Immanuel Kant Crítica de la razón pura

 



Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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Crítica de la razón pura  Immanuel Kant 

 

 

 

Traducción de Manuel G. Morente 

Edición digital basada en la edición de Madrid, Libreria General de  Victoriano Suárez, 1928. 

 

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Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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Indice 

 

 

Prólogo ...................................................................................................................... 4 

Prólogo De la segunda edición, en el año de 1787 ................................................ 11 

Introducción............................................................................................................ 27 

Primera parte: La estética transcendental ............................................................. 47  Primera sección de la Estética transcendental. Del espacio. ................................. 49  Segunda sección de la Estética transcendental. Del tiempo ................................. 55  Segunda parte: La lógica transcendental ............................................................... 69  Introducción............................................................................................................ 69  Primera división: Analitica  transcendental .............................................................. 77  Segunda división: Dialéctica  transcendental...................................................... 216  Primera oposición de las ideas transcendentales ................................................ 269 

  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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A Su Excelencia el real ministro del Estado, Barón de Zedlitz. 

           

 

Señor: 

 Fomentar el progreso de las ciencias, en la parte en que cada uno  puede hacerlo, es trabajar en el interés de Vuestra Excelencia; pues éste  se halla íntimamente unido con aquéllas, no sólo por el elevado puesto  de protector que ocupáis, sino porque tenéis con las ciencias la íntima  relación de un aficionado y de un conocedor ilustrado de las mismas. Por  eso hago uso del único medio que está en cierto modo a mi alcance, para  testimoniar mi agradecimiento por la confianza con que Vuestra  Excelencia ha querido honrarme, considerándome capaz de contribuir en  algo a sus propósitos1. 

 A la misma favorable atención con que Vuestra Excelencia honró la  primera edición de esta obra, dedico ahora esta segunda; y le  encomiendo al mismo tiempo también las demás circunstancias de mi  vocación literaria. Soy con la más profunda veneración de Vuestra  Excelencia súbdito y obediente servidor. 

 

IMMANUEL KANT  Königsberg, el 23 Abril 1787 

 

                                                             

1 La primera edición, sigue así: Para aquel que encuentra placer en la vida especulativa, es, en  sus moderados deseos, la aprobación de un juez esclarecido y competente, no poderoso  aliento de sus esfuerzos cuya utilidad es segura, bien que lejana y por eso desestimada  totalmente por el vulgo. 

 A un juez semejante y a su favorable atención dedico este escrito; a su cuidado  encomiendo todas las demás circunstancias de mi vocación literaria y soy con la más  profunda veneración de Vuestra Excelencia súbdito y servidor obediente 

Immanuel Kant  Königsberg 

 el 29 de Marzo de 1781  

  


Prólogo 

 

 2La razón humana tien

e, en una especie de sus conocimientos, el  destino particular de verse acosada por cuestiones que no puede apartar,  pues le son propuestas por la naturaleza de la razón misma, pero a las  que tampoco puede contestar, porque superan las facultades de la razón  humana. 

 En esta perplejidad cae la razón sin su culpa. Comienza con  principios, cuyo uso en el curso de la experiencia es inevitable y que al  mismo tiempo se halla suficientemente garantizado por ésta. Con ello  elévase (como lo lleva consigo su naturaleza) siempre más arriba, a  condiciones más remotas. Pero pronto advierte que de ese modo su tarea  ha de permanecer siempre inacabada porque las cuestiones nunca cesan;  se ve pues obligada a refugiarse en principios que exceden todo posible  uso de la experiencia y que, sin embargo, parecen tan libres de toda  sospecha, que incluso la razón humana ordinaria está de acuerdo con  ellos. Pero así se precipita en obscuridades y contradicciones; de donde  puede colegir que en alguna parte se ocultan recónditos errores, sin  poder empero descubrirlos, porque los principios de que usa, como se  salen de los límites de toda experiencia, no reconocen ya piedra de toque  alguna en la experiencia. El teatro de estas disputas sin término llámase  Metafísica. 

 Hubo un tiempo en que esta ciencia era llamada la reina de todas las  ciencias y, si se toma el deseo por la realidad, ciertamente merecía tan  honroso nombre, por la importancia preferente de su objeto. La moda es  ahora mostrarle el mayor desprecio y la matrona gime, abandonada y  maltrecha, como Hecuba: modo maxima rerum, tot generis natisque potens -  nunc trahor exul, inops. (Ovidio, Metamorfosis). 

 Su dominio empezó siendo despótico, bajo la administración de los  dogmático

s. Pero como la legislación llevaba aún en sí la traza de la  antigua barbarie,

 deshízose poco a poco, por guerra interior, en completa  anarquía, y los escépticos, especie de nómadas que repugnan a toda  construcción duradera, despedazaron cada vez más la ciudadana unión.  Mas eran pocos, por fortuna, y no pudieron impedir que aquellos  dogmáticos trataran de reconstruirla de nuevo, aunque sin concordar en  plan alguno. En los tiempos modernos pareció como si todas esas  disputas fueran a acabarse; creyóse que la legitimidad de aquellas  pretensiones iba a ser decidida por medio de cierta Fisiología del  entendimiento (del célebre Locke). El origen de aquella supuesta reina 

                                                             

2 De la primera edición, en el año 1781. (N. del T.)  


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fue hallado en la plebe de la experiencia ordinaria; su arrogancia hubiera  debido

 por lo tanto, ser sospechosa, con razón. Pero como resultó sin  embargo que esa genealogía, en realidad, había sido imaginada  falsamente, siguió la metafísica afirmando sus pretensiones, por lo que  vino todo de nuevo a caer en el dogmatismo anticuado y carcomido y, por  ende, en el desprestigio de donde se había querido sacar a la ciencia.  Ahora, después de haber ensayado en vano todos los caminos (según se  cree), reina el hastío y un completo indiferentísimo, madre del Caos y de la  Noche en las ciencias, pero también al mismo tiempo origen, o por lo  menos preludio de una próxima transformación e iluminación, si las  ciencias se han tornado confusas e inútiles por un celo mal aplicado. 

 Es inútil en efecto querer fingir indiferencia ante semejantes  investigaciones, cuyo objeto no puede ser indiferente a la naturaleza  humana. Esos supuestos indiferentistas, en cuanto piensan algo, caen de  nuevo inevitablemente en aquellas afirmaciones metafísicas, por las  cuales ostentaban tanto desprecio, aun cuando piensen ocultarlas  trocando el lenguaje de la escuela por el habla popular. Esa indiferencia  empero, que se produce en medio de la prosperidad de todas las ciencias  y que ataca precisamente aquella, a cuyos conocimientos -si pudiéramos  adquirirlos- renunciaríamos menos fácilmente que a ningunos otros, es  un fenómeno que merece atención y reflexión. Es evidentemente el efecto  no de la ligereza, sino del Juicio 3 maduro de la época, que no se deja  seducir por un saber aparente; es una intimación a la razón, para que  emprenda de nuevo la más difícil de sus tareas, la del propio  conocimiento, y establezca un tribunal que la asegure en sus  pretensiones legitimas y que en cambio acabe con todas las arrogancias  infundadas, y no por medio de afirmaciones arbitrarias, sino según sus  eternas e inmutables leyes. Este tribunal no es otro que la Crítica de la  razón pura misma. 

     Por tal no entiendo una crítica de los libros y de los sistemas, sino de  la facultad de la razón en general, respecto de todos los conocimientos a 

                                                             

3 Óyense de vez en cuando quejas sobre la superficialidad del modo de pensar de nuestro 

tiempo y sobre la decadencia de la ciencia rigurosa. Pero yo no veo que las ciencias cuyo  fundamento está bien asentado, como v. g. la matemática, la física, etcétera, merezcan en lo  más mínimo este reproche, sino que más bien mantienen la vieja reputación de exactitud y  hasta incluso, en la última, la superan. Y ese mismo espíritu se mostraría también eficaz en  las demás especies de conocimiento, si se cuidase ante todo de rectificar sus principios. A  falta de esa rectificación, la indiferencia, la duda y finalmente la severa crítica son más bien  pruebas de un modo de pensar riguroso. Nuestra época es la época de la crítica, a la que todo  tiene que someterse. La religión por su santidad y la legislación por su majestad, quieren  generalmente sustraerse a ella. Pero entonces suscitan contra sí sospechas justificadas y no  pueden aspirar a un respeto sincero, que la razón sólo concede a quien ha podido sostener  libre y público examen.  


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que esta puede aspirar independientemente de toda experiencia; por lo tanto,  la crítica resuelve la posibilidad o imposibilidad de una metafísica en  general, y determina, no solo las fuentes, sino también la extensión y  límites de la misma; todo ello, empero, por principios. 

 Ese camino, el único que quedaba libre, lo he emprendido yo hoy y  me precio de haber conseguido así apartar todos los errores que hasta  ahora habían dividido la razón, oponiéndola a sí misma, cuando actuaba  sin basarse en la experiencia. Y no es que haya eludido sus cuestiones,  disculpándome con la incapacidad de la razón humana, sino que las he  especificado todas por principios y, después de haber descubierto el  punto de desavenencia de la razón consigo misma, las he resuelto a su  entera satisfacción. Cierto que la contestación a esas cuestiones no ha  recaído como pudiera esperarlo el exaltado afán dogmático de saber;  pues este afán no podría satisfacerse más que con artes de magia, de que  yo no entiendo. Pero tampoco es ese el destino natural de nuestra razón;  y el deber de la filosofía era disipar la ilusión nacida de una mala  inteligencia, aunque por ello hubiera que aniquilar tan preciada y amada  ilusión. En este trabajo, ha sido mi designio el hacer una exposición  detalladísima y me atrevo a afirmar que no ha de haber un solo  problema metafísico que no esté resuelto aquí o al menos de cuya  solución no se dé aquí la clave. Y, en realidad, es la razón pura una  unidad tan perfecta, que si su principio fuera insuficiente para solo una  de las cuestiones que le son propuestas por su propia naturaleza, habría  desde luego que desecharlo, porque entonces no sería adecuado para  resolver, con completa seguridad, ninguna otra. 

 Al decir esto, creo percibir en el rostro del lector una indignación 

 mezclada con desprecio, por pretensiones al parecer tan vanidosas e  inmodestas; y sin embargo, son ellas sin comparación más moderadas  que las de cualquier autor del programa más ordinario, que se jacta de  demostrar en él quizá la naturaleza simple del alma o la necesidad de un  primer comienzo del mundo. Tal autor se compromete en efecto a extender  el conocimiento humano más allá de todos los límites de la experiencia  posible, cosa que, lo confieso, supera totalmente a mi facultad. En vez de  eso, he de ocuparme solo de la razón misma y de su pensar puro, y no he  de buscar muy lejos su conocimiento detallado, pues lo encuentro en mí  mismo, y ya la lógica ordinaria me da un ejemplo de que todas sus  acciones simples pueden enumerarse completa y sistemáticamente; solo  que aquí se plantea la cuestión de cuanto puedo esperar alcanzar con  ella, si se me quita toda materia y ayuda de la experiencia. 

     Esto es lo que tenía que decir sobre la integridad en la consecución de  cada uno de los fines y la exposición detallada en la consecución de todos  


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juntos; que no constituyen

 un propósito arbitrario, sino que la naturaleza  del conocimiento mismo nos los propone como materia de nuestra  investigación crítica. 

 Hay aún que considerar la certeza y la claridad, requisitos que se  refieren a la forma, como exigencias esenciales que pueden, con razón,  plantearse al autor que se atreve a acometer una empresa tan espinosa. 

 Por lo que toca a la certeza, he fallado sobre mí mismo el juicio  siguiente: que en esta clase de consideraciones no es de ningún modo  permitido opinar y que todo lo que se parezca a una hipótesis, es  mercancía prohibida que a ningún precio debe estar a la venta, sino ser  confiscada tan pronto como sea descubierta. Pues todo conocimiento que  ha de subsistir a priori, se reconoce en que debe ser tenido por  absolutamente necesario, y más aún una determinación de todos los  conocimientos puros a priori, puesto que debe ser el modelo y por tanto  el ejemplo mismo de toda certeza apodíctica (filosófica). Si esto a que me  comprometo, lo he llevado a cabo en este punto, quede completamente  abandonado al juicio del lector, porque al autor solo corresponde dar  razones, mas no juzgar del efecto de las mismas sobre sus jueces. Pero  para que nada pueda inocentemente ser causa de que se debiliten esas  razones, séale permitido al autor advertir él mismo cuáles son los pasajes  que pudieran ocasionar alguna desconfianza, aunque sólo se refieren al  fin accesorio; de este modo quedará de antemano prevenido el influjo  que la más mínima duda del lector en este punto pudiera tener sobre su  juicio respecto al fin principal. 

     No conozco ningunas investigaciones que sean más importantes para  desentrañar la facultad que llamamos entendimiento y, al mismo tiempo,  para determinar las reglas y límites de su uso, que las que, en el segundo  capítulo de la Analítica transcendental, he puesto bajo el título de  Deducción de los conceptos puros del entendimiento; también me han costado  más trabajo que ningunas otras, aunque no en balde, según creo. Ese  estudio, dispuesto con alguna profundidad, tiene empero dos partes.  Una se refiere a los objetos del entendimiento puro y debe exponer y  hacer concebible la validez objetiva de sus conceptos a priori, por eso  justamente es esencial para mis fines. La otra va enderezada a considerar  el entendimiento puro mismo, según su posibilidad y las facultades  cognoscitivas en que descansa, por lo tanto en sentido subjetivo; y  aunque este desarrollo es de gran importancia para mi fin principal, no  pertenece, sin embargo, esencialmente a él; porque la cuestión principal  sigue siendo: ¿qué y cuánto pueden conocer el entendimiento y la razón,  independientemente de toda experiencia? y no es: ¿cómo es posible la  facultad de pensar misma? Como esto último es, por decirlo así, buscar la  


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causa de un efecto dado y, en este sentido, tiene algo parecido a una  hipótesis (aunque no es así en realidad, como lo demostraré en otra  ocasión) parece como si este fuera el caso en que me tomo la libertad de  opinar y en que el lector tiene que ser libre también de opinar de modo  distinto. Considerando esto, debo prevenir al lector y recordarle que en  el caso de que mi deducción subjetiva no llevase a su ánimo toda la  convicción que espero, la objetiva sin embargo, que es la que aquí me  importa principalmente, recibe todo su fuerza, para lo cual en todo caso  puede ser bastante lo dicho en las páginas 235 a 241. 

     Finalmente, por lo que toca a la claridad, tiene el lector derecho a exigir  primero la claridad discursiva (lógica) por conceptos, pero luego también  una claridad intuitiva (estética) por intuiciones, esto es, por ejemplos u  otras aclaraciones in concreto. De la primera me he cuidado  suficientemente. Ello concernía a la esencia de mi propósito. Pero  también ha sido la causa accidental de que no haya podido satisfacer a la  segunda exigencia, que es justa aunque no tan estrecha como la primera.  En el curso de mi trabajo he estado casi siempre indeciso sobre lo que en  esto debía de hacer. Los ejemplos y aclaraciones parecíanme siempre  necesarios y acudían por tanto realmente, en el primer bosquejo,  colocándose en sus lugares adecuados. Vi empero bien pronto la  magnitud de mi problema y la multitud de objetos que habrían de  ocuparme, y como me apercibí

 de que estos solos, en discurso seco y  meramente escolástico, iban ya a hacer la obra bastante extensa,  parecióme improcedente engrosarla más aún con ejemplos y aclaraciones  que sólo con una intención de popularidad son necesarios; tanto más  cuanto que este trabajo no podía en modo alguno acomodarse al uso  popular y los que propiamente son conocedores de las ciencias no  necesitan tanto de ese aligeramiento, que aunque siempre agradable,  podía resultar aquí incluso algo contrario al fin. El abate Terrasson dice,  en verdad, que si se mide la magnitud de un libro no por el número de  páginas, sino por el tiempo que se necesita para comprenderlo, podría  decirse de más de un libro que sería mucho más corto si no fuera tan corto.  Pero, por otra parte, cuando se endereza la intención de un autor a hacer  comprensible un todo de conocimientos especulativos, extenso y sin  embargo conexo según un principio, puede decirse con igual razón: más  de un libro hubiera sido mucho más claro si no hubiera querido ser tan  enteramente claro. Pues los auxilios para aclarar un punto, si bien son  útiles en las partes, distraen empero a menudo del todo, no dejando al  lector alcanzar pronto una visión de conjunto; con sus claros colores  encubren, por decirlo así, y hacen invisible la articulación o armazón del  


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sistema, que es lo más importante para poder juzgar de la unidad y  solidez del mismo. 

     En mi opinión, puede servir al lector de no pequeño atractivo, unir su  esfuerzo con el del autor, si tiene el propósito de llevar a cabo una obra  grande e importante, completa y sin embargo duradera, según el  bosquejo propuesto. Ahora bien, la metafísica, según los conceptos que  de ella damos aquí, es la única de todas las ciencias que puede aspirar a  una perfección semejante en poco tiempo y con poco trabajo, pero  uniendo los esfuerzos de tal modo que no le quede a la posteridad más  que arreglarlo todo por modo didáctico, según sus propósitos, sin poder  por eso aumentar en lo más mínimo el contenido. Pues no es otra cosa  que el inventario, sistemáticamente ordenado, de todo lo que poseemos  por razón pura. Nada puede aquí pasarnos desapercibido, porque lo que  la razón extrae enteramente por sí misma, no puede esconderse, sino que  por la razón misma es traído a la luz, tan pronto como se ha descubierto  el principio común de todo ello. La perfecta unidad de esa especie de  conocimientos, obtenida por simples conceptos puros, sin que nada de  experiencia, ni aún siquiera una intuición particular -que hubiera de  conducir a experiencia determinada- pueda tener en ella influencia  alguna para ampliarla y aumentarla, hace que esa incondicionada  integridad no solo sea factible, sino también necesaria. Tecum habita et  noris, quam sit tibi curta supellex (Persio). 

     Semejante sistema de la razón pura (especulativa) espero publicar yo  mismo con el título de: Metafísica de la Naturaleza. La cual, aun cuando no  tenga ni siquiera la mitad de la extensión, habrá de poseer sin embargo  un contenido incomparablemente más rico que esta crítica, que ha tenido  que exponer primero las fuentes y condiciones de su posibilidad y ha  necesitado limpiar y aplanar un suelo mal preparado. Aquí espero de mi  lector la paciencia e imparcialidad de un juez; allí en cambio la  condescendencia y ayuda de un colaborador; pues por muy  completamente que se expongan en la crítica todos los principios para el  sistema, pertenece empero al pormenor del sistema mismo el que no falte  ninguno de los conceptos deducidos; estos no se pueden traer a priori a  comprobación, sino que han de ser buscados poco a poco. Además como  allí (en la crítica) se agota toda la síntesis de los conceptos, se exigirá aquí  (en el sistema) además que ocurra lo mismo en lo que se refiere al  análisis, todo lo cual es fácil y más bien entretenimiento que trabajo.   Quédame aún que decir algo referente a la impresión. Como se  retrasó un tanto el comienzo de ella, no pude recibir para revisarlos, más  que la mitad de los pliegos, en donde encuentro algunas erratas, que no  perturban el sentido, excepto la que se encuentra en la página 379, línea 4  


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por abajo4, en donde debe leerse específico en lugar de escéptico. La  Antinomia de la razón pura, de la página 425 a la 4615 está distribuida a  modo de tabla poniendo a la izquierda lo que pertenece a la tesis, y a la  derecha lo que pertenece a la antítesis; lo arreglé así para que tesis y  antítesis puedan compararse una con otra con mayor facilidad.6 

                                                             

4 Los números de la página y de la línea se refieren naturalmente a la primera edición  alemana y no a la presente castellana. La errata se corrigió después en todas las ediciones  posteriores. (N. del T.) 

5 Los números de las páginas se refieren a la primera edición alemana. 

6 Hemos conservado la misma disposición en la traducción castellana. (N. del T.)  


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Prólogo De la segunda edición, en el año de 1787 

     

 Si la elaboración de los conocimientos que pertenecen a la obra de la  razón, lleva o no la marcha segura de una ciencia, es cosa que puede  pronto juzgarse por el éxito. Cuando tras de numerosos preparativos y  arreglos, la razón tropieza, en el momento mismo de llegar a su fin; o  cuando para alcanzar éste, tiene que volver

 atrás una y otra vez y  emprender un nuevo camino; así mismo, cuando no es posible poner de  acuerdo a los diferentes colaboradores sobre la manera cómo se ha de  perseguir el propósito común; entonces puede tenerse siempre la  convicción de que un estudio semejante está muy lejos de haber  emprendido la marcha segura de una ciencia y de que, por el contrario,  es más bien un mero tanteo. Y es ya un mérito de la razón el descubrir,  en lo posible, ese camino, aunque haya que renunciar, por vano, a mucho  de lo que estaba contenido en el fin que se había tomado antes sin  reflexión. 

     Que la lógica ha llevado ya esa marcha segura desde los tiempos más  remotos, puede colegirse, por el hecho de que, desde Aristóteles, no ha  tenido que dar un paso atrás, a no ser que se cuenten como correcciones  la supresión de algunas sutilezas inútiles o la determinación más clara de  lo expuesto, cosa empero que pertenece más a la elegancia que a la  certeza de la ciencia. Notable es también en ella el que tampoco hasta  ahora hoy ha podido dar un paso adelante. Así pues, según toda  apariencia, hállase conclusa y perfecta. Pues si algunos modernos han  pensado ampliarla introduciendo capítulos, ya psicológicos sobre las  distintas facultades de conocimiento (la imaginación, el ingenio), ya  metafísicos sobre el origen del conocimiento o la especie diversa de  certeza según la diversidad de los objetos (el idealismo, escepticismo,  etc...), ya antropológicos sobre los prejuicios (sus causas y sus remedios),  ello proviene de que desconocen la naturaleza peculiar de esa ciencia. No  es aumentar sino desconcertar las ciencias, el confundir los límites de  unas y otras. El límite de la lógica empero queda determinado con entera  exactitud, cuando se dice que es una ciencia que no expone al detalle y  demuestra estrictamente más que las reglas formales de todo pensar (sea  este a priori o empírico, tenga el origen o el objeto que quiera, encuentre  en nuestro ánimo obstáculos contingentes o naturales). 

 Si la lógica ha tenido tan buen éxito, debe esta ventaja sólo a su  carácter limitado, que la autoriza y hasta la obliga a hacer abstracción de  todos los objetos del conoc

imiento y su diferencia. En ella, por tanto, el  entendimiento no tiene que habérselas más que consigo mismo y su  


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forma. Mucho más difícil tenía que ser, naturalmente, para la razón, el  emprender el camino seguro de la ciencia, habiendo de ocuparse no sólo  de sí misma sino de objetos. Por eso la lógica, como propedéutica,  constituye solo por decirlo así el vestíbulo de las ciencias y cuando se  habla de conocimientos, se supone ciertamente una lógica para el juicio  de los mismos, pero su adquisición ha de buscarse en las propias y  objetivamente llamadas ciencias. 

     Ahora bien, por cuanto en estas ha de haber razón, es preciso que en  ellas algo sea conocido a priori, y su conocimiento puede referirse al  objeto de dos maneras: o bien para determinar simplemente el objeto y su  concepto (que tiene que ser dado por otra parte) o también para hacerlo  real. El primero es conocimiento teórico, el segundo conocimiento práctico de  la razón. La parte pura de ambos, contenga mucho o contenga poco, es  decir, la parte en donde la razón determina su objeto completamente a  priori, tiene que ser primero expuesta sola, sin mezclarle lo que procede  de otras fuentes; pues administra mal quien gasta ciegamente los  ingresos, sin poder distinguir luego, en los apuros, qué parte de los  ingresos puede soportar el gasto y qué otra parte hay que librar de él. 

     La matemática y la física son los dos conocimientos teóricos de la razón  que deben determinar sus objetos a priori; la primera con entera pureza, la  segunda con pureza al menos parcial, pero entonces según la medida de  otras fuentes cognoscitivas que las de la razón. 

 La matemática ha marchado por el camino seguro de una ciencia,  desde los

 tiempos más remotos que alcanza la historia de la razón  humana, en el admirable pueblo griego. Mas no hay que pensar que le  haya sido tan fácil como a la lógica, en donde la razón no tiene que  habérselas más que consigo misma, encontrar o mejor dicho abrirse ese  camino real; más bien creo que ha perma

necido durante largo tiempo en  meros tanteos (sobre todo entre los egipcios) y que ese cambio es de  atribuir a una revolución, que la feliz ocurrencia de un sólo hombre llevó  a cabo, en un ensayo, a partir del cual, el carril que había de tornarse ya  no podía fallar y la marcha segura de una ciencia quedaba para todo  tiempo y en infinita lejanía, emprendida y señalada. La historia de esa  revolución del pensamiento, mucho más importante que el  descubrimiento del camino para doblar el célebre cabo, y la del  afortunado que la llevó a bien, no nos ha sido conservada. Sin embargo,  la leyenda que nos trasmite Diógenes Laercio, quien nombra al supuesto  descubridor de los elementos mínimos de las demostraciones  geométricas, elementos que, según el juicio común, no necesitan siquiera  de prueba, demuestra que el recuerdo del cambio efectuado por el  primer descubrimiento de este nuevo camino, debió parecer  


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extraordinariamente importante a los matemáticos y por eso se hizo  inolvidable.

 El primero que demostró el triángulo isósceles (háyase  llamado Thales o como se quiera), percibió una luz nueva; pues encontró  que no tenía que inquirir lo

 que veía en la figura o aún en el mero  concepto de ella y por decirlo así aprender de ella sus propiedades, sino  que tenía que producirla, por medio de lo que, según conceptos, él  mismo había pensado y expuesto en ella a priori (por construcción), y que  para saber seguramente algo a priori, no debía atribuir nada a la cosa, a  no ser lo que se sigue necesariamente de aquello que él mismo,  conformemente a su concepto, hubiese puesto en ella. 

     La física tardó mucho más tiempo en encontrar el camino de la ciencia;  pues no hace más que siglo y medio que la propuesta del judicioso Bacon  de Verulam ocasionó en parte -o quizá más bien dio vida, pues ya se  andaba tras él- el descubrimiento, que puede igualmente explicarse por  una rápida revolución antecedente en el pensamiento. Voy a ocuparme  aquí de la física sólo en cuanto se funda sobre principios empíricos. 

     Cuando Galileo hizo rodar por el plano inclinado las bolas cuyo peso  había él mismo determinado; cuando Torricelli hizo soportar al aire un  peso que de antemano había pensado igual al de una determinada  columna de

 agua; cuando más tarde Stahl transformó metales en cal y  ésta a su vez en metal, sustrayéndoles y devolviéndoles algo,7 entonces  percibieron todos los físicos una luz

 nueva. Comprendieron que la razón  no conoce más que lo que ella misma produce según su bosquejo; que  debe adelantarse con principios de sus juicios, según leyes constantes, y  obligar a la naturaleza a contestar a sus preguntas, no empero dejarse  conducir como con andadores; pues de otro modo, las observaciones  contingentes, los hechos sin ningún plan bosquejado de antemano, no  pueden venir a conexión en una ley necesaria, que es sin embargo lo que  la razón busca y necesita. La razón debe acudir a la naturaleza llevando  en una mano sus principios, según los cuales tan sólo los fenómenos  concordantes pueden tener el valor de leyes, y en la otra el experimento,  pensado según aquellos principios; así conseguirá ser instruida por la  naturaleza, mas no en calidad de discípulo que escucha todo lo que el  maestro quiere, sino en la de juez autorizado, que obliga a los testigos a  contestar a las preguntas que les hace. Y así la misma física debe tan  provechosa revolución de su pensamiento, a la ocurrencia de buscar (no  imaginar) en la naturaleza, conformemente a lo que la razón misma ha  puesto en ella, lo que ha de aprender de ella y de lo cual por si misma no  sabría nada. Solo así ha logrado la física entrar en el camino seguro de 

                                                             

7 No sigo aquí exactamente los hilos de la historia del método experimental, cuyos primeros  comienzos no son bien conocidos.  


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una ciencia, cuando durante tantos siglos no había sido más que un mero  tanteo. 

 La metafísica, conocimiento especulativo de la razón, enteramente  aislado,

 que se alza por encima de las enseñanzas de la experiencia,  mediante meros conceptos (no como la matemática mediante aplicación  de los mismos a la intuición), y en donde por tanto la razón debe ser su  propio discípulo, no ha tenido hasta ahora la fortuna de emprender la  marcha segura de una ciencia; a pesar de ser más vieja que todas las  demás y a pesar de que subsistiría aunque todas las demás tuvieran que  desaparecer enteramente, sumidas en el abismo de una barbarie  destructora. Pues en ella tropieza la razón continuamente, incluso  cuando quiere conocer a priori (según pretende) aquellas leyes que la  experiencia más ordinaria confirma. En ella hay que deshacer mil veces  el camino, porque se encuentra que no conduce a donde se quiere; y en  lo que se refiere a la unanimidad de sus partidarios, tan lejos está aún de  ella, que más bien es un terreno que parece propiamente destinado a que  ellos ejerciten sus fuerzas en un torneo, en donde ningún campeón ha  podido nunca hacer la más mínima conquista y fundar sobre su victoria  una duradera posesión. No hay pues duda alguna de que su método,  hasta aquí, ha sido un mero tanteo y, lo que es peor, un tanteo entre  meros conceptos. 

     Ahora bien ¿a qué obedece que no se haya podido aún encontrar aquí  un camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? Mas ¿por qué la  naturaleza ha introducido en nuestra razón la incansable tendencia a  buscarlo como uno de sus más importantes asuntos? Y aún más ¡cuán  poco motivo tenemos para confiar en nuestra razón, si, en una de las  partes más importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos  abandona, sino que nos entretiene con ilusiones, para acabar  engañándonos! O bien, si solo es que hasta ahora se ha fallado la buena  vía, ¿qué señales nos permiten esperar que en una nueva investigación  seremos más felices que lo han sido otros antes? 

 Yo debiera creer que los ejemplos de la matemática y de la física,  ciencias que, por una revolución llevada a cabo de una vez, han llegado a  ser lo que ahora son, serían bastante notables para hacernos reflexionar  sobre la parte esencial de la transformación del pensamiento que ha sido  para ellas tan provechosa y se imitase aquí esos ejemplos, al menos como  ensayo, en cuanto lo permite su analogía, como conocimientos de razón,  con la Metafísica. Hasta ahora se admitía que todo nuestro conocimiento  tenía que regirse por los objetos; pero todos los ensayos, para decidir a  priori algo sobre estos, mediante conceptos, por donde sería extendido  nuestro conocimiento, aniquilábanse en esa suposición. Ensáyese pues  


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una vez si no adelantaremos más en los problemas de la metafísi

ca,  admitiendo que los objetos tienen que regirse por nuestro conocimiento,  lo cual concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un  conocimiento a priori de dichos objetos, que establezca algo sobre ellos  antes de que nos sean dados. Ocurre con esto como con el primer  pensamiento de Copérnico quien, no consiguiendo explicar bien los  movimientos celestes si admitía que la masa toda de las estrellas daba  vueltas alrededor del espectador, ensayó si no tendría mayor éxito  haciendo al espectador dar vueltas y dejando en cambio las estrellas  inmóviles. En la metafísica se puede hacer un ensayo semejante, por lo  que se refiere a la intuición de los objetos. Si la intuición tuviera que  regirse por la constitución de los objetos, no comprendo como se pueda a  priori saber algo de ella. ¿Rígese empero el objeto (como objeto de los  sentidos) por la constitución de nuestra facultad de intuición?, entonces  puedo muy bien representarme esa posibilidad. Pero como no puedo  permanecer atenido a esas intuiciones, si han de llegar a ser  conocimientos, sino que tengo que referirlas, como representaciones, a  algo como objeto, y determinar este mediante aquéllas, puedo por tanto:  o bien admitir que los conceptos, mediante los cuales llevo a cabo esa  determinación, se rigen también por el objeto y entonces caigo de nuevo  en la misma perplejidad sobre el modo como pueda saber a priori algo de  él; o bien admitir que los objetos o, lo que es lo mismo, la experiencia, en  donde tan sólo son ellos (como objetos dados) conocidos, se rige por esos  conceptos y entonces veo en seguida una explicación fácil; porque la  experiencia misma es un modo de conocimiento que exige  entendimiento, cuya regla debo suponer en mí, aún antes de que me sean  dados objetos, por lo tanto a priori, regla que se expresa en conceptos a  priori, por los que tienen pues que regirse necesariamente todos los  objetos de la experiencia y con los que tienen que concordar. En lo que  concierne a los objetos, en cuanto son pensados sólo por la razón y  necesariamente, pero sin poder (al menos tales como la razón los piensa)  ser dados en la experiencia, proporcionarán, según esto, los ensayos de  pensarlos (pues desde luego han de poderse pensar) una magnífica  comprobación de lo que admitimos como método transformado del  pensamiento, a saber: que no conocemos a priori de las cosas más que lo  que nosotros mismos ponemos en ellas8. 

                                                             

8  Ese método, imitado del de los físicos, consiste pues en buscar los elementos de la razón 

pura en aquello que se deja confirmar o refutar por un experimento. Ahora bien, para el examen de  las proposiciones de la razón pura, sobre todo las que se han aventurado más allá de todos  los límites de experiencia posible, no se puede hacer experimento alguno con sus objetos  (como en la física): será pues factible solo con conceptos y principios, que admitimos a priori,  arreglándolos de tal manera que los mismos objetos puedan ser considerados por dos lados  


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 Este ensayo tiene un éxito conforme al deseo y promete a la  metafísica, en su primera parte (es decir en la que se ocupa de conceptos  a priori, cuyos objetos correspondientes pueden ser dados en la  experiencia en conformidad con ellos), la marcha segura de una ciencia.  Pues según este cambio del modo de pensar, puede explicarse muy bien  la posibilidad de un conocimiento a priori y, más aún, proveer de pruebas  satisfactorias las leyes que están a priori a la base de la naturaleza, como  conjunto de los objetos de la experiencia; ambas cosas eran imposibles  según el modo de proceder hasta ahora seguido. Pero de esta deducción  de nuestra facultad de conocer a priori, en la primera parte de la  metafísica, despréndese un resultado extraño y al parecer muy  desventajoso para el fin total de la misma, que ocupa la segunda parte, y  es a saber: que con esa facultad no podemos salir jamás de los límites de  una experiencia posible, cosa empero que es precisamente 

el afán más  importante de esa ciencia. Pero en esto justamente consiste el  experimento para comprobar la verdad del resultado de aquella primera  apreciación de nuestro conocimiento a priori de razón, a saber: que éste  se aplica sólo a los fenómenos y, en cambio considera la cosa en sí  misma, si bien real por sí, como desconocida para nosotros. Pues lo que  nos impulsa a ir necesariamente más allá de los límites de la experiencia  y de todos los fenómenos, es lo incondicionado, que necesariamente y con  pleno derecho pide la razón, en las cosas en sí mismas, para todo  condicionado, exigiendo así la serie completa de las condiciones. Ahora  bien, ¿encuéntrase que, si admitimos que nuestro conocimiento de  experiencia se rige por los objetos como cosas en sí mismas, lo  incondicionado no pude ser pensado sin contradicción; y que en cambio,  desaparece la contradicción, si admitimos que nuestra representación de las  cosas, como ellas nos son dadas, no se rige por ellas como cosas en sí  mismas, sino que más bien estos efectos, como fenómenos, se rigen por  nuestro modo de representación? ¿Encuéntrase por consiguiente que lo  incondicionado ha de hallarse no en las cosas en cuanto las conocemos  (nos son dadas), pero sí en ellas en cuanto no las conocemos, o sea como  cosas en sí mismas? Pues entonces se muestra que lo que al comienzo  admitíamos solo por vía de ensayo, está fundado9. Ahora bien, después 

                                                                                                                                                                                              

muy diferentes: por una parte como objetos de los sentidos y del entendimiento para la  experiencia, por otra parte empero como objetos que solamente pensamos, en todo caso, para  la razón aislada que aspira a salir de los límites de la experiencia. Ahora bien, ¿encuéntrase  que, cuando se consideran las cosas desde este doble punto de vista, hay concordancia con el  principio de la razón pura y que en cambio cuando se las considera desde un solo punto de  vista, surge una inevitable contradicción de la razón consigo misma? Entonces el  experimento decide por la exactitud de aquella distinción. 

9  Este experimento de la razón pura tiene mucha semejanza con el que los químicos llaman a  veces de la reducción, pero en general método sintético. El análisis del metafísico divide el  


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de haber negado a la razón especulativa todo progreso en ese campo de  lo suprasensible, quédanos por ensayar si ella no encuentra, en su  conocimiento práctico, datos para determinar aquel concepto  transcendente de razón, aquel concepto de lo incondicionado y, de esa  manera, conformándose al deseo de la metafísica, llegar más allá de los  límites de toda experiencia posible con nuestro conocimiento a priori,  aunque sólo en un sentido práctico. Con su proceder, la razón  especulativa nos ha proporcionado por lo menos sitio para semejante  ampliación, aunque haya tenido que dejarlo vacío, autorizándonos por  tanto, más aún, exigiéndonos ella misma que lo llenemos, si podemos,  con sus datos prácticos10. 

 En ese ensayo de variar el proceder que ha seguido hasta ahora la  metafísica, emprendiendo con ella una completa revolución, según los  ejemplos de los geómetras y físicos, consiste el asunto de esta crítica de la  razón pura especulativa. Es un tratado del método, no un sistema de la  ciencia misma; pero sin embargo, bosqueja el contorno todo de la ciencia,  tanto en lo que se refiere a sus límites, como también a su completa  articulación interior. Pues la razón pura especulativa tiene en sí esto de  peculiar, que puede y debe medir su propia facultad, según la diferencia  del modo como elige objetos para el pensar; que puede y debe enumerar  completamente los diversos modos de proponerse problemas y así trazar  el croquis entero de un sistema de metafísica. Porque, en lo que a lo  primero atañe, nada puede ser atribuido a los objetos en el conocimiento  a priori, sino lo que el sujeto pensante toma de sí mismo; y, en lo que toca  a lo segundo, es la razón pura especulativa, con respecto a los principios  del conocimiento, una unidad totalmente separada, subsistente por sí, en  la cual cada uno de los miembros está, como en un cuerpo organizado,  para todos los demás, y todos para uno, y ningún principio puede ser 

                                                                                                                                                                                              

conocimiento puro a priori en dos elementos muy heterogéneos, a saber: el conocimiento de  las cosas como fenómenos y el de las cosas en sí mismas. La dialéctica los enlaza ambos de  nuevo en unanimidad con la necesaria idea racional de lo incondicionado, y encuentra que esa  unanimidad no surge nunca más que mediante aquella diferenciación, que por tanto es la  verdadera. 

10 Así las leyes centrales de los movimientos de los cuerpos celestes proporcionaron a lo que  Copérnico al principio admitió solo como hipótesis, una certeza decisiva, y probaron al mismo  tiempo la invisible fuerza que mantiene la estructura del mundo (la atracción de Newton).  Ésta hubiera permanecido para siempre sin descubrir, si el primero no se hubiera atrevido a  buscar, de una manera contraria a los sentidos pero sin embargo verdadera, los movimientos  observados, no en los objetos del cielo, sino en el espectador. En este prólogo establezco yo  una variación del pensamiento, análoga a esa hipótesis y la expongo en la crítica, también  solo como hipótesis, aun cuando en el tratado mismo queda probada no hipotética, sino  apodícticamente, por la constitución de nuestras representaciones de espacio y tiempo y por  los conceptos elementales del entendimiento, para hacer notar tan sólo los primeros ensayos  de tal variación, que son siempre hipotéticos.  


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tomado con seguridad, en una relación, sin haberlo al mismo tiempo  invest

igado en la relación general con todo el uso puro de la razón. Por  eso tiene la metafísica una rara fortuna, de la que no participa ninguna  otra ciencia de razón que trate de objetos (pues la lógica ocúpase sólo de  la forma del pensamiento en general); y es que si por medio de esta  crítica queda encarrilada en la marcha segura de una ciencia, puede  comprender enteramente el campo de los conocimientos a ella  pertenecientes y terminar por tanto su obra, dejándola para el uso de la  posteridad, como una construcción completa; porque no trata más que  de principios de las limitaciones de su uso, que son determinadas por  aquellos mismos. A esa integridad está pues obligada como ciencia  fundamental, de ella debe poder decirse: nil actum reputans, si quid  superesset agendum. 

 Pero se preguntará: ¿cuál es ese tesoro que pensamos dejar a la  posteridad con semejante metafísica, depurada por la crítica, y por ella  también reducida a un estado inmutable? En una pasajera inspección de  esta obra, se creerá percibir que su utilidad no es más que negativa, la de  no atrevernos nunca, con la razón especulativa, a salir de los límites de la  experiencia; y en realidad tal es su primera utilidad. Ésta empero se  torna pronto en positiva, por cuanto se advierte que esos principios, con  que 

la razón especulativa se atreve a salir de sus límites, tienen por  indeclinable consecuencia, en realidad, no una ampliación, sino,  considerándolos más de cerca, una reducción de nuestro uso de la razón;  ya que ellos realmente amenazan ampliar descomedidamente los límites  de la sensibilidad, a que pertenecen propiamente, y suprimir así del todo  el uso puro (práctico) de la razón. Por eso una crítica que limita la  sensibilidad, si bien en este sentido es negativa, sin embargo, en realidad,  como elimina de ese modo al mismo tiempo un obstáculo que limita y  hasta amenaza aniquilar el uso puro práctico, resulta de una utilidad  positiva, y muy importante, tan pronto como se adquiere la convicción de  que hay un uso práctico absolutamente necesario de la razón pura (el  moral), en el cual ésta se amplía inevitablemente más allá de los límites  de la sensibilidad; para ello no necesita, es cierto, ayuda alguna de la  especulativa, pero sin embargo, tiene que estar asegurada contra su  reacción, para no caer en contradicción consigo misma. Disputar a este  servicio de la crítica su utilidad positiva, sería tanto como decir que la  policía no tiene utilidad positiva alguna, pues que su ocupación  principal no es más que poner un freno a las violencias que los  ciudadanos pueden temer unos de otros, para que cada uno vaque a sus  asuntos en paz y seguridad. Que espacio y tiempo son solo formas de la  intuición sensible, y por tanto sólo condiciones de la existencia de las  


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cosas como fenómenos; que nosotros además no tenemos conceptos del  entendimiento y por tanto tampoco elementos para el conocimiento de  las cosas, sino en cuanto a esos conceptos puede serles dada una  intuición correspondiente; que consiguientemente nosotros no podemos  tener conocimiento de un objeto como cosa en sí misma, sino sólo en  cuanto la cosa es objeto de la intuición sensible, es decir como fenómeno;  todo esto queda demostrado en la parte analítica de la Crítica. De donde  se sigue desde luego la limitación de todo posible conocimiento  especulativo de la razón a los meros objetos de la experiencia. Sin  embargo, y esto debe notarse bien, queda siempre la reserva de que esos  mismos objetos, como cosas en sí, aunque no podemos conocerlos,  podemos al menos pensarlos11. Pues si no, seguiríase la proposición  absurda de que habría fenómeno sin algo que aparece. Ahora bien  vamos a admitir que no se hubiere hecho la distinción, que nuestra  Crítica ha considerado necesaria, entre las cosas como objetos de la  experiencia y esas mismas cosas como cosas en sí. Entonces el principio  de la casualidad y por tanto el mecanismo de la naturaleza en la  determinación de la misma, tendría que valer para todas las cosas en  general como causas eficientes. Por lo tanto, de uno y el mismo ser, v. g.  del alma humana, no podría yo decir que su voluntad es libre y que al  mismo tiempo, sin embargo, está sometida a la necesidad natural, es  decir, que no es libre, sin caer en una contradicción manifiesta; porque  habría tomado el alma, en ambas proposiciones, en una y la misma  significación, a saber, como cosa en general (como cosa en sí misma). Y,  sin previa crítica, no podría tampoco hacer de otro modo. Pero si la  Crítica no ha errado, enseñando a tomar el objeto en dos significaciones, a  saber como fenómeno y como cosa en sí misma; si la deducción de sus  conceptos del entendimiento es exacta y por tanto el principio de la  casualidad se refiere sólo a las cosas tomadas en el primer sentido, es  decir a objetos de la experiencia, sin que estas cosas en su segunda  significación le estén sometidas; entonces una y la misma voluntad es  pensada, en el fenómeno (las acciones visibles), como necesariamente  conforme a la ley de la naturaleza y en este sentido como no libre, y sin  embargo, por otra parte, en cuanto pertenece a una cosa en sí misma, 

                                                             

11 Conocer un objeto exige que yo pueda demostrar su posibilidad (ora, según el testimonio de  la experiencia, por su realidad, ora a priori por la razón). Pero pensar, puedo pensar lo que  quiera, con tal de que no me contradiga a mí mismo, es decir, basta que mi concepto sea un  pensamiento posible, aunque no pueda ciertamente afirmar si en el conjunto de todas las  posi

bilidades le corresponde o no un objeto. Pero para atribuir validez objetiva a un concepto  semejante (posibilidad real, pues la primera era solo lógica), se exige algo más. Ahora bien,  este algo más no necesita precisamente buscarse en las fuentes teóricas de conocimiento;  puede estar también en las prácticas.  


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como no sometida a esa ley y por tanto como libre, sin que aquí se cometa  contradicción. Ahora bien, aunque mi alma, considerada en este último  aspecto, no la puedo conocer por razón especulativa (y menos aún por la  observación empírica), ni por tanto puedo tampoco conocer la libertad,  como propiedad de un ser a quien atribuyo efectos en el mundo sensible,  porque tendrí

a que conocer ese ser como determinado según su  existencia, y, sin embargo,

 no en el tiempo (cosa imposible, pues no  puedo poner intuición alguna bajo mi concepto), sin embargo, puedo  pensar la libertad, es decir que la representación de ésta no encierra  contradicción alguna, si son ciertas nuestra distinción crítica de ambos  modos de representación (el sensible y el intelectual) y la limitación  consiguiente de los conceptos puros del entendimiento y por tanto de los  principios que de ellos dimanan. Ahora bien, supongamos que la moral  presupone necesariamente la libertad (en el sentido más estricto) como  propiedad de nuestra voluntad, porque alega a priori principios que  residen originariamente en nuestra razón, como datos de ésta, y que  serían absolutamente imposibles sin la suposición de la libertad;  supongamos que la razón especulativa haya demostrado, sin embargo,  que la libertad no se puede pensar en modo alguno, entonces  necesariamente aquella presuposición, es decir la moral, debería ceder  ante ésta, cuyo contrario encierra una contradicción manifiesta, y por  consiguiente la libertad y con ella la moralidad (pues su contrario no  encierra contradicción alguna, a no ser que se haya ya presupuesto la  libertad) deberían dejar el sitio al mecanismo natural. Mas para la moral  no necesito más sino que la libertad no se contradiga a sí misma y que,  por tanto, al menos sea pensable, sin necesidad de penetrarla más, y que  no ponga pues obstáculo alguno al mecanismo natural de una y la  misma acción (tomada en otra relación); resulta pues, que la teoría de la  moralidad mantiene su puesto y la teoría de la naturaleza el suyo, cosa  que no hubiera podido ocurrir si la crítica no nos hubiera previamente  enseñado nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí  mismas y no hubiera limitado a meros fenómenos lo que podemos  conocer teóricamente. Esta misma explicación de la utilidad positiva de  los principios críticos de la razón pura, puede hacerse con respecto al  concepto de Dios y de la naturaleza simple de nuestra alma. La omito sin  embargo, en consideración a la brevedad. Así pues, no puedo siquiera  admitir Dios, la libertad y la inmortalidad para el uso práctico necesario de  mi razón, como no cercene al mismo tiempo a la razón especulativa su  pretensión de conocimientos transcendentes. Porque ésta, para llegar a  tales conocimientos, tiene que servirse de principios que no alcanzan en  realidad más que a objetos de la experiencia posible, y por tanto, cuando  


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son aplicados, sin embargo, a lo que no puede ser objeto de la  experiencia, lo transforman realmente siempre en fenómeno y declaran  así imposible toda ampliación práctica de la razón pura. Tuve pues que  anular el saber, para reservar un sitio a la fe; y el dogmatismo de la  metafísica, es decir el prejuicio de que puede avanzarse en metafísica, sin  crítica de la razón pura, es la verdadera fuente de todo descreimiento  opuesto a la moralidad, que siempre es muy dogmático. Así pues, no  siendo difícil, con una metafísica sistemática, compuesta según la pauta  señalada por la crítica

 de la razón pura, dejar un legado a la posteridad,  no es éste un presente poco estimable. Basta comparar lo que es la  cultura de la razón mediante la marcha segura de una ciencia, con el  tanteo sin fundamento y el vagabundeo superficial de la misma sin  crítica; o advertir también cuanto mejor empleará aquí su tiempo una  juventud deseosa de saber, que en el dogmatismo corriente, que inspira  tan tempranos y poderosos alientos, ya para sutilizar cómodamente  sobre cosas de que no entiende nada y en las que no puede, como no  puede nadie en el mundo, conocer nada, ya para acabar inventando  nuevos pensamientos y opiniones, sin cuidarse de aprender las ciencias  exactas. Pero sobre todo se reconocerá el valor de la crítica, si se tiene en  cuenta la inapreciable ventaja de poner un término, para todo el  porvenir, a los ataques contra la moralidad y la religión, de un modo  socrático, es decir por medio de la prueba clara de la ignorancia de los  adversarios. Pues alguna metafísica ha habido siempre en el mundo y  habrá de haber en adelante; pero con ella también surgirá una dialéctica  de la razón pura, pues es natural a ésta. Es pues el primer y más  importante asunto de la filosofía, quitarle todo influjo desventajoso, de  una vez para siempre, cegando la fuente de los errores. 

     Tras esta variación importante en el campo de las ciencias y la pérdida  que de sus posesiones, hasta aquí imaginadas, tiene que soportar la  razón especulativa, todo lo que toca al interés universal humano y a la  utilidad que el mun

do ha sacado hasta hoy de las enseñanzas de la razón  pura, sigue en el mismo provechoso estado en que estuvo siempre. La  pérdida alcanza sólo al monopolio de las escuelas, pero de ningún modo al  interés de los hombres. Yo pregunto al dogmático más inflexible si la  prueba de la duración de nuestra alma después de la muerte, por la  simplicidad de la substancia; si la de la libertad de la voluntad contra el  mecanismo universal, por las sutiles, bien que impotentes distinciones  entre necesidad práctica subjetiva y objetiva; si la de la existencia de Dios  por el concepto de un ente realísimo (de la contingencia de lo variable y  de la necesidad de un primer motor) han llegado jamás al público,  después de salir de las escuelas y han tenido la menor influencia en la  


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convicción de las gentes. Y si esto no ha ocurrido, ni puede tampoco  esp

erarse nunca, por lo inadecuado que es el entendimiento ordinario  del hombre para tan sutil especulación; sí, en cambio, en lo que se refiere  al alma

, la disposición que todo hombre nota en su naturaleza, de no  poder nunca satisfacerse con lo temporal (como insuficiente para las  disposiciones de todo su destino) ha tenido por sí sola que dar  nacimiento a la esperanza de una vida futu

ra; si en lo que se refiere a la  libertad, la mera presentación clara de los deberes, en oposición a las  pretensiones todas de las inclinaciones, ha tenido por sí sola que  producir la conciencia de la libertad; si, finalmente en lo que a Dios se  refiere, la magnífica ordenación, la belleza y providencia que brillan por  toda la naturaleza ha tenido, por sí sola, que producir la fe en un sabio y  grande creador del mundo, convicción que se extiende en el público en  cuanto descansa en fundamentos racionales; entonces estas posesiones  no sólo siguen sin ser estorbadas, sino que ganan más bien autoridad,  porque las escuelas aprenden, desde ahora, a no preciarse de tener, en un  punto que toca al interés universal humano, un conocimiento más  elevado y amplio que el que la gran masa (para nosotros dignísima de  respeto) puede alcanzar tan fácilmente, y a limitarse por tanto a cultivar  tan sólo esas pruebas universalmente comprensibles y suficientes en el  sentido moral. La variación se refiere pues solamente a las arrogantes  pretensiones de las escuelas, que desean en esto (como hacen con razón  en otras muchas cosas) se las tenga por únicas conocedoras y  guardadoras de semejantes verdades, de las cuales sólo comunican al  público el uso, y guardan para sí la clave (quodmecum nescit, solus vult  scire videri). Sin embargo se ha tenido en cuenta aquí una equitativa  pretensión del filósofo especulativo. Éste sigue siempre siendo el  exclusivo depositario de una ciencia, útil al público que la ignora, a  saber, la crítica de la razón, que no puede nunca hacerse popular. Pero  tampoco necesita serlo; porque, así como el pueblo no puede dar entrada  en su cabeza como verdades útiles, a los bien tejidos argumentos, de  igual modo nunca llegan a su sentido las objeciones contra ellos, no  menos sutiles. En cambio, como la escuela y asimismo todo hombre que  se eleve a la especulación, cae inevitablemente en argumentos y réplicas,  está aquella crítica obligada a prevenir de una vez para siempre, por  medio de una investigación fundamentada de los derechos de la razón  especulativa, el escándalo que tarde o temprano ha de sentir el pueblo,  por las discusiones en que los metafísicos (y, como tales, también al fin  los sacerdotes) sin crítica se complican irremediablemente y que falsean  después sus mismas doctrinas. Sólo por medio de esta crítica pueden  cortarse de raíz el materialismo, el fatalismo, el ateísmo, el descreimiento de  


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los librepensadores, el misticismo y la superstición, que pueden ser  universalmente dañinos, finalmente también el idealismo y el escepticismo,  que son peligros más para las escuelas y que no pueden fácilmente llegar  al público. Si los gobiernos encuentran oportuno el ocuparse de los  negocios de los sabios, lo más conforme a su solícita presidencia sería,  para las ciencias como para los hombres, favorecer la libertad de una  crítica semejante, única que puede dar a las construcciones de la razón  un suelo firme, que sostener el ridículo despotismo de las escuelas, que  levantan una gran gritería sobre los peligros públicos, cuando se rasga su  tejido, que el público sin embargo, jamás ha conocido y cuya pérdida por  lo tanto no puede nunca sentir. 

 La crítica no se opone al proceder dogmático de la razón en su  conocimiento puro como ciencia (pues ésta ha de ser siempre dogmática,  es decir, estrictamente demostrativa por principios a priori, seguros), sino  al dogmatismo, es decir, a la pretensión de salir adelante sólo con un  conocimiento puro por conceptos (el filosófico), según principios tales  como la razón tiene en uso desde hace tiempo, sin informarse del modo y  del derecho con que llega a ellos. Dogmatismo es, pues, el proceder  dogmático de la razón pura, sin previa crítica de su propia facultad. Esta  oposición, por lo tanto, no ha de favorecer la superficialidad charlatana  que se otorga el pretencioso nombre de ciencia popular, ni al  escepticismo, que despacha la metafísica toda en breves instantes. La  crítica es más bien el arreglo previo necesario para

 el momento de una  bien fundada metafísica, como ciencia, que ha de ser desarrollada por  fuerza dogmáticamente, y según la exigencia estricta, sistemáticamente,  y, por lo tanto, conforme a escuela (no popularmente). Exigir esto a la  crítica es imprescindible, ya que se obliga a llevar su asunto  completamente a priori, por tanto a entera satisfacción de la razón  especulativa. En el desarrollo de ese plan, que la crítica prescribe, es  decir, en el futuro sistema de la metafísica, debemos, pues, seguir el  severo método del famoso Wolf, el más grande de todos los filósofos  dogmáticos, que dio el primero el ejemplo (y así creó el espíritu de  solidez científica, aún vivo en Alemania) de cómo, estableciendo  regularmente los principios, determinando claramente los conceptos,  administrando severamente las demostraciones y evitando audaces  saltos en las consecuencias, puede emprenderse la marcha segura de una  ciencia. Y por eso mismo fuera él superiormente hábil para poner en esa  situación una ciencia como la metafísica, si se le hubiera ocurrido  prepararse el campo previamente por medio de una crítica del órgano, es  decir, de la razón pura misma: defecto que no hay que atribuir tanto a él  como al modo de pensar dogmático de su tiempo y sobre el cual los  


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filósofos de este, como de los anteriores tiempos, nada tienen que echarse  en cara. Los que rechacen su modo de enseñar y al mismo tiempo  también el proceder de la crítica de la razón pura, no pueden proponerse  otra cosa que rechazar las trabas de la Ciencia, transformar el trabajo en  juego, la certeza en opinión y la filosofía en filodoxia. 

     Por lo que se refiere a esta segunda edición, no he querido, como es justo,  dejar pasar la ocasión, sin corregir en lo posible las dificultades u  obscuridades de donde puede haber surgido más de una mala  interpretación que hombres penetrantes, quizá no sin culpa mía, han  encontrado al juzgar este libro. En las proposiciones mismas y sus  pruebas, así como en la forma e integridad del plan, nada he encontrado  que cambiar; cosa que atribuyo en parte al largo examen a que los he  sometido antes de presentar este libro al público, y en parte también a la  constitución de la cosa misma, es decir a la naturaleza de una razón pura  especulativa, que tiene una verdadera estructura, donde todo es órgano,  es decir donde todos están para uno y cada uno para todos y donde, por  tanto, toda debilidad por pequeña que sea, falta (error) o defecto, tiene  que advertirse imprescindiblemente en el uso. Con esta inmutabilidad se  afirmará también según espero, este sistema en adelante. Esta confianza  la justifica no la presunción, sino la evidencia que produce el  experimento, por la igualdad del resultado cuando partimos de los  elementos mínimos hasta llegar al todo de la razón pura y cuando  retrocedemos del todo (pues éste también es dado por sí mediante el  propósito final en lo práctico) a cada parte, ya que el ensayo de variar  aún sólo la parte más pequeña, introduce enseguida contradicciones no  sólo en el sistema, sino en la razón universal humana. 

     Pero en la exposición hay aún mucho que hacer y he intentado en esta  edición correcciones que han de poner remedio a la mala inteligencia de  la estética (sobre todo en el concepto del tiempo) a la obscuridad de la  deducción de los conceptos del entendimiento, al supuesto defecto de  suficiente evidencia en las pruebas de los principios del entendimiento  puro, y finalmente a la mala interpretación de los paralogismos que  preceden a la psicología racional. Hasta aquí (es decir hasta el final del  capítulo primero de la dialéctica transcendental) y no más, extiéndense  los cambios introducidos en el modo de exposición12, porque el tiempo 

                                                             

12 Adición, propiamente, aunque sólo en el modo de demostración, no podría yo llamar más 

que a la que he hecho a la página 275 con una nueva refutación del idealismo psicológico y  una prueba estricta (y, según creo, única posible) de la realidad objetiva de la intuición  externa. Por muy inocente que pueda ser considerado el idealismo, respecto de los fines  esenciales de la metafísica (y en realidad no lo es), siempre es un escándalo para la filosofía y  para la razón universal humana, el no admitir la existencia de las cosas fuera de nosotros (de  donde sin embargo nos proviene la materia toda de los conocimientos, incluso para nuestro  


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me venía corto y, en lo que quedaba por revisar, no han incurrido en  ninguna mala inteligencia quienes han examinado la obra con  conocimiento del asunto y con imparcialidad. Éstos, aun que no puedo  nombrarlos aquí con las alabanzas a que son acreedores, notarán por sí 

                                                                                                                                                                                              

sentido interno) sino por fe y si a alguien se le ocurre ponerla en duda, no poder presentarle  ninguna prueba satisfactoria. Como en las expresiones de la prueba se encuentra alguna  obscuridad, en lo que va de la línea tercera a la sexta, ruego que se transforme ese período  como sigue: Ese permanente empero no puede ser una intuición en mí. Pues todos los fundamentos  de determinación de mi existencia, que pueden ser hallados en mí, son representaciones y, como tales,  necesitan ellas mismas un substrato permanente distinto de ellas, en relación con el cual pueda ser  determinado su cambio y por consiguiente mi existencia en el tiempo en que ellas cambian. Se dirá  probablemente contra esta prueba, que yo no me doy inmediatamente cuenta más que de lo  que está en mí, es decir, de mi representación de cosas exteriores; y consiguientemente que  queda siempre aún sin decidir si hay o no fuera de mí algo correspondiente. Pero de mi  existencia en el tiempo (y por consiguiente también de la determinabilidad de la misma en él)  doyme cuenta mediante experiencia interna, y esto es más que darme solo cuenta de mi  representación; es idéntico empero a la consciencia empírica de mi existencia, la cual no es 

 determinable más que por referencia a algo que enlazado con mi existencia, está fuera de mí.  Esa consciencia de mi existencia en el tiempo está pues enlazada idénticamente con la  consciencia de una relación con algo fuera de mí, y es pues una experiencia y no una  invención, el sentido y no la imaginación quien ata inseparablemente lo externo con mi  sentido interno; pues el sentido externo es ya en sí referencia de la intuición a algo real fuera  de mí, y su realidad, a diferencia de la imaginación, sólo descansa en que él está inseparable  mente enlazado con la experiencia interna misma, como condición de la posibilidad de ésta,  lo cual ocurre aquí. Si yo pudiera enlazar, con 

la consciencia intelectual de mi existencia en la  representación: yo soy (que acompaña a todos mis juicios y acciones del entendimiento), al  mismo tiempo una determinación de mi existencia por medio de una intuición intelectual,  entonces no pertenecería necesariamente a ésta la consciencia de una relación con algo fuera  de mí. Ahora bien, cierto es que aquella consciencia intelectual precede, pero sin embargo la  intuición interna, en que mi existencia puede tan sólo ser determinada, es sensible y ligada a  la condición del tiempo; esa determinación en cambio y por tanto la experiencia interna  misma depende de algo permanente que no está en mí, y por consiguiente que está en algo  fuera de mí, con lo cual yo me tengo que considerar en relación; así pues, la realidad del  sentido externo está necesariamente enlazada con la del interno, para la posibilidad de una  experiencia en general; es decir, yo me doy tan seguramente cuenta de que hay cosas fuera  de mí, que se refieren a mi sentido, como me doy cuenta de que existo yo mismo  determinadamente en el tiempo. Ahora bien, ¿a qué intuiciones dadas corresponden  realmente objetos fuera de mí, que pertenecen por tanto al sentido externo, al cual y no a la  imaginación son de atribuir? Ésta es cosa que tiene que ser decidida en cada caso particular,  según las reglas por las cuales se distingue la experiencia en general (incluso interna) de la  imaginación, y para ello siempre sirve de base la proposición de que realmente hay  experiencia externa. Puede añadirse aquí aún esta nota: la representación de algo permanente  en la existencia no es idéntica a la representación permanente, pues aquella puede ser muy  mudable y variable, como todas nuestras representaciones, incluso las de la materia, y se  refiere sin embargo a algo permanente, que tiene por tanto que ser una cosa distinta de todas  mis representaciones y exterior, cuya existencia es necesariamente incluida en la  determinación de mi propia existencia y constituye con ésta sólo una única experiencia, que no  tendría lugar ni siquiera internamente, si no fuera al mismo tiempo (en parte) externa. El  cómo no se puede explicar aquí, como tampoco puede explicarse cómo nosotros en general  pensamos lo que está detenido en el tiempo y cuya simultaneidad con lo cambiante produce  el concepto de la variación.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 26 

mismos en los respectivos lugares, la consideración con que he  escuchado sus observaciones. Esa corrección ha sido causa empero de  una pequeña pérdida para el lector, y no había medio de evitarla, sin  hacer el libro demasiado voluminoso. Consiste en que varias cosas que,  si bien no pertenecen esencialmente a la integridad del todo, pudiera, sin  embargo, más de un lector echarlas de menos con disgusto, porque  pueden ser útiles en otro sentido, han tenido que ser suprimidas o  compendiadas, para dar lugar a esta exposición, más comprensible  ahora, según yo espero. En el fondo, con respecto a las proposiciones e  incluso a sus pruebas, esta exposición no varía absolutamente nada. Pero  en el método de presentarlas, apártase de vez en cuando de la anterior de  tal modo, que no se podía llevar a cabo por medio de nuevas adiciones.  Esta pequeña pérdida que puede además subsanarse, cuando se quiera,  con solo cotejar esta edición con la primera queda compensada con  creces, según yo espero, por la mayor comprensibilidad de ésta. 

     He notado, con alegría, en varios escritos públicos (ora con ocasión de  dar cuenta de algunos libros, ora en tratados particulares), que el espíritu  de exactitud no ha muerto en Alemania. La gritería de la nueva moda,  que practica una genial

 libertad en el pensar, lo ha pagado tan sólo por  poco tiempo, y los espinosos senderos de la crítica, que conducen a una  ciencia de la razón pura, ciencia de escuela, pero sólo así duradera y por  ende altamente necesaria, no han impedido a valerosos clarividentes  ingenios, adueñarse de ella. A estos hombres de mérito, que unen  felizmente a la profundidad del conocimiento el talento de una  exposición luminosa (talento de que yo precisamente carezco), abandono  la tarea de acabar mi trabajo, que en ese respecto puede todavía dejar  aquí o allá algo que desear; pues el peligro, en este caso, no es el de ser  refutado, sino el de no ser comprendido. Por mi parte no puedo de aquí  en adelante entrar en discusiones, aunque atenderé con sumo cuidado a  todas las indicaciones de amigos y de enemigos, para utilizarlas en el  futuro desarrollo del sistema, conforme a esta propedéutica. Cógenme  estos trabajos en edad bastante avanzada (en este mes cumplo sesenta y  cuatro años); y si quiero realizar mi propósito, que es publicar la  metafísica de la naturaleza y la de la moralidad, como confirmación de la  exactitud de la crítica de la razón especulativa y la de la práctica, he de  emplear mi tiempo con economía, y confiarme, tanto para la aclaración  de las obscuridades, inevitables al principio en esta obra, como para la  defensa del todo, a los distinguidos ingenios, que se han compenetrado  con mi labor. Todo discurso filosófico puede ser herido en algún sitio  aislado (pues no puede presentarse tan acorazado como el discurso  matemático); pero la estructura del sistema, considerada en unidad, no  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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corre con ello el menor peligro, y abarcarla con la mirada, cuando el  sistema es nuevo, es cosa para la cual hay pocos que tengan la aptitud  del espír

itu y, menos aún, que posean el gusto de usarla, porque toda  innovación les incomoda. También, cuando se arrancan trozos aislados y  se separan del conjunto, para compararlos después unos con otros,  pueden descubrirse en todo escrito, y más aún si se desarrolla en libre  discurso, contradicciones aparentes, que a los ojos de quien se confía al  juicio de otros, lanzan una luz muy desfavorable sobre el libro. Pero  quien se haya adueñado de la idea del todo, podrá resolverlas muy  fácilmente. Cuando una teoría tiene consistencia, las acciones y  reacciones que al principio la amenazaban con grandes peligros, sirven,  con el tiempo, solo para aplanar sus asperezas y si hombres de  imparcialidad, conocimiento y verdadera popularidad se ocupan de ella,  proporciónanle también en poco tiempo la necesaria elegancia. 

Königsberg, Abril de 1787. 

 

 

 

 

 

 

Introducción 

 

- I - 

 

De la distinción del conocimiento puro y el empírico13 

 

     No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con 

                                                             

13 Antes de la Introducción, venía en la primera edición la siguiente: 

TABLA DE MATERIAS 

          Introducción. 

          I.- DOCTRINA ELEMENTAL TRANSCENDENTAL 

               Primera parte.   Estética transcendental. 

                    1ª. Sección.-Del espacio. 

                    2ª. Sección.-Del tiempo. 

               Segunda parte.   Lógica transcendental. 

                    1ª. División.- Analítica transcendental, en dos libros, con sus diferentes capítulos y secciones.  

                    2ª. División.- Dialéctica transcendental, en dos libros, con sus diferentes capítulos y secciones.  

          II.-DOCTRINA TRANSCENDENTAL DEL MÉTODO 

               1er. Capítulo.   La disciplina de la razón pura. 

               2º. Capítulo.   El canon de la razón pura. 

               3º. Capítulo.   La arquitectónica de la razón pura. 

               4º. Capítulo.   La historia de la razón pura. 

     En la segunda edición no puso Kant tabla de materias. La que hemos puesto nosotros ha sido posteriormente  hecha. 

  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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la experiencia. Pues ¿por dónde iba a despertarse la facultad de conocer,  para

 su ejercicio, como no fuera por medio de objetos que hieren  nuestros sentidos y ora provocan por sí mismos representaciones, ora  ponen en movimiento nuestra capacidad intelectual para compararlos,  enlazarlos, o separarlos y elaborar así, con la materia bruta de las  impresiones sensibles, un conocimiento de los objetos llamado  experiencia? Según el tiempo, pues, ningún conocimiento precede en  nosotros a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella. 

 Mas si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experienci

a,  no por eso origínase todo él en la experiencia. Pues bien podría ser que  nuestro conocimiento de experiencia fuera compuesto de lo que  recibimos por medio de impresiones y de lo que nuestra propia facultad  de conocer (con ocasión tan sólo de las impresiones sensibles)  proporciona por sí misma, sin que distingamos este añadido de aquella  materia fundamental hasta que un largo ejercicio nos ha hecho atentos a  ello y hábiles en separar ambas cosas. 

 Es pues por lo menos una cuestión que necesita de una detenida  investigación y que no ha de resolverse enseguida a primera vista, la de  si hay un conocimiento

 semejante, independiente de la experiencia y aún  de toda impresión de los sentidos. Esos conocimientos llámanse a priori y  distínguense de los empíricos, que tienen sus fuentes a posteriori, a saber,  en la experiencia. 

     Aquella expresión, empero, no es bastante determinada para señalar  adecuadamente el sentido todo de la cuestión propuesta. Pues hay  algunos conocimientos derivados de fuentes de experiencia, de los que  suele decirse que nosotros somos a priori partícipes o capaces, de ellos,  porque no los derivamos inmediatamente de la experiencia, sino de una  regla universal, la cual, sin embargo, hemos sacado de la experiencia.  Así, de uno que socavare el fundamento de su casa, diríase que pudo  saber a priori que la casa se vendría abajo, es decir, que no necesitaba  esperar la experiencia de su caída real. Mas totalmente a priori no podía  saberlo. Pues tenía que saber de antemano por experiencia que los  cuerpos son pesados y por tanto que cuando se les quita el sostén, caen. 

     En lo que sigue, pues, entenderemos por conocimientos a priori no los  que tienen lugar independientemente de esta o aquella experiencia, sino  absolutamente de toda experiencia. A estos opónense los conocimientos  empíricos o sea los que no son posibles más que a posteriori, es decir por  experiencia. De entre los conocimientos a priori llámanse puros aquellos  en los cuales no se mezcla nada empírico. Así por ejemplo, la  proposición: todo cambio tiene su causa, es una proposición a priori, mas  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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no es pura, porque el cambio

 es un concepto que no puede ser sacado  más que de la experiencia. 

 

 

- II - 

Estamos en posesión de ciertos conocimientos a priori y aun el 

entendimiento común no está nunca sin conocimientos de esa clase. 

 

 

 Trátase aquí de buscar una característica por la que podamos  distinguir un conocimiento puro de uno empírico. Cierto es que la  experiencia nos enseña que algo está constituido de este u otro modo,  pero no que ello no pueda ser de otra manera. Así pues, primero: si se  encuentra una proposición que sea pensada al mismo tiempo con su  necesidad, es entonces un juicio a priori; si además no está derivada de  ninguna otra que no

 sea a su vez valedera como proposición necesaria,  es entonces absolutamente a priori. Segundo: la experiencia no da jamás a  sus juicios universalidad verdadera o estricta, sino sólo admitida y  comparativa (por inducción), de tal modo que se debe propiamente  decir: en lo que hasta ahora hemos percibido no se encuentra excepción  alguna a esta o aquella regla. Así pues si un juicio es pensado con estricta  universalidad, de suerte que no se permita como posible ninguna  excepción, entonces no es derivado de la experiencia, sino absolutamente  a priori. La universalidad empírica es pues solo un arbitrario aumento de  la validez: que, de valer para la mayoría de los casos, pasa a valer para  todos ellos, por ejemplo en la proposición: todos los cuerpos son  pesados. Pero en cambio cuando un juicio tiene universalidad estricta,  ésta señala una fuente particular de conocimiento para aquel juicio, una  facultad del conocimiento a priori. Necesidad y universalidad estrictas  son pues, señales seguras de un conocimiento a priori y están  inseparablemente unidas. Mas como, en el uso, es a veces más fácil  mostrar la contingencia que la limitación empírica de los juicios, o a  veces también es más claro mostrar la universalidad ilimitada, atribuida  por nosotros a un juicio, que su necesidad, es de aconsejar el uso  separado de ambos criterios, cada uno de los cuales por sí es infalible. 

     Es fácil mostrar ahora que hay realmente en el conocimiento humano  juicios necesarios y universales, en el más estricto sentido, juicios por  tanto puros a priori. Si se quiere un ejemplo sacado de las ciencias, no hay  más que fijarse en todas las proposiciones de la matemática. Si se quiere  un ejemplo del uso más ordinario del entendimiento, puede servir la  proposición: todo cambio tiene que tener una causa. Y aun en este último  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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ejemplo, encierra el concepto de causa tan manifiestamente el concepto  de necesidad del enlace con un efecto y de universalidad estricta de la  regla, que se perdería completamente, si se le quisiera derivar, como hizo  Hume, de una conjunción frecuente entre lo que ocurre y lo que precede  y de una costumbr

e nacida de ahí (por tanto de una necesidad  meramente subjetiva) de enlazar representaciones. Y también, sin  necesidad de semejantes ejemplos para demostrar la realidad de  principios puros a priori en nuestro conocimiento, podría mostrarse lo  indispensable que son éstos para la posibilidad de la experiencia misma  y por tanto exponerlos a priori. Pues ¿de dónde iba a sacar la experiencia  su certeza si todas las reglas, por

 las cuales progresa, fueran empíricas y  por ende contingentes? Por eso no se puede fácilmente dar a éstas el  valor de primeros principios. Podemos empero contentarnos aquí con  haber expuesto el uso puro de nuestra facultad de conocer, como un  hecho, con todas sus señales. Pero no sólo en juicios, sino también en  conceptos muéstrase que algunos tienen un origen a priori. Prescindid  poco a poco, en el concepto que la experiencia os da de un cuerpo, de  todo lo que es en él empírico: color, dureza o blandura, peso,  impenetrabilidad; siempre queda el espacio que aquel cuerpo (que ahora  ha desaparecido por completo) ocupaba; de este no podéis prescindir. De  igual modo, si en vuestro concepto empírico de todo objeto, corporal o  incorporal, prescindís de todas las propiedades que os enseña la  experiencia, no podréis sin embargo suprimirle aquella por la cual lo  pensáis como substancia o como adherente a una substancia (aunque  este concepto encierra más determinación que el de un objeto en  general). Así pues, tenéis que confesar, empujados por la necesidad  conque se os impone ese concepto, que tiene un lugar en vuestra facultad  de conocer a priori14. 

                                                             

14 En la primera edición la introducción se divide tan sólo en dos partes: 1, Idea de la  Filosofía transcendental y II, División de la Filosofía transcendental. Todo lo que hasta ahora  va escrito es original de la segunda edición y en su lugar dice la primera tan sólo lo que  sigue: 

     «La experiencia es sin duda el primer producto que elabora nuestro entendimiento, con la  materia bruta de las percepciones sensibles. Precisamente por eso es la primera enseñanza y,  en el progreso, se muestra tan inagotable en nuevas enseñanzas, que la encadenada vida de  todas las futuras producciones de nuevos conocimientos, que puedan juntarse en ese suelo,  no tendrá nunca falta. Sin embargo no es ni con mucho el único campo en donde se deja  limitar nuestro entendimiento. Nos dice, es cierto, lo que existe, pero no que ello tiene  necesariamente que ser así y no de otro modo. Precisamente por eso no nos da verdadera  universalidad y la razón, tan deseosa de esa especie de conocimientos, se ve más excitada  que satisfecha por ella. Ahora bien, esos conocimientos universales que tienen al mismo  tiempo el carácter de interior necesidad, han de ser independientes de la experiencia, claros y  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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- III - 

 

La filosofía necesita una ciencia que determine la posibilidad,  los principios y la extensión de todos los conocimientos a priori 

 

 

     Pero hay algo más importante aún que lo antes dicho, y es que ciertos  conocimientos abandonan incluso el campo de todas las experiencias  posibles y, mediante conceptos para los cuales no puede ser dado en la  experiencia ningún objeto correspondiente, parece que amplifican la  extensión de nuestros juicios por encima de todos los límites de la  experiencia. 

 Y precisamente en estos últimos conocimientos, que se salen del  mundo de los sentidos y en donde la experiencia no puede proporcionar 

 ni hilo conductor ni rectificación alguna, es donde están las  investigaciones de nuestra razón, que nosotros consideramos, por su  importancia, como mucho más excelentes y sublimes en su intención  última que todo lo que el entendimiento puede aprender en el campo de  los fenómenos. Y aún en ellas nos atrevemos a todo, corriendo el peligro  de errar, antes que abandonar investigaciones tan importantes por  motivo de duda o por menosprecio e indiferencia. [Estos problemas  inevitables de la razón pura son Dios, la libertad y la inmortalidad. La  ciencia empero, cuyo último propósito, con todos sus armamentos, se  endereza sólo a la solución de esos problemas, llámase metafísica, cuyo  proceder, al comenzar, es dogmático, es decir, que sin previo examen de 

                                                                                                                                                                                              

ciertos por sí mismos; por eso se les llama conocimientos a priori. Por el contrario lo que sólo  de la experiencia está tomado, es conocido, como se dice, solo a posteriori o empíricamente. 

 »Ahora bien, muéstrase en esto algo muy notable y es que con nuestras experiencias  mismas se mezclan conocimientos que han de tener su origen a priori y que quizá no sirven  más que para dar conexión a nuestras representaciones de los sentidos. Pues aunque se  suprima en éstas todo lo que pertenece a los sentidos, quedan sin embargo ciertos conceptos  originarios y juicios producidos por éstos, que tienen que haber nacido enteramente a priori,  independientemente de la experiencia, porque hacen que se pueda decir o al menos que se  crea poder decir de los objetos que aparecen a los sentidos, más de lo que la mera experiencia  enseñaría, y hacen que algunas afirmaciones encierren verdadera universalidad y estricta  necesidad, calidades que el conocimiento verdaderamente empírico no nos puede  proporcionar». 

     A partir de aquí sigue la primera edición como la segunda, pero sin los subtítulos, ni las  divisiones. (N. del T.)  

  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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la capacidad o incapacidad de la razón para una empresa tan grande,  emprende confiada su realización]15. 

     Ahora bien, parece natural que tan pronto como se ha abandonado el  campo de la experiencia, no se levante un edificio con conocimientos que  se poseen sin saber de donde y sobre el crédito de principios, cuyo  origen no se conoce, sin antes haber asegurado, por medio de cuidadosas  investigaciones, la fundamentación de dicho edificio; y que, por lo

 tanto  se habrá lanzado hace tiempo la cuestión de cómo el entendimiento 

 puede llegar a todos esos conocimientos a priori, y qué extensión, validez  y

 valor pueden tener. Nada, en realidad, es más natural, si por natural se  entiende lo que debiera ocurrir equitativa y racionalmente. Mas si se  entiende lo que ocurre de

 costumbre, entonces nada más natural y más  comprensible que el que esa investigación no se haya hecho en tanto  tiempo. Pues una parte de esos conocimientos, los matemáticos, está de  antiguo en posesión de la certidumbre y da de ese modo una esperanza  favorable para los otros, aunque éstos sean de una naturaleza totalmente  distinta. Además, cuando se ha salido del círculo de la experiencia, hay  seguridad de que no ha de venir la experiencia a refutarnos. El encanto  que nos produce ampliar nuestros conocimientos es tan grande, que no  nos detiene en nuestra marcha más que el tropiezo con una contradicción  clara. Ésta, empero, puede evitarse; basta con hacer cuidadosamente las  invenciones, que no por eso dejan de ser invenciones. La matemática nos  da un brillante ejemplo de cuán lejos podemos ir en el conocimiento a  priori, independientemente de la experiencia. Ahora bien ella se ocupa, es  cierto, sólo de objetos y conocimientos que se pueden exponer en la  intuición. Pero esta circunstancia pasa fácilmente desapercibida, porque  esa intuición puede ella misma ser dada a priori y por tanto se distingue a  penas de un mero concepto puro. Arrebatado por una prueba semejante  del poder de la razón, el afán de acrecentar nuestro conocimiento no ve  límites. La paloma ligera que hiende en su libre vuelo los aires,  percibiendo su resistencia, podría forjarse la representación de que  volaría mucho mejor en el vacío. De igual modo abandonó Platón el  mundo sensible, porque éste pone al entendimiento estrechas  limitaciones16 y se arriesgó más allá, en el espacio vacío del  entendimiento puro, llevado por las alas de las ideas. No notó que no  ganaba camino alguno con sus esfuerzos; pues no tenía, por decirlo así,  ningún apoyo, ninguna base sobre que hacer fuerzas y en que poder  emplearlas para poner el entendimiento en movimiento. Es un destino  habitual de la razón humana en la especulación, el acabar cuanto antes 

                                                             

15  Las frases entre [ ] no están en la 1ª. edición. (N. del T.) 

16 En el lugar de «estrechas limitaciones», decía la 1ª. edición «numerosos obstáculos».  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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su edificio y sólo después investigar si el fundamento del mismo está  bien afirmado. Pero entonces se buscan toda clase de pretextos para  quedar contentos de su solidez o incluso para excusarse de hacer esa  prueba tardía y peligrosa. Mas lo que nos libra de todo cuidado y de  toda sospecha durante la construcción y nos promete una aparente  solidez es lo siguiente. Una gran parte, quizá la mayor parte de la labor  de nuestra razón, consiste en análisis de los conceptos que ya tenemos de  los objetos. Ella nos proporciona una multitud de conocimientos que,  aunque no son más que aclaraciones o explicaciones de lo que ya estaba  pensado en nuestros conceptos (aunque sólo de un modo confuso), son  apreciados sin embargo, al menos según la forma, al igual que  conocimientos nuevos, aunque, por la materia o el contenido, no  amplían, sino sólo dilucidan los conceptos que tenemos. Ahora bien,  como ese proceder nos da un verdadero conocimiento a priori, que tiene  un progreso seguro y útil, la razón sin notarlo ella misma, introduce  subrepticiamente por debajo de esa engañosa ilusión, afirmaciones de  muy otra especie, añadiendo, y esto a priori, a conceptos dados otros  enteramente extraños, sin que se sepa cómo llega a hacerlo y sin dejar  que venga ni siquiera a las mientes semejante pregunta. Por eso quiero al  comenzar, tratar enseguida de la distinción de esas dos especies de  conocimiento. 

 

 

 

 

 

 

- IV - 

 

De la distinción de los juicios analíticos y sintéticos 

 

 

     En todos los juicios en donde se piensa la relación de un sujeto con el  predicado (refiriéndome sólo a los afirmativos, pues la aplicación a los  negativos es luego fácil), es esa relación posible

 de dos maneras. O bien  el predicado B pertenece al sujeto A como algo contenido (ocultamente)  en ese concepto A; o bien B está enteramente fuera del concepto A, si  bien en enlace con el mismo. En el primer caso llamo el juicio analítico; en  el otro sintético. Los juicios analíticos (los afirmativos) son pues aquellos  en los cuales el enlace del predicado con el sujeto es pensado mediante  identidad. Aquéllos, empero, en que este enlace es pensado sin  


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identidad, deben llamarse juicios sintéticos. Los primeros pudieran  también llamarse juicios de explicación, los segundos juicios de ampliación,  porque aquéllos no añaden nada con el predicado al concepto del sujeto,  sino que lo dividen tan sólo, por medio de análisis, en sus conceptos- partes, pensados ya (aunque confusamente) en él; los últimos en cambio  añaden al concepto del sujeto un predicado que no estaba pensado en él  y no hubiera podido sacarse por análisis alguno. Por ejemplo, si yo digo:  todos los cuerpos son extensos, es éste un juicio analítico. Pues no he de  salir fuera del concepto que uno al cuerpo17, para hallar la extensión  como enlazada con él, sino que tan sólo tengo que analizar aquel  concepto, es decir, tomar conciencia de la multiplicidad que siempre  pienso en él, para encontrar en esa multiplicidad dicho predicado; es  pues un juicio analítico. En cambio si yo digo: todos los cuerpos son  pesados, entonces el predicado es algo enteramente distinto de lo que  pienso en el mero concepto de un cuerpo en general. La adición de un  predicado semejante da pues un juicio sintético. 

 Los juicios de experiencia, como tales, son todos sintéticos. Sería  efectivamente absurdo fundamentar en la experiencia un juicio analítico,  pues no he de salir de mi concepto para formular el juicio y no necesito  para ello, por lo tanto, testimonio alguno de la experiencia. La  proposición: un cuerpo es extenso, es una proposición que subsiste a  priori y no es juicio alguno de experiencia. Pues antes de ir a la  experiencia, tengo ya en el concepto todas las condiciones para mi juicio,  y del concepto puedo sacar el predicado por medio del principio de  contradicción, pudiendo asimismo tomar conciencia al mismo tiempo, de  la necesidad del juicio, cosa que la experiencia no podría enseñarme. En  cambio, aunque yo no incluya en el concepto de un cuerpo en general el  predicado de la pesantez, aquel concepto sin embargo señala un objeto  de la experiencia18 por medio de una parte de la misma, a la cual puedo  yo añadir aún otras partes de esa misma experiencia como pertenecientes  a la primera. Puedo conocer antes analíticamente el concepto de cuerpo,  mediante los caracteres de la extensión, de la impenetrabilidad, de la  figura, etc... que todos son pensados en ese concepto. Ahora bien, si  amplifico mi conocimiento y me vuelvo hacia la experiencia, de donde  había separado ese concepto de cuerpo, encuentro, unida siempre con los  anteriores caracteres, también la pesantez, y la añado, pues, como  predicado, sintéticamente a aquel concepto. Es pues en la experiencia en  donde se funda la posibilidad de la síntesis del predicado de la pesantez  con el concepto de cuerpo, porque ambos conceptos, aun cuando el uno 

                                                             

17   En la primera edición decía: «a la palabra cuerpo». 

18   En la primera edición decía «señala la completa experiencia»...  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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no está contenido en el otro, sin embargo, como partes de un todo (a  saber, la experiencia que es ella misma una unión sintética de las  intuiciones) pertenecen uno a otro, si bien sólo por modo contingente19. 

     Pero en los juicios sintéticos a priori falta enteramente esa ayuda. Si he  de salir del concepto A para conocer otro B, como enlazado con él, ¿en  qué me apoyo? ¿Mediante qué es posible la síntesis, ya que aquí no tengo  la ventaja de volverme hacia el campo de la experiencia para buscarlo?  Tómese esta proposición: todo lo que sucede tiene una causa. En el  concepto de algo que sucede pienso ciertamente una existencia, antes de  la cual precede un tiempo, etc..., y de aquí pueden sacarse juicios  analíticos. Pero el concepto de una causa [está enteramente fuera de  aquel concepto y]20 me ofrece algo distinto del concepto de lo que sucede  y no está por tanto contenido en esta última representación. ¿Cómo llego  a decir de lo que sucede en general algo enteramente distinto y a conocer  como perteneciente a ello [y hasta necesariamente]21 el concepto de  causa, aún cuando no se halle contenido en ello? ¿Cuál es aquí la  incógnita x, sobre la cual se apoya el entendimiento cuando cree  encontrar fuera del concepto A un predicado B extraño a aquel concepto  y lo considera, sin embargo, enlazado con él? La experiencia no puede  ser, porque el principio citado añade esta segunda representación a la  primera, no sólo con más universalidad de la que la experiencia puede  proporcionar, sino también con la expresión de la necesidad y, por tanto,  enteramente a priori y por meros conceptos. Ahora bien, en semejantes 

                                                             

19   En lugar de este trozo que comienza: «Los juicios de experiencia, como tales, etc...» dice la  primera edición como sigue: «Ahora bien, resulta de esto claramente, 1º. que por medio de  los juicios analíticos nuestro conocimiento no es ampliado, sino el concepto, que ya tengo, es  analizado y hecho comprensible para mí mismo; 2º. que en los juicios sintéticos tengo que  tener, además del concepto del sujeto, algo distinto (x) en donde se apoye el entendimiento  para conocer, como perteneciente a aquel concepto, algo que no está en él. 

