muerte representa un  máximo natural que establece un límite absoluto al castigo. Sin  embargo, el concepto de Broch del absoluto concebible no sólo  hacía referencia a la muerte. El absoluto inherente a la muerte  es, después de todo, no-terrenal por naturaleza; obviamente, só­

lo comienza después de la muerte; perdura más allá de la muer­ te, a pesar de que sólo se manifiesta en el reino terrenal a través  de la muerte. Para hacerlo espiritual el absoluto trascendente,  finito y mundano fue en realidad el pecado mortal del secula-  rismo, que llevó al colapso de valores y a la desintegración del  mundo.

La relación que el absoluto concebible tiene con la muerte  es de otra naturaleza. Aquí se trata de abolir en vida la concien­ cia de la muerte, liberando la vida, mientras viva, a partir de la  muerte, de

 modo que la vida continúa como si fuera eterna. Así  como la función de la cognición es conquistar “el tiempo como el  mundo más externo”, y por lo tanto, conquistar el mundo allí  donde más se acerca al yo y también más extraño y amenazador,  la función del absoluto concebible es conquistar la muerte en vi­ da. oponiendo el “mundo cargado de muerte” al confrontarlo  con el yo, en cuyo núcleo, su núcleo cognoscitivo, se reconoce

 

inmortal. Aun cuando se vuelca hacia el positivismo lógico  (aunque un positivismo lógic

o original y de una alta idiosincra­ sia) , Broch se aterra a su temprana y básica convicción cristiana  de que la muerte y la mortalidad están arraigadas al mundo, pero  la inmortalidad y la eternidad están ancladas en el yo, de modo  que la vida que nos parece mortal en verdad es inmortal y el  mundo que nos parece eterno es, en realidad, víctima de la  muerte.

El cambio hacia el positivismo lógico, que se manifiesta más  marcadamente en el concepto del absoluto concebible, implica­ ba una tácita revisión del Zeitkritik de Broch, que en un principio  estaba planteado en términos de una queja contra el proceso de  secularización. Esta revisión se expresa con mayor claridad en  el cambio de la esperanza de un “nuevo mito” a la convicción de  que era necesario una “desdeificación positivista” Pero la pre­ gunta que al parecer produjo este cambio y que Broch respondió  con una terminología lógica-positivista en las dos secciones pós-  tumas de su teoría del conocimiento (el “concepto de sistema” y  las “unidades sintácticas y cognoscitivas”), esa pregunta puede  ser formulada de la siguiente manera: ¿De dónde saca el yo la  convicción de su propia mortalidad? ¿La base para esta convic­ ción no puede ser en sí misma prueba de esta inmortalidad?

Si relacionamos la misma pregunta con la anterior teoría del  valor, que estaba orientada exclusivamente en términos de muer­ te, podríamos formular la pregunta d

e esta forma: La experien­ cia puramente negativa de la muerte (puramente negativa por­ que nunca es previsible por el yo-núcleo) que causa un terror  repentino en el hombre (quien en su total falta de mundo se re­ conoce inmortal) ¿no podría complementarse con una experien­ cia positiva donde la inmortalidad y el absoluto se manifiesten de  manera tan tangible y real como la muerte? La respuesta, reduci­ da, puede hallarse en la siguiente oración que nos lleva nueva­ mente al primer período de Broch pero cuyas implicaciones no  vio hasta este período posterior. “La estructura de la lógica for­ mal se basa en fundamentos materiales”.*

La cognición, para resumir la cadena de pensamiento de  Broch en una forma deliberadamente simplificada, se manifiesta

*2 "Der ZerfaJI der Werte...', op. cii., n, 14.

 

en dos tipos de conocimiento que corresponden a los dos tipos  fundamentalmente diferentes entre las ciencias. En primer lu­ gar, están las ciencias empíricas inductivas que se van abriendo  camino de hecho en hecho, de investigación en investigación y  que en principio son infinitas, incompletables, requieren una su­ cesión interminable de nuevos hechos y nuevos hallazgos para  progresar. En segundo, están las ciencias formales deductivas  que llegan a sus resultados axiomáticos a partir de ellas mismas  y al parecer son independientes de todo hecho empírico. Para  Broch, la ciencia más importante del tipo inductivo es la física (a  pesar de que por propósitos de ilustración siempre utilizaba el  ejemplo de la arqueología porque en esta ciencia los “hallazgos'’  de las excavaciones coinciden con los “nuevos hallazgos” tan in­ dispensables para el avance de cualquier ciencia empírica), mien­ tras que la clásica ciencia deductiva es, sin lugar a dudas, la ma­ temática. La verdadera cognición que va más allá del mero cono­ cimiento de los hechos sólo puede lograrse en las ciencias  deductivas que conforman un sistema. Sólo después de que la  matemática ha deducido las fórmulas para los hechos empíricos  observados por los físicos, se puede hablar de un entendimiento  científico de los hechos físicos.

Esta relación entre las ciencias inductivas y las deductivas  corresponde a la distinción de Broch entre “protosistema” y “sis­ tema absoluto".*3 El protosistema sirve al dominio directo del  mundo, a su asimilación, que es el requisito previo para la super­ vivencia de toda clase de vida, incluyendo la animal; mientras  que el sistema absoluto, que es inalcanzable para el hombre en  su perfección contendría dentro de sí mismo “la solución a todos  los problemas que han tenido o tendrán lugar en el mundo... en  pocas palabras, sería el sistema cognoscitivo de un dios.”*4 A pri­ mera vista parece como si el sistema cognoscitivo del hombre  pudiera ser situado en medio de estos dos sistemas, el sistema  de toda clase de vida y el sistema de un dios, pero sin embargo,  ambos siguen siendo tan opuestos entre sí como los métodos in­ ductivo y deductivo.

" “Das system...*, op. eit., n, 122 en adelante  Ibidem.

«I

 

El siguiente paso en el razonamiento trata de la eliminación  de esta oposición o, en su defecto, la prueba de que esta oposi­ ción sólo es aparente. Esto se logra primero por la demostración  de que existe un puente que va desde el protosistema al sistema  absoluto, un puente basado en la peculiar iteración de todo pro­ ceso cognoscitivo; y segundo, que no existe cosa tal como un sis­ tema absolutamente deductivo. La base de cada sistema formal  siempre es empírica. Esto significa que cada sistema se basa en  un fundamento trascendente para sí mismo, el que debe afirmar  como absoluto porque de lo contrarío ni siquiera puede comen­ zar con sus distintas cadenas de deducciones.

El puente que une el protosistema con el sistema absoluto,  que por un lado representa el puente que va desde la ciencia pura­ mente inductiva a la cognición deductiva y, por otro, el puente  que va desde el animal hasta

 un dios, pasando por el hombre, se  da de la siguiente manera: El protosistema es un sistema de “ex­ periencias" que son “conocidas" pero no “comprendidas”; este  conocimiento, que es inherente a cada experiencia y no sería po­ sible sin ella es en realidad un “conocimiento sobre el conoci­ miento”, una primera iteración sin la cual la memoria no sería  posible, y la memoria pertenece a toda experiencia; Broch, al  identificarla con la conciencia, también se la atribuye a los ani­ males.85

Este conocimiento sobre el conocimiento está directamente  relacionado con el mundo. Este proporciona el dominio directo  de las cosas del mundo en su objetividad concreta; lo que no  puede dominar es el carácter mundano del mundo, que Broch  ve en la “irracionalidad” aborigen del mundo (o, dicho en len­ guaje político, en su “anarquía”). El sistema cognoscitivo empie­ za a lograr el dominio de este carácter mundano y puede lo­ grarlo debido a que ya se ha liberado de las cosas concretas del  mundo y por lo tanto, puede captar ese carácter mundano, su  “irracionalidad", y convertirse entonces en una forma preliminar  del sistema absoluto. Ya no interesa la experiencia directa y el  “conocimiento sobre el conocimiento" necesario para ello, sino  un “conocimiento sobre el conocimiento sobre el conocimien­ to”, en otras palabras otra iteración, que aunque sea natural, flu-

Ibídem, 134.

 

ye de la primera iteración del “conocimiento sobre el conoci­ miento".

Entre el protosistema del conocimiento sobre el conoci­ miento, donde todavía no se ha adquirido el conocimiento real, y  en el cual el ser viviente apenas es consciente de sus experien­ cias, y el sistema absoluto de un dios, existe una serie de conti­ nuas etapas iterativas que pueden ser demostradas desde un  punto de vista positivista. Y a pesa

r de que Broch nos advierte en  contra del hecho de “concebir una especie de acuerdo estratifi­ cado de sistemas donde (comenzando con el protosistema y pa­ sando luego al sistema absoluto) están colocados uno sobre el  otro según la proporción en la cual su ‘contenido empírico’ dis­ minuye y su ‘contenido cognoscitivo’ aumenta", considera “defi­ nitivo... que la forma... por lo general aunque no siempre está en  la dirección de aumentar el contenido cognoscitivo y disminuir  su carácter expresivo.”*6 La importancia de estas demostracio­ nes para producir evidencia de la existencia real de un absoluto  concebible se basa en la intima relación entre las operaciones  cognoscitivas que presuponen su existencia y la mera experien­ cia; se basa en la secuencia continua que une la experiencia con  el conocimiento cognoscitivo, de modo que es como si surgiera  un absoluto de las condiciones de toda clase de vida en la tierra.

El objetivo de estas consideraciones es doble: es demostrar  el origen terrenal de lo absoluto, demostrar que surge objetiva­ mente de la evolución de la vida orgánica y al mismo tiempo de­ mostrar que todo sistema deductivo se basa en un fundamento  empírico absoluto que no puede ser derivado del sistema en sí,  es decir, por el contrario, demostrar que toda forma invade el  contenido.87 En otras palabras, la demostración de que la mun-  danalidad por su misma esencia llega a lo absoluto y crece en  ella puede compararse con la contraprueba de que todo absoluto  está relacionado con la mundanalidad. Esto es más evidente en  el caso de la matemática. Lo matemático sobre la matemática no  es obviamente demostrable o comprobable matemáticamente;  para la matemática sigue siendo un “plus desconocido”, es decir,  que reside en una esfera fuera de la matemática. Esto es cierto

 

tanto para la base real de la cual surge toda la matemática, que  Broch identifica como “número como tal”, y para los “impulsos  problema” que conducen a avances en el entendimiento de la  matemática. De hecho, la matemática

 sigue dependiendo de la  física para sus avances.88 Sin embargo, esto también es cierto pa­ ra la teoría del conocimiento, o para la lógica en sí, la cual pudo  haber proporcionado inicialmente a la matemática con el “núme­ ro como tal” y por lo tanto, haber establecido la base para las  operaciones matemáticas en primer lugar. “El lógico tiene preci­ samente una relación ingenuamente realista con su propia inves­ tigación así como la tiene el matemático con respecto a la suya;  es decir, por un lado (por lo menos, mientras que no cambie sus  consideraciones al plano más alto que siga, el de la metalógica)  desechará el conocimiento sobre el sistema lógico como un todo  y sobre la operatividad como un concomitante manifiesto de la  investigación y, por otro, se sentirá menos inclinado que el mate­ mático a prestar atención al tema o al poseedor de dicho conoci­ miento.”88

Hay entonces dos cosas que las ciencias deductivas, la lógi­ ca y la matemática, necesariamente siempre pasan por alto: la  primera, no pueden ver qué es lo que hace la lógica o la matemá­ tica, precisamente lo que es, es decir, su carácter lógico o

 mate­ mático, más de lo que un persona puede ver el suelo mismo don

­ de está de pie; y la segunda, no pueden observar el sujeto de las  operaciones lógicas y matemáticas. Siempre ven sólo sus pro­ pias sombras, pero no a sí mismos. Es natural que el carácter  matemático de la matemática, en otras palabras el “número co­ mo tal”, sea el “absoluto” de la matemática; y este absoluto pro­ viene de afuera y existe fuera de su propio sistema. Este absolu­ to no es sólo trascendente sino también empírico, a pesar de que  debe ser buscado fuera del sistema matemático. Podemos afir­ mar que una ciencia siempre recibe aquello que es absoluto para  sí misma de la ciencia “inmediatamente superior”, de modo que  surge una jerarquía de ciencias cuyo principio se podría captar  de una forma abarcadora, unificadora y sistemática. La física re­ cibe su absoluto de la matemática, la matemática de su episte-


 

mología, la epistemología de su lógica y la lógica depende de  una metalógica.

Sin embargo, esta cadena donde el absoluto se pasa cada  vez en for

ma diferente de una ciencia a otra, de un sistema cog­ noscitivo a otro, haciendo en cada caso posible la ciencia y la  cognición, no puede continuarse y repetirse en forma infinita.  En cada caso lo que funciona como absoluto, como norma abso­ luta, y no puede ser observado por la persona que lo utiliza justa­ mente porque lo está utilizando, es el sujeto que utiliza la norma;  es el “acto de verse a sí mismo”, la “persona física” en física que  corresponde a la “persona matemática”, al portador del “número  como tal”, la persona lógica, el sujeto de la “operatividad lógica”  como tal. Por lo tanto, el absoluto en estas ciencias no se da “en  forma de contenido” (ninguna ciencia podría funcionar si su con­ tenido no proviniera de afuera) sino que su fuente es concebible  y positiva a la vez, que es lo mismo que decir en términos episte­ mológicos: demostrable sobre una base positivista-lógica; es la  “personalidad humana en su abstracción más absoluta”. El con­ tenido de esta abstracción puede cambiar: del “acto de ver como  tal” al acto de contar como tal y a la operación lógica como tal.  Esto no significa que el hombre con todas las propiedades de su  cuerpo, alma y mente se ha convertido en la medida de todas las  cosas sino que el hombre, en tanto que no es nada más que el su­ jeto cognoscitivo, el poseedor de los actos de cognición, es la  fuente de lo absoluto. El origen de lo absoluto, en su validez ab­ soluta, necesaria y obligatoria pertenece a este mundo.

Broch creía que su teoría del absoluto concebible podía ser  aplicada directamente a la política, y en los dos capítulos de la  Psicología de las masas “condensada” tradujo, aunque en forma  fragmentaria, su epistemología a ideas de política práctica. Broch  pensó que esto era posible porque interpretó toda acción política  en términos de aquellos actos que juegan un papel preponderan­ te en su teoría del conocimiento y que son concebidos como ca­ rentes de mundo en sí mismos o, tal como él mismo lo expresa,  “en una cámara oscura”.90 En otras palabras, no lo preocupaba  en realidad la acción política o la acción en sí; lo que quería era

*® "Werttheoretische Bemerkungen...*, op. cit., II, 71.

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responder la pregunta que se había planteado en su juventud:  “¿Qué haremos después?”

Actuar y hacer no son más idénticos que pensar y saber. Así  como el conocimiento, en oposición al pensamiento, tiene el  objetivo de la cognición y una tarea cognoscitiva, el hacerlo tiene  objetivos específicos y debe estar gobernado por normas espe­ cíficas para poder lograrlos, mientras que la acción tiene lugar  cada vez que los seres humanos están juntos, aunque no haya  ningún objetivo que alcanzar. La categoría fines-medios, con la  que está necesariamente relacionado todo hecho de hacer o de  producir, no funciona cuando se la aplica a la acción. Tanto el  hecho de hacer como el de producir comienza con la suposición  de que el sujeto de los “actos” conoce perfectamente el objetivo  a alcanzar y el objeto a producir, de modo que el único problema  es encontrar el medio adecuado de lograr esos fines. Dicha su­ posición presupone a su vez un mundo donde sólo existe una  voluntad, o que está tan ordenado que todos los yo-sujetos acti­ vos en él están lo suficientemente aislados como para que no  haya una mutua interferencia de sus fines y objetivos. Con la  acción sucede lo contrario; existe un número infinito de inten­ ciones y propósitos que se cruzan e interfieren, los que, conside­ rados todos juntos dentro de su compleja inmensidad, represen­ tan el mundo donde cada hombre debe realizar su acto, aunque  en ese mundo no se ha logrado nunca un fin ni una intencióncomo se quería en un principio. Aun esta descripción, y la con­ secuente naturaleza frustrante de todas las acciones, la ostensi­ ble futilidad de la acción, es inadecuada y engañosa porque en  realidad fue concebida en términos de hacer, y eso significa en  términos de la categoría de fines-medios. Dentro de estas cate  gorías sólo podemos estar de acuerdo con la frase de Gospel:  “Pues ellos no saben lo que hacen”; en este sentido,-ninguna  persona que actúa sabe lo que está haciendo; no puede saberlo y  no se permite que lo sepa por el bien de la libertad del hombre.  La libertad depende del carácter impredecible absoluto de las  acciones humanas. Si lo expresáramos paradójicamente (e inva­ riablemente nos vemos mezclados en paradojas en cuanto inten­ tamos juzgar una acción por las normas del hacer) podemos  decir: Cada buena acción por el bien de un mal fin agrega una  porción de bondad al mundo: cada mala acción por un buen fin

 

agrega una porción de maldad. En otras palabras, mientras que  los fines de hacer y producir dominan totalmente los medios, lo  opuesto es verdad para la acción: los medios siempre son el ¿ac­ tor decisivo.

Como Broch había situado epistemológicamente el yo en la  “cámara oscura”, interpretó con naturalidad el actuar en sentido  de hacer, y el actor en el sentido de un yo productor, aislado, el  sujeto de actos específicos. Pero mucho más importante es el he­ cho de que, al ser un artista, interpretaba el hacer como un tipo  de creación del mundo y le exigía el tipo de “recreación del  mundo” que originalmente había requerido de la obra de arte. Si  la política se hubiera convertido en lo que él pretendía, sería de  hecho una “obra de arte ética”. En el hacer, coinciden las dos ca­ pacidades fundamentales del hombre: la facultad creativa de la  literatura y la facultad cognoscitiva, que domina el mundo, de la  ciencia. Por lo tanto, para Broch la política era en realidad un  arte, la creación del mundo una ciencia y, al mismo tiempo, la  ciencia, un arte. Es verdad que nunca lo dijo, pero el material  fragmentario que poseemos nos permite al menos adivinar los  aspectos generales de su concepción fundamental.

De todos modos, es a esto que apunta la cognición en el aná­ lisis final: desea la acción. Como la literatura no hizo nada, Broch  se apartó de ella, rechazó la filosofía porque se limitaba a la mera  contemplación y la meditación y terminó por poner todas sus es­ peranzas en la política. La principal preocupación de Broch  siempre es la redención, la redención de la muerte, y está tan  preocupado por la redención en su política como en su epistemo­ logía o su ficción. No puede pasarse por alto los elementos utópi­ cos de una política orientada hacia la redención. Sin embargo,  debemos cuidar de no subestimar el realismo que guió a Broch  en sus reflexiones concretas y que le impidió aplicar en forma  dogmática el absoluto concebible que había descubierto en la  teoría del conocimiento de la pob'tica.

Broch tuvo su última fe en el absoluto concebible. Se conso­ laba con el discernimiento de que puede hallarse y demostrarse  algo absoluto en la tierra y que hasta el reino pob'tico (es decir, la  conglomeración ingerentemente anárquica de los seres huma­ nos en las condiciones de vida en la Tierra) contiene un absoluto  limitador. Esto significaba que debe existir una cosa como la

 

“justicia absoluta” de la cual derivar una nueva declaración de  “los derechos del hombre” que luego tendrían la misma relación  con las actualidades políticas que la matemática con la física. Ba­ jo su soberanía un “sujeto creador-de-derecho” y productor-de-  derecho correspondería precisamente a la “persona física’ o al  “acto de ver en sí mismo”.91 Gracias a estas percepciones, que  tendían cada vez más a centrarse alrededor del “hombre en su  abstracción más absoluta”, Broch pudo resignarse a los hechosdel reino político así como el matemático está preparado a resig­ narse a los hechos del espacio físico. Por lo tanto, la hermosa y  poética forma de expresión en la que una vez formuló los hechos  y las posibilidades de la vida política también debieron parecerle  algo asi como su fórmula matemática. Es la figura de la rosa náu­ tica: “La rosa

 náutica cuya fundón es mostrar de cuál de los cua­ tro rincones del mundo está soplando el viento de la historia; con  su inscripción ‘ El bien hace la fuerza” apunta hacia el Paraíso;  con “La fuerza hace lo malo”, hacia el Purgatorio, con “El mal ha­ ce la fuerza”, hacia el Infierno, pero con “la fuerza hace el bien”,  hacia la vida ordinaria en la tierra; y como lo que amenaza una y  otra vez con rugir sobre la humanidad es la tormenta del diablo,  el hombre por lo general se contenta con el mundano “La fuerza  hace el bien”, aunque espera las brisas paradisíacas (cuando ya  no haya pena de muerte en el vasto orbe de la Tierra) y sabe, al  mismo tiempo, que no se producirá el milagro a menos que se lo  fuerce a ello. El milagro de “El bien hace la fuerza” requiere prin­ cipalmente que el Bien esté provisto de Fuerza.”92

Detrás de estas oraciones distinguimos claramente aquello  que Broch no dice y tal vez no quiso decir dentro de este contex­ to. Sabemos por La nuerte de Virgilio y también por el personaje  del doctor en The Tempter que para Broch todas las relaciones  con otros hombres están regidas por la idea de “utilidad”, por el  carácter imperativo del reclamo de ayuda. El carácter absoluto  del “reclamo ético” (“la unidad del concepto permanece intacta,  intacto el requisito ético”)99 fue algo que dio tan por sentado que  pensó que no necesitaba ni siquiera ser demostrado. “El objetivo

 

del reclamo ético se basa en lo absoluto y lo infinito”,94 que signi­ fica

 que cada acto ético se lleva a cabo en la esfera de lo absoluto  y que e

l pedido de ayuda de los hombres es infinito e inagotable.  Así como Broch daba por sentado que debía dejar de lado cual­ quier trabajo o actividad para ayudar a quien lo necesitaba, en  los últimos tiempos daba por sentado que debía dejar de lado la  literatura porque había comenzado a dudar de que la literatura  pudiera algún día satisfacer su “obligación con el carácter abso­ luto de la cognición”.95 Más que nada, había comenzado a dudar  de si la literatura y la cognición lograrían algún día saltar del co­ nocimiento sobre aquello que se necesita a ía ayuda de los nece­ sitados. La “misión” a la que Broch hada referencia tan a menu­ do, la “inescapable tarea impuesta” que veía en todas partes, no  era de naturaleza lógica ni epistemológica, a pesar de que la des­ cubrió y demostró su presenda dentro de la lógica y la epistemo­ logía. La misión era el imperativo ético, y la tarea que no podía  evadirse era el pedido de ayuda del hombre.

M“Das Weltbild des Romans", op. cit., ], 212.  *s “James Joyce...’, op. cit., 1,204.

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Walter Benjamín

1892-1940

I. El jorobado

Fama, esa diosa tan codiciada, posee varios rostros, y la fa­ ma viene en muchas formas y tamaños: desde la notoriedad de  una semana de la historia principal de alguna revista hasta el es­ plendor de un nombre que perdura para siempre. La fama postu­ ma es uno de los artículos más raros y menos deseados de Fa­ ma, a pesar de que es menos arbitraria y a menudo más sólida  que los otros tipos, dado que sólo rara vez se concede sobre me­ ra mercadería. El que más pudo ganar está muerto y por lo tanto,  no a la venta. Esa fama postuma, que no es comercial ni rinde be­ neficios, ha caído hoy en Alemania sobre el nombre y la obra* de  Walter Benjamín, un escritor judío-alemán que fue conocido,  aunque no famoso, como contribuyente de revistas y las seccio­ nes literarias de los diarios durante menos de diez años anterio­ res a la subida de Hitler al poder y a su propia emigración. Pocos  eran los que aún recordaban su nombre cuando eligió la muerte  en aquellos primeros días de otoño de 1940, los que para mu­ chos de su origen y su generación marcaron el momento más os­ curo de la guerra: la caída de Francia, la amenaza de Inglaterra,  el pacto todavía intacto de Hitler y Stalin cuya consecuencia más  temida en ese momento era la estrecha cooperación de las dos  fuerzas de policía secreta más poderosas de Europa. Quince  años después, fue publicada en Alemania una edición de dos vo­ lúmenes de sus obras, hecho que le ganó un inmediato succés  d'estime que fue más allá del reconocimiento de aquellos pocos

 

que conoció durante su vida. Y como la mera reputación, por al­ ta que

 sea, descansa en el juicio de los mejores, nunca es sufi­ ciente para que escritores y artistas se ganen la vida que sólo la  fama, el testimonio de una multitud que no necesita tener un ta­ maño astronómico, puede garantizar, me veo doblemente obli­ gado a decir (con Cicerón): S i viví vicissent qui morte vicerunt  (qué distinto habría sido todo “si aquellos que ganaron la victo­ ria en la muerte la hubiesen ganado en la vida”).

La fama póstuma es algo demasiado extraño como para cul­ par a la ceguera del mundo o a la corrupción del medio literario.  Tampoco puede decirse que es la amarga recompensa de aque­ llos que se adelantaron a su tiempo, como si la historia fuese una  carrera donde algunos contendientes corren tan rápido que sim­ plemente desaparecen de la vista de los espectadores. Por el  contrario, la fama póstuma suele estar precedida por el reconoci­ miento más alto entre los colegas. Cuando Kafka murió en 1924,  de los pocos libros que había publicado apenas se habían vendi­ do unas doscientas copias, pero sus amigos literarios y los pocoslectores que por accidente habían llegado a conocer esos breves  trozos de prosa (todavía no se había publicado ninguna de sus  novelas) sabían más allá de toda duda que era uno de los maes­ tros de la prosa moderna. Walter Benjamín había ganado ese re­ conocimiento temprano y no sólo entre aquellos cuyos nombres  eran desconocidos en esa época, tal como Gerhard Scholem, el  amigo de su juventud, y Theodor Wiesengrund Adorno, su pri­ mero y único discípulo, ambos responsables de la edición póstu­ ma de sus trabajos y sus cartas.1

De inmediato, y por instinto, siento la tentación de decir que  el reconocimiento provino de Hugo von Hofmannsthal, quien  publicó el ensayo de Benjamín sobre \as Afinidades electivas de  Goethe en 1924, y de Bertolt Brecht, quien al recibir la noticia de  la muerte de Benjamín dijo que ésa era la primera pérdida verda­ dera que Hitler causaba a la literatura alemana. No podemos sa­ ber si existe algo así como el genio inapreciado, o si se trata de la  ilusión de aquellos que no son genios; sin embargo, podemos es-

1 Walter Benjamín, Sc

hr»)íe«, Frankfurt a.M., Suhrkampo Verlag, 1955, 2  vols. y B n efe , Frankfurt a. M., 1966,2 vols. Las siguientes referencias pertenecen  a estas ediciones.

 

tar razonablemente seguros de que la fama póstuma no recaerá  en ellos.

La fama es un fenómeno social; ad gloriam non est satis  unios opinio (tal como señaló Séneca con sabiduría y pedante  ría), “para la fama no basta la opinión de uno", a pesar de que es  suficiente para la amistad y el amor. Ninguna sociedad puede  funcionar correctamente sin una clasificación, sin una disposi­ ción de las cosas y los hombres en clases y tipos ordenados. Es­ ta clasificación necesaria es la base para toda discriminación so­ cial, y la discriminación, no obstante la actual opinión sobre lo  contrario, es tanto un elemento constitutivo del reino social co­ mo la igualdad es un elemento constitutivo de lo político. El pun­ to es que en la sociedad, todos deben responder la pregunta: qué  soy (diferente de quién soy) y la respuesta, obviamente, nunca  puede ser: Soy único, no por la arrogancia implícita sino porque  la respuesta carecería de sentido. En el caso de Benjamín, sepuede diagnosticar el problema (si fue tal) en retrospectiva con  gran precisión; cuando Hofmannsthal leyó el largo ensayo sobre  Goethe por ese autor totalmente desconocido, lo calificó de  “schlechtin unvergleichlich” (“absolutamente incomparable”) y  el problema era que tenía razón, no se podía comparar con nada  de lo existente en literatura. El problema con todo lo que Benja­ mín escribió fue que siempre resultó ser suigeneris

La fama póstuma parece ser entonces la suerte de los incla­ sificables, es decir, aquellos cuyos trabajos no encajan dentro  del orden existente niintroducen un nuevo género que lleve a  una futura clasificación. Los innumerables intentos de escribir  “al estilo Kafka”, todos ellos rotundos fracasos, sólo sirvieron  para enfatizar el carácter único de Kafka, la absoluta originalidad  que no puede hallarse en ningún precedesor y no tiene se­ guidor.

Esto es lo que la sociedad no logra aceptar y a lo que siem­ pre se

 verá reticente de otorgar su sello de aprobación. Para de­ cirlo de

 otro modo, en la actualidad sería tan engañoso recomen­ dar a Walter Benjamin como crítico literario y ensayista como  habría sido recomendar a Kafka en 1924 como novelista y escri­ tor de cuentos. Para describir su trabajo en forma adecuada y a  él como autor dentro de nuestro usual marco de referencia, ten­ dría que hacer varias declaraciones negativas, tales como: su

 

erudición fue grande, pero no era un erudito; sus temas com­ prendían textos y su interpretación, pero no era un filólogo; no lo  atraía mucho la religión pero sí la teología y el tipo de interpreta­ ción teológica por la que el texto en sí es sagrado, pero no era te­ ólogo y no sentía un interés particular por la Biblia; era un escri­ tor nato, pero su mayor ambición fue producir una obra que con­ sistiera sólo en citas; fue

 el primer alemán que tradujo a Proust  (junto con Franz Hessel) y St.-John Perse., y antes de eso había  traducido los Tableaux Parisiens de Baudelaire, pero no era tra­ ductor; revisó varios libros y escribió un número de ensayos so­ bre escritores vivos y muertos, pero no era crítico literario; escri­ bió un libro sobre el barroco alemán y dejó un estudio sin termi­ nar sobre el siglo XIX francés, pero no era historiador, literario ni  otro: trataré de demostrar que pensaba en forma poética, pero  no era ni poeta ni filósofo.

Sin embargo, en los pocos momentos en que se molestó en  definir lo que hada, Benjamín se describió como un crítico lite­ rario, y si puede decirse que aspiró a una posición en la vida ha­ bría sido la del “único crítico verdadero de la literatura alemana”  (tal como lo expresa Scholem en una de las pocas y hermosas  cartas enviadas a su amigo que fueron publicadas), excepto que  la misma noción de convertirse en un miembro útil de la socie­ dad lo habría repugnado. No cabe duda de que estaba de acuer­ do con Baudelaire en que : “Etre un homme utile m ’a paru tou-jours quelque chose de hideux. ” En los párrafos introductorios del  ensayo Afinidades Electivas, Benjamin explica lo que él entendía  como la tarea del crítico literario. Comienza

 por distinguir entre  un comentario y una crítica. (Sin mencionarlo, tal vez ni siquiera  consciente de ello, utiliza el término kritik, que en el uso normal  significa crítica, tal como lo utilizaba Kant cuando hablaba de  una Crítica de la razón pura )

Escribió:

La crítica se ocupa del contenido de verdad de una obra de arte, el  comentario de su tema. la relación entre ambos está determinada  por la ley básica de la literatura según la cual el contenido de ver­ dad de la obra es tanto más importante cuanto más íntima y discre­ tamente esté ligada a su tema. Si por lo tanto esos trabajos precisa­ mente terminan por continuar aquellos cuya verdad está más fijada  en su tema, el espectador que los contempla mucho después de su

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propia época encuentra las realia mucho más sorprendente en la  obra pues han ido desapareciendo en el mundo. Esto significa que  el tema y el contenido de verdad, unido en el primer período de la  obra, se separan en su vida posterior; el tema se torna más sorpren­ dente mientras que el contenido de verdad retiene su encubrimien­ to original. Cada vez más, la intepretación de lo sorprendente y lo  extraño, es decir del tema, se convierte en un requisito esencial pa­ ra cualquier crítica posterior. Uno puede compararlo con el paleó­ grafo frente a un pergamino cuyo texto borroso está cubierto por  las líneas más fuertes de una escritura que hace referencia al texto.  Así como el paleógrafo tendría que empezar por leer la escritura, el  crítico debe comenzar comentando su texto. Y a partir de esta acti­

vidad surge de inmediato un criterio inestimable de juicio crítico:  sólo ahora el crítico puede hacerse la pregunta básica de toda críti­ ca: si el brillante contenido de verdad de la obra se debe al tema o si  la supervivencia del tema se debe al contenido de verdad. Pues co­ mo ambos están separados en la obra, deciden su inmortalidad. En  este sentido la historia de las obras de arte prepara su crítica, y es­ ta es la razón por la cual la distancia histórica aumenta su poder. Si,  para usar un símil, se considera la obra creciente como una pira fu­ neraria, su comentador puede compararse con el químico, su críti­

co con un alquimista. Mientras que al primero sólo le quedan ma­ deras y cenizas como único objeto de análisis, al segundo sólo le in­ teresa el enigma de la llama en sí: el enigma de estar vivo. Así, el  crítico indaga la verdad cuya llama viva sigue ardiendo sobre tos  pesados troncos del pasado y las chispas de la vida pasada.

El crítico como alquimista que practica el oscuro arte de  transmutar los elementos fútiles de lo real en el oro brillante y  duradero de la verdad, o bien observando e interpretando el pro­ ceso histórico que logra esa mágica transfiguración, sea cual  fuere nuestra opinión sobre esta figura, no puede corresponder  a algo que tengamos en mente cuando clasificamos a un escritor  como crítico literario.

Existe, sin embargo, otro elemento menos objetivo que el  mero hecho de no estar clasificado que abarca la vida de aque­ llos que “han logrado la victoria en la muerte”. Es el elemento de  la mala suerte y aquí no puedo ignorar este factor, muy promi­ nente en la vida de Benjamín, porque él mismo, que tal vez nun­ ca pensó ni soñó con la fama postuma, era muy consciente de  ello. Tanto en sus trabajos como en sus conversaciones solía ha­ blar del “jorobadito”, el “bucklicht


 

cuento de hadas alemán de la famosa colección de poesía popu­ lar alemana: Des Knaben Wunderhohn.

W ill ich in mein'Keller gehn,

WiU m ein W einlein zapfen;

S teh t ein bucklicht M ánniein da,  T a t m ir ’in K rug wegschnappen.

W ill ich in m ein Kiichel gehn,w ü l m ein Süpplein kochen;

Steh t ein bucklicht M anulein da, H a t m ein Topflein brochen.

(Cuando bajo al sótano,  para sacar vino,un jorobadito que vive allí  me saca la jarra.

Cuando entro a la cocina  para hacerme la sopaun jorobadito que vive allí  me rompe mi tazón.)

El jorobado era un conocido de Benjamin que vio por prime­ ra vez cuando, todavía un niño, halló el poema en un libro para  niños y

 nunca lo olvidó. Sólo una vez (al final de A Berlín Child-  hood around 1900), al anticipar la muerte, intentó capturar “toda  su vida...cuando desfila, tal como se dice, ante los ojos del mori­ bundo”, y declaró quién y qué era aquello que lo había aterrado  cuando era tan pequeño y lo acompañaría hasta la muerte. Sumadre, al igual que otros miles de madres en Alemania, solía de­ cir: “El

 señor Bungle te envía sus saludos” (Ungeschickt lasst  grüssen) cuando ocurría una de las innumerables pequeñas ca­ tástrofes de la infancia. Y el niño sabía a qué se refería. La madre  hablaba del “jorobadito”, quien hacía que los objetos jugaran fe­ as bromas a los niños; era él quien había puesto el pie cuando ca­ ías y el que te había quitado el objeto de las manos cuando se  rompía en mil pedazos. Y después del niño vino el adulto que co­ nocía aquello que el niño todavía ignoraba, es decir, que no ha-

 

bía sido él quien había provocado al “pequeñito” al mirarlo (co­ mo si hubiese querido ser el niño que deseaba aprender qué era  el temor) sino que el jorobado lo había mirado y le había traído  mala suerte. Pues “cualquiera a quien el hombrecito mira no  presta atención; ni a sí mismo ni al hombrecito. Consternado, es­

tá ante una pila de escombros” (Schñften, 1,650-52).

Gracias a la reciente publicación de sus cartas, ahora puedetrazarse a grandes rasgos la historia de la vida de Benjamín; y se­ ría muy tentador hacerlo como una secuencia de esas pilas de  escombros dado que casi no hay ninguna pregunta que él mis­ mo no la viera en esa forma. Pero el punto de la cuestión es que  él conocía muy bien la misteriosa interacción, el

 lugar “donde  coinciden la debilidad y el genio”, que tan brillantemente diag­ nosticó en Proust. También hablaba sobre sí mismo cuando, de  total acuerdo, citó aquello que Jacques Riviere había dicho sobre  Proust: “murió de la misma inexperiencia que le permitió escri­ bir sus obras. Murió de ignorancia... porque no sabía cómo en­ cender un fuego o abrir una ventana” (“La imagen de Proust”).  Al igual que Proust, él también era incapaz de cambiar “las con­ diciones de su vida aun cuando estaban a punto de aplastarlo”.  (Con una precisión que sugiere a un sonámbulo, su torpeza lo  llevó al centro mismo de una desgracia, o allí donde se ocultaba  algo parecido. Así, en el invierno de 193940 el peligro de un  bombardeo lo hizo tomar la decisión de abandonar París y huir a  un lugar más seguro. Bien, ninguna bomba cayó en París pero sí  en Meaus, el lugar donde fue Benjamin, que era una central de  tropas y tal vez uno de los pocos lugares de Francia que fue se­

riamente dañado durante aquellos meses de la guerra). Pero, al  igual que Proust, terna todas las razones para bendecir la maldi­ ción y repetir la extraña plegaria al final del poema popular con  el que cierra sus recuerdos de infancia:

Liebes Kindlei», ach, ich bitt, Bett fiin bucklicht Mátutlein mit.

(Oh, querido niño, te pido un favorcito,  que reces también por el jorobadito.)

En retrospección, la inextricable red de mérito, grandes re­ galos, torpeza y desdicha en la que quedó atrapada su vida pue-

 

de detectarse incluso en el primer golpe de suerte que abrió la  carrera de Benjamín como escritor. A través de los buenos ofi­ cios de un amigo, pudo ubicar su Afinidades electivas de Goethe  en el Neue Deutsche Beitrage de Hofmannsthal (1924-25). Este  estudio, una

 obra maestra de la prosa alemana y aún de impor­ tancia única en el campo general de la crítica literaria alemana y  el campo especializado de la erudición de Goethe, ya había sido  rechazado en varias oportunidades y la entusiasta aprobación de  Hofmannsthal llegó en un momento en que Benjamín estaba d e  sesperado por “hallar a alguien que lo aceptara” (Briefe, 1, 300).  Pero ocurrió algo lamentable, que al parecer nunca pudo ser  comprendido del todo, que bajo las circunstancias dadas estaba  necesariamente relacionado con esta oportunidad. La única s eguridad material que podía haberle aportado esta primera publi­ cación fue la Habilitation, el primer paso de la carrera universita­ ria pa

ra la que Benjamín se preparaba. Esto no le habría permiti­ do mantenerse (los llamados Privatdozent no recibían salario al­ guno) pero tal vez,' habría inducido a su padre a mantenerlo has­ ta conseguir un puesto de profesor titular, ya que ésta era una  práctica común en aquellos días. Ahora nos resulta difícil com­ prender cómo él y sus amigos pudieron haber dudado de que  una Habilitation bajo un profesor universitario no inusual podía  terminar en una catástrofe. Si los caballeros declararon más tar­ de que no comprendieron una sola palabra del estudio. E l origen  de la tragedia alemana, que Benjamín había presentado, se les  puede creer con certeza. ¿Cómo iban a comprender a un escritor  cuyo mayor orgullo era el hecho de que “la escritura consiste en  su mayor parte en citas: la técnica mosaico más loca que pueda  imaginarse” y que ponía el mayor énfasis en los seis lemas queprecedían el estudio: “Nadie.... podía reunir alguno más raro o  más precioso” (Briefe, 1,366). Era como si un verdadero maestro  hubiera dado forma a un objeto único, sólo para ponerlo a la ven­ ta en el centro comercial más cercando. En realidad, no hubo ni  antisemitismo ni mala voluntad con respecto a un extraño (Ben-  jamin se había graduado en Suiza durante la guerra y no era dis­ cípulo de nadie) ni tampoco la sospecha académica de cualquier  cosa que no esté garantizada a ser mediocre.

Sin embargo ( y aquí es donde entra la mala suerte) en la  Alemania de la época existía otra forma, y fue precisamente su

 

ensayo sobre Goethe lo que arruinó la única oportunidad de  Benjamin para una carrera universitaria. Como sucede a menu­ do con las obras de Benjamin, este estudio estaba inspirado por  las polémicas y el ataque incluía el libro de Kriedrich Gundolf so­ bre Goethe. La crítica de Benjamin era definitiva y sin embargo  Benjamin podía haber esperado una mayor comprensión por  parte de Gundolf y de otros miembros del círculo alrededor de  Stefan George, un grupo cuyo mundo intelectual le había sido  bastante familiar durante su juventud, que del “círculo gober­ nante”; y tal vez no hubiera necesitado ser miembro del círculo  para ganar su acreditación académica bajo uno de estos hom­ bres que en esa época comenzaban a ganar un lugar cómodo en  el mundo académico. Pero lo único que no debió haber hecho  fue montar un ataque contra el miembro más prominente y  capaz del círculo en forma tan vehemente que todos sabrían, tal  como lo explicó retrospectivamente más adelante, que “tenía tan  poco que ver con el ámbito universitario...como los monumen­ tos erigidos por hombres como Gundolf o Ernst Bertram” {Brie­ fe, 11, 523). Sí, así fue. Y fue la mala suerte de Benjamin haber  anunciado esto al mundo antes de ser admitido en la univer­ sidad.

Sin embargo, no puedo afirmar con certeza que hizo caso  omiso de la precaución debida en forma consciente. Por el con­ trario, sabía que “El señor Bundle le envía sus saludos” y tomaba  más precauciones que ningún otro que haya conocido. Pero su  sistema de disposiciones contra posibles peligros, incluyendo la  “cortesía china” mencionada por Scholem,2 invariablemente, y  en una forma extraña y misteriosa, no prestó atención al verda­ dero peligro. Pues en cuanto abandonó la segura París para huir  a la peligrosa Meaux al principio de la guerra (al frente), su ensa­ yo sobre Goethe inspiró en él la preocupación innecesaria de  que Hofmannsthal podría tomar a mal un comentario crítico pre­

cavido sobre Rudolph Borchardt, uno de los principales contri­ buyentes de su periódico. Sin embargo, sólo esperaba buenas  cosas por haber encontrado por este “ataque a la ideología del  colegio de George...ese mismo lugar donde les resultaría difícil  ignorar la inventiva” {Briefe, 1,341). Pero no les resultó nada difí­

 

cil. Pues nadie estaba más aislado que Benjamín ni más comple­ tamente solo. Ni la autoridad de Hofmannsthal (“el nuevo pa­ trón” tal como lo llamó Benjamín en su primera explosión de ale­ gría, Briefe 1,327) pudo alterar esta situación. Su voz casi no te­ nía importancia comparada con el verdadero poder de la escuela  de George, un grupo influyente donde, al igual que en todas las  entidades de este tipo, sólo contaba la alianza ideológica, dado  que sólo la ideología, no el rango ni la calidad, puede mantener  unido a un grupo. A pesar de su postura de estar por encima de  la política, los discípulos de George estaban tan familiarizados  con los principios básicos de las maniobras literarias como los  profesores lo estaban con los fundamentos de la política acadé­ mica o los escritores y periodistas con el ABC de “una buena  vuelta merece otra”.

Sin embargo, Benjamín no conocía el juego. Nunca supo có­ mo manejar

 estas cosas y nunca pudo moverse entre esta gente,  ni siquiera cuando las “adversidades de la vida exterior que a ve­ ces provienen de todas partes, como los lobos” (Briefe, 1,298) ya  le habían dado alguna idea de las costumbres del mundo. Cada  vez que trataba de ajustarse y de ser cooperativo como para ga­ nar un terreno firme bajo sus pies, las cosas salían mal.

Nunca apareció impreso un estudio importante sobre Goe­ the desde el

 punto de vista del marxismo (a mediados de la déca­ da de 1920 estuvo a punto de unirse al partido comunista), ni en  la Gran Enciclopedia Rusa, para la cual había sido escrito, ni en  la Alemania actual. Klaus Mann, quien había encargado una revi­ sión de la obra Threepenny Novel de Brecht para su periódico  Die Sammlung, le devolvió el manuscrito porque Benjamín ha­ bía pedido 250 francos (que entonces eran unos diez dólares)por el mismo y él sólo quería pagar 150. Su comentario sobre la  poesía de Brecht nunca apareció durante su vida. Y por último  surgieron serias dificultades con el Instituto de Investigaciones  Sociales el que, originalmente (y ahora otra vez) era parte de la  Universidad de Frankfurt, había emigrado a Norteamérica y del  cual Benjamín dependía financieramente. Sus guías espirituales,  Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, eran “materialistas dia­ lécticos” y en su opinión el pensamiento de Benjamín era “no-  dialéctico”, se movía dentro de “categorías materialistas que no  coincidían en absoluto con las marxistas”, “carecía de media-

 

ción”, en tanto que, en un ensayo sobre Baudelaire, había rela­ cionado “ciertos elementos llamativos dentro de la superestruc­ tura-directamente, tal vez incluso en forma casual, con los ele­ mentos correspondientes a la su bes! ruciara." K1 resultado fue  que el ensayo original de Benjamín: “Kl París del Segundo Impe­ rio en las Obras de Baudelaire" no fue publicado, ni entonces en  la revista del Instituto ni en la edición postuma de dos volúme­ nes de sus obras. (Ahora se han publicado dos partes: “Der Fla-  neur* en D ie Neue Rundschau, diciembre de 1967, y “Die Moder-  ne” en DasArgument, marzo de 1968).

Benjamín fue quizás el marxista más peculiar que produjo el  movimiento, el que Dios bien sabe tuvo su buena parte de di­ ficultades. El aspecto teórico que sin duda lo fascinaba era la  doctrina de la superestructura, que Marx había bosquejado bre­ vemente pero que luego asumió un rol desproporcionado en el  movimiento cuando se unieron a él un número desproporciona­ damente grande de intelectuales, y por lo tanto personas intere­ sadas sólo en la superestructura.

Benjamín utilizó esta doctrina sólo como un estímulo heu-  rístico-metodológico y casi no le interesaban sus antecedentes  históricos o filosóficos. Lo que lo fascinaba sobre la cuestión era  que el esritu y su manifestación material estaban tan íntima­ mente relacionados que parecía posible descubrir en todas par­ tes las correspondencias de Baudelaire, que se clarificaban e ilu­ minaban entre sí si se las correlacionaba en la forma debida, de  modo que por último ya no requerirían ningún comentario inter­ pretativo o explicativo. Le interesaba la correlación entre una es­ cena callejera, una especulación sobre el mercado de cambios,  un poema, un pensamiento, con la línea oculta que los mantiene  unidos y le permite al historiador o al filólogo reconocer que to­ dos deben situarse en el mismo período. Cuando Adorno criticó  la “amplia presentación de las actualidades” de Benjamín (Briefe  II, 793), dio en el blanco pues esto era lo que Benjamín estaba ha­ ciendo y quería hacer. Muy influenciado por el surrealismo, era  el “intento de capturar el retrato de la historia en las representa­ ciones más insignificantes de la realidad, sus fragmentos por así  decirlo” (Briefe II, 685). Benjamín sentía pasión por las cosas pe­ queñas, incluso diminutas; Scholem habla sobre su ambición de  lograr incluir den líneas en la página común de un cuaderno y

 

sobre su admiración por dos granos de trigo en la sección Judía  del Musé

e de Cluny “donde un alma semejante había inscrito el  Shema Israel completo”.3 Para él el tamaño de un objeto tenía  una relación inversamente proporcional a su importancia. Y esta  pasión derivaba directamente de la única visión del mundo que  siempre tuvo una influencia decisiva sobre él, de la convicción  de Goethe sobre la real existencia de un Urphánomen, un fenó­ meno arquetípico, una cosa concreta a ser descubierta en el  mundo de las apariencias donde la “importancia” (Bedeutung, la  palabra más al estilo Goethe que ninguna, es recurrente en las  obras de Benjamín) y la apariencia, palabra y cosa, idea y expe­ riencia, coincidirían. Cuanto más pequeño el objeto, más parecía  poder contener la forma más concentrada de todo; de ahí su de­ leite en esos dos granos de trigo que contenían todo el Shema Is­ rael, la esencia misma del judaismo. La mínima esencia que apa­ recía en una entidad diminuta, a partir de la cual, en ambos ca­ sos, se origina todo y que, sin embargo, en importancia no pue­ de compararse con su origen. En otras palabras, aquello que fas­ cinó profundamente a Benjamín desde un principio nunca fue  una idea, sino siempre un fenómeno. “Lo que parece paradójico  sobre todas las cosas que con justicia son llamadas hermosas es  el hecho de que lo parezcan” (Schriften 1,349), y esta paradoja o,  más sencillamente, la maravilla de la apariencia, siempre estuvoen el centro de sus preocupaciones.

Lo lejos que estaban estos estudios del marxismo y del ma­

terialismo dialéctico queda confirmado por su figura central, el  fláneur. 4

Siempre caminando sin rumbo fijo por entre la muchedum­ bre de las grandes ciudades con estudiado contraste a sus apre­ suradas y determinadas actividades, es ante él que las cosas se  revelan en su significado secreto: “El verdadero cuadro del pasa­ do Pasa rápidamente ante él” (“Filosofía de la Historia”), y sólo elJl&neur que pasea sin rumbo recibe el mensaje. Con gran perspi­ cacia, Adorno señaló el elemento estático en Benjamin : “Para1

1 Op. cit.

4 La descripción clásica del fláneur se da en el famoso ensayo de Baudelai-re sobre Constantin Guys “El pintor de la vida moderna'', véase Edition Pléiade,  págs. 877-83. Benjamin suele hacer referencias indirectas de éste y lo cita en el  ensayo sobre Baudeiaire.

 

entender correctamente a Benjamin se debe sentir detrás de ca­ da una de sus oraciones la conversión de la extrema agitación en  algo estático, de hedió, la noción (‘siálica del movimiento mis­ mo" (Schriflen, I, xix). Por supuesto <|uo nada podía ser “menos  dialéctico” que esla adilud donde el “ángel de la historia” (en la  novela de las “Tesis sobre la Filosofía de la Historia") no avanza  dialécticamente hacia el futuro sino que está vuelta “hacia el pa­ sado”. “Cuando ante nosotros aparece una cadena de sucesos, él  sólo ve una catástrofe que sigue apilando despojo tras despojo y  lo arroja frente a sus pies. Fl ángel querría quedarse, despertar a  los muertos y volver a unir lo que se ha destruido.” (Lo que pre­

sumiblemente significaría el final de la historia).

“Pero una tormenta está soplando desde el Paraíso” y “loempuja irresistiblemente hacia el futuro hacia el cual tiene vuel­ ta la espalda, mientras que la pila de ruinas ante él crece en di­ rección al cielo. Lo que él denomina progreso es esta tormenta."  En este ángel, que Benjamin vio en el “Angelus Novus" de Klee,  el fláneur siente su transfiguración final. Pues así como el fláneur,  a través del gestus del caminar sin rumbo fijo, vuelve la espalda a  la muchedumbre a pesar de que ésta lo empuja y arrastra, el “án­ gel de la historia”, que sólo mira hacia las ruinas del pasado, es  empujado hacia el futuro por la tormenta del progreso. Parece  absurdo que dicha idea se haya ocupado de un proceso consis­ tente, dialécticamente sensato y racionalmente explicable.

También debería ser evidente que dicho pensamiento no  apuntaba y tampoco podía llegar a unir declaraciones por lo ge­ neral válidas, sino que estas fueron reemplazadas, tal como lo se­ ñala en forma ctica Adorno, “por otras metafóricas” (Briefe, II,  785). En su interés por los hechos concretos y directamente  demostrables, con hechos simples y ocurrencias cuya “impor­ tancia” es manifiesta, Benjamin no se interesaba mucho en las  teorías o “ideas” que no asumían de inmediato la forma más pre­ cisa imaginable. Para este complejo aunque muy realista tipo de  pensamiento la relación marxista entre superestructura y subes­ tructura se convirtió, en sentido preciso, en una metafórica. Si,  por ejemplo (y esto estaría dentro del espíritu del pensamiento  de Benjamin), se rastrea el origen del concepto abstracto Ver-  nunft (razón) hasta el verbo vernehmen (percibir, oír), podría  pensarse que una palabra de la esfera de la superestructura ha

 

vuelto a tener su subestructura sensual o, por el contrario, que  un concepto ha sido transformado en metáfora, siempre que la  “metáfora” sea entendida en su sentido original, no-alegórico de  metapherein (transferir). Una metáfora establece una relación  que se percibe sensualmente en su proximidad y no requiere  ninguna interpretación, mientras que una alegoría siempre pro­ cede de una noción abstracta y luego inventa algo palpa

ble para  representarla casi a voluntad. La alegoría debe ser explicada an­ tes de que adquiera sentido, debe hallarse una solución al acerti­ jo que presenta, de modo que la a menudo laboriosa interpreta­ ción de las figuras alegóricas siempre nos hace pensar en la so­ lución de una adivinanza, aunque no se requiera más ingenuidad  que en la representación alegórica de la muerte por un esquele­ to. Desde Homero, la metáfora ha llevado el elemento de lo poé­ tico que transmite la cognición; su uso establece las correspon-  dances entre las cosas físicamente más remotas (como cuando  en la litada la lucha del temor y el dolor en los corazones de los  Acayas corresponde a la lucha combinada de los vientos del nor­ te y del oeste en las aguas oscuras <Jltada, IX, 1-8); o cuando el  acercamiento del ejército que avanza hacia la batalla, una b'nea  detrás de otra, corresponde a las olas del mar qué, empujadas  por el viento, nacen mar adentro, se acercan a la costa una tras  otra e irrumpen en la arena con gran estruendo (Jliada, IV, 422-  28). Las metáforas son los medios por los cuales se logra en for­ ma poética el carácter único del mundo. Lo que resulta tan difícilde comprender sobre Benjamín es que sin ser poeta pensaba  poéticamente y por lo tanto consideraba la metáfora como el don  más importante del lenguaje. La “transferencia” lingüística nos  permite dar forma material a lo invisible (“Una maravillosa forta­ leza en nuestro Dios”) y lo hace capaz de ser experimentado. No  tenía problemas en comprender la teoría de la superestructura  como la doctrina final del pensamiento metafórico (precisamen­ te porque relacionaba la superestructura con la denominada su­ bestructura “material”, que para él significaba la totalidad de los  datos experimentados sensualmente. Es evidente que lo fascina­ ba todo aquello que los otros calificaban como pensamiento “vul-  gar-marxista” o “no-dialéctico”.

Parece probable que a Benjamín, cuya existencia espiritual  había sido formada e informada por Goethe, un poeta y no un fi­

 

lósofo, y cuyo interés sólo lo inspiraban poetas y novelistas, a pe­ sar de haber estudiado filosofía, le haya resultado más fácil co­ municarse con poetas que con teóricos, ya fueran dialécticos o  metafisicos. Y no cabe duda de que su amistad con Brecht (úni­ ca en que aquf el poeta alemán con vida más importante conoció  al crítico más importante de la época, un hecho del que ambos  eran conscientes) fue el segundo golpe de buena suerte en la vi­ da de Benjamín. Pero no tardó en tener las consecuencias más  adversas; antagonizó a los pocos amigos que tenía, puso en peli­ gro su relación con el Instituto de Estudios Sociales, con cuyas  “sugestiones” debía ser “dócil” (Briefe 11, 683) y la única razón  por la que no le costó su amistad con Scholem fue la lealtad y ad­ mirable generosidad de Scholem con respecto a todo lo concer­ niente a su amigo. Tanto Adorno como Scholem culparon la “de­

sastrosa influencia”5 de Brecht (Scholem) por el obvio uso no-  dialéctico de las categorías marxistas de Benjamín y su ruptura  con la metafísica; y el problema era que Benjamín, por lo general  inclinado a compromisos en su mayoría innecesarios, sabía y  sostenía que su amistad con Brecht no sólo constituía un Umite  absoluto con la docilidad sino también con la diplomacia, pues  “el hecho de estar de acuerdo con la producción de Brecht es  uno de los puntos más importantes y estratégicos de toda mi  postura” (Briefe, II, 594). En Brecht, halló un poeta de raros po­ deres intelectuales y, casi tan importante para él en ese enton-

4 Ambos lo han reiterado recientemente: Scholem, en su Discurso en Me­ moria de Le

o Baeck en 1965, donde decía: “Me siento inclinado a considerar la  influencia de Brecht en los trabajos de Benjamín en la década de 1930 pernicio­ sa y, en algunos aspectos, desastrosa”, y Adorno en una declaración a su discí­ pulo Rolf Tiedemann según la cual Benjamín admitió a Adorno que había escri­ to ‘su ensayo sobre la Obra de Arte para sobrepasar a Brecht, a quien temía en  el radicalismo” (citado en Rolf Tiedemann: S tu d ie m u r PhUosophie W alter B en­ ja m ín , Frankfurt, 1965, pág. 89). Es poco probable que Benjamín haya expresa­ do temor de Brecht, y al parecer Adorno no sostiene que lo hubiese hecho. En  cuanto al resto de la declaración, lamentablemente, es muy probable que Benja­ mín la hiciera porque le temía a Adorno. Es cierto que Benjamín era muy tímido  en su trato con la gente que no conocía desde su juventud, pero sólo le temía a  las personas de las cuales dependía. Una dependencia así de Brecht sólo habría  sido posible si hubiera seguido la sugerencia de Brecht de abandonar París e ir  a vivir cerca de Brecht en la menos costosa Dinamarca. Sin embargo, Benjamin  tenía serias dudas sobre la ‘dependencia exclusiva de una persona” en un país  extraño y con una ‘lengua desconocida” (Briefe, II, 596, 599)

 

ces, alguien de izquierda que, a pesar de todas las habladurías  sobre la dialéctica, no era más pensador dialéctico que él, y cuya  inteligencia estaba muy cerca de la realidad. Con Breeht podía  practicar lo que él mismo denominaba “pensamiento crudo”  (idas plutnpe Denken): “Lo más importante es aprender a pensar  crudamente. El pensamiento crudo es el pensamiento de

 los  grandes”, dijo Breeht y Benjamín agregó: “Hay mucha gente pa­ ra quien la idea de un dialéctico es la de un amante de Tas sutili­ dades... Por el contrario, los pensamientos crudos deberían ser  parte del pensamiento dialéctico porque no son otra cosa que la  referencia de la teoría a la práctica... un pensamiento debe ser  crudo para entrar en su propia acción’ .6 Y bien, aquello que atra­ ía a Benjamín hacia el pensamiento crudo no era tal vez tanto la  referencia a la práctica sino a la realidad, y para él esta realidad  se manifestaba en forma más directa en los proverbios y modis­

mos del lenguaje cotidiano. “Los proverbios son una escuela del  pensamiento crudo”, escribe en el mismo contexto; y el arte de  tomar el lenguaje proverbial e idiomático en forma literal le per­ mitió (al igual que lo hizo con Kafka cuyas formas de expresión  son a menudo claramente discemibles como una fuente de ins­ piración y proporcionan la clave a más de un “acertijo”) escribir  una prosa de un encanto singular y de una encantadora cercanía  con la realidad.

Adondequiera que uno mire en la vida de Benjamín, encuen­ tra al pequeño jorobado. Mucho antes del comienzo del Tercer  Reich ya le estaba gastando sus malvadas bromas, haciendo que  los editores que habían prometido a Benjamín una renta anual  por leer manuscritos o editar un periódico fueran a la bancarrota  antes de que apareciera el primo- número. Más adelante, el joro­ bado permitió que una magnífica colección de cartas alemanas,  hechas con infinito cuidado y con los comentarios más maravi­ llosos, fuese publicada (bajo el título Deutsche Menschen y con el  lema: “Von Ehre ohne Ruhm/Von Grósse ohne Glanz/ Von Würde  ohne Sold” (De Honor sin Fama/ De Grandeza sin Esplendor/De Dignidad sin Paga); pero luego se ocupó de que terminara en*

* En la revisión de Dreigroschenroman. Compárese: Venuche über BreehtFrankfurt, 1966, pág. 90.

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el sótano del editor suizo en bancarrota en lugar de ser distribui­ do, tal como era la intendón de Benjamín, que firmó la selección  con un seudónimo, en la Alemania nazi.

Y la edición fue descubierta en este sótano en 1962, en el  mismo momento en que una nueva edición acababa de ser publi­ cada en Alemania. (También deberíamos culpar al jorobado de  que a menudo las cosas que iban a terminar bien se presentaban  con un feo aspecto. Este es el caso de la traducción de Anabase  de Alexis Saint-Léger Léger[St. John Prese]que Benjamin em­ prendió, considerando el trabajo de poca importancia [Briefe I,  381) porque, al igual que la traducción de Proust, había sido un  trabajo encargado por Hofmannsthal. La traducción no apareció  en Alemania hasta después de la guerra, sin embargo Benjamin  le debió a ella su contacto con Léger, quien al ser diplomático,  pudo intervenir y persuadir al gobierno francés para que evitara  a Benjamin una segunda internación en Francia durante la gue­ rra, un privilegio del que gozaban muy pocos refugiados). Y lue­

go, después del engaño venía el “montón de escombros", el últi­ mo de los cuales, antes de la catástrofe en la frontera española,  fue la amenaza que sentía, desde 1938, de que el Instituto de Es­ tudios Sociales en Nueva York, el “único apoyo material y moral”  de su existencia en París (Briefe II, 839), lo abandonara. “Las  mismas circunstancias que ponen en peligro mi situación euro­ pea harán que me resulte imposible emigrar a los Estados Uni­ dos", escribió en abril de 1939 (Briefe II, 810), aún bajo el impac­ to del “golpe” de la carta de Adorno donde rechazaba la primera  versión del estudio sobre Baudelaire en noviembre de 1938  (Briefe, II, 790).