    En los juicios empíricos o de experiencia no hay para esto dificultad alguna. Pues esa (x) es  la experiencia completa del objeto, que yo pienso mediante un concepto A, el cual no  constituye más que una parte de esa experiencia. Pu

es aunque yo no incluya en el concepto  de un cuerpo en general el predicado de la pesantez, aquel concepto sin embargo señala la  experiencia completa por medio de una parte de la misma, a la cual por tanto puedo yo  añadir aún otras partes de esa misma experiencia como pertenecientes a la primera. Puedo  conocer antes analíticamente el concepto de cuerpo mediante los caracteres de la extensión  de la impenetrabilidad, de la figura, etc... que todos son pensados en ese concepto. Ahora  bien, si amplifico mi conocimiento y me vuelvo hacia la experiencia, de donde había  separado ese concepto de cuerpo, encuentro, unida siempre con los anteriores caracteres,  también la pesantez. La experiencia es pues aquella x que está fuera del concepto A y en la  cual se funda la posibilidad de la síntesis del predicado de la pesantez B con el concepto A.»  

 

20 Las palabras entre [ ] fueron añadidas por Kant en la 2ª. edición.  21 Las palabras entre [ ] fueron añadidas por Kant en la 2ª. edición.  


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principios sintéticos, es decir, de amplificación, descansa todo el  propósito último de nuestro conocimiento especulativo a priori; pues los  analíticos, si bien altamente importantes y necesarios, lo son tan sólo  para alcanzar aquella claridad de los conceptos, que se exige para una  síntesis segura y extensa, que sea una adquisición verdaderamente  nueva.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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- V - 

 

En todas las ciencias teóricas de la razón están contenidos juicios  sintéticos a priori como principios.22 

 

 

     Los juicios matemáticos son todos ellos sintéticos.- Esta proposición parece  haber escapado hasta ahora a los analíticos de la razón humana y hasta  hallarse en directa oposición a todas sus sospechas, aunque es cierta  irrefutablemente y muy importante en sus consecuencias. Pues habiendo  encontrado que las conc

lusiones de los matemáticos se hacen todas  según el principio de contradicción (cosa que exige la naturaleza de toda  certeza apodíctica), persuadiéronse de que también los principios eran  conocidos por el principio de contradicción; en lo cual anduvieron  errados, pues una proposición sintética, si bien puede ser conocida por  medio del principio de contradicción, no lo es nunca en sí misma, sino  sólo presuponiendo otra proposición sintética de la cual pueda ser  deducida. 

 Hay que notar, ante todo, que las proposiciones propiamente  matemáticas son siempre juicios a priori y no empíricos, pues llevan  consigo necesidad, la cual no puede ser derivada de la experiencia. Mas  si no se quiere admitir esto, ¡muy bien!, entonces limito mi proposición a  la matemática pura, cuyo concepto lleva ya consigo el contener no un  conocimiento empírico, sino tan sólo un conocimiento puro a priori. 

 Podría pensarse al principio que la proposición: 7 + 5 = 12, es una  proposición meramente analítica, que se sigue del concepto de una suma 

                                                             

22      Este párrafo V y el siguiente VI, fueron añadidos por Kant en la 2ª. edición. En su lugar  leíase, como tránsito a lo que es el párrafo VII de la 2ª. edición, las líneas que siguen: «Hay  pues aquí un cierto misterio escondido* cuyo descubrimiento tan sólo puede hacer seguro y  digno de confianza el progreso en el ilimitado campo del conocimiento puro del  entendimiento; es a saber, descubrir, con la universalidad apropiada, el fundamento de la  posibilidad de los juicios sintéticos a priori, penetrar las condiciones que hacen posible cada uno  de sus modos y reseñar todo ese conocimiento (que constituye su propia especie) en un  sistema según sus originales fuentes, divisiones, extensión y límites, no por medio de una  línea borrosa, sino determinándolo enteramente y de un modo suficiente para cualquier uso.  Basta, por ahora, con lo dicho acerca de los caracteres peculiares que los juicios sintéticos  tienen en sí. 

     *   Si se le hubiera ocurrido a uno de los antiguos aún sólo proponer esta cuestión, hubiera  ella por sí sola ofrecido una poderosa resistencia a todos los sistemas de la razón pura, hasta  nuestros días, y ahorrado tantos vanos intentos que han sido ciegamente comprendidos sin  saber de qué se trataba propiamente. 

  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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de siete y de cinco, según el principio de contradicción. Pero, cuando se  considera más de cerca, se encuentra que el concepto de la suma de 7 y 5  no encierra nada más que la reunión de ambos números en uno sólo, con  lo cual no se piensa de ningún modo cuál sea ese número único que  comprende los otros dos. El concepto de doce no es, en modo alguno,  pensado ya en el pensamiento de aquella reunión de siete y cinco, y por  mucho que analice mi concepto de una suma semejante posible, no  encontraré en él el número doce. Hay que salir de esos conceptos,  ayudándose con la intuición que corresponde a uno de ellos, por  ejemplo, los cinco dedos o bien (como Segner en su Aritmética) cinco  puntos, y así poco a poco añadir las unidades del cinco, dado en la  intuición, al concepto del siete. Pues tomo primero el número 7 y,  ayudándome como intuición de los dedos de mi mano para el concepto  del 5, añado las unidades, que antes había recogido para constituir el  número 5, poco a poco al número 7, siguiendo mi imagen, y así veo  surgir el número 12. Que 5 ha de añadirse a 7, es cierto que lo he pensado  en el concepto de una suma = 7 + 5; pero no que esa suma sea igual al  número 12. La proposición aritmética es, por tanto, siempre sintética y de  esto se convence uno con tanta mayor claridad cuanto mayores son los  números que se toman, pues entonces se advierte claramente que por  muchas vueltas que le demos a nuestros conceptos, no podemos nunca  encontrar la suma por medio del mero análisis de nuestros conceptos y  sin ayuda de la intuición. 

 De igual modo, ningún principio de la geometría pura es analítico.  Que la línea recta es la más corta entre dos puntos, es una proposición  sintética. Pues mi concepto de recta no encierra nada de magnitud, sino  sólo una cualidad. El concepto de lo más corto es enteramente añadido y  no puede sacarse, por medio de ningún análisis, del concepto de línea  recta; la intuición tiene pues que venir aquí a ayudarnos y por medio de  ella tan sólo es posible la síntesis. 

 Algunos pocos principios, que los geómetras presuponen, son  ciertamente analíticos y descansan en el principio de contradicción; pero,  como las proposiciones idénticas, tampoco sirven más que como cadena  del método y no como principios, por ejemplo, a = a, el todo es igual a sí  mismo, o bien (a + b) > a, el todo es mayor que la parte. Y aun estos  mismos, aunque valen según meros conceptos, no son admitidos en la  matemática más que porque pueden ser expuestos en la intuición. 

 Lo que comúnmente nos hace creer aquí que el predicado de esos  juicios apodícticos está ya en nuestro concepto y que el juicio es, por  tanto, analítico, es tan sólo la ambigüedad de la expresión. Tenemos  efectivamente que pensar, en un concepto dado, un cierto predicado, y  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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esa necesidad yace ya en los conceptos. Mas la cuestión no es qué  debemos pensar en el concepto dado, sino qué es lo que pensamos  realmente en él, aunque obscuramente; y entonces se muestra que el  predicado pende de aquel concepto necesariamente, es cierto, pero no  como pensado en el concepto mismo, sino por medio de una intuición,  que tiene que añadirse al concepto. 

     2º. La ciencia de la naturaleza (Fhysica) contiene juicios sintéticos a priori  como principios.- Quiero adelantar tan sólo un par de proposiciones como  ejemplos: que en todas las transformaciones del mundo corporal la  cantidad de materia permanece inalterada, o que en toda comunicación  del movimiento tienen que ser siempre iguales la acción y la reacción. En  ambas, no sólo la necesidad y por ende el origen a priori está claro, sino  que se ve claramente también que son proposiciones sintéticas. Pues en  el concepto de materia no pienso la permanencia, sino sólo la presencia  de la materia en el espacio, llenándolo. Así, pues, salgo realmente del  concepto de materia, para pensar a priori unido a él, algo que no pensaba  en él. La proposición no es, por tanto, analítica, sino sintética y, sin  embargo, pensada a priori. Así también en las demás proposiciones, que  constituyen la parte pura de la física. 

 

 

     3º. En la metafísica, aun no considerándola más que como una ciencia  sólo ensayada hasta ahora, pero indispensable, sin embargo, por la  naturaleza de la razón humana, deben estar contenidos conocimientos  sintéticos a priori. No se trata en ella de analizar solamente y explicar así  analíticamente los conceptos que nos hacemos a priori de ciertas cosas,  sino que queremos ampliar nuestro conocimiento a priori, para lo cual  tenemos que servirnos de principio s tales que añadan al concepto dado  algo que no estaba contenido en él, saliendo de él por medio de juicios  sintéticos a priori, y llegando tan lejos, que la experiencia misma no  puede seguirnos. Ejemplo, la proposición: el mundo tiene que tener un  primer comienzo. Y otras más. Y así la metafísica consiste, al menos según  su fin, en proposiciones sintéticas a priori. 

 

 

 

- VI - 

 

Problema general de la razón pura 

 

  


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 Mucho se gana ya cuando se logra reducir a la fórmula de un solo  problema una multitud de investigaciones. Pues de ese modo no solo se  facilita el propio trabajo, determinándolo con exactitud, sino también el  juicio de cualquier otra persona, que quiera examinar si hemos cumplido  o no nuestro propósito. Pues bien, el problema propio de la razón pura  está encerrado en la pregunta: ¿Cómo son posibles juicios sintéticos a priori?       Si la metafísi

ca hasta ahora ha permanecido en un estado tan vacilante  de inseguridad y contradicciones, es porque el pensamiento no se  planteó este proble

ma, ni aun quizá siquiera la diferencia entre los juicios  analíticos y los sintéticos. Ahora bien, la metafísica se mantendrá en pie o  se derrumbará, según la solución que se le dé a este problema o que se  demuestre que la posibilidad de que quiere obtener explicación, no tiene  en realidad lugar. David Hume, que entre todos los filósofos fue el que  más se acercó a este problema, aunque sin pensarlo, ni con mucho, con  suficiente determinación y en su universalidad, sino quedándose en la  proposición sintética del enlace del efecto con su causa (principium  causalitatis),creyó haber demostrado que semejante proposición es  enteramente imposible a priori y, según sus conclusiones, todo lo que  llamamos metafísica vendría a ser una mera ilusión de supuesto  conocimiento racional de lo que en realidad sólo de la experiencia está  sacado y ha recibido por el hábito la apariencia de la necesidad. Jamás  hubiera caído en semejante afirmación, destructora de toda filosofía  pura, si hubiese tenido ante los ojos nuestro problema en su  universalidad; pues entonces hubiera visto que, según su argumento,  tampoco podría haber matemática pura, porque ésta encierra  seguramente proposiciones sintéticas a priori; y de hacer esta afirmación  le hubiera guardado su buen entendimiento. 

 En la solución del anterior problema está al mismo tiempo  comprendida la posibilidad del uso puro de la razón en la fundación y  desarrollo de todas las ciencias que encierran un conocimiento a priori  teórico de los objetos, es decir, la contestación a estas preguntas: 

     ¿Cómo es posible la matemática pura? 

     ¿Cómo es posible la física pura? 

     Como estas ciencias están realmente dadas, puede preguntarse sobre  ellas: ¿cómo son posibles? Pues que tienen que ser posibles queda  demostrado por su realidad23. Pero en lo que se refiere a la metafísica, su 

                                                             

23  Esto último podría ponerse en duda con respecto a la física pura. Pero no hay más que ver 

las diferentes proposiciones que se hallan al comienzo de la física propiamente dicha (la  empírica), como las de la permanencia de la misma cantidad de materia, las de la inercia, las  de la igualdad de la acción y de la reacción, etc., para convencerse pronto de que constituyen  una physicam puram (rationalem) que bien merece, como ciencia propia, ser expuesta  separadamente, en toda su extensión, mucha o poca.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 41 

marcha, hasta ahora defectuosa, puede hac

er dudar a cualquiera, con  razón, de su posibilidad; porque, además, no se puede decir de ninguna  de las presentadas hasta ahora que, en lo que toca a su fin esencial, se  halle realmente dada ante nosotros. 

 Ahora bien; esa especie de conocimiento ha de considerarse también  como dada en cierto sentido, y la metafísica es real, sí bien no como  ciencia, como disposición natural al menos (metaphysica naturalis). 

     Pues la razón humana va irresistiblemente, sin que a ello la mueva la  mera vanidad del saber mucho, impulsada por necesidad propia, a  cuestiones tales que no pueden ser contestadas por ningún uso empírico  de la razón, ni por principios sacados de la experiencia; y así realmente,  por cuanto la razón en los hombres se extiende hasta la especulación, ha  habido siempre alguna metafísica y la habrá siempre. Acerca de ésta se  plantea pues la cuestión: ¿Cómo es posible la metafísica, en el sentido de una  disposición natural?, es decir, ¿cómo las preguntas que se hace la razón  pura a sí misma y a las que se siente impulsada, por propia necesidad, a  contestar de la mejor manera que pueda, surgen de la naturaleza de la  razón humana universal? 

 Mas como en todos los ensayos hechos hasta ahora para contestar a  esas preguntas naturales (v. g. si el mundo tiene un comienzo o existe  desde toda et

ernidad, etc.), se han encontrado siempre contradicciones  inevitables, no podemos atenernos a la mera disposición natural a la  metafísica, es decir, a la facultad pura misma de la razón, de donde  siempre nace alguna metafísica (sea cual sea), sino que ha de ser posible  llegar sobre ello a alguna certidumbre o sobre el saber o sobre el no saber  de los objetos, es decir, a una decisión sobre los objetos de sus preguntas  o sobre la capacidad e incapacidad de la razón de juzgar acerca de esos  objetos. Así pues, o bien a extender con confianza nuestra razón pura, o  bien a ponerle determinadas y seguras limitaciones. Esta última  pregunta, emanada del problema universal anterior, sería con razón la  siguiente: ¿cómo es posible la metafísica como ciencia? 

 La crítica de la razón conduce pues, en último término,  necesariamente a la ciencia; el uso dogmático de la misma, sin crítica,  conduce, en cambio, a afirmaciones que carecen de fundamento, frente a  las cuales se pueden oponer otras igualmente ilusorias y, por tanto, al  escepticismo. 

 Tampoco puede esta ciencia ser de una longitud grande,  descorazonadora, porque no tiene que tratar de los objetos de la razón,  cuya multiplicidad es infinita, sino sólo de sí misma, de problemas que  nacen en su seno y que le son propuestos no por la naturaleza de las  cosas que son distintas de ella, sino por su propia naturaleza; pues  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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entonces, habiendo primero conoc

ido completamente su propia facultad,  en consideración de los objetos que puedan presentársele en la  experiencia, tiene que serle fácil determinar completa y seguramente la  extensión y los límites de su uso, cuando se ensaya más allá de todos los  límites de la experiencia. 

 Se puede pues y se debe considerar como no acaecidos todos los  intentos hechos hasta ahora para llevar a cabo dogmáticamente una  metafísica. Pues lo que en unos u otros haya de analítico, es decir, mera  descomposición de los conceptos que residen a priori en nuestra razón,  no es el fin de la metafísica, sino solamente

 un preparativo para la  metafísica propiamente dicha, o sea para extender el conocimiento a  priori sintéticamente; y eso no sirve para ello, pues no muestra más que  lo que se halla contenido en esos conceptos, pero no cómo nosotros  llegamos a priori a esos conceptos para luego poder determinar también  su uso valedero en consideración de los objetos de todo conocimiento en  general. No hace falta tampoco mucha abnegación para sacrificar todas  esas pretensiones, pues las contradicciones innegables y, en el uso  dogmático, inevitables también, de la razón consigo misma, han  despojado ya desde hace tiempo a la metafísica de su autoridad. Más  perseverancia hará falta para no dejarse vencer interiormente por la  dificultad, y exteriormente por la resistencia, que se oponen a fomentar,  por medio de un tratamiento enteramente opuesto al usado hasta ahora,  la pujanza, por fin saludable y fructífera, de una ciencia imprescindible  para la razón humana, ciencia cuyas ramas pueden podarse pero cuya  raíz no puede cortarse nunca. 

 

 

- VII - 

 

Idea y división de una ciencia particular, bajo el nombre de  crítica de la razón pura 

 

 

 De todo esto se deduce la idea de una ciencia particular que puede  llamarse crítica de la razón pura24. Pues razón es la facultad que 

                                                             

24 El título de este párrafo no existe en la primera edición. Ésta dice, en lugar de la primera 

frase, como sigue: «De todo esto se deduce la idea de una ciencia particular que puede servir  para la crítica de la razón pura. Todo conocimiento que no está mezclado con nada extraño  se llama puro. Particularmente empero llámase absolutamente puro un conocimiento en  donde no se mezcla absolutamente ninguna experiencia o sensación; ese conocimiento por  tanto es posible enteramente a priori. Ahora bien razón es la facultad que»... etc... como en la  2ª. edición.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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proporciona los principios del conocimiento a priori. Por eso es razón pura  aquella que contiene los principios para conocer algo absolutamente a  priori. Un organon de la razón pura sería un conjunto de los principios  según los cuales todos los conocimientos puros a priori pueden ser  adquiridos y realmente establecidos. La detenida aplicación de un  organon semejante nos proporcionaría un sistema de la razón pura. Mas  como éste es muy solicitado y sin embargo no sabemos aún si aquí  también es posible en general una ampliación de nuestro conocimiento y  en qué casos lo es, resulta que no podemos considerar una ciencia del  mero juicio de la razón pura, sus fuentes y límites, más que como la  propedéutica para el sistema de la razón pura. Ésta no debería llamarse  doctrina sino sólo crítica de la razón pura y su utilidad sería realmente  solo negativa [en consideración de la especulación]25 y serviría no para la  ampliación sino sólo para la depuración de nuestra razón, y la guardarí

a  de los errores; en lo cual se habría ganado ya mucho. Llamo  transcendental todo conocimiento que se ocupa en general no tanto de  objetos como de nuestro modo de conocerlos, en cuanto éste debe ser  posible a priori26. Un sistema de semejantes conceptos se llamaría Filosofía  transcendental. Ésta empero es a su vez demasiado para el comienzo.  Pues como una ciencia semejante debe contener por completo no sólo el  conocimiento analítico sino también el sintético a priori, resulta  demasiado extensa en cuanto se refiere a nuestro propósito, ya que no  podemos llevar el análisis sino hasta el punto en que nos es  absolutamente necesario, para penetrar en toda su extensión los  principios de la síntesis a priori, que es solamente de lo que tenemos que  tratar. Esta investigación, que no podemos propiamente llamar doctrina,  sino sólo crítica transcendental, porque tiene como propósito no la  ampliación de los conocimientos, sino solo la rectificación de los mismos,  y debe proporcionar la piedra de toque del valor o no valor de todos los  conocimientos a priori, es lo que aquí nos ocupa ahora. Una crítica  semejante es según eso una preparación, en lo posible, para un organon y,  si éste no resulta bien, por lo menos, para un canon, según el cual en  todo caso podría ser expuesto en adelante, tanto analítica como  sintéticamente, el sistema completo de la filosofía de la razón pura,  consista éste en una ampliación o en una limitación de su conocimiento.  Y esto es posible; más aún: puede decirse que un sistema semejante no  ha de tener una extensión muy grande, y que cabe esperar terminarlo  completamente. En efecto, de antemano podemos colegirlo, porque aquí 

                                                             

25 Las palabras entre [ ] fueron añadidas en la 2ª. edic. 

26 La primera edición decía: «no tanto de objetos, como de nuestros conceptos a priori de  objetos en general.  


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constituye el objeto no la naturaleza de las cosas, que es inagotable, sino  el entendimiento que juzga sobre la naturaleza de las cosas, y aún este a

  su vez sólo en consideración de sus conocimientos a priori, cuya  provisión no puede permanecer oculta para nosotros, ya que no  podemos buscarla fuera, y, según toda probabilidad es bastante pequeña  para poder ser enteramente recogida, juzgada en su valor o no valor y  reducida a una exacta apreciación. [Menos aún podrá esperarse aquí una  crítica de los libros y sistemas de la razón pura, sino solamente la de la  facultad pura misma de la razón. Sólo sobre la base de una crítica  semejante, encuéntrase una piedra de toque segura para apreciar el  contenido filosófico de las obras antiguas y modernas en esa  especialidad; de lo contrario el historiador y juez sin autoridad falla su  juicio sobre las afirmaciones infundadas de los demás, por medio de las  suyas que no tienen tampoco mejor base]27. 

     La filosofía transcendental es la idea de una ciencia28 para la cual la  crítica de la razón pura debe bosquejar todo el plano, de un modo  arquitectónico, es decir por principios, con garantía completa de la  integridad y certeza de todas las partes que constituyen ese edificio. [Ella  es el sistema de todos los principios de la razón pura]29.

 El que la crítica  no se llame Filosofía transcendental, obedece tan sólo a que para ser un  sistema completo debía contener también un detallado análisis de todo el  conocimiento humano a priori. Es cierto que nuestra crítica debe desde  luego presentar una enumeración completa de todos los conceptos  madres, que constituyen el referido conocimiento puro. Mas es justo que  se abst

enga del detallado análisis de esos conceptos mismos, como  también de la recensión completa de los que de ellos se derivan; porque  por una parte ese análisis no sería adecuado a nuestro fin, ya que no  tiene las dificultades que se hallan en la síntesis, para la cual  propiamente está hecha toda la crítica, y por otra parte porque sería  contrario a la unidad del plan cargar con la responsabilidad de que  fueran completos ese análisis y esa derivación, pudiéndose dispensar de  ellos por lo que respecta a su propósito. Esa integridad del análisis como  de la derivación, que habrían de hacerse sobre los conceptos a priori que  luego se han de proporcionar, puede en cambio completarse fácilmente,  una vez que esos conceptos estén ya en nuestro poder, como amplios  principios de la síntesis y nada falte de lo que toca a ese propósito  esencial. 

                                                             

27 Toda esta última frase entre [ ] fue añadida en la 2ª. edición. Ahora comienza aquí lo que  en la 1ª. edición era el 2º. párrafo. (N. del T.) 

28 La primera edición decía: «...trascendental es aquí sólo una idea para la cual»... 

29  La frase entre [ ] fue añadida en la 2ª. edición.  


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 A la crítica de la razón pura pertenece según eso todo lo que  constituye la filosofía transcendental, y es la idea completa de la filosofía  transcendental, pero no esta ciencia misma; porque la crítica no adelanta  en el análisis más que lo necesario para el completo juicio del  conocimiento sintético a priori. 

     El principal cuidado que hay que tener en la división de una ciencia  semejante, es que no debe entrar en ella ningún concepto que contenga  algo empírico, esto es: que el conocimiento a priori sea enteramente puro.  Por eso aunque los principios supremos de la moralidad y los conceptos  fundamentales de la misma son conocimientos a priori, no pertenec

en sin  embargo a la filosofía transcendental; porque si bien no ponen como  fundamento de sus preceptos los conceptos de placer y dolor, de apetitos  e inclinaciones, etc... todos de origen empírico, sin embargo, con el  concepto del deber, que como obstáculo debe ser superado o, como  excitante, no debe convertirse en motivo, tienen necesariamente que  introducirlos en la construcción del sistema de la moralidad pura30. Por  eso la filosofía transcendental es una filosofía de la razón pura,  meramente especulativa. Pues todo lo práctico, por cuanto encierra  motivos, se refiere a sentimientos, los cuales pertenecen a las fuentes  empíricas del conocimiento. 

 Ahora bien, si desde el punto de vista universal de un sistema en  general se quiere hacer la división de esa ciencia, entonces ésta que ahora  exponemos debe contener primero una doctrina elemental, y segundo una  metodología de la razón pura. Cada una de estas partes principales tendría  sus divisiones, cuyos fundamentos sin embargo no se pueden exponer  aún. Como

 introducción o recuerdo previo parece que sólo es necesario  lo siguiente: que hay dos ramas del conocimiento humano, que quizá se  originen en una raíz común, pero desconocida para nosotros, y son a  saber, la sensibilidad y el entendimiento. Por medio de la primera nos  son dados objetos; por medio de la segunda son los objetos pensados.  Ahora bien, por cuanto la sensibilidad debe contener representaciones a  priori, que constituyan la condición bajo la cual nos son dados objetos,  pertenecerá a la Filosofía transcendental. La doctrina transcendental de  los sentidos correspondería a la primera parte de la ciencia de los  elementos, porque las condiciones bajo las cuales tan sólo son dados los  objetos del conocimiento humano, preceden a las condiciones bajo las  cuales los mismos son pensados. 

 

                                                             

30 La primera edición dice solamente: «...porque los conceptos del placer y dolor, de los  apetitos e inclinaciones, del albedrío, etc... todos de origen empírico, deben ser presupuestos  en ellos».  


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Primera parte de la Doctrina elemental transcendental  La estética transcendental 

 

 

- § 1 - 

 

31  Sean cualesquiera el modo y los medios con que un conocimiento se  refiera a sus objetos, la referencia inmediata -que todo pensar busca  como medio- se llama intuición. Pero ésta no se verifica sino en cuanto el  objeto nos es dado. Mas esto, a su vez, no es posible [para nosotros  hombres por lo menos]32, sino mediante que el objeto afecte al espíritu de  cierta manera. La capacidad (receptividad) de recibir representaciones  por el modo como somos afectados por objetos, llámase sensibilidad. Así,  pues, por medio de la sensibilidad nos son dados objetos y ella sola nos  proporciona intuiciones; por medio del entendimiento empero son ellos  pensados y en él se originan conceptos. Pero todo pensar tiene que  referirse ya directa, ya indirectamente [mediante ciertas características]33  en último término a intuiciones, por lo tanto, en nosotros a la  sensibilidad, porque ningún objeto puede sernos dado de otra manera.  

     El efecto de un objeto sobre la capacidad de representación, en cuanto  somos afectados por él, es sensación. Aquella intuición que se refiere al  objeto por medio de la sensación, llámase empírica. El objeto  indeterminado de una intuición empírica, llámase fenómeno. 

 En el fenómeno, llamo materia a lo que corresponde a la sensación;  pero lo que hace que lo múltiple del fenómeno pueda ser ordenado34 en  ciertas relaciones, llámolo la forma del fenómeno. Como aquello en  donde las sensaciones pueden ordenarse y ponerse en una cierta forma,  no puede, a su vez, ser ello mismo sensación, resulta que si bien la  materia de todos los fenómenos no nos puede ser dada más que a  posteriori, la forma de los mismos, en cambio, tiene que estar toda ella ya  a priori en el espíritu y, por tanto, tiene que poder ser considerada aparte  de toda sensación. 

     Llamo puras (en sentido transcendental) todas las representaciones en  las que no se encuentre nada que pertenezca a la sensación. Según esto,  la pura forma de las intuiciones sensibles en general, en donde todo lo 

                                                             

31 Los números de los párrafos fueron añadidos en la 2ª. edición. 

32 Las palabras entre [ ] fueron añadidas en la 2ª. edición. 

33  Las palabras entre [ ] fueron añadidas en la 2ª. edición. 

34 En la primera edición dice: «sea intuido como ordenado en...», etc.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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múltiple de los fenómenos es intuido en ciertas relaciones, se hallará a  priori en el espíritu. Esta forma pura de la sensibilidad se llamará  también ella misma intuición pura. Así, cuando de la representación de  un cuerpo separo lo que el entendimiento piensa en ella, como  substancia, fuerza, divisibilidad, etc..., y separo también lo que hay en  ella perteneciente a la sensación, como impenetrabilidad, dureza, color,  etc., entonces réstame de esa intuición empírica todavía algo, a saber,  extensión y figura. Éstas pertenecen a la intuición pura, la cual se halla  en el espíritu a priori y sin un objeto real de los sentidos o sensación,  como una mera forma de la sensibilidad. 

     A la ciencia de todos los principios a priori de la sensibilidad, llamo yo  Estética transcendental35. Tiene que haber, por tanto, una ciencia  semejante, que constituya la primera parte de la 

doctrina elemental  transcendental, en oposición a aquella otra que encierra los principios del  pensar puro y se llama lógica transcendental. 

 Así, pues, en la estética transcendental aislaremos primeramente la

  sensibilidad, separando de ella todo lo que el entendimiento, con sus  conceptos, piensa en ella, para que no nos quede nada más que la  intuición empí

rica. En segundo término, separaremos aún de ésta todo  cuanto pertenece a la sensación, para que no nos quede nada más que la  intuición pura y la mera forma de los fenómenos, que es lo único que la  sensibilidad a priori puede proporcionar. En esta investigación se hallará  que hay, como principios del conocimiento a priori, dos puras formas de  la intuición sensible, a saber, espacio y tiempo, con cuya consideración  vamos ahora a ocuparnos. 

                                                             

35 Los alemanes son los únicos que emplean ahora la palabra estética, para designar, por  medio de ella, la que otros llaman crítica del gusto. Fúndase esta denominación en una  esperanza fallida, que el excelente analítico Baumgarten concibió: la de traer el juicio crítico  sobre la belleza a principios racionales y elevar a ciencia las reglas del mismo. Mas el empeño  es vano, pues las citadas reglas o criterios son, en sus [principales]* fuentes meramente  empíricos y no pueden servir nunca, por lo tanto, de leyes a priori [determinadas]*, según las  cuales tuviera que regirse nuestro juicio de gusto; más bien constituye éste la piedra de toque  propia para la exactitud 

de aquellas. Por eso es de aconsejar [o bien]* dejar de nuevo caer esa  denominación y reservarla para aquella doctrina, que es una verdadera ciencia (con lo cual  nos acercaríamos más al lenguaje y al sentido de los antiguos, entre los cuales era muy  famosa la división del conocimiento en ), [o bien compartir la denominación con la filosofía  especulativa y tomar la estética parte en sentido transcendental, parte en sentido  psicológico]*. 

     *   Las palabras entre [ ] fueron añadidas en la 2ª. edición. (N. del T.) 

  


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Primera sección de la Estética transcendental. Del espacio. 

 

- § 2 - 

 

Exposición metafísica de este concepto36 

 

 

 Por medio del sentido externo (propiedad de nuestro espíritu) nos  representamos objetos como fuera de nosotros y todos ellos en el espacio.  En él es determi

nada o determinable su figura, magnitud y mutua  relación. El sentido interno, mediante el cual el espíritu se intuye a sí  mismo o intuye su estado interno, no nos da, es cierto, intuición alguna  del alma misma como un objeto; pero, sin embargo, es una forma  determinada, bajo la cual tan sólo es posible una intuición de su estado  interno, de modo que todo lo que pertenece a las determinaciones  internas es representado en relaciones de tiempo. Exteriormente no  puede el tiempo ser intuido, ni tampoco el espacio, como algo en  nosotros. ¿Qué son, pues, espacio y tiempo? ¿Son seres reales? ¿Son sólo  determinaciones o también relaciones de las cosas, tales que les  corresponderían a las cosas en sí mismas, aun cuando no fuesen  intuidas? ¿O se hallan sólo en la forma de la intuición y, por tanto, en la  constitución subjetiva de nuestro espíritu, sin la cual no podrían esos  predicados ser atribuidos a ninguna cosa? Para dilucidar esto vamos a  exponer primeramente el concepto del espacio37. [Por exposición  (expositio) entiendo la representación clara (si bien no detallada) de lo que  pertenece a un concepto; metafísica es la exposición, cuando encierra  aquello que representa al concepto como dado a priori]38. 

 1) El espacio no es un concepto empírico sacado de experiencias  externas. Pues para que ciertas sensaciones sean referidas a algo fuera de  mí (es decir, a algo en otro lugar del espacio que el que yo ocupo), y  asimismo para que yo pueda representarlas como fuera [y al lado]39 unas  de otras, por tanto no sólo como distintas, sino como situadas en  distintos lugares, hace falta que esté ya a la base la representación del  espacio. Según esto, la representación del espacio no puede ser tomada,  por experiencia, de las relaciones del fenómeno externo, sino que esta 

                                                             

36  Este subtítulo no existe en la 1ª. edición. (Nota del T.) 

37   La primera edición dice: «...vamos a considerar primero el espacio.» (N. del T.)  38 Las frases entre [ ] son añadidos de la segunda edición. (N. del T.) 

39 Las palabras entre [ ] son añadidos de la segunda edición. (N. del T.)  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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experiencia externa no es ella misma posible sino mediante dicha  representación. 

 2) El espacio es una representación necesaria, a priori, que está a la  base de todas las intuiciones externas. No podemos nunca  representarnos que no haya espacio, aunque podemos pensar muy bien  que no se encuentren en él objetos algunos. Es considerado, pues, el  espacio como la condición de la posibilidad de los fenómenos y no como  una determinación dependiente de éstos, y es una representación a priori,  que necesariamente está a la base de los fenómenos externos40. 

     3) El espacio no es un concepto discursivo o, según se dice, universal,  de las relaciones de las cosas en general., sino una intuición pura. Pues  primeramente no se puede representar más que un único espacio, y  cuando se habla de muchos espacios, se entiende por esto sólo una parte  del mismo espacio único. Estas partes no pueden tampoco preceder al  espacio uno, que lo comprende todo, como si fueran, por decirlo, así, sus  componentes (por donde la composición del espacio fuera posible). Por  el contrario sólo en él pueden ser pensadas. Él es esencialmente uno; lo  múltiple en él y, por tanto también el concepto universal de espacios en  general, se origina sólo en limitaciones. De aquí se sigue que en lo que a  él respecta, una intuición a priori (que no es empírica) sirve de base a  todos los conceptos del mismo. Así todos los principios geométricos, v.  g. que en un triángulo dos lados juntos son mayores que el tercero, no  son nunca deducidos de los conceptos universales de línea y triángulo,  sino de la intuición; y ello a priori, con certeza apodíctica. 

     4) El espacio es representado como una magnitud infinita dada. Ahora  bien, hay que pensar todo concepto como una representación que está  contenida en una multitud infinita de diferentes representaciones  posibles (como su característica común) y, por lo tanto, que las  comprende debajo de sí; mas ningún concepto, como tal, puede ser  pensado como si encerrase en sí una infinita multitud de  representaciones. Sin embargo, así es pensado el espacio (pues todas las 

                                                             

40 En la primera edición, al llegar a este punto decía como sigue: «3) En esta necesidad a priori 

fúndase la certeza apodíctica de todos los principios geométricos y la posibilidad de sus  construcciones a priori. En efecto, si esa representación del espacio fuera un concepto  adquirido a posteriori, sacado de la experiencia externa general, entonces los primeros  principios de la determinación matemática no serían más que percepción. Tendrían, pues,  toda la contingencia de la percepción y no sería entonces necesario que entre dos puntos  haya sólo una línea recta, sino que la experiencia lo enseñaría siempre. Lo que está sacado de  la experiencia no tiene más que una universalidad comparativa, a saber, universalidad por  inducción. Así, pues, sólo podría decirse: según lo hasta hoy observado, no se ha encontrado  espacio alguno que tenga más de tres dimensiones» - Los párrafos 4 y 5 que seguían a éste en  la 1ª. edición se hallan en la 2ª. (nuestro texto) con los números 3 y 4.-Este párrafo 3 de la 1ª.  edición se encontrará algo transformado en el § 3 de la 2ª. edición (el nuestro).  


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partes del espacio en el infinito son a la vez). Así, pues, la originaria  representación del espacio es intuición a priori y no concepto41. 

 

 

- § 3 - 

 

Exposición trascendental del concepto del espacio 

 

 

 Entiendo por exposición transcendental la explicación de un concepto  como un principio por donde puede conocerse la posibilidad de otros  conocimientos sintéticos a priori. Para este propósito, se requiere: 1º., que  esos conocimientos salgan realmente del concepto dado; 2º., que esos  conocimientos no sean posibles más que bajo la presuposición de un  modo dado de explicación de ese concepto. 

 La Geometría es una ciencia que determina las propiedades del  espacio sintéticamente y, sin embargo, a priori. ¿Qué tiene que ser pues la  representación del espacio para que sea posible semejante conocimiento  de él? Tiene que ser originariamente intuición, porque de un mero  concepto no se pueden sacar proposiciones que vayan más allá del  concepto. Esto es, sin embargo, lo que ocurre en la Geometría (v.  Introducción V). Pero esa intuición tiene que hallarse en nosotros a priori,  es decir, antes de toda percepción de un objeto y ser, por tanto, intuición  pura, no empírica. Porque las proposiciones geométricas son todas  apodícticas, es decir, están unidas con la conciencia de su necesidad,  como por ejemplo: el espacio solo tiene tres dimensiones. Ahora bien,  semejantes proposiciones no pueden ser juicios empíricos o de  experiencia, ni ser deducidas de esos juicios. (Introducción II). 

 Mas, ¿cómo puede estar en el espíritu una intuición externa que  precede a los objetos mismos y en la cual el concepto de estos últimos  puede ser determinado a priori? Manifiestamente no puede estar de otro  modo que teniendo su asiento en el sujeto, como propiedad formal de  éste de ser afectado por objetos y así de recibir representación inmediata de  estos últimos, es decir, intuición. Esto es, sólo como forma del sentido  externo en general. 

     Por tanto, sólo nuestra explicación hace concebible la posibilidad de la  geometría como conocimiento sintético a priori. Todo modo de explicación 

                                                             

41  La 1ª. edición formula este número 4 de la siguiente manera: «El espacio es representado  dado como una magnitud infinita. Un concepto universal del espacio (que es común tanto a  un pie como a una vara) no puede determinar nada en lo que se refiere a la magnitud. Si no  fuera por la ausencia de límites en la marcha de la intuición, ningún concepto de relaciones  llevaría consigo un principio de la infinidad de las mismas.»  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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que no proporcione esto, aunque en apariencia tenga con él alguna  semejanza, puede distinguirse seguramente de él por esas  características42. 

 

 

Conclusiones sacadas de los conceptos anteriores 

 

     a) El espacio no representa ninguna propiedad de cosas en sí, ni en su  relación recíproca, es decir, ninguna determinación que esté y  permanezca en los objetos mismos aún haciendo abstracción de todas la  condiciones subjetivas de la intuición. Pues ni las determinaciones  absolutas ni las relativas pueden ser intuidas antes de la existencia de las  cosas a quienes corresponden; por tanto, no pueden ser intuidas a priori. 

     b) El espacio no es otra cosa que la forma de todos los fenómenos del  sentido externo, es decir, la condición subjetiva de la sensibilidad, bajo la  cual tan sólo es posible para nosotros intuición externa. Mas como la  receptividad del sujeto para ser afectado por objetos, precede  necesariamente a todas las intuiciones de esos objetos, se puede  comprender cómo la forma de todos los fenómenos puede ser dada en el  espíritu antes que las percepciones reales y, por tanto, a priori y cómo  ella, siendo una intuición pura en la que todos los objetos tienen que ser  determinados, puede contener principios de las relaciones de los  mismos, antes de toda experiencia. 

     No podemos, por consiguiente, hablar de espacio, de seres extensos,  etc.,

 más que desde el punto de vista de un hombre. Si prescindimos de  la condición subjetiva, bajo la cual tan sólo podemos recibir intuición  externa, a saber, en cuanto podemos ser afectados por los objetos,  entonces la representación del espacio no significa nada. Este predicado  no es atribuido a las cosas más que en cuanto nos aparecen, es decir, en  cuanto son objetos de la sensibilidad. La forma constante de esa  receptividad que llamamos sensibilidad, es una condición necesaria de  todas las relaciones en donde los objetos pueden ser intuidos como fuera  de nosotros, y, si se hace abstracción de esos objetos, es una intuición  pura que lleva el nombre de espacio. Como no podemos hacer de las  condiciones particulares de la sensibilidad condiciones de la posibilidad  de las cosas, sino sólo de sus fenómenos, podemos decir que el espacio  comprende todas las cosas que pueden aparecernos exteriormente, pero  no todas las cosas en sí mismas, sean o no intuidas, o séanlo por un 

                                                             

42    Todo este § 3 fue añadido en la 2ª. edición. Representa un resumen de los §§ 6-9 de los  Prolegómenos. - Hemos puesto características en plural, siguiendo la lección de Görland; en  efecto, se refiere aquí Kant a las dos condiciones indicadas en el primer aparte de este § 3. (N.  del T.)  


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sujeto cualquiera. Pues no podemos juzgar de las intuiciones de otros  seres pensantes; no podemos saber si están sujetas a las mismas  condiciones, que limitan nuestras intuiciones y son para nosotros de  validez universal. Si nosotros añadimos la limitación de un juicio al  concepto del sujeto, vale el juicio entonces, incondicionalmente. La  proposición: «todas las cosas están unas junto a otras en el espacio», vale  con la limitación siguiente: cuando esas cosas son tomadas como objetos  de nuestra intuición sensible. Si añado aquí la condició

n al concepto y  digo: «todas las cosas, como fenómenos externos, están en el espacio  unas al lado de otras», entonces vale esta regla universalmente y sin  limitación. Nuestras exposiciones enseñan, por consiguiente, la realidad  (es decir, validez objetiva) del espacio en lo que se refiere a todo aquello  que puede presentársenos exteriormente como objeto; enseñan, empero,  también la idealidad del espacio, en lo que se refiere a las cosas, cuando la  razón las considera en sí mismas, es decir, sin referencia a la constitución  de nuestra sensibilidad. Afirmamos, por tanto, la realidad empírica del  espacio (en lo que se refiere a toda experiencia exterior posible), aunque  admitimos la idealidad transcendental del mismo, es decir, que no es nada,  si abandonamos la condición de la posibilidad de toda experiencia y lo  consideramos como algo que está a la base de las cosas en sí mismas. 

     Pero fuera del espacio no hay ninguna otra representación subjetiva y  referida a algo exterior, que pueda llamarse objetiva a priori. Pues de  ninguna de ellas pueden deducirse, como de la intuición en el espacio,  proposiciones sintéticas a priori. (§ 3.) Por eso, hablando con exactitud, no  les corresponde idealidad43 alguna, aunque coinciden con la  representación del espacio en que sólo pertenecen a la constitución  objetiva del modo de sentir, v. g. de la vista, del oído, del tacto mediante  las sensaciones de color, sonido, temperatura, las cuales, siendo sólo  sensaciones y no intuiciones, no dan a conocer en sí objeto alguno y  menos aún a priori44. 

                                                             

43 En su libro (Idealismo y positivismo. II.) propone Laas que se sustituya idealidad por realidad.  La sustitución es exacta al parecer, pero bien mirada no corresponde al pensamiento de Kant.  Hay dos especies de idealidad, una dogmática según la cual concuerdan a priori nuestras  representaciones y las cosas mismas, otra crítica, limitada, transcendental según la cual  nuestras representaciones a priori del espacio sirven a priori para los objetos de nuestra  sensibilidad. Las sensaciones no poseen ni una ni otra idealidad; son totalmente a posteriori.  (N. del T.) 

44 En lugar de este último aparte, dice la primera edición: «Pero fuera del espacio no hay  ninguna otra representación subjetiva y referida a algo exterior, que pueda llamarse objetiva  a priori. Por eso esta condición subjetiva de todos los fenómenos exteriores no puede  compararse con ninguna otra. El buen sabor del vino no pertenece a las determinaciones  objetivas del vino y por lo tanto de un objeto, aún considerado como fenómeno, sino a la  particular constitución del sentido en el sujeto que lo prueba. Los colores no son propiedades  de los cuerpos, de cuya intuición se hallan pendientes, sino sólo modificaciones del sentido  


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 El propósito de esta observación es sólo impedir que se le ocurra a  nadie explicar la afirmada idealidad del espacio con ejemplos del todo  insuficientes, pues v. g. los colores, el sabor, etc... son considerados con  razón no como propiedades de las cosas, sino sólo como modificaciones  de nuestro sujeto, que incluso pueden ser

 diferentes en diferentes  hombres. En efecto en este caso, lo que originariamente no es más que  fenómeno, v. g. una rosa, vale como cosa en sí misma en el  entendimiento empírico, pudiendo sin embargo aparecer, en lo que toca  al color, distinta a distintos ojos. En cambio, el concepto transcendental  de los fenómenos, en el espacio, es un recuerdo crítico de que nada en  general de lo intuido en el espacio es cosa en sí, y de que el espacio no es  forma de las cosas en sí mismas, sino que los objetos en sí no nos son  conocidos y lo que llamamos objetos exteriores no son otra cosa que  meras representaciones de nuestra sensibilidad, cuya forma es el espacio,  pero cuyo verdadero correlativo, es decir la cosa en sí misma, no es  conocida ni puede serlo. Mas en la experiencia no se pregunta nunca por  ella. 

 

 

                                                                                                                                                                                              

de la vista que es afectado de cierta manera por la luz. En cambio el espacio, como condició

n  de objetos exteriores, pertenece necesariamente al fenómeno o intuición de los mismos. El  gusto y el color no son condiciones necesarias bajo las cuales tan sólo los objetos puedan ser  para nosotros objetos de los sentidos. Están enlazados con el fenómeno sólo como efectos  contingentemente añadidos de la organización particular. Por eso, no son tampoco  representaciones a priori, sino que se fundan en la sensación del buen sabor o hasta del  sentimiento (de placer y dolor) como un efecto de la sensación. Tampoco puede nadie tener a  priori la representación de un color o de un sabor; el espacio empero se refiere sólo a la forma  pura de la intuición, no incluye pues en sí sensación alguna (nada empírico) y todos los  modos y determinaciones del espacio pueden y hasta deben ser representados a priori, si han  de formarse conceptos de figuras como de relaciones. Por éstos sólo es posible que las cosas  sean para nosotros objetos exteriores.»  


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Segunda sección de la Estética transcendental. Del tiempo 

 

- § 4 - 

 

 

Exposición metafísica del concepto del tiempo45 

 

 1) El tiempo no es un concepto empírico que se derive de una  experiencia. Pues la coexistencia o la sucesión no sobrevendría en la  percepción, si la representación del tiempo no estuviera a priori a la base.  Solo presuponiéndola es posible representarse que algo, sea en uno y el  mismo tiempo (a la vez) o en diferentes tiempos (uno después de otro). 

 2) El tiempo es una representación necesaria que está a la base de  todas las intuiciones. Por lo que se refiere a los fenómenos en general, no  se puede quitar el tiempo, aunque se puede muy bien sacar del tiempo  los fenómenos. El tiempo es pues dado a priori. En él tan sólo es posible  toda realidad de los fenómenos. Estos todos pueden desaparecer; pero el  tiempo mismo (como la condición universal de su posibilidad) no puede  ser suprimido. 

 3) En esta necesidad a priori fúndase también la posibilidad de  principios apodícticos de las relaciones de tiempo o axiomas del tiempo  en general. Éste no tiene más que una dimensión; diversos tiempos no  son a la vez, sino unos tras otros (así como diversos espacios no son unos  tras otros, sino a la vez). Estos principios no pueden ser sacados de la  experiencia, pues ésta no les daría ni estricta universalidad, ni certeza  apodíctica. Nosotros podríamos sólo decir: eso enseña la percepción  común; más no: así tiene que suceder. Esos principios valen como reglas  bajo las cuales en general son posibles experiencias y nos instruyen antes  de la experiencia y no por medio de la experiencia. 

 4) El tiempo no es un concepto discursivo o, como se le llama,  universal, sino una forma pura de la intuición sensible. Diferentes  tiempos son sólo partes del mismo tiempo. La representación que no  puede ser dada más que por un objeto único, es intuición. Tampoco la  proposición: «diferentes tiempos no pueden ser a la vez», podría  deducirse de un concepto universal. La proposición es sintética y no  puede originarse sólo en conceptos. Ella está pues inmediatamente  contenida en la intuición y representación del tiempo. 

                                                             

45 El título fue añadido en la 2ª. edición. (Nota del T.)  


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 5) La infinidad del tiempo no significa otra cosa sino que toda  magnitud determinada del tiempo es sólo posible mediante limitaciones  de un tiempo único fundamental. Por eso la representación primaria  tiempo tiene que ser dada como ilimitada. Pero cuando hay algo en lo  cual las partes mismas y toda magnitud de un objeto solo pueden ser  representadas determinadamente, mediante limitación, entonces, la  representación total no puede ser dada por conceptos (pues éstos sólo  contienen representaciones parciales)46 sino que ha de fundarse en una  intuición inmediata. 

 

 

- § 5 - 

 

Exposición transcendental del concepto del tiempo47 

 

 Sobre esto puedo referirme al núm. 348 en donde, para abreviar, he  puesto ya lo que es propiamente transcendental, entre los artículos de la  exposición metafísica. Aquí añado que el concepto del cambio y con él el  concepto del movimiento (como cambio de lugar) no son posibles sino  mediante y en la representación del tiempo; que si esa representación no  fuese intuición (interna) a priori, no podría concepto alguno, fuere el que  fuere, hacer comprensible la posibilidad de un cambio, es decir de un  enlace de predicados contradictoriamente opuestos (v. g. el ser en un  lugar y el no ser esa misma cosa en el mismo lugar) en uno y en el mismo  objeto. Sólo en el tiempo pueden hallarse ambas determinaciones  contradictoriamente opuestas en una cosa, a saber una después de otra.  Así pues nuestro concepto del tiempo explica la posibilidad de tantos  conocimientos sintéticos a priori, como hay en la teoría general del  movimiento, que no es poco fructífera. 

 

 

- § 6 - 

 

Conclusiones sacadas de estos conceptos 

 

     a) El tiempo no es algo que exista por sí o que convenga a las cosas  como determinación objetiva y, por lo tanto, permanezca cuando se hace  abstracción de todas las condiciones subjetivas de su intuición. Pues en el 

                                                             

46 En la primera edición, dice: «(pues en estos preceden las representaciones parciales,)»  47  El epígrafe y todo este § 5 fue señalado en la 2ª. edición. 

48 Se refiere al núm. 3 del § 4.  


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primer caso sería algo que, sin objeto real, sería, sin embargo, real. Mas  en lo que al segundo caso se refiere, siendo una determinación u  ordenación inherente a las cosas mismas, no podría preceder a los  objetos como su condición, ni ser intuido y conocido a priori mediante  proposiciones sintéticas. Sin embargo, esto último ocurre perfectamente,  si el tiempo no es nada más que la condición subjetiva bajo la cual tan  sólo pueden intuiciones tener lugar en nosotros. Pues entonces esa forma  de la intuición interna puede ser representada antes de los objetos y, por  lo tanto, a priori. 

     b) El tiempo no es nada más que la forma del sentido interno, es decir,  de la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interno. Pues el  tiempo no puede ser una determinación de fenómenos externos; ni  pertenece a una figura ni a una posición,

 etc., y en cambio, determina la  relación de las representaciones en nuestro estado interno. Y,  precisamente, porque esa intuición interna no da figura alguna, tratamos  de suplir este defecto por medio de analogías y representamos la  sucesión del tiempo por una línea que va al infinito, en la cual lo  múltiple constituye una serie, que es sólo de una dimensión; y de las  propiedades de esa línea concluimos las propiedades todas del tiempo,  con excepción de una sola, que es que las partes de aquella línea son a la  vez, mientras que las del tiempo van siempre una después de la otra. Por  aquí se ve también, que la representación del tiempo es ella misma  intuición, pues que todas sus relaciones pueden expresarse en una  intuición externa. 

     c) El tiempo es la condición formal a priori de todos los fenómenos en  general. El espacio, como forma pura de toda intuición externa, está  limitado, como condición a priori, sólo a los fenómenos externos. En  cambio todas las representaciones, tengan o no cosas exteriores como  objetos, pertenecen en sí mismas al estado interno, como  determinaciones del espíritu, y este estado interno se halla bajo la  condición formal de la intuición interna, por lo tanto del tiempo. De  donde resulta que el tiempo es una condición a priori de todo fenómeno  en general y es condición inmediata de los fenómenos internos (de  nuestra alma) y precisamente por ello condición inmediata también de  los fenómenos externos. Si puedo decir a priori: todos los fenómenos  externos están determinados en el espacio y según las relaciones del  espacio a priori, puedo decir, por el principio del sentido interno, con  toda generalidad: todos los fenómenos en general, es decir, todos los  objetos de los sentidos son en el tiempo y están necesariamente en  relaciones de tiempo.  


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     Si hacemos abstracción de nuestro modo de intuirnos interiormente y  de comprender mediante esa intuición, todas las intuiciones externas en  la facultad de representación; si por tanto tomamos los objetos tales y  como puedan ser ellos en sí mismos, entonces el tiempo no es nada. Sólo  tiene validez objetiva con respecto a los fenómenos, porque tales son ya  las cosas que admitimos como objetos de nuestros sentidos; pero el tiempo  no es objetivo si hacemos abstracción de la sensibilidad de nuestra  intuición y, por tanto, del modo de representación que nos es peculiar y  hablamos de cosas en general. El tiempo es, pues, solamente una condición  subjetiva de nuestra (humana) intuición (la cual es siempre sensible, es  decir, por cuanto somos afectados por objetos) y no es nada en sí, fuera  del sujeto. Sin embargo, en consideración de todos los fenómenos y, por  tanto, también de todas las cosas que se nos pueden presentar en la  experiencia, es necesariamente objetivo. No podemos decir: todas las  cosas están en el tiempo; porque en el concepto de las cosas en general se  hace abstracción de todo modo de intuición de las mismas, siendo éste  sin embargo la propia condición bajo la cual el tiempo pertenece a la  representación de los objetos. Ahora bien, si se añade la condición al  concepto y se dice: todas las cosas, como fenómenos (objetos de la  intuición sensible) están en el tiempo, entonces el principio tiene  exactitud objetiva y universalidad a priori. 

 Nuestras afirmaciones enseñan, pues, la realidad empírica del tiempo,  es decir, su validez objetiva con respecto a todos los objetos que pueden  ser dados a nuestros sentidos. Y como nuestra intuición es siempre  sensible, no puede nunca sernos dado un objeto en la experiencia, que no  se encuentre bajo la condición del tiempo. En cambio, negamos al tiempo  toda pretensión a realidad absoluta,,esto es, a que, sin tener en cuenta la  forma de nuestra intuición sensible, sea inherente en absoluto a las cosas  como condición o propiedad. Tales propiedades que convienen a las  cosas en sí, no pueden sernos dadas nunca por los sentidos. En esto  consiste, pues, la idealidad transcendental del tiempo, según la cual éste,  cuando se hace abstracción de las condiciones subjetivas de la intuición  sensible, no es nada y no puede ser atribuido a los objetos en sí mismos  (sin su relación con nuestra intuición) ni por modo subsistente ni por  modo inherente. Sin embargo, esta idealidad, como la del espacio, no ha  de compararse con las subrepciones de la sensación, porque en éstas se  presupone que el fenómeno mismo, en quien esos predicados están  inherentes, tiene realidad objetiva, cosa que aquí desaparece  enteramente, excepto en cuanto es meramente empírica, es decir, que  aquí se considera el objeto mismo, sólo como fenómeno: sobre esto véase  la nota anterior de la sección primera.  


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- § 7 - 

 

 

Explicación 

 

 Contra esta teoría que concede al tiempo realidad empírica, pero le  niega

 la absoluta y transcendental, presentan una objeción los  entendidos, con tanta unanimidad, que me hace pensar que ha de  hacerla también naturalmente todo lector para quien no sean habituales  estas consideraciones. Dice la objeción como sigue: las mutaciones son  reales (esto lo demuestra el cambio de nuestras propias representaciones,  aunque se quisieran negar todos los fenómenos externos con sus  mutaciones). Las mutaciones, empero, no son posibles más que en el  tiempo; el tiempo, pues, es algo real. La contestación no ofrece dificultad.  Concedo todo el argumento. El tiempo es, desde luego, algo real, a saber:  la forma real de la intuición interna. Tiene, pues, realidad subjetiva en lo  tocante a la experiencia interna; es decir, tengo realmente la  representación del tiempo y de mis determinaciones en él. Es pues, real,  no como objeto, sino considerado como el modo de representación de mí  mismo como objeto49. Mas si yo mismo u otro ser pudiese intuirme sin  esa condición de la sensibilidad, esas mismas determinaciones, que nos  representamos ahora como mutaciones, nos darían un conocimiento en  el cual no se hallaría la representación del tiempo y, por ende, tampoco  de la mutación. Subsiste, pues, su realidad empírica como condición de  todas nuestras experiencias. Sólo la realidad absoluta no le puede ser  concedida, por lo anteriormente dicho. No es más que la forma de  nuestra intuición interna50. Si se quita de él la particular condición de  nuestra sensibilidad, desaparece también el concepto del tiempo. El  tiempo, pues, no es inherente a los objetos mismos, sino sólo al sujeto  que los intuye. 

                                                             

49 Sigo en esta frase la lección de Görland, quien no cree necesario corregir el texto. (N. del T.)  50 Sin duda puedo decir: mis representaciones se suceden. Pero esto significa tan sólo que  nosotros tenemos consciencia de esas representaciones como formando una sucesión en el  tiempo, esto es, que tenemos consciencia de ellas según la forma del sentido interno. No por  eso es el tiempo algo en sí mismo, ni una determinación objetivamente inherente a las cosas.  


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     Pero la causa por la cual esa objeción vuelve con tanta unanimidad, en  boca de quienes, por cierto, nada pueden, sin embargo, oponer a la teoría  de la idealidad de espacio, es ésta: que no confiaban en poder demostrar  apodícticamente la realidad absoluta del espacio, porque frente a ellos  está el idealismo, según el cual, no es posible demostrar estrictamente la  realidad de los objetos exteriores. Pero, en cambio, la del objeto de  nuestro sentido interno (yo mismo y mi estado) es inmediatamente clara  por la conciencia. Aquellos objetos externos podrán ser mera apariencia;  este objeto interno empero es, según su opinión, innegablemente algo  real. Pero no pensaron que ambos, objetos, el externo y el interno, sin que  se pueda discutir su reali

dad como representaciones, pertenecen, sin  embargo, solo al fenómeno, el cual tiene siempre dos lados, el uno  cuando el objeto es considerado en sí mismo (prescindiendo del modo de  intuirlo, por lo cual su modo de ser, precisamente por eso, permanece  siempre problemático) y el otro cuando se mira a la forma de la intuición  de ese objeto, forma que ha de buscarse no en el objeto en sí mismo, sino  en el sujeto a quien éste aparece, aunque corresponde, sin embargo,  necesaria y realmente al fenómeno de ese objeto. 

     Espacio y tiempo son, por tanto, dos fuentes de conocimiento de las  cuales a priori podemos extraer diferentes conocimientos sintéticos; la  matemática pura nos da un ejemplo brillante, por lo que se refiere a los  conocimientos del espacio y sus relaciones. Ambas, tomadas juntas, son  formas puras de toda intuición sensible y, por eso, hace

n posibles  proposiciones sintéticas a priori. Mas esas fuentes de conocimiento a  priori determinan sus límites precisamente por eso (porque son meras  condiciones de la sensibilidad) a saber: que se refieren sólo a objetos en  cuanto son considerados como fenómenos, mas no representan cosas en  sí mismas. Aquellos fenómenos solos constituyen el campo de su validez  y cuando nos salimos de ellos, no podemos hacer uso alguno objetivo de  esas fuentes. Esa realidad51 del espacio y del tiempo deja incólume la  certeza del conocimiento de experiencia: pues estamos ciertos de él,  pertenezcan necesariamente esas formas a las cosas en sí mismas o a  nuestra intuición. En cambio, los que sostienen la realidad absoluta del  espacio y del tiempo, admítanla como subsistente o solo inherente,  tienen que hallarse en contradicción con los principios de la experiencia  misma. Pues, si se deciden por lo primero (partido que generalmente  adoptan los que investigan matemáticamente la naturaleza), tienen que 

                                                             

51 Inversamente aquí propone Laas la sustitución de realidad por idealidad. Pero hay que  distinguir entre esa realidad (empírica, limitada a la experiencia) del espacio y del tiempo, que  deja incólume la certeza del conocimiento de experiencia, y aquella otra realidad absoluta, que  Kant mismo declara unas líneas más abajo contradictoria con los principios de la experiencia  misma. (N. del T.)  


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admitir dos nadas eternas, infinitas, existentes por sí (el espacio y el  tiempo) que existen (sin que, sin embargo, ninguna realidad exista) sólo  para comprender dentro de sí todo lo real. Si se deciden por el segundo  partido (al cual pertenecen algunos que investigan metafísicamente la  naturaleza) y consideran el espacio y el tiempo como relaciones de los  fenómenos (al lado o después unos de ot

ros) abstraídas de la experiencia,  si bien confusamente representadas en la separación, entonces tienen que  negar a las teorías matemáticas a priori, en lo que se refiere a cosas reales  (v. g. en el espacio) su validez o, al menos, la certeza apodíctica. Porque  ésta no puede tener lugar a posteriori y los conceptos a priori del espacio y  del tiempo, según esta opinión, son sólo creaciones de la imaginación,  cuya fuente ha de buscarse realmente en la experiencia, con cuyas  relaciones, abstraídas, ha hecho la imaginación algo que, si bien contiene  lo universal de las mismas, no puede, sin embargo, tener lugar sin las  restricciones que la naturaleza ha enlazado con ellas. Los primeros ganan  tanto que abren el campo de los fenómenos para las afirmaciones  matemáticas, en cambio, confúndense mucho, por esas mismas  condiciones, cuando el entendimiento quiere salir de ese campo. Los  segundos ganan, es cierto, en lo que a esto último se refiere, puesto que  las representaciones de espacio y tiempo no les cierran el camino cuando  quieren juzgar de los objetos no como fenómenos, sino sólo en relación al  entendimiento; mas, en cambio, ni pueden señalar el fundamento de la  posibilidad de conocimientos matemáticos a priori (ya que les falta una  intuición a priori verdadera y con valor objetivo), ni poner las leyes de la  experiencia en necesaria concordancia con aquellas afirmaciones. En  nuestra teoría de la verdadera constitución de esas dos formas  originarias de la sensibilidad, quedan remediadas ambas dificultades. 

 En fin, se comprende también claramente que la estética  transcendental no pueda contener más que esos dos elementos, a saber:  espacio y tiempo. Todos

 los demás conceptos, en efecto, que pertenecen  a la sensibilidad, incluso el del movimiento, que reúne ambas partes,  presuponen algo empírico. El movimiento presupone percepción de algo  que se mueve. Mas en el espacio, considerado en sí, nada es móvil; lo  móvil tiene que ser algo que no se encuentra en el espacio más que por  experiencia; por lo tanto, un dato empírico. De igual modo no puede la  estética transcendental contar el concepto de la variación entre sus datos  a priori; pues el tiempo mismo no muda, sino algo que está en el tiempo.  Así, pues, se exige, además, la percepción de alguna existencia y de la  sucesión de sus determinaciones, por ende, la experiencia. 

 

- § 8 -  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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Observaciones generales a la Estética transcendental 

 

 1.52 Primeramente será necesario explicar lo más claramente posible  cuál es nuestra opinión respecto de la constitución fundamental del  conocimiento sensible en general, para prevenir toda mala interpretación  acerca de ella. 

     Hemos querido decir, pues, que toda nuestra intuición no es nada más  que la representación del fenómeno; que las cosas que intuimos no son  en sí mismas lo que intuimos en ellas, ni tampoco están constituidas sus  relaciones en sí mismas como nos aparecen a nosotros; y que si  suprimiéramos nuestro sujeto o aún sólo la constitución subjetiva de los  sentidos en general, desaparecerían toda constitución, todas relaciones  de los objetos en el espacio y el tiempo, y aún el espacio y el tiempo  mismos que,

 como fenómenos, no pueden existir en sí mismos, sino sólo  en nosotros. ¿Qué son los objetos en sí y separados de toda esa  receptividad de nuestra sensibilidad? Esto permanece para nosotros  enteramente desconocido. No conocemos más que nuestro modo de  percibirlos, que nos es peculiar, y que no debe corresponder  necesariamente a todo ser, si bien sí a todo hombre. Mas de éste tan sólo  hemos de ocuparnos. El espacio y el tiempo son las formas puras de ese  modo de percibir; la sensación, en general, es la materia. Aquellas  podemos sólo conocerlas a priori, es decir, antes de toda percepción real y  por eso se llaman intuiciones puras; la sensación, empero, es, en nuestro  conocimiento, lo que hace que éste sea llamado conocimiento a posteriori,  es decir, intuición empírica. Aquellas formas penden de nuestra  sensibilidad con absoluta necesidad, sean del modo que quieran nuestras  sensaciones; éstas pueden ser muy diferentes. Aunque pudiéramos  elevar esa nuestra intuición al grado sumo de claridad, no por eso nos  acercaríamos más a la constitución de los objetos en sí mismos. Pues, en  todo caso, no haríamos más que conocer completamente nuestro modo  de intuición, es decir, nuestra sensibilidad, y aun ésta siempre bajo las  condiciones de espacio y tiempo, originariamente referidas al sujeto.  Pero jamás podremos conocer lo que son los objetos en sí, por luminoso  que sea nuestro conocimiento del fenómeno, que es lo único que nos es  dado. 

 Por lo tanto, decir que nuestra sensibilidad toda no es más que la  representación confusa de las cosas, representación que encierra  solamente lo que les conviene a las cosas en sí mismas, aunque en tal 

                                                             

52 El número 1 falta en la 1ª. edición, porque los apartados que más abajo se señalan con II,  III, IV, fueron añadidos en la 2ª. edición.  


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amontonamiento de caracteres y representaciones parciales, que no  podemos analizarlo con clara consciencia, es falsear el concepto de  sensibilidad y de fenómeno, haciendo inútil y vacía toda la teoría de  éstos. La diferencia entre una representación clara y una confusa es una  diferencia meramente lógica y no toca al contenido. Sin duda el concepto  de derecho usado por el entendimiento común, contiene las mismas cosas  que una especulación sutil extrae y desarrolla, sin que en el uso común y  práctico tenga nadie consciencia de esas múltiples representaciones  contenidas en ese pensamiento. Mas no por eso puede decirse que el  concepto común sea sensible y encierre un mero fenómeno, pues el  derecho no puede en modo alguno aparecer como fenómeno, sino que su  concepto yace en el entendimiento y representa una constitución (la  moral) de las acciones, que les corresponde en sí mismas. En cambio la  representación de un cuerpo no encierra en la intuición nada que pueda  convenir a un objeto en sí, sino contiene el fenómeno de algo y el modo  como nosotros somos afectados por ese algo; y esa receptividad de  nuestra capacidad de conocimiento se llama sensibilidad y sigue siendo  totalmente diferente del conocimiento del objeto en sí mismo, aunque se  penetre en el fenómeno hasta el mismo fondo. 

 La filosofía Leibnizo-Wolfiana ha colocado pues todas las  investigaciones acerca de la naturaleza y el origen de nuestros  conocimientos, bajo un punto de vista enteramente erróneo,  considerando la diferencia entre la sensibilidad y lo intelectual como  meramente lógica, cuando manifiestamente es transcendental y toca no  sólo a la forma de claridad o confusión, sino al origen y al contenido de  los conocimientos; por modo tal que en la primera no es sólo que  conocemos confusamente la constitución de las cosas en sí mismas, sino  que no la conocemos de ninguna manera y, tan pronto como suprimimos  nuestra constitución subjetiva, no hallamos en parte alguna ni podemos  hallar ya el objeto representado, con las propiedades que le confirió la  intuición sensible, porque precisamente esa constitución subjetiva  determina la forma del objeto como fenómeno. 

 Distinguimos por lo demás en los fenómenos, lo que depende  esencialmente de la intuición y vale para todo sentido humano en  general, de aquello otro que les corresponde sólo casualmente, por no ser  valedero para la relación de la sensibilidad en general, y sí sólo para una  particular posición u organización de este o aquel sentido. Y entonces  decimos del primer conocimiento, que representa el objeto en sí mismo,  del segundo que sólo su fenómeno. Mas esa diferencia es sólo empírica.  Si permanecemos en ella (como suele ocurrir) y no consideramos aquella  intuición empírica a su vez como mero fenómeno (como debiera ocurrir),  


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de tal modo que en ella no se encuentra nada que se refiera a una cosa en  sí misma, entonces está perdida nuestra distinción transcendental y  entonces creemos conocer las cosas en sí mismas, aunque por doquiera  (en el mundo sensible), y aún en la investigación más profunda de sus  objetos, no tenemos conocimiento más que de fenómenos. Así por  ejemplo diremos que el arco iris es un mero fenómeno cuando llueve y  sale el sol y que la lluvia es la cosa en sí misma; y esto es exacto, siempre  que entendamos este último concepto en su sentido físico, es decir como  aquello que, en la experiencia universal y bajo las distintas posiciones  respecto a los sentidos, está sin embargo determinado en la intuición así  y no de otro modo. Pero si tomamos el elemento empírico en general y  sin preocuparnos de la coincidencia del mismo con todo sentido  humano, preguntamos si representa también un objeto en sí mismo (no  las gotas de lluvia, pues éstas, como fenómenos, son ya objetos  empíricos), entonces la cuestión de la referencia de la representación al  objeto es transcendental, y no sólo esas gotas son meros fenómenos, sino  también su figura redonda y hasta el espacio en que caen no son nada en  sí mismos, sino meras modificaciones o fundamentos de nuestra  intuición sensible; el objeto transcendental empero permanece  desconocido para nosotros. 

 El segundo asunto importante de nuestra estética transcendental es  que no sólo como hipótesis aparente conquista algún favor, sino que es  tan cierta e indudable como puede exigirse a una teoría que debe servir  de organon. Para hacer plenamente luminosa esa certeza, vamos a elegir  un caso en el cual su validez puede hacerse patente y servir para aclarar  más lo dicho en el § 353. 

     Supongamos que el espacio y el tiempo sean objetivos en sí mismos y  condiciones de la posibilidad de las cosas en sí mismas. Se ve entonces  primero: que de ambos resultan proposiciones a priori apodícticas y  sintéticas en gran número, sobre todo del espacio, que por eso vamos a  investigar aquí preferentemente como ejemplo. Como las proposiciones  de la geometría son conocidas sintéticamente a priori y con certeza  apodíctica, pregunto yo: ¿de dónde sacáis semejantes proposiciones? y  ¿sobre qué se apoya nuestro entendimiento para llegar a semejantes  verdades absolutamente necesarias y universalmente valederas? No hay  más camino que o por medio de conceptos o por medio de intuiciones;  pero ambos son dados a priori o a posteriori. Estos últimos, a saber los  conceptos empíricos, así como aquello en que se fundan, la intuición  empírica, no pueden dar proposición sintética alguna, a no ser que sea  solo empírica, es decir, proposición de experiencia, que por tanto no 

                                                             

53  Las palabras «para aclarar etc.» fueron añadidas en la segunda edición. (N. del T.)  


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puede encerrar nunca necesidad y absoluta universalidad, cosa que es 

 sin embargo lo característico de todas las proposiciones de la geometría.  Queda el primero y único modo, que sería alcanzar semejantes  conocimientos por medio de conceptos o intuiciones a priori; pero es  claro que por meros conceptos no se puede alcanzar conocimiento  alguno sintético, sino sólo analítico. Tomad la proposición siguiente: con  dos líneas rectas no se puede encerrar ningún espacio, por tanto ninguna  figura es posible. Tratad de deducirla del concepto de línea recta y de  número dos. O tomad esta otra: que con tres líneas rectas es posible una  figura y tratad del mismo modo de deducirla de esos conceptos.  Vuestros esfuerzos serán vanos y os veréis obligados a refugiaros en la  intuición, como también hace siempre la geometría. Os dais pues un  objeto en la in tuición. ¿De qué especie es esta intuición? ¿Es pura a priori  o empírica? Si fuera esto último, nunca podría salir de ella una  proposición universalmente valedera y menos aún apodíctica, pues la  experiencia no puede proporcionar nunca semejantes proposiciones.  Tenéis pues que dar vuestro objeto a priori en la intuición y fundar en  éste vuestra proposición sintética. Ahora bien, si no hubiera en vosotros  una facultad de intuir a priori; si esa condición subjetiva no fuera, según  la forma, al mismo tiempo la condición universal a priori, bajo la cual tan  sólo el objeto de esa intuición (exterior) misma es posible; si el objeto (el  triángulo) fuera algo en sí mismo, sin relación a vuestro sujeto, ¿cómo  podríais decir que lo que yace necesariamente en vuestras condiciones  subjetivas para construir un triángulo, tiene que convenir también al  triángulo en sí mismo? Pues a vuestros conceptos (de tres líneas) no  podríais añadir nada nuevo (la figura) que hubiese necesariamente de  hallarse en el objeto; porque éste es dado antes de nuestro conocimiento  y no por él. Así pues si el espacio (y también el tiempo) no fuese una  mera forma de vuestra intuición, que contiene las condiciones a priori  bajo las cuales solamente las cosas pueden ser para vosotros objetos  exteriores (que, sin esas condiciones subjetivas no son nada en sí) no  podríais decidir nada sintéticamente y a priori sobre objetos exteriores. Es  pues, indudablemente cierto y no sólo posible o verosímil, que el espacio  y el tiempo, como condiciones necesarias de toda experiencia (externa e  interna) son solo condiciones subjetivas de toda nuestra intuición, en  relación con las cuales, por tanto, todos los objetos son meros fenómenos  y no cosas dadas por sí en ese modo; de esos fenómenos pueden decirse  por lo tanto a priori muchas cosas, en lo que toca a la forma de los  mismos; pero no se puede nunca decir lo más mínimo de la cosa en sí  misma, que está a la base de esos fenómenos.  


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 II.54 Para confirmar esta teoría de la idealidad del sentido externo  como del interno y por tanto de todos los objetos de los sentidos como 

 meros fenómenos, puede servirnos muy bien la siguiente observación:  que lo que en nuestro conocimiento pertenece a la intuición  (exceptuando por lo tanto el sentimiento de placer y dolor y la voluntad,  que no son conocimientos) no encierra nada más que meras relaciones de  los lugares en una intuición (extensión), cambio d

e los lugares  (movimiento) y leyes según las cuales es determinado ese cambio  (fuerzas motoras). Más ¿qué es lo que está presente en el lugar? o ¿qué es  lo eficiente en las cosas mismas a parte del cambio de lugar? Nada de  esto nos es dado en las citadas relaciones. Por meras relaciones no es  conocida una cosa en sí misma; así pues, hay que juzgar que, puesto que  mediante el sentido externo no nos son dadas más que meras  representaciones de relación, ese sentido no puede tampoco contener  más que la relación de un objeto con el sujeto en su representación y no  lo interno que convenga al objeto en sí. Lo mismo ocurre con la intuición  interna. No sólo constituyen en ella las representaciones de los sentidos  externos, la materia propia conque ocupamos nuestro espíritu, sino que el  tiempo en el cual ponemos esas representaciones, y que precede a la  conciencia de las mismas en la experiencia, estando en su base como  condición formal del modo como las colocamos en el espíritu, encierra ya  las relaciones de sucesión, de simultaneidad y de aquello que es  simultáneo con la sucesión (lo permanente). Ahora bien, lo que, como  representación, puede preceder a toda acción de pensar algo, es la  intuición y, si no encierra nada más que relaciones, es la forma de la  intuición; la cual, no representando nada sino por cuanto algo es puesto  en el espíritu, no puede ser otra cosa que el modo como el espíritu es  afectado por la propia actividad, a saber, por ese poner sus  representaciones y, por lo tanto, por sí mismo; es decir, que es un sentido  interior según su forma. Todo lo que es representado por un sentido es  siempre fenómeno y o no se admite el sentido interno, o el sujeto, que  constituye el objeto de dicho sentido, no puede ser representado por él,  más que como fenómeno y no al modo como juzgaría el sujeto de sí  mismo si su intuición fuese mera actividad propia, es decir, intelectual.  Aquí toda la dificultad estriba tan sólo en cómo un sujeto pueda intuirse  a sí mismo interiormente; mas esta dificultad es común a toda teoría. La  conciencia de sí mismo (apercepción) es la simple representación del yo  y si mediante ella sola todo lo múltiple en el sujeto fuese dado por propia  actividad, entonces la intuición interna sería intelectual. En el hombre, esa 

                                                             

54  Todo lo que sigue, hasta el final de la estética trascendental es un añadido de la segunda  edición (N. del T.)  


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conciencia exige una percepción interna de lo múltiple que es dado  anteriormente en el sujeto; y el modo como ese múltiple es dado en el  espíritu sin espontaneidad tiene que llamarse -teniendo en cuenta esa  distinción- sensibilidad. Si la facultad de ser consciente ha de aprehender  lo que está en el espíritu, tiene entonces que afectarle y sólo de ese modo  pu

ede producir una intuición de sí misma, cuya forma empero,  anteriormente en el espíritu, determina en la representación del tiempo  el modo cómo lo múltiple está reunido en el espíritu; y entonces, éste se  construye a sí mismo, no como él representaría, siendo inmediatamente  activo por sí mismo, sino según el modo cómo es afectado por dentro;  consiguientemente no como es, sino como se aparece a sí mismo. 

     III. Al decir que en el espacio y en el tiempo la intuición de los objetos  exteriores y también la propia intuición del espíritu representan ambas  cosas tal como afectan a nuestros sentidos, es decir, tal como aparecen, no  quiere esto decir que esos objetos sean una mera apariencia. Pues en el  fenómeno son siempre considerados los objetos, y aun las cualidades que  les atribuimos, como algo realmente dado; sólo que en cuanto esa  cualidad depende del modo de intuición del sujeto, en la relación del  objeto dado con él, diferénciase dicho objeto, como fenómeno, de sí mismo  como objeto en sí. Así, no digo: los cuerpos parecen solamente estar fuera  de mí, o: mi alma parece solamente estar dada en mi conciencia propia,  cuando afirmo que la cualidad del espacio y del tiempo (según la cual,  como condición de la existencia de cuerpos y alma, pongo estas cosas)  está en mi modo de intuir y no en esos objetos en sí. Sería culpa mía si  hiciese una mera apariencia de lo que debería considerar como  fenómeno55. Mas esto no ocurre según nuestro principio de la idealidad  de todas nuestras intuiciones sensibles; más bien, cuando se atribuye a  aquellas formas de representación una realidad objetiva, entonces es  cuando no se puede evitar que todo se convierta por ello en mera  apariencia. Pues si consideramos el espacio y el tiempo como cualidades  que, según su posibilidad, tienen que hallarse en las cosas en sí, y  reflexionamos en los absurdos en que nos vemos entonces complicados -

                                                             

55 Los predicados del fenómeno pueden ser atribuidos al objeto mismo en relación con  nuestro sentido, v. g. a la rosa el color rojo o el olor; pero la apariencia no puede nunca ser  atribuida al objeto como un predicado, precisamente porque ella atribuye al objeto en sí, lo  que no le puede convenir más que en relación con los sentidos o en general con el sujeto, v.  g., las dos asas que primitivamente se atribuían a Saturno. Lo que no se halla en el objeto en  sí mismo, sino siempre en la relación de éste con el sujeto, y es inseparable de la  representación del primero, es fenómeno; y así atribuimos rectamente los predicados del  espacio y del tiempo a los objetos de los sentidos como tales; en esto no hay apariencia  alguna. En cambio si atribuimos a la rosa en sí el color rojo, a Saturno las asas o a los objetos  exteriores todos la extensión en sí, sin mirar a una relación determinada de esos objetos con  el sujeto y limitar a ella nuestro juicio, entonces tan sólo surge la apariencia.  


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puesto que dos cosas infinitas, que no son substancias ni algo realmente  inherente a las substancias, y que, sin embargo, existen y hasta han de  ser la condición necesaria de la existe

ncia de todas las cosas, seguirían  siendo, aunque se suprimiesen todas las cosas existentes-entonces- no  podemos censurar al bueno de Berkeley por haber rebajado los cuerpos a  meras apariencias; es más, nuestra propia existencia (que, de ese modo,  resultaría depender de la realidad de un imposible como el tiempo),  debería tornarse en mera apariencia, absurdo que nadie hasta ahora ha  querido cargarse en cuenta. 

     IV. En la teología natural, en donde se piensa un objeto que no sólo no  puede ser para nosotros objeto de intuición, sino que no puede ser para  s

í mismo, en modo alguno, objeto de intuición sensible, se ha tenido  sumo cuidado de excluir de toda su intuición las condiciones del tiempo  y del espacio (pues todo su conocimiento ha de ser siempre intuitivo y  no pensamiento, pues siempre el pensamiento demuestra limitaciones).  Mas ¿con qué derecho puede hacerse esto si el espacio y el tiempo han  sido considerados antes como formas de las cosas en sí mismas y aun  como tales formas, que como condiciones de la existencia de las cosas a  priori, subsisten, aunque se hayan suprimido las cosas mismas? En  efecto, como condiciones de su existencia en general, deberían serlo  también de la existencia de Dios. Si no se quiere hacer de ellas formas  objetivas de todas las cosas, no queda más sino hacerlas formas  subjetivas de nuestro modo de intuir tanto interno, como externo; el cual  se llama sensible porque no es originario, es decir, porque no es tal, que  por medio de él la existencia misma del objeto de la intuición sea dada  (éste no puede convenir, según lo que conocemos, más que el ser  primero), sino que depende de la existencia del objeto y por lo tanto no  es posible más que en cuanto la facultad de representación del sujeto es  afectada por el objeto. 

     Tampoco es necesario que limitemos el modo de intuir en el espacio y  el tiempo, a la sensibilidad del hombre; puede ser que todo ser finito  pensante tenga necesariamente que coincidir en esto con el hombre  (aunque no lo podemos decidir). Mas no por esa validez universal deja  de ser sensibilidad, porque es intuición derivada (intuitus derivatus) y no  originaria (intuitus originarius) y por tanto no intelectual; ésta, por el  fundamento que acabamos de exponer, parece convenir sólo al ser  primero, nunca empero a un ser dependiente según su existencia y según  su intuición (determinada por su existencia en relación con objetos  dados). Esta última observación, sin embargo, debe considerarse sólo  como aclaración a nuestra teoría estética, no como fundamento de  prueba.  


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Conclusión de la Estética transcendental 

 

 Aquí tenemos ya una de las partes necesarias para la solución del  problema general de la filosofía transcendental: ¿cómo son posibles  proposiciones sintéticas a priori? Constituyen esta parte las intuiciones  puras a priori, espacio y tiempo, en las cuales, cuando haciendo un juicio  a priori queremos salir del concepto dado, encontramos aquello que no  puedes ser descubierto a priori en el concepto, pero sí en la intuición que  le corresponde y puede ser sintéticamente enlazado con el primero; estos  juicios por dicha razón no pueden extenderse, sin embargo, más que a  objetos de los sentidos y valen sólo para objetos de la experiencia posible. 

 

 

Segunda parte de la Doctrina elemental transcendental  La lógica transcendental 

 

 

 

Introducción 

Idea de una lógica transcendental 

 

 

 

- I - 

 

De la lógica en general 

 

 

 Nuestro conocimiento se origina en dos fuentes fundamentales del  espíri

tu; la primera es la facultad de recibir representaciones (la  receptividad de las impresiones), la segunda es la facultad de conocer un  objeto mediante esas representaciones; por la primera nos es dado un  objeto, por la segunda es éste pensado en la relación con aquella  representación (como mera determinación del espíritu). Intuición y  conceptos constituyen, pues, los elementos de todo nuestro  conocimiento; de tal modo que ni conceptos sin intuición, que de alguna  manera les corresponda, ni intuición sin conceptos, pueden dar un  conocimiento. Ambos son o puros o empíricos. Empíricos, cuando una  


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sensación (que presupone la presencia real del objeto) está contenida en  ellos; puros, cuando con la representación no se mezcla sensación alguna.  Esta última puede llamarse la materia del conocimiento sensible. Por eso  la intuición pura encierra solamente la forma bajo la cual algo es intuido;  y el concepto puro, sólo la forma del pensar un objeto en general. Sólo  intuiciones puras o conceptos puros son posibles a priori; conceptos o  intuiciones empíricas sólo son posibles a posteriori. 

 Llamaremos sensibilidad a la receptividad de nuestro espíritu para  recibir representaciones, en cuanto éste es afectado de alguna manera;  llamaremos en cambio entendimiento a la facultad de producir nosotros  mismos representaciones, o a la espontaneidad del conocimiento. Nuestra  naturaleza lleva consigo que la intuición no pueda ser nunca más que  sensible, es decir, que encierre sólo el modo como somos afectados por  objetos. En cambio es el entendimiento la facultad de pensar el objeto de la  intuición sensible. Ninguna de estas propiedades ha de preferirse a la  otra. Sin sensibilidad, no nos sería dado objeto alguno; y sin  entendimiento, ninguno sería pensado. Pensamientos sin contenido son  vanos, intuiciones sin conceptos son ciegas. Por eso es tan necesario  hacerse sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto en la  intuición), como hacerse comprensibles las intuiciones (es decir, traerlas  bajo conceptos). Ambas facultades o capacidades no pueden tampoco  trocar sus funciones. El entendimiento no puede intuir nada, y los  sentidos no pueden pensar nada. Sólo de su unión puede originarse  conocimiento. No por eso, sin embargo, es lícito confundir la aportación  de cada uno, sino que hay fuertes motivos para separar y distinguir  cuidadosamente unos y otros. Por eso distinguimos la ciencia de las  reglas de la sensibilidad en general, es decir, la estética, de la ciencia de  las reglas del entendimiento en general, es decir, la lógica. 

     Ahora bien, la lógica puede a su vez tomarse en dos sentidos; o como  lógica del uso general del entendimiento, o como lógica del uso  particular del mismo. La primera encierra las reglas del pensar,  absolutamente necesarias, sin las cuales no hay uso alguno del  entendimiento, y se dirige, pues, a él sin tener en cuenta la diferencia  entre los objetos a que pueda referirse. La lógica del uso particular del  entendimiento encierra las reglas para pensar rectamente sobre una  cierta especie de objetos. Aquélla puede llamarse lógica elemental; ésta,  en cambio, es el organon de tal o cual ciencia. Esta última suele, en las  escuelas, ir por delante como propedéutica de las ciencias, aunque,  según la marcha de la razón humana, es lo último a que ésta llega,  cuando ya la ciencia está desde hace tiempo hecha, y necesita sólo la  última mano para su comprobación y perfección. Pues hay que conocer  


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los objetos ya en un grado bastante elevado, para dar las reglas de cómo  pueda llevarse a cabo una ciencia de ellos. 

 La lógica general es o lógica pura o lógica aplicada. En la primera  hacemos abstracción de todas las condiciones empíricas bajo las cuales  nuestro entendimiento se ejercita, v. g., del influjo de los sentidos, del  juego de la imaginación, de las leyes de la memoria, de la fuerza de la  costumbre, de la

 inclinación,. etc., y por lo tanto, también de las fuentes  de los prejuicios y, en general, de todas las causas que pueden originar o  introducir en nosotros ciertos conocimientos, porque éstas se refieren al  entendimiento sólo bajo ciertas circunstancias de su aplicación y para  conocerlas es necesario la experiencia. Una lógica general, pero pura, tiene  sólo que ocuparse de principios a priori y es un canon del entendimiento y  de la razón; pero sólo por lo que se refiere a la parte formal de su uso, sea  el contenido el que quiera (empírico o transcendental). Mas la lógica  general se llama luego aplicada cuando se refiere a las reglas del uso del  entendimiento, bajo las condiciones subjetivas empíricas que nos enseña  la psicología. Tiene pues, principios empíricos, si bien es general en  cuanto se ocupa del uso del entendimiento, sin distinción de objetos. Por  eso no es ni un canon del entendimiento en general, ni un organon de  ciencias particulares, sino solamente un katharticon del entendimiento  común. 

     En la lógica general, la parte que ha de constituir la doctrina pura de  la razón debe, pues, separarse enteramente de la parte que constituye la  lógica aplicada (aunque siempre general). La primera sola es  propiamente ciencia, si bien corta y seca y tal como la exige la exposición  escolástica de una doctrina elemental del entendimiento. En ésta no  deben los lógicos perder de vista nunca dos reglas: 

 1) Como lógica general, hace abstracción de todo contenido del  conocimiento intelectual y de la diferencia de sus objetos y no se ocupa  de nada más que de la mera forma del pensar. 

 2) Como lógica pura, no tiene principios empíricos. Por lo tanto, no  toma nada (como a veces se ha creído) de la psicología, la cual, pues, no  tiene influjo alguno en el canon del entendimiento. En una doctrina  demostrada y todo en ella tiene que ser enteramente cierto a priori. 