Es probable que Scholem esté en lo cierto cuando afirma  que junto a

 Proust, Benjamin era quien sentía la más íntima afini­ dad personal con Kafka entre los autores contemporáneos, y sin  dudas Benjamin tenía “el campo de las ruinas y de la zona de de­ sastre” de su propio trabajo en mente cuando escribió que “el en­ tendimiento de lia producción [de Kafka] requiere, entre otras  cosas, el simple reconocimiento de que era un fracaso” (Briefe,  I I 614). Lo que Benjamin dijo sobre Kafka con tanta propiedad  también se aplica a él mismo: “Son varias las circunstancias de  este fracaso. Uno siente la tentación de decir: una vez que estaba  seguro del eventual fracaso, todo le salía bien, como en un sueño

 

(Briefe, II, 764). No necesitaba leer a Kafka para pensar como  Kafka. Cuando "The Stoker” era todo lo que habla lado de Kaf­ ka, ya había citado la declaración de Goethe sobre la esperanza  en su ensayo sobre las Afinidades electivas: "La esperanza pasó  sobre sus cabezas como una estrella que cae del cielo”; y la ora­ ción con la que termina este estudio parece haber sido escrita  por el mismo Kafka: "Sólo se nos ha dado la esperanza por el  bien de aquellos que no la tienen”. (Sckrifien, 1,140).

El 26 de setiembre de 1940, Walter Benjamin, que estaba a  punto de emigrar a los Estados Unidos, se quitó la vida en la  frontera franco-española. Hubo vanas razones para esto. La Ges­ tapo había confiscado su apartamento de París que contenía su  biblioteca (había logrado sacar la "mitad más importante” fuera  de Alemania) y varios de sus manuscritos y también tema ra­ zones para estar preocupado sobre los otros que, gracias a los  buenos oficios de George Bataille, habían sido ubicados en la B¡-  bliothéque National antes de su huida de París a Lourdens en la  Francia desocupada.7 ¿Cómo iba a vivir sin una biblioteca, cómo  iba a ganarse la vida sin la extensa colección de citas y fragmen­ tos que se encontraban entre sus manuscritos? Además, nada lo  atraía en Norteamérica donde la gente, tal como soba decir, no  hallaría para él otro uso que el de ser mostrado de un extremo alotro del país como el “último exponente europeo”. Pero la oca­ sión inmediata para el suicidio de Benjamin fue un inusual golpe  de mala suerte. A través del armisticio acordado entre Vichy  France y el Tercer Reich, los refugiados de la Alemania Nazi (fes  refugiés provenant d’AUemagne, tal como se los llamaba en Fran­ cia) corrían el peligro de ser devueltos a Alemania, sólo si eran  opositores políticos. Para salvar a esta categoría de refugiados (y  debe señalarse que esta nunca incluyó la masa apoh'tica de ju­ díos que luego resultó ser la que más peligro corría), Estados

7En la actualidad parece que se salvó casi todo. Los manuscritos escondi­ dos en

 París fueron enviados, según las instrucciones del propio Benjamin, a  TheodorW. Adorno; según Tiedemann (op.cit. pág. 212), ahora se encuentran en  la “colección privada'de Adomo en Frankfurt. Algunas reediciones y copias de  la mayoría de los textos también se encuentren en la colección personal de Gers-  hom Scholem en Jerusalem. El material confiscado por la Gestapo apareció en la  República Democrática Alemana. Véase: "Der Benjamin -Nachlas in PotsdanTde  Rosemarie Heise en altemative, octubre-diciembre, 1967.

 

Unidos había distribuido un número de visas de emergencia a  través

 de sus consulados en la Francia desocupada. Gracias a los  esfuerzos del Instituto de Nueva York, Benjamin estuvo entre  los primeros en recibir dicha visa en Marsella. Además, pronto  obtuvo una visa de tránsito por España que le permitía llegar a  Lisboa y abordar allí un barco. Sin

 embargo, no tenía una visa de  salida francesa que entonces se requería y el gobierno francés,  ansioso por complacer a la Gestapo, les negaba invariablemente  a los refugiados alemanes. Por lo general esto no presentaba ma­ yor dificultad ya que se debía cubrir un camino relativamente  corto y fácil a pie por las montañas hasta Port Bou, lugar muy co­

nocido y que no era vigilado por la policía de frontera francesa.  Sin embargo, para Benjamin, que sufría del corazón (Briefe, II,  841), hasta la menor caminata representaba un gran esfuerzo y  hubiese llegado en estado de cansancio extremo. El pequeño  grupo de refugiados al cual se había unido llegó a la ciudad fron­ teriza con España para enterarse de que España había cerrado la  frontera ese mismo día y que los oficiales de frontera no recono­ cían las visas otorgadas en Marsella. Los refugiados debían re­ gresar a Francia por el mismo camino al día siguiente. Durante  la noche, Benjamin se quitó la vida, y como este suicidio causó  gran impresión en los guardias fronterizos, permitieron a los de­ más refugiados cruzar a Portugal. Pocas semanas después vol­ vió a levantarse el embargo de las visas. Un día antes y Benjamin  hubiese pasado sin ningún problema; un día después la gente de  Marsella habría sabido que en ese momento era imposible pasar  a través de España. Sólo en ese día en particular era posible la ca­ tástrofe.

 

II. Los tiempos de oscuridad

“Cualquiera que no pueda arreglárselas con la vida mien­ tras está vivo necesita una mano para apartar la deses­ peración sobre su destino... pero con la otra mano pue­ de apuntar aquello que ve entre las ruinas, pues ve más  y diferentes cosas que los demás; después de todo, está  muerto durante su propia vida y es el real sobrevivien­ te."

FRANZ KAFKA, Diaries  19 de octubre de 1921.

Al igual que alguien que se mantiene encima de una  nave trepándose a lo alto de un mástil que se está de­ rrumbando. Pero desde allí, tiene la oportunidad de dar  una señal para su rescate.

WALTER BENJAMIN  en una carta a Gerhard Scholem  del 17 de abril, 1931.

A menudo, una era marca con su sello a aquellos que menos  se vieron influenciados por ella, aquellos que más remotos estu­ vieron y que por lo tanto, más sufrieron. Ese fue el caso de  Proust, de Kafka, de Karl Kraus y de Benjamín. Sus gestos y la  forma de colocar la cabeza cuando escuchaba y hablaba; la for­ ma en que se movía; sus modales, pero en particular su forma de  hablar, desde la elección de las palabras hasta la forma de su sin­ taxis; por último, sus gustos ¡diosincráticos: todo esto parecía  tan anticuado, como si se hubiese escapado del siglo XIX y entra­ do en el XX como quien es arrastrado hasta la costa de una isladesconocida. ¿Alguna vez se sintió cómodo en la Alemania del si­ glo XX? Hay razones para dudarlo. En 1913, cuando visitó Fran­ cia por primera vez siendo muy joven, las calles de París le eran  “casi más familiares” (Briefe 1,56), después de unos días, que las  familiares calles de Berlín. Pudo haber sentido incluso entonces,y por cierto que lo sintió veinte años después, que el viaje desde  Berlín a París era más un viaje en el tiempo: no de un país a otro  sino del siglo XX al siglo XIX. Allí estaba la nation par excellence

 

cuya cultura había determinado la Europa del siglo XIX, y por la  cual Haussmann había vuelto a construir París, “la capital del si­ glo XIX”, tal como la

 llamaba Benjamín, liste París todavía no era  cosmopolita peroprofundamente europeo y por lo tanto se ha­ bía ofrecido a todas las personas sin hogar como un segundo ho­ gar desde mediados del siglo pasado. Ni la marcada xenofobia  de sus habitantes ni el sofisticado hostigamiento de la policía lo­ cal pudieron cambiar esto. Mucho antes de emigrar, Benjamin  supo lo “excepcional que éra establecer el tipo de contacto con  un francés que le permitiera prolongar una conversación más  allá del primer cuarto de hora” (Briefe I, 445). Más adelante,  cuando vivía en París como refugiado, su nobleza innata le impi­ dió desarrollar sus leves amistades (entre las que estaba Gide)  en conexiones y hacer nuevos contactos. (Hace poco nos entera­ mos de que Werner Kraft lo llevó a ver a Charles du Bos, que era  una especie de figura central para los emigrantes alemanes por  su “entusiasmo por la literatura alemana”. Werner Kraft tenía las  mejores conexiones. ¡Qué ironía! 8) En su sorprendentemente  sensata revisión de los trabajos y las cartas de Benjamin así co­ mo también de la literatura secundaria, Pierre Missac ha señala­

do lo mucho que debió de haber sufrido Benjamin porque no tu­ vo en Francia la “recepción” que debía.9

No importa lo irritante u ofensivo que haya sido todo esto, la  ciudad lo

 compensaba todo. Sus bulevares, tal como lo descu­ brió Benjamin en 1913, están formados por casas que “no pa­ recen hechas para ser habitadas sino que parecen paneles de  piedra para que la gente camine entre ellos” (Briefe, 1, 56). Esta  ciudad, alrededor de la cual todavía se puede viajar en círculo a  través de las viejas entradas, ha permanecido tal como eran las  ciudades del Medioevo, rodeadas por murallas y protegidas del  exterior: París era una ciudad interior pero sin la estrechez de  las calles medievales, con un espacio abierto intérieur con el ar­ co del cielo como un techo majestuoso. “Lo más fino que hay  aquí sobre el arte y toda actividad es que le dejan los pocos rema-

' Compárese con: “Walter Benjamin hinter seinen Breiefen”, M erku r, mar­ zo de 1967.

5 Compárese: Pierre Missac: “L’Eclat et le sccrct Walter Benjamin”, C ri­ tique, Nos. 231-32,1966.

 

nenies del original y lo natural, su esplendor” (Briefe 1,421). De

  hecho, los ayudan a adquirir nuevo brillo. Las fachadas unifor­ mes alineadas por las aceras como paredes interiores es lo que  nos hace sentir físicamente protegidos más en esta ciudad que  en ninguna otra. Las arcadas que conectan los grandes buleva­ res y ofrecen protección de las inclemencias del tiempo ejercie­ ron una fascinación muy profunda sobre Benjamín”, tal como se  refirió a su mayor trabajo sobre el siglo XIX y

 su capital simple­ mente como “las Arcadas" (Passagenarbeit); y estos pasajes son  como un símbolo de París, porque están dentro y fuera al mismo  tiempo y así representan su verdadera naturaleza en su quintae­ sencia. En París un extranjero se siente como en casa porque  puede vivir en la ciudad de la misma manera que lo hace dentro  de sus cuatro paredes. Y así como se vive en un apartamento y se  lo vuelve cómodo al vivir en él en lugar de usarlo sólo para dor­ mir, comer y trabajar, se puede vivir en la ciudad paseando por  sus calles sin rumbo alguno, con la estadía asegurada por los in­ numerables cafés de que se cubren las calles y frente a los cua­ les desfila la vida de ciudad y se mueve el flujo de peatones. Has­ ta hoy, París es. la única de las ciudades importantes que puede  cubrirse cómodamente a pie, y más que ninguna otra ciudad de­ pende de la gente que inunda sus calles para su vivacidad; el  moderno tránsito automovilístico pone en peligro su propia exis­ tencia y no sólo por razones técnicas. El erial de un suburbionorteamericano, o los distritos residenciales de varias ciudades,  don

de toda la vida de la calle se desarrolla en la calzada y donde  se puede caminar por las aceras, ahora reducidas a meros sen­ deros, durante kilómetros sin encontrar a otro ser humano, es lo  opuesto de París. Lo que todas las demás ciudades parecen per­ mitir de mala gana a la escoria de la sociedad (pasear sin rumbo,  la flánerie), las calles de París invitan a hacerlo. Así, desde el Se­ gundo Imperio la ciudad ha sido el Paraíso de todos aquellos que  necesitan vivir sin prisa, no perseguir ninguna carrera ni alcan­ zar ningún objetivo: el paraíso de los bohemios y no sólo de artis­ tas y escritores sino también de todos aquellos que se han reuni­ do alrededor de ellos porque no podían integrarse ya sea políti­ camente (al no poseer hogar o estado) o socialmente.

Sin considerar este aspecto de la ciudad que se convirtió en  una experiencia decisiva para el joven Benjamín es difícil com-

 

prender por qué el fláneur se convirtió en la figura principal de  sus trabajos. Hasta qué punto este vagabundeo determinó el rit­ mo de su pensamiento se vio revelado más claramente en las pe­ culiaridades de su modo

 de: andar, que Max Rychner describió  como “que avanza y se detiene al mismo tiempo, en una extraña  combinación.”10 Era el andar de un fláneur, y era tan llamativo  porque, al igual que el dandy o el snob, el fláneur tuvo su hogar  en el siglo XIX, una época de seguridad donde los hijos de las fa­ milias de clase media alta tenían asegurado un ingreso sin tener  que trabajar, de modo que no tenían razón alguna para apresu­ rarse. Y así como la ciudad le enseñó a Benjamín la flánerie, el  secreto estilo del andar y el |x*nsar del siglo XIX, también desper­ tó en él un sentimiento natural por la literatura francesa, y esto lo  alejó irrevocablemente de la vida intekvtual alemana. “En Ale­ mania me siento bastante aislado en mis esfuerzos e intereses  entre los de mi generación, mientras que en Francia hay ciertasfuerzas (los escritores Giraudoux y en particular Aragón; el mo­ vimiento surrealista) donde veo funcionar aquello que también  me ocurre a mí”, esto le escribió a Hofmannsthal en 1927 (Briefe,  1,446), cuando, de regreso de un viaje a Moscú y convencido de  que los proyectos literarios bajo la bandera comunista eran  irrealizables, comenzaba a consolidar su “posición en París”  (Briefe, 1,444-5). (Ocho años antes, había mencionado la “increí­ ble sensación de parentesco” que Péguy había inspirado en él:  “Ningún trabajo escrito me ha llegado tanto y me ha dado este  sentido"de comunión” [Briefe, 1,217] Y bien, no logró consolidar  nada, y el éxito habría sido difícil de obtener. Sólo en el París de  posguerra pudieron los extranjeros (y tal vez, así es como se de­ nomina en París, incluso en la actualidad, a todo aquel que no na­ ció en Francia) ocupar “posiciones”. Por otra parte, Benjamín se  vio forzado a una posición que en realidad no existía en ninguna  otra parte, la cual, de hecho, no pudo ser identificada y diagnos­ ticada como tal sino hasta mucho después. Era la posición en “lo  alto del mástil” desde donde podía observarse mejor los tiempos  tormentosos que desde un puerto seguro, a pesar de que las se-

10 Max Rychner, el recientemente fallecido compilador de la Neue Sehwei-  zer Rundschau fue una de las figuras más cultivadas y refinadas de la vida intelec­

tual de la época. Al igual que Adorno, Emst Bloch y Scholem, publicó su “Erin-  nerungen an Walter Benjamín" en DerMonat, setiembre de 1960.

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ñales de “naufragio”, de este hombre que no había aprendido a  nadar a favor o contra la corriente, no se distinguían muy bien:  ya sea por aquellos que nunca se habían expuesto a estos mares  o por aquellos que eran capaces de moverse incluso en este ele­ mento.

Visto desde afuera, era la posición del escritor independien­ te que vive de su pluma: sin embargo, tal como al parecer sólo  Max Rychner fue capaz de observar, lo hacía en “forma peculiar”  pues “sus publicaciones no eran muy frecuentes” y “nunca fue  demasiado claro...hasta qué punto podía recurrir a otros recur­ sos.”" Las sospechas de Rychner estaban totalmente justifica­ das. No sólo había “otros recursos” a su disposición antes de la  emigración, sino que detrás de la fachada de escritor indepen­ diente llevaba una vida bastante libre, aunque siempre en peli­ gro, del homme de lettres cuyo hogar era una biblioteca que ha­ bía sido reunida con extremo cuidado, pero que de ninguna ma­ nera funcionaba como herramienta de trabajo; consistía en teso­ ros cuyo valor, como a menudo solía repetir Benjamín, quedaba  probado por el hecho de que no había leído los libros; una biblio­ teca garantizada a no ser útil ni a estar al servicio de una profe­ sión cualquiera. Dicha existencia era algo desconocido en Ale­ mania, e igualmente desconocida era la ocupación que Benjamin  derivaba de ella, para poder subsistir: no era la ocupación del  historiador y erudito literario con el número requerido de grue­ sos volúmenes sino la de crítico y ensayista que considerabahasta el ensayo como demasiado extenso y habría preferido el  aforismo si no le hubiesen pagado por línea. Por cierto que no  era consciente del hecho de que sus ambiciones profesionales  apuntaban a algo que de hecho no existía en Alemania donde, a  pesar de Lichtenberg, Lessing, Schlegel, Heine y Nietzsche,  nunca se habían apreciado los aforismos y la gente consideraba, la crítica como algo subversivo que podría llegar a disfrutarse só­ lo en la sección cultural del diario. No fue por accidente que Ben­ jamin eligió el francés para expresar su ambición: “Le but que je  m’avais proposé...c’est d’étre consideré comme le Premier critique  de la littérature allemande. La difficulté c’est que, depuis plus de  cinquante ons, la critique litteraire en Allemagne n’estplus consi- 11

11 Ibídem

 

derée commo un gente sérieux. Se faite une situation dans la criti­ que, cela... veut dire: la recréer comme gente.” (Mi objet¡vo...es  ser considerado como el primer crítico de literatura alemana. El  problema es que por más de cincuenta años la crítica literaria no  ha sido considerada un género serio en Alemania. Crear un  lugar en la crítica para uno mismo significa recrearla como gé­ nero”) (Briefe, II, 505).

No cabe ninguna duda de que Benjamin debía esta elección  de su profesión a las tempranas influencias francesas, a la proxi­ midad del gran vecino al otro lado del Rin que le inspiraba una  íntima sensación de afinidad. Sin embargo, es mucho más sinto­ mático que hasta esta selección de la profesión íue en realidad  motivada por los tiempos difíciles y las aflicciones financieras. Si  uno quiere expresar la “profesión” para la cual se había prepara­ do en forma espontánea, aunque ta * vez no buscado así, en las ca­ tegorías sociales, hay que remonta ' se a la Alemania wilhelminia-  na donde creció y donde tomaron forma sus primeros planos pa­ ra el futuro. Entonces podría decir « que Benjamin no se prepa­ ró para otra cosa que la “profesión” de coleccionista privado y  erudito independiente, lo que entonces se denominaba Privatge-  lehrter. Bajo las circunstancias de ía época de sus estudios, que  había comenzando antes de la Primera Guerra Mundial, podía  haber terminado sólo con una carrera universitaria, pero los ju­ díos no bautizados no podían acceder a una carrera, tanto uni­ versitaria como en la administración pública. A dichos judíos se  les permitía la Habilitation y como máximo podían alcanzar el  rango de un Extraordinarius sin salario; era una carrera que pre­ suponía en lugar de proporcionar un ingreso asegurado. El doc­ torado que Benjamin decidió seguir sólo por “consideración a  mi familia” (Briefe, 1,216) y su posterior intento en la Habilita­ tion tuvieron la intención de servir de base para que su familia  pusiera dicho ingreso a su disposición.

Esta situación cambió en forma abrupta después de la gue­ rra: la inflación había empobrecido, e incluso desposeído, a gran  número de burgueses y en la República de Weimar la carrera  universitaria quedó abierta incluso para los judíos sin bautizar.  La desafortunada historia de la Habilitation demuestra clara­ mente cómo el pequeño Benjamin tenía en cuenta estas circuns­ tancias alteradas y cómo siguió dominado por las ideas de pre­

 

guerra en todos los asuntos financieros. Pues el comienzo de su Habilitation sólo había sido con la intención de llamar “al orden”  a su padre proporcionando “evidencia de reconocimiento públi­ co” (Briefe, 1,293) y para hacer que le otorgara a su hijo, que por  entonces terna unos treinta años, un ingreso adecuado y, podría  agregarse, de acuerdo con su posición social. En ningún mo­ mento, ni siquiera cuando se acercó a los comunistas, dudó d

e  que a pesar de los conflictos con sus padres terna derecho a di­ cha subvención y que el hecho de que le exigieran que “trabaja­ ra para ganarse la vida” era “incalificable” (Briefe, 1,292). Cuan­ do más tarde su padre le dijo que no aumentaría él estipendio  que de todas formas le pasaba mensualmente, aunque su hijo lo­ grara la Habilitation, esto acabó con toda la base del emprendi­ miento de Benjamin. Hasta la muerte de sus padres en 1930,  Benjamin pudo resolver el problema de su subsistencia mudán­ dose a la casa paterna, viviendo allí primero con su familia (tenía  esposa y un hijo) y luego de su separación (que sucedió pronto),  solo. (No se divorció hasta 1930). Es obvio que esta situación lo  hizo sufrir mucho, pero también es evidente que Benjamin tam­ poco consideró nunca otra solución. También es sorprendente  que a pesar de sus constantes problemas financieros logró ir au­ mentando su biblioteca a través de los años. Su único intento por  negarse esta cara pasión (visitaba las grandes casas de remate al  igual que otros frecuentan los casinos de juego) y su determina­ ción de llegar a vender algo “en caso de una emergencia” termi­ nó con que se sintiera obligado a “acallar el dolor de este estado  de alerta” (Briefe, I, 340) realizando nuevas adquisiciones; y elúnico intento comprobable de terminar con la dependencia eco­ nómica de su familia terminó con la propuesta de que su padre le  diera en forma inmediata “los fondos que le permitieran com­ prar una parte de una librería de libros usados” (Briefe, 1,292).  Este es el único empleo redituable que Benjamín consideró en  toda su vida. Y por supuesto, todo terminó en la nada.

En vista de las realidades de la Alemania de la década de  1920 y de la certeza de Benjamin de que jamás se ganaría la vida  con la pluma (“hay lugares donde puedo ganar un mínimo y lu­ gares donde puedo vivir con un mínimo, pero no un lugar donde  pueda hacer ambas cosas” (Briefe, II, 563), toda su actitud puede  parecemos totalmente irresponsable. Sin embargo, nada tenía

 

que ver con la irresponsabilidad. Es razonable pensar que es tan  difícil para los ricos que se han vuelto pobres creer en su pobre­ za como para los pobres que se han vuelto ricos creer en su ri­ queza; los primeros parecen llevados por un atolondramiento  del cual son totalmente inconscientes y los segundos parecen  poseídos por una miseria que en realidad es el viejo temor arrai­ gado de lo que puede acarrear el día siguiente.

Además, Benjamin no era un caso aislado con respecto a su  actitud con los problemas financieros. Esta era típica de toda una  generación de intelectuales judío-alemanes, a pesar de que es  probable que ningún otro haya tenido tanta mala suerte como él.  Su base era la mentalidad de los padres, hombres de negocio de  éxito que no tenían una opinión muy alta de sus propios logros y  cuyo sueño era que sus hijos estuvieran destinados a cosas me­ jores. Era la versión secularizada de la antigua creencia judía de  que aquellos que aprenden” (la Torah o el Talmud, es decir, la  ley divina) conformaban la verdadera elite y no debían ocuparse  de algo tan vulgar como el hacer dinero o trabajar para obtener­ lo. Esto no significa que en esta generación no hayan existido  conflictos entre padres e hijos; por el contrario, la literatura de la  época está llena de ellos, y si Freud hubiese vivido y llevado a ca­ bo sus investigaciones en un país y en un lenguaje diferentes  que el medio judío-alemán, jamás habríamos oído hablar del  complejo de Edipo.12 Pero como regla general, estos conflictos  se solucionaban cuando los hijos afirmaban ser genios o, como  en el caso de varios comunistas de hogares pudientes, ser devo­ tos al bienestar de la humanidad (en todo caso, aspirar a cosas  más elevadas que el hecho de hacer dinero) y los padres acepta­ ban de buen grado esta excusa como válida para que no se gana­ ran la vida. Allí donde no se hacían o reconocían estos reclamos  ocurría la catástrofe. Benjamin fue uno de estos casos; su padre  nunca reconoció sus reclamos y sus relaciones eran pésimas.

Otro de estos casos fue el de Kafka, quien — tal vez porque era realmente una especie de genio— no terna la manía de genio de  su medio, nunca reclamó ser un genio— y aseguraba su inde­ pendencia financiera con un trabajo ordinario en la oficina de  compensación de los trabajadores de Praga: (Las relaciones con  su padre también eran malas, pero por razones diferentes). Y sin  embargo, en cuanto Kafka tomó esta posición comenzó a ver en  ella “un comienzo para suicidios”, como si estuviese obedecien­ do una orden que dice: “Debes ganarte tu propia tumba.”13

I)c todas maneras, para Benjamín, el estipendio mensual si­ guió siendo la única forma de ingreso posible y para poder reci­ bir uno después de la muerte de sus padres estaba dispuesto, o  creía estarlo, a hacer muchas cosas: estudiar hebreo por 300  marcos al mes si los sionistas creían que serviría para algo o pen­ sar en forma dialéctica, con todos los accesorios que implicara,  por mil francos franceses si no había otra manera de tratar con  los marxistas. El hecho de que a pesar de estar deprimido y sin  nada nunca hizo ninguna de estas cosas es admirable, así como  la paciencia infinita con la que Scholem, quien había trabajado  muy duro para conseguirle a Benjamín un estipendio para estu­ diar hebreo de una universidad en Jerusalem, se permitió ser  postergado durante años. Nadie estaba preparado a sostenerlo  en la única “posición” para la que había nacido, la de homme de  lettres, una posición de la que ni los sionistas ni los marxistas  eran o pudieron haber sido conscientes.

Hoy, un homme de lettres nos parece una figura marginal e  inocua, como si en realidad pudiera ser comparado con la figura  del Privatgelehrter que siempre tuvo un toque de comicidad.  Benjamín, que se sentía tan cerca de los franceses que su lengua  se convirtió en “una especie de coartada” (Brie/e, II, 505) para él,  para su existencia, conocía quizá el origen del homme de lettres  en la Francia pre-revolucionaria y también su extraordinaria ca­ rrera en la Revolución Francesa. En contraste con los últimos es­ critores y literatos, los “écrivains et littérateurs" como hasta el  mismo Larousse define los hommes de lettres, estos hombres, co­ mo si vivieran en el mundo de la palabra escrita e impresa esta­ ban rodeados de libros y no se sentían obligados ni tenían de-11

11 [bídem, 55


 

seos de escribir y leer en forma profesional como para ganarse  la vida. A diferencia de la clase de intelectuales, que ofrecen sus  servicios ya sea al estado como expertos, especialistas y funcio­ narios o a la sociedad por diversión e instrucción, los hommes de  lettres siempre lucharon por mantenerse apartados del estado y  de la sociedad. Su existencia material se basaba en un ingreso  sin trabajo, y su actitud intelectual, en su rechazo total a ser inte­ grados tanto política como socialmente. Sobre la base de esta  independencia dual |>odían adoptar esa actitud de desprecio su­ perior que dio origen a las despreciativas percepciones de La Ro-  chefoucauld sobre la conducta humana, la mundana sabiduría  de Montaigne, la mordacidad aforística del pensamiento de Pas­ cal y la audacia y liberalidad de las reflexiones políticas de Mon-  tesquieu. No me corresponde discutir aquí las circunstancias  que terminaron por convertir a los hommes de lettres en los revo­ lucionarios del siglo XVIIl ni la forma en la que sus sucesores en  los siglos XIX y XX se dividieron por un lado en la clase de los “re­ finados” y, por otro, de los revolucionarios profesionales. Hago  mención dé estos antecedentes históricos sólo porque en Benja­ mín, el elemento de la cultura se combinó de manera muy singu­ lar con el elemento de lo revolucionario y lo rebelde. Fue como  si poco antes de su desaparición la figura del homme de lettres es­ taba destinada a mostrarse en todas sus posibilidades, a pesar de  que (o tal vez, debido a que) había perdido su base material en  forma tan catastrófica, de modo que la pasión puramente intelec­ tual que hace a esta figura tan adorable podría desplegarse en  sus posibilidades más impresionantes y reveladoras.

Por cierto que no eran pocas las razones como para rebelar­ se contra sus orígenes, el medio de la sociedad germano-judía  en la Alemania imperial donde creció Benjamín; tampoco falta­ ban justificaciones para adoptar una posición en contra de la Re­ pública de Weimar, donde se negó a adoptar una profesión. En A  Berlín Childhood

 around 1900 Benjamín describe su casa como  “un mausoleo prometido desde hace mucho para mí” (Schriften,  I, 643). Su padre era anticuario y comerciante de arte; la familia  era rica y asimilada; uno de sus abuelos era ortodoxo y el otro  pertenecía a la congregación de la Reforma. “En mi niñez era pri­ sionero del nuevo y viejo Occidente. En aquellos días mi clan vi­ vía en estos dos distritos con una actitud que era mezcla de obs-

 

tinación y de confianza en sí mismos, convirtiéndolos en un gue­ to que consideraban como su feudo” (Schriften 1,643). La obsti­ nación era con respecto al hecho de ser judíos; sólo la obstina­ ción los hacía aferrarse a ello. La confianza en sí mismos se inspi­ raba en su posición en el medio no-judío donde habían logrado  asentarse. La cantidad se mostraba los días que había invitados.En dichas ocasiones, se abría el aparador, que parecía ser el cen­ tro de

 la casa y por lo tanto “con buena razón se parecía a las  montañas templos” y era entonces posible “hacer alarde de los  tesoros tales corno les gusta estar rodeados a los ídolos”. Enton­ ces aparecían “todas las piezas de plata de la casa”, y cuando ob­ servaba las largas, interminables hileras de cucharas de café o  cuchillos, cuchillos para fruta o tenedores para ostras, la alegría  de esta profusión luchaba con el temor de que aquellos a quienes  se esperaba en la casa parecieran iguales, tal como lo hacía nues­ tra platería” (,Schriften 1,632). Incluso el niño se daba cuenta de  que algo estaba mal, y no sólo porque había gente pobre [“Los  pobres, para los niños ricos de mi edad, sólo existían como men­ digos; y fue un gran adelanto en mi comprensión cuando por pri­ mera vez sufrí la pobreza en la ignominia de un trabajo pobre­ mente remunerado” (Schriften 1,632)], sino porque la “obstina­ ción” dentro y la “confianza en sí mismos” fuera, producían una  atmósfera de inseguridad y confianza en sí mismos que no era  en absoluto apropiada para la crianza de niños. Esto no sólo fue  una realidad de Benjamín, de Berlín Occidental14 o de Alemania.  Con qué pasión Kafka trató de convencer a su hermana de que  colocara a su hijo de diez años en una escuela pupilo, como parasalvarlo de la “mentalidad especial particularmente virulenta en­ tre los judíos de Praga y que no puede ser mantenida a distancia  de los niños... esta mentalidad sucia, mezquina y artificiosa.”15El problema de entonces era el mismo que desde la década  de 1870 o de 1880 había sido denominado la cuestión judía y só­ lo existía en esa forma en la Europa Central de habla alemana de  esas décadas. En la actualidad, la cuestión ha sido barrida por la  catástrofe del pueblo judío europeo y se ha olvidado con justicia,  a pesar de que en ocasiones se la puede encontrar en el lenguaje

 

de la antigua generación de sionistas alemanes cuyos hábitos de  pensamiento derivan de las primeras décadas de este siglo. Ade­ más nunca fue otra cosa que la preocupación por la intelectuali­ dad judía y carecía de im|)ortancia para la mayoría de los judíos  de Europa Central. Para los intelectuales, sin embargo, tenía  mucha importancia por su propia naturaleza judía, que casi no ju­ gaba ningún papel en su familia espiritual, terminaba su vida so­ cial a un grado extraordinario y por lo tanto se presentaba ante  ellos como una cuestión moral de primer orden. En esta forma  moral, la cuestión judía marcó, según palabras del propio Kafka:  “la terrible condición interior de estas generaciones.”16 No im­ porta lo insignificante que pueda parecemos a nosotros este pro­ blema frente a lo que sucedió después; no podemos pasarlo por  alto aquí, así como tampoco podemos comprender a Benjamin,  Kafka, Karl Kraus sin él. Por cuestiones de simplicidad plantea­ ré aquí el problema exactamente como fue planteado y discutido  interminablemente entonces, a saber, en un artículo llamado  “Mt. Parnaso Judío-alemán” (“Deusch-jüdischer Parnass”) que  creó un gran revuelo cuando Moritz Goldstein lo publicó en  1912 en el distinguido diario Der Kunstwart.

Según Goldstein, el problema tal como lo vivía la intelectua­ lidad

 judía tenía un doble aspecto, el medio no-judío y la socie­ dad judía asimilada, y desde su punto de vista, el problema era  insoluble. Con respecto al medio no-judío, “Nosotros los judíos  administramos la propiedad intelectual de un pueblo que nos  niega el derecho y la capacidad de hacerlo.” Y además: “Es fácil  demostrar lo absurdo de los argumentos de nuestros adversa­ rios y probar que su enemistad carece de fundamento. ¿Qué se  ganaría con esto? Que su odio sea genuino. Cuando se hayan  rebatido todas las calumnias, rectificado todas las distorsiones,  rechazado todos los juicios falsos sobre nosotros, quedará la  antipatía como algo innegable. Cualquiera que no se dé cuenta  de esto no puede ser ayudado.” La imposibilidad de darse cuen­ ta de esto era considerado insoportable sobre la sociedad judía,  cuyos representantes deseaban, por un lado, seguir siendo judí­ os y, por otro, no deseaban reconocer su judaismo: “Les inculca­ remos abiertamente el problema que están eludiendo. Los forza-


 

remos a aceptar su judaismo o a hacerse bautizar”. Pero aun si  esto tenía éxito, aun si la mendacidad de este medio podía ser  expuesta y rehuida... ¿Qué se lograría con ello? Un “salto hacia la  literatura hebrea moderna” era imposible para la generación del  momento. Por lo tanto, “nuestra relación con Alemania es de  amor no correspondido. Seamos por fin lo suficientemente hom­ bres como para arrancar de nuestros corazones a los seres ama­ dos... He especificado lo que debemos hacer; también he especifi­ cado por qué no podemos hacerlo. Mi intención era señalar el  problema. No es mi culpa no conocer la solución”. (Herr Golds-  tein resolvió el problema seis años después cuando se convirtió  en el compilador cultural del Vossische Zeitung. ¿Y qué otra cosa  podía haber hecho?)

Uno podía librarse de Moritz Goldstein diciendo que sim­ plemente éste reproducía lo que Benjamín en otro contexto de­ nominaba “la mayor parte de la ideología vulgar antisemita así  como también zionista” (Briefe 1,152-3), si no se encontraba en  Kafka, a un nivel mucho más serio, una formulación similar del  problema y la misma confesión de su insolubilidad. En una carta  a Max Brod sobre los escritores judío-alemanes dijo que la cues­ tión judía o “la desesperación sobre ésta era su inspiración, una  inspiración tan respetable como cualquier otra pero, vista más  de cerca, cargada con angustiantes peculiaridades. Aquello don­ de descargaban su desesperación no podía ser literatura alema­

na, aunque lo pareciera superficialmente”, porque el problema  no era un problema alemán. De modo que vivían entre “tres im-  posibilidades.Ja imposibilidad de no escribir”, pues sólo podían  librarse de su inspiración al escribir; “la imposibilidad de escri­ bir en alemán”, Kafka consideraba su uso de la lengua alemana  como la “usurpación abierta o encubierta de una propiedad ex­ traña, que no ha sido adquirida sino robada, rápidamente (relati­ vamente) adoptada, y que sigue siendo la posesión de otro aun si  no puede señalarse ni un solo error lingüístico; y por último, “la  imposibilidad de escribir en forma diferente”, dado que no había  ninguna otra lengua disponible. “Hasta podría agregarse una  cuarta imposibilidad”, sostiene la conclusión de Kafka, “la impo­ sibilidad de escribir, pues esta desesperación no podía mitigarse  a través de la escritura”, tal como lo hacen habitualmente los  poetas, para quienes un dios ha declarado qué sufren y qué so-

 

portan los hombres. Más bien aquí, la desesperación se ha con­ vertido en “un enemigo de la vida y de la escritura; escribir aquí  no era más que una moratoria, (al como lo es para alguien que  escribe su última voluntad y testamento antes de ahorcarse.”17

Nada podía ser más fácil que demostrar que Kafka estaba  equivocado y que su propia obra, que utiliza la prosa alemana  más pura del siglo, es la mejor refutación de sus puntos de vista.  Pero dicha demostración, además de ser de mal gusto, es tanto  más superflua en cuanto el mismo Kafka era muy consciente de  ella (“Si escribo una oración de manera indiscriminada”, anotó  una vez en su Diario, ya es perfecta”18), así como era el único en  saber que “Mauscheln” (hablando en un alemán yiddishizado) a  pesar de ser despreciado por todos los de habla alemana, judíos  o no, tenía un lugar legítimo en la lengua alemana, al no ser otra  cosa que uno de los numerosos dialectos alemanes. Y como pen­ saba y con certeza que “dentro de la lengua alemana, sólo están  vivos los dialectos y, además de ellos, el alemán más personal”,  no era menos legítimo cambiar del Mauscheln o del yiddish al  idioma alemán oficial y literario que lo era cambiar del bajo ale­

mán a un dialecto. Si se leen los comentarios de Kafka sobre los  grupos de actores judíos que tanto lo fascinaban, es evidente  que aquello que lo atraía era más la vivacidad del lenguaje y los  gestos que los elementos específicamente judíos.

En la actualidad, nos resulta difícil comprender estos pro­ blemas o tomarlos demasiado en serio, en particular cuando es  tan tentador malinterpretarlos y desecharlos como una mera re­ acción al medio antisemítico y por lo tanto como una expresión  de odio a sí mismos. Pero nada seria más erróneo cuando sé tra­ ta de hombres de la talla humana y el rango intelectual de Kafka,  Kraus y Benjamín. Lo que confería a sus críticas su amarga agu­ deza nunca era el antisemitismo como tal, sino la reacción que  provocaba en la clase media judía, con la cual no se identificaban  los intelectuales. Aquí tampoco era cuestión de la actitud a me­ nudo apologética del judaismo oficial, con el cual los intelectua­ les casi no teman contacto alguno, sino de la negativa de la exis­ tencia misma del antisemitismo, del aislamiento de la realidad

17 fbídem, págs. 336-38.

" Franz Kafka, Tagebücher, 42.

 

representada con todos los artificios de la autodecepción de la  burguesía judia, un aislamiento que para Kafka, y no sólo para él,  incluía la separación a menudo hostil del pueblo judío, el deno­ minado Ostjuden (judíos de Europa Oriental) a quienes se los  acusaba de antisemitismo. El factor decisivo en todo esto fue la  pérdida de la realidad, ayudada por la riqueza de estas clases.  Kafka escribió: “Entre los pobres, el mundo, el alboroto del tra­ bajo, entra irresistiblemente en las chozas...y no deja que se ge­ nere el aire contaminado, trillado y consumidor de niños de un  cuarto familiar agradablemente amueblado.”19 Lucharon contra  la sociedad judía porque no les permitía vivir en el mundo tal co­ mo era, sin ilusiones; así, por ejemplo, estar preparados para el  asesinato de Walther Rathenau (en 1922): Para Kafka era “in­ comprensible que lo hubiesen dejado vivir tanto.”20 Lo que por  fin determinó la agudeza del problema fue el hecho de que no se  manifestó solamente, o incluso principalmente, como una ruptu­

ra entre la generación de la cual uno podía haber escapado aban­ donando el hogar y la familia. Para muy pocos escritores judío-  alemanes el problema se presentó en esta forma y estos pocos  esta

ban rodeados por todos los demás que ya han sido olvidados  pero de quienes se distinguen con claridad en la actualidad  cuando la posteridad ha resuelto la pregunta de quién es quién.  (Benjamin escribió: “Su función política no es establecer parti­ dos sino camarillas, su función literaria no es producir escuelas  sino modas y su función económica no es poner productores en  el mundo sino agentes. Agentes que saben cómo gastar su po­ breza como si fueran riquezas y que se divierten a lo grande con  su vacuidad, Uno no podría establecerse con mayor comodidaden una situación incómoda”21 Kafka, quien ejemplificó esta situa­ ción en la carta antes mencionada con las “imposibilidades lin­ güísticas”, agregando que también “podían ser llamadas de for­ ma diferente”, apunta a una “clase media lingüística”entre el dia­ lecto del proletariado y la prosa de la clase alta: “no son más que

 

cenizas a las que se les puede dar un aspecto de vida a través de  la

s ansiosas manos judias que revolotean entre ellas”. No es ne­ cesario agreg

ar que la gran mayoría de intelectuales judíos per­ tenecía a esta “clase media”; según Kafka constituían “el infierno  de las letras judío-alemanas”, donde dominaba Karl Kraus como  “el gran regente y supervisor” sin darse cuenta de “lo mucho  que él mismo pertenecía a aquellos que debían ser corregidos  dentro de este infierno.”22 El hecho de que estas cosas sean vis­ tas de manera diferente desde una perspectiva no-judía es evi­ dente cuando en uno de los ensayos de Benjamin se lee lo que  Brecht dijo sobre Karl Kraus: “Cuando la época murió por su  propia mano, él era esa mano” (Schriften II, 174).

Para los judíos de esa generación (Kafka y Morítz Goldstein  eran unos diez años mayores que Benjamin) las formas de rebe­ lión disponibles eran el sionismo y el comunismo, y es notable  que sus padres hayan condenado a menudo la rebelión sionista  con más amargura que la comunista. Ambas eran rutas de esca­ pe de la ilusión a la realidad, de la mendacidad y la decepción de  sí mismo a una existencia honesta. Pero esta es su apariencia  visto en forma retrospectiva. Cuando Benjamin intentó por pri­ mera vez un sionismo indiferente, las dos ideologías se enfrenta­ ron con gran hostilidad: los comunistas difamaban a los sionis­ tas como judíos fascistas23 y los sionistas llamaban a los jóvenes  judíos comunistas “asimilativos rojos”. De manera notable y tal  vez, única, Benjamin mantuvo ambos caminos abiertos durante  años; insistió en considerar el camino a Palestina mucho des­ pués de volverse marxista, sin permitir que lo conmovieran las  opiniones de los amigos con orientaciones marxistas, en espe­ cial los judíos. Esto demuestra a las claras que poco le interesaba  el aspecto “positivo” de cualquiera de estas ideologías, y que  aquello que le importaba en ambos casos era el factor “negativo”  de la crítica de las condiciones existentes, una salida de las ilu­ siones burguesas y la falta de confianza, una posición fuera del  núcleo literario y académico. Era bastante joven cuando adoptó  esta actitud crítica, tal vez sin sospechar a qué grado de aisla­

22 Citado en Marx Brod: Fram Kafka Glauben und Lehrt, Winterthur, 1948. 21 Por ejemplo, Brecht le dijo a Benjamin que su ensayo sobre Ka/ka ayu­

daba al fascismo judío. Véase Venuthe, 123.

 

miento y soledad ésta lo llevaría. Así leemos, por ejemplo, en una  carta escrita en 1918, que Walther Rathenau, al reclamar repre­ sentar a Alemania en los asuntos exteriores, y Rudolf Borchardt,  al hacer un reclamo similar con respecto a los asuntos espiritua­ les de Alemania, tenían en común la “voluntad de mentir”, “la  mendacidad objetiva” (Briefe 1,189 en adelante). Ninguno que­ ría “servir” a una causa a través de sus trabajos (en el caso de  Borchardt, “los recursos espirituales y lingüísticos del pueblo”;  en el de Rathenau, la nación) pero ambos utilizaban sus trabajos  y talentos como “un medio soberano al servicio de un deseo ab­ soluto de poder”. Además, estaban los littérateurs que ponían  sus dones al servicio de una carrera y una posición social: “Serun littérateures vivir bajo el signo del mero intelecto, así como la

  prostitución es vivir bajo el signo del mero sexo” (Schriften II,  179). Así como una prostituta traiciona el amor sexual, un littéra-  teur traiciona la mente, y fue esta traición de la mente que los ju­ díos no pudieron perdonar a sus colegas de la vida literaria. En la  misma vena, Benjamín escribió cinco años después (un año des­ pués del asesinato de Rathenau) a un íntimo amigo alemán:  “...los judíos arruinan en la actualidad la mejor causa alemana  que defienden públicamente, porque su declaración pública es  necesariamente venal (en un sentido más profundo) y no puede  aducir prueba de su autenticidad” 0Briefe, 1,310). Luego agregó  que sólo las relaciones “privadas, casi secretas entre alemanes yjudíos” eran legítimas mientras que “todo aquello sobre las rela­ ciones judío-alemanas que opera en público produce daño”. Es­ tas palabras tenían mucho de verdad. Escritas desde la perspec­ tiva de la cuestión judía de la época, propordonan evidencia de  la oscuridad de un período en el que uno bien podía afirmar: “La  luz de lo público lo oscurece todo” (Heidegger).

En 1913 Benjamín midió la posición del sionismo “como una  posibilidad y por lo tanto tal vez un compromiso necesario”  {Briefe, 1,44) en el sentido de esta rebelión dual contra el hogar  paterno y la vida literaria judío-alemana. Dos años después cono­ ció a Gerhard Scholem, y en él encontró por primera y única vez  el “judaismo vivo”; poco después sobrevino el comienzo de esa  curiosa e interminable consideración, que se extendió sobre un  período de casi veinte años, de la emigración a Palestina. “Bajo  ciertas y de ninguna manera imposibles condiciones estoy listo,

 

si no determinado, a ir a Palestina. Aquí en Austria los judíos (los  decentes, los que no hacen dinero) no hablan de otra cosa .” Eso  escribió en 1919 (Briefe, 1,222), pero al mismo tiempo considera­ ba dicho plan como un “acto de violencia” (Briefe 1,208), irreali­ zable a menos que fuera necesario. Cada vez que surgía una ne­ cesidad financiera o política

, volvía a considerar el proyecto y no  iba. Es difícil determinar si seguía considerándolo realmente  después de la separación de su esposa, que provenía de un me­ dio sionista. Pero es seguro que incluso durante su exilio en Pa­ rís anunció que podría ir a “Jerusalem en octubre o noviembre,  después de una conclusión más o menos definitiva de mis estu­ dios” {Briefe II, 655). Lo que nos suena a indecisión en sus car­ tas, como si vacilara entre el sionismo y el marxismo, se debía tal  vez a su amarga percepción de que todas las soluciones no eran  sólo falsas desde el punto de vista objetivo e inapropiadas para la  realidad, sino también que lo llevarían a él personalmente a una  falsa salvación, sin importar si esa salvación se denominaba  Moscú o Jerusalem. Sentía que se privaría a sí mismo de las po­

sibilidades cognoscitivas positivas de su propia posición (“en lo  alto de un mástil a punto de derrumbarse” o “muerto en vida y el  verdadero sobreviviente" entre las ruinas. Había echado raíces  en las desesperadas condiciones que corresponden a la realidad;  allí quería quedarse para poder “desnaturalizar” sus propios tra­ bajos “como el alcohol desnaturalizado... con el riesgo de con­ vertirlos en no aptos para consumo” para cualquiera que enton­ ces estuviese con vida, pero con la posibilidad de mantenerse  mucho más confiable para un futuro desconocido.

El carácter insoluble de la cuestión judía para esa genera­ ción no consistía sólo en el hecho de hablar o escribir en alemán  o en

 el hecho de que su “planta de producción” estuviera situada  en Europa; en el caso de Benjamín, en Berlín Occidental o en Pa­ rís, algo sobre lo que “no tenía la menor ilusión” (Briefe, II, 531).  Un hecho decisivo fue que estos hombres no desearan “regre­ sar” a los rangos del pueblo judío o al judaismo y no podían dese­ arlo no porque creyeran en el “progreso” y en una desaparición  automática del antisemitismo o porque ellos también eran “asi­ milados” y se sentían ajenos a la herencia judía, sino porque to­ das las tradiciones y culturas así como también el “hecho de per­ tenecer” era igualmente cuestionable para ellos. Esto era lo que

 

consideraba erróneo sobre el “regreso” al rebaño judío tal como  lo proponían los sionistas” ; todos pudieron haber dicho lo que  Kafka dijo una vez acerca del hecho de ser miembro del pue­ blo judío: “...mi pueblo, siempre y cuando tenga uno.”24

Sin lugar a dudas, la cuestión judía tuvo gran importancia  para esta

 generación de escritores judíos y explica gran parte de  la desesperación personal tan marcada en casi todo lo que escri­ bían. Pero aquellos de visión más amplia se dejaban llevar por  sus conflictos personales a un problema mucho más general y  radical, es decir, el cueslionamiento de la importancia de la tradi­ ción occidental como un todo. No sólo el marxismo como doctri­ na sino también el movimiento revolucionario comunista ejer­ cieron una poderosa atracción sobre ellos porque implicaba más  que una crítica a las condiciones sociales y políticas existentes y  tenía en cuenta la totalidad de las tradiciones políticas y espiri­ tuales. Para Benjamín, esta cuestión del pasado y de la tradición  como tal fue decisiva, y precisamente en el sentido que Scholem,  al advertir a su amigo contra los peligros de su pensamiento in­ herente al marxismo, lo planteó, aunque sin ser consciente del  problema. Benjamín, escribió, corría el riesgo de perder la opor­ tunidad de convertirse en “el legístimo continuador de las tradi­

ciones más fructíferas y genuinas de un Hamann y un Hum-  boldt” (Briefe, II, 526). Lo que no comprendió fue que dicho re­ tomo y continuación del pasado era aquello que “la moralidad de  [sus] percepciones”, a las que Scholem apelaba, evitaría para  Benjamín.25

Parece tentador creer, y de hecho sería una idea reconfor­ tante, que aquellos pocos que se atrevieron a adoptar las posicio­ nes más expuestas de la época y pagaron el precio del aislamien­ to por lo menos se consideraban precursores de una nueva épo­ ca. Ese ciertamente no fue el caso. En su ensayo sobre Karl  Kraus, Benjamín planteó esta pregunta: ¿Está Kraus en el “um-

u Franz Kafka: Briefe, 183.

** En d articulo antes mencionado, Pierre Missac trata d mismo pasaje y  escribe lo siguiente: "“Satis sous-estimer le valeur d'une telle réussite [d'étre le suc-  cesseurde Hamann el de Humboldt], on penipenser que Benjamín recherekait aus-  si dans le Marxisme un moyen d’y échapper.' (Sin subestimar el valor de un éxito  tal (ser el sucesor de Hamann y de Humboldt], es posible pensar que Benjamín  buscó en el Marxismo un medio de escapar de él.)

 

bral de una nueva era”? “lamentablemente, de ninguna manera.  Está en el umbral del Juicio Final.” (Sckriften II, 174). Y en este  umbral se hallaban todos aquellos que luego se transformaron  en los maestros de “la nueva era"; consideraban el nacimiento de  una nueva era como una calda y contemplaban la historia junto  con las tradiciones que hablan llevado a esta caída como un cam­ po de ruinas.26

Nadie ha expresado esto con mayor claridad que Benjamín  en su “Tesis sobre la Filosofía de la Historia”, y no lo ha declara­ do en forma

 más inequívoca que en una carta desde París en  1935: “En realidad, no me siento obligado a tratar de ir adelante  o detrás de esta condición del mundo. En este planeta un gran  número de civilizaciones han perecido en sangre y horror. Natu­ ralmente, uno debe desear que un día el planeta experimente  una civilización que haya abandonado la sangre y el horror; de  hecho, me siento... inclinado a pensar que nuestro planeta lo es-

2* De inmediato se recuerda el poema de Brecht: “On Poor B.B.” : Von die­ sen Stadten w ird bleiben: d er durch sie hindurchgitig, der W ind!

F rolich m achet das H aus den Esser: e r leert es.

W ir w issen, dass w ir Vorlaufige sin d

U nd nach uns w ird K om m en: nichls N ennensw ertes.

(“De estas ciudades quedará aquello que sopló a través de ettas, et viento/La casa hace feliz al banqueteados La limpia. /Sabemos que sólo somos tempo­ rarios y que después de nosotros no vendrá / nada de lo que valga la pena hablar.  The M a n u a l o fP iety, Nueva York, 1966).

También es importante señalar un notable aforismo de Kafka en sus ‘ Notas  del Año 1920” bajo ei título “HE”: “Todo le parece extraordinariamente nuevo pe­

ro también, debido a la imposible abundancia de lo nuevo, extraordinariamente  superficial, de hecho casi intolerable, incapaz de tornarse histórico, rompiendo  la cadena de las generaciones, interrumpiendo por primera vez la música del  mundo que hasta ahora por lo menos podía ser imaginada en toda su profundi­ dad. A veces, en su vanidad, se preocupa más por el mundo que por sí mismo.”El predecesor de esta disposición es Baudelaire: “Le m onde va fin ir . L a seu-  le raison p o u r laquelle il p o u va it durer, c’est q u ’elle existe. Q ue cette raison e stfa i-  ble, com parée a toutes celles q u i annoncent le contraire, p a rticu liirem en t a celle-ci:  q u ’est< e que le m onde a desorm ais á fa ite sous le ciel?... Q uant á m o i q u i sens quel-  quefois en m oi le ridicule d ’u n pro p h ete.je sais que je n " y tro u vera i ja m a is la cha-  r iti d 'un m edecin. Perdu dans ce v ila in m onde, coudoyé p a r ¡es jo u les, je su is com -  m e un hom m e lasse dont l'o eil ne v o it en arriere, dans les a n n ie s profondes, que dé-  sabusem ent et am ertum e, e t d eva n t lu i q u 'u n orage oü ríen de n e u fn 'e st contenu,  n i enseignem ent n i douleur. 'De: Jo u m a u x in tim es, Pléiade edition, págs. 1195-97.

 

tá esperando. Pero es dudoso saber si nosotros podemos aportar  dicho regalo a su centésimo o cuadragésimo-millonésimo cum­ pleaños. Y si no lo hacemos, el planeta terminará por castigar­ nos, sus nada precavidos bienquerientes, dándonos el Juicio Fi­ nal”27 (Brie/e II, 698).

Y bien, con respecto a esto, los últimos treinta años no han  aportado mucho que pueda denominarse nuevo.

III. El pescador de perlas

Tu padre yace enterrado bajo cinco brazas de agua; se ha

 hecho coral con sus huesos;  los que eran ojos son perlas.  Nada de él se ha dispersado,  sino que todo ha sufrido la transformación del mar en algo rico y extraño.

La tempestad, 1,2.

Hasta donde el pasado ha sido transmitido como tradición,  posee autoridad; hasta donde la autoridad se presenta desde un  punto de vista histórico, se convierte en tradición. Walter Benja­ mín sabía que la ruptura en la tradición y la pérdida de autoridad  que se dio en su vida eran irreparables y llegó a la conclusión de  que tenía que descubrir nuevas formas de tratar con el pasado. Y  se convirtió en un maestro de ello cuando descubrió que el ca­ rácter transmisible del pasado había sido reemplazado y que en  lugar de su autoridad había ido surgiendo, en forma gradual, un  poder extraño en el presente para asentarse y privarlo de su “paz  mental”, la paz insensata de la complacencia. “Las citas en mis  trabajos son como ladrones junto a la carretera que realizan un  ataque armado y exoneran a un holgazán de sus convicciones”

(iSchriften 1,571). Este descubrimiento de la función moderna de  las citas, según Benjamín, que lo ejemplificó con Karl Kraus, na­ ció de la desesperación; no de la desesperación de un pasado

27 Weltgerich 'Ultimo Juicio) juega con el doble sentido de Gericht (juicio;  fuente).

 

que se niega a “arrojar luz sobre el futuro” y deja que la mente  humana “divague en la oscuridad” como en Tocqueville, sino de  la desesperación del presente y del deseo de destruirlo; de ahí  que su poder “no sea la fuerza que preserva sino que limpia, que  ¿ale de contexto y que destruye” (Schriften II, 192). Sin embargo,  los descubridores y amantes de este poder destructivo se inspi­ raban originalmente en una intención muy distinta, la intención  de preservar; y sólo porque no se dejaron engañar por los “con­ servadores” profesionales que los rodeaban pudieron descubrir  por fin que el poder destructivo de las citas era “el único que to­ davía contiene la esperanza de que algo de este período sobrevi­ virá; por ninguna otra razón que el hecho de haber sido arranca­ do de éste.” En esta forma de “fragmentos de pensamiento”, las  citas poseen la doble tarea de interrumpir el flujo de la presenta­ ción con la “fuerza trascendente” {Schriften 1,142-43) y al mismo  tiempo, de concentrar dentro de ellas aquello que se presenta.  En cuanto a su peso en los trabajos de Benjamín, sólo puede  compararse las citas con las disímiles citas bíblicas que tan a me­ nudo reemplazan la consistencia inherente a una argumentación  en los tratados medievales.

Ya he mencionado que la mayor pasión de Benjamín era la  de coleccionar. Comenzó muy temprano con lo que él mismo de­ nominó “bibliomanía” pero luego se extendió a algo mucho más  característico, no tanto de la persona sino de su trabajo: la colec­ ción de citas. (Aunque nunca dejó de coleccionar libros. Poco  antes de la caída de Francia pensó seriamente en cambiar su edi­ ción de las Obras Completas de Kafka, que acababan de aparecer  en cinco volúmenes, por las primeras ediciones de los primeros  trabajos de Kafka, intención que naturalmente no puede ser  comprendida por un no-bibliófilo). La “necesidad interior de po­ seer una biblioteca” (Briefe 1,193) se afirmó alrededor del año  1916, época en la que Benjamín se volcó en sus estudios hacia el  Romanticismo como el “último movimiento que una vez más sal­ vaba la tradición” {Briefe 1,138). Sin embargo, Benjamín no des­ cubrió hasta mucho más adelante que había una cierta fuerza  destructiva activa aun en esta pasión por el pasado, tan caracte­ rística de herederos y los recién llegados, cuando ya había perdi­ do su fe en la tradición y en el carácter indestructible del mundo.  (Esto lo discutiremos a continuación). En aquellos días, alenta­

 

do por Scholem, seguía creyendo que su propio alejamiento de  la tradición se debía probablemente a su propio judaismo y que  podría haber algún camino de regreso para él como lo había pa­ ra su amigo, que se estaba preparando para emigrar a Jerusa-  lem. (En 1920, cuando todavía no se sentía acosado por los pro­ blemas financieros, pensó en aprender hebreo.) Nunca llegó  demasiado lejos en esto como lo hizo Kafka, quien después de  todos sus esfuerzos declaró que no le servía nada de lo judío ex­ cepto los cuentos jasídicos que Buber había preparado para el  uso moderno: “en todo lo demás voy a la deriva y otra corriente  de aire vuelve a alejarme.”28 A pesar de todas sus dudas, ¿volve­ ría Benjamin al pasado alemán o europeo y a ayudar con la tradi­ ción de su literatura?