 Lo que yo llamo lógica aplicada (contrariamente a la significación  ordinaria de esta palabra, según la cual ha de contener ciertos ejercicios  para los cuales la lógica pura da la regla) es una representación del  entendimiento y de las reglas de su uso necesario in concreto, a saber,  bajo las condiciones contingentes del sujeto, que pueden impedir o  facilitar ese uso y que todas ellas sólo empíricamente son dadas. Trata de  la atención, de sus obstáculos y sus consecuencias, del origen del error,  


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del estado de duda, del escrúpulo, de la convicción, etc. La lógica general  y pura guarda con ella la misma relación que la moral -que contiene sólo  las leyes morales necesarias de una voluntad libre en general- guarda  con la teoría propia de la virtud, que considera esas leyes bajo los  obstáculos de los sentimientos, inclinaciones y pasiones a que los  hombres, más o menos, están sometidos, y no puede nunca proporcionar  una ciencia verdadera y demostrada, porque, igual que aquella lógica  aplicada, necesita principios empíricos y psicológicos. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

- II - 

 

De la lógica transcendental 

 

 La lógica general hace abstracción, como hemos visto, de todo  contenido del conocimiento, es decir, de toda referencia del conocimiento  al objeto y considera solamente la forma lógica en la relación de los  conocimientos entre sí, es decir, la forma del pensamiento en general.  Ahora bien, así como hay intuiciones puras y empíricas (según  demuestra la estética transcendental), así también podría hallarse una  distinción entre un pensar puro y un pensar empírico de los objetos. En  este caso, habría una lógica en la cual no se hiciera abstracción de todo  contenido del conocimiento; pues aquella lógica que encerrase sólo las  reglas del pensar puro de un objeto, excluiría todos los conocimientos  que tuvieran un contenido empírico. Esta lógica se referiría también al  origen de nuestros conocimientos de los objetos, por cuanto ese origen  no puede ser atribuido a los objetos. En cambio, la lógica general no se  preocupa del origen del conocimiento, pues no considera las  representaciones -sean desde un principio dadas a priori en nosotros  mismos o séannos sólo empíricamente dadas- más que por las leyes  según las cuales el entendimiento las usa en relación mutua, cuando  piensa; es decir, que trata sólo de la forma del entendimiento que puede  ser proporcionada a las representaciones, cualquiera que sea su origen.  


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 Y aquí hago yo una observación que extiende su influjo a todas las  consideraciones posteriores y que no deberá perderse de vista, a saber:  que no todo conocimiento a priori ha de llamarse transcendental. Sólo  aquél por el cual conocemos que ciertas representaciones (intuiciones o  conceptos) son empleadas o son posibles solamente a priori y cómo lo  son, debe llamarse transcendental (es decir, que se refiere56 a la  posibilidad del conocimiento o al uso del mismo a priori). Por eso ni el  espacio ni ninguna determinación geométrica a priori del espacio es una  representación transcendental; sólo puede llamarse transcendental el  conocimiento de que esas representaciones no tienen un origen empírico  y la posibilidad de que una determinación geométrica a priori se refiera,  sin embargo, a priori a objetos de la experiencia. De igual modo el uso del  espacio para los objetos en general sería también transcendental; mas si  se limita sólo a los objetos de los sentidos, llámase empírico. La  distinción de lo transcendental y de lo empírico pertenece, pues, sólo a la  crítica de los conocimientos y no se refiere a la relación de éstos con su  objeto. 

 Esperando pues, que pueda haber quizá conceptos que se refieran a  priori a objetos, no como intuiciones puras o sensibles, sino sólo como  acciones del

 pensar puro, que sean, por tanto, conceptos, pero cuyo  origen no sea empírico ni estético, nos hacemos de antemano la idea de  una ciencia del entendimiento puro y del conocimiento racional, por la  cual pensamos enteramente a priori objetos. Semejante ciencia, que  determinase el origen, la extensión y la validez objetiva de esos  conocimientos, tendría que llamarse lógica transcendental, porque no trata  sino de las leyes del entendimiento y de la razón. Pero solamente en  cuanto son referidas a objetos a priori y no, como la lógica general, a los  conocimientos racionales, empíricos o puros, sin distinción. 

 

 

- III - 

 

De la división de la lógica general en analítica y dialéctica 

 

     La antigua y famosa pregunta con que se creía estrechar a los lógicos  y se trataba de ponerlos en la alternativa o de dejarse sorprender en un  miserable dialelo o de confesar su ignorancia y por ende la vacuidad de  todo su arte, es la siguiente: ¿qué es la verdad? La definición nominal de la  verdad, a saber: que es la coincidencia del conocimiento con su objeto, se 

                                                             

56 En conformidad con la opinión de Adickes, Vorländer, Natorp, añadimos las palabras:  «que se refiere» (N. del T.)  


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concede aquí y se presupone. Se desea empero saber cuál sea el criterio  general y seguro de la verdad de cada conocimiento. 

     Es ya una prueba grande y necesaria de prudencia y de penetración,  el saber lo que razonablemente se haya de preguntar. Pues cuando la  pregunta es en sí absurda y exige contestaciones innecesarias, tiene a  veces el inconveniente, a parte de avergonzar al que la hace, de conducir  al que la oye sin fijarse bien en ella, a contestaciones absurdas y de dar a  ambos el aspecto ridículo que los antiguos expresaban diciendo: uno  ordeña al macho y otro tiene el jarro. 

 Si verdad consiste en la coincidencia de un conocimiento con su  objeto, entonces ese objeto debe, por lo mismo, distinguirse de otros;  pues un conocimiento es falso cuando no coincide con el objeto a que se  refiere, aunque encierre algo que pueda quizá valer para otros objetos.  Ahora bien, un criterio general de la verdad sería el

 que fuese valedero  para todos los conocimientos en general, sin distinción

 de objetos. Pero  es bien claro que como en ese criterio se hace abstracción de todo  contenido del conocimiento (referencia a su objeto) y la verdad concierne  precisamente a ese contenido, resulta enteramente imposible y absurdo  preguntar por una característica de la verdad de ese contenido de los  conocimientos y, por tanto, es imposible dar una nota suficiente y al  mismo tiempo general de la verdad. Como más arriba hemos  denominado materia del conocimiento al contenido del mismo, habrá  que decir: de la verdad del conocimiento, según la materia, no se puede  pedir característica alguna general, porque ello es contradictorio en sí  mismo. 

     Mas por lo que se refiere al conocimiento según la mera forma (con  exclusión de todo contenido), es también claro que la lógica, en cuanto  indica las reglas universales y necesarias del entendimiento, tiene que  exponer, precisamente en esas reglas, criterios de la verdad. Pues lo que  contradice a esas reglas es falso, porque el entendimiento entonces se  opone a sus reglas generales del pensar, por tanto a sí mismo. Pero estos  criterios se refieren sólo a la forma de la verdad; es decir del pensar en  general, y en ese sentido son enteramente exactos, mas no suficientes.  Pues aun cuando un conocimiento sea enteramente conforme a la forma  lógica, es decir, aunque no se contradiga a sí mismo, puede sin embargo  contradecir al objeto. Así pues el criterio meramente lógico de la verdad,  a saber la coincidencia de un conocimiento con las leyes universales y  formales del entendimiento y de la razón, es la conditio sine qua non, y por  tanto la condición negativa de toda verdad. Pero más allá no puede ir la  lógica; la lógica no tiene medios para descubrir el error que se refiere no  a la forma, sino al contenido.  


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 75 

 La lógica general resuelve en sus elementos la función formal del  entendimiento y de la razón y expone dichos elementos como principios  de todo juicio lógico de nuestro conocimiento. Esta parte de la lógica  puede pues llamarse analítica y por eso es la piedra de toque, negativa al  menos, de la verdad; ya que, ante todo, hemos de examinar y apreciar  según estas reglas todo conocimiento en su forma, antes de investigarlo  en su contenido, para decidir si encierra verdad positiva con respecto al  objeto. Mas como la mera forma del conocimiento, por mucho que  coincida con las leyes lógicas, no basta ni mucho menos para constituir la  verdad material (objetiva) del conocimi

ento, nadie puede, con la lógica  sólo, atreverse a juzgar sobre objetos y afirmar nada, sin antes haber  obtenido fuera de la lógica información fundada acerca de ellos, para  luego tratar de utilizar y enlazar esa información en un todo coherente,  según leyes lógicas o, mejor todavía, para examinarla según las leyes  lógicas. Sin embargo hay algo tan seductor en la posesión de ese arte  ilusorio de dar a todos nuestros conocimientos la forma del  entendimiento (aun cuando en lo que se refiere al contenido del mismo  pueda ser harto pobre y vacío) que aquélla lógica general aunque es sólo  un canon para el juicio, ha sido usada como un organon, por decirlo así,  para la producción real o al menos para la ficción de afirmaciones  objetivas; y de ese modo, en realidad lo que se ha hecho ha sido usarla  abusivamente. La lógica general, como supuesto organon, llámase  dialéctica. 

     Por muy diferente que haya sido la significación en que los antiguos  empleaban este nombre de una ciencia o de un arte, puede colegirse por  el uso real que hacen de la dialéctica que ésta no era, entre ellos, más que  la lógica de la apariencia, un arte sofístico para dar a su ignorancia o  incluso a sus premeditadas ficciones el color de la verdad, imitando el  método de sólida fundamentación que prescribe la lógica y empleando  su tópica como paliativo de toda ficción vana. Puede pues, notarse, como  advertencia segura y útil: que la lógica general, considerada como organon,  es siempre una lógica de la apariencia, es decir, dialéctica. Pues como no  nos enseña nada sobre el contenido del conocimiento, sino sólo las  condiciones formales de la concordancia con el entendimiento, las cuales  por lo demás, en lo que se refiere a los objetos, son enteramente  indiferentes, resulta que la pretensión de usarla como un instrumento  (organon) para extender los conocimientos y ampliarlos, al menos  ficticiamente, no conduce más que a una palabrería vana que afirma lo  que se quiere con alguna apariencia o ataca también según el capricho. 

     Semejante enseñanza no es en modo alguno conforme a la dignidad  de la filosofía. Por eso se ha preferido añadir a la lógica esa  


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 76 

denominación de dialéctica, como crítica de la apariencia dialéctica; y como  tal queremos que se entienda también aquí. 

 

 

- IV - 

 

De la división de la lógica transcendental en analítica y  dialéctica transcendentales 

 

 

     En una lógica transcendental aislamos el entendimiento (como antes  hemos aislado la sensibilidad en la Estética transcendental) y destacamos  de nuestro conocimiento tan sólo la parte del pensar que tiene su

 origen  sólo en el entendimiento. El uso de ese conocimiento puro descansa,  empero, en la condición de que, en la intuición, nos sean dados objetos a  los que puede aplicarse dicho conocimiento. Pues sin intuición, carece de  objetos todo conocimiento y, entonces, queda enteramente vacío. La  parte, por lo tanto, de la lógica transcendental, que expone los elementos  del conocimiento puro del entendimiento y los principios sin los cuales  no se puede nunca pensar un objeto, es la analítica transcendental y al  mismo tiempo una lógica de la verdad. Pues ningún conocimiento puede  contradecirla sin que al mismo tiempo pierda todo contenido, es decir  toda referencia a algún objeto, y por ende toda verdad. Mas como es  muy atractivo y seductor usar solos ese conocimiento puro del  entendimiento y esos principios y aún usarlos más allá de los límites de  la experiencia (la cual sin embargo es la única que nos puede  proporcionar la materia (objetos) a que pueden aplicarse aquellos  conceptos puros del entendimiento) cae el entendimiento en el peligro de  hacer, mediante sutilezas vanas, un uso material de los principios  meramente formales del entendimiento puro, y de juzgar, sin distinción,  sobre objetos que no nos son dados, y que, hasta quizá no puedan sernos  dados de manera alguna. No debiendo ser propiamente más que un  canon para el juicio del uso empírico, resulta usada abusivamente esa  analítica, cuando la hacemos valer como el organon de un uso universal e  ilimitado y cuando nos atrevemos, con el solo entendimiento puro, a  juzgar sintéticamente sobre objetos en general, y a afirmar y a decidir  acerca de ellos. En este caso, pues, sería dialéctico el uso del  entendimiento puro. La segunda parte de la lógica transcendental debe  ser, por tanto, una crítica de esa ilusión dialéctica y se llama Dialéctica  transcendental; no como arte de suscitar dogmáticamente una ilusión  semejante (arte, desgraciadamente muy fácil, de numerosas  


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 77 

charlatanerías metafísicas), sino como una crítica del entendimiento y de  la razón, respecto de su uso hyperfísico, para descubrir la falsa ilusión de  sus infundadas arrogancias y rebajar esas sus pretensiones de descubrir  y ampliar (pretensiones que piensa alcanzar mediante principios  transcendentales) reduciéndolas a un mero juicio y a una cautela del  entendimiento pero contra ilusiones sofísticas. 

 

 

Primera división 

De la lógica transcendental 

 

 

Analítica transcendental 

 

 Esta analítica es la descomposición de todo nuestro conocimiento a  priori en los elementos del conocimiento puro del entendimiento. Para  esto importan los siguientes puntos: 1) que los conceptos sean conceptos  puros y no empíricos; 2) que no pertenezcan a la intuición y a la  sensibilidad, sino al pensar y al entendimiento; 3) que sean conceptos  elementales y se distingan bien de los deducidos o compuestos de ellos;  4) que su tabla sea completa y que llenen por completo el campo todo del  entendimiento puro. Ahora bien, esta integridad de una ciencia no puede  admitirse como segura por evaluación aproximativa de un agregado  obtenido simplemente por ensayos; sólo es posible mediante una idea  conjunta del conocimiento a priori del entendimiento y mediante la  división de los conceptos que lo constituyen, división determinada por  esa idea; por lo tanto, solo es posible mediante su conexión en un sistema.  El entendimiento puro se separa enteramente no sólo de todo lo empírico  sino de toda sensibilidad. Es pues una unidad subsistente por sí misma,  que se basta a sí misma y que ningún añadido de fuera puede aumentar.  Por eso el conjunto de su conocimiento constituirá un sistema que ha de  ser comprendido y determinado bajo una idea, sistema cuya integridad y  articulación puede proporcionar al mismo tiempo una piedra de toque  para la exactitud y la autenticidad de todos los conocimientos que  convengan en él. Toda esta parte de la lógica transcendental consiste en  dos libros; el primero comprende los conceptos, el segundo los principios  del entendimiento puro. 

 

 

Libro primero  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 78 

De la analítica transcendental 

 

 

Analítica de los conceptos 

      

Entiendo por analítica de los conceptos, no el análisis de los mismos o el  procedimiento usual en las investigaciones filosóficas de descomponer  en su contenido los conceptos que se ofrecen y traerlos a claridad, sino el  análisis, menos intentado aún, de la

 facultad misma del entendimiento, para  inquirir la posibilidad de los conceptos a priori, buscándolos en el solo  entendimiento, como lugar de su nacimiento, y analizando el uso puro,  en general, de este último. Tal es el tema propio de una filosofía  transcendental, pues lo demás es el tratamiento lógico de los conceptos  en la filosofía en general. Perseguiremos, pues, los conceptos puros en  sus primeros gérmenes y rudimentos en el entendimiento humano, en  los cuales yacen preparados, hasta que, desarrollados con ocasión de la  experiencia y libertados, por ese mismo entendimiento, de las  condiciones empíricas, que les son inherentes, sean expuestos en su  pureza. 

 

 

 

 

PRIMER CAPÍTULO 

 

De la analítica de los conceptos 

 

 

Del hilo conduc

tor para el descubrimiento de todos los conceptos puros del  entendimiento 

 Cuando ponemos en juego una facultad de conocimiento,  manifiéstanse, tras múltiples ocasiones, diversos conceptos, que dan a  conocer esa facultad y pueden reunirse en una lista más o menos extensa,  dado que la observación de aquellos conceptos haya sido larga, o  penetrante. Pero ¿d

ónde acaba esta investigación? Ello es cosa que con  este procedimiento por decirlo así mecánico, no puede nunca  determinarse con seguridad. Ni estos conceptos, así buscados  ocasionalmente, se descubren en orden y unidad sistemática, sino que, al  cabo, son emparejados por la mera semejanza y ordenados, según la  cantidad de su contenido, desde los más simples hasta los más  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 79 

compuestos, en series que no tienen nada de sistemáticas, si bien han  sido obtenidas en cierto modo metódicamente. 

 La filosofía transcendental tiene la ventaja -pero también la  obligación- de buscar sus conceptos según un principio; porque surgen,  puros y sin mezcla, del entendimiento como unidad absoluta y por eso  tienen que conexionarse entre sí según un concepto o idea. Semejante  conexión empero proporciona una regla, por la cual puede determinarse  a priori el lugar de cada concepto puro del entendimiento y la integridad  de todos en conjunto; lo cual, si no, dependería del capricho o del azar. 

 

 

 

PRIMERA SECCIÓN 

 

Del hilo conductor transcendental para el descubrimiento de todos los  conceptos puros del entendimiento 

 

 

Del uso lógico del entendimiento en general 

 

 El entendimiento fue definido más arriba sólo negativamente, como  una facultad no sensible de conocimiento. Ahora bien, no podemos, sin  la sensibilidad, tener intuición alguna. El entendimiento pues no es una  facultad de intuición. Mas fuera de la intuición no hay otro modo de  conocer, sino por conceptos. Por tanto, el conocimiento de todo  entendimiento, por lo menos humano, es un conocimiento por  conceptos, no intuitivo, sino discursivo. Todas las intuiciones, como  sensibles que son, descansan en afecciones; los conceptos, en funciones.  Mas por función entiendo la unidad de la acción que consiste en ordenar  diversas representaciones bajo una común. Los conceptos se fundan pues  en la espontaneidad del pensar; como las intuiciones sensibles en la  receptividad de las impresiones. De estos conceptos no puede el  entendimiento hacer otro uso que el de juzgar por medio de ellos. Como  ninguna representación se refiere inmediatamente al objeto, a no ser la  intuición, resulta que un concepto no se refiere nunca inmediatamente a  un objeto, sino a alguna otra representación del mismo (sea intuición o  incluso ya concepto). El juicio pues es el conocimiento mediato de un  objeto; por lo tanto, la representación de una representación del mismo.  En cada juicio hay un concepto que vale para muchos y entre esta  multitud comprende también una representación dada, que se refiere  entonces inmediatamente al objeto. Así, por ejemplo, en el juicio: todos los  


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 80 

cuerpos son divisibles, el concepto de divisible se refiere a divers

os otros  conceptos; pero entre éstos se refiere aquí particularmente al concepto de  cuerpo y éste a ciertos fenómenos57 que se nos ofrecen. Estos objetos son  pues representados mediatamente, por medio del concepto de  divisibilidad. Todos los juicios son, según esto, funciones de la unidad  entre nuestras representaciones, puesto que, en lugar de una  representación inmediata, se usa para el conocimiento del objeto otra  más elevada, que comprende en sí aquélla y otras más; y así son  recogidos en uno muchos conocimientos posibles. Mas podemos reducir  a juicios todas las acciones del entendimiento, de modo que el  entendimiento en general puede representarse como una facultad de juzgar.  Pues, según lo que antecede, es una facultad de pensar. Pensar es  conocer por conceptos. Los conceptos empero se refieren, como  predicados de posibles juicios, a alguna representación de un objeto aún  indeterminado. Así el concepto de cuerpo significa algo, v. g. metal, que  puede ser conocido por aquél concepto. Así pues no es concepto sino  porque, bajo él, otras representaciones son contenidas, por medio de las  cuales puede referirse a objetos. Es pues el predicado para un posible  juicio: v. g. todo metal es un cuerpo. Las funciones del entendimiento  pueden pues ser halladas todas, si podemos exponer completamente las  funciones de la unidad en los juicios. La sección siguiente hará ver que  esto puede muy bien llevarse a cabo. 

 

SEGUNDA SECCIÓN 

 

Del hilo conductor 

para el descubrimiento de todos los conceptos puros  del entendimiento 

 

- § 9 - 

 

 

De la función lógica del entendimiento en los juicios 

 

 Si hacemos abstracción de todo contenido de un juicio en general y  atendemos sólo a la mera forma del entendimiento en él, encontramos  que la función del pensar, en el juicio, puede reducirse a cuatro rúbricas,  cada una de las cuales encierra tres momentos. Pueden representarse  cómodamente en la siguiente tabla. 

 

                                                             

57   En el ejemplar particular de Kant se ha encontrado la palabra «fenómenos» corregida y  sustituida por «intuiciones». (N. del T.)  


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 81 

 1 

CANTIDAD DE LOS JUICIOS  Universales. 

Particulares. 

Singulares. 

 

 2 

CUALIDAD  Afirmativos.  Negativos. 

Infinitos. 

 3 

RELACIÓN  Categóricos.  Hipotéticos.  Disyuntivos. 

 

 4 

MODALIDAD  Problemáticos.  Asertóricos. 

Apodícticos. 

 

      

Como esta división parece apartarse de la técnica habitual de los lógicos,  en algunos puntos, aunque no esenciales, no serán inútiles las siguientes  observaciones, para prevenir alguna mala interpretación. 

     1ª.   Los lógicos dicen con razón que, en el uso de los juicios para los  raciocinios pueden tratarse los juicios singulares como los universales.  Pues precisamente porque no tienen extensión alguna, su predicado no  puede referirse sólo a algo de lo que está contenido en el concepto del  sujeto y exceptuarse de lo demás. Vale ese predicado para aquél  concepto sin excepción, exactamente como si fuera un concepto común  con una 

extensión para cuya total significación valiese el predicado. Si  comparamos en cambio un juicio singular con otro común, simplemente  como conocimiento según la magnitud, entonces se hallará con éste en la  misma relación que la unidad con la infinidad, y por tanto será en sí  mismo esencialmente distinto de éste. Así pues, si estimo un juicio  singular (iudicium singulare) no sólo según su validez interior, sino  también como conocimiento en general, según la magnitud que tiene, en  comparación con otros conocimientos, entonces es desde luego distinto  de los juicios comunes (judicia communia) y merece ocupar un lugar  especial en una tabla completa de los momentos del pensar en general  (aunque no seguramente en la lógica que se limite al uso de los juicios  entre sí). 

 2ª. De igual modo tenían que distinguirse, en una lógica  transcendental, los juicios infinitos de los afirmativos, aún cuando en la  lógica general cuéntanse entre éstos y no forman un miembro especial de  la división. Esta lógica hace, en efecto, abstracción de todo contenido del  predicado (aunque sea negativo) y atiende tan sólo a si éste es atribuido  u opuesto al sujeto. Aquella otra lógica, en cambio, considera el juicio  


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 82 

también según el valor o contenido de esa afirmación lógica hecha por  medio de un predicado meramente negativo y la ganancia que  proporciona respecto del conocimiento todo. Si yo dijera del alma que no  es mortal, evitaría al menos un error, mediante un juicio negativo. Mas  con la proposición siguiente: el alma es inmortal, he afirmado realmente,  según la forma lógica, colocando el alma en la ilimitada extensión de los  seres inmortales. Ahora bien, como de toda la extensión de seres posibles  lo mortal constituye una parte y lo inmortal la otra, resulta que mediante  mi proposición no digo otra cosa sino que el alma es una de las infinitas  cosas que quedan cuando elimino lo mortal en su totalidad. Pero de esta  manera limítase la esfera infinita de todo lo posible, por cuanto lo mortal  queda excluido de ella y el alma queda colocada en la extensión restante  de su espacio58. Mas este espacio, a pesar de esa exclusión, sigue siendo  infinito; distintas partes del mismo pueden aún ser excluidas, sin que por  ello el concepto del alma aumente en lo más mínimo y se determine  afirmativamente. Estos juicios infinitos, por su extensión lógica, son pues  realmente sólo limitativos, respecto del contenido del conocimiento en  general; y en ese sentido no pueden omitirse en la tabla transcendental  de todos los momentos del pensar en los juicios, porque la función que el  entendimiento ejerce en ellos puede quizá ser importante en el campo de  su conocimiento puro a priori. 

 3ª. Todas las relaciones del pensar en los juicios, son: a) del  predicado con el sujeto, b) del fundamento con la consecuencia, c) del  conocimiento dividido y de todos los miembros de la división entre sí.  En la primera especie de juicios considéranse sólo dos conceptos, en la  segunda dos juicios, en la tercera varios juicios en relación unos con  otros. La proposición hipotética siguiente: «si existe una justicia perfecta,  el malo impenitente es castigado», encierra propiamente la relación de  dos proposiciones, la primera: «existe una justicia perfecta», y la  segunda: «el malo impenitente es castigado». Aquí queda indeciso si  ambas proposiciones son verdaderas en sí. Sólo la consecuencia es lo  pensado mediante este juicio. Por último, el juicio disyuntivo encierra  una relación de dos o más proposiciones, unas con otras, pero no una  relación de consecuencia, sino de oposición lógica, en cuanto que la  esfera de la una excluye la de la otra, mas al mismo tiempo de  comunidad, en cuanto que todas juntas llenan la esfera del conocimiento  propio; una relación, por tanto, de las partes de la esfera de un  conocimiento, puesto que la esfera de cada parte es un complemento de  la esfera de la otra, para el conjunto total del conocimiento propio, como  v. g. «el mundo existe o por un ciego azar o por interior necesidad o por 

                                                             

58   La primera edición decía: «...colocada en el restante espacio de su extensión».  


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 83 

una causa exterior». Cada una de esas proposiciones asume una parte de  la esfera del conocimiento posible acerca de la existencia de un mundo  en general, y todas juntas, toda la esfera. Excluir el conocimiento de una  de esas esferas, significa incluirlo en las restantes; e incluirlo en una  esfera significa excluirlo de las restantes. Así pues, en un juicio  disyuntivo, hay cierta comunidad de conocimientos que consiste en que  se excluyen recíprocamente unos a otros; mas por eso mismo, en  conjunto, determinan todos el verdadero conocimiento, constituyendo el  contenido total de un único conocimiento dado. Y esto es lo único que  hallo necesario observar aquí para entender mejor lo que sigue. 

 4ª. La modalidad de los juicios es una función muy especial de los  mismos que se caracteriza por no contribuir en nada al contenido del  juicio (pues fuera de la cantidad, cualidad y relación, nada queda ya que  constituya el contenido del juicio), y referirse tan sólo al valor de la  cópula, en relación con el pensar en general. Problemáticos son aquellos  juicios en los cuales el afirmar o negar se admite sólo como posible  (voluntario). Asertóricos, cuando es conside

rado como real (verdadero).  Apodícticos son aquellos en los cuales se advierte como necesario59. Así los  dos juicios cuya relación constituye el juicio hipotético (antecedens y  consequens), como también aquellos en cuya acción recíproca consiste el  disyuntivo (miembros de la división) son todos problemáticos. En el  ejemplo anterior, la proposición: «existe una justicia perfecta», no está  dicha asertóricamente, sino sólo pensada como un juicio voluntario, que  es posible que alguien admita, y sólo su consecuencia es asertórica. Por  eso esos juicios pueden ser manifiestamente falsos y sin embargo,  tomados problemáticamente, ser condiciones del conocimiento de la  verdad. Así el juicio: «el mundo existe por un ciego azar», en el juicio  disyuntivo, tiene sólo una significación problemática, a saber, que  alguien admita esta proposición, por un momento, y sirve sin embargo  (como indicación del camino falso entre el número de todos los que se  pueden seguir) para encontrar el camino verdadero. La proposición  problemática es pues aquella que expresa sólo posibilidad lógica (que no  es objetiva); es decir, una elección libre para dejar valer una proposición  semejante, una admisión meramente caprichosa de la misma en el  entendimiento. La asertórica dice realidad lógica o verdad, como v. g., en  un raciocinio hipotético el antecedente en la mayor se presenta  problemático; en la menor, asertórico, y muestra que la proposición está  ya enlazada con el entendimiento, según las leyes de éste. La proposición  apodíctica piensa el juicio asertórico como determinado por esas leyes 

                                                             

59  Como si el pensar en el primer caso fuese una función del entendimiento, en el segundo del  Juicio, en el tercero de la razón. Más adelante hallará esta nota su explicación.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 84 

del entendimiento mismo y, por tanto, como afirmando a priori; y de esa  manera expresa necesidad lógica. Ahora bien, como aquí todo se  incorpora gradualmente al entendimiento, de tal modo que primero se  juzga algo problemáticamente, luego se admite asertóricamente como  verdadero y por último se afirma como enlazado inseparablemente con  el entendimiento, es decir, como necesario y apodíctico, resulta que se  puede decir que las tres funciones de la modalidad son otros tantos  momentos del pensar en general. 

 

 

 

TERCERA SECCIÓN 

 

Del hilo conductor 

para el descubrimiento de todos los conceptos puros  del entendimiento 

 

- § 10 - 

 

 

De los conceptos puros del entendimiento o categorías 

 

 La lógica general hace abstracción, como hemos repetido muchas  veces, de todo contenido del conocimiento y espera que le sean dadas  representaciones por otro conducto, sea éste el que fuere, para  transformarlas en conceptos, lo cual sucede analíticamente. En cambio, la  lógica transcendental tiene ante sí un múltiple de la sensibilidad a priori,  que la estética transcendental le ofrece, para dar a los conceptos puros  del entendimiento una materia, sin la cual quedaría esa lógica sin  contenido alguno y por tanto sería enteramente vana. Ahora bien, el  espacio y el tiempo encierran un múltiple de la intuición pura a priori,  pero pertenecen a las condiciones de la receptividad de nuestro espíritu,  bajo las cuales tan sólo puede éste recibir representaciones de objetos,  que por lo tanto han de afectar siempre también al concepto de los  mismos. Mas la espontaneidad de nuestro pensar exige que ese múltiple  sea primero recorrido, recogido y reunido para hacer de él un  conocimiento. A esta acción llamo síntesis. 

     Entiendo empero por síntesis, en el sentido mas general, la acción de  añadir diferentes representaciones unas a otras y comprender su  multiplicidad en un conocimiento. Semejante síntesis es pura cuando lo  múltiple no es dado empíricamente sino a priori (como lo múltiple en el  espacio y el tiempo). Antes de todo análisis de nuestras representaciones,  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 85 

han de ser éstas dadas primero y ningún concepto puede originarse, en  su contenido, analíticamente. Mas la síntesis de un múltiple (sea dado  empíricamente o a priori) produce primero un conocimiento que puede  bien al principio ser todavía grosero y confuso y por tanto que necesita  del análisis; pero la síntesis es propiamente la que colecciona los  elementos para los conocimientos y los une en un cierto contenido; es  pues lo primero a que hemos de atender, si queremos juzgar sobre el  primer origen de nuestro conocimiento. 

     La síntesis en general es, como veremos más adelante, el mero efecto  de la imaginación, función ciega aunque indispensable del alma, sin la  cual no tendríamos conocimiento alguno, mas de la cual rara vez  llegamos a ser conscientes. Pero reducir esa síntesis a conceptos, ésta es  una función que corresponde al entendimiento y por la cual, y solo  entonces, éste nos proporciona el conocimiento en la propia significación  de esta palabra. 

 La síntesis pura, en su representación general, da el concepto puro del  entendimiento. Entiendo empero por esta síntesis, la que descansa en un  fundamento de la unidad sintética a priori: así nuestra numeración (en los  grandes números es ello sobre todo notable) es una síntesis según  conceptos, porque ocurre según un fundamento común de unidad. (v. g.  la decádica). Bajo este concepto es pues necesaria la unidad en la síntesis  de lo múltiple. 

 Analíticamente son diferentes representaciones reducidas bajo un  concep

to (de este tema trata la lógica general). Mas reducir a conceptos  no las representaciones, sino la pura síntesis de las representaciones, es lo  que enseña la lógica transcendental. Lo primero que tiene que sernos  dado, para el conocimiento de todos los objetos a priori, es lo múltiple de  la intuición pura; la síntesis de ese múltiple por la imaginación es lo  segundo, pero esto no da aún conocimiento alguno. Los conceptos que  dan unidad a esa síntesis pura y consisten sólo en la representación de esa  unidad sintética necesaria, hacen lo tercero para el conocimiento de un  objeto que se presenta, y descansan en el entendimiento. 

     La misma función que da unidad a las diferentes representaciones en  un juicio, da también unidad a la mera síntesis de diferentes  representaciones en una intuición, y esa unidad se llama, con expresión  general, el concepto puro del entendimiento. El mismo entendimiento  pues, y mediante las mismas acciones por las cuales produjo en los  conceptos la forma lógica de un juicio por medio de la unidad analítica,  pone también, por medio de la unidad sintética de lo múltiple en la  intuición en general, un contenido transcendental en sus  representaciones, por lo cual llámanse éstas conceptos puros del  


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entendimiento, que se refieren a priori a objetos, cosa que la lógica  general no puede llevar a cabo. 

     De esta manera se originan precisamente tantos conceptos puros del  entendimiento referidos a priori a objetos de la intuición en general, como  funciones lógicas en todos los juicios posibles hubo en la tabla anterior;  pues el entendimiento queda enteramente agotado por las referidas  funciones y su facultad totalmente abrazada. Vamos a llamar a esos  conceptos categorías, según Aristóteles, pues que nuestra intención es la  misma que la suya, en un principio, si bien se aleja mucho de ella en su  desarrollo. 

 

T A B L A DE L A S C A T E G O R Í A S 

 1 

DE LA CAN

TIDAD  Unidad. 

Pluralidad.  Totalidad. 

 

 2 

DE LA CUALI

DAD  Realidad. 

Negación.  Limitación. 

 3 

DE LA RELACIÓN 

Inherencia y subsistencia  (Substantia et accidens).  Causalidad y dependencia  (Causa y efecto). 

Comunidad (acción recíproca  entre el agente y el paciente). 

 

 4 

DE LA MODALIDAD  Posibilidad - imposibilidad.  Existencia - no existencia.  Necesidad - contingencia. 

 

     Tal es el inventario de todos los conceptos primariamente puros de la  síntesis, contenidos en el entendimiento a priori y por los cuales tan sólo  es éste un entendimiento puro, pues que solo por ellos puede  comprender algo, en lo múltiple de la intuición, es decir pensar un objeto  de la misma. Esta división se ha producido sistemáticamente por un  principio común, a saber la facultad de juzgar (que es tanto como la  facultad de pensar), y no ha surgido rapsódicamente de una rebusca de  los conceptos puros, emprendida a la buena de Dios; en esta última no se  puede nunca estar seguro de que la enumeración sea completa, pues que  sólo es concluida por inducción, sin pensar que de este modo nunca se  comprende por qué precisamente éstos y no otros son los conceptos que  residen en el entendimiento puro. El intento de Aristóteles de rebuscar  esos conceptos fundamentales era digno de un hombre penetrante. Mas  como Aristóteles no tenía principio alguno, los recogía conforme le iban  ocurriendo, juntando primero diez que denominó categorías  (predicamentos). Más tarde creyó haber encontrado otros cinco, que  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 87 

añadió con el nombre de postpredicamentos. Mas su tabla siguió sien

do  imperfecta. Además encuéntranse en ella algunos modos de la  sensibilidad pura (quando, ubi, situs, como también prius, simul), y uno  empírico (motus), que no pertenecen a este registro-matriz del  entendimiento; hay también algunos conceptos derivados, puestos entre  los primordiales (actio, passio) y algunos de estos últimos faltan  enteramente. 

 A propósito de éstos, hay que observar también que las categorías,  como verdaderos conceptos-raíces del entendimiento puro, tienen también  sus conceptos puros derivados, que no pueden de ningún modo pasarse  por alto en un sistema completo de la filosofía transcendental. Me  limitaré sin embargo a citarlos en este ensayo meramente crítico. 

 Séame permitido dar a esos conceptos puros(aunque derivados) del  entendimiento, el nombre de predicables del entendimiento puro (en  oposición a los predicamentos). Cuando se tienen los conceptos  originarios y primitivos, es fácil añadir los derivados y subalternos y  componer así enteramente el árbol genealógico del entendimiento puro.  Como aquí no se trata de la integridad del sistema, sino tan sólo de los  principios para un sistema, remito este complemento a otro trabajo. Pero  puede conseguirse este propósito bastante bien, tomando los manuales  de ontología y subordinando v. g. a la categoría de causalidad los  predicables de la fuerza, de la acción, de la pasión; a la de la comunidad,  los de la presencia, de la resistencia; a los predicamentos de la  modalidad, los del nacer, del morir, de la mutación, etc... Las categorías,  enlazadas con los modos de la sensibilidad pura o enlazadas entre sí, dan  una gran multitud de conceptos derivados a priori, cuya anotación y, si es  posible, completa enumeración sería un trabajo útil y no desagradable,  pero dispensable aquí. 

 Me abstengo a propósito de dar aquí las definiciones de esas  categorías, aun cuando estoy en posesión de ellas. Más tarde  descompondré estos conceptos hasta el grado que sea suficiente, con  relación a la metodología que ahora me ocupa. En un sistema de la razón  pura se me podrían exigir con razón; pero aquí harían sólo perder de  vista el punto principal de la investigación, provocando dudas y ataques  que se pueden muy bien dejar para otro trabajo, sin que ello reste nada al  propósito esencial. Sin embargo de lo poco que he adelantado sobre ese  punto, aparece bien claro que no solamente es posible sino fácil hacer un  vocabulario completo, con todas las explicaciones exigibles. Ahí están ya  los departamentos; no hay más que llenarlos y una tópica sistemática  como la presente no permite fácilmente que se falle el lugar en dónde  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 88 

pertenece propiamente cada concepto y deja ver fácilmente al mismo  tiempo el lugar que está aún vacío. 

 

 

 

- § 11 - 

 

 Sobre esta tabla de las categorías pueden hacerse consideraciones  interesantes, que pudieran quizá tener consecuencias importantes con  respecto a la forma científica de todos los conocimientos de razón. Esta  tabla es en efecto no poco útil en la parte teórica de la filosofía y hasta  indispensable para bosquejar completamente el plan de la totalidad de una  ciencia, en cuanto descansa en conceptos a priori, y dividirla  matemáticamente según determinados principios, como se desprende  claramente de que la referida tabla contiene por completo todos los  conceptos elementales del entendimiento y hasta la forma de un sistema  de los mismos en el entendimiento humano y por consiguiente da noticia  de todos los momentos de una ciencia especulativa cualquiera y aun de su  ordenación, como en otro lugar60 he dado un ejemplo de ello. He aquí  algunas de dichas observaciones. 

 Primera observación: que esa tabla, que contiene cuatro clases de  conceptos del entendimiento, puede dividirse primeramente en dos  divisiones, cuya primera se dirige a objetos de la intuición (tanto pura  como empírica) y la segunda a la existencia de esos objetos (en relación o  unos con otros o con el entendimiento). 

 La primera clase la llamaría yo la de las categorías matemáticas, la  segunda la de las dinámicas. La primera clase no tiene, como se ve,  correlatos algunos; los cuales se hallan sólo en la segunda clase. Esta  diferencia debe de tener un fundamento en la naturaleza del  entendimiento. 

     Segunda observación: que en todos sentidos hay un mismo número de  categorías en cada clase, a saber tres, lo cual invita también a la reflexión,  pues, por lo demás, toda división a priori por conceptos tiene que ser  dicotómica. Hay que añadir además que la tercera categoría de todas las  clases se origina por el enlace de la primera con la segunda de su clase. 

     Así la totalidad no es otra cosa que la multiplicidad considerada como  unidad; la limitación, no otra cosa que la realidad enlazada con la  negación; la comunidad es la causalidad de una substancia en la  determinación de las otras recíprocamente y, finalmente, la necesidad no  es otra cosa que la existencia que es dada por la posibilidad misma. Mas 

                                                             

60 Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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no se piense que por eso la tercera categoría sea un concepto meramente 

 derivado y no un concepto-raíz del entendimiento puro. Pues el enlace  de la primera con la segunda, para producir el tercer concepto, exige un  acto particular del entendimiento que no es idéntico al que se realiza en  el primero y en el segundo. Así el concepto de un número (que pertenece  a la categoría de la totalidad) no es siempre posible allí donde estén los  conceptos de la pluralidad y de la unidad (v. g. en la representación del  infinito); ni porque yo enlace el concepto de una causa con el de una  substancia, comprendo enseguida el concepto de influjo, es decir, de cómo  una substancia pueda ser causa de algo en otra substancia. Se ve pues  claramente que para ello se exige un acto especial del entendimiento;  igual ocurre en las demás categorías. 

     Tercera observación: únicamente en una categoría, la de la comunidad,  que se halla bajo el tercer título, no se ve tan claramente como en las  demás, la coincidencia con la forma correspondiente de un juicio  disyuntivo, en la tabla de las funciones lógicas. Para asegurarse de esta  coincidencia, hay que observar que en todos los juicios disyuntivos, la  esfera (la multitud de todo lo que se halla contenido en él) es  representada como un todo dividido en partes (los conceptos  subordinados) y como el uno no puede estar contenido bajo el otro, están  pensados como coordinados unos a otros y no subordinados, de tal modo  que se determinan uno a otro, no unilateralmente como en una serie, sino  recíprocamente, como en un agregado. 

 Ahora bien, pensamos un enlace semejante en un conjunto de cosas,  cuando la

 una no está subordinada como efecto a la otra como causa de  su existencia, sino coordinada a la otra, al mismo tiempo, y  recíprocamente como causa respecto de la determinación de la otra (v. g.  en un cuerpo cuyas partes se atraen y se repelen recíprocamente); ésta es  una especie de enlace muy distinta de la que se encuentra en la mera  relación de causa a efecto (fundamento a consecuencia), en la cual la  consecuencia no determina recíprocamente a su vez el fundamento y por  ende no constituye con éste (como el creador del mundo) un todo. El  entendimiento, cuando piensa una cosa como divisible, sigue el mismo  proceder que cuando se representa la esfera de un concepto dividido; y  así como en esto último los miembros de la división se excluyen unos a  otros y sin embargo están enlazados en una esfera, así también se  representa el entendimiento las partes de la cosa como partes, cuya  existencia (como substancias) sobreviene a cada una exclusivamente de  las demás, y sin embargo están enlazadas como en un todo. 

 

  


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- § 12 -61 

 

 Mas, en la filosofía transcendental de los antiguos, encuéntrase otro  capítulo que contiene conceptos puros del entendimiento, los cuales, aun  cuando no se cuentan entre las categorías, debían sin embargo, según  ellos, valer como conceptos a priori de objetos, en cuyo caso aumentarían  el número de las categorías, lo cual no puede ser. Esos conceptos están  expresados en la proposición, tan famosa entre los escolásticos: quodlibet  ens est unum, verum, bonum. Ahora bien, aun cuando el uso de ese  principio, en lo que se refiere a las consecuencias (que producían tan sólo  proposiciones tautológicas), era muy mísero, tanto que en los tiempos  modernos suele concedérsele un lugar en la metafísica casi tan sólo por  una especie de honor, sin embargo un pensamiento que tanto tiempo se  ha conservado, por muy vano que parezca ser, merece que se investigue  su origen y justifica la suposición de que tiene en alguna regla del  entendimiento su fundamento, pero que, como suele ocurrir, este  fundamento ha sido falsamente traducido. Esos supuestos predicados  transcendentales de las cosas no son más que exigencias lógicas y  criterios de todo conocimiento de las cosas en general, y ponen a la base de  ese conocimiento las categorías de la cantidad, a saber: unidad, pluralidad  y totalidad; sólo que éstas, que deberían propiamente ser tomadas  materialmente, como pertenecientes a la posibilidad de las cosas mismas,  usábanlas los antiguos en realidad sólo en su sentido formal, como  pertenecientes a la exigencia lógica, con respecto de todo conocimiento, y  sin embargo hacían inconsideradamente de esos criterios del pensar  propiedades de las cosas en sí mismas. En primer lugar, en todo  conocimiento de un objeto, la unidad del concepto, que se puede llamar  unidad cualitativa, por cuanto se piensa en ella sólo la unidad de la  conexión de lo múltiple de los conocimientos, es algo así como la unidad  del tema en un drama, un discurso, una fábula. En segundo lugar, la  verdad respecto de las consecuencias: cuantas más consecuencias  verdaderas salen de un concepto dado, tantas más características hay de  su objetiva realidad. Esto podría llamarse la pluralidad cualitativa de las  notas, que pertenecen a un concepto como fundamento común (no  pensadas en él como magnitud). Finalmente, en tercer lugar, la perfección,  que consiste en que, inversamente, esa pluralidad en conjunto conduce  de nuevo a la unidad del concepto y coincide enteramente con éste y no  con otro, lo cual puede llamarse integridad cualitativa (totalidad). De  donde se advierte claramente que esos criterios lógicos de la posibilidad  del conocimiento en general, transforman aquí las tres categorías de la 

                                                             

61 Este § 12, como el anterior, fue añadido en la 2ª. edición. (N. del T.)  


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magnitud, en las cuales la unidad en la producción de la cantidad es  tomada de un modo absolutamente homogéneo, y las emplean sólo con  el propósito de enlazar también trozos heterogéneos de conocimiento en  una conciencia, por medio de la cualidad de un conocimiento como  principio. Así el criterio de la posibilidad de un concepto (no del objeto  del mismo) es la definición, en la cual la unidad del concepto, la verdad de  todo lo que puede derivarse inmediatamente de él, y finalmente la  integridad de lo que ha sido sacado de él, constituyen lo exigible para la  formación de todo el concepto. O también: el criterio de una hipótesis es la  inteligibilidad del fundamento explicativo admitido o su unidad (sin  hipótesis subsidiaria), la verdad (coincidencia consigo mismo y con la  experiencia) de las consecuencias, que han de sacarse de él, y finalmente  la integridad de ese fundamento explicativo para las consecuencias, que  no nos muestran ni más ni menos que lo que fue admitido en la hipótesis  y devuelven a posteriori analíticamente lo que fue pensado a priori  sintéticamente, coincidiendo con ello. Así los conceptos de unidad,  verdad y perfección, no completan la tabla transcendental de las  categorías, como si ésta fuera incompleta, sino que, dejando a un lado  enteramente la relación de esos conceptos con objetos, reducen el manejo  de ellos a las reglas lógicas generales de la coincidencia del conocimiento  consigo mismo. 

  


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De la analítica de los conceptos 

De la deducción de los conceptos puros del entendimiento 

 

 

PRIMERA SECCIÓN 

 

- § 13 - 

 

 

De los principios de una deducción transcendental en general. 

 

 Los maestros de derecho, al hablar de facultades y pretensiones,  distinguen en un asunto jurídico la cuestión sobre lo que es de derecho  (quid juris) d

e la que se refiere al hecho (quid facti) y, al exigir prueba de  ambas, llaman deducción a la primera, que expone la facultad o la  pretensión jurídica. Empleamos una multitud de conceptos empíricos,  sin oposición de nadie, y nos consideramos autorizados, aun sin  deducción, a darles un sentido y significación imaginada62, porque  tenemos siempre la experiencia a mano para demostrar su objetiva  realidad. Hay sin embargo también conceptos usurpados, como v. g.  felicidad, destino, que, si bien corren con casi general indulgencia, caen sin  embargo a veces bajo la pregunta: ¿quid juris? y entonces nos vemos en  no poca perplejidad acerca de su deducción, no pudiendo adelantar  ningún fundamento claro de derecho, ni por la experiencia ni por la  razón, mediante el cual se aclarase la legitimidad de su uso. 

     Mas entre los muchos conceptos que constituyen la trama abigarrada  del conocimiento humano, hay algunos que también están determinados  para el uso puro a priori (enteramente independiente de toda experiencia)  y la legitimidad de éstos necesita siempre una deducción; porque para  mostrar que su uso, es conforme a derecho, no bastan pruebas sacadas  de la experiencia, siendo sin embargo necesario saber cómo esos  conceptos pueden referirse a objetos, no tomados de ninguna  experiencia. Por eso llamo deducción transcendental de los conceptos a  priori la explicación del modo como esos conceptos a priori pueden  referirse a objetos; y ésta se distingue de la deducción empírica, que  señala el modo como un concepto ha sido adquirido por experiencia y  reflexión sobre la experiencia. Por tanto, la deducción empírica no se 

                                                             

62 Supone Vaihinger que Kant escribió «valedera» en lugar de «imaginada». En alemán  parécense bastante ambos vocablos, para justificar una errata del cajista. (N. del T.)  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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refiere a la legitimidad sino al hecho (Factum) de donde se ha originado  la posesión. 

     Ahora tenemos ya dos clases de conceptos de muy distinta especie, los  cuales sin embargo concuerdan unos con otros en que ambas clases se  refieren enteramente a priori a objetos; son, a saber, los conceptos del  espacio y 

del tiempo, como formas de la sensibilidad, y las categorías,  como conceptos del entendimiento. Tratar de dar de ellos una deducción  empírica sería un trabajo totalmente vano; pues lo distintivo de su  naturaleza consiste precisamente en que se refieren a sus objetos, sin  haber tomado de la experiencia nada para la representación de éstos. Si  una deducción de ellos es necesaria, tendrá pues que ser siempre  transcendental. 

 Sin embargo, de estos conceptos, como de todo conocimiento, se  puede buscar en la experiencia, si no el principio de su posibilidad, al  menos las causas ocasionales de su producción; entonces las impresiones  de los sentidos dan el primer empuje para que se abra toda la fuerza de  conocimiento respecto de ellos y se lleve a cabo la experiencia; ésta  encierra dos elementos muy heterogéneos, a saber, una materia para el  conocimiento, por los sentidos, y una cierta forma para ordenar dicha  materia, por la fuente interior del puro intuir y del puro pensar, los  cuales, con ocasión de

 la primera, son puestos en ejercicio y producen  conceptos. La indagación de los primeros esfuerzos que realiza nuestro  poder de conocimiento, para elevarse desde las percepciones particulares  hasta conceptos universales, tiene sin duda alguna una gran utilidad y  hay que agradecer al famoso Locke el haber abierto el camino el primero.  Pero una deducción de los conceptos puros a priori no se lleva nunca a  cabo por ese medio, pues no está de ningún modo en esa vía, porque en  razón de su uso futuro, que debe ser enteramente independiente de la  experiencia, han de presentar esos conceptos una carta de naturaleza  bien distinta de la que los hace provenir de experiencias. Esa derivación  fisiológica, que se ha ensayado y que propiamente no puede llamarse  deducción, porque concierne a una quaestionem facti, quiero denominarla,  por eso, la explicación de la posesión de un conocimiento puro. Es pues  claro que de éste no puede haber más que una deducción transcendental  y de ningún modo una empírica y que esta última, en lo que se refiere a  los conceptos puros a priori, no es más que una serie de ensayos vanos en  que sólo puede ocuparse quien no ha comprendido la naturaleza  enteramente peculiar de esos conocimientos. 

 Ahora bien, aunque se admita que el único modo de una posible  deducción del conocimiento puro a priori es el que se haga por vía  transcendental, no por eso se ve claramente que esa deducción sea tan  


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absolutamente necesaria. Más arriba hemos perseguido hasta sus fuentes  los conceptos del espacio y del tiempo, mediante una deducción  transcendental, y hemos explicado y determinado su validez objetiva a  priori. Sin embargo, la geometría sigue su paso seguro, por entre  conocimientos a priori, sin que pueda exigirle la filosofía un certificado  de la procedencia pura y con

forme a ley, de su concepto fundamental del  espacio. Mas el uso del concepto no se refiere en esa ciencia más que al  mundo exterior de los sentidos, de cuya intuición es el espacio la forma  pura y en donde por tanto todo conocimiento geométrico, ya que se  funda en intuición a priori tiene evidencia inmediata y los objetos son,  por el conocimiento mismo, dados a priori (según su forma) en la  intuición. En cambio con los conceptos puros del entendimiento comienza la  necesidad inevitable de buscar la deducción transcendental, no solo de  ellos mismos, sino también del espacio; porque, como no hablan de  objetos con predicados de la intuición y la sensibilidad, sino con  predicados del pensar puro a priori y se refieren a los objetos en general,  sin las condiciones de la sensibilidad y no se fundan en la experiencia, ni  pueden señalar, en la intuición a priori, objeto alguno sobre el cual  funden su síntesis, antes de toda experiencia, resulta que no sólo  despiertan sospechas acerca de la validez objetiva y las limitaciones de  su uso, sino que hacen también equívoco aquél concepto del espacio,  porque tienden a usarlo por encima de las condiciones de la intuición  sensible; por lo cual fue necesario dar más arriba una deducción  transcendental de este concepto. Así el lector tiene que convencerse de la  imprescindible necesidad de esta deducción transcendental, antes de dar  un solo paso en el campo de la razón pura, porque si no andará como  ciego y, después de errar de acá para allá, tendrá que volver a la  ignorancia primera le donde partió. Mas ha de considerar también, de  antemano, claramente, la inevitable dificultad, para no quejarse luego de  obscuridad allí donde es el asunto mismo el que está profundamente  escondido, o sentirse demasiado pronto hastiado en la tarea de apartar  obstáculos; porque se trata o de abandonar enteramente todas las  pretensiones de conocimiento que tiene la razón pura, su más preciado  campo, el que pasa los límites de toda experiencia posible, o de llevar a  la perfección esta investigación crítica. 

     Hemos podido hacer comprender más arriba, sin gran trabajo, que los  conceptos del espacio y del tiempo, como conocimientos a priori, tienen  que referirse sin embargo necesariamente a objetos y hacen posible un  conocimiento sintético de estos, independientemente de toda  experiencia. Pues como sólo mediante esas formas puras de la  sensibilidad puede un objeto sernos aparente, es decir ser un objeto de la  


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intuición empírica, así resulta que espacio y tiempo son intuiciones  puras, que encierran a priori la condición de la posibilidad de los objetos  como fenómenos, y la síntesis en el espacio y el tiempo tienen validez  objetiva. 

 Las categorías del entendimiento, en cambio, no nos representan las  condiciones bajo las cuales objetos son dados en la intuición; por tanto  pueden desde luego sernos objetos aparentes sin que hayan  necesariamente de referirse a funciones del entendimiento y sin que este  entendimiento haya de contener las condiciones a priori de dichos  objetos. Por donde se muestra aquí una dificultad que no hemos  encontrado en el campo de la sensibilidad; y es a saber: ¿Cómo condiciones  subjetivas del pensar han de tener validez objetiva, es decir, deben ofrecer  condiciones de la posibilidad de todo conocimiento de los objetos? Pues  sin funciones del entendimiento pueden desde luego darse fenómenos  en la intuición. Tomo v. g., el concepto de causa, el cual significa una  especie particular de síntesis, ya que tras algo (A) se pone, según una

  regla, algo (B), enteramente diferente. No es claro a priori por qué unos  fenómenos hayan de tener algo semejante (pues no se puede dar como  prueba de ello experiencias, ya que la validez objetiva de ese concepto  tiene que poderse exponer a priori); queda por tanto indeciso a priori si  semejante concepto no será acaso totalmente vacío sin encontrar en  ninguna parte objeto alguno entre los fenómenos. Pues que los objetos de  la intuición sensible tienen que ser conformes a las condiciones formales  de la sensibilidad, que están en el espíritu a priori, se advierte claramente  porque si no, no serían objetos para nosotros; pero que además hayan de  ser conformes a las condiciones que necesita el entendimiento para la  unidad sintética del pensar, ésa es ya una conclusión que no es tan fácil  de ver. Pues los fenómenos podrían muy bien, en todo caso, estar hechos  de tal suerte que el entendimiento no los hallase conformes a las  condiciones de su unidad y andar todo en confusión tal que, v. g., en la  serie consecutiva de los fenómenos nada se ofreciese que nos  proporcionase una regla de la síntesis y que correspondiese por tanto al  concepto de causa y efecto, el cual entonces sería enteramente vano, nulo  y sin sentido. Los fenómenos no obstante ofrecerían a nuestra intuición  objetos; pues la intuición no necesita de ningún modo de las funciones  del pensar. 

 Y quien piense librarse de la pesadumbre de estas investigaciones  diciendo que

 la experiencia ofrece sin cesar ejemplos de semejante  regularidad de los fenómenos, que dan ocasión bastante para separar de  ella el concepto de causa y justificar al mismo tiempo la validez objetiva  de este concepto, no advierte que el concepto de causa no puede  


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originarse de esa manera sino que o se funda enteramente a priori en el  entendimiento o hay que abandonarlo del todo como una mera fantasía.  En efecto este concepto exige enteramente que algo (A) sea de tal modo  que otro algo (B) le siga necesariamente y según una regla absolutamente  universal. Los fenómenos proporcionan ciertamente casos, por los cuales  es posible una regla según la cual algo acontece habitualmente; pero  nunca que dicho acontecimiento sea necesario. Por eso tiene la síntesis de  la causa y el efecto una dignidad, que no se puede expresar  empíricamente, y es a saber: que el efecto no sólo se añade a la causa sino  que es puesto por ésta y es consecuencia de ésta. La estricta  universalidad de la regla no es tampoco una propiedad de las reglas  empíricas, las cuales, por inducción, no pueden alcanzar más que una  universalidad comparativa, es decir, una extensa posibilidad de  aplicación. Ahora bien, el uso de los conceptos puros del entendimiento  variaría enteramente si se las tratara sólo como productos empíricos. 

 

 

 

- § 14 - 

 

 

Tránsito a la deducción transcendental de las categorías 

 

     No hay más que dos casos posibles, en los cuales puedan coincidir las  representaciones sintéticas con sus objetos, referirse necesariamente unas  a otros y por decirlo así salirse al encuentro. O que sea el objeto el que  hace posible la representación, o que ésta sea la que hace posible el  objeto. Si ocurre lo primero, entonces la relación es empírica y la  representación no

 es nunca posible a priori. Y éste es el caso de los  fenómenos por lo que se refiere a cuanto en ellos pertenece a la  sensación. Mas si ocurre lo segundo, puesto que la representación en sí  misma (aquí no se trata de su causalidad mediante la voluntad) no  produce su propio objeto, según la existencia, habrá de ser la  representación entonces determinante a priori, en lo que se refiere al  objeto, cuando sólo por ella sea posible conocer algo como un objeto. Hay  empero dos condiciones bajo las cuales tan sólo es posible el  conocimiento de un objeto: primeramente intuición, por la cual es dado el  objeto, pero sólo como fenómeno; y en segundo lugar, concepto, por el  cual es pensado un objeto que corresponde a esa intuición. Mas de lo que  antecede resulta claramente que la primera condición, a saber la  condición bajo la cual tan sólo pueden ser intuidos objetos, está, en  


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realidad, a priori en el espíritu como base de los objetos según su forma.  C

on esta condición formal de la sensibilidad concuerdan pues  necesariamente todos los fenómenos, porque sólo por ella pueden ser  aparentes, es decir, ser empíricamente intuidos y dados. Ahora bien, se  pregunta si no preceden también conceptos a priori como condiciones,  bajo las cuales tan sólo algo es, no intuido, pero sí pensado como objeto  en general; porque entonces todo conocimiento empírico de los objetos  es necesariamente conforme a esos conceptos, porque, sin presuponerlos,  nada es posible como objeto de la experiencia. Mas toda experiencia  contiene, además de la intuición de los sentidos, por la cual algo es dado,  un concepto de un objeto, que está dado o aparece en la intuición; según  esto, a la base de todo conocimiento de experiencia, habrá, como sus  condiciones a priori, conceptos de objetos en general; por consiguiente la  validez objetiva de las categorías, como conceptos a priori, descansará en  que sólo por ellas es posible la experiencia (según la forma del pensar).  Pues entonces se referirán necesariamente y a priori a objetos de la  experiencia, porque solo mediante ellas puede, en general, ser pensado  un objeto de la experiencia. 

     La deducción transcendental de todos los conceptos a priori tiene pues  un principio, hacia el cual debe enderezarse la investigación toda, y es a  saber: que esos conceptos tienen que s

er conocidos como condiciones a  priori de la posibilidad de la experiencia (ya sea de la intuición que se  encuentra en ella, o del pensamiento). Conceptos que proporcionan el  fundamento objetivo de la posibilidad de la experiencia, son necesarios,  precisamente por ello. Mas el desarrollo de la experiencia, en donde se  encuentran, no es su deducción (sino su ilustración), porque entonces no  serían más que contingentes. Sin esa primordial referencia a la  experiencia posible, en donde se presentan todos los objetos del  conocimiento, no podría comprenderse la referencia de los conceptos a  algún objeto63. 

 El famoso Locke, a quien faltó hacer esta consideración, habiendo  hallado en la experiencia conceptos puros del entendimiento, los derivó 

                                                             

63 Hasta aquí coinciden la 1ª. y la 2ª. edición. La parte que sigue, en el texto, hasta el final de  e

ste § no se halla en la 1ª. edición. En su lugar dice ésta como sigue: «Mas hay tres fuentes  primordiales (capacidades o facultades del alma) que encierran las condiciones de la  posibilidad de toda experiencia y no pueden a su vez ser derivadas de ninguna otra facultad  del espíritu, y son: sentido, imaginación y apercepción. Sobre ellas se funda 1) la synopsis de lo  múltiple a priori por el sentido; 2) la síntesis de ese múltiple por la imaginación; por último 3)  la unidad de esa síntesis por la apercepción originaria. Todas estas facultades tienen, además  del uso empírico, un uso transcendental que se refiere sólo a la forma y es posible a priori. De  éste empero por lo que se refiere a los sentidos, hemos hablado más arriba en la primera  parte y las otras dos facultades vamos a esforzarnos por conocerlas ahora, según su  naturaleza».  


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de la experiencia y sin embargo procedió con tanta inconsecuencia que se  atrevió a ensayar de obtener con ellos conocimientos que pasan muy por  encima de los límites de toda experiencia. David Hume conoció que para  poder hacer esto último, era necesario que esos conceptos tuviesen su  origen a priori. Pero no pudo explicarse como sea posible que el  entendimiento tenga que pensar, como necesariamente enlazados en el  objeto, conceptos que, en sí, en el entendimiento, no están enlazados, y  no cayó tampoco en la cuenta de que acaso el entendimiento, por medio  de esos conceptos mismos, pudiera ser el creador de la experiencia en  donde sus objetos son hallados; así pues, apremiado por la necesidad,  hubo de derivarlos de la experiencia (a saber, de una necesidad  subjetiva, que se origina en la experiencia por frecuente asociación, y que  luego consideramos falsamente como objetiva, y es la costumbre), pero  procedió después con gran consecuencia, declarando que es imposible  franquear los límites de la experiencia con esos conceptos y con los  principios a que ellos dan lugar. Pero la derivación empírica que ambos  autores verificaron, no se compagina con la realidad de los  conocimientos científicos a priori que poseemos, a saber: la matemática  pura y la ciencia universal de la naturaleza, y por tanto queda refutada por  el hecho (Factum). 

 El primero de esos dos hombres ilustres abrió ancho campo al  misticismo; porque la razón, en cuanto advierte que se le concede  permiso, no consiente ya mantenerse en sus limitaciones, por mucho que  se le encomie la moderación. El segundo entregóse enteramente al  escepticismo, porque había creído descubrir que era una ilusión de  nuestra facultad de conocer lo que universalmente se tenía por razón.  Estamos ahora en el punto de hacer el ensayo de gobernar la razón  felizmente por entre esos dos escollos, señalándole sus determinados  límites y conservando sin embargo abierto para ella todo el campo de su  actividad adecuada. 

 Sólo quiero dar antes la definición de las categorías. Son concep

tos de  un objeto en general, por medio de los cuales la intuición de éste es  considerada como determinada con respecto a una de las funciones lógicas  en los juicios. Así la función del juicio categórico es la de la relación del  sujeto con el predicado, v. g., todos los cuerpos son divisibles. Mas con  respecto al uso meramente lógico del entendimiento, queda  indeterminado a cuál de los dos conceptos se ha de dar la función del  sujeto y a cuál la del predicado. Pues se puede decir también: algo  divisible es cuerpo. Mas, por medio de la categoría de substancia,  cuando pongo bajo ella el concepto de cuerpo, queda determinado que  su intuición empírica en la experiencia tiene que ser considerada siempre  


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sólo como sujeto, nunca como mero predicado; y así en todas las  restantes categorías. 

 

  


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SEGUNDA SECCIÓN 

 

De la deducción de los conceptos puros del entendimiento  Deducción

 transcendental de los conceptos puros del entendimiento 

 

 

- § 15 - 

 

 

De la posibilidad de un enlace en general 

 

     Lo múltiple de las representaciones puede ser dado en una intuición,  que es meramente sensible, es decir, mera receptibilidad; y la forma de  esa intuición puede estar a priori en nuestra facultad de representación,  sin ser, sin embargo, otra cosa que el modo como el sujeto es afectado.  Pero el enlace (conjunctio) de un múltiple en general no puede nunca 

 venir a nosotros por medio de los sentidos, y no puede tampoco, por lo  tanto, estar contenido al mismo tiempo en la forma pura de la intuición  sensible; pues es un acto de la espontaneidad de la facultad  representativa y como esta facultad debe llamarse entendimiento, a  diferencia de la sensibilidad, resulta que todo enlace, seamos o no  conscientes de él, sea un enlace de lo múltiple de la intuición o de varios  conceptos, y, en el primer caso, de la intuición empírica o de la no  empírica, es una acción del entendimiento, que vamos a designar co

n la  denominación general de síntesis, para hacer notar así, al mismo tiempo,  que no podemos representarnos nada como enlazado en el objeto, sin  haberlo enlazado previamente nosotros mismos, y de todas las  representaciones, es el enlace la única que no es dada por medio de  objetos, sino que sólo por el sujeto mismo puede ser ejecutada, por ser un  acto de su actividad propia. Fácilmente se advierte que esa acción ha de  ser originariamente una e igualmente valedera para todo enlace y que la  descomposición (análisis), que parece ser su contrario, la presupone, sin  embargo, siempre; pues allí donde el entendimiento previamente no ha  enlazado nada, no puede tampoco descomponer nada, porque sólo por  el entendimiento ha tenido que darse a la facultad de representación algo  como enlazado. 

 Mas el concepto del enlace contiene, además del concepto de lo  múltiple y de la síntesis del mismo, también el de la unidad. Enlace es la  


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representación de la unidad sintética de lo múltiple64. La representación  de esa unidad no puede por tanto nacer del enlace; más bien es ella la  que hace posible el concepto del enlace, viniendo a añadirse a la  representación de lo múltiple. Esa unidad que precede a priori a todos los  conceptos del enlace, no es aquella categoría de la unidad (10), pues  todas las categorías se fundan en funciones del juicio; en estas empero se  piensa ya enlace y por lo tanto unidad de conceptos dados. La categoría  presupone pues ya enlace. Así pues tenemos que buscar esa unidad  (como unidad cualitativa, § 12) más alto, a saber en aquello que contiene  el fundamento de la unidad de diferentes conceptos en el juicio, por lo  tanto, de la posibilidad del entendimiento, incluso en su uso lógico. 

 

 

- § 16 - 

 

 

De la unidad originariamente sintética de la apercepción 

 

 El yo pienso tiene que poder acompañar a todas mis representaciones;  pues, si no, sería representado en mí algo que no podría ser pensado, lo  cual significa tanto como decir que la representación sería, o bien  imposible o al menos nada para mí. La representación que pueda ser  dada antes de todo pensar, llámase intuición. Así pues todo múltiple de  la intuición tiene una relación necesaria con el yo pienso, en el mismo  sujeto en donde ese múltiple es hallado. Esa representación empero es un  acto de la espontaneidad, es decir, que no puede ser considerada como  perteneciente a la sensibilidad. Denomínola apercepción pura, para  distinguirla de la empírica, o también apercepción originaria, porque es  aquella autoconciencia que, produciendo la representación yo pienso (que  tiene que poder acompañar a todas las demás y que es una y la misma en  toda conciencia), no puede ser deducida de ninguna otra. A su unidad  doy el nombre de unidad transcendental de la autoconciencia, para señalar  la posibilidad del conocimiento a priori nacido de ella. Pues las múltiples  representaciones, que son dadas en una cierta intuición, no serían todas  ellas mis representaciones, si no perteneciesen todas ellas a una  autoconciencia, es decir, que, como representaciones mías (aunque no  sea yo consciente de ellas como tales), tienen que conformarse  necesariamente con la condición bajo la cual tan sólo pueden coexistir en 

                                                             

64 Si las representaciones mismas son idénticas y puede por lo tanto ser pensada  analíticamente la una mediante la otra, es cosa que no consideramos aquí. La conciencia de la  una tiene que distinguirse siempre de la conciencia de la otra, por cuanto se trata de lo  múltiple, y lo que aquí importa es la síntesis de esa (posible) conciencia.  


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una autoconciencia universal, pues de otro modo no me pertenecerían  todas absolutamente. De este enlace originario pueden sacarse muchas  consecuencias. 

 A saber; esa continua identidad de la apercepción de un múltiple  dado en la intuición, contiene una síntesis de las representaciones y no es  posible sino por medio de la conciencia de esa síntesis. Pues la conciencia  empírica, que acompaña a diferentes representaciones, es en sí dispersa y  sin relación con la identidad del sujeto. Para que esa relación suceda no  basta pues con que a cada representación acompañe yo conciencia, sino  que he de añadir una a la otra y ser consciente de la síntesis de las  mismas. Así pues, sólo porque puedo enlazar en una conciencia un  múltiple de representaciones dadas, es posible que me represente la  identidad de la conciencia en esas representaciones mismas, es decir, que la  unidad analítica de la apercepción no es posible sino presuponiendo  alguna unidad sintética65. El pensamiento siguiente: «estas  representaciones dadas en la intuición me pertenecen todas», significa,  según eso, tanto como: «las reúno en una autoconciencia o puedo, al  menos, reunirlas». Y aunque no es todavía la conciencia de la síntesis de  las representaciones, sin embargo presupone la posibilidad de esta  última, es decir, que sólo porque puedo comprender en una conciencia lo  múltiple de las representaciones, llamo a todas estas mis  representaciones; pues si no, tendría un yo tan abigarrado y diferente,  como representaciones tuviese conscientes. La unidad sintética de lo  múltiple de las intuiciones, como dada a priori es pues el fundamento de  la identidad de la apercepción misma, que precede a priori a todo mi  pensamiento determinado. Mas el enlace no está en los objetos y no  puede ser tomado de ellos, v. g. mediante la percepción, y recogido así  en el entendimiento; sino que es obra del entendimiento, el cual no es  más que la facultad de enlazar a priori y reducir lo múltiple de  representaciones dadas bajo la unidad de la apercepción. Este principio  es el más alto en todo el conocimiento humano. 

                                                             

65 La unidad analítica de la conciencia es inherente a todos los conceptos comunes como 

tales; v. g. cuando pienso rojo en general, represéntome una cualidad que (como nota) puede  hallarse en alguna parte o estar enlazada con otras representaciones; así pues, sólo mediante  una posible unidad sintética, previamente pensada, puede representarme la analítica. Una  representación que debe ser pensada como común a representaciones diferentes, es considerada  como perteneciente a representaciones que tienen en sí, además de ella, alguna otra cosa  diferente; por consiguiente tiene que pensarse previamente en unidad sintética con otras  representaciones (aunque sólo sean posibles) antes de que pueda yo pensar en ella la unidad  analítica de la conciencia que hace de ella un conceptus communis. Y así la unidad sintética de  la apercepción es el punto más alto de donde ha de suspenderse todo uso del entendimiento  y la lógica misma, y con ella la filosofía transcendental; es más, aquella facultad es el  entendimiento mismo.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 103 

 Este principio, empero, de la necesaria unidad de la apercepción,  aunque es idéntico y, por tanto, proposición analítica, declara sin  embargo necesaria una síntesis de lo múltiple dado en una intuición, sin  cuya síntesis no puede ser pensada aquella completa identidad de la  autoconciencia. Pues por medio del yo como representación simple, nada  múltiple es dado; éste no puede ser dado más que en la intuición, que es  diferente del yo, y sólo por medio de un enlace puede ser pensado en una  conciencia. Un entendimiento en el cual todo lo múltiple fuese dado, a la  vez, mediante la autoconciencia, intuiría; el nuestro sólo puede pensar y  tiene que buscar la intuición en los sentidos. Soy pues consciente del yo  idéntico, con respecto a lo múltiple de las representaciones, dadas a mí  en una intuición, porque a todas ellas llamo mis representaciones, que  constituyen una sola. Mas esto significa que soy consciente a priori de una  síntesis necesaria de las mismas, que se llama la unidad sintética  originaria de la apercepción, bajo la cual están todas las representaciones,  dadas a mí, pero bajo la cual también tienen ellas que ser reducidas por  medio de una síntesis. 

 

 

 

- § 17 - 

 

 

El principio de la unidad si

ntética de la apercepción es el principio supremo de  todo uso del entendimiento 

 

     El principio supremo de la posibilidad de toda intuición, con respecto  a la sensibilidad, era, según la estética transcendental: que todo lo  múltiple de aquélla se halla bajo las condiciones formales del espacio y  del tiempo. El principio supremo de la misma con respecto al  entendimiento es: que todo lo múltiple de la intuición se halla bajo las  condiciones de la unidad sintética originaria de la apercepción66. Bajo el  primero de estos principios están todas las múltiples representaciones de  la intuición, por cuanto nos son dadas; y están bajo el segundo, por  cuanto tienen que poder ser enlazadas en una conciencia; pues sin ésta 

                                                             

66 El espacio y el tiempo y todas las partes de los mismos son intuiciones, por tanto 

representaciones únicas, con lo múltiple que contienen (véase la estética transcendental). No  son pues meros conceptos por medio de los cuales una y la misma conciencia se encuentre  como contenida en muchas representaciones, sino muchas representaciones como contenidas  en una sola y en la conciencia de ésta, que por ende resulta compuesta; la unidad de la  conciencia es pues sintética, y sin embargo originaria. Este carácter de únicas que tienen esas  representaciones es importante en la aplicación. (Véase § 25).  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 104 

nada puede ser pensado o conocido, porque las representaciones dadas  no tienen en común el acto de la apercepción: «yo pienso», y no serían  por él comprendidas en una autoconciencia. 

     Entendimiento es, hablando en general, la facultad de los conocimientos.  Éstos consisten en la determinada referencia de las representaciones  dadas a un objeto. Objeto empero es aquello en cuyo concepto lo múltiple  de una intuición dada es reunido. Ahora bien, toda unión de 

 representaciones exige unidad de la conciencia en la síntesis de las  mismas. Consiguientemente la unidad de la conciencia es lo que  constituye la referencia de las representaciones a un objeto, por tanto su  validez objetiva y consiguientemente aquello por lo cual llegan a ser  conocimientos y sobre lo cual descansa la posibilidad del entendimiento  mismo. 

     El primer conocimiento puro del entendimiento, aquél sobre el que se  funda todo su uso posterior, y que es también al mismo tiempo  enteramente independiente de todas las condiciones de la intuición  sensible, es pues el principio de la unidad sintética originaria de la  apercepción. Así la mera forma de la intuición sensible externa, el  espacio, no es aún conocimiento alguno; sólo proporciona lo múltiple de  la intuición a priori para un conocimiento posible. Mas para conocer algo  en el espacio, v. g. una línea, tengo que trazarla, y así llevar a cabo  sintéticamente un determinado enla

ce de lo múltiple dado; de tal modo,  que la unidad de esa acción es al mismo tiempo la unidad de la  conciencia (en el concepto de una línea) y por ella tan sólo es conocido  un objeto (un determinado espacio). La unidad sintética de la conciencia  es pues una condición objetiva de todo conocimiento; no que yo la  necesite sólo para conocer un objeto, sino que es una condición bajo la  cual tiene que estar toda intuición, para llegar a ser objeto para mí, porque  de otro modo, y sin esa síntesis, lo múltiple no se uniría en una  conciencia. 

 Esta última proposición misma es, como he dicho, analítica, aún  cuando hace de la unidad sintética una condición de todo pensar; pues  sólo dice que todas mis

 representaciones en cualquier intuición dada  tienen que estar bajo la condición por la cual tan sólo puedo yo contarlas,  en la identidad de mí mismo, como mis representaciones, y por tanto  comprenderlas, bajo la expresión general: «yo pienso», como enlazadas  sintéticamente en una apercepción. 

 Mas este principio no es sin embargo un principio para todo  entendimiento posible en general, sino sólo para aquél, cuya pura  apercepción en la representación: «yo soy» no proporciona nada  múltiple. Aquél otro entendimiento, cuya autoconciencia proporcionase  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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al mismo tiempo lo múltiple de la intuición, un entendimiento, por cuya  representación existiesen al mismo tiempo los objetos de esa  representación, no necesitaría acto alguno particular de la síntesis de lo  múltiple, para la unidad de la conciencia. Pero el entendimiento humano  necesita ese acto porque piensa solamente, y no intuye. Mas para el  entendimiento humano es aquél principio inevitablemente el primero, de  tal modo que el entendimiento humano no puede formarse el menor  concepto de otro entendimiento posible, ya sea uno que intuya por sí  mismo, ya sea uno que aunque provisto de intuición sensible, la tenga de  otra especie que la que se base en el espacio y el tiempo. 

 

 

 

- § 18 - 

 

 

Qué sea la unidad objetiva de la autoconciencia 

 

 La unidad transcendental de la apercepción es la que une en un  concepto del objeto todo lo múltiple dado en una intuición. Por eso  llámase objetiva y debe distinguirse de la unidad subjetiva de la  conciencia, que es una determinación del sentido interno, por la cual lo  múltiple de 

la intuición es dado empíricamente para aquel enlace. Que  yo pueda empíricamente tener conciencia de lo múltiple como simultáneo  o como sucesivo, es cosa que depende de circunstancias o condiciones  empíricas. Por eso la unidad empírica de la conciencia, por asociación de  las representaciones, se refiere a un fenómeno y es enteramente  contingente. En cambio, la forma pura de la intuición en el tiempo, como  mera intuición en general, que contiene un múltiple dado, se halla bajo la  unidad originaria de la conciencia, exclusivamente por la referencia  necesaria de lo múltiple de la intuición a un yo pienso, y por lo tanto por  la síntesis pura del entendimiento, la cual está a priori a la base de la  empírica. Aquella unidad es la única objetivamente valedera; la unidad  empírica de la apercepción, que nosotros aquí no consideramos y que  sólo es derivada in concreto de la primera, bajo condiciones dadas, no  tiene más que una validez subjetiva. Unos enlazan la representación de  cierta palabra con una cosa, otros con otra cosa; y la unidad de la  conciencia, en aquello que es empírico, no es necesaria y universalmente  valedera con respecto a lo que es dado. 

  


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 106 

 

- § 19 - 

 

 

La forma lógica de todos los juicios consiste en la unidad objetiva de la  apercepción de los conceptos contenidos en ellos 

 

     Nunca ha podido satisfacerme la explicación que los lógicos dan del  juicio en general. Según ellos dicen, es el juicio la representación de una  relación entre dos conceptos. Sin disputar aquí con ellos acerca del  defecto de su explicación, que en todo caso, conviene sólo a los juicios  categóricos, y no a los hipotéticos y disyuntivos (estos últimos no  contienen una relación entre conceptos, sino entre juicios), hago notar tan  sólo (prescindiendo de que muchas consecuencias desgraciadas se han  originado en ese defecto de la lógica)67, que no se determina en qué  consiste esa relación. 

 Pero si yo investigo más exactamente la referencia de los  conocimientos dados en todo juicio y la distingo, como perteneciente al  entendimiento, de la relación según leyes de la imaginación reproductiva  (relación que tiene sólo una validez subjetiva), entonces hallo que un  juicio no es otra cosa que el modo de reducir conocimientos dados a la  unidad objetiva de la apercepción. Para eso está la cópula «es», en los  juicios, para distinguir la unidad objetiva de representaciones dadas, de  la subjetiva. Pues esa cópula señala la referencia de las representaciones  a la apercepción originaria y la unidad necesaria de las mismas, aun  cuando el juicio sea empírico y por tanto contingente, como v. g.: los  cuerpos son pesados. Con esto no quiero decir que esas representaciones  pertenezcan necesariamente unas a otras en la intuición empírica, sino que  pertenecen unas a otras, mediante la unidad necesaria de la apercepción,  en la síntesis de las intuiciones, es decir, según principios de la  determinación objetiva de todas las representaciones, por cuanto puede  de ella salir conocimiento, principios que todos ellos son derivados del  de la unidad transcendental de la apercepción. Sólo así se transforma esa  relación en juicio, es decir, en una relación objetivamente valedera y se  distingue suficientemente de la relación de esas mismas 

                                                             

67 La extensa teoría de las cuatro figuras del silogismo se refiere sólo a los raciocinios 

categóricos y aun cuando no es más que el arte de esconder consecuencias inmediatas bajo  las premisas de un raciocinio puro y hacer creer de ese modo que hay más especies de  raciocinios que los de la primera figura, no hubiera alcanzado por eso sólo una fortuna muy  considerable, si no hubiese conseguido dar a los juicios categóricos una autoridad exclusiva,  como juicios a los cuales todos los demás han de referirse; lo cual empero es falso, según el § 

9.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 107 

representaciones, en la cual hubiere sólo validez subjetiva, v. g., según  leyes de la asociación. Según estas últimas podría yo decir solamente,  cuando sostengo un cuerpo, que siento una presión del peso; y no podría  decir: el cuerpo, él, es pesado, lo cual significa que estas dos  representaciones están enlazadas en el objeto, es decir sin distinción del  estado del sujeto, y no sólo yuxtapuestas en la percepción (por mucho  que ésta se repita). 

 

 

 

 

- § 20 - 

 

 

Todas las intuiciones sensibles están bajo las categorías, que son las condiciones  bajo las cuales solamente lo múltiple de aquellas intuiciones puede comprenderse  en una conciencia 

 

     Lo múltiple dado en una intuición sensible está necesariamente bajo la  unidad sintética originaria de la apercepción; porque sólo mediante ésta,  es posible la unidad de la intuición (§ 17). Aquella acción empero del  entendimiento, por medio de la cual lo múltiple de representaciones  dadas (sean intuiciones o conceptos) es reducido bajo una apercepción  en general, es la función lógica de los juicios (§ 19). Todo lo múltiple  pues, en cuanto es dado en una intuición empírica, está determinado con  respecto a una de las funciones lógicas en los juicios, por medio de la  cual es reducido a una conciencia en general. Mas las categorías no son  otra cosa que esas mismas funciones en los juicios, en cuanto lo múltiple  de una intuición dada está determinado con respecto a ellas (§ 14). Así  pues lo múltiple en una intuición dada se halla necesariamente bajo  categorías. 

 

 

 

- § 21 - 

 

 

Observación 

 

 Una multiplicidad, contenida en una intuición que llamo mía, es  representada, por la síntesis del entendimiento, como perteneciente a la  


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necesaria unidad de la autoconciencia, y esto sucede mediante la  categoría68. Ésta demuestra, pues, que la conciencia empírica de lo  múltiple dado de una intuición se halla bajo una autoconciencia pura a  priori, del mismo modo que la intuición empírica se halla bajo una  intuición pura, que igualmente tiene lugar a priori. En la proposición  anterior está hecho pues el comienzo de una deducción de los conceptos  puros del entendimiento, en la cual, puesto que las categorías se originan  sólo en el entendimiento, independientemente de la sensibilidad, debo hacer  abstracción también del modo cómo lo múltiple para una intuición  empírica es dado, y solo fijarme en la unidad que se añade a la intuición  por el entendimiento, mediante la categoría. Más adelante (§ 26) se  mostrará por la manera cómo en la sensibilidad es dada la intuición  empírica, que la unidad de la misma no es otra que la que la categoría,  según lo antes dicho en el § 20, prescribe a lo múltiple de una intuición  dada en general, y habiendo pues explicado su validez a priori con  respecto a todos los objetos de nuestros sentidos, sólo entonces será  realizado por completo el propósito de la deducción. 

     Pero no podía, en la prueba anterior, hacer abstracción de una parte; y  es que lo múltiple para la intuición tiene que ser dado aún antes de la  síntesis del entendimiento e independientemente de ella ¿Cómo? Esto  queda aquí indeterminado. Pues si quisiera pensar un entendimiento  que por sí mismo intuyese (como v. g. un entendimiento divino que no  se representase objetos dados, sino por cuya representación fuesen los  objetos mismos al mismo tiempo dados o producidos), entonces, con  respecto a un conocimiento semejante, no tendrían significación alguna  las categorías. Éstas son sólo reglas para un entendimiento, cuya facultad  toda consiste en pensar, es decir en la acción de reducir a la unidad de la  apercepción la síntesis de lo múltiple, que le es dado por otra parte en la  intuición, entendimiento pues que no conoce nada por sí, sino que  ordena y enlaza tan sólo la materia para el conocimiento, la intuición,  que tenía que serle dada por el objeto. Pero el fundamento de esa  peculiaridad de nuestro entendimiento, que consiste en llevar a cabo la  unidad de la apercepción a priori, mediante solas las categorías y con esa  precisa especie y ese preciso número de categorías, es tan imposible de  exponer como el fundamento de por qué tenemos precisamente estas y  no otras funciones del juicio, o de por qué el espacio y el tiempo son las  únicas formas de nuestra intuición posible. 

 

                                                             

68 El argumento se funda en la unidad representada de la intuición, unidad por la cual un  objeto es dado y que encierra siempre una síntesis de lo dado múltiple para una intuición y  contiene ya la referencia de este último a la unidad de la apercepción.  


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- § 22 - 

 

 

La categoría no tiene otro uso para el conocimiento de las cosas que su aplicación  a objetos de la experiencia 

 

 Pensar un objeto y conocer un objeto no es, pues, lo mismo. En el  conocimiento hay efectivamente dos partes; primero el concepto, por el  cual en general un objeto es pensado (la categoría) y segundo la intuición  por la cual el objeto es dado; pues si al concepto no pudiese serle dada  una intuición correspondiente, sería un pensamiento según la forma,  pero sin ningún objeto, no siendo posible, por medio de él, conocimiento  de cosa alguna; porque no habría nada ni podría haber nada a que  pudiera aplicarse mi pensamiento. Ahora bien, toda intuición posible  para nosotros es sensible (estética); así pues el pensamiento de un objeto  en general, por medio de un concepto puro del entendimiento, no puede  llegar a ser en nosotros conocimiento más que cuando ese concepto puro  del entendimiento es referido a objetos de los sentidos. La intuición  sensible es o bien intuición pura (espacio y tiempo) o bien intuición  empírica de aquello que, en el espacio y en el tiempo, es representado  inmediatamente como real por la sensación. Mediante determinación de  la primera podemos adquirir conocimiento a priori de objetos (en la  matemática), pero sólo según su forma como fenómenos; permanece aún  indeciso si puede haber cosas que hayan de ser intuidas en esa forma.  Por consiguiente, todos los conceptos matemáticos no son por sí  conocimientos; a no ser que supongamos que hay cosas que no se  pueden exponer para nosotros más que en la forma de aquella intuición  pura sensible. Pero no se dan cosas en el espacio y en el tiempo sino en  cuanto que son percepciones (representaciones acompañadas por  sensación), y, por tanto, sólo mediante representación empírica. Por  consiguiente, los conceptos puros del entendimiento, aún cuando son  aplicados a intuiciones a priori (como en la matemática), no producen  conocimiento más que en cuanto este conocimiento (y por tanto también,  por medio de él, los conceptos puros del entendimiento) pueden ser  aplicados a intuiciones empíricas. Por consiguiente, las categorías no nos  proporcionan, por medio de la intuición, conocimiento alguno de las  cosas, a no ser tan sólo por su posible aplicación a la intuición empírica, es  decir, que sirven sólo para la posibilidad del conocimiento empírico. Éste  empero se llama experiencia. Por consiguiente, no obtienen las categorías  


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uso para el conocimiento de las cosas, más que en cuanto estas son  admitidas como objetos de experiencia posible. 

 

 

- § 23 - 

 

 

     La proposición anterior es de la mayor importancia; pues determina  los límites del uso de los conceptos puros del entendimiento, con  respecto a los objetos, del mismo modo que la Estética transcendental  determinó los límites del uso de la forma pura de nuestra intuición  sensible. Espacio y tiempo valen como condiciones de la posibilidad de  que nos sean dados objetos, no más que para objetos de los sentidos, por  tanto, sólo de la experiencia. Por encima de esos límites, nada  representan; pues están solo en los sentidos y no tienen, fuera de ellos,  realidad alguna. Los conceptos puros del entendimiento están libres de  esta limitación y se extienden a objetos de la intuición en general, sea  semejante o no a la nuestra, con tal solamente de que sea sensible y no  intelectual. Mas esa extensión de los conceptos, mayor que la de nuestra  intuición sensible, no nos sirve para nada. Pues son entonces conceptos  vanos de objetos, de los cuales no podemos juzgar, ni siquiera si son  posibles o no; son meras formas del pensamiento, sin realidad objetiva,  porque no disponemos de ninguna intuición, a la cual pueda aplicarse la  unidad sintética de la apercepción, que sólo aquellas formas contienen, y  por cuya aplicación pueden determinar un objeto. Nuestra intuición  sensible y empírica es la única que puede proporcionarles sentido y  significación. 

 Si admitimos pues como dado el objeto de una intuición no sensible,  pode

mos desde luego representarlo por medio de todos los predicados  que están ya en la presuposición de que no le conviene nada de lo  perteneciente a la intuición sensible: que no es extenso o no está en el  espacio, que la duración del mismo no es tiempo, que en él no hay  variación (sucesión de determinaciones en el tiempo), etc. Mas no es  propiamente conocimiento el exponer tan sólo lo que no es la intuición  del objeto, sin poder decir lo que en ella está contenido; pues entonces no  he representado la posibilidad de un objeto para mi concepto puro del  entendimiento, porque no he podido dar intuición alguna que le  corresponda sino sólo decir que la nuestra no vale para él. Pero lo  principal aquí es que ni una sola categoría podría aplicarse a ese algo:  por ejemplo el concepto de una substancia, es decir, de algo que solo  puede existir como sujeto y nunca empero como mero predicado; y no  


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sabría si puede haber alguna cosa que corresponda a esa determinación  del pensamiento, si una intuición empírica no me diese el caso de la  aplicación. Mas ya se hablará posteriormente de esto. 

 

 

 

- § 24 - 

 

 

De la aplicación de las categorías a objetos de los sentidos en general 

 

     Los conceptos puros del entendimiento se refieren, mediante el mero  entendimiento, a objetos de la intuición en general, sin que se determine  si es la nuestra o alguna otra, aunque ha de ser sensible; pero por eso  precisamente son meras formas del pensamiento, por las cuales no se  conoce objeto alguno determinado. La síntesis o enlace de lo múltiple en  los mismos se refirió solo a la unidad de la apercepción y era por eso el  fundamento de la posibilidad del conocimiento a priori, por cuanto  descansa en el entendimiento y por tanto no sólo es transcendental sino  también puramente intelectual. Pero como en nosotros hay una cierta  forma de la intuición sensible a priori, que descansa en la receptividad de  la facultad representativa (sensibilidad), puede el entendimiento, como  espontaneidad, determinar el sentido interno, mediante lo múltiple de  representaciones dadas, conforme a la unidad sintética de la  apercepción, y pensar así la unidad sintética de la apercepción de lo  múltiple de la intuición sensible a priori, como la condición bajo la cual  todos los objetos de nuestra intuición (la humana) necesariamente tienen  que estar; mediante esto, pues, reciben las categorías, como meras formas  de pensamiento, realidad objetiva, es decir aplicación a objetos que  pueden sernos dados en la intuición, pero solo como fenómenos; pues  solo de éstos podemos tener intuición a priori. 

 Esta síntesis de lo múltiple de la intuición sensible, que es a priori  posible y necesaria, puede llamarse figurada (synthesis speciosa), a  diferencia de aquella que con respecto a lo múltiple de una intuición en  general sería pensada en la mera categoría y se llama enlace del  entendimiento (synthesis intellectualis); ambas son transcendentales, no sólo  porque actúan a priori, sino también porque fundan la posibilidad de  otro conocimiento a priori. 

 Mas la síntesis figurada, cuando se refiere simplemente a la unidad  originariamente sintética de la apercepción, es decir, a la unidad  transcendental pensada en las categorías, debe llamarse la síntesis  


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transcendental de la imaginación, a diferencia del enlace meramente  intelectual. Imaginación es la facultad de representar en la intuición un  objeto aún sin que esté presente. Mas como toda nuestra intuición es  sensible, pertenece la imaginación a la sensibilidad, por la condición  subjetiva bajo la cual tan sólo puede ella dar a los conceptos puros del  entendimiento una intuición correspondiente; pero, sin embargo, en  cuanto que su síntesis es un ejercicio de la espontaneidad, la cual es  determinante y no, como el sentido, meramente determinable y puede  por lo tanto determinar el sentido, según su forma, conforme a la unidad  de la apercepción, es la imaginación en este respecto una facultad de  determinar a priori la sensibilidad, y su síntesis de las intuiciones,  conforme a las categorías, debe ser la síntesis transcendental de la  imaginación, la cual es un efecto del entendimiento en la sensibilidad y la  primera aplicación del mismo (al mismo tiempo fundamento de todas las  demás), a objetos de la intuición posible para nosotros. Como síntesis  figurada, distinguese de la intelectual (que se hace sin la imaginación,  solo por el entendimiento). En cuanto la imaginación empero es  espontaneidad, la llamo también a veces imaginación productiva,  distinguiéndola así de la reproductiva, cuya síntesis está exclusivamente  sometida a leyes empíricas, a saber, las de la asociación y por eso en nada  contribuye a la explicación de la posibilidad del conocimiento a priori y  por tanto no pertenece a la filosofía transcendental, sino a la psicología. 

* * * 

 Éste es el momento de explicar la paradoja que hubo de extrañar al  lector en la exposición de la forma del sentido interno (§ 8)69. Es esta  paradoja la de que ese sentido nos expone a la conciencia no como somos  nosotros mismos, sino como nos aparecemos, porque nosotros no  hacemos más que intuirnos como somos afectados interiormente; y esto  parece ser contradictorio, pues que nosotros tenemos así que  comportarnos como pacientes respecto de nosotros mismos; por eso, en  los sistemas de psicología se suele considerar el sentido interno como  idéntico a la facultad de la apercepción (que nosotros hemos distinguido  cuidadosamente). 

 Lo que determina el sentido interno es el entendimiento y su  originaria facultad de enlazar lo múltiple de la intuición, es decir, de  reducirlo bajo una apercepción (como aquello en que descansa su misma  posibilidad). Mas como el entendimiento en nosotros hombres no es una 

                                                             

69 En el texto, dice «(§ 6)». Mas si se lee el párrafo 6, no se encuentra nada que se refiera  explícitamente a la paradoja de que nuestro espíritu sea afectado interiormente por sí mismo,  siendo, pues, a un tiempo agente y paciente. En cambio el § 8 expone esa idea. En  consecuencia, propone el Dr. Gawronsky que se sustituya el 6 por el 8. Görland acepta la  corrección en su edición. Hemos seguido esta mejora del texto. (N. del T.)  


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facultad de la intuición, y aunque ésta fuese dada en la sensibilidad, no  puede acogerla en sí para enlazar, por decirlo así, lo múltiple de su propia  intuición, resulta que su síntesis, cuando se le considera por sí solo, no es  más que la unidad de la acción, de la que tiene conciencia como tal, aun  sin sensibilidad, interiormente, con respecto a lo múltiple que, según la  forma de la intuición de ésta, puede serle dado. El entendimiento ejerce  pues, bajo la denominación de síntesis transcendental de la imaginación,  aquella acción sobre el sujeto pasivo, cuya facultad él es; de la cual  decimos con razón que por ella es afectado el sentido interno. La  apercepción y su unidad sintética está tan lejos de ser idéntica al sentido  interno, que aquella, como fuente de todo enlace, se refiere a lo múltiple  de las intuiciones en general y, bajo el nombre de las categorías, a objetos en  general, antes de toda intuición sensible; en cambio, el sentido interno  encierra la mera forma de la intuición, pero sin enlace de lo múltiple en la  misma, por tanto no encierra aún ninguna intuición determinada, la cual  es sólo posible por la conciencia de la determinación de lo múltiple,  mediante la acción transcendental de la imaginación (influjo sintético del  entendimiento sobre el sentido interno) que he llamado la síntesis  figurada. 

 Y esto lo percibimos siempre en nosotros. No podemos pensar una  línea, sin trazarla en el pensamiento; ni pensar un círculo, sin describirlo;  ni representar las tres dimensiones del espacio, sin hacer salir desde el  mismo punto tres l

íneas perpendiculares. No podemos representar el  tiempo mismo sin que, por el trazado de una línea recta (que debe ser la  representación externa figurada del tiempo) atendamos simplemente a la  acción de la síntesis de lo múltiple, por la cual determinamos  sucesivamente el sentido interno, atendiendo así a la sucesión de esa  determinación en el mismo. El movimiento, como acción del sujeto (no  como determinación de un objeto)70, por consiguiente la síntesis de lo  múltiple en el espacio, si hacemos abstracción de éste y atendemos sólo a  la acción por la cual determinamos el sentido interno según su forma, es el  que produce el concepto de la sucesión. El entendimiento pues no  encuentra en este sentido interno ese enlace de lo múltiple, sino que lo  produce, al afectar dicho sentido. Pero ¿cómo el yo que piensa es distinto  del yo que se intuye a sí mismo (ya que puedo representarme aún otro  modo de intuición al menos como posible), y sin embargo es idéntico a él 

                                                             

70 El movimiento de un objeto en el espacio no pertenece a una ciencia pura, por 

consiguiente tampoco a la geometría; porque no puede conocerse a priori, sino por  experiencia, que algo sea móvil. Pero el movimiento como descripción de un espacio es un  acto puro de la síntesis sucesiva de lo múltiple en la intuición externa en general, por medio  de la imaginación productiva, y no sólo pertenece a la geometría, sino incluso a la filosofía  transcendental.  


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como el mismo sujeto? ¿Cómo, pues, puedo decir: «yo, en tanto que  inteligencia y sujeto pensante, me conozco a mí mismo como objeto  pensado, en cuanto además me soy dado en la intuición, como los demás  fenómenos, no como soy ante el entendimiento, sino como me  aparezco»? Estas preguntas no encierran ni más ni menos dificul

tad que  la de cómo pueda ser yo para mí mismo, en general, un objeto de la  intuición y de las percepciones interiores. Mas ello tiene realmente que  ser así, como puede exponerse claramente, si se deja al espacio el valor  de una mera forma pura de los fenómenos del sentido externo,  considerando que no podemos representar el tiempo -que no es sin  embargo objeto alguno de intuición externa- más que con la imagen de  una línea, en cuanto la trazamos, sin cuyo modo de exposición no  podríamos conocer la unidad de su dimensión; de igual manera tenemos  siempre que tomar la determinación de los períodos o de las épocas, para  todas las percepciones internas, de aquello que las cosas exteriores nos  presentan de mudable, por consiguiente tenemos que ordenar las  determinaciones del sentido interno, como fenómenos en el tiempo,  precisamente del mismo modo que ordenamos en el espacio las del  sentido externo; por lo tanto, si acerca de estas últimas concedemos que  sólo conocemos objetos en cuanto somos exteriormente afectados,  debemos también confesar que, en el sentido interno, sólo nos intuimos  tales como somos interiormente afectados por nosotros mismos, es decir  que, en lo que a la intuición interna se refiere, conocemos nuestro propio  sujeto como fenómeno, no empero según lo que es en sí mismo71. 

 

 

 

- § 25 - 

 

 

 En cambio, en la síntesis transcendental de lo múltiple de las  representac

iones en general, por tanto en la unidad sintética originaria  de la apercepción, tengo conciencia de mí mismo, no como me aparezco  ni tampoco cómo soy en mí mismo, sino solamente de que soy. Esa  representación es un pensamiento, no una intuición). Ahora bien, como para  el conocimiento de nosotros mismos se exige -además de la acción del 

                                                             

71  No veo como se pueda encontrar tanta dificultad en que el sentido interno sea afectado 

por nosotros mismos. Todo acto de la atención puede darnos un ejemplo de ello. El  entendimiento aquí determina siempre el sentido interno, conforme al enlace que piensa,  produciendo una intuición interna que corresponde a lo múltiple en la síntesis del  entendimiento. Cada cual podrá percibir en sí mismo cuan comúnmente es el espíritu  afectado así.  


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pensar, que reduce a la unidad de la apercepción lo múltiple de toda  intuición posible- una determinada especie de intuición, por la cual es  dado ese múltiple, así resulta que mi propio ser no es ciertamente  fenómeno 

(y mucho menos mera ilusión), pero la determinación de mi  existencia72 sólo puede ocurrir según la forma del sentido interno, en el  modo particular como lo múltiple, que yo enlazo, es dado en la intuición  interna; según esto pues, no tengo conocimiento, alguno de mí mismo, tal  como soy, sino sólo tal como me aparezco a mí mismo. Tener de sí mismo  conciencia no es pues, ni con mucho, un conocimiento de sí mismo,  prescindiendo de todas las categorías que constituyen el pensar de un  objeto en general por enlace de lo múltiple en una apercepción. Así como  para el conocimiento de un objeto distinto de mí, necesito, además del  pensamiento de un objeto en general (en la categoría), una intuición, por  la cual determino aquél concepto general, de igual modo necesito  también para el conocimiento de mí mismo, además de la conciencia o  además de pensarme, una intuición de lo múltiple en mí, por la cual  determino aquel pensamiento; y yo existo como inteligencia, que tiene  conciencia tan sólo de su facultad de enlazar, pero que, sometida, con  respecto a lo múltiple que debe enlazar, a una condición restrictiva  llamada sentido interno, no puede hacer intuible aquel enlace sino según  relaciones de tiempo, las cuales están fuera de los conceptos propiamente  dichos del entendimiento, y no puede por tanto conocerse más que como  se aparece a sí misma, con referencia a una intuición (que no puede ser  intelectual y dada por el mismo entendimiento), y no como se conocería,  si su intuición fuera intelectual. 

 

 

 

 

- § 26 - 

 

 

                                                             

72    El «yo pienso» expresa el acto de determinar mi existencia. La existencia está pues dada  en él, pero no por eso está dado el modo como yo deba determinarla, es decir poner en mí lo  múltiple perteneciente a ella. Para esto hace fal

ta intuición de mí mismo, que tiene a su base  una forma dada a priori, es decir, el tiempo, que es sensible y pertenece a la receptividad de  lo determinable. Mas como no tengo otra intuición de mí mismo que me dé lo determinante en  mí -de cuya espontaneidad tan sólo tengo conciencia- antes del acto de determinar, como el  tiempo da lo determinable, por eso no puedo determinar mi existencia como la de un ser  activo por sí mismo, sino que me represento sólo la espontaneidad de mi pensar, es decir del  determinar, y mi existencia permanece siempre sensible, es decir determinable como  existencia de un fenómeno. Sin embargo, esa espontaneidad hace que me denomine  inteligencia.  


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Deducción transcendental del posible uso universal empírico de los conceptos  puros del entendimiento 

 

     En la deducción metafísica, quedó mostrado el origen de las categorías a  priori, en general, por su completa concordancia con las funciones lógicas  universales del pensar; en la transcendental empero fue expuesta la  posibilidad de las mismas como conocimientos a priori de objetos de una  intuición en general (§ 20, 21). Ahora debe explicarse la posibilidad de  conocer a priori, por categorías, los objetos que puedan presentarse a nuestros  sentidos, no según la forma de su intuición, sino según las leyes de su  enlace, la posibilidad pues de prescribir la ley, por decirlo así a la  naturaleza y de hacerla incluso posible. Pues sin esa su capacidad no se  vería bien cómo todo lo que pueda presentarse a nuestros sentidos tiene  que caer bajo las leyes que se originan a priori del solo entendimiento. 

 Ante todo, advierto que por síntesis de la aprehensión entiendo la  composición de lo múltiple en una intuición empírica, por la cual se hace  posible la percepción, es decir la conciencia empírica de la misma (como  fenómeno). 

 Tenemos formas de la intuición sensible a priori, tanto externa como  interna, en las representaciones del espacio y del tiempo y la síntesis de  la aprehensión de lo múltiple del fenómeno debe siempre serles  conforme, porque no puede ella misma ocurrir más que según aquella  forma. Pero el espacio y el tiempo no son sólo representados a priori  como formas, sino como intuiciones mismas (que encierran un múltiple),  con la determinación pues de la unidad de ese múltiple en ellas (véase la  Estética transcendental)73. Así pues la unidad de la síntesis de lo múltiple,  fuera o dentro de nosotros, y por ende también cierto enlace, al que ha de  ser conforme todo lo que deba ser determinadamente representado en el  espacio o en el tiempo, está ya dado al mismo tiempo a priori, con (y no  en) esas intuiciones, como condición de la síntesis de toda aprehensión.  Esta unidad sintética empero no puede ser otra que la del enlace de lo  múltiple de una intuición dada en general, en una conciencia originaria,  conforme a las categorías, aplicada sólo a nuestra intuición sensible. Por 

                                                             

73 El espacio representado como objeto (como la geometría realmente lo necesita), encierra  algo más que la mera forma de la intuición, encierra conjunción de lo múltiple, dado según la  forma de la sensibilidad, en una representación intuitiva, de modo que la forma de la intuición  da sólo lo múltiple, la intuición formal empero da la unidad de la representación. Esta unidad  habíala yo atribuido, en la Estética, sólo a la sensib

ilidad, para observar solamente que  precede a todo concepto, si bien presupone una síntesis, que no pertenece a los sentidos, pero  por la cual son ante todo posibles todos los conceptos de espacio y tiempo. Pues como por  ella (ya que el entendimiento determina la sensibilidad) son dados el espacio o el tiempo  como intuiciones, pertenece la unidad de esa intuición a priori al espacio y al tiempo y no al  concepto del entendimiento (§ 24).  


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consiguiente toda síntesis, mediante la cual incluso la percepción se hace  posible, está bajo las categorías; y como la experiencia es conocimiento  por medio de percepciones encadenadas, son pues las categorías  condiciones de la posibilidad de la experiencia y valen por tanto a priori  también para todos los objetos de la experiencia. 

* * * 

     Así, pues, cuando por ejemplo de la intuición empírica de una cosa,  por aprehensión de lo múltiple en ella, hago una percepción, tengo a la  base la necesaria unidad del espacio y de la intuición sensible exterior en  general y dibujo, por 

decirlo así, su figura, conforme a esa unidad  sintética de lo múltiple en el espacio. Pero esa misma unidad sintética, si  hago abstracción de la forma del espacio, tiene su asiento en el  entendimiento y es la categoría de la síntesis de lo homogéneo en una  intuición en general, es decir, la categoría de la magnitud, a la cual por  tanto tiene que ser completamente conforme aquella síntesis de la  aprehensión, es decir la percepción74. 

     Cuando percibo (en otro ejemplo) el agua que se hiela, aprehendo dos  estados (el líquido y el sólido), como tales, que se hallan uno frente a otro  en una relación de tiempo. Pero en el tiempo que pongo a la base del  fenómeno como intuición interna, me represento necesariamente la  unidad sintética de lo múltiple, sin la cual aquella relación no podría ser  determinadamente dada en una intuición (con respecto a la sucesión del  tiempo). Ahora bien, esa unidad sintética, como condición a priori bajo la  cual enlazo lo múltiple de una intuición en general, es, si hago abstracción  de la forma constante de mi intuición interna o sea del tiempo, la  categoría de la causa, por la cual, cua

ndo la aplico a mi sensibilidad,  determino en el tiempo en general, según su relación todo lo que ocurre. Así  pues la aprehensión en semejante suceso y por tanto el suceso mismo,  según la posible percepción, se halla bajo el concepto de la relación de los  efectos y las causas; y así en todos los demás casos. 

* * * 

 Las categorías son conceptos que prescriben leyes a priori a los  fenómenos

 y, por tanto, a la naturaleza como conjunto de todos los  fenómenos (natura materialiter spectata); ahora bien, como esas leyes no  son deducidas de la naturaleza, ni se rigen por ella como su modelo  (pues si no serían meramente empíricas), se pregunta: ¿cómo hay que  comprender que la naturaleza tenga que regirse por ellas, es decir cómo 

                                                             

74 De ese modo queda demostrado: que la síntesis de la aprehensión, que es empírica, tiene  necesariamente que ser conforme a la síntesis de la apercepción, que es intelectual y está  contenida enteramente a priori en la categoría. Es una y la misma espontaneidad que allí bajo  el nombre de imaginación y aquí bajo el de entendimiento, pone enlace en lo múltiple de la  intuición.  


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pueden ellas determinar a priori el enlace de lo múltiple de la naturaleza,  sin tomarlo de ésta? Aquí está la solución de este enigma. 

     El que las leyes de los fenómenos en la naturaleza deban coincidir con  el entendimiento y su forma a priori, es decir, con su facultad de enlazar  lo múltiple en general, no es más extraño que el que los fenómenos  mismos deban coincidir con la forma de la intuición sensible a priori.  Pues las leyes no existen en los fenómenos, sino en relación con el sujeto  a quien los fenómenos son inherentes, por cuanto ese sujeto tiene  entendimiento; de la misma manera que los fenómenos no existen en sí,  sino sólo relativamente el mismo ser, por cuanto tiene sentidos. A las  cosas en sí mismas correspondería necesariamente su legalidad, aun  fuera de un entendimiento que las conociese. Pero los fenómenos son  sólo representaciones de las cosas, que existen desconocidas en lo que  puedan ser en sí. Mas como meras representaciones, no se sujetan a otra  ley de encadenamiento que a aquella que prescribe el entendimiento  encadenante. Ahora bien, la que encadena l

o múltiple de la intuición  sensible es la imaginación, que depende del entendimiento por la unidad  de su síntesis intelectual y depende de la sensibilidad por la  multiplicidad de la aprehensión. Mas como de la síntesis de la  aprehensión depende toda percepción posible y como esa misma síntesis  empírica depende de la transcendental y, por tanto, de las categorías,  deben todas las percepciones posibles -y, por ende, también todo lo que  pueda llegar a la conciencia empírica, es decir, todos los fenómenos de la  naturaleza, según su enlace- hallarse bajo las categorías, de las cuales  depende la naturaleza (considerada sólo como naturaleza en general)  como el fundamento originario de su necesaria legalidad (como natura  formaliter spectata). Pero la facultad pura del entendimiento, de prescribir  a priori, por meras categorías, leyes a los fenómenos, no alcanza a más  leyes que a aquellas en que descansa una naturaleza en general, como  legalidad de los fenómenos en el espacio y en el tiempo. Las leyes  particulares, puesto que se refieren a fenómenos empíricamente  determinados, no pueden ser deducidas completamente de las primeras, si  bien todas se hallan bajo éstas. Tiene que sobrevenir la experiencia para  que podamos conocerlas en general; pero sólo aquellas leyes a priori nos  dan enseñanza de la experiencia en general y de lo que pueda ser  conocido como objeto de la misma. 

 

 

 

- § 27 - 

  


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Resultado de esta deducción de los conceptos del entendimiento 

 

     No podemos pensar objeto alguno a no ser por categorías; no podemos  conocer objeto alguno pensado, a no ser por intuiciones que correspondan  a aquellos conceptos. Ahora bien, todas nuestras intuiciones son  sensibles y ese conocimiento, por cuanto es dado el objeto del mismo, es  empírico. Mas conocimiento empírico es experiencia. Por consiguiente  ningún conocimiento a priori nos es posible, a no ser tan sólo de objetos de  experiencia posible75. 

     Pero ese conocimiento, que queda limitado meramente a objetos de la  experiencia, no por eso está todo él tomado de la experiencia, sino que,  tanto las intuiciones puras como los conceptos puros del entendimiento  son elementos del conocimiento que se encuentran a priori en nosotros.  Ahora bien, dos son los caminos por donde una coincidencia necesaria de  la experiencia con los conceptos de sus objetos puede ser pensada: o la  experiencia hace posible estos conceptos o estos conceptos hacen posible  la experiencia. Lo primero no tiene lugar en lo que toca a las categorías  (tampoco a la intuición pura sensible); pues aquellas son conceptos a  priori, por tanto independientes de la experiencia (la afirmación de un  origen empírico sería una especie de generatio aequivoca). Por  consiguiente, sólo resta lo segundo (por decirlo así un sistema de la  epigénesis de la razón pura): que las categorías, por el lado del  entendimiento, contengan los fundamentos de la posibilidad de toda  experiencia en general. Mas ¿cómo hacen posible la experiencia y qué  principios de la posibilidad de la misma proporcionan en su aplicación a  los fenómenos? Lo enseñará el capítulo siguiente del uso transcendental  del Juicio. 

     Si alguien quisiera proponer entre los dos únicos caminos citados un  término medio, a saber: que no son ni principios primeros a priori,  pensados en sí

 mismos, de nuestro conocimiento, ni tampoco tomados de la  experiencia, sino disposiciones subjetivas para el pensar, sembradas en  nosotros con nuestra existencia y dispuestas por nuestro Creador de tal  suerte que su uso concuerda exactamente con las leyes de la Naturaleza, 

                                                             

75 Para evitar que con excesivo apresuramiento se asuste el lector ante las perniciosas  consecuencias que pudieran lamentarse de esta proposición, quiero recordar tan sólo que las  categorías no se hallan limitadas en el pensar por las condiciones de nuestra intuición  sensible, sino que tienen un campo ilimitado y sólo el conocimiento de lo que pensamos, la  determinación del objeto, es lo que necesita intuición; a falta de ésta, puede tener el  pensamiento del objeto aún consecuencias verdaderas y provechosas en el uso de razón del  sujeto, uso que, como no siempre se refiere a la determinación del objeto, y por tanto al  conocimiento, sino también a la del sujeto y su querer, no puede todavía ser expuesto aquí.  


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por las cuales va haciéndose la experiencia (una especie de sistema de  preformación de la razón pura), entonces (además de que en semejante  hipótesis no se ve en donde hayamos de poner término a esa suposición  de disposiciones predeterminadas para juicios futuros) hay algo decisivo  contra el referido término medio y es que en ese caso faltaría a las  categorías la necesidad, que pertenece esencialmente a su concepto. Pues,  por ejemplo, el concepto de la causa, que expresa la necesidad de una  consecuencia bajo la presuposición de una condición, sería falso, si no  descansare más que una caprichosa y subjetiva necesidad, predispuesta  en nosotros, de enlazar ciertas representaciones empíricas según una  regla semejante de relación. 

     No podría yo decir: el efecto está para mí enlazado con la causa, en el  objeto (es decir necesariamente), sino: estoy dispuesto de tal manera que  no puedo pensar esa representación más que encadenada así; y esto  precisamente es lo que más desea el escéptico, pues entonces todo  nuestro conocimiento de supuesta objetiva validez de nuestros juicios no  es más que simple ilusión y no faltarían gentes que no quisieran confesar  esa necesidad subjetiva (que tiene que ser sentida); por lo menos con  nadie se podría discutir sobre aquello que descansa solamente en el  modo como el sujeto está organizado. 

 

 

Breve concepto de esta deducción 

 

 

     Es la exposición de los conceptos puros del entendimiento (y con ellos  de todo conocimiento teórico a priori), como principios de la posibilidad  de la experiencia; es la exposición de la experiencia como determinación  de los fenómenos en el espacio y en el tiempo en general; por último es la  exposición de esta determinación, por el principio de la unidad sintética  originaria de la apercepción, como la forma del entendimiento en relación  con el espacio y el tiempo como formas originarias de la sensibilidad. 

* * * 

     Hasta aquí me ha parecido necesaria la división en párrafos, porque  tratábamos de conceptos elementales. Ahora que queremos explicar el  uso de los mismos, podrá la exposición seguir, sin párrafos, en  continuado curso. 

 

  


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Libro segundo 

De la Analítica transcendental 

 

 

Analítica de los principios 

 

 La lógica general se halla construida sobre un plan que concuerda  exactamente con la división de las facultades superiores de conocer.  Éstas son: entendimiento, juicio y razón. Aquella doctrina trata pues, en su  analítica, de conceptos, juicos y raciocinios, de conformidad precisamente  con las funciones y el orden de aquellas potencias del espíritu que se  comprenden bajo la denominación amplia de entendimiento. 

 Como la referida lógica hace abstracción de todo contenido del  conocimiento (sea puro o empírico) y se ocupa tan sólo de la forma del  pensar en general (conocimiento discursivo), puede comprender también  en su parte analítica el canon para la razón, cuya forma tiene su precepto  seguro, el cual puede ser conocido a priori, sin traer a consideración la  naturaleza particular del conocimiento usado en ella, por mera  descomposición de la razón en sus momentos. 

 La lógica transcendental, puesto que se halla limitada a un  determinado contenido, a saber, solamente a los conocimientos puros a  priori, no puede seguir a la otra en esa división. Pues se muestra que el  uso transcendental de la razón no es objetivamente válido y por tanto no  pertenece a la lógica de la verdad, es decir a la analítica, sino que como  lógica de la ilusión exige una parte especial del edificio doctrinal  escolástico, bajo el nombre de Dialéctica transcendental. 

 Entendimiento y juicio tienen pues su canon del uso objetivamente  valed

ero y por tanto verdadero en la lógica transcendental y pertenecen  a su parte analítica. Pero la razón, en sus ensayos de decir algo sobre  objetos a priori y extender el conocimiento más allá de los límites de la  experiencia posible, es enteramente dialéctica y sus afirmaciones ilusorias  no son propias para introducirlas en un canon como el que debe  contener la Analítica. 

     La Analítica de los principios será pues tan sólo un canon para el juicio, a  quien enseña a aplicar los conceptos del entendimiento -que contienen la  condición para reglas a priori- a los fenómenos. Por esta causa, aunque  tomo propiamente por tema los principios del entendimiento, usaré la  denominación de doctrina del juicio, por donde este tema queda señalado  con mayor exactitud. 

  


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Introducción 

 

Del Juicio transcendental en general 

 

 

     Si el entendimiento en general se define como la facultad de las reglas,  será el Juicio la facultad de subsumir bajo reglas, es decir de distinguir si  algo se halla o no bajo una regla

 dada (casus datae legis). La lógica general  no tiene preceptos para el juicio y no puede tenerlos. Pues como hace  abstracción de todo contenido del conocimiento, no le resta más quehacer sino  descomponer analíticamente la mera forma del conocimiento en  conceptos, juicios y raciocinios, y establecer a

sí reglas formales de todo  uso del entendimiento. Ahora bien si quisiera enseñar en general cómo  ha de subsumirse bajo esas reglas, es decir, como se ha de distinguir si  algo se halla o

 no bajo ellas, no podría hacerlo a su vez más que  mediante una regla. Ésta empero, precisamente por ser una regla, exige  de nuevo una instrucción del Juicio; y así se advierte que, si bien el  entendimiento es capaz de recibir enseñanza y ser armado de reglas, el  Juicio en cambio es un talento particular que no puede ser enseñado, sino  sólo ejercitado. Es pues lo específico del llamado ingenio natural, cuyo  defecto no puede sustituir escuela alguna; pues aunque esta puede  ofrecer y, por decirlo así, injertar en un entendimiento limitado reglas  abundantes tomadas del conocimiento de otros, sin embargo la facultad  de usar correctamente de ellas tiene que pertenecer al aprendiz mismo y  ninguna regla de las que pudieran prescribírsele en ese sentido, está  asegurada contra un mal uso, si falta ese don natural76. Así un médico,  un juez, un político puede tener en la cabeza muchas hermosas reglas  patológicas, jurídicas o políticas, y ser en ello un gran maestro; y sin  embargo puede suceder que en la aplicación tropiece fácilmente, ya sea  porque le falte Juicio natural (aunque no entendimiento) y si bien puede  conocer lo general in abstracto, no pueda distinguir si un caso in concreto,  pertenece o no a la regla, ya sea también porque no se ha adiestrado para  ese Juicio con bastantes ejemplos y verdadero ejercicio. Ésta es la única y  gran utilidad de los ejemplos, que afinan el Juicio. Pues en lo que se  refiere a la exactitud y precisión del conocimiento del entendimiento, 

                                                             

76   La falta de Juicio es propiamente lo que se llama sandez; y a semejante defecto no hay 

remedio posible. Un espíritu grosero o limitado, a quien sólo falte el conveniente grado de  entendimiento y conceptos propios del mismo, puede muy bien, aprendiendo, llegar hasta la  erudición. Pero como generalmente en tal caso le falta aquél (de la secunda Petri) así resulta  que no deja de haber hombres muy sabios quienes en el uso de su ciencia revelan ese  irremediable defecto.  


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más bien perjudican comúnmente, porque sólo raras veces llenan  adecuadamente la condición de la regla (como casus in terminis), y  además debilitan a menudo el esfuerzo del entendimiento para conocer,  según su suficiencia, reglas en general e independientemente de las  circunstancias empíricas, y acostumbran a usarlas más bien como  fórmulas que como principios. Así los ejemplos son como los vehículos  del Juicio, sin los cuales no puede pasar quien carece de talento natural. 

     Ahora bien, si la lógica general no puede dar preceptos al Juicio, con la  transcendental no ocurre lo mismo; de tal modo que hasta parece que esta  última tiene como propia función el rectificar y asegurar, por medio de  reglas determinadas, el Juicio en el uso del entendimiento puro. Pues  para proporcionar al entendimiento amplificación en el campo de los  conocimientos puros a priori, como doctrina, por tanto, la filosofía parece  no ser necesaria y hasta más bien ser perjudicial, porque después de  todos los ensayos hechos hasta ahora, poco o ningún terreno se ha  ganado; pero como crítica, para prevenir los malos pasos del juicio  (lapsus judicii) en el uso de los pocos conceptos puros del entendimiento,  que tenemos, para eso (aunque la utilidad sea sólo negativa) hay que  apelar a la filosofía con su penetración y su arte para someterlo todo a  examen. 

     Pero la filosofía transcendental tiene de característico que, además de  la regla (o más bien de la condición universal de las reglas) dada en el  concepto puro del entendimiento, puede mostrar al mismo tiempo a  priori el caso al que deben dichas reglas ser aplicadas. La causa de la  ventaja que, en esta parte, ofrece

 sobre todas las demás ciencias  doctrinales (excepto la matemática) consiste precisamente en que trata de  conceptos que deben referirse a priori a sus objetos; por tanto su validez  objetiva no puede ser expuesta a posteriori, pues esto dejaría intacta  aquella dignidad, sino que debe al mismo tiempo exponer, en  características generales pero suficientes, las condiciones bajo las cuales  pueden ser dados objetos en concordancia con esos conceptos, sin lo cual  éstos quedarían sin contenido alguno y serían por tanto meras formas  lógicas y no conceptos puros del entendimiento. 

     Esta doctrina transcendental del Juicio contendrá dos capítulos: el primero  que trata de la condición sensible bajo la cual tan sólo pueden ser usados  los conceptos puros del entendimiento, es decir, del esquematismo del  entendimiento puro; el segundo de sus juicios sintéticos que fluyen de los  conceptos puros del entendimiento bajo esas condiciones a priori, y están  a la base de todos los demás conocimientos a priori, es decir, de los  principios del entendimiento puro. 

  


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Doctrina transcendental del Juicio (o Analítica de los principios) 

 

 

PRIMER CAPÍTULO 

Del esquematismo de los conceptos puros del entendimiento 

 

 

     En todas las subsunciones de un objeto bajo un concepto, tiene que ser  la representación del primero homogènea con el segundo, es decir el  concepto debe contener aquello que es representado en el objeto a  subsumir en él; esto precisamente es lo que significa la expresión: «un  objeto está contenido en un concepto». Así el concepto empírico de un  plato tiene homogeneidad con el concepto puro geométrico de un círculo,  pues que la redondez, pensada en éste, puede intuirse en aquél. 

 Mas los conceptos puros del entendimiento, si los comparamos con  intuiciones empíricas (y aun en general sensibles), son enteramente  heterogéneos y no pueden jamás ser hallados en intuición alguna.  ¿Cómo es pues posible la subsunción de éstas en aquellos y por ende la  aplicación de la

 categoría a los fenómenos, ya que nadie dirá: esta  categoría, por ejemplo la causalidad, puede también ser intuida por los  sentidos y está contenida en el fenómeno? Esta cuestión, tan natural e  importante, es propiamente la causa que hace necesaria una doctrina  transcendental del Juicio, para mostrar la posibilidad por la cual pueden  conceptos puros del entendimiento ser aplicados a fenómenos en general. En  todas las demás ciencias en donde los conceptos, por los cuales el objeto  es pensado en general, no son tan distintos y heterogéneos de aquellos  que representan in concreto ese objeto como es dado, es innecesario dar  una explicación especial respecto a la aplicación del concepto puro al  objeto. 

     Es pues claro que tiene que haber un tercer término que debe de estar  en homogeneidad por una parte con la categoría y por otra parte con el  fenómeno, y hacer posible la aplicación de la primera al último. Esa  representación medianera ha de ser pura (sin nada empírico) y sin  embargo, por una parte, intelectual y por otra, sensible. Tal es el esquema  transcendental. 

 El concepto del entendimiento encierra unidad pura sintética de lo  múltiple en general. El tiempo, como condición formal de lo múltiple del  sentido interno, por lo tanto, del encadenamiento de todas las  representaciones, encierra un múltiple a priori en la intuición pura. Ahora  


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bien, una determinación transcendental del tiempo es homogénea con la  categoría

 (que constituye la unidad de la misma), por cuanto es universal y  descansa en una regla a priori. Pero por otra parte es homogénea con el  fenómeno, por cuanto el tiempo está contenido en toda representación  empírica de lo múltiple. Por eso una aplicación de la categoría a los  fenómenos será posible por medio de la determinación transcendental  del tiempo que, como esquema de los conceptos puros del  entendimiento, sirve de término medio para subsumir los fenómenos en  la categoría. 

     Después de lo que se ha explicado en la deducción de las categorías,  es de esperar que nadie tenga duda en decidir la cuestión de si esos  conceptos puros del entendimiento son de uso meramente empírico o  también de uso transcendental, es decir, si sólo como condiciones de una  experiencia posible se refieren a priori a fenómenos o si, como  condiciones de la posibilidad de las cosas en general, pueden ser  extendidos a objetos en sí mismos (sin alguna restricción a nuestra  sensibilidad). Pues ya hemos visto que los conceptos son enteramente  imposibles y no pueden tener significación alguna, si un objeto no es  dado a ellos o al menos a los elementos de que constan; que por tanto no  pueden dirigirse a cosas en sí (sin tomar en cuenta si pueden y cómo  pueden sernos dados); que además el único modo como nos son dados  objetos es la modificación de nuestra sensibilidad; y finalmente que los  conceptos puros a priori, además de la función del entendimiento en la  categoría, deben contener a priori condiciones formales de la sensibilidad  (sobre todo del sentido interno), que encierran la condición universal  bajo la cual tan sólo puede la categoría ser aplicada a cualquier objeto.  Esa condición formal y pura de la sensibilidad, a la cual el concepto del  entendimiento en su uso está restringido, vamos a llamarla esquema de  ese concepto del entendimiento y llamaremos esquematismo del  entendimiento puro al proceder del entendimiento con esos esquemas. 

 El esquema es en sí mismo tan sólo un producto de la imaginación;  pero ya que la síntesis de esta última tiene por objeto no una intuición  única, sino la unidad en la determinación de la sensibilidad, hay pues  que distinguir el esquema de la imagen. Así cuando pongo cinco puntos  uno tras de otro....., es esto una imagen del número cinco. En cambio,  cuando sólo pienso un número en general, que puede ser cinco o ciento,  ese pensamiento es más la representación de un método para  representar, conforme a un cierto concepto, una muchedumbre, (v. g.  mil) en una sola imagen, que esta imagen misma, la cual en este último  caso, difícilmente podría yo abarcar con la vista y comparar con el  concepto. A esa representación de un procedimiento universal de la  


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imaginación para proporcionar su imagen a un concepto es a la que yo  llamo el esquema de ese concepto. 

 En realidad, a la base de nuestros conceptos puros sensibles no hay  imágenes de los objetos, sino esquemas. Al concepto de un triángulo en  general no podría nunca adecuarse imagen alguna del mismo. Pues no  alcanzaría la universalidad del concepto, que hace que éste valga para  todos, rectángulos o no, sino

 que estaría siempre limitado a una parte de  esa esfera. El esquema del triángulo no puede nunca existir en otra parte  que en el pensamiento y significa una regla de la síntesis de la  imaginación respecto a las figuras puras en el espacio. Mucho menos aún  alcanza nunca un objeto de la experiencia, o imagen del mismo, el  concepto empírico, sino que éste se refiere siempre inmediatamente al  esquema de la imaginación, como una regla de la determinación de  nuestra intuición conforme a un cierto concepto universal. El concepto  de perro significa una regla según la cual mi imaginación puede dibujar 

 en general la figura de cierto cuadrúpedo, s

in estar limitada a alguna  particular figura que la experiencia me ofrece, o a la imagen posible que  puedo exponer in concreto. Éste esquematismo de nuestro entendimiento,  respecto de los fenómenos y de su mera forma, es un arte recóndito en  las profundidades del alma humana, cuyo verdadero manejo  difícilmente adivinaremos a la naturaleza y pondremos al descubierto.  Todo lo que podemos decir es lo siguiente: la imagen es un producto de la  facultad empírica de la imaginación productiva77, el esquema de los  conceptos sensibles (como el de las figuras en el espacio) es un producto  y como un monograma de la imaginación pura a priori, por el cual y  según el cual se hacen posibles las imágenes; éstas empero tienen que  enlazarse con el concepto mediante el esquema que ellas indican y no  son en sí enteramente congruentes con él mismo. En cambio el esquema  de un concepto puro del entendimiento es algo que no puede ser puesto  en imagen alguna; es solo la síntesis pura, conforme a una regla de la  unidad, según conceptos en general y que expresa la categoría; es un  producto transcendental de la imaginación, que se refiere a la  determinación del sentido interno en general, según condiciones de su  forma (el tiempo), respecto de todas las representaciones, en cuanto éstas  en conformidad con la unidad de la apercepción, deben ser  comprendidas a priori en un concepto. 

     Sin detenernos en un árido y fastidioso análisis de lo exigido para los  esquemas transcendentales de los conceptos puros del entendimiento en  general, vamos a exponerlos mas bien por el orden de las categorías y en  conexión con ellas. 

                                                             

77 Vaihinger propone que se lea: reproductiva.  


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 La imagen pura de todas las magnitudes (quantorum) ante el sentido  externo, es el espacio; la de todos los objetos de los sentidos en general  es, empero, el tiempo. El esquema puro de la magnitud (quantitatis), como  concepto del entendimiento, es el número, que es una representación que  comprende la adición sucesiva de uno a uno (homogéneo). Así el  número no es otra cosa que la unidad de la síntesis de lo múltiple de una  intuición homogénea en general, por la cual produzco yo el tiempo  mismo en la aprehensión de la intuición. 

 Realidad es, en el concepto puro del entendimiento, lo que  corresponde a una sensación en general, aquello pues cuyo concepto en  sí mismo señala un ser (en el tiempo); negación, aquello cuyo concepto  representa un no-ser (en el tiempo). La oposición de ambos sucede pues  en la diferencia del mismo tiempo, como tiempo lleno o tiempo vacío.  Puesto que el tiempo es sólo la forma de la intuición, por tanto de los  objetos como fenómenos, así lo que en éstos corresponde a la sensación  es la materia transcendental de todos los objetos, como cosas en sí (la  cosidad, realidad). Ahora bien, toda sensación tiene un grado o  magnitud por la cual puede llenar más o menos el mismo tiempo, es  decir, el sentido interno con respecto a la misma representación de un  objeto, hasta que cesa en nada (0 = negatio). Por eso hay una relación y  conexión o, más bien, un tránsito de la realidad a la negación, que hace  de toda realidad un quantum representable; y el esquema de una realidad  como cantidad de algo, en cuanto este algo llena el tiempo, es  precisamente esa continua y uniforme producción de la misma en el  tiempo, al descender, en el tiempo, desde la sensación que tiene un cierto  grado, hasta la desaparición de la sensación, o al ascender poco a poco  desde la negación hasta la magnitud de la sensación. 

     El esquema de la substancia es la permanencia de lo real en el tiempo,  es decir la representación de lo real como un substrato de la  determinación empírica del tiempo en general, el cual permanece  mientras todo lo demás cambia (El tiempo no transcurre, sino que en él  transcurre la existencia de lo mudable. Al tiempo pues, que es él mismo  inmutable y permanente, corresponde en el fenómeno lo inmutable de la  existencia, es decir la substancia, y sólo en ella puede la sucesión y la  simultaneidad de los fenómenos ser determinadas según el tiempo). 

     El esquema de la causa y de la causalidad de una cosa en general es lo  real, al cual, si es puesto a capricho, sigue siempre algo distinto. Consiste  pues en la sucesión de lo múltiple, por cuanto se halla sometida a una  regla. 

 El esquema de la realidad (acción recíproca) o de la causalidad  recíproca de las substancias con respecto a sus accidentes, es la  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 128 

simultaneidad de las determinaciones de uno con las de otro, según una  regla universal. 

 El esquema de la posibilidad es la concordancia de la síntesis de  diferentes representaciones con las condiciones del tiempo en general (v.  g. que lo contrario no puede ser simultáneo en una cosa, sino sólo  sucesivo); es pues la determinación de la representación de una cosa en  algún tiempo. 

     El esquema de la realidad es la existencia en un determinado tiempo.   El esquema de la necesidad es la existencia de un objeto en todo  tiempo. 

 Se ve pues por todo esto que el esquema de las categorías de la  cualidad contiene y hace representable la producción (síntesis) del  tiempo mismo en la sucesiva aprehensión de un objeto; el esquema de la  cualidad contiene y hace representable la síntesis de la sensación  (percepción) con la representación del tiempo, o la ocupación plena del  tiempo; el de la relación, contiene y hace representable la relación de las  percepciones entre sí en todo tiempo (es decir según una regla de la  determinación del tiempo), y por último el esquema de la modalidad y  sus categorías contiene y hace representable el tiempo mismo como el  correlato de la determinación de un objeto, según pertenezca y cómo  pertenezca al tiempo. Los esquemas pues no son nada más que  determinaciones a priori del tiempo, según reglas, y éstas, según el orden  de las categorías, se refieren a la serie del tiempo, al contenido del tiempo, a  la ordenación del tiempo y por último al conjunto del tiempo, con respecto a  todos los objetos posibles. 

     Así se ve bien que el esquematismo del entendimiento, por medio de  la síntesis transcendental de la imaginación, no viene a parar a otra cosa  que a la unidad de todo lo múltiple de la intuición en el sentido interno y  así, indirectamente, a la unidad de la apercepción como función que  corresponde al sentido interno (receptividad). Los esquemas de los  conceptos puros del entendimiento son pues las verdaderas y únicas  condiciones que permiten proporcionar a esos conceptos una relación  con los objetos y por ende una significación y las categorías, al cabo, no  tienen más uso posible que uno empírico, pues que sólo sirven para  someter fenómenos a reglas universales de síntesis, mediante  fundamentos de una unidad necesaria a priori (a causa de la necesaria  reunión de toda conciencia en una apercepción originaria) y capacitar  esos fenómenos de ese modo para un enlace general en una experiencia.   Pero todos nuestros conocimientos están en el conjunto de toda la  experiencia posible y la verdad transcendental, que precede a toda  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 129 

verdad empírica y la hace posible, consiste en la referencia universal a  toda la experiencia posible. 

 Mas se advierte también enseguida que si bien los esquemas de la  sensibilidad son los que realizan las categorías, sin embargo también las  restringen, es decir, las limitan a condiciones que están fuera del  entendimiento (en la sensibilidad). Por eso es el esquema propiamente el  fenómeno (Phaenomenon) o concepto sensible de un objeto, en  concordancia con la categoría (Numerus est quantitas phoenomenon, sensatio  realitas phaenomenon

, constans et perdurabile rerum substantia phaenomenon,  aeternitas necessitas phaenomenon etc...) Si eliminamos una condición  restrictiva, amplificamos, según parece, el concepto anteriormente  restringido; así debieran las categorías, en su significación pura, sin  ninguna condición de la sensibilidad, valer para las cosas en general,  tales como ellas son, mientras que sus esquemas sólo las representarían  como ellas aparecen, teniendo las categorías así una significación  independiente de todo esquema y mucho más extensa. Y en realidad  conservan, los conceptos puros del entendimiento una significación, aun  después de haber separado toda condición sensible; pero es una  significación solamente lógica, la significación de la simple unidad de  representaciones, a la cual empero ningún objeto es dado y por tanto  ninguna significación que pudiera proporcionarnos un concepto del  objeto. Así por ejemplo la substancia, si eliminamos la determinación  sensible de la permanencia, no significaría nada más que un algo que  puede ser pensado como sujeto (sin ser predicado de otra cosa). Mas con  esa representación nada puedo hacer, porque no me señala qué  determinaciones tiene esa cosa que ha de valer como sujeto primero. Así  pues, sin los esquemas, son las categorías solamente funciones del  entendimiento para conceptos, y no representan objeto alguno. Esta  significación se las da luego la sensibilidad que realiza el entendimiento,  restringiéndolo al mismo tiempo. 

 

 

 

Doctrina transcendental del Juicio (o Analítica de los principios) 

 

SEGUNDO CAPÍTULO 

Sistema de todos los principios del entendimiento puro 

 

 

 En el anterior capítulo hemos considerado el Juicio transcendental  solo según las condiciones generales bajo las cuales está autorizado para  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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usar los conceptos puros del entendimiento en juicios sintéticos. Nuestro  tema es ahora exponer en enlace sistemático los juicios que el  entendimiento, con esa crítica cautela, lleva a cabo realmente a priori;  para ello deberá darnos sin duda nuestra tabla de las categorías la  dirección natural y segura. Pues precisamente la referencia de las  categorías a la experiencia posible es la que debe constituir todo  conocimiento puro a priori del entendimiento y la relación de las  categorías con la sensibilidad en general expondrá todos los principios  transcendentales del uso del entendimiento, íntegros y en un sistema. 

     Los principios a priori tienen ese nombre no sólo porque contienen los  fundamentos de otros juicios, sino también porque no se fundan ellos  mismos en otros conocimientos más altos y generales. Sin embargo esa  propiedad no los dispensa siempre de una prueba. Pues aunque ésta no  pudiera llevarse objetivamente por estar más bien a la base de todo  conocimiento de su objeto, sin embargo, esto no impide que sea posible y  hasta necesario producir una prueba, sacándola de las fuentes subjetivas  de la posibilidad de un conocimiento del objeto en general, porque la  proposición, si no, despertaría siempre la más grave sospecha de ser una  afirmación obtenida por sorpresa. 

 En segundo lugar, nos limitaremos a aquellos principios que se  refieren a las categorías. Los principios de la estética transcendental,  según los cuales el espacio y el tiempo son las condiciones de la  posibilidad de todas las cosas, como fenómenos, así como la restricción  de esos principios, a saber: que no pueden referirse a cosas en sí mismas,  no pertenecen al delimitado campo de nuestra investigación. Tampoco  los principios matemáticos constituyen parte alguna de este sistema,  porque son sacados de la intuición solamente y no de los conceptos  puros del entendimiento; sin embargo su posibilidad, ya que son juicios  sintéticos a priori, hallará lugar aquí necesariamente, no ciertamente para  demostrar su exactitud y certeza apodíctica, cosa que no necesitan, sino  para hacer comprensible y deducir la posibilidad de semejantes  evidentes conocimientos a priori. 

 Pero tendremos que hablar también del principio de los juicios  analíticos y ello en oposición al de los sintéticos, que es precisamente el  objeto de nuestro tema; porque precisamente esa oposición libra la teoría  de los últimos de toda mala inteligencia y la pone ante los ojos  claramente en su naturaleza peculiar. 

 

 

 

Primera sección del sistema de los principios del entendimiento puro  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 131 

 

Del principio supremo de todos los juicios analíticos 

 

 

     Sea cual fuere el contenido de nuestro conocimiento y el modo como  éste se refiera al objeto, es condición universal, aunque sólo negativa, de  todos nuestros juicios, que no se contradigan a sí mismos; sin lo cual esos  juicios en sí mismos (aun sin referencia al objeto) no son nada. Mas  aunque no haya en nuestro juicio contradicción alguna, puede sin  embargo el juicio enlazar los conceptos como el objeto no lo comporta o  también sin que haya fundamento alguno, ni a priori ni a posteriori, que  justifique semejante juicio; y así un juicio, a pesar de estar libre de  contradicción interna, puede aún ser o falso o falto de fundamento. 

 La proposición: «a ninguna cosa conviene un predicado que la  contradiga», llámase principio de contradicción y es un criterio  universal, aunque meramente negativo, de toda verdad; por lo cual  pertenece solamente a la lógica, pues vale para los conocimientos como  conocimientos en general, prescindiendo de su contenido, y dice que la  contradicción los aniquila enteramente y los suprime. 

     Pero de ese principio puede hacerse también un uso positivo, es decir,  no sólo para excluir la falsedad y el error (en cuanto descansan en la  contradicción) sino también para conocer la verdad. Pues, si el juicio es  analítico, sea afirmativo o negativo, tiene que ser siempre conocida su  verdad suficientemente según el principio de contradicción. Pues lo  contrario de aquello que en el conocimiento del objeto incide y es  pensado como concepto, tendrá siempre correctamente que ser negado,  pero el concepto mismo del objeto habrá de ser afirmado, porque su  contrario contradiría al objeto. 

 Por eso debemos dar al principio de contradicción el valor de principio  universal y plenamente suficiente de todo conocimiento analítico; pero su  importancia y utilidad, como criterio suficiente de la verdad, no va más  lejos. Pues el que ningún conocimiento pueda contrariarlo, hace que ese  principio sea conditio sine qua non, pero no fundamento, que determine la  verdad de nuestro conocimiento. Como nos ocupamos propiamente sólo  de la parte sintética de nuestro conocimiento, tendremos siempre  cuidado de no hacer nunca nada contra este principio inviolable, mas no  podremos nunca esperar de él conclusión alguna acerca de la verdad de  esa especie de conocimiento. 

     Pero hay una fórmula de ese principio famoso, aunque desprovisto de  todo contenido y simplemente formal, que encierra una síntesis que se  ha mezclado con él por imprevisión y en modo totalmente innecesario.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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Dice esa fórmula: «es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo».  Aparte de que

 aquí se introduce superfluamente la certeza apodíctica  (con la palabra imposible), que debe de suyo desprenderse de la  proposición, ésta queda afectada por la condición del tiempo, como si  dijéramos: Una cosa, A, que es algo, B, no puede en el mismo tiempo ser  no-B; pero puede muy bien ser ambas cosas (B y no-B) sucesivamente.  Un hombre, por ejemplo, que es joven no puede ser al mismo tiempo  viejo; 

pero puede ser en un tiempo joven y en otro tiempo no joven, es  decir, viejo. Ahora bien, el principio de contradicción, como principio  meramente lógico, no debe limitar sus expresiones a las relaciones de  tiempo; por eso esa fórmula es contraria a la intención del principio. La  mala inteligencia proviene tan sólo de que un predicado de una cosa ha  sido separado primero del concepto de ella y después se une lo contrario  a ese predicado, lo cual no produce nunca contradicción con el sujeto,  sino con sus predicados enlazados sintéticamente al sujeto, y la produce  sólo cuando el primero y segundo predicado son afirmados al mismo  tiempo. Si yo digo: «Un hombre que es ignorante no es sabio», hay que  añadir la condición «al mismo tiempo»; pues el ignorante en un momento  dado puede muy bien ser sabio en otro. Pero si digo: «Ningún ignorante  es sabio», esta proposición es analítica, porque la nota (ignorancia) entra  a constituir también el concepto del sujeto y entonces la proposición  negativa es clara inmediatamente por el principio de contradicción, sin  que haya de añadirse la condición: «al mismo tiempo». Ésta es la causa  por la cual he variado antes la fórmula del principio de tal modo que la  naturaleza de una proposición analítica quede claramente expresada. 

 

 

 

Segunda sección del sistema de los principios del entendimiento puro  Del principio supremo de todos los juicios sintéticos 

 

 

 La explicación de la posibilidad de los juicios sintéticos es un  problema de que no tiene que ocuparse para nada la lógica general, ni  siquiera conocer su nombre. Pero en una lógica transcendental es el  asunto más importante de todos y aun el único, si se habla de la  posibilidad de juicios sintéticos a priori, como asimismo de las  condiciones y extensión de su validez. Pues una vez terminado ese  asunto puede la lógica transcendental satisfacer perfectamente su  propósito, a saber: determinar la extensión y los límites del  entendimiento puro.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 133 

 En el juicio analítico permanezco dentro del concepto dado, para  decidir

 algo sobre él. ¿Es afirmativo? Pues entonces atribuyo a ese  concepto sólo aquello que era ya pensado en él. ¿Es negativo? Entonces  excluyo de él solamente su contrario. Pero en el juicio sintético debo salir  del concepto dado para considerar, en relación con éste, algo totalmente  distinto de lo en él pensado, relación que no es nunca ni de identidad ni  de contradicción y por la cual no puede conocerse en el juicio mismo ni  la verdad ni el error. 

 Concedido, pues, que se deba salir de un concepto dado para  compararlo sintéticamente con otro, queda un tercer requisito, en el cual  solamente puede originarse la síntesis de ambos conceptos. Y ¿qué es  este tercer requisito sino el medium de todos los juicios sintéticos? Sólo  hay un conjunto, en el cual están contenidas todas nuestras  representaciones, es a saber: el sentido interno y la forma del mismo a  priori: el tiempo. La síntesis de las representaciones descansa en la  imaginación, pero la unidad sintética de las mismas (que se requiere para  el juicio), descansa en la unidad de la apercepción. Aquí habrá pues que  buscar la posibilidad de los juicios sintéticos y, como las tres contienen  las fuentes de las representaciones a priori, también habrá que buscar  aquí la posibilidad de los juicios sintéticos puros y aun serán estos  necesarios por esos fundamentos, si ha de llevarse a cabo, un  conocimiento de objetos que descanse solamente en la síntesis de las  representaciones. 

     Si un conocimiento ha de tener realidad objetiva, es decir, referirse a  un objeto y poner en el mismo significación y sentido, debe el objeto  poder ser dado de alguna manera. Sin eso, son los conceptos vanos y  aunque en realidad hemos pensado, nada hemos conocido por ese  pensamiento; no hemos hecho sino jugar con representaciones. Darse un  objeto -si ello no ha de entenderse sólo mediatamente, sino como  exponerlo inmediatamente en la intuición- no es otra cosa que referir su  representación a la experiencia (real o al menos posible). El espacio y el  tiempo mismos, tan puros de todo lo empírico como son estos conceptos,  y tan cierto como es que son representados enteramente a priori en el  espíritu, carecerían de validez objetiva, de sentido y significación si no se  mostrara su uso necesario en los objetos de la experiencia; es más, su  representación es un simple esquema que se refiere siempre a la  imaginación reproductiva, que evoca los objetos de la experiencia, sin los  cuales carecerían de significación; y así ocurre con todos los conceptos  sin distinción. 

 La posibilidad de la experiencia es pues lo que da a todos nuestros  conocimientos a priori realidad objetiva. Ahora bien, la experiencia  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 134 

descansa en la unidad sintética de los fenómenos, es decir, en una  síntesis según conceptos del objeto de los fenómenos en general, sin la  cual la experiencia no sería siquiera conocimiento, sino una rapsodia de  percepciones, incapaces de juntarse en una contextura según reglas de  una conciencia (posible) continuamente enlazada y, por tanto, en la  unidad transcendental y necesaria de la apercepción. La experiencia  tiene, pues, como fundamento, principios de su forma a priori, a saber:  reglas universales de la unidad, en la síntesis de los fenómenos, cuya  objetiva realidad como condiciones necesarias puede siempre mostrarse  en la experiencia y aun en su posibilidad. Fuera de esa referencia,  empero, son enteramente imposibles, las proposiciones sintéticas a priori,  porque no tienen el tercer requisito, a saber: un objeto en el cual la  unidad sintética de sus conceptos, pueda mostrar realidad objetiva. 

     Por eso, aunque conocemos del espacio en general o de las figuras que  la imaginación productiva dibuja en él, muchas cosas a priori en juicios  sintéticos, de suerte que realmente no necesitamos para ello experiencia  alguna, este conocimiento no sería nada, sería ocuparse con una mera  fantasía, si e

l espacio no hubiera de considerarse como la condición de  los fenómenos que constituyen la materia de la experiencia externa; por  eso esos juicios sintéticos puros se refieren, aunque sólo mediatamente, a  la experiencia posible o más bien a la posibilidad misma de la  experiencia y sólo en ello fundamentan la validez objetiva de su síntesis. 

 Ya que la experiencia, pues, como síntesis empírica es en su  posibilidad la única especie de conocimiento que da realidad a toda otr

a  síntesis, tiene ésta también, como conocimiento a priori, verdad  (coincidencia con el objeto) sólo porque no encierra más que lo necesario  para la unidad sintética de la experiencia en general. 

 El principio supremo de todos los juicios sintéticos es pues: todo  objeto está bajo las condiciones necesarias de la unidad sintética de lo  múltiple de la intuición en una experiencia posible. 

 De esa manera, los juicios sintéticos a priori son posibles cuando las  condiciones formales de la intuición a priori, la síntesis de la imaginación  y la necesaria unidad de la misma, en una apercepción transcendental,  son referidas por nosotros a un conocimiento de experiencia posible en  general y decimos: las condiciones de la posibilidad de la experiencia en  general son al mismo tiempo condiciones de la posibilidad de los objetos de  la experiencia y tienen por ello validez objetiva en un juicio sintético a  priori. 

 

 

  


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Tercera sección del sistema de los principios del entendimiento puro  Representación sistemática de todos los principios sintéticos del mismo 

 

 

 Que en general existan principios, es cosa que debemos atribuir  exclusivamente al entendimiento puro, el cual no es sólo la facultad de  las reglas, con respecto a lo que acontece, sino aun la fuente misma de los  principios, según la cual todo (cuanto pueda presentársenos como  objeto) se halla necesariamente bajo reglas, porque sin éstas nunca  podría sobrevenir a los fenómenos conocimiento alguno de un objeto  correspondiente. Las mismas leyes naturales, si se consideran como  principios del uso empírico del entendimiento, llevan consigo al mismo  tiempo una expresión de necesidad, por lo tanto la sospecha al menos de  que han sido determinadas por fundamentos valederos a priori y antes de  toda experiencia. Pero sin distinción hállanse todas las leyes de la  naturaleza bajo superiores principios del entendimiento, ya que se  limitan a aplicar éstos a determinados casos del fenómeno. Estos  principios solos dan pues el concepto, que contiene la condición y como  el exponente para una regla en general; la experiencia empero da el caso  que se halla bajo la regla. 

     Propiamente no puede haber peligro de que se tomen los principios  meramente empíricos por principios del entendimiento puro, o  recíprocamente; pues la necesidad según conceptos -que distingue a  éstos últimos y cuya falta se percibe fácilmente en cualquier proposición  empírica, por mucho valor universal que tenga- puede sin dificultad  prevenir esa confusión. Pero hay principios puros a priori, que yo sin  embargo no quisiera atribuir propiamente al entendimiento puro,  porque no están sacados de conceptos puros, sino de intuiciones puras  (aunque por medio del entendimiento); el entendimiento empero es la  facultad de los conceptos. La matemática posee tales principios; pero su  aplicación a la experiencia y por tanto su validez objetiva y aun la  posibilidad de semejante conocimiento sintético a priori (la deducción del  mismo) descansa sin embargo siempre en el entendimiento puro. 

     Por eso, entre mis principios no enumeraré los de la matemática, pero  sí aquellos en que se funda la posibilidad y validez objetiva a priori de  esta ciencia y que por lo tanto pueden considerarse como Principium de  esos principios, y van de los conceptos a la intuición, no de la intuición a los  conceptos. 

 En la aplicación de los conceptos puros del entendimiento a la  experiencia posible, el uso de su síntesis es matemático o dinámico; pues se  dirige unas veces a la intuición, otras a la existencia de un fenómeno en  


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 136 

general. Las condiciones a priori de la intuición son empero totalme

nte  necesarias, respecto de una experiencia posible, mientras que las de la  existencia de los objetos de una posible intuición empírica son en sí sólo  contingentes. Por eso los principios del uso matemático tendrán  necesidad in

condicionada, o sea apodíctica; los del uso dinámico, en  cambio, tendrán ciertamente también el carácter de una necesidad a  priori, mas sólo bajo la condición del pensar empírico, en una  experiencia; por lo tanto, sólo en modo mediato e indirecto, sin contener  por consiguiente aquella inmediata evidencia (puesta a salvo sin  embargo su certeza. referida en general a la experiencia) que es propia de  los primeros. Todo esto empero podrá juzgarse mejor al terminar este  sistema de los principios. 

     La tabla de las categorías nos da la pauta natural para la tabla de los  principios, porque éstos no son otra cosa que las reglas del uso objetivo  de aquellas. Todos los principios del entendimiento puro son pues: 

 

 

 1 

Axiomas de la  intuición. 

 

 2 

Anticipaciones de la  percepción. 

 3 

Analogías de la  experiencia. 

 

 4 

Postulados del  pensar empírico en  general. 

 

 

 

     Estas denominaciones las he elegido con cuidado, para que no pasen  desapercibidas las diferencias respecto a la evidencia y el empleo de  estos principios. Mas pronto se verá que, en lo que se refiere tanto a la  evidencia como a la determinación de los fenómenos a priori, según las  categorías de la cantidad y de la cualidad (si se atiende tan solo a la forma  de estas últimas), los principios de las mismas se distinguen de los otros  dos considerablemente, en que si bien todos son susceptibles de una  certeza plena, la de aquellos es intuitiva y la de éstos sólo discursiva. Por  eso llamaré a aquellos principios matemáticos y a éstos dinámicos78. Pero 

                                                             

78 Todo enlace (conjunctio) es composición (compositio) o nexo (nexus). La primera es la síntesis  de lo múltiple, cuando las partes no pertenecen necesariamente unas a otras, como por ejemplo:  los dos triángulos en que la diagonal divide al cuadrado no pertenecen por sí necesariamente  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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se ha de advertir que aquí no me refiero ni a los principios de la  matemática en un caso, ni a los principios de la dinámica general (física)  en el otro, sino solamente a los del entendimiento puro con relación al  sentido interno (sin distinción de las representaciones dadas en él), por  medio de los cuales todos aquellos reciben su posibilidad. Los he  denominado pues más bien por su aplicación que por su contenido. Y  paso a su consideración, en el mismo orden en que han sido presentados  en la tabla. 

 

 

 

1.- AXIOMAS DE LA INTUICIÓN 

 

Su principio es: Todas las intuiciones son magnitudes extensivas. 

          

 

 Prueba: 

     Todos los fenómenos contienen, según su forma, una intuición en el  espacio y el tiempo, que está a priori a la base de todos ellos. No pueden  pues ser aprehendidos,

 o sea recogidos en la conciencia empírica, sino  por medio de la síntesis de lo múltiple, mediante la cual se producen las  representaciones de un determinado espacio o tiempo; es decir, por  medio de la composición de lo semejante y la conciencia de la unidad  sintética de ese múltiple (semejante). La conciencia empero de lo  semejante múltiple en la intuición en general, en cuanto por ella es  posible la representación de un objeto, es el concepto de una magnitud  (quanti). Así pues, la percepción misma de un objeto como fenómeno es  sólo posible mediante la misma unidad sintética de lo múltiple de la  intuición sensible dada, por la cual la unidad de la composición de lo  múltiple semejante es pensada en el concepto de una magnitud, es decir:  los fenómenos son todos ellos magnitudes y magnitudes extensivas,  porque, como intuiciones en el espacio o en el tiempo, tienen que ser 

                                                                                                                                                                                              

uno a otro y tal es también la síntesis de lo semejante en todo aquello que puede ser  considera

do matemáticamente (esta síntesis a su vez puede dividirse en la de agregación y la de  coalición, siendo 

la primera dirigida a magnitudes extensivas y la segunda a intensivas). El  segundo enlace, el nexo, es la síntesis de lo múltiple por cuanto las partes pertenecen  necesariamente unas a otras, como por ejemplo: el accidente a una substancia o el efecto a la  causa. Por tanto, esas partes, aunque disemejantes, son, sin embargo, representadas como  enlazadas a priori, enlace que, como no es arbitrario, recibe de mí el nombre de dinámico, ya  que se refiere al enlace de la existencia de lo múltiple (el cual a su vez puede dividirse en físico  de los fenómenos entre sí, y metafísico, por su enlace en la facultad de conocer a priori).-Esta  nota fue añadida en la 2ª. edición.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 138 

representadas por la misma síntesis por la cual el espacio y el tiempo son  en general determinados79. 

 Llamo magnitud extensiva aquella en que la representación de las  partes hace

 posible la representación del todo (y la precede, pues,  necesariamente). No puedo representarme una línea, por pequeña que  sea, sin trazarla con el pensamiento, es decir sin producir todas sus  partes poco a poco, desde un punto, y así dibujar esa intuición. Lo  mismo ocurre con el tiempo, por corto que sea. Pienso en el tránsito  sucesivo de un momento a otro, por donde, mediante todas las partes de  tiempo y su adición, prodúcese finalmente una determinada magnitud  de tiempo. Como la mera intuición de todos los fenómenos es el espacio  o el tiempo, todo fenómeno, como intuición, es una magnitud extensiva,  puesto que no puede ser conocido más que mediante una síntesis  sucesiva de parte a parte en la aprehensión. Todos los fenómenos son  pues ya intuidos como unos agregados (muchedumbre de partes dadas  anteriormente), lo cual no ocurre en toda especie de magnitudes, sino  sólo en las que son aprehendidas y representadas por nosotros  extensivamente. 

     En esta síntesis sucesiva de la imaginación productiva en la creación  de figuras fúndase la matemática de la extensión (geometría) con sus  axiomas, que expresan las condiciones de la intuición sensible a priori,  bajo las cuales tan sólo puede realizarse el esquema de un concepto puro  del fenómeno exterior, por ejemplo: «entre dos puntos no hay más que  una recta posible», «dos rectas no encierran un espacio», etc... Éstos son  los axiomas que se refieren propiamente sólo a magnitudes (quanta)  como tales. 

 Pero en lo que se refiere a la magnitud80 (quantitas), es decir a la  respues

ta que se da a esta pregunta: ¿Cómo es de grande tal cosa?, no  hay para ella axiomas en el sentido propio, aunque varias de esas  proposiciones son sintéticas e inmediatamente ciertas (indemonstrabilia).  Pues la proposición siguiente: cantidades iguales, añadidas o sustraídas  a cantidades iguales, dan cantidades iguales, es analítica, porque tengo  inmediatamente conciencia de la identidad de una y otra producción de  magnitud; los axiomas empero han de ser proposiciones sintéticas. En  cambio las proposiciones evidentes de la relación numérica, si bien son 

                                                             

79  Todo el comienzo de este número, hasta aquí, fue añadido en la 2ª. edición. En la primera 

hay el siguiente título: «De los axiomas de la intuición. Pri

ncipio del entendimiento puro:  Todos los fenómenos son, según su intuición, magnitudes extensivas». E inmediatamente  sigue el aparte: «Llamo magnitud extensiva...» (N. del T.) 

80 Aquí emplea Kant la misma palabra «Grösse» (magnitud) pero con otro sentido, como lo  indica el añadir entre paréntesis quantitas. He creído conveniente por ello conservar también  en castellano la misma voz y no usar la de: cantidad. (N. del T.)  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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sintéticas, no son universales, como las de la geometría, y por eso no  pueden llamarse axiomas, sino fórmulas numéricas. La proposición: 7 +  5 = 12 no es analítica. Pues ni en la representación de 7, ni en la de 5, ni  en la representación de la composición de ambas pienso yo el número 12;  no se trata aquí de que yo deba pensarlo en la adición de ambas, pues en la  proposición analítica la cuestión es sólo la de si yo pienso realmente el  predicado en la representación del sujeto). Pero aunque sintética, es sin  embargo una proposición particular. Por cuanto se atiende aquí sólo a la  síntesis de lo semejante (las unidades), no puede la síntesis ocurrir más  que de una única manera, aunque el uso de esos números es luego  universal. Cuando yo digo: con tres líneas, dos de las cuales juntas son  mayores que la tercera, se puede trazar un triángulo, tengo la mera  función de la imaginación productiva, que puede trazar las líneas más  largas y más cortas y hacer que se encuentren en todos los ángulos que  quiera. En cambio el número 7 no es posible más que de una única  manera y así mismo el número 12, producido por la síntesis del primero  con 5. Semejantes proposiciones no deben pues, llamarse axiomas (pues  habría infinitos de éstos) sino fórmulas numéricas. 

     Este principio transcendental de la matemática de los fenómenos da a  nuestro conocimiento a priori una gran ampliación. Pues sólo él es el que  hace que la matemática pura sea aplicable en toda su precisión a objetos  de la experiencia, cosa que sin ese principio no se vería por sí misma  claramente y hasta ha ocasionado más de una contradicción. Los  fenómenos no son cosas en sí mismas. La intuición empírica es sólo  posible por medio de la pura (del espacio y del tiempo); lo que la  geometría dice, pues, de ésta, vale sin objeción para aquella y los  subterfugios que suponen que los objetos de los sentidos pueden no ser  conformes a las reglas de la construcción en el espacio (v. g. de la infinita  divisibilidad de las líneas o de los ángulos) deben desaparecer. Pues de  ese modo se negaría al espacio, y con

 él a la vez a toda la matemática,  validez objetiva, y no se sabría por qué y hasta dónde es aplicable a los  fenómenos. La síntesis de los espacios y tiempos, como síntesis de la  forma esencial de toda intuición, es, al mismo tiempo, lo que hace  posible la aprehensión del fenómeno, y por lo tanto toda experiencia  externa y por consiguiente también todo conocimiento de los objetos de  la misma; y lo que la matemática, en su uso puro, demuestra de aquella  (forma), vale también necesariamente para ésta (experiencia externa).  Toda objeción a esto es insistente argucia de una razón mal instruida  que, erróneamente, piensa separar los objetos de los sentidos, de la  condición formal de nuestra sensibilidad y, aunque sólo son fenómenos,  se los representa como objetos en sí mismos, dados al entendimiento; si  


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así fueran, de seguro que no podríamos conocer nada de ellos  sintéticamente a priori, y por tanto tampoco mediante puros conceptos  del espacio; y la ciencia que determina éstos, la geometría, no sería  posible. 

 

 

2.- ANTICIPACIONES81 DE LA PERCEPCIÓN 

 

Su principio es: en todos los fenómenos, lo real, que es un objeto de la  sensación, tiene magnitud intensiva, o sea un grado. 

 

 

82  Prueba:  

 

 Percepción es la conciencia empírica, es decir, una conciencia en la  cual a

l mismo tiempo hay sensación. Los fenómenos, como objetos de la  percepción, no son intuiciones puras (meramente formales), como el  espacio y el tiempo (pues éstas no pueden ser percibidas en sí).  Contienen pues, sobre la intuición, además, las materias para algún  objeto en general (por donde, en el espacio o en el tiempo, algo existente  es representado), o sea lo real de la sensación, como representación  meramente subjetiva; en ésta sólo podemos tener conciencia de que el  sujeto está afectado y referimos esa representación subjetiva a un objeto  en general. Ahora bien, de la conciencia empírica a la pura es posible un  cambio gradual, en el cual lo real desaparezca enteramente, quedando  sólo una conciencia formal (a priori) de lo múltiple en el espacio y el  tiempo. Es pues posible una síntesis de la producción cuantitativa de una  sensación, desde su comienzo, en la intuición pura = 0, hasta una  magnitud cualquiera. Como la sensación en sí no es una representación  objetiva, y en ella no está ni la intuición del espacio, ni la del tiempo, no  le corresponderá magnitud extensiva, pero sí alguna magnitud (en la  aprehensión de la sensación, en la cual la conciencia empírica puede  ascender, en cierto tiempo, desde nada = 0, hasta su medida dada), esto  es, una magnitud intensiva, en correspondencia con la cual deberá atribuir  a todos los objetos de la percepción, en cuanto ésta contiene sensación,  una magnitud intensiva o sea un grado del influjo sobre el sentido83. 

                                                             

81 La primera edición dice: «Las anticipaciones...» (N. del T.) 

82 La primera edición dice: «El principio que anticipa todas las percepciones, como tales, dice  así: En todos los fenómenos, la sensación y lo real, que le corresponde en el objeto (realitas  phaenomenon), tienen una magnitud intensiva, o sea un grado». 

83   Todo este primer aparte, con el título de «prueba», fue añadido en la 2ª. edición. (N. del  T.)  


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     Todo conocimiento, por medio del cual puedo conocer y determinar a  priori lo que pertenece al conocimiento empírico, puede llamarse  anticipación; y sin duda es ésta la significación con que Epicuro usaba su  término de . Mas como hay algo en los fenómenos que nunca es conocido  a priori y que por lo tanto constituye la diferencia peculiar entre el  conocimiento empírico y el conocimiento a priori, es a saber, la sensación  (como materia de la percepción), se sigue de aquí que ésta es  propiamente la que no puede ser anticipada. En cambio, las  determinaciones puras en el espacio y el tiempo, tanto respecto de la  figura como de la magnitud, podemos llamarl

as anticipaciones de los  fenómenos, porque representan a priori todo cuanto pueda siempre darse  a posteriori en la experiencia. Pero suponiendo que se encuentre algo, sin  embargo, que se pueda conocer a priori en toda sensación, como  sensación en general (sin que se dé una particular), esto merecería ser  llamado anticipación, en sentido excepcional; porque parece extraño  anticiparse a la experiencia en aquello precisamente que se refiere a su  materia, la cual sólo en ella puede recogerse. Y así ocurra aquí realmente.       La aprehensión mediante la mera sensación llena sólo un momento (si  no considero la sucesión de muchas sensaciones). Considerada como  algo en el fenómeno, esto es, como algo cuya aprehensión no es una  síntesis sucesiva que pase de las partes a la representación total, no tiene  pues magnitud extensiva; la falta de sensación en el mismo momento,  representaría este momento como vacío, por lo tanto igual a 0. Ahora  bien, lo que en la intuición empírica corresponde a la sensación, es  realidad (realitas phaenomenon); lo que corresponde a la falta de la misma,  es negación, = 0. Mas toda sensación es capaz de una reducción, de tal  modo que puede decrecer y, poco a poco, desaparecer. Por tanto, entre la  realidad en el fenómeno y la negación, hay una conexión continua de  muchas posibles sensaciones intermedias; la diferencia entre una y otra  es siempre más pequeña que la diferencia entre la sensación dada y el  cero o negación total. Esto es: lo real en el fenómeno tiene siempre una  magnitud, pero ésta no se halla en la aprehensión, ya que la aprehensión  mediante la mera sensación ocurre en un momento y no por medio de la  síntesis sucesiva de muchas sensaciones, y por tanto no va de las partes  al todo. Tiene pues una magnitud, pero no extensiva. 

 Ahora bien, llamo magnitud intensiva a aquella que es aprehendida  sólo como

 unidad y en la cual la multiplicidad no puede ser  representada más que por aproximación a la negación, al 0. Así toda  realidad en el fenómeno tiene magnitud intensiva, es decir, un grado. Si  se considera esa realidad como causa (sea de la sensación o de otra  realidad en el fenómeno, v. g., de un cambio), entonces el grado de la  


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realidad, como causa, se llama momento, por ejemplo: el momento de la  gravedad; porque el grado señala sólo la magnitud, cuya aprehensión no  es sucesiva, sino momentánea. Esto, empero, lo trato aquí sólo de  pasada, pues no me ocupo por ahora de la causalidad. 

     Así, pues, toda sensación, y por tanto toda realidad en el fenómeno,  por pequeña que sea, tiene un grado, es decir, una magnitud intensiva,  que siempre puede disminuir; y entre realidad y negación hay una  continua conexión de realida

des posibles y de posibles percepciones más  pequeñas. Todo color, v. g. el rojo, tiene un grado, el cual, por pequeño  que sea, nunca es el más pequeño; y lo mismo ocurre con el calor, el  momento de la gravedad, etc... 

 La propiedad que tienen las magnitudes, de que ninguna parte de  ellas es la más pequeña posible (parte simple), se llama continuidad. El  tiempo y el espacio son quanta continua, porque no puede darse parte  alguna que no esté inclusa entre límites (puntos y momentos) y por tanto  toda parte es a su vez un espacio o un tiempo. El espacio se compone  pues de espacios y el tiempo de tiempos. Los puntos y los momentos son  sólo límites, es decir, sitios de su limitación; los sitios, empero, suponen  ya esas intuiciones que han de limitar o determinar y ni el espacio ni el  tiempo puede componerse de meros sitios, considerados como partes  que pudieran darse antes del espacio o del tiempo. Esas magnitudes  pueden llamarse también fluyentes porque la síntesis (de la imaginación  productiva) en su producción es un progreso en el tiempo, cuya  continuidad suele señalarse particularmente por medio de la expresión  fluir, pasar. 

 Todos los fenómenos en general son según esto magnitudes  continuas, tanto según su intuición, en la cual son extensivas, como  según la mera percepción (sensación y por tanto realidad) en la cual son  intensivas. Si la síntesis de lo múltiple del fenómeno es interrumpida,  entonces es ella un agregado de muchos fenómenos (y no propiamente  fenómeno como un quantum), el cual es producido no por medio de la  mera progresión de la síntesis productiva de un cierto modo, sino por  repetición de una síntesis que siempre cesa. Si llamo quantum de dinero a  13 táleros, es mi denominación exacta, siempre que entienda por ello el  contenido de un marco de plata fina; pues éste, en todo caso, es una  magnitud continua, en la cual no hay parte alguna que sea la mínima,  sino que cualquier parte podría constituir una moneda, la cual a su vez  contendría materia para monedas aún más pequeñas. Mas si mi  denominación significa 13 táleros redondos, es decir, otras tantas piezas  de moneda (sea cual fuere su contenido de plata), entonces es  improcedente llamar a eso un quantum de táleros y debe decirse que es  


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un agregado, es decir, un número de piezas de moneda. Ahora bien, en  todo número debe haber una unidad como base; por eso es el fenómeno,  considerado como unidad, siempre un quantum y, como tal, un continuo.   Si pues todos los fenómenos, considerados extensiva o  intensivamente, son magnitudes continuas, la proposición siguiente:  «todo cambio (tránsito de una cosa de uno a otro estado), es continuo»  podría demostrarse aquí fácilmente y con evidencia matemática, si la  causalidad de un cambio en general no estuviera totalmente fuera de los  límites de una filosofía transcendental y no supusiera principios  empíricos. Pues el que sea posible una causa que mude el estado de las  cosas, es decir las determine a lo opuesto de cierto estado dado, es cosa  de la que el entendimiento a priori no nos da indicio alguno; no  solamente porque no ve la posibilidad de ello (pues esa visión nos falta  en muchos conocimientos a priori) sino porque la variabilidad se refiere  solamente a ciertas determinaciones de los fenómenos, que sólo la  experiencia puede enseñar, mientras que su causa hay que hallarla en lo  inmutable. Mas como no tenemos ante nosotros nada de que podamos  valernos, sino los conceptos fundamentales puros de toda experiencia  posible, entre los cuales no debe haber nada empírico, resulta que no  podemos, sin alterar la unidad del sistema, anticipar nada de la ciencia  universal de la naturaleza, que está edificada sobre ciertas experiencias  fundamentales. 

 Sin embargo no faltan pruebas de la gran influencia que tiene este  principio nuestro para anticipar percepciones y aun para suplir su falta,  impidiendo todas las conclusiones falsas que pudieran sacarse por  ausencia de percepción. 

 Si toda realidad en la percepción tiene un grado, entre el cual y la  negación hay una infinita serie de grados, siempre menores, y sin  embargo cada sentido debe tener un grado determinado de receptividad  de las sensaciones, resulta que no hay percepción alguna posible, y por  tanto experiencia alguna posible, que muestre una total falta de toda  realidad en el fenómeno, sea inmediata, sea mediatamente (cualquiera  que sea la vuelta que se dé en el razonamiento), es decir que de la  experiencia nunca puede sacarse una prueba del espacio vacío o de un  tiempo vacío. Pues la falta total de realidad, en la intuición sensible, en  primer lugar no puede ser percibida, y en segundo lugar no puede ser  deducida de ningún fenómeno singular, ni de la diferencia de grado de  su realidad, y por último, no debe ser nunca admitida para explicar ésta.  Pues si bien la intuición toda de un determinado espacio o tiempo es por  completo real, es decir, ninguna parte de la misma es vacía, sin embargo,  como toda realidad tiene su grado que, en una y la misma magnitud  


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extensiva del fenómeno, puede disminuir hasta nada (el vacío) por  infinitos estadios, debe de haber infinitos grados diferentes con los cuales  se llene espacio o tiempo y las magnitudes intensivas deben poder ser,  en diferentes fenómenos, mayores o menores, aun cuando la magnitud  extensiva de la intuición sea igual. 

 Vamos a dar un ejemplo. Casi todos los físicos, al percibir una gran  diferencia en la cantidad de materia de diversa especie, en un mismo  volumen (ora por el momento de la gravedad o peso, ora por el  momento de la resistencia, frente a otras materias en movimiento), sacan  unánimemente la conclusión siguiente: ese volumen (magnitud  extensiva del fenómeno), en todas las materias, tiene que estar vacío, si  bien en diferente

 medida. ¿Quién creyera nunca que estos físicos, en su  mayor parte mecánicos y

 matemáticos, fundan esa conclusión suya  exclusivamente en una suposición metafísica, que tanto se precian de  evitar? Pues lo hacen cuando admiten que lo real en el espacio (no puedo  llamarlo aquí impenetrabilidad o peso, porque éstos son conceptos  empíricos) es en todas partes idéntico y no puede distinguirse más que por  magnitud extensiva, es decir, por muchedumbre. A esta suposición, para  la cual no pueden tener en la experiencia fundamento alguno y que por  lo tanto es meramente metafísica, opongo yo una prueba transcendental,  la cual ciertamente no ha de explicar la diferencia en la ocupación del  espacio, pero en cambio suprime por completo la supuesta necesidad de  aquella suposición, según la cual no puede explicarse la referida  diferencia más que admitiendo espacios vacíos; mi modo de ver tiene,  además, la ventaja de que pone el entendimiento en libertad para pensar  esa diferencia de alguna otra manera, si es que la explicación física hace  necesaria para esto alguna hipótesis. Pues, como vemos, aunque espacios  iguales estén completamente ocupados por diferentes materias, hasta no  dejar, en ninguno de ellos, un solo punto en donde no se hallen presentes  espacio y materia, sin embargo, todo lo real, en la misma cualidad, tiene  su grado (de resistencia o de peso) y éste puede, sin disminución de la  magnitud extensiva o muchedumbre, ser más y más pequeño, hasta el  infinito, antes de que la cualidad llegue al vacío y desaparezca. Así una  expansión, que ocupa un espacio, por ejemplo un calor y del mismo  modo cualquier otra realidad (en el fenómeno) puede disminuir de  grado hasta el infinito, sin dejar en lo más mínimo vacía la más pequeña  parte de ese espacio, y no por eso dejará de ocupar el espacio, con ese su  pequeño grado, lo mismo que otro fenómeno con otro grado mayor. Mi  intención aquí no es, en modo alguno, la de sostener que tal ocurre en  efecto con la diversidad de materias en su peso específico, sino sólo  exponer, por un principio del entendimiento puro, que la naturaleza de  


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nuestras percepciones hace posible una explicación semejante, y que se  yerra cuando se admite que lo real del fenómeno es igual en grado y sólo  se diferencia por la agregación y la magnitud extensiva de ésta, como  también se yerra cuando se afirma esto por virtud de un supuesto  principio del entendimiento a priori. 

     Sin embargo esta anticipación de la percepción tiene siempre algo de  extraño para el investigador acostumbrado a lo transcendental84 y hecho  por ende a la circunspección; suscita cierta duda sobre cómo el  entendimiento pueda anticipar una proposición sintética como es la del  grado de todo lo real en lo

s fenómenos y por tanto la de la posibilidad de  distinguir interiormente la sensación misma, cuando se hace abstracción  de su cualidad empírica. Así pues no es indigna de ser resuelta la  cuestión siguiente: ¿cómo puede el entendimiento pronunciarse aquí  sintéticamente, a priori, sobre fenómenos y aun anticiparlos en lo que es  propia y meramente empírico, en lo que toca a la sensación? 

 La cualidad de la sensación es siempre meramente empírica y no  puede ser representada a priori (v. g. colores, gusto, etc.) Pero lo real que  corresponde en general a las sensaciones, en oposición a la negación = 0,  representa tan sólo algo cuyo concepto contiene en sí un ser, y no  significa nada más que la síntesis en una conciencia empírica en general.  En el sentido interno efectivamente puede la conciencia empírica  elevarse desde 0 hasta cualquier grado mayor, de tal modo que una y la  misma magnitud extensiva de la intuición (v. g. superficie iluminada)  produzca una sensación igualmente grande que un agregado de muchas  otras (menos iluminadas) juntas. Se puede pues hacer por completo  abstracción de las magnitudes extensivas del fenómeno y representarse  sin embargo en la mera sensación, en un momento, una síntesis de  incremento uniforme, desde 0 hasta la conciencia empírica dada. Todas  las sensaciones por tanto son dadas como tales solo a posteriori; pero su  propiedad de tener un grado puede ser conocida a priori, Es de notar que  en las magnitudes en general no conocemos a priori, más que una sola  cualidad, la continuidad; pero en toda cualidad (lo real de los fenómenos)  no podemos conocer a priori más que la cantidad intensiva de la misma, o  sea que tienen un grado; todo lo demás queda para la experiencia. 

 

 

 

3.- ANALOGÍAS DE LA EXPERIENCIA 

 

                                                             

84 ...significa: acostumbrado al método de la filosofía trascendental. Sigo el texto dado por  Görland. (N. del T.)  