Tal vez, el problema se haya presentado así a principio de la  década de 1920, antes de volcarse al marxismo. Esto es cuando  eligió la época del barroco alemán como tema para su tesis de  Habilitotion, una elección muy característica de la ambigüedad  de este grupo de problemas aún sin resolver. Pues el barroco  nunca estuvo vivo en la literatura alemana y en la tradición poéti­ ca, con excepción de los grandes corales musicales de la época.  Goethe dijo y con razón que cuando cumplió los dieciocho años  la literatura alemana no era mayor... y la elección de Benjamin,  barroca en doble sentido, tiene una contraparte exacta en la  extraña decisión de Scholem de acercarse al judaismo a través  de la Cabala, es decir, esa parte de la literatura hebrea que es  intransmisible y no se transmite en términos de la tradiciónjudía, donde siempre se consideró como algo vergonzoso. Hoy  me siento inclinado a decir que nada era más evidente que el he­ cho de que no existía ningún “retorno" a la tradición alemana,  europea o judía más que la elección de estos campos de estudio.Era una admisión implícita de que el pasado hablaba directa­ mente sólo a través de las cosas que no habían sido transmitidas,  cuya aparente cercanía con el presente se debía precisamente a  su carácter exótico, el cual eliminaba todo reclamo a una autori­ dad obligatoria. Las verdades forzosas eran reemplazadas por  aquello que en cierto sentido era más importante o interesante, y  esto significaba (tal como nadie sabía mejor que Benjamin) que

28 Véase: Kaíka: Briefe, 173.

 

se “había perdido... la coherencia de la verdad” (JBritfe II, 763).  Entre las propiedades que formaban esta “coherencia de la ver­ dad” se destacaba, al menos para Benjamin, cuyo primer interés  filosófico tenía inspiración teológica, el hecho de que la verdad  poseía un secreto y que la revelación de este secreto tenía auto­ ridad. Cuando Benjamin reconoció la ruptura irreparable en la  tradición y la pérdida de autoridad, Benjamin dijo que la verdad  no es “una revelación que destruye el secreto, sino la revelación  que le hace justicia” (Schriften 1,146). Una vez que esta verdad  había ingresado en el inundo humano en el momento de la his­ toria apropiado (como la a-letheia griega, visualmente percepti­ ble a los ojos de la mente y comprendida por nosotros como un  “des-cubrimiento” [ “Unverborgenheit”, Heidegger], o como la  palabra de Dios perceptible acústicamente tal como la conoce­

mos a través de las religiones europeas de revelación), era esta  “coherencia” la que la hacía tangible de modo que pudiera ser  transmitida por la tradición. La tradición transforma la verdad en  sabiduría y la sabiduría es la coherencia de la verdad transmisi­ ble. En otras palabras, aun si apareciera la verdad en nuestro  mundo, ésta no conduciría a la sabiduría, porque ya no tendría  las características que podía adquirir sólo a través del recono­ cimiento universal de su validez. Benjamín discute estas cues­ tiones en relación con Kafka y afirma que “Kafka estaba lejos de  ser el primero en hacer frente a esta situación. Muchos se habí­ an acomodado a ella, adhiriéndose a la verdad o a aquello que  consideraban verdadero en un momento dado, y más o menos  desesperanzados, renunciaban a su transmisibilidad. El verda­ dero genio de Kafka fue que intentó algo totalmente nuevo: sa­ crificó la verdad por aferrarse a la transmisibilidad” (Briefe II,  763). Lo logró al realizar cambios decisivos en las parábolas tra­

dicionales o al inventar nuevas en el estilo tradicional;29 sin  embargo, “éstas no yacen modestamente a los pies de la doctri­ na”, tal como los cuentos de la haggadah en el Talmud, sino “que  alzan una garra pesada” contra éste. Hasta el hecho de que Kaf­ ka llegara hasta el fondo de este pasado poseía la pecualiar dua­ lidad de querer preservar y destruir al mismo tiempo. Quería

29 Apareció una selección de éstas bajo el título: Parables and Paradaxes en  una edición bilingüe, Schocken Books, Nueva York, 1961.

 

preservarlo aunque no era cierto, aunque sólo fuera por “esta  nueva belleza en lo que va desapareciendo” (Véase el ensayo de  Benjamín sobre Leskov); y por otra parte, sabía que no hay una  forma más efectiva de romper el hechizo de la tradición de cor­ tar lo “rico y extraño”, el coral y las perlas, de aquello que había  sido transmitido en una sólida pieza.

Benjamín ejemplificó esta ambigüedad con respecto al pasa­ do al analizar

 la pasión del coleccionista, que era la propia. Co­ leccionar principios a partir de una variedad de motivos que no  son íácilmente comprensibles. Tal como Benjamín fue tal vez el  primero en enfatizar: coleccionar es la pasión de los niños, para  quienes las cosas no son todavía bienes y no poseen el valor de  acuerdo con su utilidad, y también es el hobby de los ricos, quie­ nes poseen lo suficiente como para no necesitar nada útil y pue­ den por lo tanto afrontar “la transfiguración de los objetos”  (Schriften 1,416). En esto deben, por necesidad, descubrir la be­ lleza, que necesita que reconozca “un deleite desinteresado”(Kant). De cualquier manera, un objeto coleccionado no posee  más que un valor aficionado y carece de uso. (Benjamin aún no  era consciente del hecho de que coleccionar puede ser una for­ ma de inversión altamente redituable). En tanto que el coleccio­ nar pueda ajustarse a cualquier categoría de objetos (no sólo ob­ jetos de arte, que son apartados del uso cotidiano de los objetos  porque no “sirven” para nada) y por lo tanto, rescatar el objeto  como cosa ya que deja de ser un medio para alcanzar un fin y po­ see un valor intrínseco, Benjamin podía comprender la pasión  del coleccionista como una actitud semejante a la del revolucio­ nario. Al igual que el revolucionario, el coleccionista “sueña nosólo con un mundo lejano sino, al mismo tiempo, con un mundo  mejor donde no se le proporcione a la gente aquello que necesi­ ta más que en el mundo ordinario, sino donde las cosas estén li­ beradas de la labor monótona de la utilidad” (Schriften I, 416).  Coleccionar es la redención de las cosas, que es complementar  la redención del hombre. Incluso la lectura de sus libros es algo  cuestionable para un verdadero bibliófilo: “‘¿Y ha leído todo es­ to?’, le preguntó un admirador de su biblioteca a Anatole France.  ‘Ni la décima parte. No creo que usted utilice su porcelana  Sévres todos los días’” (“Desembalando mi biblioteca”). (En la  biblioteca de Benjamin había colecciones de libros infantiles ex-

 

traños y de libros de autores mentalmente trastornados; como  no le interesaba ni la psicología ni la psiquiatría infantil, estos li­ bros, al igual que muchos otros, “no le servían para nada, ni co­ mo diversión ni como instrucción"). Intimamente relacionado  con esto se halla el carácter de fetiche que Benjamin reclamaba  de manera explícita para los objetos coleccionados. El valor de la  autenticidad que es decisivo tanto para el coleccionista como pa­ ra el mercado determinado por éste ha reemplazado el “culto al  valor” y es su secularización.

Estas reflexiones, al igual que muchas otras cosas en Benja­ min,

 poseen algo ingeniosamente brillante que no es caracterís­ tico de sus percepciones internas, que en su mayoría son bastan­ te realistas. Sin embargo, constituyen ejemplos sorprendentes  de laflánerie en su pensamiento, de la forma en que trabajaba su  mente cuando él, al igual que el fláneur en la ciudad, se enco­ mendaba a la suerte como guía en sus viajes de exploración inte­ lectual. Como el deambular por entre los tesoros del pasado es  el lujoso privilegio del heredero, así es la “actitud del coleccio­ nista, en el más alto sentido, la actitud del heredero” (“Desemba­ lando mi biblioteca”) , quien, al tomar posesión de las cosas (y la  “posesión es la relación más profunda que se puede tener con  los objetos” [ibídem]) se establece en el pasado como para lo­ grar “una renovación del viejo mundo” inalterada por el presen­ te. Y como esta “urgencia profunda” del coleccionista no tiene  ninguna importancia pública sino que resulta en un hobby es­

trictamente privado, todo aquello “que se dice desde el ángulo  del verdadero coleccionista” puede aparecer como “extravagan­ te”, como la visión típica de Jean Paulian de uno de esos escrito­

res “que escriben libros no porque son pobres sino porque no  están satisfechos con los libros que pueden comprar pero que  no les agradan” {ibídem). Sin embargo, si se la examina más de  cerca, esta extravagancia tiene algunas peculiaridades notables.  Por un lado, está el gesto tan significativo de una era de oscuri­ dad pública, con la cual el coleccionista no sólo se retira de la vi­ da pública hacia la intimidad de sus paredes sino que se lleva  con

sigo todos los tipos de tesoros que una vez eran de propiedad  pública para decorarlas. (Este no es, claro está, el coleccionista  de hoy que se apodera de todo aquello que posee o, según sus  cálculos tendrá valor en el mercado o puede mejorar su posición

 

social, sino el coleccionista que, al igual que Benjamín, busca co­ sas extrañas que son consideradas sin valor.) Además, en su pa­ sión por el pasado, nacida de su desprecio por el presente como  tal y por lo tanto desatento de la calidad objetiva, apare

ce ya un  factor perturbador que anuncia que la tradición puede ser lo últi­ mo que lo guíe y que los valores tradicionales pueden no estar  tan seguros en sus manos como uno lo hubiese supuesto en un  principio.

la tradición ordena el pasado, no sólo desde el punto de vis­ ta cronológico sino, ante todo, sistemático, pues separa lo po­ sitivo de lo negativo, lo ortodoxo de lo herético, aquello que es  obligatorio e importante de la masa de opiniones y datos irrele­ vantes o meramente interesantes. La pasión del coleccionista,  por otra parte, no sólo no es sistemática sino que raya en lo caó­ tico, no tanto porque sea una pasión sino porque no está ilumi­ nada por la calidad del objeto (algo que es clasificable) sino por  su “legitimidad”, su carácter único, algo que desafía cualquier  clasificación sistemática. Por lo tanto, mientras que la tradicióndiscrimina, el coleccionista nivela todas las diferencias; y esta  nivelación,

 de forma tal que “la predilección y el rechazo positivo  y lo negativo...

 están aquí unidos” (Schriften 11,313) se da aun si  el coleccionista ha hecho de la tradición su campo especial y ha  eliminado con cuidado todo aquello no reconocido por ésta. El  coleccionista opone la tradición contra el criterio de legitimidad;  a lo autoritario opone el signo del origen. Para expresar esta  forma de pensamiento en términos teóricos: reemplaza el con­ tenido con originalidad o autenticidad pura, algo que no sólo  estableció el existencialismo francés como una cualidad per se  separada de todas las características especiales. Si se lleva esta  forma de pensamiento a su conclusión lógica, el resultado es una  inversión extraña del impulso original del coleccionista: “El  cuadro genuino puede ser antiguo, pero el pensamiento genuino  es nuevo. Pertenece al presente. Este presente puede ser pobre,  es ciato. Pero no importa como sea, uno debe asirlo fuerte­ mente por las astas para poder consultar el pasado. Es el torocuya sangre debe llenar el pozo si las sombras de los desapare­ cidos deben aparecer en su orilla” (Schriften II, 314). Cuando se  ha sacrificado este presente para la invocación del pasado surgeentonces “el mortal impacto del pensamiento" que está dirigido  contra la tradición y la autoridad del pasado.

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Así, el heredero y conservador se convierte en forma inespe­ rada

 en destructor. “1.a verdadera, malinterpretada pasión del  coleccionista siempre es anarquista, destructiva. Esta es su dia­ léctica: combinar con lealtad a un objeto, a puntos individuales, a  cosas puestas a su cuidado, una protesta subversiva contra lo tí­ pico, lo clasiíicable.”*0

El coleccionista destruye el contexto en el que su objeto fue  alguna vez parte de una entidad más grande, viva, y como sólo lo  verdaderamente genuino le servirá debe limpiar el objeto elegi­ do de todo lo que sea típico sobre él. 1.a figura del coleccionista,  tan anticuada como la del fláneur, podía asumir rasgos tan carac­ terísticos en Benjamín porque la historia en sí (es decir, la ruptu­ ra en la tradición que tuvo lugar a comienzos de este siglo) ya lo  había liberado de la tarea de destrucción y sólo necesitaba incli­ narse para seleccionar sus preciosos fragmentos de la pila de es­ combros. En otras palabras, las cosas ofrecían en sí mismas, en  particular a un hombre que hacía frente al presente con firmeza,  un aspecto que antes sólo había sido descubierto desde la pers­

pectiva extravagante del coleccionista.

No sé cuándo descubrió Benjamín la notable coincidenciade estas inclinaciones anticuadas con las realidades de las épo­ cas; debe de haber sido a mediados de la década de 1920, cuan­ do comenzó un serio estudio sobre Kafka, sólo para descubrir al  poco tiempo en Brecht al poeta que más

 cómodo se sentía en su  siglo. No quiero decir que Benjamín haya cambiado su énfasis  en la colección de libros a la colección de citas (exclusivo de él)  de la noche a la mañana o incluso en un año, a pesar de que en  las cartas se evidencia un cambio consciente de énfasis. De to­ das formas, nada era más característico de Benjamín en la déca­ da de 1930 que los cuadernitos de tapas oscuras que siempre lle­ vaba consigo donde siempre anotaba en forma de citas aquello  que la vida y la lectura diarias iban tejiendo en él en forma de  “perlas” o de “coral”. A veces las leía en voz alta y las mostraba  como si fuera una preciosa colección. Y en esta colección, que  entonces era de todo menos extravagante, era fácil encontrar  junto a un oscuro poema de amor del siglo XVIII un recorte del  último diario, junto al “Der erste Schnee” de Goecking un infor-

50 Benjamín: "Lob der Puppe”, Literarische Welt, 10 enero de 1930.

 

me de Viena del verano de 1939 que decía que la compañía de  gas local había “interrumpido el suministro de gas a los judíos.  El consumo de gas de la población judía representaba una pérdi­ da para la compañía de gas, dado que los mayores consumidores  eran aquellos que no pagaban las cuentas. Los judíos utilizaban  el gas en especial para suicidarse” (Brie/e, II, 820). Aquí, se invo­ caba las sombras de los desaparecidos desde el foso de sacrifi­ cios del presente.

La íntima afinidad entre la ruptura en la tradición y la figura  al parecer extravagante del coleccionista que reúne sus frag­ mentos y restos de las ruinas del pasado está tal vez mejor ilus­ trada por el hecho, sorprendente sólo a primera vista, de que  probablemente no hubo un período antes del nuestro donde las  cosas viejas y antiguas, muchas de ellas olvidadas ya por tradi­ ción, se hayan convertido en material educativo en general que  es entregado a los estudiantes de todo el mundo en cientos de  miles de copias. Este sorprendente renacimiento, especial de la  cultura clásica, que desde la década de 1940 ha sido notado en  especial en la relativamente nada tradicional Norteamérica, co­ menzó en Europa en la década de 1920. Allí fue iniciado por  aquellos que eran más conscientes de lo irreparable de la ruptu­ ra en la tradición; lo mismo que en Alemania y no sólo allí, por  Martin Heidegger, cuyo éxito extraordinario en los años veinte  se debió en particular al hecho de “escuchar a la tradición que  no se rinde ante el pasado sino que piensa en el presente.”31 Sin  darse cuenta, Benjamín tenía en realidad más en común con elnotable sentido de Heidegger para los ojos vivos y los huesos vi­ vos que el mar había transformado en perlas y coral, y como tal  podía ser salvado y llevado al presente sólo al realizar un acto  violento en su contexto al interpretarlos con el “mortal impacto”  de los nuevos pensamientos, de lo

 que lo hizo con las sutilidades  dialécticas de sus amigos marxistas. Pues así como la última ora­ ción citada de un ensayo de Goethe parece escrita por Kafka, las  siguientes palabras extraídas de una carta a Hofmannsthal de  1924 nos hace pensar en algunos de los ensayos de Heidegger  escritos en la década del 40 o del 50: “La convicción que me guía  en mis intentos literarios... [es] que cada verdad tiene su hogar, 11

11 Véase Martin Heidegger: Kants These Aber das Sein, Frankfurt, 1962.

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su palacio ancestral, en el lenguaje, que este palacio fue construi­ do con el más antiguo logoi y que para una verdad así fundada las  percepciones de las ciencias será» inferiores siempre y cuando  sirvan aquí y allá en el área del lenguaje como nómades, en la  convicción del carácter de signo de la lengua que produce la ar­ bitrariedad irresponsable de su terminología” (Briefe 1,329). En  el espíritu de los primeros trabajos de Benjamín sobre la filosofía  del lenguaje, las palabras son “lo opuesto a toda comunicación  dirigida hacia el exterior", así como la verdad es “la muerte de la  intención”. Cualquiera que busque la verdad prospera como el  hombre en la fábula sobre el cuadro velado en Sais: “esto no se  debe a una misteriosa monstruosidad del contenido a ser revela­

do por la naturaleza de la verdad ante la cual hasta el fuego más  puro de la búsqueda se está extinguiendo como si estuviera bajo  el agua” (Schrifien 1,131, lí>2).

Desde el ensayo de (¡oribe en adelante, las citas son el cen­ tro de

 cada uno de los trabajos de Benjamín. Este hecho distin­ gue sus trabajos de los trabaos eruditos de lodo tipo donde la  función de las citas es la de verificar y documentar opiniones,  donde pueden ser relegadas a las Notas. Este no es en absoluto  el caso de Benjamín. Cuando trabigah» en su estudio sobre la  tragedia alemana, se jactaba de ima colección de “más de (XX) ci­ tas ordenadas en forma clara y sistemática* (liriefe I, 339); al  igual que los cuadernos de notas posteriores, esta colección no  era una acumulación de extractos con la intención de facilitar la  escritura del estudio sino que constituía el trabajo principal, con  la escritura como algo secundario. El trabajo principal consistía  en arrancar los fragmentos de su contexto y darles una nueva  disposición de modo tal que se ¡lustraban unos a otros y proba­ ban su raison d'étre en total libertad. Era una especie de montaje  surrealista. El ideal de Benjamín de producir un trabajo que con­ sistía totalmente en citas, armadas con tanta maestría que po­

dían prescindir del texto acompañante, putxle parecemos en ex­ tremo extravagante y autodestructivo, pero no lo era, así como  tampoco lo eran los experimentos surrealistas contemporáneos  que surgían a partir de impulsos similares. Hasta el punto en que  un texto acompañante del autor probaba ser inevitable, era cues­ tión de moldearlo en forma tal que preservara “la intención de di­ chas investigaciones”, es decir, sondear las profundidades del

 

lenguaje y del pensamiento... “perforando en lugar de excavan­ do” (Brie/e 1,329), como para no arruinarlo todo con explicacio­ nes que buscan proporcionar una conexión causal o sistemática.  Al hacer esto, Benjamín era consciente de que este nuevo méto­ do de “perforación” daba por resultado el hecho de “forzar las  percepciones cuya pedantería nada elegante es preferible a la  costumbre actual y casi universal de falsificarlos”; para él tam­ bién era claro que este método sería “la causa de ciertas oscuri­ dades” (Hriefe 1,330). 1ja que más le importaba era evitar cual­ quier cosa que pudiera ser reminiscente de la empatia, como si  un cierto lema de investigación tuviera un mensaje que se comu­ nicaba a sí mismo o que podía ser comunicado con facilidad, pa­ ra el lector o el espectador: “Ningún poema está escrito para el  lector, ningún cuadro para el espectador, ninguna sinfonía para  el oyente” (“La tarea del traductor”).

Esta oración, escrita bastante tempranamente, podría servir  como lema para toda la crítica literaria de Benjamín. No debe  malinterpretarse como otra afrenta dadaísta a una audiencia que  incluso entonces ya se había acostumbrado bastante a todo tipo  de efectos caprichosos y “engaños”. Aquí, Benjamin se ocupa de  las cosas del pensamiento, en especial aquellas de naturaleza lin­ güística que, según él, “retienen su significado, tal vez su mejor  significado, si no son aplicadas a priori exclusivamente al hom­ bre. Por ejemplo, se podía hablar de una vida o un momento inol­ vidable aun si todos los hombres lo habían olvidado. Si la natura­ leza de dicha vida o momento requería que no fuese olvidado,ese predicado no contendría una falsedad sino sólo un reclamo  que

 los hombres no llevan a cabo, y tal vez también una referen­ cia a un reino donde sí es llevado a cabo: el recuerdo de Dios”  (ibídem). Más adelante, Benjamin abandonó estos antecedentes  teológicos pero no la teoría y tampoco su método de perforación  para obtener lo esencial en forma de citas, tal como se obtiene  agua al perforar en una fuente oculta en las profundidades de la  tierra. Este método es como el equivalente moderno de las invo­ caciones rituales, y los espíritus que ahora surgen son invaria­ blemente esas esencias espirituales de un pasado que han sufri­ do la “transformación del mar” shakespeariana de vividos ojos a  perlas, de huesos vivos a coral. Para Benjamin, citar es nombrar,  y nombrar en lugar de hablar, la palabra en lugar de la oración,

 

lleva la verdad a la luz. Tal como se puede leer en el prefacio del  Origen de la tragedia alemana, Benjamin consideraba la verdad  como un fenómeno exclusivamente acústico: “No Platón sino  Adán”, quien le dio a las cosas su nombre, era para él el “padre  de la filosofía”. De aquí que la tradición era la forma en que estas  palabras que-daban-nombres eran transmitidas; este también  era un fenómeno esencialmente acústico. Benjamin se sentía  muy semejante a Kafka precisamente porque este último no te­

rna ninguna “visión profética” sino que escuchaba la tradición, y  “aquel que escucha bien no ve” (“El libro de Max Brod sobre  Kafka”).

Estas son buenas razones de por qué el interés filosófico de  Benjamin se concentró desde un principio en la filosofía del len­ guaje, y de por q por último el hecho de nombrar a través de  las citas se convirtió para él en la única posibilidad y el único mo­ do apropiado de tratar el pasado sin la ayuda de la tradición.  Cualquier período para el cual su propio pasado se haya tomado  tan cuestionable como para nosotros debe tropezar con el fenó­ meno del lenguaje, pues en él está contenido el pasado en forma  imborrable, frustrando cualquier intento de querer librarse de él  de una vez y para siempre. La polis griega seguirá existiendo en  el fondo de nuestra existencia política, es decir, en el fondo del  mar, siempre que sigamos usando la palabra “política”. Esto es  aquello que los semánticos, que con buenas razones atacan el  lenguaje como el gran baluarte detrás del cual se esconde el pa­ sado (su confusión, tal como dicen) no pueden entender. Y están  en lo cierto: en el análisis final todos los problemas son proble­

mas lingüísticos; simplemente no conocen las implicaciones de  lo que están diciendo.

Sin embargo, Benjamin, que todavía no pudo haber leído a  Wittgenstein, y menos aun a sus sucesores, sabía bastante sobre  estas cosas, porque desde el principio el problema de la verdad  se había presentado como “una revelación para él... que debe ser  oída, es decir, que yace en la esfera metafísicamente acústica.”  Para él, el lenguaje no era en absoluto el don esencial del habla  que distingue al hombre de otros seres vivos sino, por el contra­ rio, “la esencia del mundo... de donde surge el lenguaje” (Brie/e  1,197), que casualmente se acerca a la postura de Heidegger so­ bre que “el hombre puede hablar en tanto sea el orador.” Hay en­

 

tonces un “lenguaje de la verdad, el depósito silencioso y sin ten­ siones de los secretos fundamentales que abarca todo pensa-  miénto” (“La tarea del traductor”), y este es “el verdadero len­ guaje” cuya existencia suponemos sin pensar en cuanto traduci­ mos de una lengua a otra. Esta es la razón por la que Benjamín  sitúa en el centro de su ensayo “La tarea del traductor” la sor­ prendente cita de Mallarmé donde las lenguas orales en su di­ versidad y multiplicidad sofocan, en virtud de su tumulto estilo  Babel, la "immortelle parole" que ni siquiera puede ser pensada,  dado que “pen

sar es escribir sin implemento ni susurros, en si­ lencio”, y así impide que se oiga la voz de la verdad sobre la tie­ rra con la fuerza de la evidencia material y tangible. Sean cuales  fueren las revisiones teóricas que haya realizado posteriormente  Benjamín en estas convicciones teológicas-metafísicas, su en­ foque básico, decisivo para todos sus estudios literarios, perma­ neció inmutable: no investigar las funciones utilitarias o comuni­ cativas de las creaciones lingüísticas sino comprenderlas en su  forma cristalizada y por lo tanto fragmentaria como expresiones  no-comunicativas y sin intención de la “esencia del mundo”.  ¿Qué otra cosa quiere decir que el hecho de que entendía el len­ guaje como un fenómeno esencialmente poético? Y esto es pre­ cisamente lo que la última oración del aforismo de Mallarmé,  que no cita, declara con inequívoca claridad: “Seulement, sachons  n’existeraitpas les vers: lui, philosophiquement remunere le défaut  des langues, complément supérieuf (todo esto sería verdad si no  existiera la poesía, el poema que filosóficamente convierte en  bueno el defecto de los lenguajes, es su complemento supe­ rior).32 Y esto no quiere decir otra cosa que aquello que mencio­ né anteriormente, es decir, que estamos tratando con algo que  puede no ser único pero que es en extremo raro: el don de pen­ sar poéticamente.

Y este pensamiento, alimentado por el presente, trabaja con  los “fragmentos de pensamiento” que puede arrebatar al pasado  y reunir sobre sí mismo. Al igual que un pescador de perlas que  desciende hasta el fondo del mar, no para excavar el fondo y lle­ varlo a la luz sino para descubrir lo rico y lo extraño, las perlas y

12 Para el aforismo de Mallarmé, véase: “Variations sur un sujet” con el sub­ título de: “Crise des vers”, Pléiade, págs. 363-64.

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el coral de las profundidades y llevarlos a la superficie, este pen­ samiento sondea en las profundidades del pasado, pero no para  resucitarlo en la forma que era y contribuir a la renovación de las  épocas extintas. Lo que guía este pensamiento es la convicción  de que aunque vivir esté sujeto a la ruina del tiempo, el proceso  de decadencia es al mismo tiempo un proceso de cristalización,  que en las profundidades del mar, donde se hunde y se disuelve  aquello que una vez tuvo vida, algunas cosas “sufren una trans­

formación del mar” y sobreviven en nuevas formas cristalizadas  que

 permanecen inmunes a los elementos, como si sólo espera­ ran al pescador de perlas que un día vendrá y las llevará al mun­ do de los vivos, como “fragmentos de pensamiento”, como algo  “rico y extraño” y tal vez también como un urphnnomene eterno.


 

Bertolt Brecht

1898-1956

Esperas, sí,

tus fibras te disculparánte salvarán del infierno:sin embargo,sin parecer triste,sin parecer, de ningún modo,  tener la culpa(No lo necesita,pues sabe muy biena lo que un amante del arte  como tú le presta atención),  Dios puede reducirteel día del Juicio Finala lágrimas de vergüenza,al recitar de memorialos poemas que habrías  escrito si tu vidahubiese sido buena.

W. H. AUDEN

I

Cuando Bertolt Brecht buscó y encontró refugio en los Esta­ dos Unidos en 1941, viajó a Hollywood a “unirse a los vendedo­ res” en “el mercado donde se compran mentiras", y dondequiera


 

que fuera sentía la frase: “Deletree su nombre”.1 Había sido fa­ moso en los países de habla alemana desde principios de la déca­ da de 1920, y no le gustaba demasiado la idea de volver a ser po­ bre y desconocido otra vez.

 En 1947 fue citado ante el Comité de  Actividades Antinor

teamericanas: apareció con un billete para  Zurich en el bolsillo; le agradecieron ampliamente el hecho de  ser tan “cooperativo” y abandonó el país. Pero cuando Brecht  trató de instalarse en Alemania Occidental, las autoridades de la  ocupación militar le negaron el permiso necesario.2 Este hecho  resultó ser bastante infortunado tanto para Alemania como para  el mismo Brecht. En 1949, se estableció en BerUn Oriental, don­ de le dieron la dirección de un teatro y, por primera vez en su vi­ da, una amplia oportunidad de observar de cerca la variedad co­ munista del dominio total. Murió en agosto de 1956.

1 Casi todos los poemas de Brecht existen en varias versiones. A menos  que lo especifique mis citas serán de las Obras Completas publicadas a fines de  la década de 1950 por Suhrkamp en Alemania Occidental y la Aufbau-Verlag en  Berlín Oriental. Las primeras dos citas pertenecen a‘ Hollywood’ y “Sonettinder  Emigration*, Gtdichte 1941-1947, voLVI. Las primeras dos estrofas del ‘ Soneto en  la Emigración* son notables porque contienen una queja personal, algo muy raro  en la poesía de Brecht

Verjagt aus meintm Latid muss ich muh sehn

Wie ick tu tintín tunen Laden kommt, eintr Scktnkt

Wo ick verkaufen kann das, utas ick denke.

Die alten Wtge muss ick wiedergekn

Die giatt geschlifftnen durek den Tritt der Hofftt

ungslostn! Sckon gekend, weiss ick jelzt nock nickt: wu wem?

Wokin ick kommt kdr'ick: Spell your ñame/

Ack, dieser "namemgekdrte tu dengrossent

(Echado de nú país, ahora debo ver cómo abrir un nuevo negocio, algún  lugar donde pueda vender lo que pienso. Debo emprender los viejos caminos,  gastados por los pasos de los desesperados! Ya en mi camino, aún no sé hacia  quién voy. Adonde llego oigo decir [Deletree su nombre! Oh, este ‘ nombre* fue  uno de los grandes.)

1 Martin Esslin, autor de Brecht: El hombre y su obra, Anchor Books, 1961,  declaró recientemente que Brecht ‘ podía haber regresado a Alemania cuando  hubiese querido...; lo difícil en esa época era que los alemanes salieran de  Alemania, pero no que entraran a ella*. (“Brecht at Seventy*, otoño de 1967.)  Esto es un error; pero es cierto que Brecht ‘ deseaba


 

Desde la muerte de Brecht, su fama se extendió por toda  Europa (incluso en Rusia) y también en los países de habla ingle­

sa. Con la excepción de Los siete Pecados capitales del pequeño  burgués, una obra menor traducida por W. H. Auden y Chester  Kallman (su excelente traducción de E l ascenso y la calda de la  dudad de Mahagonny nunca fue publicada) y Galileo, traducida  por Charles Laughton y el mismo Brecht, ninguna de sus obras  teatrales y; lamentablemente, algunos de sus poemas aparecie­ ron en una traducción inglesa digna de este gran poeta y drama­ turgo; tampoco ninguna de sus obras (excepto Galileo, con  Charles Laughton, que duró seis actuaciones en Nueva York a fi­ nes de la década de 1940, y tal vez E l drculo de tiza caucasiano  en el Lincoln Center en 1966) tuvo una producción digna en len­ gua inglesa. Una traducción adecuada, aunque no muy distingui­ da, del primer libro de poemas de Brecht (Día Hauspostille, que  apareció en 1927) por ferie Bentley, con buenas notas de Hugo  Schmidt, ha sido publicada por Grove Press bajo el título de Ma­ nual de piedad. Pero la fama tiene su propio “momentum" y a pe­ sar de que a veces ha sido difícil entender por qué personas que  no saben una palabra de alemán se excitan y entusiasman con  Brecht en inglés, la excitación y el entusiasmo son bienvenidos,  porque son bien merecidos. La fama también cubrió las circuns­ tancias que hicieron que Brecht viajara a Berlín Oriental y esto  también es recibido con beneplácito por cualquiera que recuer­ de la época en la que críticos de segunda clase y escritores de  tercera podían denunciarlo con total impunidad.3

Sin embargo, la biografía política de Brecht, una especie de  histor

ia clínica de la incierta relación entre la poesía y la política,  no es una cuestión ligera y, ahora que su fama es segura, puede  haber llegado el momento de que sea posible plantear algunas  preguntas sin ser malinterpretado. La adherencia doctrinaria y a  menudo absurda a la ideología comunista como tal no debe ser1

1 Para evitar malentendidos, a Brecht no le fue mejor con tos críticos  literarios comunistas y lo que dijo sobre ellos en 1938 se aplica igualmente a tos  *anti-comunistas’ : “Lukács, Gabor, Jure lia... son enemigos de la producción. La  productividad hace que sospechen. Es incierto, impredecible. Nunca se sabe qué  sucederá con la productividad. Y ellos mismos no quieren producir. Quieren  jugar a ser apparalehiks, para tener control sobre los demás. Cada una de sus  críticas contieneuna arrienaza.” (Véase Walter Benjamín: “GesprSchemlt Brecht”,  en Vtrsuekt übtr Brecht, Frankfurt, 1966.)