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Su principio es: la experiencia es posible sólo mediante la representación de un  enlace necesario de las percepciones.85 

         

 

  Prueba: 

 

     La experiencia es un conocimiento empírico, es decir un conocimiento  que determina un objeto por percepciones. Es pues una síntesis de las  percepciones, que no está contenida ella misma en la percepción, sino  que contiene la unidad sintética de lo múltiple de la percepción en una  conciencia; esta unidad sintética constituye lo esencial de un  conocimiento de los objetos de los sentidos, es decir de la experiencia (no  sólo de la intuición o sensación de los sentidos). Ahora bien en la  experiencia las percepciones se refieren unas a otras de un modo  meramente casual, sin que de las percepciones mismas se desprenda  ne

cesidad alguna de su enlace, ni pueda desprenderse, porque la  aprehensión es sólo una conjunción de lo múltiple de la intuición  empírica; pero en ella no se encuentra representación alguna de la  necesidad de la existencia enlazada de los fenómenos, que ella junta en el  espacio y el tiempo. Mas como la experiencia es un conocimiento de los  objetos por percepciones y, por consiguiente, en ella debe ser  representada la relación en la existencia de lo múltiple, no tal como se  junta en el tiempo, sino tal como es objetivamente en el tiempo; como,  además el tiempo mismo no puede ser percibido, resulta que la  determinación de la existencia de los objetos en el tiempo no puede  ocurrir más que por medio de su enlace en el tiempo en general, y por  tanto sólo por medio de conceptos enlazadores a priori. Ahora bien, como  éstos siempre al mismo tiempo llevan consigo necesidad, la experiencia  solo es posible mediante una representación del enlace necesario de las  percepciones86. 

 Los tres modos del tiempo son: permanencia, sucesión y simultaneidad.  Por eso hay tres reglas de todas las relaciones de tiempo entre los  fenómenos, por las cuales puede determinarse a cada uno su existencia  con respecto a la unidad de todo tiempo, y esas tres reglas preceden a  toda experiencia y la hacen posible. 

 El principio general de las tres analogías descansa en la unidad  necesaria de la apercepción con respecto a toda posible conciencia  empírica (de la percepción) en todo tiempo; por consiguiente, puesto que 

                                                             

85  La primera edición dice como sigue: «Las analogías de la experiencia. Su principio general  es: Todos los fenómenos están, según su existencia, a priori bajo reglas de las determinaciones  de su relación unos con otros en un tiempo». 

86 Este primer aparte fue añadido en la 2ª. edición. (N. del T.)  


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esa unidad está a priori en la base, descansa en la unidad sintética de  todos los

 fenómenos según su relación en el tiempo. Pues la apercepción  originaria se refiere al sentido interior (el conjunto de todas las  representaciones), y a priori a la forma del mismo, es decir, a la relación  de la conciencia múltiple empírica en el tiempo. En la apercepción  originaria debe ser unido todo ese múltiple, según sus relaciones de  tiempo; pues eso dice la unidad transcendental de la apercepción a priori,  bajo la cual se halla todo cuanto debe pertenecer a mi conocimiento (es  decir, a la unidad de mi conocimiento), y por tanto, puede llegar a ser un  objeto para mí. Esta unidad sintética en la relación temporal de todas las  percepciones, unidad que está determinada a priori, es pues la siguiente ley:  que todas las determinaciones empíricas de tiempo deben estar bajo  reglas de la determinación general del tiempo; y las analogías de la  experiencia de que ahora vamos a tratar, deben ser esas reglas. 

 Estos principios tienen de particular que no se refieren a los  fenómenos ni a la síntesis de la intuición empírica de éstos, sino  solamente a la existencia de ellos y a la relación de unos con otros, con  respecto a esa su existencia. Ahora bien, el modo como algo es  aprehendido en el fenómeno, puede ser determinado a priori de tal suerte  que la regla de su síntesis pueda dar al mismo tiempo esa intuición a  priori, en cualquier ejemplo empírico propuesto, es decir, pueda  efectuarla, sacándola de la regla. Pero la existencia de los fenómenos no  puede ser conocida a priori y, aunque por este camino pudiéramos llegar  a sacar en conclusión alguna existencia, no la conoceríamos sin embargo  determinadamente, es decir, no podríamos anticipar lo que diferencia su  intuición empírica de otras. 

 Los dos principios anteriores, que llamé matemáticos porque dan  derecho a aplicar la matemática a los fenómenos, referíanse a los  fenómenos según su mera posibilidad y enseñaban cómo éstos, tanto en  lo que se refiere a su intuición, como también a lo real de su percepción,  podrían ser producidos según reglas de una síntesis matemática; por eso,  tanto en uno como en otro principio, pueden usarse las magnitudes  numéricas y con ellas la determinación del fenómeno como magnitud.  Así por ejemplo, podré componer el grado de las sensaciones producidas  por la luz solar, con unas 200.000 iluminaciones de la luna, por ejemplo y  darlo así determinado a priori, es decir, construirlo. Por eso podemos  llamar constitutivos esos primeros principios. 

     Muy de otro modo acontecerá con los principios que deben reducir a  priori bajo reglas la existencia de los fenómenos. Pues como ésta no se  puede construir, no podrán referirse más que a la relación de la  existencia y no podrán dar más que principios regulativos. No hay que  


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pensar aquí pues ni en axiomas, ni en anticipaciones; cuando una  percepción nos sea dada en una relación de tiempo con otras (aunque  sean indeterminadas), no podrá decirse a priori cuál y cuán grande sea esta  otra percepción, sino cómo, según la existencia, está enlazada  necesariamente con aquella, en este modo del tiempo. En la filosofía  significan las analogías algo muy diferente de lo que representan en la  matemática. En ésta, son fórmulas que expresan la igualdad de dos  relaciones de magnitud y siempre constitutivamente, de suerte que,  dados tres miembros de la proporción, el cuarto es dado por ello, es decir  puede ser construido. Pero en la filosofía, la analogía es la igualdad de  dos relaciones no cuantitativas sino cualitativas, en la cual, dados tres  miembros, sólo puedo conocer y dar a priori la relación con el cuarto,  pero no ese cuarto miembro mismo, si bien tengo una regla para  buscarlo en la experiencia y una señal para reconocerlo en ella. Una  analogía de la experiencia será pues sólo una regla, según la cual, de las  percepciones debe surgir unidad de la experiencia (no a la manera de la  percepción misma, como intuición empírica en general); esa regla debe  valer como principio de los objetos (los fenómenos) no constitutiva, sino  sólo regulativamente. Lo propio acontece con los postulados del pensar  empírico en general, que se refieren juntamente a la síntesis de la mera  intuición (de la forma del fenómeno), a la de la percepción (de la materia  del mismo) y a la de la experiencia (de la relación de esas percepciones),  esto es, que son sólo principios regulativos y se distinguen de los  matemáticos, que son constitutivos, no ciertamente en la certeza, que en  ambos está asegurada a priori, pero sí en el modo de evidencia, es decir,  en lo intuitivo de la misma (por ende también en la demostración). 

     Mas lo que hemos recordado en todos los principios sintéticos y debe  notarse aquí preferentemente es lo siguiente: que estas analogías tienen  su única significación y validez no como principios del uso  transcendental del entendimiento, sino sólo del uso empírico del mismo,  y por lo tanto solo pueden ser demostradas como tales principios  empíricos; que por consiguiente los fenómenos no deben subsumirse  bajo las categorías, sin más ni más, sino sólo bajo sus esquemas. Pues si  los objetos a los cuales deben referirse estos principios fueran cosas en sí  mismas, sería totalmente imposible conocer sintéticamente a priori nada  de ellas. Pero no son más que fenómenos, cuyo conocimiento completo,  al cual deben venir a parar en último término todos los principios a  priori, es solamente la experiencia posible; por consiguiente esos  principios no pueden tener otro fin que las condiciones de la unidad del  conocimiento empírico, en la síntesis de los fenómenos; pero esta síntesis  no es pensada más que en el esquema del concepto puro del  


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entendimiento y la categoría contiene la función, no restringida por  condició

n alguna sensible, de la unidad de esa síntesis en general. Así  pues por medio de estos principios, quedaremos autorizados a juntar,  según una analogía, los fenómenos con la unidad lógica y universal de  los conceptos y por tanto ciertamente a servirnos de la categoría en el  principio mismo, pero, en su ejecución (en la aplicación a los fenómenos)  deberemos poner, en lugar del principio, el esquema de la categoría,  como clave de su uso, o más bien colocarlo al lado de la categoría, como  condición restrictiva, bajo el nombre de fórmula del principio. 

 

 

A) Primera analogía 

 

PRINCIPIO DE LA PERMANENCIA DE LA SUBSTANCIA87 

En todo cambio de los fenómenos permanece la substancia, y el quantum de la  misma no aumenta ni disminuye en la naturaleza88. 

 

 

          Prueba: 

 

 Todos los fenómenos son en el tiempo, en el cual como substrato  (como forma

 permanente de la intuición interna), pueden ser  representadas tanto la simultaneidad como la sucesión. El tiempo pues, en  el cual debe ser pensado todo cambio de los fenómenos, queda y no  cambia, porque es aquello en lo cual pueden representarse la sucesión o  simultaneidad como determinaciones del tiempo. El tiempo, empero, por  sí mismo no puede ser percibido. Por consiguiente, en los objetos de la  percepción, es decir, en los fenómenos, debe hallarse el substrato que  representa el tiempo en general y, en el cual, todo cambio o toda  simultaneidad puede ser percibido en la aprehensión, mediante la  relación de los fenómenos con ese substrato. El substrato empero de todo  lo real, es decir, de lo perteneciente a la existencia de las cosas, es la  substancia, en la cual todo cuanto pertenece a la existencia puede ser  pensado sólo como determinación. Por consiguiente lo permanente, en  relación con lo cual solamente pueden ser determinadas todas las  relaciones temporales de los fenómenos, es la substancia en el fenómeno,  es decir lo real del mismo que, como substrato de todo cambio, queda  siempre lo mismo. Puesto que esta substancia, en la existencia, no puede 

                                                             

87     En la primera edición faltan las palabras «de la substancia». 

88  En lugar de esta fórmula del principio, da la 1ª. edición esta otra: «Todos los fenómenos  contienen lo permanente (Substancia) como el objeto mismo, y lo mudable, como la mera  determinación de éste, es decir como un modo de existir el objeto».  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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cambiar, así tampoco su quantum en la naturaleza no puede ni aumentar  ni disminuir89  

     Nuestra aprehensión de lo múltiple del fenómeno es siempre sucesiva y  por tanto siempre cambiante. Así pues, por ésta solamente no podemos  nunca determinar si ese múltiple, como objeto de la experiencia, e

s  simultáneo o se sucede, de no haber en su base algo que existe siempre, es  decir, algo que queda y permanece, no siendo el cambio y la simultaneidad  sino otros tantos modos (del tiempo) de ese algo, modos de existir ese  permanente. Sólo en lo permanente son pues posibles relaciones de  tiempo (pues simultaneidad y sucesión son las únicas relaciones en el  tiempo), es decir lo permanente es el substrato de la representación  empírica del tiempo mismo y en ese substrato tan sólo es posible una  determinación de tiempo. La permanencia expresa el tiempo en general  como el correlato constante de toda existencia de los fenómenos, de todo  cambio y de todo acompañamiento. Pues el cambio no alcanza al tiempo  mismo, sino sólo a los fenómenos en el tiempo (como tampoco la  simultaneidad es un modo del tiempo mismo, en el cual no hay partes  simultáneas, sino que todas son sucesivas). Si se quisiera atribuir al  tiempo mismo una sucesión, habría que pensar otro tiempo en el cual  fuese posible esa sucesión. Sólo mediante lo permanente recibe la  existencia, en diferentes partes de la serie temporal sucesiva, una  magnitud llamada duración. Pues en la mera sucesión, la existencia está  siempre desapareciendo y comenzando y jamás tiene la menor  magnitud. Sin ese permanente no hay pues relación alguna de tiempo. El  tiempo en sí mismo, empero, no puede ser percibido; por tanto ese  permanente en los fenómenos es el substrato de toda determinación de  tiempo, y por consiguiente también la condición de la posibilidad de  toda unidad sintética de las percepciones, es decir de la posibilidad de la  experiencia; y en ese permanente puede toda existencia y todo cambio en  el tiempo ser considerado sólo como un modo de la existencia de aquello  que queda y permanece. Así pues, en todos los fenómenos, lo  permanente es el objeto mismo, es decir la substancia (phaenomenon);  todo, empero, cuanto cambia o puede cambiar, pertenece sólo al modo  como esa substancia o esas substancias existen y, por lo tanto a sus  determinaciones. 

                                                             

89 En lugar de esta «prueba», daba la primera edición la siguiente: «Prueba de esta primera  analogía. Todos los fenómenos son en el tiempo. Este puede determinar de dos maneras la  relación en la existencia de los fenómenos: por cuanto son sucesivos o simultáneos. Con  respecto a la primera es el tiempo considerado como serie de tiempo, con respecto a la  segunda, como extensión de tiempo».  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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     Encuentro que en todos los tiempos no sólo el filósofo, sino el mismo  entendimiento común ha pre-supuesto siempre esa permanencia, como  un substrato de todo cambio de los fenómenos y ha de admitirla siempre  como indudable; sólo que

 el filósofo se expresa sobre esto con alguna  mayor determinación, diciendo: en todas las alteraciones del mundo  queda la substancia y sólo cambian los accidentes. Más de una proposición  tan sintética como es ésta, no hallo ni aún tan sólo el ensayo de una  prueba, y hasta ocurre que esa proposición se encuentra rara vez en el  sit

io que le corresponde, encabezando las leyes puras y totalmente a  priori de la naturaleza. En realidad la proposición de que la substancia es  permanente, es una tautología. Pues solo esta permanencia es el  fundamento para que apliquemos al fenómeno la categoría de la  substancia, y se hubiera debido demostrar que en todos los fenómenos  hay algo permanente, en lo cual lo mudable no es más que la  determinación de su existencia. Mas como una prueba semejante no  puede darse nunca dogmáticamente, es decir por conceptos, pues se  refiere a una proposición sintética a priori; y como nunca se pensó en que  proposiciones semejantes no son valederas más que en relación con la  experiencia posible y por tanto sólo puedan ser probadas mediante una  deducción de la posibilidad de esta última; por eso no hay que admirarse  de que estando siempre puesta a la base de toda experiencia (puesto que  se siente su necesidad en el conocimiento empírico) no haya sido sin  embargo nunca demostrada. 

 Preguntaron a un filósofo: «¿cuánto pesa el humo?» Y él contestó:  «Del peso de la madera quemada restad el peso de la ceniza sobrante, y  tendréis el peso del humo». Suponía, pues, incontestable que aún en el  fuego no perece la materia (substancia), sino que sólo la forma de la  misma sufre una modificación. De la misma manera la proposición: «De  nada, nada adviene», no era más que otra consecuencia del principio de  la permanencia o, más bien, de la existencia ininterrumpida del propio  sujeto en los fenómenos. Pues si aquello que, en el fenómeno, se quiere  llamar substancia, ha de ser el substrato propio de toda determinación de  tiempo, entonces toda existencia, tanto en el tiempo pasado como en el  futuro, debe poder ser determinada únicamente en ese substrato. Por  eso, si podemos dar a un fenómeno el nombre de substancia, es sólo  porque suponemos su existencia en todo tiempo, lo cual no queda aún  bien expresado en la voz permanencia, que se refiere más al tiempo  futuro. Pero la interior necesidad de permanecer está inseparablemente  enlazada con la necesidad de haber sido siempre y puede por tanto  conservarse la expresión. «Gigni de nihilo nihil; in nihilum nil posse reverti»  eran dos proposiciones que los antiguos enlazaban inseparablemente y  


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que hoy, por mala inteligencia, suelen algunos separar, porque se  imaginan que se refieren a cosas en sí mismas y que la primera podría  acaso ser contraria a la dependencia del mundo respecto de una causa  suprema (aún incluso según su substancia); pero este temor es  innecesario, ya que aquí se trata sólo de fenómenos en el campo de la  experiencia, cuya unidad nunca sería posible si advirtiésemos que  pueden surgir cosas nuevas (según su substancia). Porque entonces  desaparecería lo que únicamente puede representar la unidad del  tiempo, a saber: la identidad del substrato, como aquello en donde  solamente halla todo cambio la unidad constante. Esta permanencia  empero no es otra cosa que el modo de representarnos la existencia de  las cosas (en el fenómeno). 

 Las determinaciones de una substancia, que no son otra cosa que  modos particulares de existir la misma, llámanse accidentes. Son siempre  reales, porque tocan a la existencia de la substancia (las negaciones son  sólo determinaciones que expresan el no-ser de algo en la substancia).  Ahora bien, si se atribuye a eso que es real en la substancia una  existencia particular (v. g. al movimiento como accidente de la materia),  entonces llámase esta existencia inherencia, para distinguirla de la  existencia de la substancia, llamada subsistencia. Pero de aquí nacen  muchas malas inteligencias y es más preciso y más exacto considerar que  el accidente es sólo el modo como la existencia de una substancia es  determinada positivamente. Sin embargo, en virtud de las condiciones  del uso lógico de nuestro entendimiento, es inevitable separar, por  decirlo así, aquello que en la existencia de una substancia puede variar,  mientras que la substancia permanece, y considerarlo en relación con lo  propiamente permanente y radical; así pues, esta categoría, bajo el título  de las relaciones, es mas bien la condición de las relaciones, que no algo  que contenga ello mismo una relación. 

     Sobre esta permanencia se funda también la justificación del concepto  de alteración. Nacer y morir no son alteraciones de lo que nace o muere.  Alteración es un modo de existir que sigue a otro modo de existir uno y  el mismo objeto. Por eso, todo lo que se altera es permanente y sólo cambia  su estado. Como este cambio toca sólo a las determinaciones que pueden  acabar o empezar, podemos decir con una expresión que parece algo  paradógica: sólo lo permanente (la substancia) se altera, lo mudable no  sufre alteración alguna, sino cambio, puesto que unas determinaciones  acaban y otras empiezan. 

     Alteración no puede por tanto ser percibida más que en substancias, y  el nacer o morir en absoluto, sin que ello se refiera a una mera  determinación de lo permanente, no puede ser percepción posible,  


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porque precisamente ese permanente es el que hace posible la  representación de un tránsito de un estado a otro y del no-ser al ser, los  cuales, por tanto, no pueden ser conocidos empíricamente más que como  determinaciones cambiantes de lo permanente. Admitid que algo  empiece a ser en absoluto; entonces necesitáis tener un punto del tiempo,  un momento en que ello no era. Pero este momento ¿a qué lo referís, en  qué lo fijáis, como no sea en aquello que ya existe? Porque un tiempo  vacío antecedente no es objeto alguno de percepción. Pero si enlazáis ese  nacer con cosas que ya existían y que duran hasta que nace lo que nace,  entonces esto último no es más que una determinación de lo primero,  considerado como permanente. Otro tanto ocurre con el morir; pues éste  presupone la representación empírica de un tiempo sin fenómenos. 

 Las substancias (en el fenómeno) son los substratos de todas las  determinaciones del tiempo. El nacer de unas y el morir de otras,  suprimiría incluso la única condición de la unidad empírica del tiempo,  y los fenómenos se referirían entonces a dos clases de tiempo, en los  cuales, uno junto a otro, correría la existencia; lo cual es absurdo. Pues  sólo hay un tiempo, en el cual los diferentes tiempos deben colocarse no  juntos, sino unos tras otros. 

 Así pues la permanencia es una condición necesaria para que los  fenómenos sean determinables como cosas u objetos en una experiencia  posible. Mas ¿cuál es el criterio empírico de esta necesaria permanencia y  con ella de la substancialidad de los fenómenos? Sobre esto tendremos  más tarde ocasión de decir lo necesario.  


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B) Segunda analogía 

 

PRINCIPIO DE LA SUCESIÓN SEGÚN LA LEY DE LA CAUSALIDAD90  Todas las alteraciones

 suceden según la ley del enlace entre causa y efecto91. 

 

 

          Prueba: 

 

 (El anterior principio ha demostrado que todos los fenómenos de la  sucesión no son más que alteraciones, es decir, un sucesivo ser y no-ser de  las determinaciones de la substancia que permanece, por consiguiente, el  ser de la substancia, que sigue al no-ser de la misma o el no-ser de la  substancia que sigue a la existencia o, con otras palabras: que el nacer y  el morir de la substancia misma no tienen lugar. Ese principio hubiera  podido también expresarse así: Todo cambio (sucesión) de los fenómenos, es  sólo alteración; pues nacer o morir la substancia, no son alteraciones de la  misma, ya que el concepto de alteración supone que uno y el mismo  sujeto, con dos opuestas determinaciones, existe y, por tanto, permanece.  Tras esta previa advertencia, viene la prueba). 

     Yo percibo que se suceden fenómenos unos a otros, es decir que un  estado de cosas es en un tiempo y que su contrario era en un estado  anterior. Propiamente pues enlazó dos percepciones en el tiempo. Mas  enlazar no es obra del mero sentido y de la intuición, sino el producto  aquí de una facultad sintética de la imaginación,

 que determina el  sentido interior respecto de la relación de tiempo. Mas la imaginación  puede enlazar los dos estados citados de dos maneras, precediendo uno  u otro en el tiempo; pues el tiempo no puede ser percibido en sí mismo y  con respecto a él no puede determinarse por decirlo así empíricamente  en el objeto lo que precede y lo que sigue. Tengo pues solamente  conciencia de que mi imaginación pone una cosa antes y otra después  pero no de que en el objeto un estado preceda al otro; o con otras  palabras: la mera sensación deja indeterminada la relación objetiva de los  fenómenos sucesivos. Para que sea conocida como determinada, tiene  que ser pensada la relación entre ambos estados de tal manera, que por  ella quede determinado con necesidad cual de ellos debe ponerse antes y  cual después y no a la inversa. El concepto, empero, que contenga una  necesidad de unidad sintética, no puede ser más que un concepto puro 

                                                             

90    La primera edición dice: «Principio de la producción». 

91 La primera edición formula el principio así: «Todo lo que ocurre (comienza a ser) supone  algo anterior a lo cual sigue según una regla».  


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del entendimiento, que no

 está en la percepción; es aquí el concepto de la  relación de causa a efecto, cuyo primer término determina al segundo en el  tiempo como consecuencia y no como algo que pudiera preceder  meramente en la imagen (o aun no ser percibido en parte alguna). Así  pues sólo porque sometemos la sucesión de los fenómenos, y por ende  toda alteración, a la ley de la casualidad, es posible la experiencia misma  o sea el conocimiento empírico de los fenómenos; por consiguiente estos  mismos, como objetos de la experiencia, no son posibles más que por esa  misma ley92. 

     La aprehensión de lo múltiple del fenómeno es siempre sucesiva. Las  representaciones de las partes siguen unas a otras. Si se siguen también o  no en el objeto, es un segundo punto de la reflexión, que no está  contenido en el primero. Ahora bien; puede llamarse objeto a todo y aun  a toda representación, en cuanto tenemos conciencia de ella; pero lo que  esta palabra ha de significar en los fenómenos, no en cuanto éstos (como  representaciones) son objetos, sino en cuanto sólo designan un objeto, es  tema de una investigación más honda. En cuanto sólo como  representaciones son ellos al mismo tiempo objetos de la conciencia, no  se diferencian en nada de la aprehens

ión, es decir de la recepción en la  síntesis de la imaginación, y hay que decir entonces: lo múltiple de los  fenómenos es siempre producido sucesivamente en el espíritu. Si los  fenómenos fuesen cosas en sí mismas, nadie podría comprender, por la  sucesión de las representaciones, cómo la multiplicidad de éstas está  enlazada en el objeto. Pues tenemos que habérnoslas sólo con nuestras  representaciones; cómo sean posibles las cosas en sí mismas (sin  referirnos a las representaciones por medio de las cuales nos afectan), es  cosa que cae totalmente fuera de nuestra esfera de conocimiento. Pero  aun cuando los fenómenos no son cosas en sí mismas y sin embargo son  lo único que puede sernos dado para el conocimiento, debo mostrar qué  especie de enlace en el tiempo corresponde a lo múltiple de los  fenómenos mismos, mientras que la representación de ese múltiple es  siempre sucesiva en la aprehensión. Así por ejemplo, la aprehensión de  lo múltiple en el fenómeno de una casa, que está ante mí, es sucesiva. La  cuestión es ahora si lo múltiple de esa casa es también en sí sucesivo,  cosa que nadie seguramente concederá. Pero en cuanto elevo mi  concepto de objeto hasta su significación transcendental, la casa ya no es  una cosa en sí misma, sino sólo un fenómeno, es decir, una  representación cuyo objeto transcendental es desconocido. ¿Qué  entiendo pues por esta pregunta de cómo lo múltiple en el fenómeno 

                                                             

92 Los dos apartes anteriores, desde el comienzo de la prueba hasta aquí, fueron añadidos en  la segunda edición. (N. del T.)  


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mismo (que no es nada en sí mismo) puede estar enlazado? Aquí, lo que  está en la aprehensión sucesiva es considerado como representación; y el  fenómeno, que me es dado, aun cuando no es más que un conjunto de  esas representaciones, es considerado como el objeto de ellas, con el cual  debe concordar mi concepto, que yo saco de las representaciones de la  aprehensión. Pronto se ve que, como la verdad es la concordancia del  conocimiento con el objeto, sólo cabe preguntar aquí por las condiciones  formales de la verdad empírica, y el fenómeno, contrapuesto a las  representaciones de la aprehensión, no puede ser representado como  objeto de éstas, distinto sin embargo de ellas, más que si esta  aprehensión está sometida a una regla que la distingue de toda otra  aprehensión y hace necesaria una especie de enlace de lo múltiple. Lo  que, en el fenómeno, contiene la condición de esa regla necesaria de la  aprehensión, es el objeto. 

 Continuemos empero con nuestro tema. Que algo sucede, es decir,  que algo, o un estado, que antes no era, adviene, no puede percibirse  empíricamente, como no preceda un fenómeno que no contenga en sí ese  estado; pues una realidad consecutiva a un tiempo vacío y por lo tanto  un nacimiento no precedido por un estado de cosas anterior, no puede  ser aprehendido, como no puede tampoco serlo el tiempo vacío. Toda  aprehensión de un suceso es pues una percepción que sigue a otra. Pero,  como en toda síntesis de la aprehensión está esto constituido como he  mostrado antes en el fenómeno de una casa, resulta que no se distingue  por ese medio una de otra. Mas advierto también que, si en un  fenómeno, que contiene un suceso, llamo A al estado precedente de la  percepción y B al siguiente, en la aprehensión el estado B sólo puede  seguir a A y la percepción A no puede seguir, sino sólo preceder a B. Sea  por ejemplo un barco que desciende el curso de un río. Mi percepción de  su posición más baja sigue a la percepción de su posición más alta y es  imposible que en la aprehensión de este fenómeno sea el barco percibido  primero más abajo y luego más arriba: en la corriente. Así pues, el orden  en la sucesión de las percepciones en la aprehensión es aquí determinado  y ésta se halla enlazada con ese orden. En el ejemplo anterior de la casa,  podían mis percepciones en la aprehensión comenzar por el tejado y  terminar en el suelo; pero también podían comenzar abajo y terminar  arriba y del mismo modo podía aprehender lo múltiple de la intuición  empírica de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. En la serie de  estas percepciones, no había pues ningún orden determinado, que  hiciera necesario empezar la aprehensión por un sitio, para enlazar  empíricamente lo múltiple. En cambio, esta regla se encuentra siempre  en la percepción de lo que sucede, y hace que el orden de las  


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percepciones consecutivas (en la aprehensión de ese fenómeno) sea  necesario. 

     Así pues, en nuestro caso, tendré que deducir la sucesión subjetiva de la  aprehensión, de la sucesión objetiva de los fenómenos; porque si no,  aquella es totalmente indeterminada y no distingue a un fenómeno de  otro. Aquella, por sí sola, no demue

stra nada acerca del enlace de lo  múltiple en el objeto, porque es totalmente caprichosa. Ésta, pues,  consistirá en el orden de lo múltiple del fenómeno, según el cual la  aprehensión de lo uno (lo que sucede) sigue según una regla a la  aprehensión de lo otro (lo que antecede). Sólo por esto estoy autorizado a  decir del fenómeno mismo, y no solamente de mi aprehensión, que en él  se encuentra una sucesión; lo cual significa que yo no puedo disponer mi  aprehensión sino precisamente según esa sucesión. 

 Así pues, según esta regla, lo que precede en general a un suceso,  debe contener la condición, de una regla según la cual siempre y  necesariamente sigue ese suceso;

 pero, recíprocamente, no puedo  retroceder del suceso y determinar (mediante aprehensión) lo que  precede. Pues del momento siguiente no retrocede ningún fenómeno  hacia el momento anterior; pero sí se refiere a algún momento anterior; en  cambio el tránsito de un tiempo dado al tiempo determinado siguiente es  necesario. Por eso, puesto que lo que sigue es algo, debo necesariamente  referirlo en general a alguna otra cosa, que anteceda, y a la cual siga  necesariamente, esto es, según una regla; de tal suerte que el suceso,  como condicionado, indica con seguridad alguna condición, la cual  determina el suceso. 

     Supongamos que a un suceso no le preceda ninguna cosa, a la cual el  suceso deba seguir según una regla; en

tonces toda sucesión de la  percepción estaría meramente en la aprehensión, es decir, sería  meramente subjetiva, pero no quedaría determinado de esa manera qué  debe ser lo antecedente y qué lo siguiente de las percepciones. De este  modo sólo tendríamos un juego de representaciones, que no se referiría a  ningún objeto, es decir, que por medio de nuestra percepción no se  distinguiría un fenómeno de otro, según la relación de tiempo, porque la  sucesión en el acto de aprehender es en todas partes idéntica y nada  habría en el fenómeno que la determinase de modo que quedara como  objetivamente necesaria. Por lo tanto, no diré que en el fenómeno se  suceden dos estados, sino sólo que una aprehensión sigue a la otra; lo  cual es algo meramente subjetivo y no determina objeto alguno y por lo  tanto no puede valer por conocimiento de algún objeto (ni siquiera en el  fenómeno).  


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     Cuando conocemos, pues, que algo sucede, suponemos siempre que  alguna cosa antecede, a la cual el suceso sigue según una regla. Pues sin  esto, no diría yo que el objeto sigue; porque la mera secuencia en mi  aprehensión, si no está determinada por una regla, con relación a un  antecedente, no legitima una secuencia en el objeto. Así, pues, cuando mi  síntesis subjetiva (de la aprehensión) la convierto en objetiva, ocurre ello  siempre con referencia a una regla, según la cual, los fenómenos son  determinados en su secuencia, es decir, tal como ocurren, por el estado  anterior; sólo bajo esta suposición es posible la experiencia de algo que  sucede. 

 Ciertamente todo esto parece contradecir cuantas observaciones han  sido hechas acerca de la marcha que sigue nuestro uso del  entendimiento. Según esas observaciones, las secuencias coincidentes  (percibidas y comparadas por nosotros) de muchos sucesos a fenómenos  antecedentes, son las que nos conducen a descubrir una regla, según la  cual, ciertos sucesos siguen siempre a ciertos fenómenos; y así tenemos  ocasión de hacernos el concepto de causa. Así asentado, este concepto  sería meramente empírico, y la regla que proporciona de que todo  cuanto ocurre tiene una causa, sería tan contingente como la experiencia  misma; su universalidad y necesidad serían entonces simplemente  imaginadas y carecerían de verdadera validez universal, porque estarían  fundadas no a priori, sino sólo sobre inducción. Pero ocurre aquí lo  mismo que con otras representaciones puras a priori (v. g. espacio y  tiempo), que si podemos extraerlas de la experiencia como conceptos  claros, es sólo porque las hemos puesto en la experiencia y por medio de  ellas hemos producido la experiencia. Cierto es que la claridad lógica de  esa representación de una regla que determina la serie de los sucesos,  como concepto de causa, sólo es posible si en la experiencia hemos hecho  uso de ella; pero una referencia a la misma, como condición de la unidad  sintética de los fenómenos en el tiempo, ha sido, sin embargo, el  fundamento de la experiencia misma y, por tanto, hubo de precederle a  priori. 

     Se trata, pues, de mostrar, en el ejemplo que nunca en la experiencia  atribuiríamos al objeto la sucesión (de un acontecimiento cuando algo  ocurre que no existía antes), distinguiéndola de lo subjetivo de nuestra  aprehensión, si no fuera porque una regla fundamental nos obliga a  observar ese orden de percepciones, mejor que otro; e incluso que esa  obligación es propiamente la que hace posible la representación de una  sucesión en el objeto. 

 Tenemos representaciones en nosotros, de las cuales podemos  también adquirir conciencia. Esta conciencia, empero puede extenderse  


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cuanto quiera y ser todo lo exacta o puntual que se quiera; siempre  seguirán siendo representaciones, es decir, determinaciones internas de  nuestro espíritu en esta o aquella relación de tiempo. Ahora bien, ¿cómo  es que atribuimos un objeto a esas representaciones, que, además de su  realidad subjetiva, como modificaciones, les conferimos no sé qué otra  realidad objetiva? La significación objetiva no puede consistir en la  referencia a otra representación (de aquello que se quería nombrar del  objeto); pues entonces renuévase la pregunta: ¿cómo esta representación,  a su vez, sale de sí misma y obtiene significación objetiva sobre la  subjetiva que le es propia, como determinación del estado del espíritu? Si  investigamos qué nueva propiedad proporciona a nuestras  representaciones la referencia a un objeto y cuál es la dignidad que estas así  reciben, hallamos que esa referencia se limita a hacer necesario el enlace  de las representaciones, de una cierta manera, y a someterlo a una regla;  y recíprocamente, sólo porque un cierto orden en la relación temporal de  nuestras representaciones es necesario, sobreviéneles significación  objetiva. 

     En la síntesis de los fenómenos, lo múltiple de las representaciones se  sucede siempre uno a otro. Por medio de esta sucesión no es  representado ningún objeto, porque mediante esta sucesión, común a  todas las aprehensiones, ninguna cosa es distinguida de o

tra. Pero tan  pronto como percibo, o presupongo, que en esta sucesión hay una  referencia al estado anterior, al cual sigue la representación, según una  regla, entonces se me representa algo como un suceso o como algo que  ocurre; es decir, conozco un objeto que debo situar en cierto lugar  determinado del tiempo, que no puede ser otro, según el estado  precedente. Cuando yo percibo, pues, que algo sucede, en esa  representación está contenido

 que algo antecede, pues precisamente con  referencia a este algo recibe el fenómeno su relación de tiempo, que  consiste en existir después de un tiempo anterior en que no era. Pero su  momento determinado, en esa relación, no lo puede recibir más que  suponiendo en el tiempo anterior algo, a lo cual sigue siempre, es decir,  según una regla; de donde se deduce: primero, que yo no puedo invertir  la serie y hacer que lo que sucede preceda a lo que sigue, y segundo, que  cuando el estado que precede está puesto, síguele necesaria e  inevitablemente aquel determinado suceso. Por eso ocurre que se  produce un orden en nuestras representaciones, en el cual lo presente (en  cuanto ha llegado a ser) da indicación de algún estado antecedente, como  un correlato -aunque todavía indeterminado- de este acontecimiento que  es dado; correlato que se refiere a este acontecimiento determinado,  


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como su consecuencia, y lo enlaza necesariamente consigo en la serie del  tiempo. 

 Ahora bien, si es una ley necesaria de nuestra sensibilidad y, por lo  tant

o, una condición formal de todas las percepciones, que el tiempo  anterior determine necesariamente el siguiente (ya que no puedo llegar  al siguiente más que por el antecedente), también es imprescindible ley de  la representación empírica de la serie temporal, que los fenómenos del  tiempo pasado determinen toda existencia en el siguiente y que no  existan fenómenos, como sucesos, más que si otros fenómenos  determinan su existencia en el tiempo, es decir, la fijan según una regla.  Pues sólo en los fenómenos podemos conocer empíricamente esa continuidad en  la conexión de los tiempos. 

     Para toda experiencia y su posibilidad, hace falta entendimiento; y lo  primero que éste hace no es aclarar la representación de los objetos, sino  hacer posible la representación de un objeto en general. Ahora bien, esto  ocurre porque el entendimiento traslada el orden temporal a los  fenómenos y su existencia, reconociendo a cada uno de ellos, con el  carácter de consecuencia, un lugar determinado a priori en el tiempo, con  respecto a los fenómenos antecedentes; sin lo cual, el fenómeno no  concordaría con el tiempo mismo que determina a priori su lugar a todas  sus partes. Esta determinación del lugar, no

 puede sacarse de la relación  de los fenómenos con el tiempo absoluto (pues éste no es objeto de  percepción), sino al revés, los fenómenos deben determinar ellos mismos,  unos por otros, sus lugares en el tiempo y hacerlos necesarios en el orden  del tiempo, es decir, que lo que sigue o sucede debe seguir a lo que  estaba contenido en el estado anterior, según una regla universal; de  donde resulta una serie de fenómenos que, por medio del entendimiento,  produce y hace necesarios, en la serie de las posibles percepciones, el  mismo orden y la misma constante conexión que se encuentra a priori en  la forma de la intuición interna (el tiempo), en donde todas las  percepciones han de tener su lugar. 

 Así, pues, la percepción de que algo sucede, pertenece a una  experiencia posible, que se hace real cuando yo considero el fenómeno  como determinado, según su lugar en el tiempo, y, por lo tanto, como un  objeto, que puede ser hallado siempre, siguiendo una regla en la  conexión de las percepciones. Esta regla, empero, para determinar algo  en la sucesión del tiempo es: que en aquello que antecede se encuentra la  condición según la cual sigue siempre (es decir, necesariamente) el  suceso. Así, pues, el principio de razón suficiente es el fundamento de la  experiencia posible, o sea del conocimiento objetivo de los fenómenos,  respecto de las relaciones de los mismos en la serie sucesiva del tiempo.  


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     La demostración de esta proposición descansa exclusivamente en los  siguientes puntos: A todo conocimiento empírico pertenece la síntesis de  lo múltiple por medio de la imaginación, que es siempre sucesiva; es  decir, las representaciones se siguen en ella siempre unas a otras. Pero la  sucesión, en la imaginación, no está determinada según su orden (según  lo que debe preceder y seguir) y la serie de las representaciones  sucesivas puede recorrerse lo mismo hacia adelante que hacia atrás. Pero  si esa síntesis es una síntesis de la aprehensión (de lo múltiple de un  fenómeno dado), entonces el orden está determinado en el objeto o,  hablando más exactamente, hay ahí un orden de las síntesis sucesivas,  que determina un objeto y según ese orden algo debe

 necesariamente  preceder y, puesto este algo, otra cosa debe necesariamente seguir. Si  pues mi percepción ha de contener el conocimiento de un suceso, en el  que algo realmente sucede, deberá ser un juicio empírico, en el cual se  piense que la sucesión es determinada, es decir, que supone otro  fenómeno, según el tiempo, fenómeno al que sigue necesariamente, o  según una regla. En el caso contrario, si yo pusiera lo antecedente y no  siguiera a ello necesariamente el entonces debería considerarlo como  juego subjetivo de mis imaginaciones y, si a pesar de todo me  representase algo objetivo, llamarlo mero sueño. Así, esa relación de los  fenómenos (como percepciones posibles), por la cual lo siguiente (lo que  sucede) es determinado según el tiempo, en su existencia,  necesariamente y según una regla, por algo antecedente, esto es, la  relación de causa a efecto, es la condición de la validez objetiva de  nuestros juicios empíricos, en lo que atañe a la serie de las percepciones;  es condición pues de la verdad empírica de esas percepciones y, por lo  tanto, de la experiencia. El principio de relación causal en la serie de los  fenómenos vale pues, antes de todos los objetos de la experiencia (bajo  las condiciones de la sucesión), porque ese principio mismo es el  fundamento de la posibilidad de semejante experiencia. 

     Mas aquí surge ahora otra duda, que es preciso solventar. El principio  del enlace causal entre los fenómenos queda limitado, en nuestra  fórmula, a la serie sucesiva de los mismos; pero usándolo se encuentra  que también es aplicable a fenómenos que se acompañan y que la causa  y el efecto pueden ser simultáneos. Así, por ejemplo, hay en la habitación  calor, que no se encuentra al aire libre. Busco la causa de esto y  encuentro una chimenea encendida. Ahora bien ésta, considerada como  causa, es simultánea con su efecto, el calor en la habitación. No hay pues  aquí serie sucesiva de tiempo entre la causa y el efecto, sino que ambos  son simultáneos y sin embargo vale la ley. La mayor parte de las causas  eficientes, en la naturaleza, son simultáneas con sus efectos; y la  


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sucesión, en el tiempo, de estos últimos es ocasionada solamente porque  la causa no puede operar todo su efecto en un instante. Pero el momento  en que el efecto surge, es siempre simultáneo con la causalidad de su  causa, porque si esta hubiera cesado de existir un momento antes, aquél  no hubiera surgido. Hay que advertir aquí q

ue se trata del orden del  tiempo y no de su curso; la relación permanece, aunque ningún tiempo  haya transcurrido. El tiempo entre la causalidad de la causa y su  inmediato efecto puede ser instantáneo (pueden ser ambos simultáneos);  pero la relación de la una al otro sigue siendo, sin embargo, siempre  determinable según el tiempo. Si veo una bola que descansa sobre un  cojín produciendo un hoyito en él, y la considero como causa, esta es  simultánea con su efecto. Pero yo los distingo, sin embargo, por la  relación temporal del enlace dinámico de ambos. Pues si pongo la bola  sobre el cojín, sigue a esto el hoyito en la superficie que antes era plana;  pero si el cojín tiene un hoyito (no sé cómo) no por eso sigue a esto una  bolita de plomo. 

 Así pues, la sucesión temporal es en todo caso el único criterio  empírico del efecto, con respecto a la causalidad de la causa, que  antecede. El vaso es la causa de que suba el agua sobre su superficie  horizontal, aunque ambos fenómenos son simultáneos. Pues tan pronto  como recojo el agua en el vaso, sacándola de un recipiente mayor, sigue  algo que es la alteración del estado horizontal, que allí tenía, en un  estado cóncavo que toma en el vaso. 

 Esta causalidad conduce al concepto de acción, este al concepto de  fuerza y, así, al concepto de substancia. Como no quisiera mezclar mi  propósito crítico, que se refiere solamente a las fuentes del conocimiento  sintético a priori, con análisis que convienen sólo para la explicación (no  para la ampliación de los conceptos, dejo para un futuro sistema de la  razón pura la exposición minuciosa de los mismos, aun cuando  semejantes análisis se encuentran en gran número ya en los conocidos  libros de enseñanza de esta especie. Sin embargo, el criterio empírico de  una substancia, por cuanto esta parece manifestarse no en la  permanencia del fenómeno, sino mejor y más fácilmente en la acción, es  cosa que no puedo dejar sin considerar. 

     Donde hay acción y, por consiguiente, actividad y fuerza, hay también  substancia, y sólo en ésta debe buscarse el asiento de esa fructífera fuente  de los fenómenos. Esto está muy bien dicho; pero si se ha de explicar  claramente lo que se entiende por substancia y si se quiere, al hacerlo,  evitar el círculo vicioso, no es la respuesta tan fácil. ¿Cómo va a  concluirse de la acción inmediatamente la permanencia del agente, cosa  sin embargo que constituye un carácter distintivo tan esencial y propio  


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de la substancia (phaenomenon,)? Sólo considerando lo que hemos dicho  anteriormente, pierde su dificultad la solución de la cuestión, que sería  insoluble siguiendo la manera común (que procede sólo analíticamente  con los conceptos). Acción significa la relación del sujeto de la causalidad  con el efecto. Ahora bien, todo el efecto consiste en lo que sucede, por lo  tanto en lo mudable que el tiempo señala, según la sucesión. Así pues el  último sujeto de ese mudable es lo permanente, como substrato de todo lo  que cambia, es decir, la substancia. Pues según el principio de  causalidad, son las acciones siempre el primer fundamento de todo  cambio de los fenómenos y por tanto no pueden estar en un sujeto que  cambie, porque de estar en él, exigiríanse otras acciones y otro sujeto que  determinase ese cambio. En virtud de esto, la acción demuestra, como  criterio empírico suficiente, la substancialidad, sin que yo haya tenido  que empezar por buscar la permanencia, mediante percepciones  comparadas; por este camino no hubiera además podido encontrarse con  la minuciosidad que se exige para la magnitud y estricta universalidad  del concepto. Pues que el primer sujeto de la causalidad de todo nacer y  morir no puede a su vez (en el campo de los fenómenos) nacer y morir,  es una conclusión segura, que conduce a la necesidad empírica y  permanencia en la existencia, por lo tanto, al concepto de una substancia  como fenómeno. 

     Cuando algo sucede, el mero nacer, sin referencia a lo que nace, es ya  en sí mismo un objeto de la investigación. El tránsito del no ser de un  estado

 a ese estado, suponiendo que éste no encierre ninguna cualidad  en el fenómeno, requiere ya por sí sólo ser investigado. Este nacer toca,  como se demostró en el número A, no a la substancia (pues ésta no nace)  sino a su estado. Es pues sólo alteración y no se origina de la nada.  Cuando este origen de la nada es considerado como efecto de una causa  extraña, llámase creación, la cual no puede admitirse como suceso entre  los fenómenos, ya que su sola posibilidad suprimiría la unidad de la  experiencia, aun cuando, si considero todas las cosas no como  fenómenos, sino como cosas en sí y como objetos del mero  entendimiento, pueden, aun siendo substancias, ser sin embargo  consideradas como dependientes, según su existencia, de una causa  extraña; pero esto traería consigo unas significaciones muy diferentes de  las palabras y no se aplicaría a los fenómenos, como objetos posibles de  la experiencia. 

     De cómo, en general, algo pueda ser alterado; de cómo sea posible que  a un estado en un punto del tiempo pueda seguir otro estado contrario  en otro punto del tiempo, no tenemos a priori el más mínimo concepto.  Para tenerlo, es menester el conocimiento de fuerzas reales, conocimiento  


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que no puede ser dado más que empíricamente, v. g. el de las fuerzas  motrices, o, lo que es lo mismo, de ciertos fenómenos sucesivos (co

mo  movimientos) que manifiestan esas fuerzas. Pero la forma de todo  cambio, la condición bajo la cual tan sólo este cambio puede realizarse  como un nacer de otro estado (sea cualquiera el contenido del cambio, es  decir, el estado que es cambiado), y, por lo tanto, la sucesión de los  estados mismos (lo sucedido) puede ser considerada a priori según la ley  de la causalidad y las condiciones del tiempo93. 

     Cuando una substancia pasa de un estado a a otro b, el momento del  segundo es distinto del momento del primer estado y sigue a éste. De  igual manera, el segundo estado, como realidad (en el fenómeno), es  distinto del primero, en que no había esta realidad, del mismo modo que  b es distinto de cero; es decir, que aunque el estado b no se distinguiera  del estado a más que por la magnitud, el cambio es, siempre un nacer de  b-a, el cual no existía en el anterior estado y con respecto al cual el  anterior estado es igual a 0. 

 Se pregunta, pues, cómo una cosa pasa de un estado = a a otro = b.  Entre dos momentos siempre hay un tiempo y entre dos estados en esos  momentos hay una diferencia que posee una magnitud (pues todas las  partes de los fenómenos son, a su vez, siempre magnitudes). Así, pues,  todo tránsito de un estado a otro, sucede en el tiempo que está contenido  entre dos momentos, el primero de los cuales, determin

a el estado de  donde sale la cosa, y el segundo, el estado a que llega. Ambos, pues, son  límites del tiempo de un cambio y, por tanto, del estado intermedio entre  los dos estados, y, como tales, forman parte del cambio total. Ahora bien,  todo cambio tiene una causa que muestra su causalidad en todo el tiempo  en que se realiza aquél. Así, pues, esa causa no produce el cambio  súbitamente (de una vez o en un momento) sino en un tiempo, de suerte  que así como el tiempo aumenta desde el momento inicial a hasta la  terminación en b, también la magnitud de la realidad (b-a) es engendrada  por todos los pequeños grados contenidos entre el primero y el último.  Todo cambio, pues, es sólo posible por una continua acción de la  causalidad, la cual, en cuanto es uniforme, llámase momento. El cambio  no consiste en estos momentos, sino que es causado por ellos como su  efecto. 

     Ésta es la ley de la continuidad de todo cambio, cuyo fundamento es  éste: que ni el tiempo ni el fenómeno en el tiempo consisten en partes  mínimas y que, sin embargo, el estado de la cosa en su cambio, pasa por 

                                                             

93 Adviértase bien que no hablo del cambio de ciertas relaciones en general, sino del  cambio de estado. Por eso, cuando un cuerpo se mueve con movimiento uniforme, no altera  en nada su estado (de movimiento); pero sí, cuando su movimiento aumenta o disminuye.  


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todas esas partes, como elementos, hasta su segundo estado. No hay  ninguna diferencia de lo real en el fenómeno, como tampoco hay  diferencia en la magnitud de los tiempos, que sea la diferencia mínima, y  así, el nuevo estado de la realidad, se produce sobre el primero, en que  no se hallaba, pasando por todos los infinitos grados de la misma, cuyas  diferencias son en todos más pequeñas que la que media entre 0 y a. 

     No nos importa aquí saber la utilidad que esta proposición tenga en la  investigación de la naturaleza. Pero ¿cómo una proposición como ésta,  que parece ampliar nuestro conocimiento de la naturaleza, es totalmente  a priori? Esto exige ser examinado, aun cuando a primera vista se  advierte que esa proposición es real y exacta y podrá creerse superflua la  cuestión de cómo ha sido posible. En efecto, son tantas las infundadas  afirmaciones que se jactan de ampliar nuestro conocimiento, por razón  pura, que hay que adoptar el principio general de ser en esto muy  desconfiado y, sin los documentos que una fundamental deducción  puede proporcionar, no admitir ni creer nada semejante, aun con la  prueba dogmática más clara. 

 Todo aumento del conocimiento empírico y todo progreso de la  percepción no es más que una ampliación de la determinación del  sentido interno, es decir, un progreso en el tiempo, sean los objetos que  sean, fenómenos o intuiciones puras. Este progreso en el tiempo lo  determina todo y no es, en sí mismo, determinado por ninguna otra cosa,  es decir, las partes de ese progreso están sólo en el tiempo y por medio  de la síntesis del mismo, pero no dadas antes del tiempo. Por eso, todo  tránsito en la percepción hacia algo que sigue en el tiempo, es una  determinación del tiempo mediante la producción de esa percepción y,  como la determinación del tiempo es siempre y en todas sus partes una  magnitud, todo tránsito es la producción de una percepción como  magnitud a través de todos los grados, ninguno de los cuales es el  mínimo, desde el 0 hasta su grado determinado. Así se ve ahora la  posibilidad de conocer a priori, según su forma, una ley de los cambios.  Anticipamos tan sólo nuestra propia aprehensión, cuya condición  formal, ya que se halla en nosotros antes de todo fenómeno dado, debe  en todo caso poder ser conocida a priori. 

 Según esto, así como el tiempo encierra la condición sensible a priori  d

e la posibilidad de un progreso continuo de lo existente a lo siguiente,  el entendimiento encierra, por medio de la unidad de la apercepción, la  condición a priori de la posibilidad de una continua determinación de  todos los lugares para los fenómenos en ese tiempo, mediante la serie de  las causas y los efectos, las primeras de las cuales llevan consigo  inevitablemente la existencia de los últimos, y de ese modo hacen el  


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conocimiento empírico de las relaciones temporales válido para todo  tiempo (universal) y por ende objetivo. 

 

 

C) Tercera analogía 

 

PRINCIPIO DE LA SIMULTANEIDAD SEGÚN LA LEY DE LA  ACCIÓN RECÍPROCA O COMUNIDAD94 

 

Todas las substancias, en cuanto pueden ser percibidas en el espacio como  simultáneas, están en universal acción recíproca95. 

 

 

 Simultáneas son las cosas cuando, en la intuición empírica, la  percepción

 de la una puede seguir a la percepción de la otra y vice-versa  (cosa que en la suces

ión de los fenómenos, como se demostró en el  segundo principio, no puede ocurrir). Así puedo colocar mi percepción  primero en la luna y luego en la tierra o, t

ambién al revés, primero en la  tierra y luego en la luna; y digo que esos objetos existen  simultáneamente, porque sus percepciones pueden seguirse la una a la  otra y recíprocamente la otra a la una. Ahora bien, la simultaneidad es la  existencia de lo múltiple en el mismo tiempo. Pero no podemos percibir  el tiempo mismo, para inferir que estando algunas cosas puestas en un  mismo tiempo, las percepciones de esas cosas pueden seguirse unas a  otras en cualquier orden. La síntesis de la imaginación en la aprehensión  daría cada una de esas percepciones como una percepción que se halla  en el sujeto, cuando la otra no está, y vice-versa, pero no que los objetos  sean simultáneos, es decir que cuando el uno está el otro también está en  el mismo tiempo, y que esto sea necesario para que las percepciones  puedan seguirse unas a otras en cualquier orden. Por consiguiente, se  exige un concepto del entendimiento, referente a la sucesión reversible  de las determinaciones de estas cosas, existentes a la vez, unas fuera de  otras, para decir que la sucesión reversible de las percepciones está  fundada en el objeto y para representar así como objetiva la  simultaneidad. La relación de las substancias, empero, en la cual una de  ellas recibe determinaciones, cuyo fundamento está contenido en las  otras, es la relación de influjo; y si esta relación es a su vez, en sentido  recíproco, el fundamento de determinaciones en las otras substancias, 

                                                             

94 La primera edición dice: «Principio de la comunidad». (N. del T.) 

95 La primera edición formula el principio del modo siguiente: «Todas las substancias, por  cuanto son simultáneas, están en universal comunidad (es decir acción recíproca mutua). (N.  del T.)  


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entonces es de comunidad o

 acción recíproca. Así pues la simultaneidad  de las substancias en el espacio no puede ser conocida en la experiencia  si no es bajo la suposición de una acción recíproca de las mismas; ésta es  también la condición de la posibilidad de las cosas mismas, como objetos  de la experiencia96. 

     Las cosas son simultáneas, cuando existen en uno y el mismo tiempo.  Mas ¿cuándo se conoce que están en uno y el mismo tiempo? Se conoce,  cuando el orden, en la síntesis de la aprehensión de ese múltiple

, es  indiferente; es decir, cuando se puede ir de A a E, pasando por B, C, D, o  también al revés de E a A. Pues si fueran sucesivas en el tiempo (en el  orden que comienza en A y termina en E), sería imposible comenzar la  aprehensión en la apercepción de E y progresar retrocediendo hasta A,  pues A pertenece a un tiempo pasado y no puede ya ser objeto alguno de  la aprehensión. 

 Admitid empero que, en una multiplicidad de substancias, como  fenómenos, estuviera cada una de ellas totalmente aislada, es decir, que  ninguna tuviera acción sobre las otras, ni recibiera recíprocamente  influjos de éstas; yo digo entonces que la simultaneidad de esas  substancias no sería objeto de percepción posible y que la existencia de  una de ellas no podría conducir a la existencia de las otras por ningún  camino de la síntesis empírica. Pues si os figuráis que estas substancias  están separadas por un espacio totalmente vacío, entonces la percepción,  que progresa en el tiempo de una a otra, determinaría ciertamente a esta  segunda su existencia, mediante una percepción subsiguiente, pero no  podría distinguir si el fenómeno sigue objetivamente a la primera o si es  simultáneo con ella. 

 Así pues, además del mero existir, debe haber algo por lo cual A  determina el lugar en el tiempo de B y viceversa B de A; pues sólo con  esa condición pueden las referidas substancias ser representadas  empíricamente como simultáneamente existentes. Ahora bien, para que  una cosa determine el lugar de otra en el tiempo ha de ser causa de ella o  de sus determinaciones. Así toda substancia (ya que sólo respecto de sus  determinaciones puede ser consecuencia) debe contener en sí la  causalidad de ciertas determinaciones en las otras y al mismo tiempo los  efectos de la causalidad de las otras, es decir: las substancias deben estar  en comunidad dinámica (inmediata o mediatamente), si la simultaneidad  ha de ser conocida en alguna experiencia posible. Ahora bien, necesario  es todo aquello referente a los objetos de la experiencia, sin lo cual la  experiencia de dichos objetos sería imposible. Así pues, a todas las 

                                                             

96 Toda esta prueba falta en la primera edición, que empezaba en el párrafo siguiente. (N. del  T.)  


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substancias, en el fenómeno, por cuanto son simultáneas, les es necesario  estar en universal comunidad de acción recíproca. 

 La palabra comunidad es equívoca en la lengua alemana y puede  significar tanto communio como también commercium. Nosotros la usamos  aquí en este último sentido, como comunidad dinámica, sin la cual la  misma comunidad local (communio spatii) no podría nunca ser conocida  empíricamente. Es fácil advertir, en nuestras experiencias, que sólo los  influjos continuos en todas las partes del espacio pueden dirigir nuestro  sentido de un objeto a otro; que la luz que juega entre nuestros ojos y los  cuerpos del universo efectúa una comunidad mediata entre nosotros y  esos cuerpos y así demuestra la simultaneidad de estos últimos; que no  podemos empíricamente variar de lugar (percibir esta variación) sin que  por todas partes la materia nos haga posible la percepción de nuestro  sitio, y esta materia, sólo por medio de su influjo recíproco, puede  mostrar (aunque solo mediatamente) su simultaneidad y por ende la  coexistencia hasta de los más lejanos objetos. Sin comunidad, toda  percepción (del fenómeno en el espacio) quedaría separada de las demás  y la cadena de las representaciones empíricas, es decir, la experiencia,  empezaría de nuevo en cada nuevo objeto, sin que pudiera la experiencia  anterior estar con ella en la más mínima conexión o en relación alguna de  tiempo. No me propongo con esto refutar el espacio vacío; pues este  puede existir allá donde no alcanzan las percepciones y donde no se  encuentra por tanto conocimiento empírico alguno de la simultaneidad;  pero entonces no es objeto de nuestra experiencia posible. 

     Para aclarar lo dicho añadamos lo siguiente. En nuestro espíritu todos  los fenómenos, como inclusos en una experiencia posible, deben estar en  comunidad (communio) de apercepción, y por cuanto los objetos deben  ser representados como enlazados en existencia simultánea, deben  determinar su lugar en un tiempo recíprocamente y por tanto constituir  un todo. Si esta comunidad subjetiva ha

 de descansar en un fundamento  objetivo, o referirse a fenómenos considerados como substancias, deberá  la percepción de uno, como fundamento, hacer posible la percepción del  otro, y vice-versa, para que la sucesión, que se da siempre en las  percepciones consideradas como aprehensiones, no sea aplicada a los  objetos, sino que éstos puedan ser representados como existentes  simultáneamente. Esto empero es un influjo recíproco, es decir, una  comunidad real (commercium) de las substancias, sin la cual la relación  empírica de simultaneidad no podría tener lugar en la experiencia.  Mediante ese comercio constituyen los fenómenos, por cuanto están  enlazados entre sí, aunque exteriores unos a otros, un compuesto  (compositum reale) y estos compuestos son posibles de varias maneras.  


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Las tres relaciones dinámicas de donde proceden todas las demás son,  por tanto, la de inherencia, la de consecuencia y la de composición. 

* * * 

 Éstas son pues las tres analogías de la experiencia. No son más que  principios de la determinación de la existencia de los fenómenos en el  tiempo, según los tr

es modos del mismo, a saber, la relación con el  tiempo mismo como magnitud (la magnitud de la existencia, es decir la  duración), la relación en el tiempo como serie (sucesión) y por último la  relación en el tiempo como conjunto de toda existencia (simultaneidad).  Esta unidad de la determinación temporal es completamente dinámica,  es decir, que el tiempo no es considerado como aquello dentro de lo cual  la experiencia determine inmediatamente su lugar a cada existencia, cosa  imposible, porque el tiempo absoluto no es objeto alguno de percepción  con el cual pudieran los fenómenos ser comparados; sino relaciones de  tiempo, determina a cada uno de ellos su lugar en el tiempo, por lo tanto  a priori y con validez para todo tiempo. 

 Por naturaleza (en sentido empírico) entendemos la conexión de los  fenómenos según su existencia, ajustados a reglas necesarias, es decir,  leyes. Hay pues ciertas leyes, que son leyes a priori, que hacen posible  una naturaleza; las leyes empíricas no pueden tener lugar y ser  encontradas, si no es por medio de la experiencia y como consecuencia  de aquellas leyes originarias por las cuales tan sólo es posible la  experiencia misma. Nuestras analogías presentan pues propiamente la  unidad de la naturaleza, en la conexión de todos los fenómenos, bajo  ciertos exponentes, que no expresan otra cosa que la relación del tiempo  (en cuanto éste comprende en sí todo cuanto existe) con la unidad de la  apercepción, que sólo en la síntesis según reglas puede tener lugar. En  conjunto dicen pues estas analogías: todos los fenómenos están en una  naturaleza y deben estar en ella, porque, sin esta unidad a priori, no sería  posible unidad alguna de la experiencia y por lo tanto determinación  alguna de los objetos en la misma. 

 Pero acerca de la clase de prueba que hemos usado en estas leyes  transcendentales de la naturaleza y acerca de la particularidad de la  misma, hay que hacer una observación, que ha de ser muy importante al  mismo tiempo como precepto para cualquier otro ensayo de demostrar  proposiciones intelectuales y al mismo tiempo sintéticas a priori. Si  hubiéramos querido demostrar dogmáticamente, es decir, por conceptos,  estas analogías, a saber: que todo cuanto existe se encuentra en lo  permanente, que todo suceso supone, en el estado anterior, algo de  donde sigue, según una regla, y, por último, que en lo múltiple que  existe simultáneamente, los estados son simultáneos en relación unos  


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con otros, según una regla (o están en comunidad); si hubiéramos  querido demostrar esto dogmáticamente, es decir, por conceptos,  hubiera sido del todo vano nuestro esfuerzo. Pues de un objeto y de su  existencia no se puede por meros conceptos pasar a la existencia de otro  o a su modo de existir, analícense cuanto se quiera dichos conceptos.  ¿Qué camino nos quedaba libre? La posibilidad de la experiencia, como  conocimiento en el cual todos los objetos, en último término, deben  poder sernos dados, si su representación ha de tener para nosotros  realidad objetiva. En este tercer término, cuya forma esencial consiste en  la unidad sintética de la apercepción de todos los fenómenos,  encontramos condiciones a priori de la constante y necesaria  determinación temporal de toda existencia en el fenómeno, sin las cuales  la determinación empírica misma del tiempo, sería imposible; y  encontramos reglas de la unidad sintética a priori, por medio de las  cuales pudimos anticipar la experiencia. Por carecer de este método y  dejarse dominar por la ilusión de pretender demostrar dogmáticamente  proposiciones sintéticas, que el uso empírico del entendimiento  recomendaba como principios suyos, ha sucedido que se ha intentado  tantas veces, y siempre en vano, dar una prueba del principio de razón  suficiente. Nadie ha pensado en las otras dos analogías, aun cuando  siempre han sido usadas tácitamente97; faltaba, en efecto, el hilo  conductor de las categorías, que es el único que puede descubrir y hacer  visible toda laguna del entendimiento, tanto en conceptos como en  principios. 

 

 

4.- LOS POSTULADOS DEL PENSAR EMPÍRICO EN GENERAL 

 

 

 1º. Lo que conviene con las condiciones formales de la experiencia  (según la intuición y los conceptos), es posible. 

 2º. Lo que está en conexión con las condiciones materiales de la  experiencia (de la sensación), es real. 

                                                             

97 La unidad del universo, en el cual deben estar enlazados todos los fenómenos, es  manifiestamente una mera consecuencia del principio, admitido tácitamente, de la  comunidad de todas las substancias simultáneas; pues, si estuvieran éstas aisladas, no  constituirían partes de un todo, y si su enlace (acción recíproca de lo múltiple) no fuera ya  necesario por la simultaneidad, no se podría de ésta, como relación meramente ideal, venir  en conclusión de aquella, como real. En su lugar hemos demostrado que la comunidad es  propiamente el fundamento de la posibilidad de un conocimiento empírico de la coexistencia  y que propiamente la conclusión va de ésta a aquella como condición de ésta.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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 3º. Aquello cuya conexión con lo real está determinada según  condiciones universales de la experiencia, es (existe) necesariamente.            Desarrollo: 

 Las categorías de la modalidad tienen esto de particular: que el  concepto, al cual son unidas como predicados, no es por ellas aumentado  en lo más mínimo, como determinación del objeto, sino que dichas  categorías expresan sólo la relación con la facultad de conocer. Cuando el  concepto de una cosa está ya completo, puedo, sin embargo, preguntar  aún acerca de ese objeto, si es meramente posible o también real, y, en  este último caso, si es también necesario. Por medio de todo esto, no son  pensadas otras determinaciones en el objeto mismo, sino que se pregunta  tan sólo en qué relación está (él y todas sus determinaciones) con el  entendimiento y el uso empírico de éste, con el Juicio empírico y con la  razón (en su aplicación a la experiencia). 

     Precisamente por eso, los principios de la modalidad no son más que  explicaciones de los conceptos de posibilidad, realidad y necesidad, en  su uso empírico, y al mismo tiempo restricciones de todas las categorías  al uso meramente empírico, sin autorizar y permitir el transcendental.  Pues si las categorías no han de tener simplemente un sentido lógico y no  han de expresar analíticamente la forma del pensar, sino que deben  referirse a cosas y a la posibilidad, realidad y necesidad de éstas, entonces  deben referirse a la experiencia posible y a la unidad sintética de la  misma, en la cual tan sólo pueden darse objetos del conocimiento. 

     El postulado de la posibilidad de las cosas exige pues que el concepto  de éstas convenga con las condiciones formales de una experiencia en  general. Ésta, a saber, la forma objetiva de la experiencia en general,  contiene empero toda síntesis exigida para el conocimiento de los  objetos. Un concepto, que comprenda en sí una síntesis, debe  considerarse como vacío y no se refiere a obje

to alguno, si esa síntesis no  pertenece a la experiencia, ya sea porque la experiencia la haya  proporcionado y entonces llamase el concepto empírico, ya sea porque  sobre esa síntesis como condición a priori, descanse la experiencia en  general (la forma de ésta) y entonces es un concepto puro, que pertenece  sin embargo a la experiencia porque su objeto sólo en ésta puede ser  hallado. Pues ¿de dónde ha de tomarse el carácter de posibilidad de un  objeto, que ha sido pensado por un concepto sintético a priori, como no  sea de la síntesis que constituye la forma del conocimiento empírico de  los objetos? Que en un concepto semejante no debe haber ninguna  contradicción, es ciertamente una condición lógica, necesaria; pero no  basta, ni con mucho, para la realidad objetiva del concepto, es decir, para  la posibilidad de un objeto, tal como es pensado por el concepto. Así, en  


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el concepto de una figura incluida en dos rectas no hay contradicción,  pues los conceptos de dos líneas rectas y su encuentro no encierran la  negación de una figura; la imposibilidad no descansa sobre el concepto  en sí mismo, sino sobre la construcción del mismo en el espacio, es decir,  sobre las condiciones del espacio y la determinación del mismo; éstas,  empero, tienen a su vez su realidad objetiva, es decir, se refieren a cosas  posibles porque encierran a priori, en sí, la forma de la experiencia en  general. 

 Ahora vamos a manifestar la amplia utilidad y el influjo de este  postulado 

de la posibilidad. Cuando me represento una cosa  permanente, de tal suerte que todo cuanto en ella cambia pertenece  meramente a su estado, no puedo nunca conocer por solo tal concepto  que una cosa semejant

e sea posible. O bien, si me represento algo como  de tal modo constituido que, una vez puesto, siempre e inevitablemente  se siga algo de ello, aquel algo puede muy bien, en todo caso, ser  pensado así sin contradicción; pero ello sólo no me autoriza a juzgar que  semejante propiedad (como causalidad) se encuentre en alguna cosa  posible. Por último yo puedo representarme diferentes cosas  (substancias) constituidas de tal suerte que el estado de una lleve consigo  una consecuencia en el estado de la otra y recíprocamente; pero que una  relación semejante pueda corresponder a alguna cosa, no puedo inferirlo  de esos conceptos, que contienen una síntesis meramente caprichosa. Así  pues, sólo porque esos conceptos expresan a priori las relaciones de las  percepciones en toda experiencia, conocemos su realidad objetiva, es  decir, su verdad transcendental, y la conocemos con independencia de la  experiencia, si bien no con independencia de toda referencia a la forma  de una experiencia en general y a la unidad sintética en que tan sólo  pueden los objetos ser conocidos empíricamente. 

 Pero si quisiéramos hacer conceptos totalmente nuevos de  substancias, de fuerzas, de acciones mutuas, sacándolos de la materia  que la percepción nos ofrece, sin tomar de la experiencia misma el  ejemplo de su enlace, caeríamos en puros fantasmas, cuya posibilidad  carece absolutamente de señal característica, porque en ellos no se toma  la experiencia por maestra, ni de ella se sacan esos conceptos. Tales

  conceptos forjados no pueden recibir el carácter de su posibilidad, como  lo reciben las categorías a priori, como condiciones de que depende toda  experiencia; recíbenlo solo a posteriori, como conceptos dados por la  experiencia misma y su posibilidad ha de ser conocida o a posteriori y  empíricamente, o de ningún modo. Una substancia que estuviera  presente en el espacio de un modo permanente, sin llenarlo sin embargo  (como ese término medio entre la materia y el ser pensante que algunos  


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han querido introducir), o bien una fuerza particular de nuestro espíritu  de intuir de antemano (no sólo de inferir) lo futuro, o, por último, una  facultad del espíritu para estar con otros hombres en comunidad de  pensamiento (por muy alejados que se encuentren), son conceptos, cuya  posibilidad es totalmente infundada, porque no puede fundarse en la  experiencia y sus leyes conocidas y, sin ésta, dicha posibilidad es un  enlace intelectual caprichoso, el cual, si bien no encierra contradicción,  no puede sin embargo pretender realidad objetiva y, por tanto, la  posibilidad de un objeto como el que se quiere pensar. Por lo que toca a  la realidad, no es lícito pensarla in concreto, sin el auxilio de la  experiencia; porque sólo a la sensación, como materia de la experiencia,  puede referirse, y no toca para nada a la forma de la relación, con la cual,  en todo caso, podríamos jugar a las invenciones. 

 Pero dejemos a un lado todo aquello cuya posibilidad sólo puede  extraerse de la realidad en la experiencia, para considerar aquí tan sólo la  posibilidad de las cosas por conceptos a priori, de las cuales insisto en  afirmar que nunca pueden tener lugar por medio de esos conceptos por  sí solos, sino siempre por esos conceptos, en cuanto valen como  condiciones formales y objetivas de una experiencia en general. 

 Ciertamente, parece que la posibilidad de un triángulo puede ser  conocida

 por su concepto en sí mismo (de la experiencia es de seguro  independiente); pues, en realidad, podemos darle completamente a priori  un objeto, es decir, construirlo. Pero como éste es sólo la forma de un  objeto, seguiría siendo siempre tan sólo un producto de la imaginación, y  la posibilidad de su objeto siempre seguiría siendo dudosa, porque para  ella se exige más, a saber: que esa figura sea pensada bajo las condiciones  en que descansan todos los objetos de la experiencia. Ahora bien, el  espacio es una condición formal a priori de las experiencias externas, y la  misma síntesis creadora por la cual construimos un triángulo en la  imaginación, es también exactamente la que usamos en la aprehensión  de un fenómeno, para hacernos de él un concepto empírico; y esto es lo  que enlaza con ese concepto del triángulo la representación de la  posibilidad de una cosa semejante. Y así la posibilidad de magnitudes  continuas y aún de magnitudes en general, se hace clara, no por los  conceptos mismos, puesto que los conceptos de esas magnitudes son  todos sintéticos, sino por esos conceptos, considerados como condiciones  formales de la determinación de los objetos, en la experiencia en general;  y ¿dónde se van a buscar objetos que correspondan a los conceptos,  como no sea en la experiencia, por medio de la cual solamente nos son  dados objetos? Asimismo podemos conocer y caracterizar la posibilidad  de las cosas, sin precisamente tomarla de la experiencia misma, sólo por  


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referencia a las condiciones formales, bajo las cuales, en la experiencia en  general, algo es determinado como objeto; es decir, podemos hacer eso a  priori, pero sólo con relación a la experiencia y dentro de sus límites. 

     El postulado, para conocer la realidad de las cosas, exige percepción, por  tanto, sensación, de la cual se tiene conciencia; pero no exige inmediata  sensación del objeto, cuyo conocimiento ha de ser conocido, aunque sí al  menos, conexión del objeto con alguna percepción real, según las  analogías de la experiencia, que exponen todo enlace real en una  experiencia en general. 

     En el mero concepto de una cosa no puede hallarse ningún carácter de  su existencia. Pues aunque el concepto sea tan completo que no le falte lo  más mínimo para pensar la cosa, con todas sus determinaciones internas,  sin embargo la existencia no tiene nada que ver con esto, sino sólo con la  cuestión de si semejante cosa nos es dada de modo que su percepción  pueda, en todo caso, preceder al concepto. Pues que el concepto preceda  a la percepción, significa la mera posibilidad de aquél; pero la  percepción, que da la materia al concepto, es el único carácter de la  realidad.

 Pero también antes de la percepción de la cosa y, por tanto,  comparativa a priori, se puede conocer su existencia, con tal de que ésta  esté en conexión con algunas percepciones, según los principios del  enlace empírico de las mismas (las analogías). Pues entonces, la  existencia de la cosa está en conexión con nuestras percepciones, en una  experiencia posible, y podemos, por el hilo conductor de esas analogías,  desde nuestra percepción real alcanzar la cosa, en la serie de las  percepciones posibles. Así conocemos la existencia de una materia  magnética, que penetra todos los cuerpos, por la percepción de la  atracción de la limadura de hierro, aunque una percepción inmediata de  esa materia, es imposible por la constitución de nuestros órganos. Pues,  en general, según las leyes de nuestra sensibilidad y el contexto de  nuestras percepciones, llegaríamos en una experiencia a la inmediata  intuición empírica de esa materia magnética, si nuestros sentidos fueran  más finos; pero su grosería no tiene nada que ver con la forma de una  experiencia posible en general. Así, pues, allí donde alcance la  percepción y su suplemento, según leyes empíricas, allí también alcanza  nuestro conocimiento de la existencia de las cosas. Mas si no empezamos  por la experiencia o si no progresamos según leyes de la conexión  empírica de los fenómenos, en vano querremos adivinar o averiguar la  existencia de una cosa cualquiera98. Una objeción poderosa, empero, 

                                                             

98 Aquí termina la primera edición. La frase siguiente y el trozo siguiente, intitulado  «Refutación del idealismo», hasta el párrafo que empieza: «En lo que se refiere, por último, al  tercer postulado...», fueron añadidos en la 2ª. edición. (N. del T.)  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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contra estas reglas para demostrar mediatamente la existencia, viene del  idealismo, cuya refutación estará aquí en su lugar. 

 

 

 

REFUTACIÓN DEL IDEALISMO 

 

 

 El idealismo (me refiero al material) es la teoría que declara que la  existencia de los objetos en el espacio fuera de nosotros es o meramente  dudosa e indemostrable o falsa e imposible. El primero es el problemático de  Descartes, que declaró indudable sólo una afirmación empírica (assertio) a  saber: «yo soy». El segundo es el dogmático de Berkeley quién declara que el  espacio, con todas las cosas a las cuales está adherido, como condición  indispensable, es

 algo imposible en sí y por ende que las cosas en el  espacio son meras imaginaciones. El idealismo dogmático es inevitable,  cuando se considera el espacio como propiedad que debe pertenecer a  las cosas en sí mismas; pues entonces el espacio, con todo aquello a que  sirve de condición, es un absurdo. El fundamento, empero, de este  idealismo ha sido destruido por nosotros en la Estética transcendental. El  idealismo problemático, que no afirma nada sobre esto, sino sólo  pretexta la incapacidad de demostrar por experiencia inmediata  cualquiera existencia, que no sea la nuestra, es razonable y conforme a  una manera de pensar fundamentada y filosófica, a saber: no permitir  juicio alguno decisivo antes de haber hallado una prueba suficiente. La  prueba apetecida debe pues mostrar que de las cosas exteriores tenemos  experiencia y no sólo imaginación; lo cual no podrá hacerse sino  demostrando que nuestra experiencia interna misma, que Descartes no  ponía en duda, no es posible más que suponiendo la experiencia externa. 

 

 

 

TEOREMA 

La mera conciencia, pero empíricamente determinada, de mi propia existencia, 

demuestra la existencia de los objetos en el espacio fuera de mí 

 

 

          Prueba: 

 Tengo conciencia de mi existencia, como determinada en el tiempo.  Toda determinación de tiempo supone algo permanente en la percepción.  Ese algo permanente, empero, no puede ser algo en mí, porque  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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precisamente mi existencia en el tiempo sólo puede ser determinada por  ese algo permanente99. Así pues la percepció

n de ese permanente es  posible sólo por una cosa fuera de mí y no por la mera representación de  una cosa fuera de mí. Por consiguiente la determinación de mi existencia  en el tiempo es sólo posible por la existencia de cosas reales, que yo  percibo fuera de mí. Ahora bien, la conciencia en el tiempo está  necesariamente unida a la conciencia de la posibilidad de esa  determinación de tiempo; así pues, está también necesariamente unida  con la existencia de las cosas fuera de mí, como condición de la  determinación de tiempo; es decir, que la conciencia de mi propia  existencia es al mismo tiempo una conciencia inmediata de la existencia  de otras cosas fuera de mí. 

 Observación 1ª. Se advierte, en la prueba que precede, que el juego  que el idealismo juega, le es devuelto con mayor derecho. El idealismo  admitía que la única experiencia inmediata es la interna y, por tanto, que  las cosas exteriores son sólo inferidas, pero de un modo incierto, como  siempre que de efectos dados se concluye a causas determinadas, porque  la causa de las representaciones puede estar también en nosotros  mismos, quienes, acaso falsamente, las atribuimos a cosas exteriores.  Pero aquí se demuestra que la experiencia externa es propiamente  inmediata100, que sólo por medio de ella es posible no ciertamente la  conciencia de nuestra propia existencia, pero sí la determinación de la  misma en el tiempo, es decir la experiencia interna. Cierto que la  representación «yo soy», la cual expresa la conciencia que puede  acompañar a todo pensar, es lo que encierra en sí inmediatamente la  existencia de un sujeto, pero aún no un conocimiento del mismo y, por  tanto, tampoco conocimiento empírico o sea experiencia; para ésta hace  falta, además del pensamiento de algo existente, la intuición -y aquí la  interna- con respecto a la cual, es decir al tiempo, debe ser determinado  el sujeto; para lo cual son exigidos objetos exteriores y por consiguiente 

                                                             

99     Esta frase es la que Kant, en el prólogo de la 2ª. edición (pág. 59 del tomo I en nota), 

ruega que se sustituya por otra que indica. La lectura, en este momento, de toda esa nota es  de grandísima importancia, porque aclara y comenta el pensamiento de toda esta refutación  del idealismo. (N. del T.) 

100   La conciencia inmediata de la existencia de cosas exteriores queda, en este teorema, no ya  supuesta, sino demostrada, conozcamos o no la posibilidad de esta conciencia. La cuestión  acerca de esta sería: si sólo tenemos un sentido interior y ninguno exterior, poseyendo tan  sólo imaginación externa. Pero es claro que aun sólo para imaginar algo como exterior, es  decir, para exponerlo al sentido en la intuición, tenemos que tener un sentido externo y por  ende debemos distinguir inmediatamente la mera receptividad de una intuición externa, de  la espontaneidad que caracteriza toda imaginación. Pues imaginarse tan sólo un sentido  externo, aniquilaría la facultad de intuir, que debe ser determinada por la imaginación.  


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la experiencia interna misma es sólo mediata y sólo posible por medio de  la externa. 

     Observación 2ª.   Con esto concuerda perfectamente todo uso empírico  de nuestra facultad de conocer en la determinación de tiempo. No es sólo  que no podamos llevar a cabo ninguna determinación de tiempo como  no sea mediante el cambio en las relaciones exteriores (el movimiento) en  relación con lo permanente en el espacio (v. g. el movimiento solar  respecto de los objetos terrestres), sino que ni siquiera tenemos nada  permanente que poner como intuición bajo el concepto de substancia, a  no ser la materia, y aun

 esta permanencia no es tomada de la experiencia  externa, sino presupuesta a priori, como condición necesaria de toda  determinación de tiempo y por tanto también como determinación del  sentido interno, respecto a nuestra propia existencia, por medio de la  existencia de cosas exteriores. La conciencia de mí mismo, en la  representación Yo, no es intuición, sino una representación meramente  intelectual de la propia actividad de un sujeto pensante. Por eso este «yo»  no tiene el menor predicado de intuición que, como permanente, pueda  servir de correlato a la determinación de tiempo en el sentido interno, al  modo por ejemplo como la impenetrabilidad en la materia, cual intuición  empírica. 

 Observación 3ª. De que la existencia de objetos sea exigida para la  posibilidad de una conciencia determinada de nosotros mismos, no se  sigue que toda representación intuitiva de cosas exteriores encierre al  mismo tiempo a existencia de esas cosas; pues esa representación puede  ser muy bien el mero efecto de la imaginación (en sueño o también en la  demencia). Pero es tal, solamente por la reproducción de anteriores  percepciones externas que, como ya he expuesto, no son posibles más  que por la realidad de objetos exteriores. Lo único que aquí teníamos que  demostrar es que la experiencia interna en general no es posible más que  mediante la experiencia externa en general. ¿Es tal o cual supuesta  experiencia una mera imaginación? Esto debe decidirse según las  particulares determinaciones de la experiencia y por comparación con los  criterios de toda experiencia verdadera. 

* * * 

     En lo que se refiere, por último, al tercer postulado, digo que trata de  la necesidad material en la existencia y no de la meramente formal y  lógica en el enlace de los conceptos. Ahora bien, ninguna existencia de  objetos puede ser conocida enteramente a priori, aunque sí comparativa a  priori, relativamente a otra existencia ya dada; pero entonces sólo  podemos llegar a una existencia que por algún lado debe estar  comprendida en el nexo de la experiencia, de la cual la percepción dada  


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 178 

es una parte: de donde resulta que la necesidad de la existencia nunca  puede

 ser conocida por conceptos, sino siempre sólo por el enlace con  aquello que es percibido, según leyes universales de la experiencia.  Ahora bien, no hay ninguna existencia que pueda ser conocida como  necesaria bajo la condición de otros fenómenos dados, sino tan sólo la  existencia de los efectos de causas dadas, según 

las leyes de la  causalidad. Así pues, no de la existencia de las cosas (substancias), sino  sólo de su estado podemos conocer la necesidad, y ello ciertamente por  otros estados, dados en la percepción, según leyes empíricas de la  causalidad. De aquí se sigue que el criterio de la necesidad está  solamente en la ley de la experiencia posible, a saber: que todo cuanto  ocurre se halla determinado a priori por su causa en el fenómeno. Por eso,  sólo conocemos la necesidad de los efectos en la naturaleza, cuyas causas  nos son dadas, y el carácter de necesidad en la existencia no va más allá  que el campo de la experiencia posible; y aun en éste no vale para la  existencia de las cosas como substancias, porque éstas nunca pueden ser  consideradas como efectos empíricos o como algo que sucede y nace. La  necesidad se refiere pues sólo a las relaciones de los fenómenos, según la  ley dinámica de la causalidad, y a la posibilidad, en ella fundada, de  sacar de una existencia dada (de una causa) la conclusión a priori de otra  existencia (del efecto). Todo lo que sucede es hipotéticamente necesario;  éste es un principio que somete a una ley el cambio en el mundo, es decir  a una regla de la existencia necesaria, sin la cual no habría siquiera  naturaleza. Por eso la proposición: «Nada ocurre por ciego azar» (in  mundo non datur casus), es una ley a priori de la naturaleza; de igual  modo: «ninguna necesidad en la naturaleza es ciega, sino condicionada y  por lo tanto necesidad comprensible» (non datur fatum). Ambas son leyes  tales que por ellas el juego de los cambios está sujeto a una naturaleza de  las cosas (como fenómenos) o, lo que es lo mismo, a la unidad del  entendimiento, en el cual tan sólo pueden pertenecer a una experiencia  como unidad sintética de los fenómenos. Estos dos principios son  dinámicos. El primero es propiamente una consecuencia del principio de  causalidad (bajo las analogías de la experiencia). El segundo pertenece a  los principios de la modalidad, que añade a la determinación causal el  concepto de la necesidad, sometida sin embargo a una regla del  entendimiento. El principio de la continuidad prohibía todo salto en la  serie de los fenómenos (cambios) (in mundo non datur saltus), pero  también toda laguna o vacío entre dos fenómenos, en el conjunto de  todas las intuiciones empíricas en el espacio (non datur hiatus); pues la  proposición puede expresarse así: en la experiencia nada puede  sobrevenir que demuestre un vacuum o ni siquiera lo tolere como parte  


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de la síntesis empírica. Pues en lo que toca al vacío, que acaso pueda  pensarse fuera del campo de la experiencia posible (el mundo), ese vacío  no pertenece a la jurisdicción del mero entendimiento, el cual no decide  más que sobre las cuestiones que se refieren a la utilización de  fenómenos dados para el entendimiento empírico; es un problema para  la razón ideal, que se sale de la esfera de una experiencia posible y quiere  juzgar acerca de lo que rodea y limita esta esfera; debe pues ser  considerado en la dialéctica transcendental. Esos cuatro principios (in  mundo non datur hiatus, non datur saltus, non datur casus, non datur fatum),  podríamos fácilmente, como todos los principios de origen  transcendental, presentarlos en su orden, según el orden de las  categorías y señalar a cada uno su puesto; pero el lector ya ejercitado  podrá hacerlo por sí mismo o descubrir fácilmente el hilo conductor para  ello. Mas todos se unen tan sólo en esto: en no permitir en la síntesis  empírica nada que pueda menoscabar o corromper el entendimiento y la  conexión continua de todos los fenómenos, es decir la unidad de sus  conceptos. Pues sólo en él es posible la unidad de la experiencia, en  donde todas las percepciones deben tener su lugar. 

 La cuestión de saber si el campo de la posibilidad es mayor que el  campo que contiene todo lo real y la de si éste a su vez es mayor que la  multitud de lo que es necesario, son cuestiones interesantes y de solución  sintética, pero corresponden a la jurisdicción de la razón; pues significan  poco más o menos lo siguiente: ¿Pertenecen todas las cosas como  fenómenos al conjunto y contexto de una única experiencia, de la cual  cada percepción dada es una parte, que por tanto no puede ser unida a  ningunos otros fenómenos o bien pueden mis percepciones pertenecer a  más de una experiencia posible (en su conexión universal)? El  entendimiento de a priori a la experiencia en general sólo la regla, según  las condiciones subjetivas y formales, tanto de la sensibilidad como de la  apercepción, que son las que la hacen posible. Otras formas de la  intuición (que el espacio y el tiempo), otras formas del entendimiento  (que las discursivas del pensar o del conocimiento por conceptos), si bien  son posibles, no pueden en modo alguno ser pensadas y comprendidas  por nosotros; pero aunque pudieran serlo, no pertenecerían a la  experiencia, como único conocimiento en donde nos son dados objetos.  La cuestión de si otras percepciones que las que pertenecen en general a  toda nuestra posible experiencia, pueden ser halladas y por ende de si  puede haber un campo muy distinto en su materia, es cuestión que no  puede el entendimiento decidir: sólo tiene que ocuparse de la síntesis de  lo que es dado. Por lo demás, se advierte claramente la pobreza de  nuestras conclusiones ordinarias, por las cuales creamos un gran reino  


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de la posibilidad, del que lo real (todo objeto de la experiencia) es sólo  una pequeña parte. «Todo lo real es posible»; de donde se sigue,  naturalmente, según las leyes lógicas de la conversión, la proposición  particular: «algún posible es real», la cual parece significar que hay  muchos posibles que no son reales. Ciertamente parece que se puede sin  dificultad poner el número de las cosas posibles más alto que el de las  reales, pues a lo posible hay que añadir algo más para obtener lo real.  Pero no conozco esa adición a la posibilidad; pues eso que habría que  añadir a l

o posible sería un imposible. Sólo a mi entendimiento puede  añadírsele algo, además de la concordancia con las condiciones formales  de la experiencia, y ese algo es el enlace con alguna percepción; ahora  bien lo que está enlazado con una percepción, según leyes empíricas, es  real, aunque inmediatamente no sea percibido. Pero no puede decirse  que, en la conexión continua con lo que me es dado en la percepción, sea  posible otra serie de fenómenos y por tanto más de una experiencia  universal; porque esto no puede concluirse de lo que nos es dado y  mucho menos sin que nada nos sea dado, porque sin materia nada se  puede pensar. Lo que sólo es posible bajo condiciones que sólo son  posibles, no lo es en todo sentido. Pero la cuestión se torna en éste, cuando  se quiere saber si la posibilidad de las cosas va más lejos de lo que la  experiencia puede alcanzar. 

 Me he limitado a citar estas cuestiones, para no dejar lagunas en lo  que, según la opinión ordinaria, pertenece a los concepto

s del  entendimiento. Pero en realidad, la posibilidad absoluta (que en todo  sentido es valedera) no es un mero concepto del entendimiento y de  ningún modo puede tener un uso empírico, sino que pertenece sólo a la  razón, la cual va más allá de todo uso empírico posible del  entendimiento. Por eso hemos tenido que contentarnos aquí con hacer  tan sólo una observación crítica y por lo demás dejamos la cuestión en la  obscuridad, hasta que la tratemos más adelante. 

     Como quiero terminar ya este número cuatro y con él el sistema de  todos los principios del entendimiento puro, he de indicar el motivo de  por qué he dado a los principios de la modalidad precisamente el  nombre de postulados. No quiero tomar aquí esa expresión en el sentido  que algunos modernos autores de filosofía le han dado, contra el sentido  de los matemáticos, a quienes propiamente pertenece, y es a saber: que  postular ha de significar que se toma una proposición como  inmediatamente cierta, sin justificación ni prueba. Pues si tratándose de  proposiciones sintéticas, por muy evidentes que sean, hemos de admitir  que sin deducción y, fiados en la autoridad de su propio enunciado,  podemos darles la aprobación incondicionada, entonces se ha perdido  


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toda crítica del entendimiento; y como no faltan osadas pretensiones, de  las que no se abstiene la común creencia (lo cual no es empero un motivo  

de crédito), queda abierto nuestro entendimiento a cualquier ilusión, sin  poder negar su aprobación a aquellos enunciados que, si bien  irregulares, pretenden sin embargo con el mismo tono de seguridad ser  admitidos como verdaderos axiomas. Así pues, cuando al concepto de  una cosa le sobreviene sintéticamente una determinación a priori, hay  que añadir sin falta a esa proposición una si no prueba, al menos  deducción de la legitimidad de su afirmación. 

 Los principios de la modalidad no son empero objetivamente  sintéticos, porque los predicados de la posibilidad, realidad y necesidad  no amplían en lo más mínimo el concepto, del cual son dichos, aunque  añaden algo a la representación del objeto. Mas como, sin embargo, son  sintéticos, lo serán sólo subjetivamente, es decir, añadiendo al concepto  de una cosa (real), de la que por lo demás nada dicen, la facultad  cognoscitiva en donde se origina 

y tiene su asiento ese concepto. Así, si  sólo en el entendimiento está enlazado con las condiciones formales de la  experiencia, su objeto se llama posible; si está en conexión con la  percepción (sensación, como materia de los sentidos) y determinada por  ella, mediante el entendimiento, entonces el objeto es real; si es  determinado por la conexión de las percepciones según conceptos,  entonces llámase el objeto necesario. Los principios de la modalidad  pues, no dicen de un concepto nada más que la acción de la facultad de  conocer, por la cual es producido. Ahora bien, llámase postulado en la  matemática a la proposición práctica que no contiene más que la síntesis  por la cual nos damos un objeto y producimos su concepto, como por  ejemplo describir un círculo con una línea dada, desde un punto dado,  en un plano; y una proposición semejante no puede ser demostrada,  porque el proceder que ella exige es precisa mente aquello por medio de  lo cual producimos nosotros el concepto de esa figura. Así pues, con el  mismo derecho podemos postular los principios de la modalidad,  porque no aumentan su concepto de cosas101, sino sólo exponen el modo  como ese concepto está unido a la facultad de conocer. 

* * * 

 

                                                             

101 Con la realidad de una cosa, pongo desde luego algo más que la posibilidad; pero no en la  cosa. La cosa no puede nunca contener en la realidad más de lo que estaba contenido en su  completa posibilidad. Pero si la posibilidad era meramente una posición de la cosa con  respecto al entendimiento (al uso empírico de éste), la realidad es al mismo tiempo un enlace  de la cosa con la percepción.  


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OBSERVACIÓN GENERAL AL SISTEMA DE LOS PRINCIPIOS102 

 

 

 Es muy digno de observación el hecho de que no podamos  comprender la posibilidad de ninguna cosa por la mera categoría, sino  que siempre tenemos que tener una intuición, para exponer en ella la  realidad objetiva del concepto puro del entendimiento. Tómese, por  ejemplo, la categoría de relación. Por meros conceptos no se puede  comprender: 1º., cómo algo pueda existir, es decir, ser substancia, sólo  como sujeto y no como mera determinación de otras cosas; 2º., cómo,  porque algo es, algún otro deba ser, por lo tanto, cómo algo pueda, en  general, ser causa, o 3º., cómo, cuando existen varias cosas, la existencia  de una de ellas es base para que se siga algo en las otras y  recíprocamente, y de ese modo, puede tener lugar una comunidad de  substancias. Y otro tanto puede decirse de las demás categorías, por  ejemplo: cómo una cosa pueda ser idéntica con muchas juntas, es decir,  una magnitud, etc... Así, pues, mientras falta la intuición, no sabemos si  por medio de las categorías estamos pensando un objeto y ni aun si les  puede corresponder algún objeto; y así se confirma que las categorías,  por sí, no son conocimientos, sino meras formas del pensamiento, para hacer  conocimientos con intuiciones dadas. Así también sucede que con meras  categorías no puede hacerse ninguna proposición sintética. Por ejemplo:  «En toda existencia hay substancia, es decir, algo que sólo puede existir  como sujeto y no como mero predicado»; o bien: «Toda cosa es un  quantum», etc..., en donde no hay nada que pueda servirnos para salir de  un concepto dado y enlazarle otro. Por eso nunca se ha conseguido  demostrar una proposición sintética por medio de meros conceptos  puros del entendimiento; por ejemplo, la proposición: «todo lo  contingente, que existe, tiene una causa». No se ha podido nunca  demostrar más que esto, a saber: que sin esa relación no podríamos  comprender en modo alguno, la existencia de lo contingente, es decir, no  podríamos conocer a priori, por el entendimiento, la existencia de  semejante cosa. Pero de aquí no se sigue que precisamente esa relación  sea también la condición de la posibilidad de las cosas mismas. Por eso,  si se quiere reflexionar sobre nuestra prueba del principio de causalidad,  se advertirá que no hemos podido demostrarlo más que de los objetos de  experiencia posible: «Todo cuanto ocurre (todo suceso) presupone una  causa»; y ciertamente de tal suerte, que no hemos podido demostrarlo  más que como principio de la posibilidad de la experiencia, por lo tanto, 

                                                             

102    Esta observación general fue puesta en la segunda edición y no se halla en la primera.  (N. del T.)  


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del conocimiento de un objeto dado, en la intuición empírica, y no por  meros conceptos. Sin embargo, no puede negarse que la proposición:  «todo lo contingente debe tener una causa», es clara para cualquiera, por  meros conceptos. Pero entonces, el concepto de lo contingente está de tal  suerte concebido que no contiene la categoría de la modalidad (como  algo cuyo no-ser puede pensarse), sino la de relación (como algo que sólo  puede existir como consecuencia de otro) y entonces es desde luego una  proposición idéntica: «lo que sólo como consecuencia puede existir, tiene  una causa». En realidad, cuando tenemos que dar ejemplos de existencia  contingente, acudimos siempre a cambios y no sólo a la posibilidad del  pensamiento de lo opuesto103. El cambio empero es un suceso que, como tal,  sólo por una causa es posible, cuyo no-ser por lo tanto es por sí posible; y  así conócese la contingencia en que algo sólo puede existir como efecto  de una causa; por eso si una cosa es admitida como contingente, resulta  analítica la proposición que dice que tiene una causa. 

     Pero aún más notable es que, para comprender la posibilidad de las  cosas por las categorías y por lo tanto exponer la realidad objetiva de éstas,  necesitamos no sólo intuiciones, sino siempre

 intuiciones externas. Si por  ejemplo, tomamos los conceptos puros de la relación, hallamos: 1º., que  para dar en la intuición algo permanente que corresponda al concepto de  substancia (y exponer así la objetiva realidad de ese concepto),  necesitamos una intuición en el espacio (la materia), porque sólo el  espacio es determinado permanentemente, mientras que el tiempo y, por  lo tanto, todo lo que hay en el sentido interior, fluye sin cesar; 2º., que  para exponer el cambio, como la intuición que corresponde al concepto de  causalidad, debemos tomar como ejemplo el movimiento, como cambio en  el espacio, y sólo así podemos hacernos intuibles los cambios, cuya  posibilidad no puede concebir un entendimiento puro. Cambio es el  enlace de determinaciones opuestas contradictoriamente en la existencia  de una y la misma cosa. Ahora bien, cómo sea posible que a un estado  dado siga otro estado opuesto de la misma cosa, no sólo no puede  ninguna razón concebirlo, sin ejemplo, sino ni siquiera comprenderlo sin  intuición; y esta intuición es la del movimiento de un punto en el  espacio, cuya existencia en lugares distintos (como una consecuencia de 

                                                             

103 Puede pensarse fácilmente el no-ser de la materia; mas los antiguos no infirieron de ello su  contingencia. Pero incluso el trueque del ser y del no-ser de un estado dado a una cosa (en  eso consiste todo cambio) no demuestra la contingencia de ese estado, por decirlo así, por la  realidad de su contrario; por ejemplo, la quietud de un cuerpo, que sigue al movimiento, no  demuestra la contingencia del movimiento por que la primera sea lo contrario del segundo.  Pues ese contrario es aquí opuesto al otro término solo lógicamente y no realiter. Habría que  probar que, en lugar del movimiento, en el momento anterior, ha sido posible que el cuerpo  haya permanecido en reposo, para demostrar la contingencia de su movimiento; pero no que  el cuerpo reposa después, pues entonces pueden ambos contrarios coexistir muy bien.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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opuestas determinaciones) es la que nos hace intuible el cambio; pues,  para poder pensar más tarde los cambios internos, tenemos que  representarnos el tiempo, como forma del sentido interno, figurándolo  por medio de una lín

ea, y el cambio interior por medio del trazado de  esa línea (movimiento) y, por lo tanto, la existencia sucesiva de nosotros  mismos, en diferentes estados, por medio de la intuición externa. El  fundamento propio de esto es que todo cambio presupone algo 

 permanente en la intuición, aún sólo para ser percibido como cambio

, y  en el sentido interior no se encuentra ninguna intuición permanente. Por  último, la categoría de comunidad, en su posibilidad, no puede ser  concebida por la mera razón, y así la realidad objetiva de ese concepto no  es posible comprenderla sin intuición externa en el espacio. Pues ¿cómo  va a pensarse la posibilidad de que, si varias substancias existen, de la  existencia de una pueda seguirse algo en la existencia de las demás y  recíprocamente (como efecto) y por tanto que porque algo es en la  primera, haya también algo de ser en las otras, algo que no puede  comprenderse por sólo la existencia de éstas últimas? Esto empero es lo  que se exige para la comunidad y es del todo inconcebible entre cosas,  cada una de las cuales está totalmente aislada por su subsistencia. Por  eso Leibnitz, por cuanto atribuyó una comunidad a las substancias del  mundo, tales como el entendimiento las piensa, necesitó admitir una  divinidad, como intermediario; porque con razón le parecía  incomprensible esa comunidad, por sola la existencia de las sub- substancias. Pero podemos hacernos fácilmente concebible la posibilidad  de la comunidad (de las substancias como fenómenos) si nos la  representamos en el espacio, es decir, en la intuición externa. Pues ésta  contiene ya a priori relaciones externas formales, como condiciones de la  posibilidad de lo real (en acción y reacción y por ende en comunidad).  De igual manera puede fácilmente mostrarse que la posibilidad de las  cosas como magnitudes y, por tanto, la realidad objetiva de la categoría de  magnitud, sólo puede ser expuesta en la intuición externa y sólo por  medio de ésta puede ser aplicada después al sentido interior. Pero, para  evitar extenderme en exceso, dejo los ejemplos de esto a la reflexión del  lector. 

     Toda esta observación es de gran importancia, no sólo por confirmar  nuestra anterior refutación del idealismo, sino también y sobre todo  para, cuando se trate del conocimiento de sí mismo, por la mera conciencia  interna, y de la determinación de nuestra naturaleza, sin ayuda de  intuiciones externas empíricas, mostrar las limitaciones de la posibilidad  de este conocimiento.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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     La última consecuencia de toda esta sección es pues que los principios  del entendimiento puro no son sino principios a priori de la posibilidad  de la experiencia y a esta última tan sólo se refieren todas las  proposiciones sintéticas a priori, cuya misma posibilidad descansa  enteramente en esa referencia. 

 

 

 

 

Doctrina transcendental del juicio (Analítica de los principios) 

 

TERCER CAPÍTULO 

Del fundamento de la distinción de todos los objetos en general en fenómenos y  noúmenos 

 

 

     Ya hemos recorrido el territorio del entendimiento puro y observado  atentamente cada parte del mismo; y no sólo lo hemos hecho así, sino  que además hemos medido el terreno y fijado en él su puesto a cada  cosa. Ese territorio empero es una isla, a la cual la naturaleza misma ha  asignado límites invariables. Es la tierra de la verdad (nombre  encantador), rodeada por un inmenso y tempestuoso mar, albergue  propio de la ilusión, en donde los negros nubarrones y los bancos de  hielo, deshaciéndose, fingen nuevas tierras y engañan sin cesar con  renovadas esperanzas al marino, ansioso de descubrimientos,  precipitándolo en locas empresas, que nunca puede ni abandonar ni  llevar a buen término. Pero antes de aventurarnos en ese mar, para  reconocerlo en toda su extensión y asegurarnos de si hay alguna  esperanza que tener, bueno será que demos una última ojeada al mapa  de la tierra que vamos a abandonar. Preguntémonos, pues, primero, si no  podríamos contentarnos en todo caso con lo que esa tierra contiene, o  aun si acaso no tendremos por fuerza que hacerlo, por no haber en  ninguna otra parte suelo para construir. Veamos luego con qué títulos  poseemos esa tierra y podemos mantenernos seguros en ella contra  pretensiones enemigas. Estas cuestiones han sido ya suficientemente  contestadas en el curso de la analítica; pero una revista sucinta de sus  soluciones, puede robustecer la convicción, reuniendo en un solo punto  los diversos momentos en que fueron expuestas. 

     Hemos visto que todo cuanto el entendimiento saca de sí mismo, sin  requerirlo de la experiencia, lo tiene sin embargo para el uso de la  experiencia y no para ningún otro. Los principios del entendimiento  


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puro, ya sean a priori constitutivos (como los matemáticos) ya meramente  regulativos (como los dinámicos), no contienen nada más que, por  decirlo así, el puro esquema para la experiencia posible; pues esta toma  su unidad sólo de la unidad sintética que el entendimiento proporciona  originariamente y de suyo a la síntesis de la imaginación, con referencia  a la apercepción; y en esa unidad deben los fenómenos, como data para  una posible experiencia, estar ya a priori en relación y concordancia.  Ahora bien, aunque esas reglas del entendimiento no sólo son  verdaderas a priori, sino fuente de toda verdad, es decir, de la  concordancia de nuestro conocimiento con los objetos, porque contienen  el fundamento

 de la posibilidad de la experiencia, como conjunto de  todo conocimiento en donde pueden sernos dados objetos, sin embargo,  no nos parece bastante limitarnos a enunciar lo verdadero y quisiéramos  también lo que apetecemos saber. Si, pues, por medio de esta  investigación crítica no aprendemos más que lo que, en el uso  meramente empírico del entendimiento y sin tan sutil examen,  hubiésemos espontáneamente ejercitado, parece que la ventaja que de  ella se saca no vale el gasto y la preparación. Puede, es verdad, replicarse  que no hay prurito más perjudicial al aumento de nuestro conocimiento,  que el de querer saber su utilidad de antemano, antes de sumirse en las  investigaciones y aun de poder forjarse el menor concepto de esa  utilidad, aunque la tuviéramos ante los ojos. Pero hay una ventaja que  puede comprender y al mismo tiempo apreciar el más refractario y  díscolo discípulo de esta investigación transcendental, y es: que el  entendimiento, ocupado exclusivamente en su empleo empírico, y sin  reflexionar sobre las fuentes de su propio conocimiento, puede sin duda  ir muy bien adelante; pero una cosa no puede llevar a cabo, y es  determinarse así mismo los límites de su uso y saber qué es lo que está  dentro o fuera de su esfera; pues para esto exígense las investigaciones  profundas que hemos realizado. Y si no puede distinguir si ciertas  cuestiones están o no en su horizonte, no estará nunca seguro de sus  aspiraciones y de su posesión, sino que deberá estar preparado para toda  suerte de vergonzosas rectificaciones, si se sale continuamente de los  límites de su esfera (como ello es inevitable) y se extravía en ilusiones y  falacias. 

     Así pues, el entendimiento no puede hacer de todos sus principios a  priori y aun de todos sus conceptos más que un uso empírico y nunca  transcendental; esta es una proposición que, una vez conocida y  admitida con convicción, tiene consecuencias importantes. El uso  transcendental de un concepto, en cualquier principio, consiste en  


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referirlo a las cosas en general y en sí mismas104. El uso empírico consiste e

n  referirlo sólo a fenómenos, es decir, a objetos de una experiencia posible. Y  nunca puede tener lugar otro uso que este último, como se ve fácilmente  por lo que sigue: para todo concepto se requiere primero la forma lógica  de un concepto (del pensar) en general, y segundo, la posibilidad de  darle un objeto, al cual se refiera. Sin esto último, el concepto carece de  sentido y está totalmente vacío de contenido, aun cuando pueda tener la  función lógica de hacer un concepto con unos datos cualesquiera. Ahora  bien, el objeto no puede ser dado, a un concepto más que en la intuición;  y si bien una intuición pura es posible a priori antes del objeto, esta  misma no puede recibir su objeto, es decir, la validez objetiva, si no es  por medio de la intuición empírica, cuya mera forma es. Así, todos los  conceptos y, con éstos, todos los principios, por muy a priori que sean, se  refieren, sin embargo, a intuiciones empíricas, es decir, a datos, para la  experiencia posible. Sin esto, carecen de toda validez objetiva y son un  mero juego, ora de la imaginación, ora del entendimiento, cada uno con  sus respectivas representaciones. Tómense, por ejemplo, conceptos de la  matemática, y en sus intuiciones puras primero: el espacio tiene tres  dimensiones; entre dos puntos no puede haber más que una recta, etc...  Aun cuando todos estos principios y la representación del objeto de que  trata esa ciencia, son producidos en el espíritu totalmente a priori, no  significarían sin embargo nada, si no pudiéramos exponer su  significación siempre en fenómenos (objetos empíricos). Por eso se exige  hacer sensible un concepto separado, es decir, exponer en la intuición el  objeto que le corresponde, porque, sin esto, el concepto permanecería  (como se dice) sin sentido, es decir, sin significación. La matemática  cumple esta exigencia por medio de la construcción de la figura, que es  un fenómeno presente a los sentidos (aunque producido a priori). El  concepto de magnitud busca también, en esa ciencia, su sustento y  sentido en el número; y éste, en los dedos, en las bolas del tablero o las  rayas y puntos que se ponen ante los ojos. El concepto permanece  producido a priori y, con él, todos los principios sintéticos o fórmulas de  esos conceptos; pero el uso de los mismos y la referencia a supuestos  objetos no puede en último término buscarse más que en la experiencia,  cuya posibilidad (según la forma) contienen a priori aquellos. 

     Este caso es también el de todas las categorías y todos los principios  tejidos con ellas, como se advierte fácilmente, porque no podemos dar  una definición real de ninguna de ellas, es decir, hacer comprensible la 

                                                             

104 En los papeles de Kant se halló una corrección a esta frase. En lugar de «las cosas en  general y en sí mismas» debe decir: «objetos que no nos son dados en ninguna intuición y  son, por lo tanto, no sensibles». Nachträge zu Kants Kritik... publicados por Erdmann, en 1881.  (N. del T.)  


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posibilidad de su objeto105, sin acudir en seguida a las condiciones de la  sensibilidad y, por tanto, a la forma de los fenómenos, a los cuales, como  únicos objetos, deben por consiguiente estar limitadas esas categorías; en  efecto, si se prescinde de esa condición, piérdese toda significación o sea  referencia a objeto, y nadie puede, por medio de un ejemplo, hacer  concebible qué cosa propiamente se entienda en esos conceptos106. 

     El concepto de magnitud en general no puede definirse, como no sea  diciendo que es la determinación de una cosa, determinación que nos  permite pensar cuántas veces en dicha cosa está contenida la unidad.  Pero ese «cuántas veces» está fundado en la repetición sucesiva y, por lo  tanto, en el tiempo y en la síntesis (de lo homogéneo) en el tiempo. La  realidad sólo puede definirse por oposición a la negación, pensando un  tiempo (como conjunto de todo ser) que o está lleno de esa realidad o  está vacío. Si prescindo de la permanencia (que es una existencia en todo  tiempo), nada me queda entonces para el concepto de substancia más  que la representación lógica del sujeto, la cual creo realizar  representándome algo que sólo como sujeto (sin ser predicado de nada)  pueda tener lugar. Pero no sólo no conozco condición alguna bajo la cual  esta preferencia lógica convenga a cosa alguna, sino que nada queda que 

                                                             

105     En la primera edición dice: «porque no podemos definir ni una sola de ellas, sin acudir 

enseguida etc...» (N. del T.) 

106 La primera edición contiene, antes del aparte siguiente, las siguientes frases, con su nota:  «Más arriba, en la exposición de las tablas de las categorías, nos abstuvimos de definir cada  una de éstas, porque nuestro propósito, enderezado simplemente al uso sintético de las  categorías, no lo exigía y no se debe nadie exponer, con innecesarias empresas, a una  responsabilidad de que se puede eximir. Esto no era un pretexto, sino una no despreciable  regla de prudencia, de no aventurarse enseguida a definir y de no intentar o fingir integridad  y precisión en la determinación del concepto, cuando con una u otra característica del mismo  se puede ir adelante, sin necesitar precisamente para ello una enumeración completa de  todas las características que componen el concepto íntegro. Pero ahora se muestra que el  fundamento de esta precaución es aún más hondo, a saber: que no podíamos definir las  categorías, aunque lo hubiéramos querido (*); pues cuando se prescinde de todas las  condiciones de la sensibilidad, que las señalan como conceptos de un posible uso empírico, y  se las toma por conceptos de cosas en general (por tanto, de uso transcendental), no queda  nada que hacer en ellas más que considerar las funciones lógicas, en el juicio, como la  condición de la posibilidad de las cosas mismas, sin poder en lo más mínimo mostrar dónde  puedan ellas tener su aplicación y su objeto y, por tanto, cómo puedan tener alguna  significación y validez objetiva en el entendimiento puro, sin sensibilidad. 

     (*)   Me refiero aquí a la definición real, que no es sólo substituir el nombre de una cosa  por otras palabras más comprensibles, sino que es indicar una característica clara por la c

ual  el objeto (definitum) pueda siempre ser conocido con seguridad y el concepto definido se haga  aplicable. La definición real sería, pues, la que explica, no sólo un concepto, sino al mismo  tiempo, la realidad objetiva del mismo. Las definiciones matemáticas, que exponen el objeto en  la intuición, conforme al concepto, son de esta última especie.  

  


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hacer con ella, ni hay la menor consecuencia que sacar, porque por  medio de ella no se determina objeto alguno del uso de ese concepto y  por tanto no se sabe si significa algo. Del concepto de causa (si prescindo  del tiempo, en el cual algo sigue a algo, según una regla) nada  encontraría en la categoría pura, sino que hay algo de lo cual puede  inferirse la existencia de otra cosa; y así

 no sólo no se podría distinguir  uno de otro el efecto y la causa, sino que -ya que ese «poder inferir»  exige a veces condiciones de las cuales nada sé- resultaría que el  concepto no tendría determinación alguna acerca de cómo conviene a  algún objeto. El supuesto principio: «Todo lo contingente tiene una  causa» se presenta sin duda con cierta gravedad, como si en sí mismo  llevara su dignidad. Pero yo pregunto: ¿qué entendéis por contingente?  Vosotros respondéis: aquello cuyo no-ser es posible. Y entonces yo digo  que desearía vivamente saber en qué conocéis esa posibilidad del no-ser,  si en la serie de los fenómenos no os representáis una sucesión y en ésta  una existencia que sigue (o precede) al no-ser, por lo tanto, un cambio;  porque decir que el no-ser de una cosa no se contradice a sí mismo, es  apelar torpemente a una condición lógica que, si bien es necesaria para el  concepto, no es ni con mucho suficiente para la posibilidad real. Puedo  suprimir en el pensamiento toda substancia existente, sin contradecirme;  pero de esto no puedo inferir la contingencia objetiva de la misma en su  existencia, es decir, la posibilidad de su no-ser en sí misma. Por lo que  toca al concepto de comunidad, es fácil comprender que si las puras  categorías de substancia y de causalidad no admiten definición que  determine el objeto, tampoco la admite la de causalidad recíproca, en la  relación de las substancias unas con otras (commercium). Posibilidad,  existencia y necesidad no han sido definidas nunca por nadie, si no es  merced a evidentes tautologías, queriendo tomar su definición solamente  del entendimiento puro. Pues la ilusión de sustituir la posibilidad lógica  del concepto (la no contradicción) a la posibilidad transcendental107 de las  cosas (que haya un objeto que corresponda al concepto), no puede  satisfacer más que a los inhábiles108. 

                                                             

107 Los papeles dejados por Kant indican aquí una corrección, poniendo «real» en vez de 

«transcendental». V. Nachträge zu Kants Kritik... publicados por Erdmann, en 1881. (N. del T.)  108 En una palabra: ninguno de estos conceptos puede ilustrarse, ni por tanto su  posibilidad real puede mostrarse, cuando la intuición sensible (única que tenemos) es  suprimida. Entonces sólo queda la posibilidad lógica, es decir, que el concepto (el  pensamiento) sea posible; pero no se trata de esto, sino de si el concepto se refiere a un objeto  y, por tanto, si significa algo. 

 La primera edición no tiene esta rota, pero en cambio lleva en el texto todo un aparte,  suprimido en la segunda edición, y que dice así: «Hay algo de extraño y aun de  contradictorio en afirmar que hay un concepto, al cual corresponde una significación, y que  


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 De aquí se sigue indudablemente que los conceptos puros del  entendimiento

 no pueden nunca ser de uso transcendental, sino siempre  sólo empírico y que los principios del entendimiento puro no pueden ser  referidos más que -en relación con las condiciones universales de una  experiencia posible- a los objetos de los sentidos, pero nunca a cosas en  general (sin tener en cuenta el modo como podamos intuirlas)109. 

     La Analítica transcendental tiene pues este resultado importante: que  el entendimiento a priori nunca puede hacer más que anticipar la forma  de una experiencia posible en general; y, como lo que no es fenómeno no  puede ser objeto de la experiencia, nunca puede saltar po

r encima de las  barreras de la sensibilidad, dentro de las cuales tan sólo nos son dados  objetos. Sus principios son sólo principios de la exposición de los  fenómenos y el orgulloso nombre de Ontología, que se jacta de dar en  una doctrina sistemática conocimientos sintéticos a priori de cosas en  general (por ejemplo el principio de causalidad) debe dejar el puesto al  más humilde título de simple analítica del entendimiento puro. 

                                                                                                                                                                                              

sin embargo no es susceptible de definición. Pero las categorías tienen esto de particular: que  sólo por medio de la condición sensible general pueden tener una significación determinada y  referencia a algún objeto; pero que esa condición queda excluida de la categoría, porque ésta  no puede contener otra cosa que la función lógica de reducir lo múltiple a la unidad del  concepto. Esta función sola, es decir, la forma del concepto, es empero algo, merced a lo cual  nada puede ser conocido ni se puede distinguir qué objeto le pertenezca; porque  precisamente se ha hecho abstracción de la condición sensible bajo la cual en general los  objetos pueden pertenecerle. Por eso necesitan las categorías, además del concepto puro del  entendimiento, determinaciones de su aplicación a la sensibilidad en general (esquemas) y,  sin esto, no son conceptos por los cuales un objeto sea conocido y distinguido de otros, sino  modos de pensar un objeto para posibles intuiciones y de dar a dicho objeto su significación,  según alguna función del entendimiento (bajo otras condiciones sensibles) es decir, de  definirlo; pero las categorías mismas, por lo tanto, no pueden ser definidas. Las funciones  lógicas de los juicios en general: unidad y pluralidad, afirmación y negación, sujeto y  predicado, no pueden ser definidas sin cometer un círculo, porque toda definición debe ser  un juicio y por ende debe contener esas funciones. Las categorías puras no son empero otra  cosa que representaciones de las cosas en general, en cuanto lo múltiple de su intuición debe  ser pensado por una u otra de esas funciones lógicas. Magnitud es la determinación que sólo  puede ser pensada mediante un juicio que tenga cantidad (judicium commune);realidad es  aquélla que sólo puede ser pensada por un juicio afirmativo; substancia es aquello que, en  relación con una intuición, debe ser el último sujeto de todas las demás determinaciones.  Pero aquí queda totalmente sin determinar qué cosas sean aquellas con respecto a las cuales  deba usarse tal función mejor que tal otra; por tanto las categorías, sin la condición de la  intuición sensible, para la cual contienen ellas la síntesis, no poseen referencia alguna a un  objeto determinado, no pueden por tanto definir objeto ninguno y consiguientemente no  tienen en sí mismas ninguna validez de conceptos objetivos.»  

 

109  En los papeles dejados por Kant hállase una variante de esta frase, que dice así: «...a los  objetos de los sentidos, pero nunca sintéticamente a cosas en general (sin tener en cuenta el  modo como podamos intuirlas) si es que han de proporcionar conocimiento». V. Nachträge zu  Kants Kritik... publicados por Erdmann. 1881. (N. del T.)  


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 Pensar es la acción de referir a un objeto la intuición dada. Si la  especie de esa intuición no es dada de ningún modo, el objeto es  meramente transcendental y el concepto del entendimiento no tiene más  uso que el transcendental, a saber: la unidad en el pensar de un múltiple  en general110. Ahora bien, por medio de una categoría pura, en la cual se  hace abstracción de toda condición de la intuición sensible, como única  que nos es posible, no se determina objeto alguno111, sino que sólo se  expresa en diferentes modos el pensamiento de un objeto en general. Al  uso de un concepto pertenece además una función del Juicio, por la cual  un objeto es subsumido bajo el concepto y por lo tanto la condición, al  menos formal, bajo la cual algo puede ser dado en la intuición. ¿Falta esa  condición del Juicio (esquema)? Pues entonces desaparece toda  subsunción; pues nada es dado que pueda ser subsumido bajo el  concepto. Así el uso meramente transcendental de las categorías no es en  realidad uso alguno112 y no tiene ningún objeto determinado o aún  determinable según la forma. De aquí se sigue que la categoría pura no  basta para un principio sintético a priori y que los principios del  entendimiento puro son sólo de uso empírico y nunca transcendental,  más allá del campo de la experiencia posible, no puede haber ningún  principio sintético a priori. 

 Por eso es conveniente expresarse así: las categorías puras, sin  condiciones formales de la sensibilidad, tienen sólo significación  transcendental, pero no tienen uso transcendental, porque éste es en sí  mismo imposible ya que faltan todas las condiciones de un uso  cualquier

a (en el juicio), a saber, las condiciones formales de la  subsunción de algún supuesto objeto bajo conceptos. Así pues, ya que  (como meras categorías puras) no deben ser de uso empírico y no  pueden serlo tampoco de transcendental, no tienen uso alguno, si se las  separa de toda sensibilidad, es decir, no pueden ser aplicadas a ningún  supuesto objeto; son más bien sólo la forma pura del uso del  entendimiento, con referencia a los objetos en general y al pensar, sin que  con ellas solas se pueda pensar o determinar objeto alguno113. 

                                                             

110   Variante propuesta en los papeles dejados por Kant: «...en el pensar de lo múltiple de 

una posible intuición en general». V. Erdmann, Nachfräge. 

111 Variante propuesta en los papeles dejados por Kant: «no se determina, y por tanto no se  conoce, objeto alguno». V. Erdmann, Nachträge. 

112 Variante propuesta en los papeles dejados por Kant: «...uso alguno para conocer algo y...»  V. Erdmann. Nachträge. 

113  Desde aquí hasta el párrafo de la pág. 159 que comienza: «Si de un conocimiento empírico  retiro...», la primera edición tiene una redacción distinta, que es como sigue: «Llámanse  fenómenos (phaenomena) a los objetos sensibles en cuanto son pensados según la unidad de  las categorías. Mas si yo admito cosas que sólo son objetos del entendimiento y sin embargo,  


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como tales, pueden ser dadas a una intuición, si bien no la sensible (como coram intuitu  intellectuali), entonces estas cosas llamaríanse Noumena (intelligibilia). 

    Ahora bien, debería pensarse que el concepto de los fenómenos, limitado por la Estética  transcendental, proporciona de suyo la realidad objetiva de los noumenos y justifica la  división de los objetos en fenómenos y noumenos, por lo tanto también la del mundo en mundo  de los sentidos y mundo del entendimiento (mundus sensibilis et intelligibilis), y ello de modo  que la distinción aquí no se refiere sólo a la forma lógica del conocimiento confuso o claro de  una y la misma cosa, sino a la diferencia de cómo esos mundos pueden ser dados  originariamente a nuestro conocimiento, por lo cual son distintos en sí mismos, por su  genero. Pues si los sentidos nos representan la cosa simplemente como aparece, esta cosa debe  de ser también en sí misma una cosa y objeto de una intuición no sensible, esto es, del  entendimiento; es decir, que tiene que ser posible un conocimiento en donde no haya  sensibilidad alguna, un conocimiento que posea realidad objetiva absoluta, esto es, que nos  represente los objetos tal como son; mientras que en el uso empírico de nuestro  entendimiento, por el contrario, las cosas son conocidas sólo como aparecen. Así pues,  además del uso empírico de las categorías (limitado a condiciones sensibles) habría otro puro  y sin embargo objetivamente valedero, y no podríamos sostener lo que hasta aquí hemos  afirmado, a saber: que nuestros conocimientos puros del entendimiento no eran nada más  que principios de la exposición del fenómeno, que, a priori, no van más allá de la posibilidad  formal de la experiencia. En efecto, aquí tendríamos abierto ante los ojos un campo  completamente distinto, y, por decirlo así un mundo pensado en el espíritu (acaso hasta  intuido), que podría ocupar también nuestro entendimiento puro y aun con mucha mayor  nobleza. 

 Todas nuestras representaciones en realidad son referidas por el entendimiento a algún  objeto

 y como los fenómenos no son nada más que representaciones, el entendimiento las  refiere a algo, como objeto de la intuición sensible; pero ese algo es sólo, en ese respeto, el  objeto transcendental. Este empero significa un algo = X, del cual nada sabemos ni, en  general, podemos saber (según la actual disposición de nuestro entendimiento), y que sólo  puede servir como un correlato de la unidad de la apercepción con la unidad de lo múltiple  en la intuición sensible, por medio de la cual el entendimiento unifica lo múltiple en el  concepto de un objeto. Ese objeto transcendental no se puede en modo alguno separar de los  datos sensibles, porque entonces no queda nada por medio de lo cual sea pensado. No es  pues objeto alguno de conocimiento en sí mismo, sino sólo la representación de los  fenómenos bajo el concepto de un objeto en general, concepto determinable por medio de lo  múltiple de los fenómenos. 

 Precisamente por eso, las categorías no representan ningún objeto particular, dado tan  sólo al entendimiento, sino que sirven para determinar el objeto transcendental (el concepto  de algo en general) por medio de lo que es dado en la sensibilidad, para así conocer  empíricamente fenómenos bajo conceptos de objetos. 

    Pero en lo que se refiere a la causa por la cual, no siendo satisfactorio el substrato de la  sensibilidad, se han añadido además de los fenómenos, los noumenos que sólo el  entendimiento puro puede pensar, esa causa obedece solamente a que la sensibilidad y su  campo, a saber el de los fenómenos, está limitado por el entendimiento y no puede referirse a  cosas en sí mismas, sino sólo al modo como las cosas nos aparecen, merced a nuestra  constitución subjetiva. Éste fue el resultado de la Estética transcendental; y del concepto de  fenómeno se sigue naturalmente que algo debe corresponder a éste, algo que en sí no es  fenómeno, porque el fenómeno no puede ser nada por sí mismo e independiente de nuestro  modo de representación y, por lo tanto, si no ha de producirse un perpetuo círculo, la voz  fenómeno indica ya una referencia a algo, cuya inmediata representación es ciertamente  


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     Hay aquí, sin embargo, en el fundamento, una ilusión difícil de evitar.  Las categorías, según su origen, no se fundan en sensibilidad, como las  formas de la intuición, espacio y tiempo; parecen, por lo tanto, permitir  una aplicación ampliada más allá de todos los objetos de los sentidos.  Pero, por su parte, las categorías no son más que formas del pensamiento,  que no contienen más que la facultad lógica de reunir en una conciencia  a priori lo múltiplemente dado en la intuición. Así es que, cuando se les  retira la única para nosotros posible intuición, tienen todavía menos  significación que aquellas formas sensibles puras, por medio de las  cuales, al menos, es dado un objeto; mientras que un modo de enlace de  lo múltiple, propio de nuestro entendimiento, no significa nada, si no le  sobreviene aquella intuición, única en que puede darse este múltiple. Sin  embargo, cuando a ciertos objetos, como fenómenos, les damos el  nombre de entes sensibles (phaenomena) distinguiendo entre nuestro  modo de intuirlos y su constitución en sí mismos, ya en nuestro concepto  va implícito el colocar, por decirlo así, frente a ellos, o bien esos mismos 

                                                                                                                                                                                              

sensible, pero que en sí mismo, aun sin esa constitución de nuestra sensibilidad (sobre la cual  se funda la forma de nuestra intuición), debe ser algo, es decir un objeto independiente de  nuestra sensibilidad. 

     Aquí se origina pues el concepto de noumeno, el cual, empero, no es nada positivo, ni un  conocimiento determinado de cosa alguna, sino que significa tan sólo el pensamiento de algo  en general, en el cual hago abstracción de tod

a forma de la intuición sensible. Pero para que  un noumeno signifique un objeto verdadero, susceptible de distinguirse de todo fenómeno,  no basta que yo libre mis pensamientos de todas las condiciones de la intuición sensible; debo  además tener fundamento para admitir otra especie de intuición que la sensible, otra  intuición bajo la cual semejante objeto pueda ser dado; pues si no, mi pensamiento es vacío,  aunque sin contradicción. Ciertamente, no hemos podido, en lo que antecede, demostrar que  la intuición sensible sea la única intuición posible en general, sino sólo que lo es para nosotros;  tampoco hemos podido probar que sea posible otra especie de intuición y aun cuando  nuestro pensar puede hacer abstracción de aquella sensibilidad, sigue en pie la cuestión de si  en ese caso no será una mera forma de un concepto y de si, tras esa separación, le queda  algún objeto. 

 El objeto al cual refiero el fenómeno en general es el objeto transcendental, es decir, el  pensamiento, totalmente indeterminado, de algo en general. Éste no puede llamarse  noumeno; pues no sé de él lo que en sí mismo sea y no tengo ningún concepto de él más que  el de objeto de una intuición sensible en general, que por tanto es idéntico para todos los  fenómenos. No puedo pensarlo por medio de ninguna categoría: pues la categoría vale en la  intuición empírica, para reducirla al concepto de un objeto en general. Es ciertamente posible  un uso puro de la categoría, es decir, que no encierra contradicción; pero tampoco tiene  validez objetiva, porque no se refiere a ninguna intuición que deba, mediante la categoría,  recibir unidad de objeto: pues la categoría es una mera función del pensamiento por la cual  ningún objeto me es dado, sino que sólo es pensado lo que en la intuición pueda ser dado».  

  


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objetos refiriéndonos a su constitución en sí mismos (aunque esta no la  intuimos en ellos) o bien otras cosas posibles que no son objetos de  nuestros sentidos, poniéndolas frente a ellos, como objetos pensados sólo  por el entendimiento; y los llamamos entes inteligibles (noumena). Pero  ahora se pregunta ¿no pueden nuestros conceptos puros del  entendimiento tener una significación con relación a estos últimos y ser  un modo de conocerlos? 

 Desde el principio, empero, se advierte aquí una ambigüedad que  puede ocasionar un grave malentendido; y es que el entendimiento,  cuando llama en cierto sentido, mero fenómeno a un objeto, se forja al  mismo tiempo, fuera de ese sentido, una representación de un objeto en sí  mismo y por ende se figura poder también obtener un concepto de este  objeto; pero el entendimiento no tiene de suyo más conceptos que las  categorías, y entonces se figura que el objeto, en su última significación,  debe poder ser pensado, al menos, por esos conceptos puros del  entendimiento; por donde es engañosamente conducido a considerar que  el concepto totalmente indeterminado de un ente inteligible, el cual no es  más que un algo en general, fuera de nuestra sensibilidad, es un  concepto determinado de un ente que, por medio del entendimiento,  podríamos conocer de alguna manera. 

     Si por noumeno entendemos una cosa, en cuanto esa cosa no es objeto de  nuestra intuición sensible, y hacemos abstracción de nuestro modo de  intuirla, tenemos un noumeno en sentido negativo. Pero si entendemos  por noumeno un objeto de una intuición no sensible, entonces admitimos  una especie particular de intuición, a saber, la intelectual, que no es,  empero, la nuestra, y cuya posibilidad no podemos conocer; y este sería  el noumeno en sentido positivo. 

     La teoría de la sensibilidad es al mismo tiempo la de los noumenos en  sentido negativo, es decir, la de cosas que el entendimiento debe pensar  sin la relación con nuestro modo de intuir, y por tanto no sólo como  fenómenos, sino como cosas en sí mismas; acerca de las cuales empero,  en esta separación, el entendimiento concibe, al mismo tiempo, que no  puede hacer ningún uso de sus categorías, en este modo de considerar  las cosas, porque las categorías no tienen significación más que respecto  a la unidad de las intuiciones en el espacio y el tiempo, y ellas pueden  determinar a priori precisamente esa unidad por conceptos universales  de enlace merced tan sólo a la mera idealidad del espacio y del tiempo.  Donde esa unidad de tiempo no puede encontrarse, en el noumeno por  tanto, cesa por completo todo uso y aun toda significación de las  categorías; pues la posibilidad misma de las cosas, que deben  corresponder a las categorías, no puede comprenderse; por lo cual no  


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puedo hacer ms que remitirme a lo que he expuesto al principio de la  observación general al capítulo anterior. Ahora bien, la posibilidad de  una cosa no puede demostrarse nunca por la no contradicción de un  concepto de ella, sino sólo garantizando este concepto por medio de una  intuición correspondiente. Si pues, quisiéramos aplicar las categorías a  objetos que no son considerados como fenómenos, deberíamos poner a  su base otra intuición que no la sensible y, entonces, sería el objeto un  noumeno en sentido positivo. Pero como una intuición semejante,  intuición intelectual, está absolutamente fuera de nuestra facultad de  conocer, resulta que el uso de las categorías no puede en modo alguno  rebasar los límites de los objetos de la experiencia; a los entes sensibles  corresponden ciertamente entes inteligibles, y aun puede haber entes  inteligibles con los cuales nuestra facultad sensible de intuir no tenga  ninguna relación; pero nuestros conceptos del entendimiento, como  meras formas del pensamiento, para nuestra intuición sensible, no  alcanzan a esos entes; lo que llamamos noumeno debe, pues, como tal,  ser entendido sólo en sentido negativo. 

     Si de un conocimiento empírico retiro todo pensar (por categorías) no  queda conocimiento alguno de objeto alguno; pues por mera intuición  nada es pensado, y el que esta afección de la sensibilidad esté en mí, no  constituye ninguna referencia de esta representación a un objeto. Si por  el contrario prescindo de toda intuición, queda sin embargo aún la forma  del pensamiento, es decir el modo de determinar un objeto para lo  múltiple de una intuición posible. Por eso las categorías se extienden más  que la intuición sensible, porque piensan objetos en general,

 sin  considerar aún el modo particular (de la sensibilidad) en que pueden ser  dados. Pero no por eso determinan más amplia esfera de objetos, porque  no puede admitirse que estos puedan ser dados, sin suponer como  posible otra especie de intuición que la sensible, cosa para la cual no  estamos de ninguna manera autorizados. 

     Llamo problemático un concepto que no encierra contradicción y que,  como limitación de conceptos dados, está en conexión con otros  conocimientos; pero su realidad objetiva no puede ser de ningún modo  conocida. El concepto de un noumeno, es decir, de una cosa que no debe  ser pensada como objeto de los sentidos, sino como cosa en sí misma  (sólo por un entendimiento puro) no es contradictorio; pues no se puede  afirmar de la sensibilidad que sea la única especie posible de intuición.  Además ese concepto es necesario para no extender la intuición sensible  a las cosas en sí mismas y por tanto para limitar la validez objetiva del  conocimiento sensible (pues lo demás, a que no alcanza aquella, llámase  precisamente noumeno, para hacer ver así que esos conocimientos no  


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pueden extender su esfera sobre todo lo que el entendimiento piensa).  Pero en último término no es posible comprender la posibilidad de esos  noumenos y lo que se extiende fuera de la esfera de los fenómenos es  (para nosotros) vacío, es decir: tenemos un entendimiento que  problemáticamente se extiende a más que los fenómenos, pero no tenemos  ninguna intuición, ni siquiera el concepto de una intuición posible, por  medio de la cual, fuera del campo de la sensibilidad, pudieran dársenos  objetos y pudiera el entendimiento ser usado asertóricamente más allá de  la sensibilidad. El concepto de noumeno es pues sólo un concepto-límite,  para poner coto a la pretensión de la sensibilidad; tiene por tanto sólo un  uso negativo. Pero, sin embargo, no es fingido caprichosamente, sino que  está en conexión con la limitación de la sensibilidad, sin poder, sin  embargo, asentar nada positivo fuera de la extensión de la misma. 

     La división de los objetos en fenómenos y noúmenos y la del mundo en  sensible e inteligible, no puede pues admitirse en sentido positivo114;  aunque, en todo caso, los conceptos admiten la división en sensibles e  intelectuales; pues a los últimos (los noúmenos o mundo inteligible) no  se les puede determinar objeto alguno y no es posible, por tanto, darlos  por objetivamente valederos. 

     Si se prescinde de los sentidos ¿cómo hacer comprender que nuestras  categorías (que serían los únicos conceptos restantes para los noúmenos)  significan aún algo, puesto que para su referencia a algún objeto tiene  que darse algo más que la mera unidad del pensamiento, tiene que darse  una intuición posible a la cual puedan ser aplicadas las categorías? El  concepto de noúmeno, tomado meramente como problemático, sigue  siendo sin

 embargo no sólo admisible sino hasta inevitable, como  concepto que pone limitaciones a la sensibilidad. Pero entonces no es un  objeto particular inteligible para nuestro entendimiento; sino que un  entendimiento, al cual perteneciese ese objeto, seria él mismo un  problema, el problema de cómo conoce su objeto no discursivamente por  categorías, sino intuitivamente en una intuición no sensible. De la  posibilidad de tal entendimiento no podemos hacernos la menor  representación. Nuestro entendimiento recibe pues de esa manera una  ampliación negativa, es decir, no es limitado por la sensibilidad, sino que  más bien limita la sensibilidad, dando el nombre de noúmenos a las  cosas en sí mismas (no consideradas como fenómenos). Pero enseguida  también se pone él mismo límites, los de no conocer esos noúmenos por  medio de las categorías y por tanto, de pensarlos tan sólo bajo el nombre  de un algo desconocido. 

                                                             

114 Las palabras «en sentido positivo» faltan en primera edición. (N. del T.)  


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 Encuentro, empero, en los escritos de los modernos, un uso  completamente distinto de las expresiones mundus sensibilis e  intelligibilis115, un uso que se aparta totalmente del sentido que les daban  los antiguos. No hay en este uso ciertamente ninguna dificultad, pero  tampoco se encuentra otra cosa que un vano trueque de palabras. Según  ese uso nuevo algunos se han complacido en llamar mundo sensible al  conjunto de los fenómenos, en cuanto es intuido, y mundo inteligible (o  del entendimiento) al mismo en cuanto la conexión de los fenómenos es  pensada según leyes universales d

el entendimiento. La astronomía  teórica que trata de la mera observación del cielo estrellado,  representaría el primer mundo (el sensible); la astronomía  contemplativa, en cambio, (por ejemplo explicada según el sistema  copernicano del mundo o según las leyes de la gravitación de Newton)  representaría el segundo, a saber, un mundo inteligible. Pero semejante  retorcimiento de las palabras es un simple recurso de sofista para dar de  lado a una cuestión difícil, rebajando su sentido a la conveniencia propia.  Con respecto a los fenómenos, puede, en todo caso, hacerse uso del  entendimiento y de la razón; pero la cuestión es si éstas tienen algún uso  también cuando el objeto no es fenómeno (sino noúmeno); y en este  sentido se toma el objeto cuando se le piensa en sí como meramente  inteligible, es decir, como dado solo al entendimiento y no a los sentidos.  La cuestión es, pues: si fuera de ese uso empírico del entendimiento (aun  en la representación newtoniana del sistema del mundo), es posible otro  uso transcendental que se refiera al noúmeno como un objeto; y a esta  cuestión hemos respondido negativamente. 

 Así, pues, cuando decimos: los sentidos nos representan los objetos  como aparecen, pero el entendimiento nos los representa como son, esto  último, hay que tomarlo, no en sentido transcendental, sino meramente  empírico, es decir: nos los representa como deben ser representados en  calidad de objetos de la experiencia, en universal conexión de los  fenómenos y no según lo que puedan ser fuera de la relación con la  experiencia posible y, por consiguiente, con los sentidos en general y, por  tanto, como objetos del entendimiento puro. Pues eso nos será siempre  desconocido y hasta nos será desconocido también si semejante  conocimiento transcendental (extraordinario) es posible, al menos como  un conocimiento que está bajo nuestras categorías ordinarias. El  entendimiento y la sensibilidad no pueden, en nosotros, determinar objetos, 

                                                             

115 No debe usarse en lugar de esta expresión la de mundo intelectual, como suele hacerse  comúnmente en el discurso alemán; pues sólo los conocimientos son intelectuales o sensitivos.  Lo que sólo puede ser objeto de una o de otra especie de intuición, los objetos, son pues, los  que deben (prescindiendo de la dureza en la sonoridad del vocablo) llamarse inteligibles o  sensibles.  


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más que enlazados uno a otra. Si los separamos, tenemos intuiciones sin  conceptos o conceptos sin intuiciones; en ambos casos, empero,  representaciones que no podemos referir a ningún objeto determinado. 

 Si alguien tiene aún dudas, después de todas estas explicaciones, y  vacila en renunciar al uso meramente transcendental de las categorías,  haga un ensayo de ellas en alguna afirmación sintética. Pues una  afirmación analítica no conduce al entendimiento más allá y, estando  éste ocupado sólo con lo que ya en el concepto está pensado, deja sin  decidir si el concepto en sí mismo tiene referencia a objetos o sólo  significa la unidad del pensamiento en general (que hace por completo  abstracción del modo como un objeto pueda ser dado); le basta saber lo  que hay en el concepto; no le importa a qué se refiera el concepto mismo.  Ensaye, pues, con algún principio sintético y supuesto transcendental, 

 como v. g.: «Todo lo que existe, existe como substancia o como  determinación pertinente a la misma» o «Todo lo contingente existe  como efecto de otra cosa, a saber: su causa», etcétera, etc. Y yo pregunto:  ¿de dónde va a tomar esas proposiciones sintéticas, si los conceptos no  han de valer con referencia a la experiencia posible, sino a las cosas en sí  mismas (noúmenos)? ¿Dónde está aquí el tercer término116 que se exige  siempre en una proposición sintética, para enlazar en ella unos con otros  conceptos que no tienen ningún parentesco lógico (analítico)? Nunca  demostrará su proposición y, lo que es más aún, nunca podrá justificar la  posibilidad de semejante afirmación pura, si no tiene en cuenta el uso  empírico del entendimiento y, por ende, si no renuncia enteramente al  juicio puro, al juicio no unido a nada sensible. Así, pues, el concepto de  objetos puros, meramente inteligibles, está totalmente vacío de todo  principio de aplicación, porque no se puede imaginar ningún modo  como esos objetos puros debieran ser dados y el pensamiento  problemático (que, sin embargo, deja un lugar para esos objetos) sirve  sólo a modo de espacio vacío, para limitar los principios empíricos, sin  contener en sí ni señalar ningún otro objeto del conocimiento, fuera de la  esfera de estos principios empíricos. 

 

 

 

 

APÉNDICE 

 

                                                             

116 En los papeles dejados por Kant, se propone esta variante: «el tercer término de la  intuición...» V. Erdmann. Nachträge.  


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De la amfibolia de los conceptos de reflexión, por medio de la confusión del uso  empírico del entendimiento con el transcendental 

 

 

     La reflexión (reflexio) no tiene que habérselas con los objetos mismos,  para recibir de ellos conceptos directamente, sino que es el estado del  espíritu en el cual nos disponemos a descubrir las condiciones subjetivas  bajo las cuales podemos conseguir conceptos. Es la conciencia de la  relación de las representaciones dadas con nuestras diferentes fuentes de  conocimiento, por medio de la cual podemos determinar exactamente su  relación mutua. La primera cuestión, antes de tratar ulteriormente  nuestras representaciones, es la siguiente: ¿en qué facultad de conocer se  hallan conexionadas? ¿Es el entendimiento o son los sentidos los que las  enlazan o comparan? Muchos juicios son aceptados por costumbre o  hechos por inclinación; pero como no les precede ninguna reflexión o al  menos no les sigue críticamente, resulta que valen como si hubieran  tenido su origen en el entendimiento. No todos los juicios necesitan una  investigación, es decir una atención dirigida a los fundamentos de la  verdad; pues cuando son inmediatamente ciertos, por ejemplo: «entre  dos puntos no puede haber más que una recta», no se puede mostrar en  ellos ningún otro criter

io de verdad que el que ellos mismos expresan.  Pero todos los juicios y aun todas las comparaciones necesitan una  reflexión, es decir una distinción de la facultad cognoscitiva a que  pertenecen los juicios dados. La acción por la cual pongo en parangón la  comparación de las representaciones en general con la facultad de  conocer, en donde se realiza, y por la cual distingo si son comparadas  unas con otras como pertenecientes al entendimiento puro o a la  intuición sensible, es la reflexión transcendental. Las relaciones empero en  que los conceptos pueden pertenecerse unos a otros, en un estado del  espíritu, son las de identidad y diversidad, concordancia y oposición, interior  y exterior y finalmente determinable y determinación (materia y forma).La  exacta determinación de esta relación se basa en saber en qué facultad de  conocer se pertenecen subjetivamente unos a otros, si en la sensibilidad o  en el entendimiento. Pues la distinción de estas facultades hace una gran  distinción en el modo como deben pensarse los primeros (los conceptos).   Antes de todo juicio objetivo, comparamos los conceptos en su  identidad (muchas representaciones bajo un concepto) para los juicios  universales; o en su diversidad, para la producción de juicios particulares;  en su concordancia, para los afirmativos; en su oposición, para los  negativos, etc. etc. Por este motivo deberíamos, al parecer, llamar a los  conceptos citados conceptos de comparación (conceptus comparationis).  


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Ahora bien, cuando lo que importa no es la forma lógica, sino el  contenido de los conceptos, o sea si las cosas mismas son idénticas o  diversas, concordantes u opuestas, etc. pueden las cosas tener dos  relaciones con nuestra facultad de conocer, a saber: con la sensibilidad y  con el entendimiento, y entonces del lugar (de la facultad) en que unas  con otras se enlazan, es de donde depende el cómo deban enlazarse unas  con otras. De aquí resulta que la reflexión transcendental, es decir, la  relación de representaciones dadas con una u otra facultad de conocer, es  la única que puede determinar la relación de unas representaciones con  otras: y no se puede decidir si las cosas son idénticas o diversas,  concordantes u opuestas, etc., enseguida por los conceptos mismos,  mediante mera comparación (comparatio), sino sólo por medio de la  distinción del modo de conocer a que pertenecen, mediante una reflexión  (reflexio) transcendental. Podría pues decirse sin duda que la reflexión  lógica es una mera comparación, pues en ella se hace abstracción por  completo de la facultad de conocer a que las representaciones dadas  pertenecen, y éstas son, por ende, según su asiento, tratadas en el  espíritu como de la misma especie; pero la reflexión transcendental (que se  refiere a los objetos mismos) encierra el fundamento de la posibilidad de  la comparación objetiva de las representaciones entre sí y, por tanto, es  muy diferente de la lógica, porque la facultad de conocer a que las  representaciones pertenecen no es precisamente la misma. Esta reflexión  transcendental es un deber, del cual nadie puede librarse cuando quiere  juzgar a priori algo sobre cosas. Vamos a ocuparnos de ella y sacaremos  no poca luz para la determinación del asunto propio del entendimiento. 

 1. Identidad y diversidad.- Si un objeto se nos presenta varias veces,  pero cada vez con las mismas determinaciones internas (qualitas et  quantitas), ese objeto, si vale como objeto del entendimiento puro, es  siempre el mismo y no muchas cosas sino una sola (numerica identitas);  pero si es fenómeno, entonces no se trata de la comparación de los  conceptos, sino que, por muy idéntico que sea todo con respecto a éstos,  sin embargo la diversidad de los lugares de este fenómeno, en el mismo  tiempo, es fundamento bastante de la diversidad numérica del objeto  mismo (de los sentidos). Así, en dos gotas de agua puede hacerse por  completo abstracción de toda diversidad interna (de calidad y cantidad)  y basta que sean intuidas en diversos lugares al mismo tiempo, para  tenerlas por numéricamente diversas. Leibnitz tomó los fenómenos por  cosas en sí mismas, es decir, por intelligibilia, o sea objetos del  entendimiento puro (aun cuando les dio el nombre de fenómenos, a  causa de que sus representaciones son confusas); y así su principio de los  indiscernibles (principium identitatis indiscernibilium) no podía ser rebatido;  


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pero como son objetos de la sensibilidad, y el entendimiento, respecto de  ellos, no es de uso puro sino meramente empírico, resulta que la  pluralidad y la diversidad numérica son dadas ya por el espacio mismo,  como condición de los fenómenos externos. Pues una parte del espacio  aunque sea totalmente semejante e igual a cualquier otra, está sin  embargo fuera de ella y, precisamente por eso, es diversa de la otra  parte, que sobreviene para constituir un mayor espacio, y esto debe por  tanto valer para todas las cosas que están al mismo tiempo en los  muchos lugares del espacio, por muy semejantes e iguales que por lo  demás sean. 

     2.   Concordancia y oposición.- Cuando la realidad es representada sólo  por el entendimiento puro (realitas noumenon) no se puede pensar entre  las realidades ninguna oposición, es decir, una relación tal que enlazadas  en un sujeto, supriman sus respectivas consecuencias y que 3 - 3 sea  igual a 0. En cambio lo real en el fenómeno (realitas phaenomenon) puede  en todo caso estar en oposición entre sí y, unidos en el mismo sujeto,  aniquilar uno las consecuencias del otro, en todo o en parte, como dos  fuerzas en movimiento de una misma línea recta, cuando oprimen o  tiran un punto en direcciones contrarias, o como un placer que neutraliza  un dolor. 

     3.   Lo interior y lo exterior.- En un objeto del entendimiento puro sólo  aquello es interior que no tiene referencia alguna (según la existenci

a)  con cosa diversa de ello. En cambio las determinaciones interiores de

 una  substantia phaenomenon, en un espacio, no son nada más que relaciones y  ella misma es totalmente un conjunto de simples relaciones117. La  substancia en el espacio la conocemos sólo por fuerzas, que son activas  en el espacio, ora para empujar a otras (atracción), ora para evitar su  penetración (repulsión e impenetrabilidad); no conocemos otras  propiedades que constituyan el concepto de la substancia que aparece  [que es fenómeno] en el espacio y que llamamos materia. Como objeto  del entendimiento puro, en cambio, debe toda substancia tener  determinaciones y fuerzas internas que se refieren a la realidad interior.  Pero ¿qué otros accidentes interiores puedo yo pensar, sino los que me  ofrece mi sentido interior, a saber: un pensar o algo análogo al pensar?  Por eso Leibnitz, como se representaba todas las substancias como  noúmenos, les quitó con el pensamiento todo cuanto pueda significar  relación exterior, por tanto también la composición, e hizo de las 

                                                             

117 En los papeles dejados por Kant, se añade: «en el espacio no hay más que relaciones  exteriores; en el sentido interior, solo hay relaciones exteriores y lo absoluto falta». V.  Erdmann, Nachträge.  


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substancias y aun de las partes componentes de la materia sujetos  simples, con facultades de representación, en una palabra: mónadas. 

 4. Materia y forma.- Estos son dos conceptos que están a la base de  todas la

s demás reflexiones; tan enlazados están inseparablemente a todo  uso del entendimiento. El primero significa lo determinable en general,  el segundo la determinación (ambos en sentido transcendental, haciendo  abstracción de toda diferencia entre lo que es dado y el modo como es  determinado). Los lógicos llamaban por eso materia a lo general y forma  a la diferencia específica. En todo juicio puede llamarse materia lógica  (para el juicio) a los conceptos dados, y forma del juicio a la relación de  los conceptos (por medio de la cópula). En todo ser son los trozos  componentes del mismo (essentialia) la materia; el modo como están  

enlazados en una cosa, la forma esencial. También con respecto a las  cosas en general, consideróse la realidad ilimitada como la materia de  toda posibilidad y la limitación de la realidad (negación) como aquella  forma por medio de la cual una cosa se distingue de otra según  conceptos transcendentales. El entendimiento, en efecto, pide primero  que algo sea dado (al menos en el concepto), para poder determinarlo de  cierto modo. Por eso en el concepto del entendimiento puro, la materia  precede a la forma, y Leibnitz por eso admitió primero cosas (mónadas) e  interiormente una facultad de representación de las mismas, para luego  fundar en ellas la relación exterior y la comunidad de sus estados (a  saber de las representaciones). Por eso el espacio y el tiempo fueron  posibles, aquél por la relación de las substancias y éste por el enlace de  las determinaciones de las mismas, unas con otras, como fundamentos y  consecuencias. Así debería ser en realidad, si el entendimiento puro  pudiera ser referido inmediatamente a objetos, y si espacio y tiempo  fueran determinaciones de las cosas en sí mismas. Pero si sólo son  intuiciones sensibles, en las cuales determinamos todos los objetos sólo  como fenómenos, entonces la forma de la intuición (como una  constitución subjetiva de la sensibilidad) precede a toda materia (las  sensaciones) y por tanto el espacio y el tiempo preceden a todos los  fenómenos y a todos los datos de la experiencia y esa forma de la  intuición es más bien la que hace posible la experiencia. El filósofo  intelectual118 no podía sufrir que la forma precediese a las cosas mismas  y determinase su posibilidad; y ésta era una censura muy justa, ya que  admitía que nosotros intuimos las cosas como son (aun cuando con  representación confusa). Pero como la intuición sensible es una muy  particular condición subjetiva que está a priori a la base de toda 

                                                             

118  Entiéndase por filósofo intelectual el dogmático que quiere hacer uso del entendimiento  puro, aplicándolo a los noúmenos; por ejemplo, Leibnitz mismo. (Nota del T.)  


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percepción y cuya forma es originaria, resulta que la forma es por sí sola  dada y, lejos de que la materia (o las cosas mismas que aparecen) deba  estar a la base (como debería juzgarse según meros conceptos), la  posibilidad de la misma supone va más bien como dada una intuición  formal (tiempo y espacio). 

 

 

 

 

Observación a la amfibolia de los conceptos de reflexión 

 

 

 Permítaseme llamar lugar transcendental al sitio que damos a un  concepto, ya sea en la sensibilidad, ya en el entendimiento puro. De esa  manera, el juicio de ese sitio, que corresponde a cada concepto, según la  diferencia de su uso, y la instrucción para determinar según reglas ese  lugar a todos los conceptos, sería la Tópica transcendental; doctrina que  nos libraría fundamentalmente de las captaciones del entendimiento  puro y de las ilusiones que de aquí se derivan, distinguiendo siempre a  qué facultad de conocer pertenecen propiamente los conceptos. Puede  llamarse lugar lógico todo concepto, todo título, dentro del cual muchos  conocimientos son comprendidos. Sobre esto se funda la tópica lógica de  Aristóteles, de que podían hacer uso los maestros y los oradores, para  buscar bajo ciertos títulos del pensamiento lo más conveniente al asunto  a tratar, y razonar con apariencias de solidez o charlar largamente acerca  de él. 

 La tópica transcendental, en cambio, no contiene más que los ya  referidos cuatro títulos de toda comparación y diferenciación, los cuales  se distinguen de las categorías en que por medio de aquellos no es  expuesto el objeto según lo que constituye su concepto (magnitud,  realidad), sino sólo es expuesta la comparación de las representaciones,  que precede al concepto de las cosas, en toda su multiplicidad. Esta  comparación, empero, necesita primero de una reflexión, es decir, de una  determinación del lugar a que pertenecen las representaciones de las  cosas que son comparadas, si es el entendimiento puro el que las piensa  o la sensibilidad la que nos las da en el fenómeno. 

     Los conceptos pueden ser comparados lógicamente, sin preocuparnos  de que pertenezcan sus objetos como noumenos al entendimiento o  como fenómenos a la sensibilidad. Pero si con esos conceptos queremos  ir a los objetos, es primero necesaria la reflexión transcendental acerca de  la facultad de conocer para la cual deben ser objetos, si para el  


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entendimiento puro o para la sensibilidad. Sin esta reflexión, haré un uso  muy inseguro de esos conceptos y se originan supuestos principios  sintéticos, que la razón crítica no puede reconocer y que se fundan  simplemente en una amfibolia transcendental, es decir, en una confusión  del objeto del entendimiento puro con el del fenómeno. 

 A falta de semejante tópica transcendental y engañado pues por la  amfibolia de los conceptos de reflexión, construyó el famoso Leibnitz un  sistema intelectual del mundo, o más bien creyó conocer la interior  constitución de las cosas, comparando todos los objetos sólo con el  entendimiento y los conceptos separados y formales de su pensamiento.  Nuestra tabla de los conceptos de reflexión nos proporciona la  inesperada ventaja de ponernos ante los ojos lo que distingue al concepto  doctrinal de Leibnitz, en todas sus partes, y al mismo tiempo el  fundamento conductor de ese peculiar modo de pensar que no descansa  más que en una mala inteligencia. Comparó todas las cosas unas con  otras, sólo por medio de conceptos, y no halló naturalmente más  diversidades que aquellas por las cuales el entendimiento distingue sus  conceptos puros unos de otros. Las condiciones de la intuición sensible,  que llevan consigo sus propias distinciones, no las tuvo por originarias;  pues la sensibilidad era para él sólo una especie confusa de  representación y no una fuente particular de representaciones; el  fenómeno era para él la representación de la cosa en sí misma, aunque  distinta, por la forma lógica, del conocimiento según el entendimiento, a  saber: que el fenómeno, por su carencia ordinaria de división, lleva una  cierta confusión con representaciones laterales al concepto de la cosa,  que el entendimiento sabe separar. En una palabra, Leibnitz intelectualizó  los fenómenos, como Locke, según su sistema de la Noogonia (si me es  permitido usar esta expresión) sensificó los conceptos todos del  entendimiento, es decir, los consideró como conceptos empíricos o  conceptos de reflexión aislados. En lugar de buscar en el entendimiento y  en la sensibilidad dos fuentes totalmente distintas de representaciones,  las cuales, empero, sólo enlazadas pueden juzgar de las cosas con validez  objetiva, atúvose cada uno de esos dos grandes hombres a una sola de  las dos, que, en su opinión, se refería inmediatamente a cosas en sí  mismas, no haciendo la otra nada más que confundir u ordenar las  representaciones de la primera. 

     Leibnitz comparó pues unos con otros los objetos de los sentidos sólo  en el entendimiento, como cosas en general. Primeramente, por cuanto los  objetos deben ser juzgados por el entendimiento como idénticos o  diversos. Como no tenía ante los ojos más que sus conceptos y no sus  lugares en la intuición, en la cual tan sólo pueden los objetos ser dados, y  


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como prescindió por completo del lugar transcendental de esos  conceptos

 (si el objeto ha de contarse entre los fenómenos o entre las  cosas en sí mismas), resultó, como no podía por menos, que su principio  de los indiscernibles, valedero sólo para los conceptos de cosas en  general, lo extendió también a los objetos de los sentidos (mundus  phaenomenon) y creyó de ese modo haber proporcionado no pequeña 

 ampliación al conocimiento de la naturaleza. Ciertamente, si conozco  una gota de agua como cosa en sí, según todas sus determinaciones  internas, no puedo conceder que valga ninguna como diversa de la otra,  si todo el concepto de aquella es idéntico al de ésta. Pero si es fenómeno  en el espacio, tiene entonces su lugar no sólo en el entendimiento (bajo  conceptos) sino en la intuición sensible externa (en el espacio) y, entonces  los lugares físicos son totalmente indiferentes para con las  determinaciones interiores de las cosas y un lugar b puede admitir una  cosa totalmente semejante o igual a otra cosa sita en el lugar a, como si la  cosa es interiormente del todo diferente. La diversidad de los lugares  hace que la pluralidad y la distinción de los objetos, como fenómenos, sin  más condición, sea ya por sí sola no sólo posible, sino necesaria. Así  pues, esa aparente ley no es ley de la naturaleza. Es simplemente una  regla analítica de la comparación de las cosas por meros conceptos. 

     Segundo. El principio de que las realidades (como meras afirmaciones)  no se oponen nunca lógicamente unas a otras es una proposición del  todo verdadera acerca de la relación de los conceptos; pero no significa  lo más mínimo, ni respecto de la naturaleza, ni respecto de ninguna cosa  en sí misma (de ésta no tenemos concepto alguno). Pues la oposició

n real  se halla en todas partes en donde A - B = 0, es decir, en donde una  realidad, unida con otra en un sujeto, suprime el efecto de la otra; cosa  que todos los obstáculos y los efectos retroactivos en la naturaleza ponen  de manifiesto sin cesar; y sin embargo, éstos deben ser llamados, ya que  descansan sobre fuerzas, realitates phaenomena. La mecánica general  puede incluso dar en una regla a priori la condición empírica de esta  oposición, atendiendo a la contrariedad de las direcciones, condición de  la cual el concepto transcendental de la realidad nada sabe. Aunque ese  principio no lo declaró el señor de Leibnitz con la pompa de un principio  nuevo, si embargo hizo uso de él para nuevas afirmaciones, y sus  sucesores lo introdujeron expresamente en su edificio doctrinal Leibnizio- Wolfiano. Según este principio, por ejemplo, todos los males no son más  que consecuencias de las limitaciones de las criaturas, es decir,  negaciones, porque éstas son lo único que se opone a la realidad (en el  mero concepto de una cosa en general es ello realmente así, pero no en  las cosas como fenómenos). Asimismo encuentran los defensores de esta  


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teoría no sólo posible sino natural reunir toda realidad, sin temor de  ninguna oposición, en un ser, porque no conocen más oposición que la  de contradicción (por la cual es suprimido el concepto mismo de una  cosa) y no la de mutua pérdida, cuando una cosa real suprime el efecto  de la otra, para representarnos la cual pérdida mutua sólo en la  sensibilidad hallamos las condiciones. 

 Tercero. La monadología de Leibnitz no tiene otro fundamento que  éste: que ese filósofo representó la distinción de lo interno y de lo externo  sólo con relación al entendimiento. Las substancias en general deben  tener algo interno, que esté libre de toda relación exterior y por tanto  también de la composición. Lo simple es pues el fundamento de lo  interior de las cosas en sí mismas. Lo interior empero de su estado no  puede consistir en lugar, figura, contacto o movimiento (determinaciones  todas que son relaciones externas) y por ende no podemos atribuir a las  substancias ningún otro estado interior que aquél por el cual nosotros  mismos determinamos interiormente nuestro sentido, a saber: el estado de  las representaciones. Así quedaron establecidas las mónadas que deben  constituir la materia fundamental de todo el universo, y cuya fuerza  activa sólo en representaciones consiste, por donde ellas propiamente  sólo en sí mismas son activas. 

 Precisamente por eso, su principio de la posible comunidad de las  substancias unas con otras debió ser el de una harmonía preestablecida y no  podía ser ningún influjo físico. Pues como todo es sólo interior, es decir,  toda substancia está ocupada con sus representaciones, el estado de las  representaciones de una substancia no podía estar con el de otra en  ningún enlace efectivo, sino que debía haber alguna tercera causa que  influyese en todas las substancias, en conjunto, e hiciese corresponder los  estados unos con otros, y no mediante una ayuda ocasional introducida  en cada caso particular (systema assistentiae), sino por medio de la unidad  de la idea de una cosa valedera para todos, en la cual todos ellos  debieran recibir su existencia y permanencia y por ende también la  correspondencia recíproca de unos con otros, según leyes universales. 

 Cuarto. El famoso concepto doctrinal del tiempo y del espacio, según  Leibnitz, en donde éste intelectualizó esas formas de la sensibilidad, se  originó en esa misma ilusión de la reflexión transcendental. Si por medio  del mero entendimiento quiero representarme relaciones exteriores de  las cosas, esto no puede ocurrir más que mediante, el concepto de su  efecto recíproco, y si he de enlazar un estado de una y la misma cosa con  otro estado, esto no puede ocurrir más que en el orden de los  fundamentos y consecuencias. Así, pues, Leibnitz pensó el espacio como  cierto orden en la comunidad de las substancias, y el tiempo como la  


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consecuencia dinámica de sus estados. Pero lo peculiar e independiente 

 de las cosas, que ambos en sí parecen tener, lo atribuyó a la confusión de  esos conceptos, lo cual hizo que lo que es una mera forma de relaciones  dinámicas, fuese tenido por propia intuición, consistente en sí misma, y  precediendo a las cosas mismas. Así, pues, espacio y tiempo fueron la  forma inteligible del enlace de las cosas (substancias y sus estados) en sí  mismas. Las cosas, empero, fueron substancias inteligibles (substantiae  noumena). Sin embargo, quiso considerar estos conceptos como  fenómenos, porque a la sensibilidad no le concedía ninguna especie  propia de intuición, sino que todo lo buscaba en el entendimiento,  incluso la representación empírica de los objetos y no dejó a los sentidos  nada más que la despreciable ocupación de confundir y enturbiar las  representaciones del primero. 

     Pero aun cuando pudiéramos decir sintéticamente algo de las cosas en  sí mismas, por medio del entendimiento puro (lo cual es sin embargo  imposible), ello no podría ser referido a los fenómenos, que no  representan cosas en sí mismas. Así, pues, en este último caso, tendré  siempre que comparar mis conceptos, en la reflexión transcendental, sólo  bajo las condiciones de la sensibilidad y así el espacio y el tiempo serán  determinaciones no de las cosas en sí, sino de los fenómenos; lo que  puedan ser las cosas en sí, no lo sé, y no necesito saberlo, porque nunca  se me puede presentar una cosa, como no sea en el fenómeno. 

     Así procedo también con los demás conceptos de reflexión. La materia  es substancia phaenomenon. Lo que le corresponda interiormente, lo busco  en todas las partes del espacio que ocupa, y en todos los efectos que  efectúa y que desde luego sólo pueden siempre ser fenómenos de los  sentidos exteriores. Así poseo ciertamente una interioridad no absoluta,  pero sí simplemente comparativa; la cual a su vez se compone de  relaciones externas. Lo absolutamente interior de la materia, según el  entendimiento puro, no es más que una quimera; pues en modo alguno  es objeto para el entendimiento puro; el objeto transcendental, empero,  que sea el fundamento de ese fenómeno que llamamos materia, es un  simple algo, del cual ni siquiera comprenderíamos lo que es, aun cuando  alguien pudiera decírnoslo. Pues no podemos comprender nada más que  lo que lleve consigo, en la intuición, algo correspondiente a nuestras  palabras. Si quejarnos de que no conocemos lo interior de las cosas ha de  significar que no concebimos, por el entendimiento puro, lo que las cosas  que nos aparecen (fenómenos) puedan ser en sí, entonces esas quejas son  del todo impropias y faltas de razón; pues quieren que, sin sentidos,  puedan conocerse y, por tanto, intuirse las cosas y por consiguiente, que  tengamos una facultad de conocer totalmente distinta de la humana, no  


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sólo en el grado, sino en la intuición y en la especie; que seamos, pues, no  hombres, sino seres de los cuales no podemos siquiera decir si son  posibles y mucho menos cómo están constituídos. En lo interior de la  naturaleza penetra la observación 

y el análisis de los fenómenos y no  puede saberse cuán lejos, con el tiempo, ha de llegar. Pero a esas  cuestiones transcendentales, que rebasan la naturaleza, no podríamos  nunca contestar, aun cuando la naturaleza toda se nos descubriera, ya  que ni siquiera nos es dado observar nuestro propio espíritu con otra  intuición que la de nuestro sentido interior. Pues en él está el secreto del  origen de nuestra sensibilidad. La referencia de ésta a un objeto y lo que  sea el fundamento transcendental de esa unidad, yace, sin duda, oculto  demasiado profundamente para que nosotros, que ni siquiera nos  conocemos a nosotros mismos, sino por el sentido interior y por tanto  como fenómenos, pudiéramos hacer uso de un instrumento tan  inadecuado de nuestra investigación, para descubrir otra cosa que  siempre fenómenos, cuya causa no sensible querríamos de buena gana  conocer. 

 Lo que hace muy útil esta crítica de 

las conclusiones sacadas de las  meras acciones de la reflexión, es que muestra muy claramente la  vanidad de toda conclusión sobre objetos comparados solamente unos  con otros en el entendimiento, y confirma al mismo tiempo lo que hemos  repetido con insistencia, a saber: que aunque los fenómenos no están  comprendidos, como cosas en sí mismas, entre los objetos del  entendimiento puro, son sin embargo los únicos con quienes nuestro  conocimiento puede tener realidad objetiva, cuando a los conceptos  corresponde intuición. 

 Cuando reflexionamos sólo lógicamente, comparamos solamente  nuestros conceptos unos con otros en el entendimiento, para ver si  ambos contienen precisamente lo mismo, si se contradicen o no, si algo  está contenido interiormente en el concepto o le sobreviene, y cuál de los  dos ha de valer como dado o sólo como un modo de pensar el concepto  dado. Pero si aplico esos conceptos a un objeto en general (en sentido  transcendental) sin determinar más este último y saber si es objeto de  intuición sensible o intelectual, entonces muestránse enseguida  limitaciones (la de no salir de esos conceptos) que falsean todo uso  empírico de esos conceptos y demuestran, precisamente por eso, que la  representación de un objeto como cosa en general no sólo es insuficiente,  sino que, sin determinación sensible e independientemente de condición  empírica, es en sí misma contradictoria. Por tanto o bien hay que hacer  abstracción de todo objeto (en la lógica) o, si se admite uno, hay que  pensarlo bajo condiciones de la intuición sensible; y por lo tanto lo  


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inteligible exigiría una intuición muy particular, que no tenemos, y a  falta de ella no es nada para nosotros; pero por otra parte los fenómenos  no pueden ser objetos en sí mismos. Pues si yo pienso sólo cosas en  general, ciertamente la diversidad de las relaciones externas no puede  constituir una diversidad de las cosas mismas, sino que supone esta más  bien, y si el concepto de una cosa no es nada diverso interiormente del  de la otra, entonces pongo sólo una y la misma cosa en diferentes  relaciones. Además, por añadir una mera afirmación (realidad) sobre la  otra, lo positivo es aumentado y nada es quitado o suprimido a la cosa;  por eso lo real en las cosas en general no puede contradecirse, y así  sucesivamente. 

 Los conceptos de la reflexión tienen -como hemos mostrado- por  virtud de cierta mala inteligencia, tal influjo sobre el uso del  entendimiento, que han llegado hasta seducir a uno de los más  penetrantes filósofos y conducirlo a un supuesto sistema del  conocimiento intelectual, que se propone determinar sus objetos sin  ayuda de los sentidos. Precisamente por eso el desarrollo de las causas  falaces de la amfibolia de esos conceptos, que ocasionan falsos  principios, es de gran utilidad para determinar con confianza y  seguridad los límites del entendimiento. 

 Hay que decir, ciertamente, que lo que conviene o contradice a un  conc

epto general, conviene o contradice también a todo lo particular  contenido bajo ese concepto (dictum de omni et nullo); pero sería absurdo  alterar ese principio lógico de modo que dijera así, lo que no está  contenido en un concepto general, tampoco está contenido en los  particulares que se hallan bajo ese concepto; pues éstos son precisamente  conceptos particulares, porque contienen más que lo pensado en general.  Ahora bien, en este último principio es realmente en el que se funda todo  el sistema intelectual de Leibnitz; este sistema cae pues, al mismo tiempo  que dicho principio, y con él toda la ambigüedad que se origina en el uso  del entendimiento. 

 El principio de los indiscernibles fúndase propiamente en la  suposición de que si en el concepto de una cosa en general no se halla  una cierta distinción, tampoco se hallará en las cosas mismas; por  consiguiente que todas las cosas son del todo idén

ticas (numero eadem) si  no se distinguen ya unas de otras en su concepto (según la cantidad o la  cualidad). Pero como en el mero concepto de una cosa se ha hecho  abstracción de muchas condiciones necesarias de una intuición, resulta  que por una extraña precipitación, aquello de que se ha hecho  abstracción se considera que no puede hallarse nunca, y a la cosa no se le  concede nada más que lo que está contenido en su concepto.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 210 

     El concepto de un espacio de un pie cúbico es en sí idéntico, piénselo  yo como quiera y cuantas veces quiera. Pero dos pies cúbicos son, en el  espacio, distintos, aunque sólo por sus lugares (numero diversa); éstas son  condiciones de la intuición en donde el objeto de ese concepto es dado,  que pertenecen no al concepto, sino a toda la sensibilidad. Del mismo  modo, en el concepto de una cosa no hay contradicción cuando nada  negativo está enlazado con un afirmativo, y conceptos, que son sólo  afirmativos, no pueden, al enlazarse, dar lugar a ninguna supresión. Pe

ro  en la intuición sensible en donde es dada realidad (v. g. movimiento),  encuéntranse condiciones (direcciones opuestas) de las cuales, en el  concepto de movimiento, se hace abstracción, y que hacen posible una  oposición, aunque no ciertamente lógica, por ejemplo la de constituir un  cero con movimientos positivos; y no podía decirse que todas las  realidades concuerdan unas con otras por no hallarse contradicción  alguna entre sus conceptos119. Según meros conceptos es lo interior el  substrato de toda relación o determinaciones exteriores. Si pues hago  abstracción de todas las condiciones de la intuición y me atengo  solamente al concepto de una cosa en general, entonces puedo hacer  abstracción de toda relación exterior, y sin embargo debe quedar un  concepto de aquello que no significa relación alguna, sino sólo interiores  determinaciones. Y entonces parece que se deriva de aquí: que en toda  cosa (substancia) hay algo que es absolutamente interno y precede a  todas las determinaciones exteriores, haciéndolas posibles; por lo tanto  ese substrato sería algo que no contiene ya ninguna relación exterior y  por consiguiente simple; (pues las cosas corporales son siempre sólo  relaciones, por lo menos de las partes entre sí); y como no conocemos  determinaciones absolutamente internas, más que las que nos da nuestro  sentido interior, resulta que ese substrato no sólo sería simple sino  también (por analogía con nuestro sentido interior) determinado por  representaciones, es decir, que todas las cosas serían propiamente mónadas  o sea seres simples, dotados de representaciones. Todo esto sería exacto,  si algo más que el concepto de una cosa en general no perteneciese a las  condiciones bajo las cuales solamente pueden sernos dados objetos de  intuición externa y de las cuales hace abstracción el concepto puro. Pues  entonces se demuestra que un fenómeno permanente en el espacio (la 

                                                             

119 Si aquí quisiera hacerse uso de la salida corriente que consiste en decir que al menos 

realitates noumena no pueden tener acción contraria una a otra, habría que señalar un ejemplo  de esa realidad pura y libre de sentidos, para que se comprendiera si representa algo o nada  absolutamente. Pero no puede tomarse ejemplo alguno como no sea de la experiencia, la cual  nunca ofrece más que phaenomena, y así esa proposición no significa más que esto: que  cuando un concepto no contiene más que simples afirmaciones, no contiene nada negativo;  proposición que nunca hemos puesto en duda.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 211 

extensión impenetrable) puede contener sólo relaciones, sin nada  absolutamente interno y, sin embargo, ser el primer substrato de todas  las percepciones exteriores. Por meros conceptos no puedo, seguramente,  pensar nada exterior, sin algo interior, precisamente porque los  conceptos de relación suponen cosas absolutamente dadas, y sin éstas no  son posibles. Pero como en la intuición hay contenido algo que no está en  el mero concepto de una cosa en general, y esto proporciona el substrato  que por meros conceptos no sería conocido, a saber, un espacio que, con  todo cuanto contiene, consiste sólo en relaciones formales o también  reales, resulta que no puedo decir: puesto que sin algo absolutamente  interno no puede ninguna cosa ser representada por meros conceptos, así,  en las cosas mismas contenidas bajo esos conceptos y en su intuición, no  hay nada externo, a cuya base no esté algo absolutamente interno. Pues  si hemos hecho abstracción de todas las condiciones de la intuición, no  nos queda seguramente en el mero concepto nada más que lo interior en  general y la relación de los interiores unos con otros, por la cual sólo es  posible lo exterior. Pero esta necesidad, que no

 se funda más que en  abstracción, no se verifica entre las cosas, en cuanto dadas en la intuición  con determinaciones que expresan meras relaciones, sin tener a su base  algo interno, porque no son cosas en sí mismas, sino sólo fenómenos. Lo  que conocemos en la materia son sólo relaciones (lo que llamamos  determinaciones internas de la misma es sólo comparativamente  interno); pero las hay entre ellas independientes y permanentes, por las  cuales nos es dado un determinado objeto. Si yo, cuando hago  abstracción de esas relaciones, no tengo ya nada que pensar, ello no  suprime el concepto de una cosa, como fenómeno, ni tampoco el  concepto de un objeto in abstracto, pero sí toda posibilidad de un objeto  que sea determinable por meros conceptos, es decir, de un noúmeno.  Ciertamente asombra oír que una cosa haya de consistir enteramente en  relaciones; pero semejante cosa es también mero fenómeno y no puede  ser pensada por puras categorías; consiste en la mera relación de algo en  general con los sentidos. Así mismo, cuando se empieza por meros  conceptos, sólo pueden pensarse las relaciones de las cosas in abstracto,  siendo una la causa de determinaciones en la otra pues éste es nuestro  concepto intelectual de las relaciones mismas. Pero como entonces  hacemos abstracción de toda intuición, resulta que prescindimos de una  de las maneras como lo múltiple puede determinar su lugar, es decir  prescindimos de la forma de la sensibilidad (el espacio), que precede sin  embargo a toda causalidad empírica.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 212 

     Si por objetos meramente inteligibles entendemos aquellas cosas que  son pensadas120 por categorías puras, sin esquema alguno de la  sensibilidad, entonces semejantes objetos son imposibles. Pues la  condición del uso objetivo de todos nuestros conceptos del  entendimiento es sólo la índole de nuestra intuición sensible, por la cual  nos son dados objetos, y si hacemos abstracción de ella, las categorías no  tienen referencia a ningún objeto. Es más; aunque se quisiera admitir  otra especie de intuición que nuestra intuición sensible, nuestras  funciones del pensar no serían con respecto a ella de ninguna  significación. Pero si por objetos inteligibles entendemos sólo objetos de  una intuición no sensible, para los cuales ciertamente no valen nuestras  categorías y de los cuales nunca podemos tener conocimiento (ni  intuición ni concepto), entonces, hay que admitir los noúmenos, en esta  significación meramente negativa; pues sólo dicen que nuestra intuición  no se refiere a todas las cosas, sino sólo a los objetos de nuestros sentidos  y, por consiguiente, que su validez objetiva es limitada y por tanto queda  sitio para alguna otra especie de intuición y, consiguientemente, también  para cosas como objetos de ésta. Pero entonces es problemático el  concepto de noúmeno, es decir, la representación de una cosa de la que no  podemos decir ni que sea ni que no sea posible, ya que no conocemos  más especie de intuición que la nuestra sensible, ni más especie de  conceptos que las categorías, y ninguna de las dos es adecuada a un  objeto suprasensible. Por ende, el campo de los objetos de nuestro  pensamiento no podemos ampliarlo positivamente más allá de las  condiciones de nuestra sensibilidad y admitir fuera de los fenómenos  otros objetos del pensamiento puro, porque éstos no tienen ninguna  significación positiva indicable. Pues hay que convenir en que las  categorías solas no alcanzan el conocimiento de las cosas en sí mismas y,  sin los datos de la sensibilidad, serían formas meramente subjetivas de la  unidad del entendimiento, pero sin objeto. Cierto que el pensamiento no  es en sí un producto de los sentidos y por tanto no es limitado por éstos;  pero no por ello puede desde luego hacerse de él un uso propio y puro,  sin que sobrevenga la sensibilidad, pues entonces no tendría objeto.  Tampoco puede decirse que el noúmeno es ese objeto; pues el noúmeno  significa precisamente el concepto problemático de un objeto para una  muy distinta intuición y un muy distinto entendimiento que el nuestro, y  por ende él mismo es un problema. El concepto del noúmeno no es pues  el concepto de un objeto, sino el problema, inevitablemente conexo con la  limitación de nuestra sensibilidad, de saber si no, puede haber objetos 

                                                             

120 En sus papeles propone Kant, en lugar de «pensadas», «conocidas» V. Erdmann, ya citado.  (N. del T.)  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 213 

enteramente libres de esa intuición de nuestra sensibilidad, cuestión que  sól

o indeterminadamente puede ser contestada, a saber: que, como la  intuición sensible, no se dirige a todas las cosas sin distinción, queda  lugar para más y distintos objetos; no se niegan pues éstos, pero a falta  de un determinado concepto (puesto que ninguna categoría les es  aplicable) no pueden tampoco ser afirmados como objetos para nuestro  entendimiento. 