 

causa de gran preocupación. En un poema escrito en Norteamé­ rica durante la guerra pero publicado sólo recientemente, el mis­ mo Brecht deñne el único punto de importancia. Al dirigirse a  sus colegas alemanes bajo el dominio de Hitler, dijo: “Estén aler­ tas, ustedes que alaban a este hombre Hitler. Yo...sé que pronto  morirá y que al morir, habrá sobrevivido a su fama. Pero aun si  hizo de la tierra un lugar inadecuado para ser habitado al con­ quistarlo, ningún poema que lo adule puede perdurar. Es cierto,  demasiado rápido muere el grito de dolor de continentes ente­ ros como para ahogar el himno al atormentador. Es cierto, aque­ llos que alaban el ultraje, también tienen voces que suenan bien.  Y sin embargo, la canción considerada más hermosa es la del  cisne moribundo: pues éste canta sin temor.”4 Brecht tenía y no  tenía razón al mismo tiempo; ningún poema alabando a Hitler o  su guerra ha sobrevivido su muerte, porque ninguno de sus au­ tores “tenía una voz que sonara bien”. (El único poema alemán  de la última guerra que perdurará es el poema de Brecht: “La  cruzada de los niños de 1939”, una balada escrita en el emotivo  tono amargo y triste de las canciones populares que cuenta la  historia de cincuenta y cinco huérfanos de guerra y un perro en  Polonia que partieron hacia “ein Latid, wo Frieden uta/" [un país  donde hubiera paz] y no conocían el camino.) Sin embargo, la  voz de Brecht suena lo suficientemente bien en las líneas que di­ rige a sus colegas poetas, y no se comprende muy bien por qué  no las publicó, excepto por el hecho de que supiera que un sim­ ple cambio de nombre haría que el poema se volviera en su con­ tra: ¿Qué sucedió con su oda a Stalin y su alabanza a los críme­ nes de Stalin, escritos y publicados mientras estaba en Berlín  Oriental, pero compasivamente omitidos en la colección de sus  obras completas? ¿No sabía lo que hada? Oh, claro que sí: “Ano­ che, en un sueño, vi unos dedos que me apuntaban como si fue­ ra un leproso. Estaban gastados y rotos. ‘¡Ustedes no saben!’, les  grité consciente de la culpa.”5

4 “Bricfe über Gelesenes", Gedickte, voLVl

8 “Bttesr Morgen*, Gedickte 1948-1956, vol. Vil. La alabanza de Brecht deStalin ha sido cuidadosamente diminada de estas Obras Completas. Los únicos  rastros

 se encuentran en Prosa, vol. V, las notas M e-ti publicadas después de su  muerte. (Véase nota 33). AHI alaba a Stalin como “d que es útil* y justifica sus  crímenes (págs. 60 en adelante y 100 en adelante.) Inmediatamente


 

Hablar sobre poetas es una tarea incómoda; los poetas son  para ser citados y no para hablar sobre ellos. Aquellos cuya espe­ cialidad es la literatura y entre los cuales encontramos a “los es­ tudiosos de Brecht” han aprendido a sobreponerse a esta inco­ modidad, pero no soy uno de ellos. Sin embargo, la voz de los po­

etas nos concierne a todos, no sólo a los críticos y eruditos; nos  concierne en nuestras vidas privadas y también en tanto que so­ mos ciudadanos. No necesitamos tratar a los poetas engagé para  sentimos justificados al hablar de ellos desde un punto* de vista  político, como ciudadanos; sin embargo, para una persona no-li­ teraria parece más fácil comprometerse a esta actividad si las ac­ titudes y compromisos políticos han jugado un rol importante en  la vida y la obra de un autor, como sucedió con Brecht.

Lo primero que hay que señalar es que los poetas no siem­ pre han sido ciudadanos buenos y confiables; el mismo Platón,  un gran poeta disfrazado de filósofo, no fue el primero en sentir­ se preocupado y molesto por los poetas. Siempre hubo proble­ mas con ellos; siempre han mostrado una tendencia deplorable  al mal comportamiento, y en nuestro siglo, su mala conducta ha  sido a veces de mayor preocupación para los ciudadanos de lo  que era anteriormente. Sólo necesitamos recordar el caso de Ez-  ra Pound. El gobierno de los Estados Unidos decidió no llevarlo  a juicio por traición durante la guerra porque podía apelar insa­ nia, y un comité de poetas hizo, en cierta forma, lo que el gobier­ no decidió no hacer (lo juzgó) y el resultado fiie un premio por  haber escrito la mejor poesía de 1948. Los poetas lo honraron sin  tener en cuenta su mala conducta o insania. Ellos juzgaron al po­ eta; no les competía juzgar al ciudadano. Y como ellos mismos  eran poetas, pudieron haber pensado en los términos de Goethe:  “Dichter sündgen nicht schwei'; es decir, que los poetas no car­ gan un peso tan pesado de culpa cuando se comportan mal, no  deben tomarse muy en serio sus pecados. Sin embargo, Goethe  hada referencia a una clase distinta de pecados, pecados ligeros,  como Brecht cuando habla de cuando, en su irresistible deseo  de decir las verdades menos esperadas (lo que en realidad era

su muerte, Brecht escribió que habla sido la encarnación de la esperanza’ para  los ‘ oprimidos de cinco continentes’ (Sñin und Form, vol. 2, 1953, pég.10).  Compárese también el poema en op.tiL, II, 2.1950,128.

 

una de sus grandes virtudes) declara: “En mí tienen a un hom­ bre en el que no pueden confiar”,6 sabiendo muy bien que aque­ llo que las mujeres más deseaban en sus hombres era coníiabili-  dad, aquello que los poetas menos pueden dar. No pueden darlo  porque aquellos cuya tarea es elevarse deben esquivar la solem­ nidad. No pueden sentirse atados y, por lo tanto, no pueden te­ ner tantas responsabilidades como los otros.

Y ahora resulta que Brecht sabía todo esto muy bien aunque  nunca l

o admitió públicamente. En una conversación en 1934 di­ jo que siempre había pensado “en un tribunal ante el cual podría  ser interrogado. ‘¿Cómo es esto? ¿Lo dice en serio?’ Entonces  tendría que haber admitido: No soy del todo serio. Hay muchas  cuestiones artísticas, cuestiones que conciernen al teatro, pien­ so en ser enteramente serio. Pero al haber respondido no a esta  importante pregunta agregaría algo incluso más importante, y es  que mi actitud es legítima”. Para aclarar a qué se refería propuso  lo siguiente: “Supongamos que leen una excelente novela políti­ ca y luego se enteran de que su autor es Lenin; cambiarían su  opinión sobre el libro y el autor en detrimento de ambos.”7 Pero  hay pecados y pecados. Innegablemente, los pecados de Ezra  Pound fueron mucho más serios; no fue sólo un caso de estupi­ dez que sucumbió ante los ejercicios de Musolini en la oratoria.  En sus maliciosos programas radiales, fue mucho mas allá de los  peores discursos de Musolini, haciendo el trabajo de Hitler y  probando ser una de los peores perseguidores de judíos entre  ios intelectuales a ambos jados del Atlántico. Era obvio que odia­ ba a los judíos desde antes de la guerra y los odió desde enton­ ces, y este odio es su asunto privado y carece de importancia po­ lítica. Otra cosa es anunciar este tipo de aversión al mundo en un  momento en que son exterminados millones de judíos. Sin em­ bargo, Pound podía alegar insania y cometer impunemente co­ sas que Brecht, totalmente cuerdo y muy inteligente, nunca pu­ do cometer. Los pecados de Brecht fueron menores que los de  Pound; sin embargo, pecó con mayor fuerza, porque sólo era un  poeta y no un insano.


 

A pesar de la falta de solemnidad, coníiabilidad y responsa­ bilidad de los poetas, obviamente no pueden cometer impune­ mente cualquier cosa. Sin embargo, a nosotros, sus conciuda­ danos, nos resulta difícil saber dónde trazar la b'nea. Villon

 casi  acabó en la horca y sin embargo sus canciones siguen alegrán­ donos el corazón, y lo honramos por eso. No hay forma más se­ gura de ponerse en ridículo que la de trazar un código de com­ portamiento para poetas, a pesar de que varios hombres serios y  respetables lo han hecho. Afortunadamente para nosotros y los  poetas, no tenemos que afrontar este absurdo problema y tam­ poco tenemos que confiar en nuestras normas habituales de jui­ cio. Un poeta debe ser juzgado por su poesía y, a pesar de que se  le permiten muchas cosas, no es cierto que “aquellos que alaban  el ultraje poseen voces que suenan bien”. Por lo menos, no lo fue  en el caso de Brecht; sus odas a Stalin, ese gran padre y asesino  de pueblos, parecen haber sido fabricadas por el peor imitador  que jamás haya tenido Brecht. Lo peor que puede sucederle aun  poeta es que deje de ser poeta y eso es lo que le sucedió a Brecht  en los últimos años de su vida. Pudo haber pensado que sus odas  a Stalin no importaban. ¿No fueron escritas por temor y no creyó  él siempre que casi todo se justifica frente a la violencia? Esta era  la sabiduría de su “señor Keuner” quien, alrededor de 1930 era  sin embargo un poco más fastidioso en la elección de sus medios  que su autor veinte años después. En épocas de oscuridad, tal  como relata una de las historias, apareció un agente de los go­ bernantes en la casa de un hombre que “había aprendido a decir  no”. El agente reclamó la casa y la comida del hombre como pro­

pias y le preguntó; “¿Me servirá usted?” El hombre lo ayudó a  acostarse, lo cubrió con una manta, vigiló su sueño y lo obedeció  durante siete años. Pero jamás pronunció una sola palabra. Des­ pués de siete años, el agente había engordado de tanto comer,  dormir y dar órdenes y murió. El hombre lo envolvió en la man­ ta roída y lo arrojó fuera de la casa, lavó la cama, pintó las pare­ des, respiró aliviado y respondió: “No".® ¿Había olvidado Brecht  la sabiduría de Keuner al no decir “sí”? De cualquier manera, lo  que aquí nos interesa es el triste hecho de que los pocos poemas  de sus últimos años, publicados después de su muerte, son débi-1

1 En : “Geschichten vom Hem Keuner", Versuche 1-3, Berlín, 1930

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les y sin fuerza. Las excepciones son menores. Está la ocurren­ cia tan atada después de la rebelión de los trabajadores de 1953:  “Después de la rebelión del 17 de junio... podía leerse que la gen­ te había perdido la confianza del gobierno y sólo podía volver a  ganarla al redoblar sus esfuerzos de trabajo. ¿No sería más sim­ ple para el gobierno disolver el pueblo y elegir a otro?”9 Hay va­ rios versos emotivos en poemas de amor y rimas infantiles. Y lo  más importante, hay alabanzas a la vaguedad, de las cuales las  mejores parecen una variación semiconsciente de la famosa  “Ohne Warum" del Angelus Silesius. (“La rosa es sin motivo; flo­ rece porque florece,/ no le importa de sí misma, no pregunta si  es vista.”) 10 Brecht escribe:

Ach, wie sollen wir die kleine Rose buche»? Pttitzlich dunkelrot undjung and nah? Ach, wirkamen nicht, siezu besuchen

Aber ais wir kamen, warsie da.

Eh, sie da war, ward sie nicht erwartet.

Ais sie da war, ward sie kaum geglaubt. Ach, zum Ziele kam, was nie gestartet.

Aber war es so nicht überkaupt?n

El hecho de que Brecht pudiera escribir estos versos indica  un cambio decisivo e inesperado en el ánimo del poeta; sólo su  primera poesía en el Manual de la piedad muestra la misma li­ bertad de propósitos mundanos, y en lugar del temprano tono de  júbilo o desafío hay una peculiar calma de maravillay gratitud. El  único producto perfecto de estos últimos años, que consistía en  sólo dos estrofas de cuatro líneas, es una variación de una rima  infantil alemana, y por lo tanto, intraducibie.12*

* Gedichte, vol. VII, titulado 'Die Ldsung.”

10 Angelus Silesius: Cherubinischer Wendermann, 1657, Libro I, 289, enWerkt, Miinchen, 1949, vol. III.

11'¿Cómo podemos explicar la pequeña rosa? ¿De repente rojo oscura, joven  y cercana? Oh, no vinimos a verla a ella, pero cuando llegamos ella estaba allí.

“Antes de existir, no se la esperaba; cuando apareció fue difícil creer en ella.  Oh, algo llegó que nunca había sido empezado. ¿Fiero no es así como siempre ha  sido?” En Cedichte, vol.VII.

 

Sieben Rosen kai der Strauch  Secks gehor'n dem WindAber eine bleibt, dass auckIck noch einefind.

Sieben Male ntfich dickSecksmal bleibe fortDock beim siebten Mal, versprick  Komme aufein Wort.

Todo indicaba que el poeta había encontrado una nueva voz,  tal vez la canción del cisne moribundo que es considerada la  más hermosa”, pero cuando llegó el momento de que la voz fue  se oída, parecía haber perdido su fuerza. Este es el único signo  objetivo y por lo tanto indiscutible que poseemos de que ha tras­ pasado los límites

 bastante amplios fijados para los poetas, que  había cruzado la línea que marcaba aquello que le estaba permi­ tido. Lamentablemente, no se pueden detectar estos limites des­ de afuerza, y ni siquiera se pueden imaginar. Son como peque­ ñas colinas, invisibles para el ojo desnudo, y una vez que un  hombre las ha cruzado (o ni siquiera cruzado ano sólo tropeza­ do con ellas) se convierten de repente en paredes. No se puede  rastrear los pasos; haga lo que haga, se encuentra con la espalda  contra la pared. E incluso ahora, afires coufi, es difícil definir la  causa; nuestra única evidencia de que fue dado el paso la propor­ ciona la poesía, y todo lo que nos dice es el momento cuando su­ cedió, cuando lo alcanzó el castigo. Pues el único castigo signifi­

cativo que puede sufrir un poeta, aparte de la muerte, es la re­ pentina pérdida de aquello que a través de la historia humana ha  aparecido como un don divino.

Para Brecht la pérdida vino más adelante y por lo tanto pue­ de enseñarnos una lección sobre la gran tolerancia de la que go­ zan aquellos que viven bajo las leyes de Apolo. No sucedió cuan­ do se convirten comunista; ser comunista en la Europa de la  década de 1920, e incluso a principio de los años treinta (por lo  menos para la gente que no estaba muy al tanto de las cosas y no  podía saber hasta qué punto Stalin había cambiado el Partido y  lo había convertido en un movimiento totalitario, listo a cometer  cualquier crimen y cualquier traición, incluso la traición de la re­

volución), no era un pecado sino simplemente un error. Sin em-

 

bargo, tampoco sucedió cuando Brecht no logró romper con el  partido durante los Juicios de Moscú, donde algunos de sus ami­ gos formaban parte de los acusados, o durante la guerra civil es­ pañola, cuando debió de haber sabido que los rusos hicieron to­ do lo posible en detrimento de la República Española, usando las  desgracias de los españoles para vengarse de los antiestalinistas  dentro y fuera del partido. (En 1938 dijo: "En realidad, allí no ten­ go amigos [en Moscú); y la gente de Moscú tampoco tiene ami­ gos, como los muertos."13) Y tampoco cuando, en la época del  pacto entre Hitler y Stalin, Brecht no pudo dar su opinión y, mu­ cho menos, romper sus relaciones con el partido; por el contra­ rio, los años que pasó en el exilio, primero en la ciudad danesa  de Svendborgy luego en Santa Mónica, fueron los mejores años  de su vida desde el punto de vista creativo, comparable en pro­ ductividad sólo con su juventud, cuando todavía no estaba in­ fluenciado por la ideología y no se había sometido a ninguna dis­ ciplina política. Por fin llegó cuando se instaló en Berlín Oriental,donde pudo ver, día tras día, lo que significaba para la gente vivir  bajo un régimen comunista.

No es que hubiese deseado establecerse allí; desde diciem­ bre de

 1947, hasta el otoño de 1949, había aguardado en Zurich  el permiso

 para establecerse en Munich,14 y sólo cuando tuvo  que renunciar a toda esperanza de obtenerlo decidió regresar a  casa lo mejor que podía, bien provisto contra cualquier circuns­ tancia con un pasaporte checo que pronto cambió por uno austrí­ aco, una cuenta bancaria en suiza y un editor de Alemania Occi­ dental. Hasta ese lamentable momento, había tenido sumo cui­ dado en no establecer un contacto demasiado íntimo con sus  amigos del Este. En 1933, cuando varios de sus amigos creyeron  tontamente que hallarían asilo en la Rusia Soviética, él viajó a Di­ namarca y cuando abandonó Europa a principios de la guerra, a

13 Benjamín, op.cit., 133.

M Esslin, op.cit., señala que “en la versión oficial de Alemania Oriental, elregreso de Brecht a Berlín Oriental data por lo general de octubre de 1948: en esa  época, Brecht visitó Berlín Oriental, pero regresó a Zurich’ y sólo “afines de 1949.  Brecht aceptó ir a Berlín Oriental*. En octubre de ese año, escribió: “No tengo  ninguna fundón u obligación oficial de ningún tipo en Berlín Oriental y no recibo  salario alguno*

 

pesar de que vino a Norteamérica vía Vladivostok, casi no se de­ tuvo en Moscú, y ni siquiera jamás consideró a Rusia (esta era la  época del pacto entre Hitler y Stalin) como un posible lugar de  reíúgio. Aparte del hecho de que nunca halló favores en el Parti­ do Comunista Ruso (desde el principio hasta el fin era apreciado  sólo por audiencias libres en los países occidentales) debió de  haber presentido que la distancia poética que había podido man­ tener de la política comunista aun cuando estaba profundamente  comprometido con la “causa” (parece que nunca fue miembro  del Partido) no

 soportaría el ataque de la realidad soviética, así  como no soport

ó el ataque menos horrible de la realidad de la  Alemania de Ulbricht. El elemento de travesura, tan importante  en su trabajo, no podía sobrevivir próximo a los horrores con los  que solía jugar. Después de todo, una cosa es decirles a los ami­ gos y conocidos cuando están en desacuerdo con uno: “También  te fusilaremos, cuando asumamos el poder”, y otra vivir donde  les suceden cosas peores que el ser fusilados a aquellos que es­ tán en desacuerdo con los que tienen el poder. A Brecht no lo  molestaron, ni siquiera en los años anteriores a la muerte de Sta­ lin. Pero como no era ningún tonto, debió de darse cuenta de  que su seguridad personal dependía del hecho de que Berlín  Oriental era un lugar excepcional, la vidriera del Este durante la  década de 1950 y en desesperada competencia con la ciudad del  sector occidental, a sólo un par de paradas de subterráneo de  distancia. En esta competencia, el Conjunto Berliner (la compa­ ñía de teatro que Brecht, bajo la protección del gobierno de Ale­ mania Oriental, formó, encabezó, escribió para y dirigió) fue, y  lo ha seguido siendo hasta el momento, el mayor bien del  régimen de Alemania Oriental, así como también es el único lo­ gro cultural sorprendente de la Alemania de posguerra. Por lo  tanto, durante siete años, Brecht vivió y trabajó en paz bajo los  ojos (de hecho, bajo la protección) de los observadores occiden­ tales, pero ahora en un contacto mucho más íntimo con un esta­ do totalitario como nunca antes en su vida, viendo el sufrimiento  de su propio pueblo con sus propios ojos. Y la consecuencia de  ello es que durante esos años no produjo ni una obra y ni siquie­ ra un gran poema, así como tampoco terminó el Salzburger To-  tentanz, que había comenzado en Zurich y que (al juzgar por los  fragmentos, que sólo conozco a través de la traducción al inglés

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de Eric Bentley) podía haberse convertido en una de sus gran­ des obras teatrales.15 Brecht sabía que no podía escribir en Ale­ mania Oriental. Poco antes de su muerte, se dice que compró  una casa en Dinamarca y que también tenía pensado mudarse a  Suiza.16 Nadie había estado más ansioso por ir a su casa: “No cla­ ves ningún clavo en la pared, arroja la chaqueta sobre la silla...  ¿Por qué abres la gramática extranjera? Las noticias que te lla­ man a casa están escritas en lenguaje familiar”, y lo único que  planeaba cuando yacía en su lecho de muerte era el exilio.

Así, lado a lado con el gran poeta y dramaturgo también está  el caso de Bertolt Brecht. Y este caso importa a todos los ciuda­ danos que desean compartir su mundo con los poetas. No puede  ser dejado a los departamentos de literatura sino que es también  interés de los científicos políticos. El mal comportamiento cróni­ co de los poetas y los artistas ha sido un problema político, y a ve­ ces incluso moral, desdela antigüedad. En la siguiente discu­ sión de este caso, me limitaré a las dos suposiciones que he  mencionado. La primera, a pesar de que en general Goethe esta­ ba en lo cierto y que a los poetas se les permite más que a los  simples mortales, los poetas también pueden pecar tan grave­ mente que deben cargar con todo el peso de la culpa y la respon­ sabilidad. Y la segunda, la única forma de determinar sin equivo­ carse la grandeza de sus pecados es escuchar su poesía, lo que  significa, supongo, que la facultad de escribir un buen verso no  depende enteramente del poeta sino que necesita ayuda, que se  le da la facultad y que él puede perderla.

II

Para comenzar, debo mencionar algunas circunstancias bio­ gráficas. No necesitamos inmiscuimos en la vida personal de  Brecht, sobre la que era más reticente y menos deseoso de com­ partir que cualquier otro autor del siglo XX (y esta reticencia, tal

,J En: Thejeioisk WiJi and Other Short Plays, Evergreen Paperbacks.

“ Véase la monografía de Marianne Kesting. Bertolt Brecht, Hamburgo,1959, 155.

 

como veremos, era una de sus virtudes, de las cuales tenía mu­ chas), pero debemos seguir los pocos indicios exquisitos de sus  poemas. Brecht, nacido en 1898, pertenecía a lo que podría lla­ marse la primera de las tres generaciones perdidas. Los hom­ bres de su generación cuya iniciación en el mundo habían sido  las trincheras y campos de batalla de la Primera Guara Mundial  inventaron o adoptaron el término porque sentían que no eran  capaces de vivir vidas normales; la normalidad era una traición a  toda la experiencia del horror, y la camaradería en medio del ho­ rror, eso los había convertido en hombres y, en lugar de traicio­ nar aquello que les era más propio, preferían perderse, perderse  para sí mismos y para el mundo. Esta actitud, común a los vete­ ranos de guerra de todos los países, se convirtió en una especie  de clima de opinión cuando ocurrió que les sucedieron

 dos “ge­ neraciones perdidas” más: la primera, nacida unos diez años  después, en la primera década del siglo, aprendió, a través de las  impresionantes lecciones de la inflación, el desempleo en masa  y la inquietud revolucionaria, la inestabilidad de todo aquello  que había quedado intacto en Europa después de casi más de  cuatro años de lucha; la siguiente, nacida nuevamente diez años  después, en la segunda década del siglo, tuvo la elección de ser  iniciada al mundo por los campos de concentración nazis, la  Guerra Civil Española o los Juicios de Moscú. Estos tres grupos  nacidos entre 1890 y 1920 tenían edades relativamente cercanas  como para formar un solo grupo durante la Segunda Guerra  Mundial, ya sea como soldados o como refugiados y exiliados,  como miembros de los movimientos de resistencia o como r e  clusos en los campos de concentración y exterminio, o como ci­ viles bajo una lluvia de bombas, sobrevivientes de ciudades de  las que Brecht, décadas antes, había dicho en un poema:

Hemos estado viviendo una generación ligera,  en casas que se consideraban indestructibles. (Los edificios delgaduchos de la Isla de Manhattan ylas finas antenas

que divierten al Océano Atlántico fueron construidos  por nosotros.)

De estas ciudades quedará aquello que sopla entre ellas, el viento.  La casa alegra al invitado a cenar. La limpia.

 

Sabemos que sólo somos temporarios y que después de  nosotros

No vendrá nada de lo que valga la pena hablar.

Este, en “On Poor B.B.” del Manual de la Piedad, es el único  poema dedicado al tema de las generaciones perdidas. El título  es irónico; en las últimas líneas dice que “en los terremotos que  vendrán espero no dejar que mi cigarro salga con amargura”, y  en cierta forma, esto es característico de toda su actitud, es co­ mo si diera vuelta los cuadros: Lo que se ha perdido no es sólo  esta raza d

e hombres carente de peso sino el mundo que debía  albergarlos. Com

o Brecht nunca pensó en términos de autocom-  pasión (ni siquiera en el más alto nivel), era una figura bastante  solitaria entre sus contemporáneos. Cuando ellos se llamaban  perdidos a sí mismos, consideraban tanto a sí mismos como a la  época con los ojos del siglo XIX; no tuvieron lo que Friedrich  Hebbel una vez llamó “die ruhige reine Entwicklung”, el desarro­ llo puro y tranquilo de todas sus facultades, y reaccionaban con  amargura Resentían el hecho de que el mundo no les ofreciera  refugio y la seguridad de desarrollarse como individuos, y co­ menzaron a producir un tipo de literatura curiosa, en su mayoría  novelas donde nada parece de interés excepto la deformación  psicológica, la tortura social, la frustración personal y la desilu­ sión general. Esto no es nihilismo; de hecho, llamar a estos auto­ res nihilistas sería ofrecerles un cumplido que no merecen. No  profundizaban lo suficiente (estaban demasiado preocupados  consigo mismos) como para ver las verdaderas cuestiones; lo re­ cordaban y olvidaban lo que importaba Hay dos versos casi indi­ ferentes en otro de los poemas del Manual de la piedad donde  Brecht explica lo que pensaba sobre esta cuestión de cómo lle­ gar a un acuerdo con la propia juventud:

Hat ersein ganze Jugend, nur nicht ihre Tráume vergessen Lange das Dach, nie den Himmel, der drüber mar.17

>’ ‘ Olvidada toda su juventud pero no sus sueflos, olvidado ya hace tiem po  e l techo, pero no el cielo encim a de él*. Véase: 'B allade von den Abenteuem *,  Gtdichte, 1,79.

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El hecho de que Brecht nunca sintiera pena por sí mismo  (casi nunca se interesaba en sí mismo) fue una de sus grandes  virtudes, pero la virtud estaba arraigada en otra cosa, que era un  don y, al igual que todos los dones de ese tipo, era por una parte  una bendición y por otra, una

 maldición. Habla sobre ello en el  único poem

a estrictamente personal que escribió y a pesar de  que data de la época del Manual de la piedad, nunca llegó a pu­ blicarlo; no quería ser conocido. El poema, que es uno de sus  mejores trabajos, se titula: “Der Herr der Piache”18, es decir, el  dueño y señor del mundo de los peces, la tierra del silencio.  Cuenta cómo este señor llega a la tierra de los hombres, de los  pescadores, que se levantan y se sumergen con la regularidad  de la luna, un extraño y un amigo para todos (alien unbekannt  und alien nah) y cómo se sienta con ellos y no puede recordar  sus nombres pero se interesa en sus actividades, en el precio de  las redes y en la ganancia del pescado, en sus mujeres y sus tru­ cos para engañar al recaudador de impuestos.

Sprach er so con ihren Angelegenheiten Fragten sie ihn auch: Wie stehn denn deine? Und er blickte lachelnd um nach alien Seiten Sagte zogemd: Habe keine.

Por un tiempo, todo va bien. “Cuando le preguntan ‘¿Y cómo  van sus propios asuntos?’ él responde dudoso: No tengo ningu­ no.'” Hasta que llega el día en que insisten.

Fines Tages uiird ihn einerfragen:

Sag, toas ist es, toas dich su uns fiihrt

? Eilig wird eraufstehn; denn erspürt: Jetzt ist ihre Stimmung umgeschlagen.1*

Y él sabe por qué ha cambiado su humor; él no tiene nada  que ofrecer y a pesar de que fue bien recibido cuando llegó, nun­ ca fue invitado pues lo único que hacía era enriquecer su charla  diaria.

Cuando quieran más de él, “se retirará, amablemente, como  un sirviente. Nada quedará de él, ninguna sombra, ningún ras­

tro. Pero es con su consentimiento y su permiso que otra perso­ na, más rica que él, toma su lugar. Es verdad que no impide a na­ die hablar cuando él se calla.’’

Hoflich wird, der nichts zu bieten hatteAus der Türgehn: ein entlassner Knecht.Und es bleibt von ¡km kein kleinster Sckatte  Keine Hdhlung ¡n des Stuhls Geflecht. Sondem ergestattet, dass aufseinemfíatz ein anderersich reicher zeigt.

Wirklich er verwehrt es keinemDortzu reden, uto erschweigt.

Este autoijetrato, el retrato de Brecht del poeta joven (pues  esto es en realidad), presentando al poeta en todo su carácter re­ moto, su mezcla de orgullo y humildad, “un extraño y un amigo  para todos”, de ahí que sea bienvenido y rechazado al mismo  tiempo, sólo bueno para “Hin- und Widerreden" (“charla y con­ tracharla”), inútil para la vida diaria, silencioso sobre sí mismo,  como si no hubiera nada de qhablar, curioso y necesitado de  cada trozo de realidad que pueda captar, nos da por lo menos un  indicio de las enormes dificultades que el joven Brecht debió de  haber tenido al tratar de sentirse cómodo en el mundo de sus  contemporáneos. (Existe otra declaración sobre sí mismo, una  especie de poema en prosa de un período posterior. “Crecí como  el hijo de gente rica. Mis padres me colocaron un collar alrede­ dor del cuello, me educaron en el hábito de ser servido, y me en­ señaron el arte de impartir órdenes. Pero cuando crecí y miré a  mi alrededor, no me gustó la gente de mi clase, ni tampoco im­ partir órdenes y ser servido. Y abandoné mi clase y busqué la  compañía de las personas pobres.”20 Quizás esto sea bastante

 

cierto aunque parezca un programa. No es un autorretrato sino  una manera elegante de hablar sobre sí mismo.) Debemos reco­ nocer que sólo podemos adivinar quién fue de esta forma suma­ mente personal a través de algunas lineas de los primeros poe­ mas. Sin embargo, había ciertos aspectos de su comportamiento  posterior que estos tempranos versos pueden ayudarnos a com­ prender.