 El entendimiento limita pues la sensibilidad, sin por eso ampliar su  propio campo y, advirtiendo a la sensibilidad que no debe pretender  referirse a cosas en sí mismas, sino sólo a fenómenos, piensa un objeto en  sí mismo, pero sólo como objeto transcendental que es la causa del  fenómeno (pero no fenómeno por lo tanto) y que no puede ser pensado  ni como magnitud, ni como realidad, ni como substancia (pues estos  conceptos exigen siempre formas sensibles en las cuales determinan un  objeto); de donde resulta que quedamos totalmente sin saber si ese objeto  transcendental se encuentra en nosotros o fuera de nosotros, si queda  suprimido al mismo tiempo que la sensibilidad o si, al suprimir esta,  persiste todavía. ¿Queremos llamar noúmeno a ese objeto, porque la  representación de él no es sensible? Somos libres de hacerlo. Pero como  no podemos aplicarle ninguno de nuestros conceptos puros del  entendimiento, permanece esa representación para nosotros vacía, y no  sirve para nada más que para señalar los límites de nuestro conocimiento  sensible y dejar un espacio que no podemos llenar ni con experiencia  posible, ni con el entendimiento puro. 

 La crítica de ese entendimiento puro ni nos permite pues  proporcionarnos un nuevo campo de objetos, fuera de los que puedan  presentarse como fenómenos, y vagar por mundos inteligibles, ni  siquiera en el concepto de éstos. El error que seduce a ello del modo más  evidente y que en todo caso puede ser disculpado, aunque nunca  justificado, consiste en que el uso del entendimiento, contra su  determinación, se hace transcendental y los objetos, es decir las  intuiciones posibles, se rigen por los conceptos y no los conceptos por las  intuiciones posibles (que son la única base de su objetiva validez). La  causa de esto es empero a su vez que la apercepción y por tanto el  pensamiento precede a toda posible determinada ordenación de las  representaciones. Pensamos pues algo en general y lo determinamos por  un lado sensiblemente; pero distinguimos sin embargo entre el objeto  general, representado in abstracto, y ese modo de intuirlo; nos queda  pues una manera de determinarlo por sólo el pensamiento, que si bien es  una mera forma lógica, sin contenido, nos parece sin embargo un modo  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 214 

de existir el objeto en sí (noúmeno), sin mirar la intuición que está  limitada a nuestros sentidos 

* * * 

     Antes de dejar la analítica transcendental, debemos añadir algo que,  aunque no es en sí de una especial importancia, podría sin embargo  parecer exigido para la integridad del sistema. El más alto concepto con  el que suele comenzarse una filosofía transcendental, es generalmente la  división en posible e imposible. Pero como toda división supone un  concepto dividido, hay que indicar un máximo concepto y éste es el  concepto de un objeto en general (tomado problemáticamente y sin  decidir si es algo o nada). Como las categorías son los únicos conceptos  que se refieren a objetos en general, resulta que la distinción de si un  objeto es algo o nada, seguirá el orden y la señal de las categorías. 

 1º. A los conceptos de todo, mucho y uno es opuesto el que lo  suprime todo, es decir, el de ninguno, y así el objeto de un concepto a  quien no corresponde ninguna intuición indicable, es igual a nada, es  decir, un concepto sin objeto, como los noúmenos que no pueden contarse  entre las posibilidades aunque no por eso deben ser tenidos por  imposibles (ens rationis) o también acaso como ciertas nuevas fuerzas  fundamentales, que se piensan ciertamente sin contradicción, pero  también sin ejemplo en la experiencia y así no pueden ser contadas entre  las posibilidades. 

 2º. Realidad es algo; negación, nada, a saber, un concepto de la  carencia de un objeto, como la sombra, el frío (nihil privativum). 

 3º. La mera forma de la intuición sin substancia no es en sí ningún  objeto, sino la condición meramente formal del mismo (como fenómeno);  así el espacio puro y el tiempo puro, que ciertamente son algo, como  formas para intuir, pero no son ellos mismos objetos que sean intuidos  (ens imaginarium). 

     4º.   El objeto de un concepto que se contradice a sí mismo, es nada,  porque el concepto es nada, lo imposible, como por ejemplo la figura  rectilínea de dos lados (nihil negativum). 

     La tabla de esta división del concepto de nada (pues la división del de  algo sigue el mismo curso), debería ser presentada, pues, como sigue: 

 

 

 

 

 

 

  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 215 

 

 Nada  Como 

 

 

 1º. 

Concepto vacío,  sin objeto, 

ens rationis 

 

 2º. 

Objeto vacío de un 

concepto, 

nihil privativum 

 3º. 

Intuición vacía sin 

objeto, 

ens imaginarium 

 

 4º. 

Objeto vacío, sin 

concepto, 

nihil negativum 

 

 

 

     Se ve que el ente de razón (núm. 1) se distingue de la nada negativa (o  nada en absoluto) -núm. 4- porque aquél no puede contarse entre las  posibilidades, ya que es mera ficción (aunque no contradictoria) y ésta en  cambio es opuesta a la posibilidad, ya que el concepto mismo se suprime  a sí mismo. Pero ambos son conceptos vacíos. En cambio, el nihil  privativum (núm. 2) y el ens imaginarium (núm, 3) son datos vacíos para  conceptos. Si la luz no es dada a los sentidos, no podemos  representarnos las tinieblas, y si no son percibidos seres extensos, no  podemos representarnos espacio alguno. La negación, como también la  mera forma de la intuición, no son objetos, como no haya una realidad. 

 

  


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Segunda división de la lógica transcendental  Dialéctica transcendental 

 

 

 

Introducción 

 

 

- I - 

De la ilusión transcendental 

 

 

     Más arriba hemos llamado a la dialéctica, en general, una lógica de la  apariencia o ilusión. Esto no significa que sea una doctrina de la  verosimilitud; pues la verosimilitud es verdad, bien que conocida por  fundamentos insuficientes, verdad cuyo conocimiento, por tanto, aunque  defectuoso, no por eso es engañador. No debe pues estar separada de la  parte analítica de la lógica. Menos aún deben considerarse como  términos idénticos fenómeno e ilusión. Pues verdad o ilusión no hay en el  objeto por cuanto es intuido, sino en el juicio sobre el mismo, por cuanto  es pensado. Puede pues decirse justamente, que los sentidos no yerran; 

 mas no porque siempre juzguen exactamente, sino porque no juzgan.  Por eso la verdad, como el error, y por ende la ilusión, como seducción a  este último, están sólo en el juicio, es decir, en la relación del objeto con  nuestro entendimiento. En un conocimiento que concuerde  completamente con las leyes del entendimiento, no hay error. En una  representación de los sentidos, no hay tampoco error (pues no contiene  ningún juicio). Ninguna fuerza de la naturaleza puede apartarse por sí  misma de sus propias leyes. Por eso, ni el entendimiento por sí solo (sin  influjo de otra causa), ni los sentidos por sí solos errarían; el primero,  porque cuando es activo, según sus solas leyes, el efecto (el juicio) debe  necesariamente concordar con esas leyes. En la concordancia con las  leyes del entendimiento consiste, empero, lo formal de toda verdad. En  los sentidos no hay juicio, ni verdadero ni falso. Mas como fuera de estas  dos fuentes de conocimiento no tenemos ninguna, se sigue que el error  es producido simplemente por el inadvertido influjo de la sensibilidad  sobre el entendimiento; por donde sucede que los fundamentos  subjetivos del juicio se mezclan con los objetivos y hacen que éstos se  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 217 

desvíen de su determinación121, así como un cuerpo en movimiento  conservaría ciertamente por sí mismo la línea recta, en una dirección,  pero si otra fuerza influye en él al mismo tiempo en otra dirección, ese  movimiento se torna curvilíneo. Para distinguir entre la acción propia  del entendimiento y la fuerza que se inmiscuye, será pues necesario  considerar el juicio erróneo como la diagonal de dos fuerzas, que  determinan el juicio en dos direcciones distintas y que, por decirlo así,  encierran un ángulo; y habrá que resolver ese efecto compuesto en los  simples del entendimiento y de la sensibilidad, cosa que, en los juicios  puros a priori debe hacerse por medio de la reflexión trascendental, por  medio de la cual (como se ha mostrado) a cada representación le es  asignado su lugar, en la facultad de conocer que le corresponde, y por  ende, queda destruido el influjo de éstas en aquellas. 

     Nuestro asunto no es aquí el de tratar de la ilusión empírica (v. g. de  la óptica) que se produce en el uso empírico de reglas del entendimiento  -que por lo demás son exactas- ilusión por la cual el juicio es seducido  por influjo de la imaginación; sino que hemos de tratar tan sólo de la  ilusión transcendental, que penetra en principios, cuyo uso no es ni  siquiera establecido en la experiencia, caso en el cual tendríamos al  menos una piedra de toque de su exactitud, sino que nos conduce, contra  todos los avisos de la crítica, allende el uso empírico de las categorías y  nos entretiene con el espejismo de una amplificación del entendimiento  puro. Vamos a llamar inmanentes los principios, cuya aplicación se  contiene del todo en los límites de la experiencia posible; y transcendentes,  los principios destinados a pasar por encima de esos límites. Entre estos  últimos, empero, no cuento el uso transcendental o mal uso de las  categorías, el cual es sólo una falta del Juicio, insuficientemente frenado  por la crítica, y no bastante atento a los límites del territorio en el cual tan  sólo le es permitido moverse al entendimiento puro. Sólo considero  transcendentes ciertos principios reales que nos piden que echemos abajo  los cercados todos y pasemos a otro territorio, completamente nuevo, en  donde ninguna demarcación es conocida. Por lo tanto, no es lo mismo  transcendental que transcendente. Los principios del entendimiento puro,  expuestos más arriba, sólo deben tener uso empírico y no transcendental,  es decir, que exceda a los límites de la experiencia. El principio, empero,  que suprime esas limitaciones y aun nos ordena franquearlas, se llama  transcendente. Si nuestra crítica puede llegar a descubrir la ilusión de esos  pretendidos principios, entonces esos principios del mero uso empírico, 

                                                             

121     La sensibilidad, sometida al entendimiento como objeto al cual éste aplica su función, es  la fuente de conocimientos reales. Pero la sensibilidad, en cuanto influye en la acción misma  del entendimiento y la determina a juzgar, es fuente del error.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 218 

podrán llamarse principios inmanentes del entendimiento puro, por  oposición a los otros. 

     La ilusión lógica que consiste en la mera imitación de la forma de la  razón (la ilusión de los raciocinios falaces) se origina simplemente en una  falta de atención a la regla lógica. Tan pronto, pues, como esta atención  se agudiza sobre el caso presente, desaparece dicha ilusión por completo.  Pero, en cambio, la ilusión transcendental no cesa, sin embargo,

 aun  después de descubierta y de conocida claramente su vanidad, por medio  de la crítica transcendental (v. g. la ilusión en la proposición: «el mundo  debe tener un comienzo, según el tiempo».) La causa de esto, es que en 

 nuestra razón (considerada subjet

ivamente, como una facultad humana  de conocer) hay reglas fundamentales y máximas de su uso, que tienen la  autoridad de principios objetivos, por donde sucede que la necesidad  subjetiva de un cierto enlace de nuestros conceptos, para el  entendimiento, es tomada por una necesidad objetiva de la  determinación de las cosas en sí mismas. Esta es una ilusión que no  puede evitarse, como tampoco podemos evitar que la mar nos parezca  más alta en medio de su extensión, que en la playa, porque allí la vemos  a través de rayos de luz más altos que aquí; como el astrónomo no puede  evitar que la luna le parezca más grande a su salida, aun cuando no se  deja engañar por esta ilusión. 

 La Dialéctica transcendental se contentará, pues, con descubrir la  ilusión de los juicios, transcendentales e impedir al mismo tiempo, que  esta ilusión engañe. Pero que (como la ilusión lógica) desaparezca y deje  de ser ilusión, esto nunca lo podrá conseguir. Pues se trata de una ilusión  natural, e inevitable, que descansa en principios subjetivos y los usa  como objetivos. En cambio, la dialéctica lógica, en la resolución de los  sofismas, sólo tiene que ocuparse de una falta en la aplicación de los  principios, o de una ilusión artificiosa en la imitación de los mismos.  Hay, pues, una dialéctica natural e inevitable de la razón pura; no una  dialéctica, en que por acaso se enredan los inexpertos, por falta de  conocimientos, o que un sofista entreteje para confusión de gentes  razonables, sino una dialéctica que es irremediablemente inherente a la  razón humana y que, aun después de descubierto su espejismo, no cesa,  sin embargo, de engañar y de empujar la razón, sin descanso, a  momentáneos errores, que necesitan de continuo, ser remediados. 

 

 

 

 

  


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 219 

 

- II - 

De la razón pura como asiento de la ilusión trascendental 

 

 

- A - 

De la razón en general 

 

 

     Todo nuestro conocimiento empieza por los sentidos; de aquí pasa al  entendimiento, y termina en la razón. Sobre ésta no hay nada más alto en  nosotros para elaborar la materia de la intuición y ponerla bajo la  suprema unidad

 del pensamiento. Debiendo dar ahora una definición de  esta suprema facultad de conocer, me encuentro en alguna perplejidad.  De ella, como del entendimiento, hay un uso meramente formal, es decir  lógico, cuando la razón hace abstracción de todo contenido del  conocimiento. Pero también hay un uso real, por cuanto la razón  contiene el origen de ciertos conceptos y principios, que no toma ni de  los sentidos ni del entendimiento. La primera de estas dos

 facultades ha  sido desde hace tiempo definida por los lógicos como la facultad de  concluir mediatamente (a diferencia de las conclusiones o inferencias  inmediatas, consequentiis immediatis). Pero la segunda, que produce ella  misma conceptos, no es de ese modo conocida. Mas como aquí se  produce una división de la razón en facultad lógica y facultad  transcendental, hay que buscar un concepto superior de esta fuente de  conocimiento, que comprenda ambos conceptos. Podemos, empero,  esperar, por analogía con los conceptos del entendimiento, que el  concepto lógico nos dará al mismo tiempo la clave para el  transcendental, y que la tabla de las funciones del primero nos  proporcionará al mismo tiempo la clasificación de los conceptos de la  razón. 

     En la primera parte de nuestra lógica transcendental, hemos definido  el entendimiento como la facultad de las reglas. Aquí distinguiremos la  razón, del entendimiento, llamándola facultad de los principios. 

     La expresión de principio es ambigua y significa comúnmente sólo un  conocimiento que puede ser usado como principio, aún cuando en sí  mismo y según su propio origen no sea un principium. Toda proposición  general, incluso que sea tomada de la experiencia, (por inducción) puede  servir de mayor en un raciocinio; pero no por eso es un principium. Los  axiomas matemáticos (v. g. entre dos puntos sólo puede haber una recta)  son incluso conocimientos universales a priori, y por eso, relativamente a  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 220 

los casos que puedan subsumirse en ellos, son llamados con razón  principios. Mas no por eso puedo decir qu

e conozco esa propiedad de la  línea recta, en general y en sí, por principios, sino sólo en la intuición  pura. 

 Por eso llamaría yo conocimientos por principios aquellos en los  cuales conozco por conceptos lo particular en lo general. Así todo  raciocinio es una forma de deducir de un principio un conocimiento.  Pues la mayor da siempre un concepto, que hace que todo lo que es  subsumido bajo la

 condición del mismo, sea conocido por él según un  principio. Ahora bien, como todo conocimiento general, puede servir de  mayor en un raciocinio, y el entendimiento ofrece a priori estas  proposiciones universales, pueden éstas, en consideración de su posible  uso, llamarse principios. 

 Pero consideremos esos principios del entendimiento puro, en sí  mismos, según su origen. En modo alguno son conocimientos por  conceptos. Pues ni siquiera serían posibles a priori, si no acudiéramos a la  intuición pura (en la matemática) o a las condiciones de una experiencia  posible en general. Que todo cuanto ocurre tiene una causa, no puede  inferirse del concepto de lo que ocurre en general; más bien muestra el  principio cómo sólo de aquello que ocurre se puede obtener un concepto  empírico y determinado. 

 El entendimiento no puede por tanto proporcionar conocimientos  sintéticos por conceptos y éstos propiamente son los que yo llamo  absolutamente principios; mientras que las proposiciones universales  pueden llamarse sólo comparativamente principios. 

 Es un antiguo deseo que acaso alguna vez, no sabemos cuando,  recibirá satisfacción, el de buscar en lugar de la infinita multiplicidad de  las leyes civiles, sus principios; pues sólo en esto puede consistir el  secreto para simplificar, como se suele decir, la legislación. Pero las leyes  son aquí también solo limitaciones de nuestra libertad a las condiciones  bajo las cuales ésta concuerda universalmente consigo misma; por tanto  se refieren a algo que es por completo nuestra propia obra, y de lo cual  nosotros podemos ser la causa, por medio de esos conceptos mismos.  Mas preguntar cómo los objetos en sí mismos, cómo la naturaleza de las  cosas se halla bajo principios y debe ser determinada por meros  conceptos, es, si no algo imposible, al menos muy extraño en su  exigencia. Pero sea lo que quiera de esto (sobre ello nos queda todavía  mucho que investigar) se ve por lo menos que el conocimiento por  principios (en sí mismo) es muy otra cosa que el mero conocimiento del  entendimiento, que puede sin duda preceder a otros conocimientos, en la  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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forma de un principio, pero que en sí mismo (en cuanto es sintético) no  descansa en el mero pensar, ni contiene un universal según conceptos.       Si el entendimiento es una facultad de la unidad de los fenómenos por  medio de las reglas, la razón es la facultad de la unidad de las reglas del  entendimiento

 bajo principios. Nunca, pues, se refiere directamente a la  experiencia o a algún objeto, sino al entendimiento, para dar a los  múltiples conocimientos de éste unidad a priori por conceptos, la cual  puede llamarse unidad de razón, y es de muy otra especie que la que el  entendimiento puede producir. 

 Tal es el concepto general de la facultad de la ra

zón, por cuanto ha  podido hacerse concebible, dada la carencia total de ejemplos (que más  tarde en la continuación habrán de presentarse). 

 

 

 

- B - 

Del uso lógico de la razón 

 

 

 Distínguese entre lo inmediatamente conocido y lo inferido. En una  figura limitada por tres rectas, hay tres ángulos; esto es conocido  inmediatamente. La suma de esos tres ángulos es igual a dos rectos, esto  es inferido. Como necesitamos constantemente la inferencia y estamos  acostumbrados a ella, no notamos al pronto esta distinción; y muchas  veces, como en las llamadas ilusiones de los sentidos, creemos percibir  inmediatamente lo que sólo ha sido inferido. En toda inferencia hay una  proposición, que está a la base, y otra que sale de ésta, y es la conclusión;  y por último hay la consecuencia por la cual la verdad de la conclusión  está necesariamente ligada con la verdad de la primera proposición. Si el  juicio concluso está contenido en el primero de tal suerte, que, sin la  mediación de un tercero, puede deducirse de él, llámase, entonces la  conclusión inmediata (consequentia inmediata); yo lo llamaría más bien  conclusión del entendimiento. Pero sí, además del conocimiento puesto a  la base, es necesario otro juicio, para producir la conclusión, llámase  entonces a esta conclusión raciocinio (conclusión de la razón). En la  proposición: «todos los hombres son mortales» están las proposiciones:  «Algunos hombres son mortales», «algunos mortales son hombres»,  «nada que sea inmortal, es hombre»; y éstas son, pues, consecuencias  inmediatas de la primera. En cambio la proposición: «todos los sabios  son mortales» no está inclusa en el juicio puesto a la base (pues el  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 222 

concepto de sabio no está en éste) y no puede ser obtenida más que por  medio de un juicio intermedio. 

 En todo raciocinio, pienso primero una regla (major) por medio del  entendimiento. Segundo: subsumo un conocimiento bajo la condición de  una regla (minor), por medio del Juicio. Por último, determino mi  conocimiento mediante el predicado de la regla (conclusio), por tanto a  priori, por medio de la razón. Así pues, la relación que la mayor, como  regla, representa entre un conocimiento y su condición, constituye las  diferentes especies de raciocinio. Son pues precisamente tres, como los  juicios todos en general, por cuanto se distinguen por el modo como  expresan la relación del conocimiento en el entendimiento, a saber:  raciocinios categóricos, hipotéticos y disyuntivos. 

 Si, como suele ocurrir, la conclusión es presentada como un juicio,  para saber si se deduce de otros juicios ya dados, por los cuales se piensa  un objeto distin

to, busco en el entendimiento si la aserción de esa  conclusión se halla en el mismo bajo ciertas condiciones, según una regla  general. Si encuentro esa condición y el objeto de la conclusión se deja  subsumir bajo la condición dada, entonces es la conclusión inferida de la  regla, que vale también para otros objetos del conocimiento. Se ve por esto que  la razón en los raciocinios trata de reducir la gran multiplicidad del  conocimiento del entendimiento al mínimo número de principios  (condiciones generales) y por ende quiere realizar la unidad suprema del  entendimiento. 

 

 

 

- C - 

Del uso puro de la razón 

 

 

 ¿Puede aislarse la razón? Y, una vez aislada, ¿sigue siendo la razón  fue

nte de conceptos y juicios, que sólo en ella se originan y con los cuales  ella se refiere a objetos? ¿O es simplemente una facultad subalterna, que  da a conocimientos dados cierta forma, llamada lógica, por donde los  conocimientos del entendimiento se subordinan unos a otros, las reglas  inferiores a otras superiores (cuya condición comprende en su esfera la  condición de aquellas) hasta donde ello pueda llevarse a cabo, por  comparación de las mismas? Ésta es la cuestión que va a ocuparnos por  ahora. En realidad, la multiplicidad de las reglas y la unidad de los  principios es una exigencia de la razón, para poner el entendimiento en  concordancia universal consigo mismo, del mismo modo que el  


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entendimiento reduce lo múltiple de la intuición a conceptos, y por tanto  lo enlaza. Pero semejante principio no prescribe ninguna ley a los  objetos, ni contiene el fundamento de la posibilidad de conocerlos y  determinarlos como tales en general, sino que es simplemente una ley  subjetiva de economía

, aplicada a las provisiones de nuestro  entendimiento y que consiste en reducir, por comparación de sus  conceptos, el uso general de los mismos al mínimo número posible, sin  que por ello sea lícito exigir de los objetos mismos esa concordancia, que  ayuda a la comodidad y a la extensión de nuestro entendimiento, ni dar  a esas máximas al mismo tiempo validez objetiva. En una palabra, la  cuestión es: si la razón en sí, es decir, la razón pura a priori, contiene  principios sintéticos y reglas y en que puedan consistir esos principios. 

     El proceder formal y lógico de la razón, en los raciocinios, nos da ya  suficiente indicación del fundamento sobre el cual descansará el  principio transcendental de la razón, en el conocimiento sintético por  razón pura. 

     Primero.   El raciocinio no se refiere a intuiciones para reducirlas bajo  reglas (como hace el entendimiento con sus categorías) sino a conceptos  y juicios. Si bien, pues, la razón pura se refiere también a objetos, no  tiene, sin embargo, referencia inmediata a éstos y a su intuición, sino sólo  al entendimiento y sus juicios, que son los que aplican los sentidos y la  intuición, para determinar su objeto. La unidad de la razón no es, pues,  la unidad de una experiencia posible, sino que es esencialmente distinta  de ésta. Ésta es unidad del entendimiento. Que todo lo que ocurre tiene  una causa, no es un principio conocido y prescrito por la razón. Hace  posible la unidad de la experiencia y nada toma de la razón, la cual, sin  esa referencia a la experiencia posible, no hubiera podido, por meros  conceptos, prescribir semejante unidad sintética. 

     Segundo.   La razón en su uso lógico bus ca la condición general de su  juicio (de la conclusión) y el raciocinio mismo no es otra cosa que un  juicio mediante la subsunción de su condición bajo una regla (mayor).  Ahora bien, como esa regla a su vez está sometida a la operación de la  razón, y por ende, hay que buscar la condición de la condición (por  medio de un prosilogismo) cuantas veces sea ello posible, se advierte  bien que el principio peculiar de la razón en general (en el uso lógico) es:  para el conocimiento condicionado del entendimiento, hallar lo  incondicionado, con que se completa la unidad del mismo. 

     Esta máxima lógica, empero, no puede llegar a ser un principio de la  razón pura, más que si se admite que, cuando lo condicionado es dado,  también la serie total de las condiciones, subordinadas unas a otras -serie  


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que es ella misma por tanto incondicionada- está dada, es decir, está  contenida en el objeto y su enlace. 

 Semejante principio de la razón pura es manifiestamente sintético;  pu

es lo condicionado, aunque se refiere analíticamente a alguna  condición, no se refiere, empero, a lo incondicionado. De ese principio  deben salir también diversas proposiciones sintéticas, ignoradas por el  entendimiento puro, que sólo tiene que ocuparse de objetos de una  experiencia posible, cuyo conocimiento y cuya síntesis es siempre  condicionada. Pero lo incondicionado, si realmente se verifica, puede ser  considerado en particular según todas las determinaciones que lo  distinguen de todo condicionado y debe por ello dar materia para varias  proposiciones sintéticas a priori. 

     Los principios que se originan en este principio supremo de la razón  pura serán, empero, respecto de todos los fenómenos, transcendentes, es  decir: que nunca podrá hacerse de ellos un uso empírico, que sea  adecuado a aquel principio supremo. Se distinguirá, pues, por completo  de todos los principios del entendimiento (cuyo uso es enteramente  inmanente, puesto que no tienen otro

 tema que la posibilidad de la  experiencia). Ahora bien; ese principio de que la serie de las condiciones  (en la síntesis de los fenómenos o del pensamiento de las cosas en  general) se extiende hasta lo incondicionado, ¿tiene o no realidad  objetiva? ¿Qué consecuencias nacen de él para el uso empírico del  entendimiento? ¿No será mejor decir que no existe ninguna proposición  semejante, objetivamente valedera, de la razón, sino sólo un precepto  meramente lógico, el de irse acercando, en la ascensión, por condiciones  siempre más altas, a la integridad de éstas, llevando así nuestros  conocimientos a la unidad de razón más alta posible para nosotros? ¿No  ha sido esta exigencia de la razón considerada por una mala inteligencia  como un principio transcendental de la razón pura, principio que postula  en los objetos mismos, con excesiva precipitación, esa ilimitada  integridad de la serie de las condiciones, sin tener en cuenta las  equivocaciones y las ilusiones que en este caso se insinúan en los  raciocinios, cuya mayor ha sido tomada de la razón pura (mayor, que es  más bien acaso petición que postulado) y que desde la experiencia van  ascendiendo hacia sus condiciones? Éste será el asunto de Dialéctica  transcendental, que vamos a desenvolver ahora desde sus fuentes,  hondamente ocultas en la razón humana. La dividiremos en dos partes  principales. La primera tratará de los conceptos transcendentes de la razón  pura, la segunda de los raciocinios transcendentes y dialécticos. 

  


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Dialéctica transcendental 

 

 

 

Libro primero 

De los conceptos de la razón pura 

 

 

     Sea lo que quiera de la posibilidad de los conceptos por razón pura,  éstos no son obtenidos por mera reflexión sino por conclusión. Los  conceptos del entendimiento son también pensados a priori, antes de la  experiencia y para ésta; pero no contienen nada más que la unidad de la  reflexión sobre los fenómenos, por cuanto éstos deben pertenecer  necesariamente a una posible conciencia empírica. Sólo por esos  conceptos del entendimiento es posible el conocimiento y la  determina

ción de un objeto. Son pues los que proporcionan el material  para las conclusiones y antes que ellos no hay conceptos a priori de  objetos, de los cuales ellos pudieran ser inferidos. En cambio su realidad  objetiva se funda solamente en que, como constituyen la forma  intelectual de toda experiencia, su aplicación debe poder siempre  demostrarse en la experiencia. 

     Pero la denominación de concepto de razón muestra ya de antemano  que este no quiere dejarse encerrar en la experiencia, porque se refiere a  un conocimiento, del cual todo conocimiento empírico es sólo una parte  (acaso el todo de la experiencia posible o de su síntesis empírica) y si  bien ninguna experiencia real alcanza nunca a aquel conocimiento, sin  embargo siempre pertenece a él. Los conceptos de la razón sirven para  concebir, como los conceptos del entendimiento sirven para entender (las  percepciones). Si contienen lo incondicionado, refiérense a algo bajo lo  cual se halla comprendida toda experiencia, pero que no puede ello  mismo ser nunca objeto de experiencia; algo, hacia lo cual la razón, con  sus conclusiones sacadas de la experiencia, conduce, y según lo cual  mide y aprecia el grado de su uso empírico, pero sin constituir jamás un  miembro de la síntesis empírica. Si esos conceptos, prescindiendo de  esto, tienen validez objetiva, pueden llamarse conceptus ratiocinati  (conceptos rectamente inferidos) si no, son al menos obtenidos  capciosamente por una aparente conclusión y puede llamarse conceptus  ratiocinantes (conceptos sofísticos). Mas como esto no puede decidirse  


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hasta el capítulo que trate de las conclusiones dialécticas de la razó

n  pura, podemos no ocuparnos de ellos todavía, y vamos por de pronto a  dar a los conceptos de la razón pura un nuevo nombre, como hicimos  con los conceptos puros del entendimiento, al llamarlos categorías. Y  será este nombre el de ideas transcendentales. Ahora explicaremos y  justificaremos esta denominación. 

 

 

 

PRIMERA SECCIÓN  De las ideas en general 

 

 

 A pesar de la gran riqueza de nuestra lengua, el pensador se  encuentra a menudo falto de expresiones que convengan exactamente a  su concepto y no

 puede por tanto hacerse entender bien ni de otros ni  aun de sí mismo. Forjar palabras nuevas es una pretensión de legislar  sobre la lengua, que rara vez acierta; y antes de acudir a este medio  desesperado, es prudente buscar términos en un idioma muerto y sabio,  pues acaso se halle en él ese concepto con su adecuada expresión; y  aunque la vieja usanza de dicha palabra se haya hecho algo indecisa, por  descuido de los autores del vocablo, siempre es mejor fortalecer la  significación que le era propia (aunque siga siendo dudoso si allá  entonces se le dio este sentido precisamente) que echar a perder lo que se  escribe, haciéndolo incomprensible. 

 Por eso, cuando para cierto concepto no se encuentra más que una  palabra, la cual, en un sentido ya usado corresponde exactamente a este  concepto, cuya distinción de otros conceptos afines es de gran  importancia, entonces es prudente no abusar de ella y no emplearla  como sinónimo de otras, por variar sino conservarle cuidadosamente su  peculiar significación; pues de otro modo fácilmente ocurre que no  ocupando la expresión particularmente la atención, y perdiéndose en el  montón de otros términos de muy distinto significado, piérdese también  el pensamiento que hubiera debido salvaguardar. 

     Platón hizo uso de la expresión idea, de tal suerte que se ve bien que  entendía por idea algo que no sólo no es nunca sacado de los sentidos,  sino que excede con mucho los conceptos del entendimiento, de que se  ocupó Aristóteles, puesto que en la experiencia nunca se halla algo  congruente con la idea. Las ideas son para Platón prototipos de las cosas  mismas y no sólo claves de experiencias posibles, como las categorías.  Según su opinión, son oriundas de la razón suprema, de la cual han  


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pasado a la razón humana; ésta no las encuentra ya en su primitivo  estado, sino que, con trabajo, ha de evocar de nuevo, por el recuerdo  (que se llama filosofía) las viejas ideas, ahora muy obscurecidas. No voy  a meterme en investigaciones literarias para decidir el sentido que el  sublime filósofo diera a su expresión. Solo haré observar que no es nada  extraordinario, ni en la conversación común, ni en los escritos, el  entender a un autor por el cotejo de los pensamientos que exterioriza  sobre su objeto, mejor que él mismo se entendió. En efecto el autor puede  no haber determinado bastante su concepto, hablando o aun pensando a  veces en contra de su propio propósito. 

     Platón advirtió muy bien que nuestra facultad de conocer siente una  necesidad mucho más elevada que la de 

sólo deletrear fenómenos, según  la unidad sintética, para poderlos leer como experiencia; y que nuestra  razón se encumbra naturalmente hasta conocimientos que van tan lejos,  que cualquier objeto que la experiencia pueda ofrecer, nunca puede  congruir con ellos; pero que no por eso dejan de tener su realidad y no  son meras ficciones. 

     Platón halló sus ideas de preferencia en todo lo que es práctico122, es  decir, en lo que se basa sobre la libertad, la cual a su vez se halla bajo  conocimientos que son un producto característico de la razón. El que  quisiera tomar de la experiencia los conceptos de la virtud; el que  quisiera convertir en modelo y fuente del conocimiento lo que en todo  caso sólo puede servir de ejemplo para una imperfecta explicación (cosa  que muchos han hecho realmente) haría de la virtud algo absurdo y  ambiguo, mudable según tiempo y circunstancias, inutilizable para regla  alguna. En cambio todos tenemos la convicción de que, si alguien nos es  presentado como modelo de virtud, el verdadero original se halla sin  embargo en nuestra propia cabeza y con él comparamos ese supuesto  modelo, y según esa comparación lo apreciamos. Tal es en efecto la idea  de la virtud, respecto de la cual todos los objetos posibles de la  experiencia sirven, sí, de ejemplos (que prueban que, puede hacerse, en  cierto grado, lo que ordena el concepto de la razón pero no de  prototipos. El hecho de que nunca un hombre pueda obrar  adecuadamente a lo que contiene la idea pura de la virtud, no demuestra  que este pensamiento sea quimérico. Pues todo juicio sobre el valor o no  valor moral es posible exclusivamente por esa idea; por lo tanto sirve 

                                                             

122 Cierto que extendió su concepto también a los conocimientos especulativos, si son puros y 

dados claramente a priori, e incluso hasta a la matemática, aunque ésta no encuentra su objeto  más que en la experiencia posible. En esto no puedo seguirlo, como tampoco en la deducción  mística de esas ideas o en las exageraciones, por las cuales las hypostasió, por decirlo así; aun  cuando el elevado lenguaje de que hizo uso en este campo, admite muy bien una  interpretación más suave y acomodada a la naturaleza de las cosas.  


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necesariamente esa idea de base a toda aproximación a la perfección  moral, por mucho que puedan tenernos alejados de ella los obstáculos  (que no hemos de determinar en su grado) de la naturaleza humana. 

 La República de Platón se ha hecho proverbial como ejemplo  contundente de perfección ensoñada, que no puede tener asiento más  que en el cerebro del pensador ocioso; y Brucker encuentra ridículo que el  filósofo sostenga que nunca regirá

 bien un príncipe, si no participa de las  ideas. Pero mejor fuera proseguir este pensamiento y ponerlo en nueva  luz (ya que el gran filósofo nos ha dejado desamparados) por medio de  un nuevo esfuerzo, antes que arrinconarlo como inútil, bajo

 el miserable  y nocivo pretexto de que no puede llevarse a cabo. Una constitución de  la máxima libertad humana, según leyes, que hagan que la libertad de cada  cual pueda coexistir con la de los demás (no de la máxima felicidad, pues esa  seguirá ya de suyo) es 

al menos una idea necesaria, que hay que poner a  la base, no sólo del primer bosquejo de una constitución política, sino de  todas las leyes. Y en esto hay que hacer abstracción, desde un principio,  de los obstáculos actuales, que acaso no pro

vengan inevitablemente de la  naturaleza humana, sino más bien del menosprecio de las ideas  auténticas en la legislación. Pues nada puede haber más dañoso e  indigno de un filósofo, que la plebeya apelación a una supuesta  experiencia contradictoria, que no existiría, si se hubieran establecido a  tiempo esas instituciones, según las ideas, y sí conceptos groseros,  precisamente por haber sido tomados de la experiencia, no hubieran, en  vez de eso, aniquilado todo buen propósito. Cuanto más concordantes  con esa idea fueran la legislación y el gobierno, tanto más raras serían las  penas; y entonces es muy razonable pensar (como afirma Platón) que, en  una ordenación perfecta de la legislación y del gobierno, no serían  necesarias las penas. Aun cuando esto último nunca puede realizarse, sin  embargo es muy exacta la idea que establece como prototipo ese  maximum, para acercar cada vez más, según ella, la constitución jurídica  de los hombres a la mayor posible perfección. Pues cual pueda ser el  grado máximo en que la humanidad haya de detenerse, y cuán amplia la  distancia que necesariamente haya de quedar entre la idea y su  realización, nadie puede ni debe determinarlo precisamente; porque es  libertad, la cual puede franquear cualquier límite indicado. 

 Pero no sólo en aquello, en que la razón humana demuestra  verdadera causalidad y en que las ideas se hacen causas eficientes (de las  acciones y sus objetos), a saber: en lo moral, sino también en la  naturaleza misma ve Platón, con razón, claras pruebas de que ésta se  origina en las ideas. Una planta, un animal, la regular ordenación del  universo (y probablemente también todo el orden natural) muestran  


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claramente que sólo son posibles según ideas, que si bien ninguna  criatura

 singular, bajo las condiciones particulares de su existencia, es  congruente con la idea de la perfección de su especie (como tampoco el  hombre lo es con la idea de la humanidad, que lleva él mismo en su  alma, como prototipo de sus acciones) esas ideas, sin embargo, están en  el entendimiento supremo determinadas singular, inmutable y  universalmente y son las causas originarias de las cosas y sólo el todo del  enlace de las cosas en el universo es lo plenamente adecuado a esa idea.  Si se prescinde de lo exagerado de la expresión, el vuelo espiritual del  filósofo, el ascender en el orden del mundo, desde la consideración de lo  físico como mera copia, hasta el enlace arquitectónico del mismo, según  fines, es decir, según ideas, constituye un esfuerzo que merece ser  respetado y continuado. Con respecto a los principios de la moralidad,  de la legislación y de la religión, en donde las ideas son las que hacen  posible la experiencia misma (del bien), aun cuando nunca pueden ser en  ella enteramente expresadas, ese vuelo filosófico es un mérito muy  peculiar que, si no se reconoce, es porque se juzga precisamente por esas  reglas empíricas, cuya validez como principios hubiera debido ser  aniquilada por las ideas. Pues en lo que se refiere a la naturaleza, la  experiencia nos da la regla y es la fuente de la verdad; pero respecto de  las leyes morales, la experiencia (desgraciadamente) es madre del  engaño y es muy reprensible tomar las leyes acerca de lo que se debe  hacer (o limitarlas) atendiendo a lo que se hace. 

 En lugar de estas consideraciones, cuyo conveniente desarrollo  constituye en realidad la dignidad propia de la filosofía, ocupémonos  ahora en una labor no tan brillante, pero tampoco desprovista de mérito,  la labor que consiste en igualar el terreno y prepararlo para esos  majestuosos edificios morales. En se terreno encuéntrase toda suerte de  topilleras, cavadas por la razón, con buena pero vana confianza, para ir  en busca de los recónditos tesoros y que hacen inseguro aquel edificio.  Lo que ahora nos incumbe es, pues, conocer exactamente el uso  transcendental de la razón pura, sus principios y sus ideas, para poder  determinar y apreciar como conviene el influjo de la razón pura y su  valor. Pero antes de acabar esta introducción previa, ruego a todos los  que tengan amor a la filosofía (que se recomienda mucho y se practica  poco) que, si se hallan convencidos por esto y por lo que sigue, tomen  bajo su protección la expresión idea, en su sentido primitivo, para que no  caiga, en adelante, entre las demás expresiones con que comúnmente se  señalan toda suerte de representaciones, en descuidado desorden, y que  la ciencia no sufra con ello menoscabo. No carecemos ciertamente de  denominaciones adecuadas y convenientes a cada especie de  


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representación, sin tener necesidad de invadir la propiedad de otra. He  aquí una clasificación de las mismas. Representación en general  (repraesentatio) es el género. Bajo ella se encuentra la representación con  conciencia (perceptio). Una percepción que se refiere simplemente al sujeto  como modificación del estado de éste, es sensación (sensatio). Una  percepción objetiva es conocimiento (cognitio). El conocimiento es o  intuición o concepto (intuitus vel conceptus). La intuición se refiere  inmediatamente al objeto y es singular; el concepto se refiere  mediatamente al objeto, por medio de una característica, que puede ser  común a varias cosas. El concepto es o concepto empírico o concepto puro; y  el concepto puro, por cuanto sólo en el entendimiento tiene su origen (no  en la imagen pura de la sensibilidad) se llama notio. Un concepto  compuesto de nociones, que exceda la posibilidad de la experiencia, es la  idea, o concepto de razón. Para quien se haya acostumbrado a esta  distinción, debe ser insoportable oír llamar idea a la representación del  color rojo. Ni siquiera puede esta llamarse noción (concepto del  entendimiento). 

 

 

 

SEGUNDA SECCIÓN 

De las ideas transcendentales 

 

 

 La Analítica transcendental nos dio un ejemplo de cómo la mera  forma lógica de nuestro conocimiento puede contener el origen de  conceptos puros a priori que antes de toda experiencia representan  objetos o más bien indican la unidad sintética, que es la sola que hace  posible un conocimiento empírico de objetos. La forma de los juicios  (convertida en un concepto de la síntesis de las intuiciones) produjo  categorías, que dirigen todo el uso del entendimiento en la experiencia.  De igual modo, podemos esperar que la forma de los raciocinios, cuando  sea aplicada a la unidad sintética de las intuiciones, según indicación de  las categorías, contendrá el origen de ciertos conceptos particulares a  priori, que podemos llamar conceptos puros de la razón o ideas  transcendentales, y que determinarán según principios el uso del  entendimiento, en el todo de la experiencia completa. 

 La función de la razón, en sus conclusiones, consistía en la  universalidad del conocimiento por conceptos, y el raciocinio mismo es  un juicio, que es determinado a priori en toda la extensión de su  condición. La proposición «Cayo es mortal» podría tomarse sólo de la  


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experiencia por el entendimiento. Pero busco un concepto que contenga  l

a condición bajo la cual el predicado (la aserción en general) de ese  juicio es dado (es decir, en este caso el concepto de hombre); y después  de haber subsumido bajo esta condición, tomada en toda su extensión  (todos los hombres son mortales), determino según ella el conocimiento  de mi objeto (Cayo es mortal). 

 Según esto en la conclusión de un raciocinio, restringimos un  predicado a un cierto objeto, después de haberlo pensado antes, en la  mayor, en toda su extensión, bajo una cierta condición. Esta perfecta  magnitud de la extensión, en relación con una condición semejante,  llámase universalidad (universalitas). A esta corresponde en la síntesis de  las intuiciones la totalidad (universitas) de las condiciones. Así pues, el  concepto transcendental de razón no es otro que el de la totalidad de las  condiciones para un condicionado dado. Ahora bien, como sólo lo  incondicionado hace posible la totalidad de las condiciones y,  recíprocamente, la totalidad de las condiciones es siempre ella misma  incondicionada, así el concepto puro de razón, en general, puede ser  definido por el concepto de lo incondicionado, por cuanto contiene un  fundamento de la síntesis de lo condicionado. 

 Cuantas especies de relaciones haya, representadas por el  entendimiento mediante las categorías, otros tantos conceptos puros de  razón habrá. Habrá pues que buscar primero: un incondicionado de la  síntesis categórica en un sujeto; segundo: de la síntesis hipotética de los  miembros de una serie; y tercero: de la síntesis disyuntiva de las partes en  un sistema. 

 Así pues, hay otras tantas especies de raciocinios, cada uno de los  cuales progresa hasta lo incondicionado por medio de prosilogismos;  una llegará al sujeto que ya no es predicado; la otra a la suposición que  ya no supone nada más; y la tercera a un agregado de los miembros de la  división, al cual nada más es exigido para terminar 

la división de un  concepto. Por eso los conceptos puros de razón, que comprenden la  totalidad en la síntesis de las condiciones, son -por lo menos como  problemas y para proseguir la unidad del entendimiento en lo posible  hasta lo incondicionado- necesarios y fundados en la naturaleza de la  razón humana, aunque por lo demás falte a esos conceptos  transcendentales un uso adecuado in concreto, y no tengan por tanto otra  utilidad que la de empujar al entendimiento en una dirección en donde  su uso, al ampliarse lo más posible, se hace al mismo tiempo concordante  por completo consigo mismo. 

 Pero al hablar aquí de la totalidad de las condiciones y de lo  incondicionado, como título común a todos los conceptos de la razón,  


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tropezamos de nuevo con una expresión, de que no podemos prescindir,  y que, sin embargo, no podemos emplear con seguridad, por una  ambigüedad que un largo uso defectuoso le ha hecho contraer. La  palabra absoluto es una de las pocas palabras que, en su primitiva  significación, han sido adecuadas a un concepto, con el cual ninguna otra  palabra de la misma lengua conviene exactamente, y cuya pérdida o, lo  que es lo mismo, cuyo uso vacilante lleva consigo la pérdida del  concepto mismo, concepto, por cierto, que, por cuanto ocupa mucho la  razón, no puede quedar abandonado, sin gran perjuicio para los juicios  transcendentales. La palabra absoluto se usa ahora mucho para expresar  tan sólo que algo se aplica a una cosa considerada en sí misma y por tanto  interiormente. En este sentido, absolutamente posible significaría

 lo que es  posible en sí mismo (interne) lo cual en realidad es lo menos que puede  decirse de un objeto. En cambio, también suele usarse, para expresar que

  algo es valedero en todos sentidos (ilimitadamente, por ejemplo: el poder  absoluto) y, en esta significación los términos absolutamente posible  significarían aquello que es posible en todos sentidos, en toda relación, lo  cual a su vez es lo más que puede decirse de la posibilidad de una cosa.  Ahora bien, estas significaciones convienen diversamente una con otra.  Así, por ejemplo, lo que internamente es imposible, lo es en todos  sentidos y por ende es absolutamente imposible. Pero en la mayor parte  de los casos, son infinitamente lejanas una de otra y yo no puedo en  modo alguno inferir que, porque algo sea en sí mismo posible, lo sea  también en todos sentidos y, por tanto, en absoluto. Es más; de la  necesidad absoluta mostraré más adelante que en ningún modo depende  siempre de la interior, y que por tanto no puede considerarse que  significa lo mismo que ésta. Aquello, cuyo opuesto es interiormente  imposible, es algo cuyo opuesto es desde luego también imposible en  todos sentidos, y por lo tanto es ello mismo absolutamente necesario;  pero no puedo inferir recíprocamente que lo que sea absolutamente  necesario tenga un opuesto que sea interiormente imposible, es decir, que  la absoluta necesidad de las cosas sea una necesidad interior; pues en  ciertos casos esta necesidad interior es una expresión totalmente vacía,  con la cual no podemos enlazar el más mínimo concepto; en cambio, la  expresión de la necesidad de una cosa en todos sentidos (con respecto a  todo lo posible) lleva consigo muy particulares determinaciones. Como  la pérdida de un concepto de gran aplicación en la filosofía especulativa  no puede ser nunca indiferente al filósofo, espero que tampoco le será  indiferente la determinación y cuidadosa conservación de la expresión a  que adhiere el concepto.  


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     En esta más amplia significació

n usaré pues de la palabra absoluto, y la  opondré a lo que vale meramente en comparación o en un sentido  particular; pues este último está restringido a condiciones y aquél vale  sin restricción. 

 Ahora bien, el concepto transcendental de razón se refiere sólo a la  totalidad absoluta en la síntesis de las condiciones y nunca termina más  que en lo absolutamente incondicionado, es decir, en lo incondicionado  en todos sentidos. Pues la razón pura abandona todo al entendimiento,  que se refiere primero a los objetos de la intuición o más bien a su  síntesis en la imaginación. La razón conserva sólo para sí la totalidad  absoluta, en el uso de los conceptos del entendimiento, y trata de  conducir hasta lo absolutamente incondicionado la unidad sintética que  es pensada en la categoría. Por eso puede llamarse 

a aquella la unidad de  la razón de los fenómenos, así como a ésta (expresada por la categoría), la  unidad del entendimiento. Así la razón se refiere según esto sólo al uso del  entendimiento, y no por cuanto éste contiene el fundamento de la  experiencia posible (pues la totalidad absoluta de las condiciones no es  concepto utilizable en una experiencia, porque ninguna experiencia es  incondicionada) sino para prescribirle la dirección hacia una cierta  unidad, de la cual el entendimiento no tiene concepto alguno y que  tiende a comprender todas las acciones del entendimiento, con respecto a  cada objeto, en un todo absoluto. Por eso el uso objetivo de los conceptos  puros del entendimiento debe ser, por su naturaleza, siempre inmanente,  ya que se limita sólo a la experiencia posible. 

 Entiendo por idea un concepto necesario de razón, para el cual no  puede darse en los sentidos ningún objeto congruente. Así pues los  conceptos puros de razón, que ahora estamos examinando, son ideas  transcendentales. Son conceptos de la razón pura; pues consideran todo  conocimiento de experiencia como determinado por una absoluta  totalidad de condiciones. No son arbitrariamente fingidos, sino  propuestos por la naturaleza misma de la razón y se refieren, por tanto,  necesariamente, a todo el uso del entendimiento. Por último, son  transcendentes y superan los límites de toda experiencia, en la cual por  lo tanto nunca puede presentarse un objeto que sea adecuado a las ideas  transcendentales. Cuando se nombra una idea, dícese según el objeto  (como objeto del entendimiento puro) mucho; pero según el sujeto (es  decir, respecto de su realidad bajo condición empírica) muy poco,  precisamente porque, como concepto de un maximum, nunca puede  darse in concreto congruentemente. Ahora bien, como esto último es todo  lo que propiamente se propone el mero uso especulativo de la razón, y  como aproximarse a un concepto, si en la ejecución este nunca puede ser  


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alcanzado, es como fallarlo por completo, dícese de un concepto  semeja

nte que es sólo una idea. Así podría decirse: el todo absoluto de  todos los fenómenos es sólo una idea; pues como nunca podemos  bosquejar una imagen de ese todo, sigue siendo un problema sin solución.  En cambio, como en el uso práctico del entendimiento se trata solamente  de la ejecución según reglas, puede la idea de la razón práctica hacerse  siempre real, aunque dada sólo en parte in concreto. Y aun es la condición  indispensable de todo uso práctico de la razón. Su ejecución siempre es  limitada y defectuosa, pero no dentro de límites determinables; así pues  siempre bajo el influjo del concepto de una absoluta integridad. Según  esto, la idea práctica es siempre altamente fructífera, y necesaria sin  remedio con respeto o las acciones reales. En ella tiene la razón pura  incluso causalidad para producir realmente lo que su concepto contiene;  por eso no puede decirse de la sabiduría, con desprecio: es sólo una idea,  sino que precisamente por ser la idea de la unidad necesaria de todos los  fines posibles, debe servir de regla para todo lo práctico, como condición  originaria, al menos limitativa. 

     Aun cuando de los conceptos transcendentales de la razón debemos  decir: son sólo ideas, no por eso deberemos considerarlos como superfluos  y vanos. Pues aun cuando por medio de ellos ningún objeto puede ser  determinado, sin embargo pueden servir, en el fondo y sin notarse, al  entendimiento, como canon de su uso ampliado y uniforme; el  entendimiento no conoce por medio de ellos ningún objeto más que los  que conocería por sus propios conceptos, pero sin embargo va mejor  dirigido y más

 lejos en este conocimiento. Y no añadimos que acaso  hagan

 posible un tránsito de los conceptos de la naturaleza a los  prácticos y puedan proporcionar a las ideas morales mismas, de ese  modo, la solidez y la conexión con los conocimientos especulativos de la  razón. Sobre todo esto espérense explicaciones ulteriores. 

     Pero, conforme a nuestro propósito, dejemos aquí a un lado las ideas  prácticas y consideremos la razón sólo en su uso especulativo, y aún más  estrictamente, en su uso transcendental. Debemos seguir el mismo  camino que hemos seguido antes en la deducción de las categorías, es a  saber: atender a la forma lógica del conocimiento de razón y ver si la  razón acaso no será también así una fuente de conceptos para considerar,  respecto de una o de otra función de la razón, objetos en sí mismos como  determinados sintéticamente a priori. 

 La razón, considerada como la facultad de cierta forma lógica del  conocimiento, es la facultad de inferir, es decir, de juzgar mediatamente  (por medio de la subsunción de la condición de un juicio posible bajo la  condición de un juicio dado). El juicio dado es la regla universal (major).  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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La subsunción de la condición de otro juicio posible bajo la condición de  la 

regla, es la menor (minor). El juicio verdadero, que enuncia la aserción  de la regla en el caso subsumido, es la conclusión (conclusio). La regla, en  efecto, dice algo universal bajo una cierta condición. Ahora bien, en un  caso presente 

dáse la condición de la regla. Por lo tanto, aquello que valía  universalmente, bajo aquella condición, es considerado como válido  también en el caso presente (que lleva consigo esa condición). Se ve  fácilmente que la razón, por medio de acciones del entendimiento, que  constituyen una serie de condiciones, alcanza un conocimiento. A la  proposición: «todos los cuerpos son alterables», llego sólo comenzando  por el conocimiento más lejano: «todo lo compuesto es alterable»  (conocimiento que no ofrece aún el concepto de cuerpo, pero que ya  contiene la condición para ello), pasando luego de éste a otro más  cercano, que se halla bajo la condición de aquél: «los cuerpos son  compuestos», y terminando por último en un tercero, que enlaza el  conocimiento más lejano (alterable) con el presente: «luego los cuerpos  son alterables». En este caso he llegado a un conocimiento (conclusión), a  través de una serie de condiciones (premisas). Ahora bien, toda serie  cuyo exponente (del juicio categórico e hipotético) es dado, puede  prolongarse; por tanto, precisamente la misma acción de la razón  conduce a la ratiocinatio polysyllogistica, que es una serie de inferencias,  que puede prolongarse con amplitud indeterminada, ya sea por el lado  de las condiciones (per prosyllogismos), ya sea por el lado del  condicionado (per episyllogismos). 

     Pero pronto se ve que la cadena o serie de los prosilogismos, es decir,  de los conocimientos inferidos por el lado de los fundamentos o  condiciones para un conocimiento dado o, dicho con otras palabras:  pronto se ve que la serie ascendente de los raciocinios debe comportarse  de diferente modo para con la facultad de la razón, que la serie  descendente, o sea el progreso de la razón por el lado de lo  condicionado, mediante episyllogismos. Pues como en el primer caso el  conocimiento (conclusio) es dado como condicionado, no podemos llegar  a él, mediante la razón, a no ser que supongamos que están dados todos  los miembros de la serie por el lado de las condiciones (totalidad en la  serie de las premisas), pues sólo bajo esa suposición es posible el juicio a  priori en cambio, por el lado de lo condicionado o de las consecuencias,  es pensada sólo una serie que está siendo y que no es totalmente  presupuesta o dada; por tanto, es pensado sólo un progresó potencial. Por  eso, cuando un conocimiento es considerado como condicionado, está  obligada la razón a considerar la serie de las condiciones, en línea  ascendente, como completa y dada en su totalidad. Pero si ese mismo  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 236 

conocimiento es a la vez considerado como condición de otros  conocimientos, que

 constituyen entre sí una serie de consecuencias, en  línea descendente, puede a la razón serle indiferente cuan lejos este  proceso se extienda a parte posteriori y si es posible la totalidad de esta  serie, porque para la conclusión, que tiene ante sí, no necesita semejante  serie, ya que esa conclusión está asegurada y suficientemente  determinada por sus fundamentos a parte priori. Puede ser que por el  lado de las condiciones la serie de las premisas tenga un elemento  primero, como condición suprema, o no lo tenga y carezca pues de  límites a parte priori; sin embargo debe contener totalidad de la  condición, aun supuesto que nunca podamos conseguir aprehenderla; y  toda la serie debe ser, sin condición, verdadera, si ha de valer como  verdadero lo condicionado que se considera como consecuencia  producida en esa serie. Ésta es una exigencia de la razón, que determina  su conocimiento como a priori y lo enuncia como necesario, ora en sí  mismo, y entonces no necesita fundamentos, ora deducido, como  miembro de una serie de fundamentos, serie que a su vez es verdadera  incondicionalmente. 

 

TERCERA SECCIÓN 

Sistema de las ideas trascendentales 

 

 

 Tratamos aquí no de una dialéctica lógica, que hace abstracción de  todo contenido del conocimiento y solamente descubre la falsa ilusión en  la forma de los raciocinios, sino de una lógica transcendental, que debe  contener enteramente a priori el origen de ciertos conocimientos por  razón pura, y de ciertos conceptos inferidos, cuyo objeto no puede ser  empíricamente dado y que yacen pues enteramente fuera de la facultad  del entendimiento puro. Por la relación natural que el uso transcendental  de nuestro conocimiento debe tener con el lógico, tanto en las inferencias  como en los juicios, hemos reconocido que solo habrá tres especies de  inferencias dialécticas, que se refieren a las tres especies de inferencias  por las cuales la razón puede desde los principios llegar a conocimientos,  y que la tarea de la razón es elevarse desde la síntesis condicionada, a la  cual el entendimiento siempre está atado, a la incondicionada que éste  nunca puede alcanzar. 

 Ahora bien, lo universal de toda relación en que pueden estar  nuestras representaciones, es: 1º., la relación con el sujeto; 2º., la relación  con los objetos, ya sean fenómenos o ya objetos del pensamiento en  general. Si esta subdivisión se enlaza con la división anterior, resulta que  


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 237 

toda relación de representaciones, de la cual podemos hacernos o un  concepto

 o una idea, se reparte en tres: 1º., la relación con el sujeto; 2º., la  relación con lo múltiple del objeto en el fenómeno; 3º., la relación con  todas las cosas en general. 

 Todos los conceptos puros en general tienen que ver con la unidad  sintética de las representaciones; pero los conceptos de la razón pura  (ideas transcendentales) tienen que ver con la unidad sintética  incondicionada de todas las condiciones en general. Por consiguiente  podrán reducirse a tres clases todas las ideas transcendentales. La primera  contendrá la unidad absoluta (incondicionada) del sujeto pensante; la  segunda, la unidad absoluta de la serie de las condiciones del fenómeno; y la  tercera, la unidad absoluta de la condición de todos los objetos del pensamiento  en general. 

     El sujeto pensante es el objeto de la psicología. El conjunto de todos los  fenómenos (el mundo) es el objeto de la cosmología. La cosa que contiene  la condición suprema de la posibilidad de todo cuanto puede ser  pensado (el ser de todos los seres) es el objeto de la teología. Así la razón  pura da la idea para una doctrina transcendental del alma (psychologia  rationalis), para una ciencia transcendental del mundo (cosmologia  rationalis) y finalmente también para un conocimiento transcendental de  Dios (theologia transcendentalis). Y aun el mero bosquejo de una u otra de  estas ciencias no proviene del entendimiento, aun cuando éste estuviera  enlazado con el más alto uso lógico de la razón, es decir, con todos los  raciocinios pensables, para progresar desde uno de sus objetos  (fenómenos) a todos los demás, incluso los más alejados miembros de la  síntesis empírica, sino que es solamente un puro y legítimo producto o  problema de la razón pura. 

 En el próximo capítulo se expondrán íntegramente los modos de los  conceptos puros de la razón, comprendidos bajo esos tres títulos de todas  las ideas transcendentales. Siguen el hilo de las categorías. Pues la razón  pu

ra nunca se refiere directamente a objetos, sino a los conceptos  intelectuales (o del entendimiento) de esos objetos. Así mismo se verá  claramente, en el desarrollo completo, que la razón debe llegar  necesariamente al concepto de la absoluta unidad del sujeto pensante,  mediante el uso sintético de la misma función que usa para el raciocinio  categórico; que el procedimiento lógico, en el raciocinio hipotético, debe  necesariamente llevar consigo la idea de lo absolutamente  incondicionado en una serie de condiciones dadas, y por último que la  mera forma del raciocinio disyuntivo debe necesariamente llevar consigo  el supremo concepto de la razón, el concepto de un ser de todos los seres;  pensamiento que a primera vista parece ser sumamente paradógico.  


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 238 

 De estas ideas transcendentales no es posible propiamente una  deducción objetiva, como la que hemos podido dar de las categorías. Pues  en realidad no tienen referencia alguna a un objeto que pueda ser dado  congruente con ellas, precisamente porque sólo son ideas. Pero una  derivación subjetiva, sacada de la naturaleza de nuestra razón, esa si  podíamos emprenderla y ha sido realizada en el presente capítulo. 

     Se ve fácilmente que la razón pura no tiene más propósito que el de la  absoluta totalidad de la síntesis por el lado de las condiciones (sean de  inherencia, de dependencia o de concurrencia) y que no tiene nada que  hacer con la absoluta integridad por el lado de lo condicionado. Pues sólo  necesita aquella para suponer toda la serie de las condiciones y darla así  a priori al entendimiento. Pero si existe una condición da

da  completamente (e incondicionalmente), no hace falta ya un concepto

 de  la razón, con respecto a la progresión de la serie; pues el entendimiento  por sí mismo da todos los pasos hacia abajo, de la condición a lo  condicionado. De esta suerte, las ideas transcendentales sirven sólo para  ascender en la serie de condiciones hasta lo incondicionado, es decir,  hasta los principios. Con respecto a descender hacia lo condicionado, hay  ciertamente un amplio uso que nuestra razón hace de las leyes del  entendimiento pero no es un uso transcendental, y si nos hacemos una  idea de la absoluta totalidad de semejante síntesis (del progressus), por  ejemplo de toda la serie de las futuras alteraciones del mundo, es esto un  ente de razón (ens rationis), pensado arbitrariamente y no supuesto  necesariamente por la razón. Pues para la posibilidad de lo condicionado  se supone ciertamente la totalidad de sus condiciones, pero no las de sus  consecuencias. Por consiguiente, ese concepto no es una idea  transcendental, que es la que únicamente aquí nos ocupa. 

 Por último se advierte también que entra las mismas ideas  transcendentales resplandece cierta conexión y unidad, y que la razón  pura, por medio de ellas, reduce a sistema todos sus conocimientos.  Pasar del conocimiento de sí mismo (del alma) al conocimiento del  mundo y, por medio de éste, al del ser primero, es un progreso tan  natural que parece semejante al progreso lógico de la razón cuando pasa  de las premisas a la conclusión123. ¿Hay aquí realmente oculto en el 

                                                             

123  La metafísica tiene por objeto propio de su investigación sólo tres ideas: Dios, libertad e  inmortalidad; de tal suerte que el segundo concepto, enlazado con el primero, debe conducir  al tercero, como conclusión necesaria. Todo aquello de que además se ocupa esa ciencia, le  sirve sólo como medio para llegar a esas ideas y a su realidad. Las necesita, no para la ciencia  de la naturaleza, sino para salir de la naturaleza. El conocimiento de esas ideas haría  depender la teología, la moral y, por el enlace de ambas, la religión, supremos fines de nuestra  existencia, de la mera facultad especulativa de la razón, y nada más. En una representación  sistemática de esas ideas, el orden citado sería el más adecuado, por ser el orden sintético;  pero en la elaboración que necesariamente debe precederle, el orden analítico, que invierte el  


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fondo un parentesco de la misma especie que el que existe entre el  pr

oceder lógico y el transcendental? Ésta es una de las cuestiones, cuya  respuesta hay que esperar en la continuación de estas investigaciones.  Por ahora hemos alcanzado nuestro fin, ya que los conceptos  transcendentales de la razón, que andan comúnmente mezclados en las  teorías de los filósofos sin que éstos los distingan siquiera  convenientemente de los conceptos del entendimiento, los hemos podido  sacar de esa equívoca situación, hemos podido indicar su origen y, por  ahí, al mismo tiempo su número determinado, sobre el cual no puede  haber ninguno más, y representarlos en una conexión sistemática, por  donde se ha demarcado y circunscrito un campo particular para la razón  pura. 

 

 

 

                                                                                                                                                                                              

sintético, será más conforme al fin, ya que, para realizar nuestro plan general, pasamos de lo  que la experiencia nos proporciona inmediatamente o sea la doctrina del alma, a la doctrina del  mundo y de ésta al conocimiento de Dios. (Esta nota fue añadida por Kant en la segunda  edición).  


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Libro segundo 

De los raciocinios dialécticos de la razón pura 

 

 

     Puede decirse que el objeto de una mera idea transcendental es algo  de que no se tiene concepto, aun cuando dicha idea ha sido producida  necesariamente en la razón, según sus leyes originarias. Pues en  realidad, de un objeto que debe ser adecuado a la exigencia de la razón  no es

 posible ningún concepto del entendimiento, es decir un concepto  que pueda ser mostrado en una experiencia posible y hecho intuible en  ella. Mejor y menos expuesta a malas inteligencias sería la expresión que  dijera: que nosotros no podemos tener del objeto, que corresponde a una  idea, ningún conocimiento, aunque sí un concepto problemático. 

     Ahora bien, por lo menos la realidad transcendental (subjetiva) de los  conceptos puros de la razón se, funda en que, por un raciocinio  necesario, somos conducidos a esas ideas. Así pues, habrá raciocinios  que no contengan premisas empíricas y por medio de los cuales de algo  que conocemos inferimos alguna otra cosa, de que no tenemos ningún  concepto, y a la cual, sin embargo, por una ilusión inevitable, damos  realidad objetiva. Esos raciocinios, pues, por su resultado, merecen  llamarse más bien paralogismos que raciocinios; aun cuando por su  advenimiento podrían muy bien llevar este último nombre, pues no han  sido fingidos ni han nacido casualmente, sino que han sido originados en  la naturaleza de la razón. Son sofismas no de los hombres sino de la  razón pura misma, de los cuales ni el más sabio de los hombres podría  desasirse; acaso podrá, después de mucho esfuerzo, evitar el error, pero  de la ilusión que sin cesar le obsede y engaña, no puede librarse nunca  por completo. 

 De estos raciocinios dialécticos hay pues tres especies, tantas como  son las ideas a que conducen sus conclusiones. En el raciocinio de la  primera clase, infiero del concepto transcendental de sujeto, que no  contiene nada múltiple, la absoluta unidad de ese sujeto mismo, del cual,  de esta manera, no tengo ningún concepto. A este raciocinio dialecto le  daré el nombre de paralogismo transcendental. La segunda clase de  raciocinios sofísticos está dispuesta sobre el concepto transcendental de  la absoluta totalidad de la serie de las condiciones, para un fenómeno en  general dado; y de que tengo siempre un concepto contradictorio de la  incondicionada unidad sintética de la serie, en una parte, infiero la  exactitud de la unidad opuesta, de la cual, sin embargo, no tengo ningún  concepto. Al estado de la razón, en estos raciocinios dialécticos, daré el  


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nombre de antinomia de la razón pura. Por último, en la tercera especie de  raciocinios sofísticos, infiero de la totalidad de las condiciones para  pensar objetos en general, en cuanto pueden serme dados, la absoluta  unidad sintética de todas las condiciones de la posibilidad de las cosas en  general; es decir, de cosas que no conozco, según su mero concepto  transcendental, infiero un ser de todos los seres, que conozco menos aún  por un concepto transcendental y de cuya incondicionada necesidad no  me puedo formar ningún concepto. A este raciocinio llamaré ideal de la  razón pura. 

 

 

 

Primer capítulo 

De los paralogismos de la razón pura 

 

 

     El paralogismo lógico consiste en la falsedad de un raciocinio según la  forma, sea cual fuere su contenido. Pero un paralogismo transcendental  tiene un fundamento transcendental, para inferir falsamente según la  forma. De este modo, esta conclusión falsa tendrá su fundamento en la  naturaleza de la razón humana y llevará consigo una ilusión inevitable,  si bien no insoluble. 

     Ahora llegamos a un concepto, que no fue anotado arriba en la lista  general de los conceptos transcendentales y sin embargo debe ser  contado entre ellos, sin, por eso, alterar en lo más mínimo aquella tabla y  declararla defectuosa. Éste es el concepto o, si prefiere, el juicio: «yo  pienso». Pero pronto se ve que éste es el vehículo de todos los conceptos  en general y, por lo tanto, también de los transcendentales; y que, por  ende, siempre está comprendido entre éstos y es por ello igualmente  transcendental, mas no puede tener un título particular, porque sólo  sirve para exponer todo pensamiento como perteneciente a la conciencia.  Pero por muy puro de elementos empíricos (impresiones de los sentidos)  que sea, sirve sin embargo para distinguir dos especies de objetos en la  naturaleza de nuestra facultad de representación. Yo, como pensante, soy  un objeto del sentido interior y me llamo alma. Aquello que es un objeto  de los sentidos externos, llámase cuerpo. Por ende la expresión «yo»,  como ser pensante, significa ya el objeto de la psicología, la cual puede  llamarse doctrina racional del alma, si no aspiro a saber acerca del alma  nada más que lo que pueda inferirse, independientemente de toda  experiencia (que me determina más de cerca e in concreto) de ese  concepto yo, en cuanto se presenta en todo pensamiento.  


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     La doctrina racional del alma es empero realmente una empresa de esa  clase. Pues si el más mínimo elemento empírico de mi pensamiento, si  alguna percepción particular de mi estado interior se mezclase entre los  fundamentos de conocimiento, que tiene esa ciencia, ya no sería doctrina  racional, sino empírica del alma. Tenemos pues ante nosotros una  supuesta ciencia, que se ha construido sobre la única proposición: «yo  pienso» y cuyo fundamento -o cuya falta de fundamento-

 podemos  investigar aquí muy a propósito y de acuerdo con la naturaleza de una  filosofía transcendental. No hay que detenerse ante la dificultad que dice  que en esa proposición (que expresa la percepción de uno mismo) tengo  una experiencia interna y que, por tanto, la doctrina racional del alma,  edificada sobre ella, no es nunca pura, sino fundada en parte sobre un  principio empírico. Pues esa percepción interior no es nada más que la  mera apercepción: «Yo pienso», que es la que hace posibles todos los  conceptos transcendentales, que dicen: «Yo pienso la substancia, la  causa, etc...» Pues la experiencia interna en general y su posibilidad, o la  percepción en general y su relación con otra percepción, sin que sea dada  empíricamente ninguna particular distinción y determinación de las  mismas, no puede considerarse como conocimiento empírico, sino que  debe considerarse como conocimiento de lo empírico en general, y  pertenece a la investigación de la posibilidad de toda experiencia, la cual  en todo caso es transcendental. El más mínimo objeto de percepción  (como v. g. sólo placer o dolor) que viniera a añadirse a la representación  en general de la consciencia de uno mismo, transformarla de seguida la  psicología racional en empírica. 

     «Yo pienso», es pues el único texto de la psicología racional. De él debe  ésta desenvolver todo su saber. Se ve fácilmente que ese pensamiento, si  ha de ser referido a un objeto (a mí mismo) no puede contener otra cosa  que predicados transcendentales de ese objeto, porque el más mínimo  predicado empírico macularía la pureza racional y la independencia de  la ciencia respecto de toda experiencia. 

     Aquí empero tendremos que seguir meramente el hilo conductor de  las categorías; sólo que como aquí es primeramente dada, una cosa -yo,  como ser pensante- no alteraremos sin duda el orden anterior de las  categorías, tal como fue representado en su tabla, pero sin embargo  comenzar

emos aquí por la categoría de la substancia, por donde una  cosa en sí misma es representada, y seguiremos la serie hacia atrás. La  tópica de la doctrina racional del alma, de donde debe deducirse todo lo  demás que ésta pueda contener, es por tanto la siguiente: 

 

  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 243 

 1 

El alma es  substancia124. 

 

 2 

Es, 

según  su 

cualidad,  simple. 

 3 

Es, según los diferentes  tiempos en que existe,  numéricamente idéntica, es  decir, es unidad (no  pluralidad) 

 

 4 

En relación está  con los posibles  objetos en el  espacio125. 

 

 

 

     De estos elementos nacen todos los conceptos de la doctrina pura del  alma, por simple composición, sin conocer en lo más mínimo otro  principio. Esta substancia, meramente como objeto del sentido interior,  da el concepto de la inmaterialidad; como substancia simple da el de la  incorruptibilidad; la identidad de la misma como substancia intelectual da  la personalidad, estas tres cosas juntas hacen la espiritualidad; la relación  con los objetos en el espacio da el comercio con cuerpos; por tanto,  represéntase la substancia pensante como el principio de la vida en la  materia, es decir, como alma (anima) y como el fundamento de la  animalidad, ésta está limitada por la espiritualidad: inmortalidad. 

 A esto empero se refieren cuatro paralogismos de una doctrina  transcendental del alma, que es falsamente tenida por una ciencia de la  razón pura acerca de la naturaleza de nuestro ser pensante. Como  fundamento de esa ciencia no podemos empero poner nada más que la  representación «YO», representación simple y enteramente vacía por sí  misma de contenido y de la cual ni siquiera puede decirse que es un  concepto, sino una mera conciencia, que acompaña a todos los conceptos. 

                                                             

124 En los papeles de Kant, se encuentra corregido de esta manera: «El alma existe como  substancia». Véase Erdmann, Nachträge. (N. del T.) 

125 El lector que por estas expresiones, en su transcendental abstracción, no descubriera  fácilmente el sentido psicológico de las mismas y por qué el último atributo del alma  pertenece a la categoría de la existencia, lo hallará en lo que sigue bastante aclarado y  justificado. Por lo demás, en lo que se refiere a los términos latinos que se han deslizado en  lugar de los equivalentes alemanes, contra el buen gusto del estilo (tanto en esta parte como  en toda la obra), he de decir, para disculparme, que he preferido restar agrado al lenguaje  que dificultar el uso didáctico con la menor incomprensibilidad.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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Por ese YO, o ÉL, o ELLO (la cosa) que piensa, nada es representado,  sino un sujeto transcendental de los pensamientos = x, el cual sólo es  conocido por los pensamientos que son sus predicados y del cual  separadamente nunca podemos tener el más mínimo concepto; damos  sin cesar vueltas alrededor suyo, puesto que para juzgar algo acerca de él  tenemos siempre que usar ya de su representación; ésta es una  incomodidad, que es inseparable de él, porque la conciencia en sí no es  tanto una representación distintiva de un objeto particular, como una  forma de la representación en general, en cuanto ésta debe llamarse  conocimiento; pues de ella sólo puedo decir que por ella pienso algo. 

     Pero debe parecer extraño, al comienzo, que la condición bajo la cual  yo pienso en general y que es por lo tanto sólo una constitución de mi  sujeto, haya de ser valedera al mismo tiempo para todo lo que piensa y  que podamos preciarnos de fundar sobr

e una proposición, que parece  empírica, un juicio apodíctico y universal, a saber: que todo lo que piensa  está constituido como lo manifiesta en mí la expresión de la conciencia  de mí mismo. La causa de esto está en que debemos necesariamente  atribuir a las cosas a priori todas las propiedades que constituyen las  condiciones bajo las cuales las pensamos. Ahora bien, de un ser pensante  no puedo tener la menor representación por medio de la experiencia  externa y sí sólo por medio de la conciencia de mí mismo. Así pues,  semejantes objetos no son más que el traslado de esa mi conciencia a  otras cosas, las cuales sólo así son representadas como seres pensantes.  La proposición: «yo pienso» es tomada empero aquí solo  problemáticamente; no en cuanto pueda contener una percepción de una  existencia (el cogito, ergo sum, de Descartes) sino según su mera  posibilidad, para ver qué propiedades pueden fluir de esa tan simple  proposición en el sujeto de la misma (existan o no). 

 Si, como fundamento de nuestro puro conocimiento racional del ser  pensante en general, hubiera algo más que el cogito; si nos ayudáramos  también con observaciones sobre el juego de nuestros pensamientos y las  leyes de la naturaleza que de aquí se derivan, originaríase una psicología  empírica, que sería una especie de fisiología del sentido interno y

 podría  quizá servir a explicar los fenómenos de este sentido, pero nunca a  descubrir propiedades que no pertenecen a la experiencia posible (como  las de lo simple) ni a enseñar apodícticamente acerca del ser pensante en  general algo que se refiera a su naturaleza; no sería pues una psicología  racional. 

 Ahora bien, como la proposición «yo pienso» (tomada  problemáticamente) contiene la forma de todo juicio del entendimiento  en general y acompaña a todas las categorías como vehículo de ellas, es  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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claro que las conclusiones sacadas de esa proposición no pueden  contener más que un uso meramente transcendental del entendimiento,  que excluye toda mezcla de experiencia y de cuyo progreso, según lo  dicho más arriba,

 no podemos hacernos de antemano ningún concepto  provechoso. Vamos pues a seguirlo por todos los predicamentos de la  doctrina pura del alma, con ojo crítico126; pero, con objeto de abreviar,  proseguiremos su examen en una conexión ininterrumpida. 

 Ante todo, la siguiente observación general puede aguzar nuestra  atención sobre esa especie de conclusión. No porque meramente pienso,  conozco un objeto; para conocer un objeto necesito determinar una  intuición dada, en relación con la unidad de la conciencia, en la que  consiste todo pensamiento. Así pues, no me conozco a mí mismo por  tener conciencia de mí mismo como pensante; me conozco cuando tengo  conciencia de la intuición de mí mismo como determinada con respecto a  la función del pensar. Los modos de la conciencia de uno mismo, en el  pen

sar en sí, no son, por tanto, conceptos intelectuales de objetos  (categorías), sino meras funciones lógicas, que no dan a conocer ningún  objeto al pensamiento y, por ende, tampoco me dan a conocer a mí  mismo como objeto. No la conciencia del yo determinante, sino la del yo  determinable, es decir, de mi intuición interior (en cuanto lo múltiple de  ella puede ser enlazado conforme a la condición general de la unidad de  la apercepción en el pensar), es el objeto. 

     1º.   En todos los juicios soy siempre el sujeto determinante de aquella  relación que constituye el juicio. Pero la proposición siguiente: debe ser  válido que yo, el que piensa, pueda ser considerado en el pensamiento  siempre como sujeto y como algo que no se adhiere meramente al  pensamiento, según hace el predicado, es una proposición apodíctica

 y  aun idéntica. Pero no significa que yo, como objeto, sea un ser subsistente  por mí mismo, es decir, substancia. Esto último va muy lejos y exige, por  tanto, datos que no se hallan en el pensamiento, y acaso más (por cuanto  sólo considero lo pensante como tal) de lo que hallaré nunca (en el ser  pensante sólo como pensante). 

 2º. Que el yo de la apercepción, por consiguiente, es en todo  pensamiento un singular, que no puede ser disuelto en una pluralidad de  sujetos y, por tanto, señala un sujeto, lógico simple, es cosa implícita en  el concepto del pensar y, por consiguiente, es una proposición analítica.  Pero esto no significa que el yo pensante sea una substancia simple, lo  cual sería una proposición sintética. El concepto de la substancia se 

                                                             

126 A partir de aquí hasta la terminación del capítulo, pág. 308, la redacción de esta segunda  edición difiere mucho de la de la primera. Esta última se encontrará en el apéndice nº. II. (N.  del T.)  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 246 

refiere siempre a intuiciones que, en mí, no pueden ser más que sensibles  y, por lo tanto, están totalmente fuera del campo del entendimiento y de  su pensar; de éste, empero, propiamente se habla aquí tan sólo cuando se  dice que el yo en el pensar es simple. Fuera maravilloso que lo que tanta  precaución exige para distinguir, en lo expuesto por la intuición, lo que  sea substancia y aún más si ésta puede ser simple (como en las partes de  la materia), se dé aquí directamente, en la más pobre representación de  todas, como, por decirlo así, por una revelación. 

     3º.   La proposición que afirma la identidad de mí mismo, a pesar de  toda multiplicidad, de que tengo conciencia, está precisamente también  contenida en los conceptos mismos y, por lo tanto, es analítica. Pero esa  identidad del sujeto, del que puedo tener conciencia en todas sus  representaciones, no se refiere a la intuición del sujeto, por la cual es éste  dado como objeto; no puede, por tanto, significar tampoco la identidad  de su persona, entendiendo por ésta la conciencia de la identidad de su  propia substancia, como ser pensante, en todo cambio de los estados,  porque, para demostrarla, no bastaría el mero análisis de la proposición  «yo pienso», sino que harían falta diferentes juicios sintéticos, fundados  en la intuición dada. 

     4º.   «Yo distingo mi propia existencia, como ser pensante, de las otras  cosas fuera de mí (entre las cuales se halla mi cuerpo)». Ésta es también  una proposición analítica; pues otras cosas son cosas que yo pienso como  distintas de mí. Pero no sé por esto en modo alguno si esta conciencia de  mí mismo es posible sin cosas fuera de mí por las cuales me son dadas  representaciones y si yo puedo por tanto existir meramente como ser  pensante (sin ser hombre). 

     Así pues, el análisis de la conciencia de mí mismo, en el pensamiento  en general, no nos permite adelantar nada en el conocimiento de mí  mismo como objeto. La exposición lógica del pensamiento en general es  tomada falsamente por una determinación metafísica del objeto. 

 Un gran obstáculo, el único inclusive que vendría a estorbar toda  nuestra crítica, sería que hubiera posibilidad de demostrar a priori que  todos los seres pensantes son en sí substancias simples y, como tales (y  ésta es una consecuencia de la misma demostración) llevan consigo  indefectiblemente personalidad y tienen conciencia de su existencia  separada de toda materia. Pues con ello habríamos dado un paso fuera  del mundo de los sentidos, habríamos entrado en el campo de los  noúmenos y, entonces, nadie nos disputaría la facultad de extendernos en  ese campo, construir en él y tomar posesiones, según la buena estrella  favoreciese a cada uno. Efectivamente, la proposición: «todo ser  pensante, como tal, es substancia simple», es una proposición sintética a  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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priori, primero, porque se extiende más que el concepto sobre que se  funda y añade el modo de existencia al pensamiento en general; y  segundo, porque agrega a ese concepto un predicado

 (la simplicidad)  que no puede ser dado en ninguna experiencia. Pero entonces las  proposiciones sintéticas a priori no son solamente, como hemos  sostenido, posibles y admisibles respecto a objetos de experiencia  posible, como principios de la posibilidad de esta experiencia misma,  sino que pueden referirse a las cosas en general y en sí mismas. Esta  consecuencia, empero, pondría fin a toda esta crítica y permitiría  atenerse a lo antiguo. Mas el peligro no es aquí tan grande, si atendemos  detenidamente a la cosa. 

 En el proceder de la psicología racional hay un paralogismo, que  puede exponerse en el siguiente raciocinio: 

     Lo que no puede ser pensado más que como sujeto, no existe tampoco más que  como sujeto y es, por tanto, substancia. 

     Es así que un ser pensante, considerado sólo como tal, no puede ser pensado  más que como sujeto. 

     Luego no existe más que como tal sujeto, es decir, como substancia. 

     En la mayor se habla de un ser que puede ser pensado en general, en  toda relación y, consiguientemente, también tal como en la intuición  puede ser dado. En la menor, empero, se habla de ese mismo ser, en  cuanto se considera a sí mismo como sujeto, sólo en relación al  pensamiento y a la unidad de la conciencia, pero no al mismo tiempo en  relación a la intuición, por la cual es dado como objeto al pensamiento.  Por lo tanto, la conclusión es deducida per sophisma figurae dictionis, es  decir, mediante un falso raciocinio127. 

 Que esta reducción del famoso argumento a un paralogismo es del  todo exacta, se ve claramente, si recuerda la observación general a la  representación sistemática de los principios y la parte que trata de los  noúmenos, en donde fue demostrado que el concepto de una cosa, que  puede existir por sí misma como sujeto, pero no como mero predicado,  no lleva consigo ninguna realidad objetiva, es decir, que no se puede 

                                                             

127 El pensamiento, en ambas premisas, es tomado en muy diferente significación; en la  mayor, por cuanto se refiere a un objeto en general (por consiguiente por cuanto puede ser  dado en la intuición); en la menor, empero, por cuanto consiste en la relación con la  conciencia de sí mismo,

 en la cual no se piensa objeto alguno, sino que se representa la  referencia a sí mismo como sujeto (como forma del pensamiento). En la mayor se habla de  cosas que no pueden ser pensadas más que como sujetos; pero en la menor no se habla de  cosas, sino del pensamiento (ya que se hace abstracción de todo objeto) en el cual el yo sirve  siempre de sujeto de la conciencia. Por eso, en la conclusión, no puede deducirse: «yo no  puedo existir más que como sujeto»; sino sólo: «yo no puedo, en el pensamiento de mi  existencia, usarme más que como sujeto del juicio». Pero ésta es una proposición idéntica,  que no me descubre absolutamente nada sobre el modo de mi existencia.  


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 248 

saber si puede corresponderle algún objeto, ya que no se conoce la  posibilidad de semejante modo de existir, y por consiguiente, que no  proporciona absolutamente ningún conocimiento. Para que su concepto,  bajo el nombre de substancia, señale un objeto que puede ser dado y  llegue a un conocimiento, tiene que ponerse a su base una intuición  permanente, como condición imprescindible de la realidad objetiva de  un concepto, o sea aquello por lo cual tan sólo es el objeto dado. Mas en  la intuición interna no tenemos nada permanente, pues el yo es sólo la  conciencia de mi pensar. Así pues, si permanecemos en el solo pensar,  falta la necesaria condición para que nos apliquemos a nosotros mismos,  como seres pensantes, el concepto de substancia, o sea el de un sujeto,  existente por sí mismo; y la simplicidad de la substancia, unida con él,  desaparece también con la realidad objetiva de ese concepto y se  convierte en mera unidad lógica cualitativa de la conciencia de sí mismo,  en el pensar en general, sea el sujeto compuesto o no. 

 

 

 

Refutación de la prueba de la permanencia del alma,   dada por Mendelssohn 

 

 

 Este agudo filósofo advirtió pronto que los argumentos que suelen  darse para demostrar que el alma (supuesto que sea un ser simple) no  puede cesar de existir por descomposición, no son suficientes para el  propósito de asegurarle la necesaria duración, puesto que podría  admitirse que la existencia del alma cesa por extinción. En su Fedon trata  de librar al alma de esa extinción, que sería un verdadero  aniquilamiento, confiando en demostrar que un ser simple no puede  cesar de ser, pues como no puede ser disminuido y por lo tanto perder  poco a poco algo de su existencia, convirtiéndose paulatinamente en nada  (ya que no tiene partes, ni por ende pluralidad) resulta que, entre un  momento en que existe y el otro momento en que ya no existe, no habría  tiempo alguno, lo cual es imposible. -Pero no pensó que, aun admitiendo  esa naturaleza simple del alma, por la cual ésta no contiene multiplicidad  de partes unas fuera de otras ni, por tanto magnitud extensiva, sin  embargo no se le puede negar, como a ninguna cosa existente, magnitud  intensiva, es decir, un grado de realidad respecto de todas sus facultades  y aun en general de todo aquello que constituye la existencia. Este grado  de realidad puede disminuir, pasando por infinitos grados más  pequeños y así la supuesta substancia (la cosa, cuya permanencia por lo  


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demás no está asegurada) puede convertirse en nada, no ciertamente por  descomposición, pero sí por paulatino abandono (remissio) de sus fuerzas  (y por lo tanto por languidez, si me es permitido usar esta expresión).  Pues la conciencia misma, tiene siempre un grado, que siempre puede  disminuir128 y, por consiguiente también la facultad de tener conciencia  de sí mismo y así todas las demás facultades-. Así pues, la permanencia  del alma, como mero objeto del sentido interior, sigue sin ser demostrada  y es indemostrable, aun cuando su permanencia en la vida, en donde el  ser pensante (como hombre) es para sí mismo al mismo tiempo un objeto  de los sentidos exteriores, resulta clara por sí; pero con esto no se  satisface el psicólogo racional, que acomete la empresa de demostrar por  meros conceptos la absoluta permanencia del alma, incluso después de la  vida129. 