En primer lugar, y desde el principio, estaba la extraña incli­ naciónde Brecht por el anonimato y una extraordinaria aversión  a cualquier tipo de agitación: a la postura de la torre de marfil pe­ ro también a la más irritante mala fe de los “profetas del pueblo”,  o las “voces” de la Historia y a cualquier otra cosa que “la venta  de valores" (“der Ausverkauf der Werteera una especie de slo­ gan de la época) de la década de 1920 ofreciera a s

us clientes.  Pero había algo más que el disgusto natural de un hombre muy  inteligente y cultivado por los malos modales intelectuales de  sus alrededores. Brecht deseaba apasionadamente ser (o al me­ nos, ser considerado) un hombre corriente, no quería ser marca­ do como diferente por poseer dones especiales sino ser igual a  todos los demás. Y es obvio que estas dos disposiciones perso­ nales íntimamente relacionadas (hacía el anonimato y lo ordina­ rio) estaban desarrolladas con total plenitud antes de que las  adoptara como pose. Lo predisponían hacia dos actitudes al pa­ recer opuestas que luego jugaron un papel importante en su tra­ bajo: su peligrosa predilección por el trabajo ilegal que requiere  que uno borre sus huellas, oculte su rostro, olvide su identidad,  pierda su nombre, “habla pero esconde al orador, conquista pe­ ro esconde al conquistador, muere pero esconde la muerte”21;  cuando era muy joven,mucho antes de pensar en cualquier “Ala­ banza al trabajo ilegal”22 había escrito un poema sobre su herma­

no fallecido, que había “muerto en secreto y se había desintegra­ do en poco tiempo porque pensaba que nadie lo veía’ ,2* y su ex­ traña insistencia en rodearse de los llamados “colaboradores” de

*■“Aus einem Lesebuch für StSdtebewohncr" 0930), en Cedichte, vol. I.

” En GtdicUt, 193033. vol. m.

11 El poema "Meines Bruders Tod”, ciertamente escrito antes de 1920, enGeáiehte 1913-1929, vol. a

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nivel mediocre como si gritara una y otra vez: Todos pueden ha­ cer lo que yo hago; todo es cuestión de aprender, y no se necesi­ ta ningún don especial. En un muy temprano “Epistle on Suicide",  publicado después de su muerte, discute las razones que uno de­ bería dar por la actuación, que no deberían ser las razones verda­ deras, porque parecerían demasiado “grandes”: “De cualquier  modo, no debería parecer como si uno tuviese una opinión muy  alta de sí mismo.”24 Y si llevaba esta actitud hasta extremos ab­ surdos (una absurda sobreestimación del aparato ilegal del Par­ tido Comunista, requerimientos absurdos a sus “colaboradores”  para aprender aquello que estaba más allá del aprendizaje) debe  admitirse que el medio literario e intelectual de la década de  1920 en Alemania ofreda una tentación para pinchar la pomposi­ dad que, aun sin la especial disposición de Brecht. era difícil de  resistir. Los versos burlones sobre el comportamiento de sus co­ legas poetas en La ópera de tres peniques dio justo en el clavo:

1ch selber kSnnte mich durchaus begreife

n  Wenn ich mich liebergross und einsam sáhe  Dock sah ich solche Lente aus derNaheDa sagt ich mir. Das musst du dir verkneifen.**

Hay otro poema donde Brecht habla en forma explícita so­ bre sí mismo que tal vez sea el más famoso. Pertenece a “Svend-  borger Gedichte”, una secuencia de poemas escritos durante su  exilio en Dinamarca en la década de 1930 y se titula: “A aquellos  nacidos después de nosotros".26 Como en el anterior “Sobre el  pobre B.B.” hace hincapié sobre las

 catástrofes de la época en el  mundo y sobre la necesidad de estoicismo con respecto a todo  aquello que le sucede a uno. Pero ahora que han llegado “los te­ rremotos por venir”, han desaparecido todas las alusiones bio­ gráficas. (“Sobre el Pobre B.B." comienza y termina con la ver-

M El “Epistel iiber den Selbstmord*, ibidem.

15 *Yo también podría entenderme bastante bien si prefiriera parecer  grande y solitario; pero pude ver esta clase de gente de cerca y me dije: Esto no  es para ti.*

“ Todo el ciclo, incluyendo *An die Nachgeborenen” en Gedichte 1934-  1941, voL IV.

 

dadera historia de su origen: “Yo, Bertolt Brecht, vengo de la sel­ va negra. Mi madre me llevó a la ciudad cuando todavía estaba  en su vientre. Y el frío de la selva me acompañará hasta el día de  mi muerte.” Su madre era de la Selva Negra, y sabemos por algu­ nos poemas póstumos sobre la muerte de ella que eran muy alle­ gados.27) Es el poema sobre aquellos que viven “en épocas de os­ curidad”, y sus principales versos dicen lo siguiente:

Llegué a las ciudades en épocas de desorden, cuando reinaba e

hambre. Entre los hombres, llegué en el momento del cataclismo y  me rebelé con ellos. Así era la época que me tocó vivir.

Comía entre batallas, dormía entre asesinos, era indiferente en el  amor y miraba la naturaleza sin paciencia. Así era la época que me  tocó vivir.

Cuando vivía, la calle llevaba a la confusión. El discurso me traicio­ nó ante el asesino. Poco podía hacer. Los gobernantes estaban más  seguros sin mí, eso creía Así era la época que me tocó vivir.

...Tú que emergerás del diluvio donde nos ahogamos recuerda al  hablar de nuestras debilidades la época oscura a la cual escapaste.  ...Lamentablemente, nosotros que queríamos preparar el campo  para la amabilidad, no podíamos ser amables.

...Recuérdanos con clemencia

Sí, hagámoslo, recordémoslo con clemencia, aunque sólo  sea por el hecho de que lo impresionaban más las catástrofes de  la época en el mundo que cualquier cosa que le concerniera. Y  no olvidemos que el éxito nunca le dio la espalda. El sabía que  “wenn mein Glück aussetzt, bien ¡ch verloren" (“cuando la suer­ te me abandone, estaré perdido”) . Y su orgullo era apoyarse más  en su suerte que en sus dones, creerse más bien afortunado que  extraordinario. En un poema escrito unos cuantos años des­ pués, durante la guerra, cuando contaba sus pérdidas en térmi­ nos de los amigos que habían muerto (para mencionar sólo a  aquellos que él mismo nombra: Margarete Steffin, “una maestri-  ta de la clase trabajadora”, a quien había amado y quien se había  unido a él en Dinamarca; Walter Benjamín, el crítico


 

sado de ser perseguido”, se había suicidado, y Kart Koch28) ex­ pl

icó para sí mismo lo que había sido implícito en otro poema an­ terior: “Sé, por supuesto, que sólo gracias a la suerte sobreviví a  tantos amigos. Pero hoy, en un sueño, oí que estos amigos ded­ an de mí ‘Sobreviven los más fuertes’. Y me odié por eso.”29 Esta  parece ser la única vez en que se vio quebrantada la confianza en  sí mismo; él se comparaba con otros y la confianza en uno mis­ mo se basa en el hecho de negarse a ese tipo de comparaciones,  ya sea para mejor o para peor.

De modo que Brecht también, en cierto sentido, se sentía  perdido: no debido a que sus talentos individuales no habían ma­ durado como debían o podían o porque el mundo lo hubiese las­ timado sino porque la tarea era demasiado grande. Por ello,  cuando siente que el diluvio avanza, no mira hacia atrás con nos­ talgia, como nadie lo hace con mayor hermosura que Rilke en

 su  último trabajo, sino que apela a aquellos que emergerán de él, y  esta apelación al futuro — a la posteridad— no tiene nada que ve

r  con el “progreso”. Aquello que lo alejaba era que se daba cuenta  de lo ridículo que sería medir el torrente de los hechos con la va­ ra de las aspiraciones individuales; igualar, por ejemplo, la catás­ trofe mundial de desempleo con el deseo de seguir una carrera y  con reflexiones sobre el propio éxito o fracaso, o confrontar la  catástrofe de la guerra con el ideal de una personalidad bien for­ mada, o ir al exilio, tal como lo hicieron muchos de sus colegas,  con quejas sobre la fama perdida o la vida interrumpida. No que­ da un dejo de sentimentalismo en la hermosa y precisa defini­ ción de Brecht de un refugiado: “Ein Bote des Unglücks” (“un  mensajero de malas noticias”).30 El mensaje del mensajero no le  concierne. Los refugiados no sólo llevaban sus desgracias de  una tierra a otra, de un continente a otro (“cambiando de país  con más frecuencia que de zapatos”) sino la gran desgracia del  mundo entero. Si la mayoría se sentía inclinada a olvidar su men­ saje incluso antes de saber que nadie ama al portador de malas  noticias, ¿no ha sido éste siempre el problema de los mensa­ jeros?21

212


 

Esta frase ingeniosa, más que ingeniosa: “mensajeros de  malas noticias” para referirse a refugiados y exiliados puede ilus­ trar la gran inteligencia poética de Brecht, ese don supremo de  condensación que es requisito indispensable de toda poesía. He  aqui otras instancias de su engañosa y muy condensada forma  de pensar. En un poema sobre la vergüenza de ser alemán, escri­ to en 1933:

Hdrend die Reden, die aus deinem Hause drignen, lacht man Aber werdich sieht, dergreift nach dem Messer.31

O en un manifiesto contra la guerra dirigido a todos los artis­ tas y escritores alemanes de Oriente y Occidente a principios de  la década de 1950: “La Gran Cartago dirigió tres guerras. Seguía  siendo una gran potencia después de la primera guerra, todavía  habitable después de la segunda. Inescrutable, después de la  tercera."1112 Capta toda la atmósfera de los años treinta y cincuen­ ta, respectivamente, en dos simples oraciones. Y la misma maña  reaparece, tal vez con más fuerza, en la siguiente historia que  apareció hace unos años en una revista de Nueva York. Brecht  se hallaba en Norteamérica cuando se llevaron a cabo los Juicios  de Moscú y, según nos cuentan, visitó a un hombre que seguía  siendo de izquierda pero que era un antiestalinista violento y es­

taba muy comprometido en los contra-juicios bajo el auspicio de  Trotsky. La conversación giró en torno de la manifiesta inocen­ cia de los acusados de Moscú, y Brecht, después de un largo si­ lencio, dijo: “Cuanto más inocentes son, más merecen morir.” La  oración parece horrible. ¿Pero qué quiso decir en realidad?  ¿Más inocentes de qué? De aquello que se los acusaba, claro. ¿Y  de qué se los acusaba? De conspirar contra Stalin. Por lo tanto,  precisamente porque no habían conspirado contra Stalin, y eran  inocentes del “crimen”, había justicia en la injusticia. ¿No había  sido el deber de la V e ja guardia” impedir que un hombre, Sta­ lin, convirtiera la revolución en un crimen gigantesco? Inútil es  decir que el anfitrión de Brecht no lo entendió; se sintió ofendido

11 De: "Deutschland", Gedichte, vol.lll. “Al oir los discursos que suenan en  tu casa, todo el mundo ríe. Pero el que le ve va en busca de su cuchilla'

M Véase M.Kesling. op.eit, 139.

 

y le pidió a su invitado que abandonara la casa. Y asi se perdió  una de esas raras ocasiones en las que Brecht habló en contra de  Stalin, aunque lo hiciera a su propio modo, burlón y precavido.  Creo que Brecht debió de respirar aliviado cuando salió a la ca­ lle: su suerte no lo había abandonado.33

III

Este era entonces el hombre: dotado de una inteligencia pe­ netrante, no teórica y no contemplativa que llegaba hasta el cora­ zón del asunto, silencioso y nada deseoso de mostrarse a si mis­ mo, remoto y tal vez también tímido, no muy interesado en si  mismo pero increíblemente curioso (de hecho, el “Brecht se­ diento de conocimientos”, tal como se denomina a sí mismo en  “Solomon Song” de La ópera de tres peniques) y, primero y más  importante, un poeta, es decir, alguien que debe decir lo indeci­ ble, que no debe permanecer en silencio cuando todos callan y  que por lo tanto debe cuidarse de no hablar demasiado de las co­ sas sobre las que todos hablan. Cuando estalló la Primera Gue­ rra Mundial tenia dieciséis años y fue llamado en el último año  como asistente médico, de modo que al principio, el mundo fue  para él un escenario de una lucha sin sentido y el discurso apare­ cía disfrazado de ampulosas declamaciones. (Su temprana “Le­ yenda de un soldado muerto” — un soldado que una comisión  militar de médicos despierta de su tumba y es declarado apto pa-

55 Véase Sidney Hook: 'A RecoHectkm of Bertholt Brecht”, en The New  Leader, K> de octubre de 1960. Según Benjamín (flP-cit., pág.131), Brecht estaba  bien informado sobre todo lo queTrotsky escribió durante la década de 1930; dijo  que estos escritos probaban la existencia de una sospecha justificada que  requería un punto de vista escéptico de los desarrollos rusos. Si la sospecha  probaba ser cierta uno deberla volcarse en contra del régimen ruso en público,  pero, 'afortunada o desafortunadamente, como gusten' la sospecha todavía no  era una certeza. Un interesante registro de los desesperados intentos de Brecht  por llegar a un acuerdo con el gobierno de Stalin puede hallarse en un viejo  volumen de aforismos, escrito principalmente durante los altos treinta y hallado  entre sus papeles después de su muerte. Habla sido compilado por Uwe Johnson  y publicado en 1965 bajo el titulo: Mc-ti, Buch der Weñdungen, que M. Esslin  traduce al inglés como: “Book ofTwists and Turas’ .

 

ra prestar servicio activo— se inspiró en un comentario popular  sobre políticas preliminares al final de la guerra, “Man grábt die  Toten aus” (“Están desenterrando a los muertos”], y ha quedado  como el único poema alemán de la Primera Guerra Mundial que  valga la pena recordar.)*4 Pero lo decisivo para sus primeros po­ emas no fue tanto la guerra sino el mundo tal como emergió des­ pués de “las tormentas de acero", el Stahlgewitter de Emst Jün-  ger había hecho su trabajo. Este mundo poseía una propiedad  que rara vez se toma en cuenta y que Sartre, después de la Se­

gunda Guerra Mundial, describió con gran precisión: “Cuando  los instrumentos están rotos y son inutilizables, cuando los pla­ nes están destrozados y el esfuerzo es inútil, el mundo apaece  con una frescura infantil que pende del vacío.” (La década de  1920 en Alemani

a tuvo mucho en común con la década del cua­ renta y del cincuenta en Francia. Lo que sucedió en Alemania  después de la Primera Guerra Mundial fue la ruptura de la tradi­ ción, una ruptura que debía ser reconocida como un hecho aca­ bado, una realidad política, un punto de no-retorno, y eso es lo  que sucedió en Francia veinticinco años después. Desde el pun­ to de vista político, fue la caída del estado de la nación; desde el  punto de vista social, fue la transformación de un sistema de cla­ ses en una sociedad de masa; y desde el punto de vista espiritual,  fue el surgimiento del nihilismo, que durante mucho tiempo ha­ bía sido la preocupación de unos pocos, pero que ahora, de re­ pente, se convertía en un fenómeno masivo.) Tal como lo sintió  Brecht, cuatro años de destrucción habían limpiado el mundo,  las tormentas habían arrastrado con ellas todo rastro humano,  todo a lo que uno podía aferrarse, incluyendo los objetos cultura­ les y los valores morales: los golpeados caminos del pensamien­ to así como también las firmes normas de evaluación y las sóli­ das guías para la conducta moral. Era como si el mundo se hu­ biese vuelto inocente y fresco, como en el día de la creación. No  quedaba al parecer nada más que la pureza de los elementos, la  simpleza del cielo y de la tierra, del hombre y de los animales, de  la vida misma. Y el joven poeta se enamoró de esta vida, todo  aquello que la tierra tenía para ofrecer. Y esta terrible e infantil  frescura del mundo de posguerra se refleja en la horrible inocen-

u ‘ Die Legcnde vom (oten Soldaten’ , en CtdicMt, vol. I.

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cia de los primeros héroes de Brecht: los piratas, aventureros e  infanticidas, el “enamorado cerdo Malchus” y Jakob Apfelbdck,  que mató a su padre y a su madre a golpes y luego siguió vivien­ do como “los lirios del campo.”35

En este mundo limpio y fresco, Brecht se sentía como en su  casa. Si uno quisiera clasificarlo, habría que decir que era anar­ quista por disposición e inclinación, pero sería un error ver en él  a obro miembro de esa escuela de decadencia y de mórbida fasci­ nación con la muerte, que en su generación estaba tal vez mejor  representada en Alemania por Gottfried Benn y en Francia por  Louis-Ferdinand Céline. Los personajes de Brecht (hasta las  muchachas que se ahogan, que nadan lentamente por los ríos  hasta que caen en la gran soledad de la naturaleza envuelta de  paz; hasta Mazeppa, atado a su propio caballo y arrastrado hasta  su muerte) están enamorados de la vida y con aquello que el cie­ lo y la tierra tienen para ofrecer, hasta el punto en que aceptan  de buen grado la muerte y la destrucción. Las últimas dos estro­ fas de la “Balada de Mazeppa”36 se encuentran entre los verdade­ ros versos inmortales de la poesía alemana:

Drei Tage, dann musite aües sick zeigen:

Erde gibt Schweige» und Himmet Gibt Ruh.

Einer ritt aus mil dem, was ikm zu agen:

M it Erde und Pferd, mit Langmut und Sckweigen  Dann kamen nock Himmel und Geierdazu.

Drei Tage ¡ang ritt er durck Abend und Marge

n  Bis eraUgenug war, dass er nickt mekr littAis ergerettet ins grosse GeborgenTodmñdin die ewige Ruke einritt.

A mí me parece inadecuada la versión de Bentley de estos  versos y yo ciertamente no puedo traducirlos con propiedad. Ha­ blan del final de un viaje de tres días en la muerte: en el silencio,  el don de la tierra; en el descanso, el don del cielo. “Un hombre  salió a cabalgar con las cosas que más le pertenecían: con la tie­ rra y el caballo, con paciencia y silencio, y luego se unieron a él  buitres y cielo. Cabalgó durante tres días, noche y día, hasta que

 

fue lo suficientemente viejo como para no sufrir más, cuando a  salvo y cansado hasta la muerte, cabalgó hacia el gran refugio,  hacia el descanso eterno.” Hay una vitalidad gloriosa y triun­ fante en esta canción de muerte y es la misma vitalidad (el senti­ miento de que es divertido estar con vida y que un signo del  estar vivo es burlarse de todo) que nos hace encontrar deleite en  el cinismo lírico y el sarcasmo de las canciones de La ópera de  tres peniques. No por nada Brecht se sirvió de una traducción de  Villon al francés, algo que la ley alemana, lamentablemente, lla­ mó plagio. El celebra el mismo amor por el mundo, la misma  gratitud por el délo y la tierra, por el mero hecho de haber na­ cido y estar vivo, y esto a Villon, estoy seguro, no le habría mo­ lestado.

Según nuestra tradición, el dios de este amor despreocupa­ do, aleg

re y precipitado por la tierra y el cielo es el gran ídolo  fenicio Baal, el dios de los borrachos, los glotones y los fornica­ dores. “Sí, este planeta le agrada a Baal. aunque más no fuera  porque no existe otro planeta”, dice el joven Brecht en el “Coro  del Hombre Baal”, cuyas primera y última estrofas son de una  gran poesía, en particular, cuando se las toma en conjunto:

Ais im weissen Mutlenchosse aufwuchs BaalWar der Himmel schon so gross und stiü und fithlJung und nackt und ungekeuer wundersamWie ihn Baal dann liebte, ais Baal kam.

Ah im dunklen Erdenschosse faulte BaalWar der Himmel noch so gross und still und fahl  Jung und nackt und ungekeuer uwnderbarWie ihn Baal einst liebte, ah Baal war.31

Lo que importa aquí es el cielo, el cielo que estaba alb' antes  que el hombre y que seguirá estando después que el hombre ha-

*’ “Der Choral vom Grossen Baal*, ibUem. La traducción de la primera y la  última estrofa: “Cuando Baal creció dentro del blanco vientre materno, estaba el  cielo, grande, quieto y pálido, joven y desnudo e inmensamente maravilloso, tal  como luego Baal lo amó cuando Baal llegó.

“Cuando dejaron a Baal para que se pudra dentro del oscuro vientre de la  Tierra, todavía estaba el cielo, grande, quieto y pálido, joven y desnudo e  inmensamente maravilloso, tal como Baal lo habla amado cuando 7


 

ya desaparecido, de modo que lo mejor que puede hacer el hom­ bre es amar aquello que es durante un corto tiempo. Si fuera crí­ tico literario, pasaría a hablar ahora de la parte importante que  juega el cielo en los poemas de Brecht y en particular, en sus po­ cos poemas de amor. El amor, en “Recuerdo de Marie A.”,38 es la  nubecilla blanca pura contra el azul aun más puro del cielo de ve­ rano, que florece allí durante algunos instantes y luego se desva­ nece con el viento. En The Rise and Faü o f the City Mahagonny, el  amor es el vuelo de las grullas que vuelan a través del délo junto  a la nube, es el hecho de que grulla y nube comparten el cielo du­ rante unos breves instantes de vuelo.39 En este mundo no existe  el amor eterno, ni siquiera la lealtad común. No hay otra cosa  que la intensidad del momento; es decir, la pasión, que incluso  es un poquito más efímera que el hombre mismo.

Baal no puede ser el dios de ninguna orden social, y el reino  que gobierna está poblado por los desterrados de la sociedad,  los parias que, al vivir fuera de la civilización, tienen una relación  más intensa y, por lo tanto, más auténtica, con el sol, que se le­ vanta y se pone con majestuosa indiferencia y brilla sobre toda  criatura viviente. Está, por ejemplo, la “Balada de los piratas”,  con su barco lleno de hombres salvajes, bebedores, pecadores y  mal hablados, inclinados hacia la destrucción.40 Estos hombres  están en un barco signado por la fatalidad, hartos de la bebida,  de la oscuridad, de la lluvia sin precedente, cansados del sol y  del frío, a merced de los elementos, precipitándose a su ruina. Y  luego viene el estribillo: “Oh, cielo, radiante, de un azul sin nu­ bes. ¡Un viento tremendo en nuestras velas! Que el viento y el  cielo se vayan, si tan sólo se quedara el mar alrededor del Saint  Mary (el barco)”.

Von Branntwein tolt und Finstemissen! Von unerhdrten Güssen nass!

Vom F m t eisweisser Nacth zerrissenf Im Mastkorb, von Gesichten blass!

Von Sonne nackt gebrannt und krank!

" “Erinnerung an die Marie A.', en Gtdichlt, vol. I.

** “Die Liebenden”, en Gtdichtt, vol. II.

*# La “Ballade von den SeerSubern’ , de HauspostiUt, en Gtdichtt, vol. I.


 

(Die hatten sie im Winter lieb)

Aus Hunger, Fieber und Cestank  Sang alies, was noche ibrig blieb:

O Himmel, strahlender Azur!  Enormer Wind, die Segel bláh!

Lasst Wind und Himmel fahren! Nur  Ijasst uns um Sankt Marie die See!

Elegí la primera estrofa de esta balada (hecha para ser reci­ tada

 en una especie de candoncilla, para la que Brecht escribió  la músi

ca) porque ilustra otro elemento muy llamativo en estos  himnos a la vida, es decir, el elemento de un orgullo diabólico ca­ racterístico de todos los aventureros y parias de Brecht, el orgu­ llo de los hombres absolutamente despreocupados, que sólo se  inclinan ante las fuerzas catastróficas de la naturaleza y nunca  ante las preocupaciones cotidianas de una vida respetable, y mu­ cho menos, ante las preocupaciones más importantes de un al­ ma respetable. Sea cual fuere la filosofía con la que nació Brecht  (opuesta a las doctrinas que luego tomó de Marx y Lenin), ésta  figura en el Manual de la piedad, claramente articulada en dos  poemas perfectos, el “Gran Himno de la Acción de Gracias” y  “Contra la tentación”, que luego fue incorporado a The Rise and  Fall o f the City Mahagonny, El “Gran Himno” es una imitación  exacta del gran himno barroco de Joachim Neander: “Lobe den  Herren”, que todos los niños alemanes conocen de memoria, laquinta y última estrofa de Brecht dice lo siguiente:

Lobet die Kdlte, die Finstemis und das Verderben! Schauet hinan:

Es kommet niela auf euch an

Und ihr konnt unbesorgt sterben.*1

Contra la tentación” consiste en cuatro estrofas de cinco  versos que alaban la vida, no a pesar de la muerte sino debido á  ella:41

41 “Grosser DankchoraT, ibldem. ‘Alaba d frío, la oscuridad y la ruina. Mira  hacia los cielos: Tú no importas y puedes morir sin temor.” Según las notas de  Hugo Schmid t de las traducciones de Eric Bentley de la


 

Lasst evch nicht verfiihren! Esgibtkeine Wiederkehr.

Der Tagstekt in den Turen;

Ihr kdnnt sehon Nacktmnd spüren: Es kommt kein Morgen mehr.

Was kann euch Angst noch rühren? Ihrsterbt mit alien Tieren

Und es kommt nickts naehler*2

Creo que en ninguna otra parte de la literatura moderna hay  un entendimiento tan claro de que aquello que Nietzsche llamó  “la muerte de Dios no necesariamente lleva a la desesperación  sino, por el contrario, como elimina el temor del Infierno, puede  terminar en mero júbilo, en un nuevo “sí" a la vida. Dos pasajes  en cierta forma comparables, me vienen a la mente. En uno, de  Dostoievski, el Demonio habla en términos casi idénticos con  Iván Karamazov: “Cada hombre sabrá que es totalmente mortal,  sin resurrección, y recibirá la muerte con calma y orgullo, como  un dios.” El otro, es el agradecimiento de Swinburne a:

Sean cuales fueren los dioses

Que ninguna vida es para siemp

re; Que los muertos nunca se levantan; Que hasta el río más cansado

llega sano y salvo al mar.

Sin embargo, en Dostoievski el pensamiento es una inspira­ ción del Demonio, y en Swinburne. un pensamiento inspirado  por el cansancio, un rechazo de la vida como algo que ningún  hombre desea tener dos veces. En

 Brecht, el pensamiento de la  ausencia de Dios y de la- ausencia del después no indica ansie­ dad sino una liberación del temor. Y Brecht debió de captar este  aspecto de la cuestión tan rápidamente porque creció en un me­ dio católico; es obvio que creía que cualquier cosa era preferible  a permanecer sentado en la tierra con la esperanza del Paraíso y  el temor del Infierno. Lo que se rebeló en él contra la religión no  fiie la duda ni el deseo; fue el orgullo. En su entusiasta negación41

41 *Gegen Verfiihrung", ibídtm. “|No los dejes tentarte! No hay repetición 


 

de la religión y su alabanza de Baal, el dios de la tierra, hay una  gratitud casi explosiva. Dice: nada es más importante que la vida  y no se nos ha dado otra cosa; es difícil hallar esa gratitud en la  tendencia moderna hacia el nihilismo o en la reacción en su  contra.

Hay, sin embargo, elementos nihilistas en la primera poesía  de Brecht y nadie ha sido más consciente de ello que el mismo  Brecht. Entre los

 poemas póstumos hay unos cuantos versos ti­ tulados: “Der Nachgeborene”, o “El recién llegado” que resu­ men mejor el nihilismo que volúmenes enteros de argumentos:  “Admito que no tengo esperanzas. Los hombres ciegos hablan  de una salida. Yo puedo ver. Cuando se agoten todos los errores,  nos quedaremos con el último compañero al otro lado de la me­

sa: la nada."43 The Rise and Fall of the City Mahagonny, que es la  única obra teatral nihilista de Brecht, trata sobre el último error,  el suyo propio, el error de que aquello que la vida tiene para ofre­ cer Óos grandes placeres de la comida, la bebida, la fornicación  y el boxeo) podrían ser suficientes. La ciudad es una especie de  lugar donde se excava oro, erigida con el único propósito de pro­ porcionar diversión, de complacer la alegría del hombre. Su le­ ma es: “ Vor allem aber achtet scharf/Dass man hier alies dürfen  d a tf (“Antes que nada, comprende que aquí todo está permiti­ do”) . Hay dos razones para la caída de la ciudad, la más obvia es  que aun en la ciudad donde todo está permitido no está permiti­ do no poseer el dinero para pagar las propias deudas; la segunda  razón subraya esta trivialidad: la percepción de que la ciudad del  placer terminará creando el mayor aburrimiento imaginable,  pues sería un lugar “donde nunca ocurre nada” y donde un hom­ bre podría cantar “¿Por qué no comerme el sombrero si no tengo  otra cosa que hacer?”44

El aburrimiento fue entonces el final del primer encuentro  del poeta con el mundo, el final de una época maravillosa, alegre  y amante de la vida cuando cayó a través de la selva de lo que una  vez había sido una de las grandes ciudades de Europa, soñando  con las selvas de todas las ciudades, soñando con todos los con­ tinentes y los siete mares, enamorado sólo de la Tierra, del cielo

° En GtdichU, vol. II.

 

y de los árboles. A fines de la década de 1920, debió de haber co­ menzado a darse cuenta de que esta caída sin peso, no desde el  punto de vista poético sino humano, lo condenaba a la irrelevan­ cia, que el mundo era una selva sólo metafóricamente, y en reali­ dad, un campo de batalla.

IV

Fue la compasión lo que devolvió a Brecht a la realidad y ca­ si mató su poesía. Cuando reinaba el hambre, se rebeló contra  aquellos que morían de hambre: “M e dicen: Come y bebe, ¡y alé­ grate de hacerlo! ¿Pero cómo puedo comer y beber cuando le ro­ bo la comida al hombre que está hambriento, y cuando mi vaso  de agua lo necesita alguien que se está muriendo de sed?”41***4S La  compasión fue, sin duda, la más importante y la más feroz de las  pasiones de Brecht, de aquí que hiera la que más ansioso estaba  por ocultar y también la que menos logró hacerlo; se transparen-  ta a través de casi todas las obras que escribió. Aun a través de la  diversión cínica de La ópera de tres peniques, resuenan versos  acusadores:

Erst muss es móglich sein auch armen Iluten Vomgrossen Brotlaibsick ihrTeilzu schneiden*6

Y lo que aquí se cantaba en tono burlón, fue su tema princi­ pal hasta el final:

El leitmotiv era la feroz tentación de ser bueno en un mundo  y bajo circunstancias que hacen de la bondad algo imposible y  contraproducente. El dramático conflicto en las obras de Brecht  es casi siempre el mismo: aquellos que, obligados por la com­ pasión, intentan cambiar el mundo no pueden permitirse ser  buenos. Brecht descubrió por instinto aquello que los historia­ dores de la revolución no pudieron ven es decir, que los revolu­ cionarios modernos desde Robespierre hasta Lenin estaban im­ pulsados por la pasión de la compasión: te zéle compatissant de  Robespierre, que seguía siendo lo suficientemente inocente co­ mo para admitir abiertamente esta poderosa atracción hacia “les  hommesfitibles* y “les malheurewf. “Los clásicos”, Marx, Engels  y Lenin, en el lenguaje codificado de Brecht, “eran los hombres  más compasivos de todos” y aquello que los distinguía de la  “gente ignorante” era que ellos sabían cómo “transformar” la  emoción de la compasión en la emoción de la “ira”. Sabían que  “la piedad es lo que no se les niega a aquellos a quienes se les re­ chaza ayuda.”4* De aquí que Brecht se convenciera, casi sin dar­ se cuenta, de la sabiduría del precepto de Maquiavelo para los  príncipes y los hombres de estado, que deben aprender “cómo  no ser buenos” y comparte con Maquiavelo la sofisticada y al pa­ recer ambigua actitud con respecto a la bondad que ha estado  abierta a tantos malentendidos, tanto en su caso como en el de  su predecesor.

“Cómo no ser bueno" es el tema de St. Joan ofthe Stockyards,  la maravillosa obra de su primera época que trata de una mucha­ cha de Chicago en el Ejército de Salvación que debe aprender  que el día en que uno abandona el mundo es más importante de­ jar detrás de sí un mundo mejor que haber sido buena. La pure­ za, la osadía y la inocencia de Joan se comparan en las obras de  Brecht con Simone en Las visiones de Simone Machará, la niña  que sueña con Juana de Arco bajo la ocupación alemana y con la  niña Grusche en El círculo de tiza caucasiano, donde se define  de una vez todo el predicamento de la bondad: “La tentación de  ser bueno es terrible” (“Schrecklich ist die Verführung zur Güte”),  irresistible en su atracción, peligroso y sospechoso en sus con­ secuencias (¿Quién conoce la cadena de sucesos que resultan

4* Las citas son de: Me-ti, Buck dtr Wendungen.

 

de lo que se hizo impulsivamente? ¿El gesto simple no lo distra­ erá de tareas mucho más importantes?), pero también irrevoca­ blemente terrible para él, demasiado ocupado ya sea con su pro­ pia supervivencia o con salvar al mundo, que resiste la tentación:  “Ella que no escucha el grito de ayuda y pasa por allí distraída:  nunca más volverá a oír el sonido suave del ser amado, o al mir­ lo al amanecer, o el alegre suspiro del vendimiador cuando las  campanas anuncian el Angelus.”49 Si uno debe o no ceder ante la  tentación y cómo resolver los conflictos que inevitablemente  causa el hecho de ser bueno son los temas recurrentes de las  obras de Brecht. En E l círculo de tiza caucasiano, la muchacha  Grusche cede a la tentación y todo termina bien. En La buena  mujer de Setzuan, resuelve el problema creando un doble rol: la  mujer, demasiado pobre como para ser buena, que literalmente  no puede permitirse la piedad, se convierte en un duro empresa­ rio durante el día, hace mucho dinero engañando y explotando a  la gente y a la noche dona las ganancias del día a la misma gente.  Esta era una solución práctica, y Brecht era un hombre muy  práctico. Este mismo tema también está presente en Madre Co­ raje (no obstante la propia interpretación de Brecht), así comotambién en Galileo. Y cualquier duda que quede sobre la autenti­ cidad de esta apasionada compasión debe quedar aclarada al le­ er la última estrofa de la canción final de la versión para cine de  La ópera de tres peniques:

Den» die einen sind im Dunkeln  Und die anden sind im Lickt.

Und man siehet die im LkkteDie im Dunkeln siekt man nickt.*•

Desde la Revolución Francesa, cuando al igual que un to­ rrente, la inmensa corriente de los pobres estalló por primera  vez en las calles de Europa, hubo muchos de los revolucionarios  que, al igual que Brecht, actuaron por compasión y ocultaron su  compasión, bajo la cubierta de teorías científicas y una retórica

'• Dtr Kaukosache Kreiseknis, escrita en 1944-45, en Stiickt, vol. X.

M “Pues algunos están en la oscuridad y otros, a la luz. Y se puede ver a  aquellos que están a la luz, los que están en la oscuridad no se ven.* CedickU,  vol. II.

 

tenaz, por vergüenza. Sin embargo, muy pocos de ellos com­ prendieron el insulto que sumaban a las vidas lastimadas de los  pobres por el hecho de que sus sufrimientos permanecían en la  oscuridad y ni siquiera quedaban registrados en la memoria de  la humanidad.

MUk&mpftnd fiigen die grossen umstiirzenden Lehrerdes Volkes Zu der Geschichte der herrschenden Klassen die der beherrschten.il

Asi es como lo explicó Brecht en su versión poética curiosa­ mente barroca del “Manifiesto Comunista”, que planeaba como  parte de un largo poema dictico “Sobre la naturaleza del hom­ bre”, escrito según el modelo de Lucrecio: “Sobre la naturaleza  de las cosas”, y el cual es casi un fracaso total. De cualquier ma­ nera, comprendía y se sentía indignado no sólo por los sufri­ mientos de los pobres sino también por su oscuridad; al igual  que John Adams, pensaba en los pobres como el hombre invisi­ ble. Y fue por esta indignación que empezó a albergar la espe­ ranza de que algún día las cosas se dieran a la inversa, cuando se  volvieran realidad las palabras de San Justo: “Les malheureux  sont la puissance de la terre”.

Además, fue por un sentimiento de solidaridad con los po­ bres y los oprimidos que Brecht escribió gran parte de su poesía  en forma de balada. (Al igual que otros del siglo —S.H. Auden,  por ejemplo— , tenía facilidad en los géneros poéticos del pasado  y, por lo tanto, tenía la libertad de elección.) Pues la balada, que  provenía de canciones callejeras y populares, a diferencia de los  espirituales negros que provenían de las interminables estrofas  con las que las jóvenes sirvientas en la cocina lamentaban a  amantes desleales y a infanticidas ¡nocentes (“Die Morder, do­ nen vid Leides geschah” (“Los asesinos muy afligidos por el do­ lor”]), siempre había sido la vena de la poesía no registrada, la  forma del arte donde la gente condenada a la oscuridad y la indi­ ferencia intentaba registrar sus propias historias y crear su pro­ pia inmortalidad poética. Está de más decir que las canciones po­ pulares habían inspirado una gran poesía en idioma alemán an-

“ ‘ Los grandes maestros subversivos del pueblo, al participar en esta  lucha, agregan la historia de las clases gobernadas a la de las clases gobernantes*  En “Das Manifest”, Gedichie, vol. VI


 

tes de Brecht. Las voces de las jóvenes sirvientas suenan a tra­ vés de algunas de las canciones alemanas más hermosas, desde  Mfirike hasta el joven Hofmannsthal, y antes de Brecht el maes­ tro del Moritat era Frank Wedekind. La balada donde el poeta se  convierte en relator tenía grandes predecesores, incluyendo a  Schiller y otros poetas antes y después de él y, gracias a ellos, ha­ bía perdido gran parte de su popularidad junto con su crudeza  original. Sin embargo, ningún poeta antes que Brecht se había  apegado con tanta consistencia a estas formas populares y había  logrado llevarlas al rango de la gran poesía.

Si sumamos todo esto (la carencia de peso y el deseo no tan­ to de gravedad sino de gravitación para un punto central que se­ ría relevante dentro del escenario del mundo moderno; más la  compasión, la incapacidad casi natural o, tal como habría dicho  Brecht, animal para soportar ver el sufrimiento de los demás), es  fácil comprender su decisión de unirse al Partido Comunista, ba­ jo las circunstancias de la época. En cuanto a Brecht, el factor  principal de su decisión fue que el Partido no sólo había hecho  propia la causa de los desafortunados sino que también poseía  un cuerpo de escritos de los que se podían sacar conclusiones y  citas como si se tratara de la Biblia Este era el mayor deleite de  Brecht. Mucho antes de haber leído todos los libros (de hecho,  una vez que se unió a sus nuevos camaradas) comenzó a hablar  de Marx, de Engels y de Lenin como los “clásicos."5152 Pero lo más  importante era que el partido le daba la oportunidad de un con­ tacto diario con aquello que su compasión ya le había dicho que  era una realidad: la oscuridad y el gran frío en este valle de lágri­ mas.

Bedenkt das Dunkel und die grosse Kálte In diesem Tale, das von Jammer schollt.*3

51 En Benjamín, op.cit, se puede leer con placer que Brecht tenia susdudas.  Compara a los teóricos marxistas con los clérigos iPfafftn) a quien odia con  profundidad, con un odio heredado de su abuela. Al igual que los sacerdotes, los  marxistas siempre formarán una camarilla; “el marxismo ofrece demasiadas  oportunidades de interpretación*

11 ‘ Piensa en la oscuridad y en el gran frío de este valle donde resuenan


 

De ahora en adelante, tendría otra cosa que hacer.

Y aquí es donde empezaron sus problemas, y nuestros pro­

blemas con él. Apenas se había unido a los comunistas cuando  descubrió que para cambiar el mundo malo y convertirlo en uno  bueno no bastaba con “no ser bueno” sino que había que conver­ tirse en malo, y

 que para poder exterminar la maldad había que  estar dispuesto a

 hacer cualquier cosa vil. Pues: “¿Quién eres?  Húndete en la mugre, soborna al carnicero, pero cambia el mun­ do, el mundo necesita un cambio.” Trotsky proclamó aún en el  exilio: “Sólo podemos estar bien con y por el Partido, pues la his­ toria no ha proporcionado ninguna otra manera de estar bien”, y  Brecht elaboró: “Un hombre tiene dos ojos, el Partido tiene mil  ojos, el Partido ve siete países, un hombre ve una ciudad... Un  hombre puede ser destruido, pero el Partido no puede ser des­ truido. Pues... dirige su lucha con los métodos de los clásicos,  que fueron extraídos del conocimiento de la realidad.”54 La con­ versión de Brecht no fue tan simple como parece ahora. Hubo  contradicciones, herejías, que se filtraron hasta en sus versos  más militantes: “No dejes que nadie te convenza, descúbrelo tú  mismo; lo que no sabes por ti mismo, no lo sabes; examina la  cuenta, tú tendrás que pagarla.”55 (¿Acaso el Partido no tiene mil  ojos para ver lo que yo no puedo ver? ¿Acaso el Partido no cono­ ce siete países mientras que yo sólo conozco la ciudad donde vi­ vo?) Sin embargo, estos eran sólo deslices ocasionales, y cuando  el Partido (en 1929, después de Stalin, en el Décimosexto Con­ greso Partidario, había anunciado la liquidación de la derecha y  dejado la oposición) comenzó a liquidar a sus propios miembros,  Brecht sintió que lo que el Partido necesitaba era una defensa  por matar a los propios camaradas y a gente inocente. En Measu-  re Taken muestra cómo y por qué razones los inocentes, los bue­ nos, los humanos, aquellos que se indignan ante la injusticia y  acuden corriendo a ayudar al necesitado son asesinados. Pues  las medidas tomadas son asesinar a un miembro del Partido por  sus propios camaradas y la obra no deja lugar a dudas de que él

M Cito de las canciones de Die Massnahmt la única obra estrictamente  comunista

 que Brecht haya escrito jamás. Véase: 'Andere die W dt siebraucht  es* y *Lob der Partei* en Gediehte, voL m

55 "Lob des Lemens’ , ibídem.

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era el mejor de todos ellos, desde el punto de vista humano. Pre­ cisamente debido a su bondad, se había convertido en un obs­ táculo para la Revolución.

Cuando se estrenó esta obra a principios de la década de  1930, en Berlín, causó mucha indignación. Hoy nos damos cuen­ ta de que lo que Brecht decía en su obra era sólo una pequeña  parte de la terrible verdad, pero en esa época (años antes de los  Juicios de Moscú) todo esto era desconocido. Aquellos que en­ tonces eran opositores de Stalin, tanto dentro como fuera del  Partido, se sintieron indignados de que Brecht hubiese escrito  una obra defendiendo a Mos, mientras que los estalinistas ne­ gaban con vehemencia que cualquier

 cosa vista por este “inte­ lectual” correspondiera a las realidades del Comunismo en Ru­ sia. Dios sabe que Brecht jamás tuvo un menor agradecimiento  por parte de sus amigos y camaradas que con esta obra. La razón  es obvia. Había hecho lo que siempre harán los poetas si se los  deja solos: Ijabía anunciado la verdad hasta el punto en que esta  verdad se había hecho visible. Pues la simple verdad de la cues­ tión era que esta gente era asesinada y que los comunistas, que  no habían parado de luchar contra sus enemigos (esto vino des­ pués), habían comenzado a matar a sus amigos. Era sólo un co­ mienzo, que mucha gente sigue perdonando como un exceso  del fervor revolucionario, pero Brecht era lo suficientemente in­ teligente como para ver el método en la locura, a pesar de que no  preveía que aquellos que pretendían trabajar para el Paraíso ha­ bían comenzado a establecer el Infierno en la Tierra, y que no  había maldad ni traición que no estuviesen preparados a perpe­ trar. Brecht había mostrado las reglas según las cuales se jugaba  el infernal juego y, obviamente, esperaba el aplauso. Por desgra­ cia, había pasado por alto un pequeño detalle: no estaba en los in­ tereses del Partido, ni era su intención, hacer que se dijera la  verdad, y mucho menos por uno de sus simpatizantes tan procla­ mados. Por el contrario, el objetivo, en lo concerniente al Parti­ do, era decepcionar al mundo. Al releer esta obra que una vez  causó tanto estupor, se toma conciencia de los terribles años  que nos separan de la época en que fue escrita y producida por  primera vez. (Brecht no volvió a producirla luego, en Berlín  Oriental, y por lo que sé, no ha aparecido en ningún otro teatro;  sin embargo, hace unos años, gozó de una extraña popularidad

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en las universidades norteamericanas). Cuando Stalin se prepa­ para liquidar a la vieja guardia del Partido Bolchevique, se ne­ cesitaba la previsión de un poeta para saber que se liquidaría a  los mejores elementos del movimiento durante la década si­ guiente. Pero lo que en realidad sucedió (y hoy casi se ha olvida­ do, a la sombra de horrores aun más terribles), comparado con  la visión de Brecht, es como comparar una verdadera tormenta  con una tormenta en una taza de té.

V

Para mi propósito, que es el de presentar m¡ tes

is de que los  verdaderos pecados de un poeta son vindicados por los dioses  de la poesía, Measure Taken es una obra importante. Desde un  punto de vista artístico, ésta no es una mala obra. Contiene exce­ lentes líricas, entre ellas la “Rice Song" que fue muy conocida y  cuyo ritmo sigue sonando bien incluso hoy:

Weiss ich, was ein Reís i

st? Weiss ich, werdas weiss!

Ich weiss nicht, was ein Reis ist  Ich kenne nurseinen Preis.

ich, was ein Mensch ist?  Weiss ich, werdas weiss!

Ich weiss nicht, was ein Mensch ist  Ich kenne nurseinen Preis.5*

Sin duda la obra defiende con toda seriedad — no como una  burla o por una seriedad sarcástica al estilo de Swift— las cosas  que están por sobre lo moralmente malo, las que son indecible­ mente atroces. Y, sin embargo, la fortuna poética de Brecht no lo44

 

perdonó porque él siguió diciendo la verdad, una verdad atroz,  con la cual equivocadamente trató de pactar.

Los pecados de Brecht fueron revelados por primera vez  después de que los nazis tomaron el poder y tuvo que en­ frentarse a las realidades del Tercer Reich desde afuera. Partió  hacia el exilio el 28 de febrero de 1933, el día después del  incendio de Reichstag. Los “clásicos” por los cuales trataba de  determinar su rumbo no le permitieron reconocer lo que en  realidad hacía Hitler. Comenzó a mentir y escribió el duro diá­ logo en prosa de Fear and Misery ofthe Third Reich que anticipa  los llamados “poemas” posteriores, que son de estilo perio­ dístico y están divididos en versos. Hacia 1935 o 1936, Hitler  había liquidado el hambre y el desempleo; por lo tanto para  Brecht, que había aprendido de los “clásicos”, ya no quedaban  pretextos para no alabar a Hitler. Al buscar uno, se negó a  reconocer lo que era evidente para todos: que los verdade­ ramente perseguidos no eran trabajadores sino judíos, que aque­ llo que importaba era la raza y no la clase. No había una sola lí­ nea en Marx, Engels o Lenin que hablara de esto y los comunis­ tas lo negaban; no era más que una suposición de las clases go­ bernantes, decían, y Brecht, que se negaba a “averiguar por sí  mismo”, cayó en la trampa. Escribió unos cuantos poemas sobre  las condiciones en la Alemania nazi, todos bastante malos; uno  de ellos se titulaba: “El entierro del agitador en un ataúd de  zinc.”57 Habla de la costumbre nazi de enviar a sus hogares en  ataúdes sellados los restos de las personas muertas a golpes en  los campos de concentración. El agitador de Brecht había subi­ do este destino porque había sermoneado: “comer hasta no po­ der más, un techo sobre sus cabezas, alimentar a sus hijos”; setrataba de un demente, pues nadie tenía hambre en la Alemania  de esa época y el lema nazi de la Volksgemeinsckoft (comunidad  popular) no era mera propaganda. ¿Quién se habría molestado  en sacarlo del camino? Este hombre había muerto en el verdade­ ro horror y por eso había que esconderlo en un ataúd de zinc. El  ataúd de zinc era importante, pues Brecht no siguió la indicación  del título; en su versión, el destino del agitador no era peor que  el de un opositor de cualquier gobierno capitalista. Y esto era

” “Begrabnis des Hetzers im Zinksarg.’ en Gedichtt, vol. Í1L


 

mentira. Lo que Brecht quería decir era que existía una diferen­ cia

 de grado entre los países bajo gobiernos capitalistas. Y esto  era una doble mentira, pues en los países capitalistas no se gol­ peaba a los opositores hasta causarles la muerte y luego se los  enviaba a casa en un ataúd de zinc, y Alemania ya había dejado  de ser un país capitalista, tal como lo sabrían muy pronto Schacht  y Thyssen. ¿Y qué pasó con Brecht? Había escapado de un país  donde todos podían comer hasta el hartazgo, tenían un techo y  podían alimentar a sus hijos. Así es como era, y no pudo hacerle  frente. Ni siquiera se distinguen los poemas en contra de la gue­ rra de estos años.58

Sin embargo, por malo que fuera el trabajo de este período,  no fue el fin. Los años de exilio, a medida que fueron pasando y  alejándolo cada vez más de la confusión que había sido la Alema­ nia de posguerra, tuvieron un efecto muy saludable en su pro­ ducción. ¿Qué podía ser más tranquilo en la década de 1930 que  los países escandinavos? Y sin importar lo que haya dicho contra  Los Angeles, no era un lugar famoso por los trabajadores sin em­ pleo y los niños hambrientos. A pesar de que lo habría negado  hasta el día de su muerte, la evidencia poética demuestra que co­ menzaba a olvidar lentamente a los “clásicos” y que su mente ha­ bía comenzado a elaborar temas que nada tenían que ver con el  capitalismo o la lucha de clases. De Svendborg surgieron poe­ mas como “La leyenda sobre el origen del libro Tao-te Chiqg du­ rante el viaje de Lao-tse hacia el exilio" que, de estilo narrativo y  sin intentar experimentar con el lenguaje o el pensamiento es  uno de los poemas más consoladores de nuestro siglo.59 Al igual

Pareceque Brecht había pensado mejore) asunto. En un artículo llamado  “La otra Alemania: 1943” y publicado por CAW (u na publicación SDS) en febrero  de 1968 sin indicación alguna de su fuente, trató de explicar por qué la clase  trabajadora alemana apoyaba a Hitler. La razón es que “se había acabado con el  desempleo |por el Tercer Reich). De hecho, esto se había logrado con una  rapidez y un alcance tan extraordinarios que parecía una revolución.” La  explicación, según Brecht, era la industria de guerra, y “la verdad es que la guerra  está en el interés de los trabajadores siempre y cuando no sacuda el sistema bajo  el cual viven.” *E1 régimen tuvo que elegir la guerra porque todo el pueblo  necesitaba la guerra sólo bajo este régimen y por lo tanto tenían que buscar otra  forma de vida.”

" “Legende von der Entstehung des Buches Taoteking auf dem Weg des  Laotse in die Emigradon", en Cedichte, vol. iv


 

que muchos de los poemas de Brecht, quiere enseñar (en su  mundo, poetas y maestros viven muy cerca), pero esta vez la lec­ ción es de no violencia y de sabiduría*

Dass das weiche Wasser i* Bewegung Mit derZeit den mdchtigen S¡ein Besiegt. Du ventehst, das Harte unterüegt.

"Esa suave agua en movimiento vence a la dura piedra con  el tiempo. Comprendes, los fuertes son vencidos.” Y de hecho,  lo fueron. Este poema no había sido publicado cuando, a comien­ zos de la guerra el gobierno francés decidió poner a sus refugia­ dos de Alemania en campos de concentración, pero en la prima­ vera de 1939, Walter Benjamín lo había llevado de regreso a Pa­ rís de una visita a Brecht en Dinamarca y rápidamente, como un  rumor de buenas nuevas, viajó de boca en boca (fuente de con­ suelo, paciencia y resistencia) allí donde más se necesitaba esta  sabiduría. Puede ser importante que en la secuencia de los poe­ mas de Svendborg al poema de Lao-tse le sigue: “Una visita con  los poetas exiliados*. Al estilo de Dante, el poeta desciende al  mundo inferior y se encuentra con sus colegas muertos, que una  vez tuvieron problemas con las potencias del mundo superior.Ovidio y Villon, Dante y Voltaire, Heine, Shakespeare y Eurípi­ des están sentados ju ntos y dan consejos en forma de b

urla, pero  entonces “llega un llamado del rincón más oscuro: ‘Ustedes, allí,  ¿conocen sus líneas de memoria? Y aquellos que las conocen  ¿sobrevivirán a la persecución?* Y Dante explica con tono pausa­ do: *Estos son los poetas olvidados; no sólo se destruyeron sus  cuerpos sino también sus trabajos’. La risa cesa en forma abrup­ ta Nadie se atreve a mirar al huésped. Se había puesto blanco.”10  Bien, Brecht no necesitaba preocuparse.

Aun más notables que los poemas fueron las obras de teatro  que escribió durante estos años de exilio. Después de la guerra,  sin importar lo que el Conjunto de Berliner tratara de hacer, ca­ da vez que se ponía en escena Galileo en Berlín Oriental, cada  verso sonaba como una declaración abierta de hostilidad al régi­ men, y se la comprendía como tal. Hasta este período, Brecht ha-

 

a evitado en forma consciente (por medio del llamado teatro  épico) crear personajes que tuvieran individualidad, pero ahora,  de repente, sus obras estaban pobladas por personas de verdad,  las que, si no eran personajes en el viejo sentido, eran claramen­ te figuras únicas e individuales, tales como Simone Machard, la  buena mujer de Setzuan, Madre Coraje, la joven Grusche, la jue­ za Azdak en El circub de tiza caucasiano y Galileo, y Puntila y su  sirvienta Matti. En la actualidad, todas las obras de este grupo  forman parte del repertorio del buen teatro tanto dentro como  fuera de Alemania, a pesar de que cuando Brecht las escribió pa­ saron inadvertidas. Sin duda, esta fama tardía es un tributo al  propio mérito de Brecht, y no sólo el mérito del poeta y drama­ turgo sino también el de un dotado director teatral, que tenía a  su disposición a una de las grandes actrices de Alemania, Hele-  ne Weigel, quien «-a su esposa. Sin embargo, esto no altera el  hecho de que todo lo que se ponía en escena en Berlín Oriental  había sido escrito fuera de Alemania. Una vez que regresó allí,  su facultad poética se secó de un día a otro. Por fin debió darse  cuenta de que se enfrentaba a circunstancias que ninguna cita  de los “clásicos” podía explicar o justificar. Había caído en una si­ tuación donde su propio silencio, y mucho más su ocasional ala­ banza de los carniceros, era un crimen.

Los problemas de Brecht comenzaron cuando quedó engagé  (tal como diríamos hoy, ya que el concepto aún no existía), cuan­ do trató de ser algo más que una voz, que fue como había empe­ zado. ¿Una voz de qué? No de sí mismo sino del mundo y de todo  lo que era real. Sin embargo, eso no era suficiente. Ser una voz  de lo que creía era la realidad lo había apartado de lo real; ¿no es­ taba en camino de convertirse en lo que menos quería, un gran  poeta solitario más en la tradición alemana, en lugar de aquello  que más quería, un poeta del pueblo? Y sin embargo, cuando en­ tró en el grueso de las cosas, llevaba su lejanía de poeta a esa  nueva realidad, no obstante su aguda inteligencia. No fue tanto  su falta de coraje como esta lejanía de la realidad lo que hizo que  no rompiera con el partido que había matado a sus amigos y se  había aliado con su peor enemigo y el negarse a ver, por los “clá­ sicos”, lo que en realidad sucedía en su patria, algo que en sus  momentos más prosaicos comprendía demasiado bien. En los  últimos comentarios de La increíble ascensión de Arturo U i (una


 

sátira sobre la “irresistible” ascensión de Hitler al poder y no una  de sus grandes obras) deda: “Los grandes criminales políticos  deben ser expuestos por todos los medios, en especial el ridículo.  Pues no son grandes criminales políticos sino perpetradores de  grandes crímenes políticos, que no es lo mismo... El fracaso de  las empresas de Hitler no significa que Hitler era un estúpido, y  el alcance de sus empresas no significa que fuera un gran hom­ bre.”61 Esto es mucho más de lo que comprendían los intelectuales  en 1941, y es precisamente esta extraordinaria inteligencia,  irrumpiendo como un rayo a través del murmullo de las triviali­ dades marxistas, lo que hizo que resultara tan difícil para los  hombres buenos perdonar los pecados de Brecht, o reconciliar­ se con el hecho de que podía pecar y escribir buena poesía al  mismo tiempo. Pero por fin, cuando regresó a Alemania Orien­ tal, en especial por razones artísticas, debido a que su gobierno  iba a darle un teatro (es decir, por aquel “arte por el bien del ar­ te” que había denunciado con tanta vehemencia durante casi  treinta años), lo alcanzó su castigo. La realidad lo abrumaba has­ ta el punto de no poder seguir siendo su voz; había logrado estar  en la parte turbia y había probado que éste no era un buen lugar  para un poeta.

Esto es lo que puede enseñarnos el caso de Bertolt Brecht y  lo que debemos tomar en cuenta cuando lo juzgamos en la  actualidad, tal como debemos, y brindarle nuestro respeto por  todo lo que le debemos. La relación del poeta con la realidad es  lo que Goethe dijo ser: “No pueden soportar el mismo peso de  responsabilidad que los mortales corrientes; necesitan una cuo­ ta de lejanía y sin embargo, no valdrían lo que valen si no se vie­ ran siempre tentados a cambiar esta lejanía por ser igual que to­ dos. Brecht arriesgó su vida e incluso su arte en este intento, co­ mo muy pocos poetas lo han hecho; esto lo condujo al triunfo y al  desastre.

Desde el comienzo de estas reflexiones, he propuesto otor­ gar a los poetas una cierta latitud, una latitud que no desearía­ mos otorgamos a nosotros mismos en el curso corriente de los

“ Los comentarios *Zu DerAufh al tsameAufstiegdes Arturo Ui", en S/*<,vol.DC.


 

hechos. No niego que esto pueda ofender el sentido de justicia de mucha gente; de hecho, si Brecht aún estuviera entre noso­ tros seria el primero en protestar violentamente contra cual­ quier excepción. (En el libro publicado después de su muerte,  Me-ti, que mencioné anteriormente, sugiere un veredicto para el  “hombre bueno” que se ha equivocado de camino. “Escucha”,  dice una vez terminada la pregunta, “sabemos que eres nuestro  enemigo. Por lo tanto, ahora te pondremos contra la pared. Pero  en consideración de tus méritos y virtudes, será una pared bue­ na, y te dispararemos con balas buenas de armas buenas, y te en­ terraremos con una buena pala en una buena tierra.”) Sin embar­ go, la igualdad ante la ley cuya norma adoptamos para los juicios  morales no es absoluta. Cada juicio está abierto al perdón, cada  acto de juzgar puede transformarse en un acto de perdonar; juz­ gar y perdonar son dos caras de la misma moneda. Pero ambas  caras siguen reglas diferentes. La grandeza de la ley requiere  que seamos equitativos, que sólo cuenten nuestros actos y no las  personas que los cometen. El acto de perdonar, por el contrario,  toma en cuenta a la persona; ningún perdón perdona el asesina­

to o el robo sino sólo al asesino o al ladrón. Siempre perdonamos  a alguien, nunca algo, y esa es la razón por la cual la gente pien­ sa que sólo el amor puede perdonar. Pero, con o sin amor, perdo­ namos por el bien de la persona, y mientras que la justicia re­ quiere que todos seamos iguales, la piedad insiste en la desigual­ dad, una desigualdad que implica que cada hombre es, o debe  ser, más de aquello que hizo o

 logró. En su juventud, antes de  adoptar la “utilidad” como la norma más importante para juzgar  a las personas, Brecht sabía esto mejor que nadie. Hay una “Ba­ lada sobre los secretos de todos y cada uno de los hombres” en  el Manual de la piedad, cuya primera estrofa, según la traduc­ ción de Bentley al inglés, dice lo siguiente:

Todos saben qué es un hombre. Es un nombre.

Camina por la calle. Se sienta en un bar.

Todos pueden ver su rostro. Todos pueden oír su voz.

Y una mqjer le lavó la camisa y una mujer le peina el cabello. ¡Pero mátalo! Por qué no hacerlo$t nunca fue nada más queel hacedor de su mala acción oel hacedor de su buena acción.

 

La norma que gobierna en su campo de la inigualdad sigue  estando contenida en un viejo dicho romano: “Quod licet Jovi  non licet bovT (lo que se le permite a Júpiter, no se le permite a  un buey). Pero, para nuestro consuelo, esta inigualdad funciona  en ambos sentidos. Uno de los signos de que el poeta tiene dere­ cho a dichos privilegios tales como los que aquí reclamo para él  es que hay ciertas cosas que no puede hacer y seguir siendo  quien era. La tarea del poeta es acuñar las palabras por las que  vivimos, y es obvio que nadie va a vivir según las palabras que  Brecht escribió alabando a Stalin. El simple hecho de que era ca­ paz de escribir una poesía tan inexplicablemente mala, muchopeor de la de cualquier versificador de quinta culpable de los  mismos pecados, muestra que quod licet bovi non licet Iovi,  (aquello que se le permite a un buey no se le permite a Júpiter).  Pues se alabe o no la tiranía “con finas voces”, es cierto que los  meros intelectuales o literatos no son castigados por sus peca­ dos con la falta de talento. Ningún dios se inclinó sobre sus cu­ nas; ningún dios se vengará. Hay muchas cosas que se le permi­ ten a un buey pero no a Júpiter; es decir, no a aquellos que son  un poco como Júpiter, o más bien, que están bendecidos por  Apolo. De aquí que la amargura del viejo refrán se interprete en  ambos sentidos, y el ejemplo de “pobre B.B.”, que nunca gastó  una décima de piedad en sí mismo, puede enseñarlos qué difícil  es ser poeta en este siglo o en cualquier otro.