                                                             

128 La claridad no es, como dicen los lógicos, la conciencia de una representación; pues un 

cierto grado de conciencia, aunque no alcance, sin embargo, al recuerdo, debe encontrarse en  muchas representaciones obscuras, porque sin conciencia alguna no haríamos distinción en  el enlace de las representaciones obscuras, cosa que podemos hacer, sin embargo, en las  notas de muchos conceptos (como los de derecho y equidad) y que el músico hace cuando  reúne a la vez muchos sonidos en la fantasía. Una representación es clara cuando la  conciencia en ella llega a tener conciencia de la diferencia entre ella y otras. Si la conciencia llega  a distinguir, pero no a tener conciencia de la distinción, hay que llamar la representación aún  obscura. Así pues, hay infinitos grados en la conciencia, hasta su extinción. 

129 Aquellos que, para iniciar una nueva posibilidad, creen haber hecho lo suficiente,  asegurando que no se les puede señalar contradicción alguna en sus suposiciones (como son  todos aquellos que creen conocer la posibilidad del pensar, aún después de cesada la vida,  siendo así que sólo en las intuiciones empíricas en la vida humana hallan ejemplos del  pensamiento) pueden quedar sumidos en gran perplejidad por virtud de otras posibilidades  no más aventuradas. Así, por ejemplo, la posibilidad de dividir una substancia simple en  varias substancias y, recíprocamente, la conjunción (coalición) de varias en una simple. Pues  si bien la divisibilidad supone un compuesto, no exige, sin embargo, necesariamente, que sea  compuesto de substancias, sino sólo de grados (de las diversas facultades) de una y la misma  substancia. Así como podemos pensar todas las fuerzas y facultades del alma, incluso las de  la conciencia, como disminuidas hasta la mitad, de suerte que, sin embargo, quede  substancia, de igual modo podemos representarnos sin contradicción como conservada la  mitad extinta, aunque no en ella, sino fuera de ella; sólo que si allí todo lo que es real en el  alma y por ende tiene un grado, la existencia, pues, toda de alma, sin faltarle nada, ha sido  reducida a la mitad, aquí, fuera de ella, se habría originado una substancia particular. Pues la  pluralidad, que ha sido dividida, existía ya antes; pero no como pluralidad de substancias,  sino de toda realidad como quantum de la existencia en ella, y la unidad de la substancia era  sólo un modo de existir que sólo por esa división quedó transformado en una pluralidad de  subsistencia. Así podrían, a su vez, varias substancias simples congregarse en una, sin que  nada se perdiera, sino la pluralidad de subsistencia, conteniendo una el grado de realidad de  todas las demás juntas. Y acaso las substancias simples, que nos dan el fenómeno de una  materia, podrían (desde luego no por influjo mecánico o químico de unas sobre otras, pero sí  por un influjo desconocido de nosotros, del cual el primero sería sólo el fenómeno), por  medio de una división dinámica semejante de las almas de los padres, como magnitudes  intensivas, producir las almas de los hijos, recobrando aquellas su pérdida por coalición, con  nuevo material de la misma especie. Lejos de mí el intento de dar a estas fantasmagorías la  


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 Si ahora tomamos nuestras proposiciones anteriores en conexión  sintética -y así, como valederas para todos los seres pensantes, deben ser  tomadas en el sistema de la psicología racional-; si partiendo de la  categoría de relación, con la proposición: «todos los seres pensantes son,  como tales, substancias», recorremos hacia atrás la serie de las categorías,  hasta cerrar el círculo, tropezamos por último con la existencia de las  substancias, de cuya existencia no sólo tienen aquellas proposiciones  conciencia en este sistema, independientemente de cosas exteriores, sino  que (con respecto a la permanencia que pertenece necesariamente al  carácter de la substancia) pueden determinarla por sí mismas. De aquí se  sigue, empero, que el idealismo es inevitable en ese mismo sistema  racionalista, por lo menos el problemático; y si la existencia de cosas  exteriores no es exigible para la determinación de la de uno mismo en el  tiempo, aquella existencia es admitida inútilmente, sin poderse dar  nunca prueba de ella. 

 Si seguimos en cambio el proceder analítico, en donde el «yo pienso»,  como proposición que encierra ya en sí una existencia, está como dado y  por tanto la modalidad sirve de base, y lo analizamos para conocer su  contenido, para conocer si y cómo solamente por eso ese yo determina su  existencia en el tiempo o en el espacio, entonces las proposiciones de la  doctrina racional del alma comenzarían no por el concepto de un ser  pensante en general, sino por una realidad; y, del modo como esta  realidad es pensada, después de separado cuanto en ella es empírico, se  deduciría lo que conviene a un ser pensante en general. Así lo muestra la  tabla siguiente: 

 

 

 1º. 

Yo pienso. 

 

 2º.  Como 

sujeto. 

 3º. 

Como sujeto 

simple. 

 

                                                                                                                                                                                              

menor validez; los anteriores principios de la analítica nos han enseñado de sobra a no hacer  d

e las categorías (como la de substancia) más que un uso de experiencia. Pero si el  racionalista es bastante audaz para hacer de la mera facultad de pensar (sin ninguna  intuición permanente por la cual fuera dado un objeto) un ser subsistente por sí, sólo porque  la unidad de la apercepción en el pensar no le permite explicación alguna por composición,  ¿no sería mejor que confesase que no sabe explicar la posibilidad de una naturaleza  pensante? Y si eso hace el racionalista ¿por qué el materialista, aun cuando para sus  posibilidades no puede tampoco apoyarse en la experiencia, no ha de tener derecho a igual  audacia y a hacer un uso opuesto de su principio, conservando la unidad formal de la  experiencia?  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 251 

 4º. 

Como sujeto idéntico, 

en todo estado de mi  pensamiento. 

 

 

 

 Mas aquí, en la segunda proposición, no se determina si yo puedo  ex

istir y ser pensado como sujeto y no también como predicado de otro;  de donde resulta que el concepto de un sujeto es tomado aquí solo  lógicamente y queda sin determinar si debe entenderse por ello  substancia o no. Pero en la tercera proposición, la unidad absoluta de la  apercepción, el yo simple en la representación, al cual se refiere todo  enlace o toda separación que constituye el pensar, adquiere importancia  por sí, aun cuando nada he decidido aún acerca de la constitución del  sujeto o su subsistencia. La apercepción es algo real y su simplicidad  reside ya en su posibilidad. Ahora bien, en el espacio no hay nada real  que sea simple; pues los puntos (que constituyen lo único simple en el  espacio) son sólo límites, pero 

no algo que sirva para constituir, como  parte, el espacio. Así se sigue de aquí la imposibilidad de una definición  de mi constitución (como mero

 sujeto pensante) sacada de los  fundamentos del materialismo. Pero como mi existencia, en la primera  proposición, es considerada como dada, puesto que no dice: «todo ser  pensante existe» (lo cual significaría necesidad absoluta y por tanto diría  demasiado), sino sólo: «existo pensando», resulta que es empírica y  contiene la determinabilidad de mi existencia con respecto a mis  representaciones en el tiempo. Pero como a su vez para esto necesito algo  permanente, lo cual, en cuanto me pienso a mí mismo, no me es dado en  la intuición interna, resulta que el modo como yo existo, si como  substancia o como accidente, no puede ser determinado mediante esa  simple conciencia de mí mismo. Así pues, si el materialismo no conviene  como modo de explicación de mi existencia, el espiritualismo es de la  misma manera insuficiente y la conclusión es que de ninguna manera,  sea cual fuere, podemos conocer cosa alguna de la constitución de  nuestra alma, que se refiera a la posibilidad de su existencia en general  separada. 

 Y ¿cómo iba a ser posible pasar por encima de la experiencia,  mediante la

 unidad de la conciencia, que nosotros no conocemos más  que porque la necesitamos imprescindiblemente para la posibilidad de la  experiencia? ¿Cómo iba a ser posible extender nuestro conocimiento a la  naturaleza de todos los seres pensantes en general, por medio de la  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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proposición empírica: «yo pienso», proposición indeterminada con  respecto a toda especie de intuición? 

     No hay, pues, psicología racional como doctrina, que nos proporcione  un aumento del conocimiento de nosotros mismos. Solo existe como  disciplina, que

 pone a la razón especulativa en este campo límites  infranqueables; por una parte, para no echarse en brazos del  materialismo sin alma, y, por otra parte, para no perderse fantaseando en  el espiritualismo, sin fundamento para nosotros en la vida. Más bien nos  recuerda que debemos considerar esa negativa de nuestra razón a dar  respuesta satisfactoria a las curiosas preguntas acerca de lo que sucede  allende esta vida, como una advertencia de la misma, para que,  apartándonos de la estéril especulación transcendente acerca de nuestro  propio conocimiento, nos apliquemos al uso práctico lleno de riquezas;  éste, aun cuando siempre está dirigido a objetos de la experiencia, toma  sin embargo sus principios de algo más alto y determina la conducta  como si nuestro destino sobrepujase infinitamente la experiencia y por lo  tanto la vida. 

 Por todo esto se ve que la psicología racional debe su origen a un  simple malentendido. La unidad de la conciencia, que está a la base de  las categorías, es tomada aquí, por la intuición del sujeto, como objeto, y  la categoría de la substancia le es aplicada. Es empero sólo la unidad en  el pensar;

 por ella sola ningún objeto es dado y la categoría de la  substancia no puede por tanto serle aplicada, porque esta siempre  supone la intuición dada; ese sujeto por ende no puede ser conocido. El  sujeto de las categorías no puede, por el hecho de pensarlas, recibir de sí  mismo, como objeto de las categorías, un concepto; pues para pensar  éste, tendría que poner como base la conciencia pura de sí mismo, que es  precisamente lo que ha debido ser definido. Asimismo el sujeto, en el  cual tiene su fundamento originariamente la representación del tiempo,  no puede por ella determinar su propia existencia en el tiempo y, si esto  último no puede ser, tampoco puede tener lugar lo primero, como  determinación de sí mismo (en cuanto ser pensante en general) mediante  categorías130. 

                                                             

130 130.       El «yo pienso» es, como se ha dicho, una proposición empírica y contiene en sí la  proposición «yo existo». Mas no puedo decir: «todo lo que piensa existe», pues la propiedad  del pensar haría entonces de todos cuantos seres la posean, seres necesarios. Por eso mi  existencia no puede considerarse como deducida de la proposición: «yo pienso», como creía  Descartes (pues en ese caso tendría que precederle la proposición: «todo lo que piensa  existe»), sino que es idéntica con ella. Expresa una intuición empírica indeterminada, es  decir, una percepción (y demuestra, por tanto, sin embargo, que ya la sensación,  perteneciente por consiguiente a la sensibilidad, está a la base de esa proposición existencial)  pero precede a la experiencia, que debe determinar el objeto de la percepción, mediante la  categoría, con respecto al tiempo, y la existencia no es aquí todavía categoría alguna, puesto  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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 Así desaparece un conocimiento buscado allende los límites de la  experiencia posible y, sin embargo, perteneciente a lo que más interesa a  la humanidad. Es una esperanza fallida, si queremos deberla a la  filosofía especulativa. En esto, sin embargo, la severidad de la crítica, al  mostrar la imposibilidad de decir nada dogmáticamente acerca de un  objeto de la experiencia, más allá de los límites de la experiencia, hace a  la razón en ese su interés, un servicio no pequeño, poniéndola también a  cubierto de todas las posibles afirmaciones de lo contrario. Esto no puede  hacerse más que o bien demostrando apodícticamente una proposición, o  bien, si esto no se hace con éxito, buscando las fuentes de tal  incapacidad, las cuales, si se hallan en las necesarias limitaciones de  nuestra razón, deben someter a todo enemigo a esas mismas leyes, que  se oponen a todas las pretensiones de afirmación dogmática. 

     Sin embargo, no se ha perdido lo más mínimo para el derecho y aun la  necesidad de admitir una vida futura, según principios del uso práctico  de la razón, enlazado en esto con el especulativo; porque la mera prueba  especulativa no ha podido ciertamente tener nunca en la razón común  humana influjo alguno. Está hecha de tales sutilezas que la escuela  misma no ha podido conservarla tanto tiempo, si no es haciéndole, como  a los trompos, dar vueltas alrededor de sí misma; a los ojos de la escuela  misma no proporciona esa prueba ningún fundamento permanente,  sobre el cual pueda construirse algo. Las pruebas, que para el mundo son  utilizables, conservan aquí todas su valor, sin disminución alguna; más  bien diríamos que, al rechazar esas pretensiones dogmáticas, ganan en  claridad y convicción sincera, ya que sitúan la razón en su peculiar  dominio, que es la ordenación de los fines, la cual sin embargo, es al  mismo tiempo ordenación de la naturaleza; la razón entonces, al mismo  tiempo como facultad práctica en sí misma, sin estar limitada por las  condiciones de la ordenación de la naturaleza, se ve autorizada a  extender la ordenación de los fines y, con ella, nuestra propia existencia,  más allá de los límites de la experiencia y de la vida. A juzgar por la 

                                                                                                                                                                                              

que no tiene referencia a un objeto dado indeterminadamente, sino sólo a un objeto del cual  se tiene un concepto, y se quiere saber si fuera de ese concepto es o no puesto ese objeto. Una  percepción indeterminada significa aquí solamente algo real, que ha sido dado para el  pensamiento en general, no pues como fenómeno ni tampoco como cosa en sí misma  (noúmeno) sino como algo que existe en realidad y es señalado como tal en la proposición:  «yo pienso». Pues hay que advertir que si he llamado a la proposición: «yo pienso»,  proposición empírica, no quiero decir por ello que el yo, en esa proposición, sea  representación empírica; más bien es ésta puramente intelectual, porque pertenece al pensar  en general. Pero sin ninguna representación empírica, que dé el material para el pensar, no  tendría lugar el acto: «Yo pienso», y lo empírico es sólo la condición de la aplicación o uso de  la facultad intelectual pura.  

  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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analogía con la naturaleza de los seres vivos en este mundo -para los  cuales la razón necesariamente tiene que admitir, como principio, que no  hay ningún órgano, ninguna facultad, ningún impulso, nada en suma  prescindible o desproporcio

nado a su uso y por tanto desprovisto de fin,  sino que todo es exactamente conforme a su destino en la vida- debería el  hombre, que es el único que puede tener en si el fin último de todo eso,  ser la única criatura exceptuada de dicha finalidad. Pues sus facultades  naturales, no sólo los talentos e impulsos para hacer uso de ellas, sino  principalmente la ley moral en él, superan tanto a todo provecho y  utilidad posibles en esta vida, que esa ley le enseña a estimar sobre todas  las cosas la mera conciencia de tener el ánimo rectamente templado,  aunque falte toda ventaja y por encima incluso de la sombra fugaz de la  vana gloria. Siéntese el hombre interiormente llamado a hacerse digno,  por su conducta en este mundo y renunciando a muchos provechos, de  ser ciudadano de otro mundo mejor, que lleva en su idea. Este  argumento poderoso, nunca refutable, acompañado por un conocimiento  siempre creciente de la finalidad, en todo cuanto vemos en torno, y por  una visión de la inmensidad de la creación, como también por la  conciencia de cierta ilimitación en la posible extensión de nuestros  conocimientos, y junto a un impulso adecuado a ésta, queda siempre en  pie, aún cuando debamos renunciar a conocer la necesaria perduración  de nuestra existencia mediante un simple conocimiento teórico. 

 

 

 

Conclusión de la solución del paralogismo psicológico 

 

 

     La ilusión dialéctica en la psicología racional descansa en la confusión  de una idea de la razón (de una inteligencia pura) con el concepto, en  todos aspectos indeterminado, de un ser pensante en general. Me pienso  a mí mismo para una experiencia posible, haciendo abstracción de toda  experiencia real; y saco en conclusión que puedo tener conciencia de mi  propia existencia, aun fuera de la experiencia y de las condiciones  empíricas de la misma. Por consiguiente, confundo la posible abstracción  de mi existencia, empíricamente determinada, con la supuesta conciencia  de una posible existencia separada de mi sujeto pensante, y creo conocer  lo substancial en mí como sujeto transcendental, cuando sólo tengo en el  pensamiento la mera unidad de la conciencia que está a la base de toda  determinación como mera forma del conocimiento.  


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 El problema de explicar la comunidad del alma con el cuerpo no  pertenece propiamente a la psicología de que se trata aquí, porque se  propone demostrar l

a personalidad del alma, aun fuera de esa  comunidad (después, de la muerte), y es, por tanto, en su sentido propio  transcendente, si bien se ocupa de un objeto de la experiencia, pero sólo en  cuanto cesa de ser objeto de la experiencia. Sin embargo, puede darse a  esto una respuesta suficiente, según nuestro concepto doctrinal. La  dificultad, que ha ocasionado ese problema, consiste, como es sabido, en  la presupuesta heterogeneidad del objeto del sentido interno (el alma)  con los objetos de los sentidos externos, teniendo aquél el tiempo por  condición formal de su intuición y éstos, el tiempo y el espacio. Pero si se  piensa que las dos especies de objetos no se distinguen en esto  interiormente, sino sólo por cuanto la una aparece (es fenómeno) a la otra  exteriormente y, por lo tanto, que lo que hay a la base del fenómeno de la  materia, como su cosa en sí, puede acaso no ser tan heterogéneo,  desaparece dicha dificultad y sólo resta la siguiente: cómo sea posible en  general una comunidad de substancias. Pero resolverla es cosa que cae  fuera del campo de la psicología y, sin duda alguna, fuera también del  campo de todo conocimiento humano, como puede fácilmente juzgarlo  el lector por lo que se ha dicho en la Analítica, acerca de las potencias y  las facultades fundamentales. 

 

 

 

Observación general referente al tránsito de la psicología racional a la  cosmología 

 

 

 La proposición: «yo pienso», o «yo existo pensando», es una  proposición empírica. Mas a la base de una proposición semejante, hay  una intuición empírica y, por consiguiente, también el objeto pensado  como fenómeno; y así parece como si, según nuestra teoría, el alma se  tornase por completo fenómeno, incluso en el pensamiento; y de esta  suerte, nuestra conciencia misma, como mera apariencia, no debería en  realidad referirse a nada. 

 El pensamiento, tomado por sí mismo, es simplemente la función  lógica; por lo tanto es la simple espontaneidad del enlace de lo múltiple  en una intuición meramente posible, y no presenta el sujeto de la  conciencia como fenómeno, porque no toma en consideración alguna la  especie de la intuición, ni si ésta es sensible o intelectual. Por tanto, yo no  me represento en él ni como soy, ni como me aparezco a mí mismo, sino  


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que me pienso como pienso cualquier objeto en general de cuya especie  de intuición hago abstracción. Cuando aquí me represento a mí mismo  como sujeto de los pensamientos o como fundamento del pensar, estas  especies de representaciones no significan las categorías de la subst

ancia  o de la causa; pues éstas son las funciones del pensar (juzgar) aplicadas  ya a nuestras intuiciones sensibles, las cuales serían sin duda exigidas si  yo quisiera conocerme. Ahora bien, si yo quiero tan sólo tener conciencia  de mí mismo, como pensante, y dejo a un lado el cómo sea dado mi  propio yo en la intuición, entonces podría ese yo ser para mí, que pienso  (mas no en cuanto pienso) mero fenómeno; en la conciencia de mí mismo  en el pensar soy el ser mismo, por el cual, sin embargo, nada me es dado  para el pensar. 

 Pero la proposición «yo pienso», por cuanto significa «yo existo  pensando», no es una mera función lógica, sino que determina el sujeto (el  cual entonces es al mismo tiempo objeto) con respecto a la existencia y no  puede tener lugar sin el sentido interno, cuya intuición proporciona  siempre el objeto, no como cosa en sí misma, sino meramente como  fenómeno. En ella, pues, no hay ya sólo espontaneidad del pensar sino  también receptividad de la intuición, es decir, el pensamiento de mí  mismo aplicado a la intuición empírica precisamente de ese mismo  sujeto. En esta intuición debería entonces el yo pensante buscar las  condiciones del uso de sus funciones lógicas para las categorías de  substancia, causa, etc., no sólo para señalarse como objeto en sí mismo  mediante el yo, sino para determinar la especie de su existencia, es decir,  para conocerse como noúmeno; cosa empero imposible, puesto que la  intuición empírica interna es sensible y no proporciona más que datos  del fenómeno -que nada dan al objeto de la conciencia pura para el  conocimiento de su existencia separada- y sólo para la experiencia puede  servir. 

 Pero supongamos que se encuentre más adelante, no en la  experiencia, pero sí en ciertas leyes (no solo reglas lógicas) del uso puro  de la razón -leyes establecidas a priori y referentes a nuestra existencia-  ocasión de suponernos enteramente a priori legisladores de nuestra propia  existencia y determinantes de esa misma existencia. Descubriríamos  entonces así una espontaneidad, por la cual nuestra realidad sería  determinable, sin necesitar para ello las condiciones de la intuición  empírica; y aquí tendríamos la convicción de que en la conciencia de  nuestra existencia hay contenido a priori algo que puede servir para que  nuestra existencia, que sólo es determinable de modo sensible, se  determine con respecto a cierta facultad interior, referida a un mundo  inteligible (desde luego sólo pensado).  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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     Pero esto no dejaría lo más mínimo de detener todos los intentos en la  psicología racional. Pues por medio de esa maravillosa facultad, que la  conciencia de la ley moral me manifiesta, tendría ciertamente un  principio puramente intelectual de la determinación de mi existencia.  Pero, ¿por medio de qué predicados? Por ningunos otros que los que  tienen que serme dados en la intuición sensible; y así habría caído de  nuevo en la psicología racional, a saber, en la necesidad de intuiciones  sensibles para proporcionar significación a mis conceptos del  entendimiento: substancia, causa, etc., por donde solamente puedo tener  conocimiento de mí mismo; esa

s intuiciones empero no pueden servirme  nunca más allá del campo de la experiencia. Sin embargo estos  conceptos, con respecto al uso práctico -el cual siempre está dirigido a  objetos de la experiencia- tendría yo derecho a aplicarlos conformemente  a la significación analógica en el uso teórico, a la libertad y al sujeto de  ésta; entendiendo por esto solamente las funciones lógicas de sujeto y  predicado, de fundamento y consecuencia, conforme a las cuales son las  acciones y los efectos de tal suerte determinados, según esas leyes, que  pueden siempre ser explicados con las leyes naturales, conforme a las  categorías de la substancia y de la causa, aunque se originan en muy otro  principio. Esta observación se ha hecho para prevenir la mala  inteligencia a que está expuesta fácilmente la teoría de la intuición del yo  como fenómeno. En lo que sigue habrá ocasión de hacer uso de ello. 

 

 

 

 

Capítulo segundo 

La antinomia de la razón pura 

 

 

     En la introducción a esta parte de nuestra obra hemos mostrado que  toda ilusión transcendental de la razón pura descansa en raciocinios  dialécticos, cuyo esquema nos proporciona la lógica, en los tres modos  formales del raciocinio en general, así como las categorías encuentran su  esquema lógico en las cuatro funciones de todos los juicios. La primera  especie de esos raciocinios sofísticos referíase a la unidad incondicionada  de las condiciones subjetivas de todas las representaciones en general (el  sujeto o alma), en correspondencia con los raciocinios categóricos, cuya  mayor, como principio, expresa la relación de un predicado con un  sujeto. La segunda especie del argumento dialéctico tendrá pues, como  contenido, por analogía con los raciocinios hipotéticos, la unidad  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 258 

incondicionada de las condiciones objetivas en el fenómeno; así como la  tercera especie, que vendrá en el capítulo siguiente, tendrá por tema la  unidad incondicionada de las condiciones objetivas de la posibilidad de  los objetos en general. 

 Pero es digno de notarse que el paralogismo transcendental, con  respecto a la idea del sujeto de nuestro pensar, no produce ilusión más  que por un lado; y no se ha podido encontrar para la afirmación de lo  opuesto la mas mínima apariencia, por conceptos de razón. La ventaja  está por completo de parte del pneumatismo, aún cuando éste no puede  negar el defecto hereditario de convertirse en humo, a pesar de la ilusión  favorable, cuando se sujeta a la prueba del fuego de la crítica. 

 Muy de otro modo sucede cuando aplicamos la razón a la síntesis  objetiva de los fenómenos. Aquí piensa la razón hacer valer su principio  de la unidad incondicionada, con mucha apariencia, sin duda; pero  pronto se enreda en tales contradicciones, que se ve obligada a renunciar  a su exigencia, en sentido cosmológico. 

 Muéstrase aquí en efecto un nuevo fenómeno de la razón humana,  una antítesi

s natural, que nadie necesita sutilizar y llenar de trampas, ya  que la razón cae en ella por sí misma y sin remedio. Cierto es qu

e de este  modo evita la razón el sopor de una convicción ficticia, producto de una  ilusión unilateral; pero al mismo tiempo cae en la tentación o de  abandonarse a un desesperado escepticismo o de adoptar un  dogmatismo tenaz y sostener con testarudez ciertas afirmaciones, sin dar  oídos ni hacer justicia a los fundamentos de la aserción opuesta. Ambas  cosas son la muerte de una sana filosofía, aunque la primera en todo caso  podría llamarse la eutanasia de la razón pura. 

 Antes de exponer la escena de discordia y discusión, que esta  oposición de leyes (antinomia) de la razón pura ocasiona, vamos a dar  ciertas explicaciones, que pueden aclarar y justificar el método de que  usamos al tratar nuestro objeto. Llamo las ideas transcendentales, por  cuanto se refieren a la absoluta totalidad en la síntesis de los fenómenos,  conceptos cósmicos; en parte, a causa precisamente de esa totalidad  incondicionada, en que descansa también el concepto del universo, el  cual es sólo una idea; y en parte, porque se refieren solamente a la  síntesis de los fenómenos, síntesis por tanto empírica, mientras que la  absoluta totalidad en la síntesis de las condiciones de todas las cosas  posibles en general, ocasionará un ideal de la razón pura, totalmente  distinto del concepto cósmico, aún cuando en relación con él. Por eso, así  como los paralogismos de la razón pura establecieron el fundamento de  una psicología dialéctica, así la antinomia de la razón pura pondrá ante  los ojos los principios transcendentales de una supuesta cosmología pura  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 259 

(racional), no para hallarla valedera y apropiársela, sino -como ya lo  demuestra el nombre de oposición de la razón- para exponerla en su  ilusión deslumbradora, pero falsa, como una idea que no puede unirse a  ningunos fenómenos. 

 

  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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Antinomia de la razón pura 

 

 

Primera sección 

Sistema de las ideas cosmológicas 

 

 

 Para poder enumerar esas ideas, según un principio, con precisión  sistemática, hemos

 de advertir primero: que sólo en el entendimiento  pueden originarse conc

eptos puros y transcendentales y que la razón  propiamente no produce ningún concepto, sino que, en todo caso, libra al  concepto intelectual (del entendimiento) de las inevitables limitaciones de  una experiencia posible y trata de extenderlo por encima de los límites  de lo empírico, aún cuando en conexión con éste. Ello sucede porque la  razón, para un condicionado dado, exige por el lad

o de las condiciones  (a que el entendimiento somete todos los fenómenos de la unidad  sintética) totalidad absoluta y hace por lo tanto de la categoría una idea  transcendental para dar integridad absoluta a la síntesis empírica, por  medio de la continuación de la misma hasta lo incondicionado (que  nunca se encuentra en la experiencia, sino sólo en la idea). Esto lo exige  la razón según el principio: si lo condicionado es dado, también es dada la  suma completa de las condiciones y, por lo tanto, lo absolutamente  incondicionado, por lo cual tan sólo es aquello posible. Así pues,  primeramente131 las ideas transcendentales no serán propiamente nada  más que categorías extendidas hasta lo incondicionado y podrán ponerse  en una tabla, según los títulos de éstas. Segundo: todas las categorías no  serán buenas para ello, sino sólo aquellas en donde la síntesis constituya  una serie, que habrá de ser una serie de las condiciones subordinadas (no  coordinadas) para un condicionado. La totalidad absoluta es exigida por  la razón sólo en cuanto se refiere a la serie ascendente de las condiciones  para un condicionado dado; no pues cuando se trata de la línea  descendente de las consecuencias ni tampoco del agregado de  condiciones coordinadas a esas consecuencias. Pues las condiciones están  ya presupuestas, con respecto al condicionado dado, y hay que  considerarlas como dadas con éste, mientras que, como las consecuencias  no hacen posibles sus condiciones, sino que más bien las suponen, el  progreso hacia las consecuencias (o el descenso de la condición dada a lo 

                                                             

131 Este «primeramente» resume lo anterior y es por lo tanto idéntico al «primero» estampado  en cursiva algunas líneas más arriba. (N. del T).  


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condicionado) no tiene que preocuparse de si la serie cesa o no y, en  general, la cuestión de su totalidad no es ningún supuesto de la razón.   Así piénsase necesariamente como dado un tiempo transcurrido  enteramente hasta el momento presente (aunque no es determinable por  nosotros). Pero en lo que toca al futuro, como éste no es condición para  llegar al presente, resulta que para comprender el presente es del todo  indiferente el modo de comportarnos respecto del tiempo futuro, ya le  hagamos cesar en algún momento o correr hasta lo infinito. Sea la serie  m, n, o, en donde n es dado como condicionado por m, pero al mismo  tiempo como condición de o; la serie asciende del condicionado n a m (l,  k, j, etc...) y desciende de la condición n al condicionado o (p, q, r, etc.)  pues tengo que presuponer la primera serie para considerar n como dado  y, según la razón (la totalidad de las condiciones) n es posible sólo  mediante esa serie; pero su posibilidad no descansa en la serie siguiente  o, p, q, r, la cual, por tanto, no puede considerarse como dada, sino solo  como dable (dabilis). 

     A la síntesis de una serie por el lado de las condiciones, o sea desde la  condición que es la más próxima al fenómeno dado hasta la más lejana,  la llamaremos regresiva; a la síntesis por el lado de lo condicionado,  desde la consecuencia más próxima a la más lejana, la llamaremos  progresiva. La primera va in antecedentia; la segunda, in consequentia. Las  ideas cosmológicas, pues, se ocupan de la totalidad de la síntesis  regresiva y van in antecedentia, pero no in consequentia. Si esto último  ocurre, es un problema caprichoso y no necesario de la razón pura,  porque para la completa comprensibilidad de lo dado en el fenómeno,  necesitamos, sí, los fundamentos, pero no las consecuencias. 

 Para disponer ahora la tabla de las ideas según la tabla de las  categorías tomemos: 

     Primero: los dos quanta originarios de toda intuición nuestra, el tiempo  y el espacio. El tiempo es en sí mismo una serie (y la condición formal de  todas las series) y por eso en él, con respecto a un presente dado, hay que  distinguir a priori los antecedentia, como condiciones (el pasado) de los  consequentibus (el futuro). Por consiguiente, la idea transcendental de la  totalidad absoluta de la serie de las condiciones para un condicionado  dado se refiere sólo al tiempo pasado todo. Según la idea de la razón,  todo el tiempo transcurrido es pensado necesariamente como dado,  como condición del momento dado. Pero por lo que toca al espacio, no  hay en él distinción alguna entre progreso y regreso, porque constituye  un agregado, pero no una serie, puesto que sus partes existen todas al  mismo tiempo. El presente momento pude yo considerarlo, con respecto  al tiempo pasado, sólo como condicionado, pero nunca como condición  


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de ese tiempo pasado; porque ese momento sólo se origina mediante el  tiempo transcurrido (o más bien por medio del transcurrir del tiempo  antecedente). Pero como las partes del espacio no están subordinadas  unas a otras, sino coordinadas, resulta que una parte no es la condición  de la posibilidad de la otra y el espacio no constituye como el tiempo en  sí mismo una serie. Pero la síntesis de las múltiples partes del espacio,  por medio de la cual aprehendemos esto, es, sin embargo, sucesiva y  ocurre por lo tanto en el tiempo y contiene una serie. Y como en esa serie  de los espacios agregados (v. g. de los pies en una vara) a partir de uno  dado, los otros espacios pensados además son siempre la condición del  límite de los anteriores, resulta que medir un espacio debe considerarse  también como una síntesis de una serie de condiciones para un  condicionado dado; sólo que el lado de las condiciones no se distingue  en sí mismo del lado hacia el cual está lo condicionado y por  consiguiente el regressus y el progressus en el espacio parecen ser  idénticos. Mas porque una parte del espacio no es dada por la otra, sino  sólo limitada por ella, tenemos que considerar todo espacio limitado  como también condicionado, por cuanto supone otro espacio como la  condición de sus límites, y así sucesivamente. Con respecto a la  limitación es, pues, la marcha en el espacio también un regreso y la idea  transcendental de la absoluta totalidad de la síntesis, en la serie de las  condiciones, se refiere también al espacio. Puedo pues preguntar por la  absoluta totalidad del fenómeno en el espacio, como en el tiempo  transcurrido. ¿Hay empero una respuesta posible a estas preguntas? Esto  es lo que determinaremos luego. 

 Segundo: la realidad en el espacio, es decir, la materia

, es un  condicionado, cuyas condiciones internas son sus partes y cuyas  condiciones remotas son las partes de las partes; hay aquí pues una  síntesis regresiva, cuya absoluta totalidad exige la razón y que no puede  alcanzarse más que por una división completa por la cual la realidad de  la materia desaparezca en la nada o en algo que ya empero no sería  materia, a saber: en lo simple. Hay aquí por consiguiente una serie de  condiciones y una marcha hacia lo incondicionado. 

     Tercero: por lo que toca a las categorías de la relación real entre los  fenómenos, la categoría de la substancia con sus accidentes no es  acomodada para idea transcendental; es decir, que la razón no tiene  fundamento, con respecto a ella, para ir regresivamente a las  condiciones. Pues los accidentes (en cuanto son inherentes a una  substancia única) están coordinados unos a otros y no constituyen una  serie. Y por lo que toca a la substancia, no están propiamente  subordinados a ella, sino que son el modo de existir la substancia misma.  


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Lo que aún podría parecer aquí una idea de la razón transcendental,  sería el concepto de lo substancial. Pero como éste no significa otra cosa  que el concepto del objeto en general -el cual subsiste, por cuanto en él se  piensa sólo el sujeto transcendental, sin los predicados- y aquí empero se  trata sólo de lo incondicionado en la serie de los fenómenos, es claro que  lo substancial no puede constituir un miembro de esta serie. Lo mismo  puede decirse de las substancias en comunidad, que son meros  agregados y no tienen ningún exponente de una serie, ya que no están  subordinados unos a otros como condiciones de su posibilidad, cosa que  pudo decirse de los espacios, cuyo límite no está nunca determinado en  sí sino siempre por medio de otro espacio. Resta, pues, sólo la categoría  de causalidad, que ofrece una serie de causas para un efecto dado, en la  cual podemos ascender desde el efecto, como condicionado, a las causas,  como condiciones, y responder a la pregunta de la razón. 

     Cuarto: los conceptos de lo posible, lo real y lo necesario no conducen  a serie alguna, como no sea por cuanto lo contingente en la existencia  tiene que ser considerado siempre como condicionado y, según la regla  del entendimiento, implica una condición bajo la cual está  necesariamente, y esta condición implica otra condición más alta, hasta  que la razón encuentra la necesidad incondicionada en la totalidad de esa  serie. 

     Según esto no hay más que cuatro ideas cosmológicas, conforme a los  cuatro títulos de las categorías, si se toman las que implican  necesariamente una serie en la síntesis de lo múltiple. 

 

 

La absoluta integridad de la Composición del todo dado  de todos los fenómenos              

La absoluta integridad  de la división de un  todo dado en el  fenómeno 

La absoluta integridad del  origen de un fenómeno en  general 

 

 

La absoluta integridad de la dependencia de la existencia  de lo mudable en el fenómeno. 

 

  


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 Hay que advertir primero que la idea de la absoluta totalidad se  refiere exclusivamente a la exposición de los fenómenos y por tanto no al  concepto puro intelectual (del entendimiento) de un todo de las cosas en  general. Aquí, pues, son ciertos fenómenos considerados como dados y  la razón exige la integridad absoluta de las condiciones de su  posibilidad, por cuanto éstas constituyen una serie y por lo tanto una  síntesis absolutamente (es decir en todo sentido) integral, mediante la  cual el fenómeno pueda ser expuesto, según leyes del entendimiento. 

     En segundo lugar, lo que la razón busca en esta síntesis (continuada  en forma de serie y progresivamente) de las condiciones es propiamente  sólo lo incondicionado o, por decirlo así, la integridad en la serie de las  premisas que, juntas, no presuponen ninguna otra. Este incondicionado  está contenido siempre en la absoluta totalidad de la serie, cuando ésta es  representada en la imaginación. Pero esta síntesis absolutamente  completa es, a su vez, sólo una idea; pues no podemos saber de  antemano si semejante cosa es posible en los fenómenos. Cuando nos lo  representamos todo por medio de meros conceptos del entendimiento,  sin condiciones de la intuición sensible, podemos decir directamente que,  para un condicionado dado, está también dada toda la serie de las  condiciones subordinadas unas a otras; pues ese condicionado es dado  sólo por esa serie. Pero tratándose de fenómenos, hay que hacer una  limitación particular del modo como las condiciones son dadas, a saber,  por la sucesiva síntesis de lo múltiple de la intuición que ha de ser  completa en el regreso. Ahora bien, ¿es posible esa integridad sensible?  Esto es todavía problema. Pero la idea de esa integridad se halla sin  embargo en la razón, sin que se tenga en cuenta la posibilidad o  imposibilidad de enlazar con ella adecuadamente conceptos empíricos.  Así pues, como en la totalidad absoluta de la síntesis regresiva de lo  múltiple en el fenómeno (según la guía de las categorías que la  representan como una serie de condiciones para un condicionado dado)  está necesariamente contenido lo incondicionado, pudiendo quedar  indeciso sí y cómo esa totalidad ha de ser producida, resulta que la razón  aquí toma la vía que consiste en partir de la idea de la totalidad, aun  cuando propiamente su propósito último es lo incondicionado, ya lo  incondicionado de toda la serie, o sólo de una parte de la misma. 

 Ahora bien, ese incondicionado puede pensarse o bien como  consistente sól

o en la serie toda, en la cual por tanto todos los miembros  serían condicionados, sin excepción, y sólo el todo de la serie sería  absolutamente incondicionado y entonces el regreso llámase infinito; o  bien lo absolutamente incondicionado es sólo una parte de la serie, a la  cual están subordinados los demás miembros, pero que ella (la serie) no  


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se halla sometida a ninguna otra condición132. En el primer caso, la serie a  parte a priori es ilimitada (sin principio), es decir infinita y sin embargo  totalmente dada, pero el regreso en ella no es nunca completo y sólo  puede llamarse infinito potencialmente. En el segundo caso hay un  primero de la serie, el cual, con respecto al tiempo transcurrido se llama  el comienzo del mundo; con respecto al espacio, el límite del mundo; con  respecto a las partes de un todo dado en sus límites, lo simple; con  respecto a las causas, la absoluta espontaneidad (libertad); con respecto a  la existencia de las cosas mudables, la absoluta necesidad natural. 

 Poseemos dos expresiones: mundo y naturaleza, que suelen a veces  confundirse. La primera significa el todo matemático de todos los  fenómenos y la totalidad de su síntesis, en lo grande como en lo  pequeño, es decir, tanto en el progreso de los fenómenos por  composición como por división. Ese mismo mundo, empero, es llamado  naturaleza133, en cuanto es considerado como un todo dinámico y se  atiende no a la agregación en el espacio o en tiempo, para producirla  como una magnitud, sino a la unidad en la existencia de los fenómenos.  Entonces, a la condición de lo que ocurre se llama causa; la  incondicionada causalidad de la causa en el fenómeno se llama libertad y  la condicionada, en cambio, se llama, en sentido estricto, causa natural.  Lo condicionado en la existencia en general se llama contingente; y lo  incondicionado, necesario. La incondicionada necesidad de los fenómenos  puede llamarse necesidad natural. 

 Las ideas, de que ahora nos ocupamos, las he llamado más arriba  ideas cosmológicas; en parte, porque se entiende por mundo el conjunto  de todos los fenómenos y nuestras ideas se dirigen solo a lo  incondicionado entre los fenómenos, y en parte también, porque la  palabra mundo, en sentido transcendental, significa la totalidad absoluta  del conjunto de las cosas existentes, y nosotros atendemos sólo a la  integridad de la síntesis (aunque sólo propiamente en el regreso a las 

                                                             

132 El todo absoluto de la serie de las condiciones para un condicionado dado es siempre  incondicionado, porque fuera de dicha serie no hay más condiciones con respecto a las cuales  pueda ser condicionado. Pero ese todo absoluto de semejante serie es sólo una idea o, más  bien, un concepto problemático, cuya posibilidad debe ser investigada en el sentido de  averiguar el modo cómo pueda contener lo incondicionado, que es propiamente la idea  transcendental que aquí importa. 

133 Naturaleza tornada adjective (formaliter) significa la conexión de las determinaciones de  una cosa, según un principio interno de causalidad. En cambio se entiende por naturaleza  substantive (materialiter) el conjunto de los fenómenos, por cuanto éstos, en virtud de un  principio interior de causalidad, están en conexión universal. En el primer sentido, háblase  tan sólo de la naturaleza de la materia fluida, del fuego, etc... y se usa esta palabra sólo  adjective, en cambio, cuando se habla de las cosas de la naturaleza, se refiere el pensamiento a  un todo subsistente.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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condiciones). Considerando que además esas ideas son todas  transcendentales y que, aun cuando no superan el objeto (a saber: los  fenómenos) según la especie, sino que solamente se ocupan del mundo  sensible (no 

de noumenos) llevan

 sin embargo la síntesis hasta un grado  que excede a toda experiencia posible, se puede, según mi opinión,  llamar a todas muy convenientemente conceptos cósmicos. Atendiendo a la  distinción entre lo incondicionado matemático y lo incondicionado  dinámico, a que tiende el regreso, llamaría yo a los dos primeros  conceptos cósmicos en sentido estricto (conceptos del mundo en lo  grande y en lo pequeño); y a los otros dos les llamaría conceptos  transcendentales de la naturaleza. Esta distinción no es por ahora de  muy notable importancia; pero en la continuación puede llegar a ser más  importante. 

 

 

 

 

Segunda sección 

Antitética de la Razón Pura 

 

 

 Si tesis es un conjunto de doctrinas dogmáticas, entiendo yo por  antítesis no la afirmación dogmática de lo opuesto, sino la contrariedad  de los conocimientos, al parecer dogmáticos (thesin cum antithesi), sin que  se atribuya a uno más que al otro preferente plausibilidad. La antitética  no se ocupa pues de afirmaciones unilaterales, sino que considera  conocimientos universales de la razón en su oposición y en las causas de  esta oposición. La antitética transcendental es una investigación sobre la  antinomia de la razón pura y sobre las causas y el resultado de esta  antinomia. Cuando no aplicamos nuestra razón sólo en el uso de los  principios del entendimiento, a objetos de la experiencia, sino que  osamos extenderla allende los límites de ésta, origínanse teoremas  sofísticos, que ni esperan confirmación en la experiencia, ni tienen  tampoco refutación; y cada uno de ellos no sólo no encierra en sí  contradición, sino que hasta encuentra en la naturaleza de la razón  condiciones que abonan su necesidad; sólo que desgraciadamente el  teorema opuesto tiene por su parte fundamentos de afirmación  igualmente valederos y necesarios. 

     Las cuestiones que se ofrecen naturalmente en semejante dialéctica de  la razón pura, son, pues: 1º. en qué proposiciones propiamente está la  razón pura sometida a una inevitable antinomia; 2º. cuáles son las causas  


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de esta antinomia; 3º. si, sin embargo, queda abierto para la razón, y de  qué manera, un camino hacia la certeza en medi

o de esa contradición.       Un teorema dialéctico de la razón pura debe, según esto, diferenciarse  de todas las proposiciones sofisticas por lo siguiente: que no se refiere a  una cuestión arbitraria, lanzada sólo con cierta intención, sino a una  cuestión con la que toda razón humana, en su marcha, debe  necesariamente tropezar; y segundo, que ese teorema, así como su  opuesto, lleva consigo no una ilusión artificial, que desaparece tan  pronto como es conocida, sino una ilusión natural e inevitable, que, aún  cuando no nos venza, nos ilusiona siempre, bien que sin engañarnos y,  por lo tanto, aunque podemos reducirla a la impotencia, nunca  conseguimos borrarla. 

 Semejante doctrina dialéctica se referirá no a la unidad del  entendimiento en conceptos de experiencia, sino a la unidad de la razón  en meras ideas; la condición de esta unidad tiene que congruir primero,  como síntesis según reglas, con el entendimiento y al mismo tiempo,  como unidad absoluta de las mismas, con la razón; de donde resulta que  cuando es adecuada a la unidad de la razón será demasiado grande para  el entendimiento y cuando es conforme al entendimiento será demasiado  pequeña para la razón; por lo cual ha de surgir una oposición imposible  de evitar, tómese por donde se quiera. 

 Estas afirmaciones sofísticas abren pues un torneo dialéctico, en  donde obtiene siempre la victoria la parte a quien es permitido hacer el  ataque, y en donde es derrotada seguramente la parte que se ve obligada  a proceder a la defensiva. Así es que los bien armados caballeros,  mantengan la buena o la mala causa, están siempre seguros de ganar la  corona de la victoria, si se apresuran a obtener el privilegio de dar el  último golpe y no se obligan a aguantar un nuevo retorno del enemigo.  Fácilmente se creerá que este recinto ha sido pisado con frecuencia y que  muchas victorias han sido ganadas por ambos lados; pero en la última,  en la que decide la cuestión, siempre se ha cuidado de que el  mantenedor de la buena causa conserve el terreno, prohibiendo a su  adversario que siga manejando las armas. Nosotros vamos a ser jueces  de campo imparciales y, por lo tanto, debemos ante todo dejar a un lado  la cuestión de quien defiende la buena o la mala causa. Dejémosles  combatir. Acaso cuando estén más cansados que heridos comprenderán  la vanidad de su lucha y se separarán buenos amigos. 

 Este método, que consiste en observar una lucha de afirmaciones o,  más bien, de ocasionarla, mas no para decidirse en favor de una u otra  parte, sino para averiguar si el objeto de la lucha no es acaso una ilusión,  tras de la cual corremos todos, sin que con ella podamos conseguir nada,  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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aun cuando no tuviera obstáculos que vencer, ese proceder, digo, puede  

llamarse método escéptico. Es totalmente distinto del escepticismo, principio

  de una ignorancia artificial y sabia, que socava los fundamentos de todo  conocimiento, para no dejar en parte alguna, si es posible, confianza y  seguridad en el saber. Pues el método escéptico se refiere a la certeza,  tratando de descubrir en una lucha como ésta, sincera por ambas partes  y llevada con entendimiento, el punto de la mala inteligencia, para hacer  como los prudentes legisladores que, de la perplejidad de los jueces en  asuntos de derecho, sacan enseñanzas acerca de los defectos e  insuficientes determinaciones que hay en sus leyes. La antinomia, que se  manifiesta en la aplicación de las leyes, es, en nuestra limitada sabiduría,  la mejor comprobación de la nomotética, para hacer que la razón (que en  la especulación abstracta no advierte fácilmente sus faltas) atienda así a  los momentos en la determinación de los principios. 

     Este método escéptico, empero, es esencialmente propio tan solo de la  filosofía transcendental; y de él se puede prescindir en cualquier otro  campo de investigación, menos en éste. En la matemática sería absurdo  su uso, porque en ésta no pueden ocultarse falsas afirmaciones y hacerse  invisibles, ya que las pruebas siempre han de seguir el hilo de la  intuición pura y marchar por síntesis siempre evidentes. En la filosofía  experimental puede ser útil una duda que suspenda el juicio, pero al  menos no hay mala inteligencia que no pueda fácilmente ser resuelta, y  en la experiencia están finalmente los medios para decidir la cuestión,  tarde o temprano. La moral puede dar sus principios in concreto, junto  con las consecuencias prácticas, por lo menos en experiencias posibles, y  evitar así la mala inteligencia de la abstracción. En cambio las  afirmaciones transcendentales, que se precian de conocimientos  dilatados más allá de toda experiencia posible, ni están en el caso de que  su síntesis abstracta pueda ser dada en intuición alguna a priori, ni están  hechas de suerte que la mala inteligencia pueda ser descubierta por una  experiencia. La razón transcendental, pues, no admite otra piedra de  toque que el ensayo de unir sus afirmaciones entre sí y, por tanto, la libre  lucha de unas afirmaciones con otras. 

     Esta lucha vamos ahora a presentar (Siguen las antinomias en el orden  de las ideas transcendentales arriba citadas). 

 

  


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Primera oposición de las ideas transcendentales 

 

 

Tesis 

 

     El mundo tiene un comienzo en el tiempo y con respecto al espacio  está encerrado también en límites. 

 

Prueba 

 

     Admítase, en efecto que el mundo no tenga comienzo en el tiempo; así  habrá transcurrido una eternidad hasta cualquier momento dado, y por  tanto habrá transcurrido una serie infinita de estados subsiguientes unos  a otros, de las cosas en el mundo. Ahora bien, la infinidad de una serie  consiste precisamente en que nunca puede ser completada por medio de  una síntesis sucesiva. Así pues, es posible una serie cósmica infinita ya  transcurrida y, por tanto, un comienzo del mundo es condición necesaria  de su existencia; que es lo que había que demostrar primero. 

     Con respecto a lo segundo, admítase de nuevo lo contrario y entonces  el mundo será un todo infinito dado de cosas existentes a la vez. Ahora  bien, la magnitud de un quantum, que no está dado a toda intuición,  dentro de ciertos límites134 no puede ser pensada 

de ningún otro modo  que por medio de las partes; y la totalidad de ese quantum ha de ser  pensada por medio de la completa síntesis o por repetida adición de la  unidad a sí misma135. Por lo tanto, para pensar como un todo el mundo  que llena todos los espacios, tendría la sucesiva síntesis de las partes de  un mundo infinito que ser considerada como completa, es decir, habría  que considerar como transcurrido un tiempo infinito en la enumeración  de todas las cosas coexistentes; lo cual es imposible. Por lo tanto, un  agregado infinito de cosa reales no puede ser considerado como un todo  dado y, por tanto, tampoco como dado a la vez. Un mundo 

                                                             

134 Podemos intruir como un todo un quantum indeterminado, cuando está enclavado en  límites, sin tener que construir la totalidad del mismo por medida, es decir, por síntesis  sucesiva de sus partes. Pues los límites determinan ya la integridad, puesto que separan todo  lo demás. 

135 El concepto de la totalidad, en este caso, no es otra cosa que la representación de la  completa síntesis de sus partes, porque, como no podemos extraer el concepto por intuición  del todo (que en este caso es imposible), solo podemos comprenderlo por la síntesis de las  partes, hasta la terminación del infinito, por lo menos en la idea.  


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por consiguiente no es infinito en su extensión en el espacio, sino que está  encerrado en límites; que es lo que había que demostrar en segundo  término. 

 

 

Antítesis 

 

 El mundo no tiene comienzo ni límites en el espacio, sino que es  infinito, tanto en el tiempo como en el espacio. 

 

Prueba 

 

 Supóngase que tiene un comienzo. Como el comienzo es una  existencia antes de la cual precede un tiempo, en que la cosa no existe,  tiene que haber precedido un tiempo en que el mundo no era, es decir,  un tiempo vacío. Pero en un tiempo vacío no es posible que nazca  ninguna cosa, porque ninguna parte de este tiempo tiene en sí, mejor que  otra, condición distintiva de la existencia mejor que de la no existencia  (ya se admita que nace por sí o por otra causa). Así pues en el mundo  pueden comenzar series de cosas, pero el mundo mismo no puede tener  comienzo alguno; y es, por lo tanto, infinito con respecto al tiempo  pasado. 

 Por lo que toca a lo segundo, admítase primero lo contrario: que al  mundo es, en el espacio, finito y limitado; encuéntrase pues en un  espacio vacío que no es limitado. Habría pues, no sólo una relación de  las cosas en el espacio, sino también de las cosas con el espacio. Pero como  el mundo es un todo absoluto, fuera del cual no se encuentra ningún  objeto de la intuición y, por tanto, ningún correlato del mundo, con el  cual éste esté en relación, resultaría que la relación del mundo con el  espacio vacío sería una relación con ningún objeto. Pero semejante  relación y por tanto la limitación del mundo por el espacio vacío no es  nada; así pues, el mundo no es limitado según el espacio, es decir, que  respecto a la extensión es infinito136. 

                                                             

136 El espacio es meramente la forma de la intuición externa (intuición formal), pero no un  objeto real que pueda ser intuido exteriormente. El espacio, antes de las cosas todas que lo  determinan (lo llenan o lo limitan) o, más bien, que dan una intuición empírica conforme a su  forma, no es, bajo el nombre

 de espacio absoluto, más que la mera posibilidad de fenómenos  externos, por cuanto o pueden existir en sí, o añadirse a fenómenos dados. La intuición  empírica no está pues compuesta de fenómenos y de espacio (de percepción y de intuición  vacía). Lo uno no es correlato de la síntesis de lo otro, sino que están unidos en una y la  misma intuición empírica, como materia y forma de la misma. Si se quiere poner una de estas  dos cosas sin la otra (espacio sin fenómenos), nacen de aquí entonces toda suerte de vanas  determinaciones de la intuición externa, que no son, sin embargo, percepciones posibles;  


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Observación a la primera antinomia 

 

 

I.- A la tesis 

 

 En estos argumentos contrarios, no he buscado la ilusión ni  formulado, como suele decirse, una prueba de abogado, que se  aprovecha de la imprudencia del adversario y acepta su apelación a una  mal entendida ley, para asentar luego sus propias ilegítimas pretensiones  sobre la refutación del adversario. Cada una de estas pruebas se deriva  de la naturaleza de la cosa y hemos prescindido del provecho que  podrían proporcionarnos las falsas conclusiones de los dogmáticos de  ambas partes. 

     Hubiera podido también demostrar en apariencia la tesis, empleando,  como suelen hacer los dogmáticos, un concepto falso de la infinidad de  una magnitud dada. Infinita es una magnitud sobre la cual no es posible  ninguna mayor (es decir, sobre la cantidad de unidades contenida en  ella). Ahora bien, ninguna cantidad es la mayor de todas; porque  siempre pueden serle añadidas una o más unidades. Así, pues, es  imposible una magnitud infinita dada y por tanto también (no sólo  según la serie transcurrida sino asimismo según la extensión) un mundo  infinito; el mundo, pues, es limitado por ambas 

partes. Así hubiera  podido exponer mi prueba. Pero este concepto no concuerda con lo que  se entiende por un todo infinito. En el todo infinito no se representa cuan  grande sea dicho todo; por tanto su concepto no es el concepto de un  maximum, sino que en él es pensada su relación con una unidad  cualquiera, con respecto a la cual el todo infinito es mayor que cualquier  número. Según que la unidad tomada sea mayor o menor, sería pues  mayor o menor el infinito. Pero la infinidad, puesto que consiste sólo en  la relación con esa unidad dada, seguiría siendo la misma, aun cuando  desde luego no podría conocerse la magnitud absoluta del todo; de la  cual aquí no se trata tampoco. 

 El verdadero concepto (transcendental) de la infinidad es que la  síntesis sucesiva de la unidad, en la medición de un quantum, nunca  pueda verificarse por completo137. 

                                                                                                                                                                                              

como por ejemplo, el movimiento o la quietud del mundo en el espacio vacío infinito,  determinación de la relación de ambos, que nunca puede ser percibida y que es, por tanto, el  predicado de un nuevo ente de razón. 

137   Ese quantum contiene así una multitud (de unidad dada) mayor que cualquier número;  éste es el concepto matemático de lo infinito.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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 De aquí se sigue muy ciertamente que no puede haber transcurrido  una eternidad de estados reales sucesivos hasta uno dado (el momento  presente) y, por lo tanto, que el mundo tiene que tener un comienzo. 

     Con respecto a la segunda parte de la tesis, es cierto que desaparece la  dificultad de una serie infinita y sin embargo transcurrida; pues lo  múltiple de un mundo infinito en la extensión es dado a un mismo tiempo.  Mas para pensar la totalidad de esa multitud, como no podemos acudir a  límites, que constituyan por sí esa totalidad en la intuición, tenemos que  dar cuenta de nuestro concepto, que en este caso no puede pasar del todo  a la multitud determinada de las partes, sino que debe exponer la  posibilidad de un todo mediante la síntesis sucesiva de las partes. 

     Mas como esta síntesis tendría que constituir una serie imposible de  completar, no se puede pensar, antes de ella, ni por tanto por medio de  ella, una totalidad. Pues el concepto mismo de la totalidad es, en este  caso, la representación de una síntesis integra de las partes y esta  integridad y por ende también el concepto de ella es imposible. 

 

 

 

II.- A la antítesis 

 

     La prueba de la infinidad de la serie cósmica dada y del conjunto del  mundo, descansa en que en el caso opuesto debería constituir el límite  del mundo un tiempo vacío y asimismo un espacio vacío. Ahora bien, no  desconozco que se ha tratado de eludir esa consecuencia diciendo: Es  posible un límite del mundo según el tiempo y el espacio, sin que haya  que admitir precisamente un tiempo absoluto antes del comienzo del  mundo o un espacio absoluto, extendido fuera del mundo real, lo cual es  imposible. Me satisface la última parte de esta opinión de los filósofos de  la escuela de Leibnitz. El espacio es sólo la forma de la intuición externa  y no un objeto real que pueda ser intuido externamente; no es un  correlato de los fenómenos, sino la forma de los fenómenos mismos. El  espacio, pues, no puede presentarse absolutamente (por sí solo) como  algo determinante en la existencia de las cosas, porque no es objeto  alguno, sino solo la forma de objetos posibles. Las cosas, pues, como  fenómenos determinan el espacio, es decir, que de entre todos los  predicados posibles del espacio (magnitud y relación), hacen que éste o  aquel pertenezcan a la realidad; pero inversamente no puede el espacio,  como algo que subsiste por sí, determinar la realidad de las cosas con  respecto a la magnitud o a la forma, porque en sí mismo no es nada real.  


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 273 

Así, pues, un espacio (lleno o vacío)138 puede ser limitado por fenómenos;  pero los fenómenos no pueden ser limitados por un espacio vacío fuera de  ellos. Así mismo el tiempo. Ahora bien, admitido todo esto, es sin  embargo innegable que si se admite un límite del mundo, ya sea según el  espacio o ya según el tiempo, hay que admitir por completo estos dos  absurdos: el espacio vacío fuera del mundo y el tiempo vacío antes del  mundo. 

     Pues en lo que toca al rodeo con que se trata de eludir la consecuencia  que nos hizo decir que si el mundo tuviera límites (según el tiempo y el  espacio) debería el vacío infinito determinar la existencia de cosas reales  según su magnitud, consiste dicho rodeo en su fondo íntimo en esto:  que, en lugar de un mundo sensible, se piensa no sé qué mundo inteligible  y, en lugar del primer comienzo (antes de la cual antecede un tiempo del no  ser), se piensa en general una existencia, que no presupone ninguna otra  condición en el mundo; en lugar de límites de la extensión piénsanse  limitaciones del universo cósmico y de ese modo se excede del tiemp

o y  del espacio. Mas aquí se trata tan sólo del mundus phaenomenon y de su  magnitud, en el cual no se puede en manera alguna hacer abstracción de  dichas condiciones de la sensibilidad, sin suprimir la esencia de ese  mundo. El mundo sensible, si es limitado, está necesariamente en el  vacío infinito. Si se quiere prescindir a priori de éste y por lo tanto del  espacio en general, como condición de la posibilidad de los fenómenos,  se suprime todo el mundo sensible. En nuestro problema, éste tan sólo  nos es dado. El mundus intelligibilis no es nada más que el concepto  universal de un mundo en general, en el cual se hace abstracción de  todas las condiciones de la intuición del mismo y con respecto al cual,  por consiguiente, no es posible ninguna proposición sintética ni  afirmativa, ni negativa. 

 

 

 

Segunda oposición de las ideas transcendentales 

 

 

Tesis 

 

 Toda substancia compuesta, en el mundo, se compone de partes  simples; y no existe nada más que lo simple o lo compuesto de lo simple. 

                                                             

138 Se advierte fácilmente que lo que se quiere decir es: el espacio vacío, en cuanto es limitado por  fenómenos, es decir, el espacio vacío dentro del mundo no contradice por lo menos los  principios transcendentales y puede ser con respecto a estos, admitido (aunque no por eso su  posibilidad, es deseguida afirmada).  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 274 

 

Prueba 

 

     En efecto, admitid que las substancias compuestas no se compongan  de partes simples; entonces sí en el pensamiento se suprime toda  composición no quedará ninguna parte compuesta ni tampoco ninguna  simple

 (puesto que no hay simples) y por ende nada. Por consiguiente  ninguna substancia hubiera sido dada. Así pues o es imposible suprimir,  en el pensamiento, toda composición, o tiene que quedar, después de  suprimida ésta, algo subsistente, sin composición alguna, esto es, lo  simple. En el primer caso, lo compuesto no, se compondría de  substancias (porque en éstas la composición es solo una relación  contingente de las substancias, sin la cual éstas deben subsistir como  seres permanentes por sí). Pero como este caso contradice lo  presupuesto, no queda más que el segundo, a saber: que el compuesto  substancial, en el mundo, se compone de partes simples. 

     De aquí se sigue inmediatamente que las cosas del mundo son todas  seres simples; que la composición es sólo un estado exterior de las cosas;  y que, aun cuando nunca podemos sacar las substancias elementales por  completo de ese estado de enlace y aislarlas, la razón, sin embargo, debe  pensarlas como primeros sujetos de toda composición y por ende como  seres simples anteriores a ésta. 

 

 

Antítesis 

 

 Ninguna cosa compuesta, en el mundo, se compone de partes  simples; y no existe nada simple en el mundo. 

 

Prueba 

 

     Suponed que una cosa compuesta (como substancia) lo sea de partes  simples. Como toda relación exterior (y por lo tanto también toda  composición de substancias) no es posible más que en el espacio, lo  compuesto tiene que componerse de tantas partes como haya en el  espacio que ocupa. Ahora bien, el espacio no está compuesto de partes  simples, sino de espacios. Debe pues cada parte del compuesto ocupar  un espacio. Mas las partes absolutamente primeras de todo compuesto  son simples. Así pues lo simple ocupa un espacio. Mas como todo lo real  que ocupa un espacio comprende una multiplicidad de partes situadas  unas fuera de otras y es, por tanto, compuesto y no ciertamente de  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

 275 

accidentes, puesto que es un compuesto real (los accidentes no pueden,  sin

 substancia, ser exteriores unos a otros), sino de substancias, resulta  que lo simple sería un compuesto substancial, lo cual se contradice. 

 La segunda proposición de la antítesis -que en el mundo no existe  nada simple- debe significar aquí solamente que la existencia de lo  absolutamente simple no puede ser expuesta en ninguna experiencia, o  percepción, ni externa ni interna, y que lo absolutamente simple es solo  una mera idea, cuya realidad objetiva no puede nunca ser expuesta en  ninguna experiencia posible y por lo tanto que, en la exposición de los  fenómenos, carece de aplicación y de objeto. En efecto vamos a admitir  que para esta idea transcendental se pueda hallar un objeto de  experiencia; entonces la intuición empírica de cualquier objeto tendría  que ser conocida como una intuición que no contiene ningún múltiple de  partes exteriores unas a otras y enlazadas en unidad. Ahora bien, la  conclusión que de la no conciencia de semejante multiplicidad deduzca  la total imposibilidad de la misma en intuición alguna de un objeto, no es  una conclusión valedera; pero por otra parte, siendo esto último del todo  necesario para la absoluta simplicidad, se sigue de aquí que la  simplicidad absoluta no puede inferirse de ninguna percepción, sea cual  sea. Así pues como nunca en ninguna experiencia posible puede darse  algo como objeto absolutamente simple y como por otra parte el mundo  sensible ha de ser considerado como el conjunto de todas las  experiencias posibles, resulta que en él nada simple es dado. 

 Esta segunda proposición de la antítesis va mucho más lejos que la  primera, ésta elimina lo simple solamente de la intuición de lo  compuesto, pero aquella lo suprime en toda la naturaleza. Por eso no ha  podido ser demostrada por el concepto de un objeto dado de la intuición  externa (de lo compuesto), sino por la relación de este concepto con una  experiencia posible en general. 

 

 

 

Observación a la segunda antinomia 

 

 

I.- A la tesis 

 

     Cuando hablo de un todo que necesariamente se compone de partes  simples, entiendo por ello tan sólo un todo substancial, como el propio  compositum, es decir, la unidad contingente de lo múltiple, que dado  separadamente (al menos en el pensamiento) está puesto en un enlace  


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recíproco y así constituye una unidad. Al espacio habría que darle  propiamente el nombre no de compositum, sino de totum, porque sus  partes sólo son posibles en el todo y no el todo por las partes. En todo  caso podría llamarse compositum ideale, pero no reale. Pero esto es sólo  sutileza. Como el espacio no es un compuesto de substancias (ni siquiera  de accidentes reales), si suprimo en él toda composición, no debe quedar  nada, ni siquiera el punto, ya que éste sólo es posible como límite de un  espacio (por lo tanto de un compuesto). Espacio y tiempo no se  componen pues de partes simples. Lo que sólo pertenece al estado de  una substancia, aun cuando tenga una magnitud (v. g. el cambio)  tampoco se compone de lo simple; es decir, que cierto grado de cambio  no sobreviene por medio de la adición de muchos cambios simples. La  conclusión que hacemos de lo compuesto a lo simple vale sólo para cosas  subsistentes por sí. Mas los accidentes del estado no subsisten por sí  mismos. 

     Se puede, por lo tanto, echar a perder la prueba de la necesidad de lo  simple, como parte componente de todo compuesto substancial y por  ende toda defensa de lo simple, si se le da demasiada extensión y se le  quiere dar validez para todo compuesto sin distinción, como ya ha  ocurrido muchas veces. 

     Por lo demás hablo aquí de lo simple, por cuanto necesariamente es  dado en lo compuesto y lo simple puede resolverse en lo compuesto  como componente de lo compuesto. La significación propia de la voz  monas (según uso de Leibnitz) debiera referirse sólo a lo simple, que es  dado inmediatamente como substancia simple (por ejemplo en la  conciencia de uno mismo) y no como elemento de lo compuesto, el cual  podría mejor llamarse atomus. Ahora bien, sólo con respecto a lo  compuesto pretendo yo demostrar que las substancias simples son los  elementos de las compuestas; por tanto, podría llamar la tesis de la  segunda antinomia atomística transcendental. Mas como esta palabra se  usa ya desde hace mucho tiempo para designar una especie particular de  explicación de los fenómenos corporales (molecularum) y supone, por  tanto, conceptos empíricos, usaremos el nombre de principio dialéctico  de la monadología. 

 

 

II.- A la antítesis 

 

 Contra esta proposición de una división infinita de la materia, cuyo  argumento demostrativo es meramente matemático, presentan  objeciones los monadistas. Éstos resultan ya sospechosos, en cuanto que  


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a las más claras pruebas matemáticas no quieren darles validez de  conocimientos que penetran en la constitución del espacio, como efectiva  condición formal de la posibilidad de toda materia. Considéranlas sólo  como inferidas de conceptos abstractos, pero caprichosos, que no  podrían referirse a cosas reales. ¡Como si fuera posible pensar otra  especie de intuición que la que es dada en la intuición originaria del  espacio, y como si las determinaciones de este espacio a priori no se  refiriesen al mismo tiempo a todo lo que sólo es posible por ocupar ese  espacio! Si se les diese oído, habría que pensar además del punto  matemático -que es simple, pero que no es parte sino sólo límite de un  espacio- puntos físicos que, si bien también son simples, tienen la ventaja  de ocupar el espacio, como partes del mismo, por su mera agregación.  No voy a repetir aquí las comunes y claras refutaciones de este absurdo,  que son bastante corrientes, puesto que es totalmente baldío querer  sofistiquear la evidencia de la matemática por medio de conceptos  meramente discursivos. Básteme observar que si aquí la filosofía discute  con la matemática, es porque olvida que en esta cuestión trátase  solamente de fenómenos y de la condición de éstos. Aquí no basta,  empero, encontrar, para el puro concepto intelectual de lo compuesto el  concepto de lo simple, sino que para la intuición de lo compuesto (la  materia), hay que hallar la intuición de lo simple; y esto es, según las  leyes de la sensibilidad y por ende en objetos de los sentidos, totalmente  imposible. Por lo tanto, para un todo hecho de substancias y pensado por  sólo el entendimiento puro, puede valer desde luego que hemos de tener  lo simple antes de toda composición; pero esto mismo no vale para el  totum substantiale phaenomenon, el cual, como intuición empírica en el  espacio, tiene la necesaria propiedad de que ninguna de sus partes es  simple, porque ninguna de las partes del espacio es simple. Empero los  monadistas han sido bastante refinados para querer resolver esta  dificultad suponiendo que el espacio no es una condición de la  posibilidad de los objetos de intuición externa (cuerpos), sino que éstos y  la relación dinámica de las substancias en general son la condición de la  posibilidad del espacio. Ahora bien, sólo de los cuerpos como fenómenos  tenemos un concepto; pero como tales, presuponen necesariamente el  espacio como condición de la posibilidad de toda intuición externa; el  recurso es pues vano y ya más arriba, en la Estética transcendental, ha  sido suficientemente prevenido. Si fueran cosas en sí mismas, valdría en  todo caso la prueba de los monadistas. 

 La segunda afirmación dialéctica tiene de particular que existe en  contra suya una afirmación dogmática que, entre todas las sofísticas, es  la única que emprende la tarea de probar evidentemente, en un objeto de  


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la experiencia, la realidad de lo que considerábamos más arriba entre las  meras ideas transcendentales, a saber: la absoluta simplicidad de la  substancia. Esa afirmación es que el objeto del sentido interior, el yo que  piensa, es una substancia absolutamente simple. Sin internarme ahora en  esta cuestión (ya tratada ampliamente más arriba) baste observar que  cuando algo es pensado sólo como objeto, sin añadirle determinación  sintética alguna de su intuición (que es

 lo que ocurre en la representación  «yo», enteramente desnuda), no puede desde luego percibirse, en  semejante representación, nada múltiple, ninguna composición. Como  además los predicados, por los cuales pienso el objeto, son meramente  intuiciones del sentido interno, nada puede presentarse que demuestre  una multiplicidad de partes exteriores unas a otras, y por ende una  composición real. La conciencia de sí mismo lleva pues consigo que,  como el sujeto que piensa es al mismo tiempo su propio objeto, no puede  dividirse a sí mismo (aunque sí las determinaciones que le son  inherentes); pues con respecto a sí mismo todo objeto es unidad absoluta.  No obstante, si ese sujeto fuera considerado exteriormente, como un objeto  de la intuición, mostraría composición en el fenómeno. Mas así es como  hay que considerarlo, cuando se quiere saber si en él hay o no una  multiplicidad de partes exteriores unas a otras. 

 

 

 

 

Tercera oposición de las ideas transcendentales 

 

 

Tesis 

 

     La causalidad según leyes de la naturaleza no es la única de donde los  fenómenos del mundo pueden ser todos deducidos. Es necesario admitir  además, para la explicación de los mismos, una causalidad por libertad. 

 

Prueba 

 

 Admítase que no hay otra causalidad más que la causalidad según  leyes de la naturaleza; entonces todo lo que ocurre presupone un estado  anterior el cual, inevitablemente y según una regla, sigue. 

     Ahora bien, ese mismo estado anterior debe ser algo que ha ocurrido  (que ha llegado a ser en el tiempo, en donde antes no era); porque si  siempre hubiera sido, su consecuencia no se hubiera originado, sino que  


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también hubiera sido siempre. Así pues, la causalidad de la causa, por la  cual algo ocurre, es ella misma algo ocurrido y que, según leyes de la  naturaleza, supone a su vez un estado anterior y la causalidad de éste;  éste a su vez supone otro más antiguo y así sucesivamente. Si pues todo  ocurre según meras leyes de la naturaleza, no hay nunca más que un  comienzo subalterno, nunca un primer comienzo y, así pues, en general,  no hay integridad en la serie por el lado de las causas, engendrándose  unas a otras. Ahora bien, la ley de la naturaleza consiste precisamente en  que nada ocurre sin causa suficiente determinada a priori. Así pues, la  proposición de que toda causalidad sólo es posible según leyes naturales,  se contradice a sí misma, en su universalidad ilimitada; y esa causalidad  no puede por tanto admitirse como única. 

     Según esto, hay que admitir una causalidad por la cual algo ocurra,  sin que la causa de ello sea determinada por otra causa anterior según  leyes necesarias; es decir, que hay que admitir una espontaneidad absoluta  de las causas, para comenzar por sí una serie de fenómenos que  transcurren según leyes naturales; por lo tanto, la libertad  transcendental, sin la cual en el curso mismo de la naturaleza nunca es  completa la serie sucesiva de los fenómenos por el lado de las causas. 

 

 

 

Antítesis 

 

     No hay libertad alguna, sino que todo, en el mundo, ocurre solamente  según leyes de la naturaleza. 

 

Prueba 

 

 Suponed que haya una libertad, en sentido transcendental, como  especie particular de causalidad según la cual los acontecimientos del  mundo puedan seguirse, una facultad de comenzar absolutamente un  estado y por ende también una serie de consecuencias del mismo;  entonces comenzará absolutamente por medio de esa espontaneidad no  sólo una serie, sino la determinación de esa espontaneidad misma a la  producción de la serie, es decir que comenzará absolutamente la  causalidad, de suerte que nada preceda, por donde la acción que está  ocurriendo sea determinada según leyes constantes. Mas todo comienzo  de acción presupone un estado de la causa no operante aún y un  comienzo dinámicamente primero de la acción presupone un estado que  no tenga, con el anterior de esa misma causa, ninguna conexión de  


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causalidad, es decir, 

que no se siga de él en modo alguno. Así pues, la  libertad transcendental es contraria a la ley causal y semejante enlace de  los estados sucesivos de causas eficientes -según el cual no es posible  unidad alguna de la experiencia y que por lo tanto no se encuentra en  ninguna experiencia- es, por ende, un ente vano, fingido por el  pensamiento. 

     No tenemos, pues, más que la naturaleza, en donde hemos de buscar la  conexión y el orden de los acontecimientos del mundo. La libertad  (independencia) respecto de las leyes de la naturaleza es ciertamente una  liberación de la coacción, pero también del hilo conductor de todas las  reglas. Pues no puede decirse que, en lugar de las leyes de la naturaleza,  entren en la causalidad del curso del mundo leyes de la libertad; pues si  ésta fuese determinada según leyes, no sería libertad, sino naturaleza. La  naturaleza y la libertad transcendental diferéncianse, pues, como la  legalidad y la anarquía; aquella, si bien impone al entendimiento la  dificultad de buscar la generación de los acontecimientos siempre más  allá en la serie de las causas, puesto que la causalidad en ellos es siempre  condicionada, en cambio promete una unidad universal y legal de la  experiencia; por el contrario la ilusión de la libertad, si bien da descanso  al entendimiento que investiga la serie de las causas, conduciéndolo a  una causalidad incondicionada que comienza a operar por sí misma, en  cambio rompe, porque es ciega, el hilo conductor de las reglas, que es el  único que hace posible una experiencia universalmente conexa. 

 

 

 

II.- A la antítesis 

 

 El defensor de la omnipotencia de la naturaleza (fisiocracia  transcendental), en oposición a la teoría de la libertad, afirmaría su  proposición contra los raciocinios sofísticos de los adversarios, de la  siguiente manera: Si no admitís un comienzo primero matemáticamente,  según el tiempo, en el mundo, no tenéis tampoco necesidad de buscar un  comienzo primero dinámicamente según la causalidad. ¿Quién os manda  imaginar un estado

 absolutamente primero del mundo y por ende un  comienzo absoluto de la serie de los fenómenos, que transcurren poco a  poco? ¿Quién os manda que para poder proporcionar un punto de  descanso a vuestra imaginación, pongáis límites a la ilimitada  naturaleza? Puesto que las substancias en el mundo han existido siempre  -a lo menos la unidad de la experiencia hace necesaria esta suposición-  no hay dificultad alguna en admitir también que el cambio de sus  


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estados, es decir, una serie de sus alteraciones ha existido también  siemp

re y, por tanto, que no se puede buscar un comienzo primero ni  matemática ni dinámicamente. La posibilidad de semejante derivación  infinita, sin un primer miembro con respecto al cual todo lo demás sea  mera subsecuencia, no puede hacerse comprensible en su posibilidad.  Pero si queréis rechazar por eso este enigma de la naturaleza, os veréis  obligados a rechazar muchas propiedades sintéticas fundamentales  (fuerzas fundamentales), que tampoco podéis comprender; y aun la  posibilidad de una alteración en general debe ser para vosotros algo  escandaloso. Pues si por experiencia no halláreis que es real, nunca  podríais imaginar a priori cómo sea posible semejante sucesión incesante  de ser y no ser. 

 Mas, aun cuando en todo caso se concediera una facultad  transcendental de la libertad para comenzar los cambios cósmicos, esta  facultad debería por lo menos estar fuera del mundo (aún cuando sigue  siendo una audaz pretensión la de admitir fuera del c

onjunto de todas  las intuiciones posibles un objeto que no puede ser dado

 en ninguna  percepción posible). Pero atribuir en el mundo mismo esa facultad a las  substancias, no puede nunca ser permitido, porque entonces  desaparecería en su mayor parte la conexión según leyes generales de los  fenómenos determinantes unos de otros, ese nexo que llamamos  naturaleza y, con él, el carácter de la verdad empírica que distingue la  experiencia del sueño. Pues junto a semejante facultad de la libertad, sin  ley alguna, apenas si podría pensarse una naturaleza, ya que las leyes de  esta última serían sin cesar cambiadas por los influjos de la primera y el  juego de los fenómenos, que, según la mera naturaleza sería regular y  uniforme, quedaría confundido y sin conexión alguna. 

 

 

 

Cuarta oposición de las ideas transcendentales 

 

 

Tesis 

 

     Al mundo pertenece algo que, como su parte o como su causa, es un  ser absolutamente necesario. 

 

Prueba 

  


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     El mundo sensible, como conjunto de todos los fenómenos, contiene a  la vez una serie de cambios. Pues sin esta serie, la misma representación  de la serie temporal, como condición de la posibili

dad del mundo  sensible, no nos sería dada139. Mas todo cambio depende de su condición,  la cual le precede en el tiempo; y bajo esta condición el cambio es  necesario. Ahora bien, todo condicionado, que es dado, presupone con  respecto a su existencia una serie completa de condiciones, hasta lo  absolutamente incondicionado, y solo éste es absolutamente necesario.  Así, pues, debe existir algo absolutamente necesario, si existe un cambio  como consecuencia suya. Mas ese algo necesario pertenece él mismo al  mundo sensible. Pues suponed que esté fuera del mundo sensible;  entonces la serie de los cambios del mundo tomaría su comienzo a él sin  que, sin embargo, esa causa necesaria perteneciese al mundo sensible.  Esto, empero, es imposible. Pues como el comienzo de una serie  temporal no puede ser determinado más que por aquello que preceda en  el tiempo, la suprema condición del comienzo de una serie de cambios  tiene que existir en el tiempo en que esta serie aún no era (pues el  comienzo es una existencia a la que precede un tiempo en el que la cosa  que comienza no era aún). Así, pues, la causalidad de la causa necesaria  de las alteraciones y por tanto la causa misma pertenece al tiempo y, por  ende, al fenómeno (el tiempo no es posible más que en el fenómeno  puesto que es su forma); por consiguiente, no puede ser pensada  separada del mundo sensible, conjunto de todos los fenómenos. Así,  pues, en el mundo mismo, hay contenido algo absolutamente necesario  (y esto puede ser toda la serie cósmica misma o una parte de ella). 

 

 

Antítesis 

 

 No existe en parte alguna un ser absolutamente necesario, ni en el  mundo ni fuera del mundo, como su causa. 

 

Prueba 

 

 Suponed que el mundo mismo o algo en el mundo sea un ser  necesario; entonces en la serie de sus cambios o bien habría un comienzo  absolutamente necesario y, por tanto, sin causa -lo cual se opone a la  leyes dinámicas de la determinación de todos los fenómenos en el 

                                                             

139 El tiempo, como condición formal de la posibilidad de los cambios, precede ciertamente al  mundo sensible: pero subjetivamente y en la realidad de la conciencia, esa representación,  como cualquier otra, es dada por ocasión de las percepciones.  


Immanuel Kant Crítica de la razón pura 

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tiempo-, o bien la serie misma carecería de todo comienzo y, aunque  contingente y condicionada en todas sus partes, sería en el todo, sin  embargo, absolutamente necesaria e incondicionada, lo cual se  contradice a sí mismo, porque la existencia de una multiplicidad no  puede ser necesaria, si ninguna parte de ella posee una existencia  necesaria en sí. 

     Suponed, en cambio, que haya una causa absolutamente necesaria del  mundo, fuera del mundo; entonces esta causa comenzaría140 la primera,  como miembro supremo en la serie de las causas de los cambios cósmicos,  la existencia de éstos y su serie. Ahora bien, tendría entonces que  comenzar también a operar; su causalidad pertenecería, pues, al tiempo  y, por ende, al conjunto de los fenómenos, es decir, al mundo; por  consiguiente, ella misma, la causa, no estaría fuera del mundo, lo cual es  contrario a la hipótesis. Así, pues, ni en el mundo, ni fuera del mundo  (pero enlazado con él por enlace causal) hay ser alguno absolutamente  necesario. 

 

 

 

 

 

 

 

Observación a la cuarta antinomia 

 

I.- A la tesis 

 

     Para demostrar la existencia de un ser necesario, estoy obligado a no  usar aquí nada más que el argumento cosmológico. Éste asciende de lo  condicionado en el fenómeno a lo incondicionado en el concepto,  considerando este incondicionado como la condición necesaria de la  absoluta totalidad de la serie. Ensayar la prueba por medio de la mera  idea del ser supremo de todos los seres en general, es cosa que pertenece  a otro principio de la razón, principio que tendrá que presentarse  particularmente. 

     La prueba cosmológica pura no puede exponer la existencia de un ser  necesario más que dejando al mismo tiempo indecisa la cuestión de si  éste ser necesario es el mundo mismo o una cosa distinta del mundo. 

                                                             

140  La palabra «comenzar» es tomada en dos significaciones. La primera es activa, cuando la  causa da comienzo (infit) a una serie de estados, que son su efecto. La segunda es pasiva,  cuando la causalidad. adviene (fit) en la causa misma. Aquí de la primera infiero la segunda.  


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Pues para resolverla son necesarios principios que ya no son  cosmo

lógicos y no van en la serie de los fenómenos sino que constituyen  conceptos de seres contingentes en general (por cuanto sólo son  considerados como objetos del entendimiento) y un principio para unir  éstos con un ser necesario mediante meros conceptos, todo lo cual  pertenece a una filosofía transcendente, para lo cual no es éste aún el lugar  apropiado. 

     Pero si se comienza una vez la prueba cosmológicamente, poniendo  como base de ella la serie de los fenómenos y el regreso de los mismos,  según

 leyes empíricas de la causalidad, no se puede luego abandonarla y  pasar a a

lgo que no pertenece a la serie como miembro de ella. Pues  cuando se considera que algo es condición, hay que hacerlo en el mismo  sentido en que la relación entre lo condicionado y su condición fue  tomada en la serie que debió conducir, por un progreso continuo, a  aquella suprema condición. Si esa relación es sensible y pertenece al  posible uso empírico del entendimiento, entonces la condición o causa  suprema no permite inferir el regreso más que según leyes de la  sensibilidad y, por tanto, como perteneciente a la serie temporal; y el ser  necesario debe ser considerado como el miembro supremo de la serie  cósmica. 

     Y sin embargo, hay quienes se han tomado la libertad de dar ese salto  ( ). En efecto, de los cambios en el mundo se infirió la contingencia  empírica, es decir la dependencia de esos cambios de causas  empíricamente determinantes, y se obtuvo una serie ascendente de  condiciones empíricas; lo cual estaba muy bien. Mas como aquí no se  podía encontrar ningún comienzo primero ni ningún miembro supremo,  abandonóse súbitamente al concepto empírico de la contingencia y  tomóse la categoría pura; la cual entonces ocasionó una serie meramente  inteligible, cuya integridad descansaba en la existencia de una causa  absolutamente necesaria, que, desde ahora, no estando ligada a  condición sensible alguna, quedó librada también de la condición  temporal, para comenzar su causalidad misma. Pero este proceder es  totalmente ilegítimo, como podrá inferirse por lo que sigue. 

 Contingente, en el puro sentido de la categoría, es aquello cuyo  opuesto contradictorio es posible. Ahora bien, de la contingencia  empírica no se puede inferir aquella contingencia inteligible. Cuando  algo es cambiado, su contrario (lo contrario de su estado) es, en otro  tiempo, real y por tanto posible; por lo tanto no es éste el opuesto  contradictorio del anterior estado, para el cual se exige que, en el mismo  tiempo en que el anterior estado era, fuese posible en su lugar su  contrario, cosa que no puede inferirse del cambio. Un cuerpo que estaba  


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en movimiento = A, viene a quietud = no A. De que un estado opuesto a  A sigue a

 A, no puede empero inferirse que el opuesto contradictorio de  A sea posible y por tanto que A sea contingente; pues para ello se exigiría  que en el mismo tiempo en que era el movimiento, fuese posible en su  lugar la quietud. Ahora bien, no sabemos más que esto: que la quietud  fue real en el tiempo siguiente, por tanto, posible también. Mas el  movimiento, en un tiempo, y la quietud, en otro tiempo no son opuestos  contradictorios. 

     Así pues, la sucesión de determinaciones opuestas, es decir, el cambio  no demuestra la contingencia según conceptos del entendimiento puro y  por lo tanto no puede conducir tampoco a la existencia de un ser  necesario, según conceptos puros del entendimiento. El cambio  demuestra sólo la contingencia empírica, es decir, que el nuevo estado no  hubiera podido tener lugar por sí mismo, sin una causa, que pertenece al  tiempo anterior, en virtud de la ley de causalidad. Esa causa, aunque se  admita como absolutamente necesaria, debe, de esta suerte, hallarse  también en el tiempo y pertenecer a la serie de los fenómenos. 

 

 

II.- A la antítesis 

 

 Si, en el ascenso en la serie de los fenómenos, se cree encontrar  dificultades contra la existencia de una causa suprema absolutamente  necesaria, esas dificultades no deben fundarse en

 meros conceptos de la  existencia necesaria de una cosa en general y, por tanto, no deben ser  ontológicas, sino que deben resultar del enlace causal con una serie de  fenómenos, para admitir una condición de éstos que es ella misma  incondicionada; han de ser por consiguiente cosmológicas y deducidas  según leyes empíricas. Tiene que mostrarse en efecto que el ascenso en la  serie de las causas (en el mundo sensible) no puede terminar nunca en  una condición empírica incondicionada y que el argumento cosmológico,  sacado de la contingencia de los estados cósmicos, en virtud de sus  cambios, viene a resultar contrario a la admisión de una causa primera  que comienza absolutamente la serie. 

     Mas en esta antinomia se muestra un extraño contraste y es que, con  los mismos argumentos con que, en la tesis, fue inferida la existencia de  un ser primero, se infiere en la antítesis la no-existencia de ese ser; y con  el mismo rigor. Díjose primero: hay un ser necesario, porque todo el  tiempo pasado comprende la serie de todas las condiciones y con ella lo  incondicionado (necesario). Ahora se dice: no hay ser necesario  precisamente porque todo el tiempo transcurrido comprende la serie de  


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todas las condiciones (las cuales a su vez son todas condicionadas). La  causa de esto es la siguiente. El primer argumento mira sólo a la totalidad  absoluta de la serie de las condiciones, cada una de las cuales determina a  las otras en el tiempo y recibe así un incondicionado y necesario. En  cambio, el segundo toma en consideración la contingencia de todo lo que,  en la serie temporal, es determinado (porque

 antes de cada miembro  precede un tiempo en que la condición misma debe ser, a su vez,  determinada como condicionada). Así, pues, desaparece por completo  todo incondicionado y toda necesidad absoluta. Pero el modo de  raciocinio en ambos es del todo conforme a la razón humana común, la  cual suele verse en el caso de dividirse, habiendo considerado su objeto  desde dos distintos puntos de vista. El señor de Mairan consideró que la  discusión de dos célebres astrónomos, surgida sobre una dificultad  semejante acerca de la elección del punto de vista, era un fenómeno  bastante digno de atención para componer sobre él un tratado especial.  El uno decía: la luna gira alrededor de su eje, porque presenta  constantemente a la tierra el mismo lado. El otro decía: la luna no gira  alrededor de su eje, porque presenta constantemente a la tierra el mismo  lado. Ambas conclusiones eran exactas, según el punto de vista que se  tomara para observar los movimientos de la luna.